Viaje de trabajo con mi Jefa II
Continuo mis peripecias por Barcelona moviéndome entre la rutina planificada y el desborde de sensaciones junto a mi madura jefa.
A las 8 de la mañana sonó el despertador. Estaba poniéndome las zapatillas cuando llamaron a la puerta. Era Elvira. Abrí y allí estaba sonriendo, con el bolso enorme donde lleva sus papeles colgado del brazo. Con la chaqueta de cuero puesta, y con unos pantalones de traje que ya le había visto más veces.
-"Si bajas así a desayunar, no habrá nadie que se concentre" -me suelta, al estar yo sin camiseta.
-"Si enseguida acabo y bajo a desayunar. Guárdame sitio" -le contesto-, ya otra vez turbado y no he salido de la habitación.
El desayuno fue rápido. Ella ya estaba enfrascada mirando papales y apurando una tostada de pan tumaca con aceite de oliva y un café. Por mi parte, cogí fruta, un bol enorme de cereales y un par de piezas de bollería industrial. Y un café. Y un yogur. Ya sabéis. Españoles atacando un buffet libre.
Casi no hablamos. Volvimos a nuestra relación habitual de jefa-empleado. Prácticamente, sin intercambiar más palabras que las referentes al tiempo, salimos del hotel y llegamos a la oficina.
Era un poco antes del horario de apertura, y todavía faltaba buena parte de la plantilla. Note a Elvira enfadada. No tenía responsabilidades directas sobre esa oficina, pero si que era una persona puntual y responsable, y le parecía muy fuerte que la gente que estaba de visita estuviera allí a primera hora y todavía fueran llegando a cuentagotas el resto de compañeros.
Se sentó a mi lado con el portátil mientras yo miraba el correo. Cuando se iba abriendo la puerta con las llegadas de los y las trabajadores, Elvira musitaba un improperio en voz baja y torcía el gesto.
"Increíble". "vaya horas de llegar". "Menudo ritmo caribeño". "Si hacen esto el día que estamos aquí, qué harán cuando no". Arrugaba los labios y se crispaba convirtiendo su rostro, normalmente atractivo en una máscara antigua que envejeció muy mal.
La cosa se estaba poniendo tensa y no mejoró cuando el responsable de la oficina llegó más cerca de las 10:30 que de las 10. Yo estaba con una compañera -una cuarentona francesa adorable- explicándole algunos aspectos de mi plataforma en su equipo, cuando Elvira se levantó y entro en el despacho del inepto de Román y cerró la puerta tras de sí.
No supe nada más de ella en toda la mañana. Yo seguí concentrado avanzando explicaciones a la gente y realizando tareas de control y mantenimiento de los sistemas.
Sólo paré un rato a tomar un café con algunas de las compañeras. Melanie, la francesa que os comentaba. Martina, una becaria eslovaca de unas tetas impresionantes. Remedios. Una chica de mi edad que ya conocía porque fuimos compañeros en mi ciudad cuando entro a trabajar en la empresa. Y Tomiko. Una jovencita japonesa a la que ya se le había olvidado la tradicional timidez y respeto exacerbado de su cultura natal, y se desenvolvía entre coqueta y risueña con todo el mundo. Es un niña encantadora.
Permanecimos los cinco de pie, en corrillo durante un cuarto de hora aproximadamente, haciendo largo y sabroso un insulso café de maquina expendedora.
Volví al puesto que me habían dejado en aquella oficina ajena y seguí solucionando dudas de los compañeros. Ahí estaba con Steve, un inglés flacucho en la cincuentena, que llevaba 30 años viviendo en Barcelona, y hablaba peor que Michael Robinson con tres copas de más.
No me enteraba de lo que quería decirme, ni él de mis explicaciones didácticas sobre el terreno. Me estaba empezando a impacientar, porque llevábamos más de una hora, cuando me dan un golpe en el hombro.
Elvira. Estaba seria, mirándome desde arriba.
-"¿Te queda mucho?", me pregunta,
-"No. A la vuelta de comer acabamos Steve, vamos a liberar la mente un rato.", dije.
Os mentiría si os dijera que fue una comida agradable. Mi jefa estaba muy cabreada. A la inpuntualidad de media oficina, con sus responsables a la cabeza, se había unido la falta de transparencia en no sé qué papeles, y la ausencia de diligencia para tener unas gestiones hechas con unas administraciones. Elvira les había apretado las tuercas al comprobar a la hora que llegaron y lo que descubrió fue que había mucha falta de control en las tareas rutinarias que tenían que llevar.
Apuraba un plato combinado sin intervenir en el soliloquio de ella sobre la mañana que había tenido. Tenía un hambre atroz y estaba devorando las atiborradas viandas que tenía ante mi, mientras mi jefa apenas había probado bocado de la ensalada y el salmón a la plancha que se había pedido.
"Por lo menos ya no me pone nada". En esas estaba cuando se sentaban con nosotros, Tomiko y Martina. La indoeuropea se había abierto un botón de la camisa a cuadros que llevaba, y lo que antes me parecían dos tetas enormes embotadas dentro de una prenda de leñadora lesbiana ahora eran dos melones apetitosos apretados por un sujetador de encaje que podía ver ante tal indiscreción.
No podía evitar mirar el espectáculo al tiempo que percibí como la japonesita rozaba su rodilla contra mis muslos y se inclinaba en la mesa hacia mi lado. Me sonreía y alababa el trabajo que había hecho; que se lo ponía todo muy fácil, que estaba muy bien; y que era un magnífico maestro. Sonreía y hacía ese giro característico que hacen muchas mujeres cuando te buscan. Ladean sutilmente la cabeza hacia el lado en el que estas y sacan una sonrisa de putilla avispada. La japonesita me estaba tirando los tejos!!!
Estaba flipando en colores. Me estaban zorreando y yo ya reaccionaba desde la incredulidad al deseo para apretarme a la pequeña hija del sol naciente. Mi jefa ya no estaba en mi cabeza, y mientras siguió el indisimulado zorreo, marcho de vuelta a la oficina. La tetuda becaria eslovaca prácticamente no decía nada, y asistía como testigo de cargo.
Volvimos al trabajo y aunque intente quedarme con la japonesita para pasarme por su equipo e intimar un poco con ella con la excusa del trabajo, me fue imposible. Steven a parte de un tío poco agraciado me estaba esperando para que le explicase todo por enésima vez con su pronunciación de estar comiendo patatas fritas.
No pude quitármelo de encima, y cuando dieron las 6, entre hastíado, cansado y cabreado acababa la jornada laboral, sin tener acceso al teléfono de la zorrita nipona y lo único que tenía era un whatsapp de Elvira, que nos veíamos en el hotel a la hora de cenar. La hora de envío eran las 15:30.
No había durado en la oficina ni 10 minutos desde que yo entré. Pensaba, seguro de mi mismo, que la tía iba a estar con un encabronamiento mayúsculo, y me va a dar una cenita de tabarra con el monotema laboral insoportable.
Ante tal panorama decidí volver a salir a correr por el parque del día anterior, y hacer algunas dominadas y algunas flexiones en el espacio de ejercicio activo que tiene. Disfrute muchísimo. Se me pasó el rato volao, entre el sudor, alguna zagala en mallas pululando alrededor, el atractivo atardecer mediterráneo y la música de Dark Tranquillity a través de los cascos conectados al móvil.
Llegué al hotel y pase rápido a la habitación. Quería ducharme y llamar a mis padres, y justo cuando cogía el teléfono para tal fin, Elvira me mandaba un whatsapp: "en 10 minutos nos vamos a cenar".
Joder, sonaba como una orden. Y los dos golpes secos que dio a la puerta pasados esos, exactamente, diez minutos lo confirmaron.
-"Un momento", grite desde dentro. Me perfumé. Agarré la chaqueta, la cartera, el teléfono y un paquete de caramelos mentolados y abrí la puerta, saliendo cerrándola casi de espaldas; y cuando me giré en el pasillo, aluciné.
Elvira, apareció con unas botas de caña, negras de estas que cubren la rodilla por delante. Con un tacón como de unos 10cm. Los pantalones, eran una especie de mallas elásticas, negras, que le quedaban como una segunda piel. Piel que veía a través de la tela de media que en ambos laterales aparecía desde la bota hasta la misma cadera de mi jefa. Llevaba el abrigo del día anterior abierto, y podía ver una blusa abotonada por delante blanca, entallada a la cintura y que se abultaba considerablemente en el pecho, dejándome ver, algo, parte del segundo sujetador del día, siendo el que mi jefa llevaba de un color negro brillante. Se había maquillado, un poco más que la noche anterior. Sombra de ojos más intensa, los labios con un rojo fuerte y sexy, y los pómulos destacados con algo de colorete y matiz.
Así estaba sexy. Y cuando ante mi cara de panoli, de puntillas dio una vuelta para que la viera bien ya estaba arrebatadora.
Salimos del hotel y pude ver la cara lasciva del recepcionista cuando le di las dos llaves. Caminamos deprisa claramente hacia los bares del día anterior, y no habían pasado ni 10 minutos cuando ya estábamos sentados en una mesa alta uno junto al otro.
Me bebía la cerveza atragantándome sin saber a donde mirar. Si a su boca. Si al suje que me mostraba y que parecía firme en esa tarea tan agradable de sostener dos tetazas. Si a las botas altas y la media que se alzaba por toda la pierna, y en la que en ese momento caí, no se veía ninguna tira de braga, ni nada por el estilo. Estaba embobao, cuando Elvira me soltó un "¿Qué? ¿Estoy guapa? ¿Estoy bien para salir con un tio joven?". Me atragante. Casi sacó la cerveza por la napia.
-"Por supuesto. Estas increíble". dije
-"Me alegro. Necesitaba sentirme así esta noche. Hoy ha sido un día horrible. A parte de inútiles son unos sin vergüenzas."
Fenomenal, pensaba, me va a dar la turra con cosas del trabajo.
-"Así que me he ido a comprar algo de ropa, a despejarme y ahora pensaba, pues me la pongo para salir a cenar contigo", prosiguió Elvira.
-Por mi parte balbuceé otra vez un "estas increíble" que despertó su sonrisa.
Continuamos cenando. Tomando cervezas. Cambiamos un par de veces de bar, y los breves paseos los hacíamos juntos, hombro con hombro, o ella por delante de mi, e incluso tirándome de la mano.
Así entramos ya con 6 ó 7 cervezas encima en un garito, encontramos sitio en la barra, con todas las mesas ya ocupadas y yo ya no me aguantaba las ganas de mear por lo que fui al baño.
Volvía a estar donde 24 horas antes. Meando con la polla morcillona, con mi jefa, nuevamente embriagándome y con un mar de dudas sobre lo que estaba pasando. Pero está vez no me demore en mi vuelta junto a ella. No quería que ningún maromo aspirará a ocupar mi lugar.
A la vuelta, seguía sola, pero había más gente y nuestro hueco en la barra era exiguo. Me puse tras ella y fui a alcanzar con mi brazo derecho mi caña, rozando el suyo. Para no asustarla, le susurre al oído un "ya estoy de vuelta".
Sentí como sonreía y trataba de ponerse de frente a mi, pero no consiguió hacerlo al 100%. Era imposible. Pero lo posible y genial fue que su culo se topo con mi pierna. Aún ahora siento aquel roce y me excita.
Se quedo así, y seguimos conversando, mucho más cerca. Volvía a sentir su perfume. Y desde ahí tenía un magnífico puesto en el balcón de sus pechos, que se mostraban excitantes en la opresión del sujetador. La medalla con el signo "anj" o cruz egipcia, tenía el privilegio de acariciar su piel, y con cada giro, con cada respiración, con cada movimiento, bailaba de un pecho a otro.
En estas me pilló evidentemente mirándole las tetas. Se rió y me hizo una broma. Pidió otra consumición y ahora fue ella la que fue al baño.
Tardo unos minutos y cuando volvió decidió ocupar el mismo sitio que tenía antes de marchar. Deslizo su mano por mi cintura. Dio un paso colocando su pierna izquierda al lado de la barra y al juntar el otro pie, se rozo, desde su entrepierna hasta su pecho conmigo. Instintivamente pase la mano por su espalda, acompañando su movimiento.
Nos miramos. Nos sonreímos. Y nos besamos. No para marcar el territorio y esfumar a un pesao. Un beso lento, mantenido entre los labios; captando cada uno el sabor del otro, el grosor del morro de cada uno.
Nos separamos. Duro poco. Pero fue lo suficiente.
Nos miramos nuevamente. Y nuevamente nos sonreímos. Y una vez más, nos besamos. Ahora si, cachondamente. Abrí mi boca a su lengua y sentí como buscaba la mía y como frotaba mis dientes. Nuestras lenguas se abrazaron y nos deleitamos con el sabor de la saliva de cada uno. Ahora si, nos apretamos y por fin sentí su pecho contra el mio, y como se alzaba con cada respiración. Note su mano empujándome hacia ella y yo coloque la mía sobre su baja espalda, con las yemas de los dedos palpando ya su culo. Al tiempo note como entreabría un poco las piernas, metiendo su derecha entre las mías.
El morbo iba pudiendo con nosotros que nos besábamos calientes, sin freno. Y más aumento, cuando al separarnos vimos como alrededor nuestro, hombres y mujeres no perdían detalle de nuestro numerito. Supongo que no todos los días se ve a dos personas con tanta diferencia de edad darse el lote. Pero era así, y a nosotros nos daba igual.
Volví a besarla está vez apretándola hacia mi con ambas manos en su cintura y llevando mi lengua a través de su cuello hacia su clavicula. Note como sus manos sobrepasaron mis brazos hasta sujetar mi cabeza con su mano izquierda, y posar la derecha en mi pecho. Cuando recupere la posición normal, la veía cachonda y risueña. Me señaló con la mirada hacia mi espalda y cuando me volví para ver que le hacia tanta gracia me susurró al oído: "Me has hecho una mujer envidiada". Al fondo en una mesa tres señoras no perdían detalle de nuestros arrumacos.
Elvira me cogió de la mano y salimos de aquel bar. Caminamos con un destino claro, cogidos de la mano y rápidos deslizándonos por la acera hacia nuestro hotel. Un paseo furtivo y determinado. Delicioso con parones para abrazarnos y besarnos. Me encantaba como besa esta tía.
Nuestra entrada al hotel fue apoteósica. Con todo su carmín en mi boca y cuello, y Elvira había perdido el rimel en el llano de su mejilla. El recepcionista puso cara de que sabía lo que pasaba y sin decirle nada, ya nos tenía las llaves listas en el mostrador. "Qué pasen buena noche", fue su despedida y mientras caminábamos por el vestíbulo hacia el ascensor vimos a través de los espejos como no perdía detalle del culo de Elvira y mi mano abriéndose paso a través de la malla para estrujarlo.
Casi me arranca la lengua en el ascensor mientras su mano se hundía entre mis pantalones. A la salida fuimos derechos a su habitación y en cuanto la tarjeta magnética hizo "click" entramos a saco, desnudándonos mutuamente.
La arrincone contra la pared, levantándola del suelo. Mis manos se apoyaban sin ambages en ese culo maduro que siempre me había gustado y ahora, desde hace un par de días, me volvía loco. Los besos eran sonoros. Cachondos. Húmedos. Alcance a encender la luz momento que Elvira aprovecho para zafarse de mi y quitarme la camiseta. Casi me arranca la cabeza, pero no pude decirle nada porque enseguida me estaba matando a placer lamiendo mis pezones y amasando mis pectorales.
Como pudimos llegamos a la cama. Abrí su blusa y ya sobaba sus tetas a dos manos. Ella introducía las suyas por entre los vaqueros y me estrujaba cada cachete del culo. Lamia su cuello que siempre me había parecido sexy y ahora era una autovía al placer. Baje a sus pechos y conseguí liberarlos del sujetador. Dos tetas magníficas, redondas, blancas, una talla 95 por lo menos... las sopesaba alucinado mientras me disponía a sorber dos pezones, pequeñitos y puntiagudos que me demostraban que lo estaba haciendo bien.
Me deleite en esas tetazas. Pero queríamos más. Elvira me desabrocho los pantalones. Sus manos, expertas y ávidas, dieron buena cuenta del cinturón y la bragueta. Yo ayude a quitármelos y en cuanto volví a acercarme a ella, enseguida me arrancó el boxer. Mi polla salió despedida, durísima. Elvira reía y se mostraba golosa y rápidamente se puso a la tarea.
Su mano izquierda sopesaba mis huevos y la derecha ya me pajeaba. Verla así era muchísimo. Seguía con los leggins y las botazas puestos, sus tetas bamboleando. Me sonreía. Estaba segura de si misma. Era poderosa. No pude más que besarla, darle mucha lengua que me correspondió, pero ella quería que me quedara cómodo en la cama. Y así tumbado, empezó a chuparmela.
Tocaba mi torso mientras rodeada con sus dedos mi falo. Su boca iba de la base al glande y vuelta, restregando su saliva sobre todo el tronco. Su lengua se abría para abarcar al máximo el grosor de mi glande y yo veía las estrellas. Me la han chupado muchas veces, pero aquella era el sumun del placer.
Elvira chupaba con gusto y cada vez que me miraba notaba mi polla endurecerse mucho más entre sus fauces. Sonreía y los comentarios le hacían gracia. Lamia mis huevos con toda mi polla abarcando su rostro y se alzaba como una fiera para engullirla y hacerla desaparecer. Me estaba llevando a la gloria y no quería que eso acabará. Me despegue de Elvira y por fin le quite las botas y le baje los leggins. Las bragas negras de mi jefa, translucian. Olía a hembra y es el mejor olor del mundo.
Ahora fui yo el que se plegó a su entrepierna y comencé a lamer una raja estrecha, con unos labios prominentes. Su clítoris asomaba y el calor de sus muslos era un placer indescriptible en mis orejas. Lamí. Chupe. Sorbí. Como si no hubiera un mañana. Mis dedos horadaban un coño maduro delicioso y me afanaba en chupar todo lo que podía. Quería hacer que se corriera. Introduje mi lengua en su interior. Me embriaga el sabor, el calor, la humedad... era un volcán. Comencé a penetrarla con dos dedos, primero despacio, pero cada vez con más velocidad, buscando la zona rugosa de la base del clítoris. Sé que ahí se encuentra el placer y me afané en darle. La notaba cada vez más caliente, acompañando con su cadera los movimientos de mi brazo. Me incorporé a morrearla y volví a bajar al pilón, a lamer de la fuente. Chupaba su botoncito y aceleraba mis incursiones dactilares. Gritaba de placer. Se iba a correr. Cada vez más rápido. Más profundo.
Y Elvira se corrió. Convulsiono tras ponerse tensa y en mi lengua recibí con gusto todo lo que salió. Me incorporé hasta su boca y nos fundimos en otro beso compartiendo nuestros sabores. Ahora necesitaba follarla.
Me incorporé y acomodé mi rabo en la entrada de su coño. Notaba sus labios aún jadeantes abrazar mi cabeza. Un placer inenarrable. Con una mano la atraje hacia mi y comenzamos a besarnos nuevamente, y en esas coincidimos mi empujón hacia dentro y su movimiento para atrapar mi polla. Quería sentir su gemido de gusto en el hueco de mi boca.
Follamos despacio, besándonos, con mucha lengua y con nuestras manos inspeccionando el cuerpo que tenían delante. Elvira me agarraba los brazos y con sus piernas frotaba y empujaba mi culo. Yo sobaba sus tetas y miraba como tras su abdomen, nuestros bajos chocaban y chocaban. El ritmo tenía que subir y poco a poco buscábamos el tope. Mi polla se deslizaba por su interior sin ningún tipo de protección y en un momento de lucidez le pregunte si tenía algún condón.
"Noooh", me dijo, y como pude se la saque. Yo tenía en mi neceser, por si acaso, pero estaban en mi habitación. Cogí una toalla y me la envolví sobre la cintura y busque la llave en mis pantalones que estaban tirados por el suelo. Salí dejándola desnuda y rápidamente me metí en mi habitación y más adentro al baño, donde rescate del neceser un par de condones que si no estaban caducados le faltarían poco.
Cerré y volví descalzo a la habitación de mi jefa que cerré tras de si. Estaba en la misma posición que la deje y al tirar la toalla al suelo ella se incorporo para besarme y tirarme sobre la cama. Me quito los condones de la mano y abrió uno. Verla así, tan dominante y poderosa, era hiper excitante. Sonreía embobado ante el espectáculo y la maña que se daba. Colocó el preservativo sobre mi capullo y a continuación lo deslizo con la boca hacia abajo. Era imposible que fuera más placentero que te pongan un preservativo de esa forma. Veía su cabeza bajar mientras me miraba. Y se alzaba su espalda y su culo al cual distinguía su característica forma.
"No puedes estar más buena"- le dije. Me sonrió y enseguida se apresuró a cabalgarme.
Elvira ahí llevaba el ritmo. Ahí si que era mi jefa. Sus tetazas en mi cara para que las chuparan y mis manos primero en su culo eran meros adornos. Ella quería dominarme y lo hacía. Subía y bajaba, cada vez con más ritmo, con muchísimo control. Su cadera imponía el movimiento y yo sólo podía disfrutar y esforzarme por no correrme. Alcé mis manos tras mi cabeza para mostrarle mi torso que puedo decir que es musculado y ella se apoyo.
No es una niña y evidentemente se la notaba ya cansada. Llevábamos en esa postura unos 7 u 8 minutos y le pedí que se tumbara. Elvira lo hizo para un misionero clásico, pero yo quería innovar. La ladeé y me puse a su espalda, de costado. Cruzamos nuestras piernas y busque rabo en mano su chocho. Y volví a hundirsela como cuchillo cortando mantequilla caliente.
Empecé a follarla, mientras levantaba su pierna con una mano. La otra mano la pase sobre su cabeza para acercarla a la mía y poder así besarnos. Saque mi lengua y Elvira la chupaba con gusto.
Fui follándola cada vez más rápido, en esa postura ella prácticamente no tenía que moverse y yo a golpes de cadera entraba y salía de su interior, mientras sus tetas botaban delante de mi cara. Gemíamos y sudábamos. Notaba por su cara que no le quedaba mucho para correrse, pero yo también está cerca de venirme. Se lo dije y le pedí que cambiáramos de postura, que volviera a cabalgarme.
Pero en esta ocasión, indique que se penetrará estando de cuclillas. Es una posición para mi súper placentera y Elvira asumió mi petición. Se clavó mi rabo y alzando la cadera continuamos nuestro mete-saca. Por mi parte, levante el abdomen para estar cerca de sus tetas, a las que aún con todo no podía llegar pero me tenían embelesado. Pero así incorporado, conseguí acceder a su culo que ayudaba en el movimiento de sube-baja.
En seguida tuvimos la coordinación necesaria y subíamos más y más el ritmo. Estaba claro que yo iba a acabar ahí en un par de minutos como mucho y quería que ella también lo hiciera, así que en esa postura comencé yo a follarla, penetrarla rápido y fuerte a golpes de mi cadera subiendo, contrayendo mis muslos y glúteos, notando como sus labios inferiores chocaban contra mis huevos. Con una mano alcé una de sus tetas y trataba de lamerla. El pezón era generoso con mis caricias y mordiscos. Estaba follando a mi jefa y notaba sus jadeos y gemidos.
Me dijo que se iba a correr que siguiera, que no parara. Y así lo hice, hasta que me agarró la cabeza ahogándome con sus tetas y se corrió, al tiempo que yo también echaba 7 u 8 chorros, que de no ser por el condón hubieran llenado sus entrañas.
Pasó casi un minuto que a mi me pareció la eternidad más deliciosa en esa postura recuperándonos de nuestros orgasmos. Abrazados. Con mi polla aún en su interior Elvira se echo hacia atrás para respirar. Notaba mi polla hinchada aún dentro de ella, y como su coño contrayéndose abrazaba totalmente mi polla. Poco a poco se incorporó y fue sacando mi miembro de su interior. Yo asistía extasiado al espectáculo y cuando lo hizo, cuando salió completamente un chorro entre corrida y orín se deslizó sobre mi polla.
Nos pusimos de pie con esfuerzo y le dije que había sido genial. Ella me sonrió y me beso otra vez. Me dijo que había sido mejor de lo que ella había soñado. Pasamos al baño, desnudos y nos lavamos la cara. Al salir comprobé mi móvil. Eran las 11 y media de la noche y habíamos estado dándole al tema lo menos una hora.
Por supuesto me quede a dormir con Elvira no sin antes pasar por mi habitación a recoger una camiseta para dormir y el cepillo de dientes. Estaba alucinado con todo lo que había pasado y esperaba que lo pasáramos bien en lo que nos quedaba de viaje de "trabajo" y también a la vuelta a nuestra ciudad, a la rutina.