Viaje de ida
Lo último que quiere Patricia es tener que viajar en coche durante ocho horas seguidas, pues, si en condiciones normales ya le resulta agotador, en su estado, todavía lo es más. Ella insiste en que vaya su marido solo, pero él no acepta un no por respuesta y por ello le saldrá el tiro por la culata.
Lo último que quiere Patricia es tener que viajar en coche durante ocho horas seguidas, pues, si en condiciones normales ya le resulta agotador, en su estado, todavía lo es más. ¿Por qué Gregorio no la complace en nada, ni siquiera ahora que está embarazada de siete meses? Patricia le dice por activa y por pasiva que no desea viajar, aunque sea por la buena causa de llevar a su hermano Javier. Ella insiste en que vaya solo, pero él no acepta un no por respuesta.
Su embarazo no está siendo lo que se dice agradable, ni física, ni tampoco emocionalmente. Las náuseas, la indigestión, las alteraciones en la piel, los cambios de humor y un largo etcétera son testimonio inequívoco de que no le está resultando fácil, sumado al hecho de no encontrarse atractiva, (y que probablemente por eso Gregorio no la toca) le hace pensar que no fue buena idea quedarse embarazada.
Parece que toda la ilusión inicial de tener un hijo se ha esfumado, dado que él se ha hecho más egoísta en el transcurso de esos meses, anteponiendo siempre sus necesidades a las de ella, cuando debería ser completamente al revés.
Javier no quiere ser el motivo de la disputa y le dice a su hermano que no le importa coger el tren, pero Gregorio insiste en llevarle, a pesar de las reticencias de su esposa a viajar, de tal modo que su testarudez le impide dar el brazo a torcer y su decisión final es irrebatible: viajarán de noche para que ella duerma, minimizando así sus dolencias, y de este modo zanja la discusión, evitando ponerse en evidencia delante de su hermano.
Después de tres horas de viaje, Patricia necesita orinar y hacen la primera parada en una estación de servicio de la autovía. No hay casi gente, sólo un matrimonio con sus dos hijos y un camionero tomándose un café en la barra. Los dos hermanos se sientan y retoman la conversación que mantenían en el interior del coche, mientras Patricia coge su bolso y se dirige a los servicios. Al mismo tiempo que lo hace, su mirada se cruza con la del recio camionero y se da cuenta de que la observa fijamente. Quizás pretende desnudarla con su mirada libidinosa, pero ¿quién puede encontrarla deseable con semejante barriga?, piensa. Desde luego, su esposo no, y a los hechos se remite, cuando el número de los dedos de su mano rebasa con creces los meses que hace que no la toca. En cambio ahora se siente deseada, aunque sea por otro hombre que ni siquiera conoce. Al cruzar por su lado, el camionero le sonríe y ella le devuelve la sonrisa tímidamente, enseguida baja la mirada y continúa su camino por el largo pasillo que conduce a los lavabos. El hombre abandona su silla y la sigue sin que nadie repare en él. Sólo Javier percibe una disposición anómala en la actitud de ambos y observa expectante hasta que el fulano desaparece por el mismo pasillo. Antes de que ella cierre la puerta, el camionero la sujeta con la mano y le vuelve a sonreír.
Es un hombre de complexión fuerte, con una barba de hípster muy bien arreglada. Lleva una camisa a cuadros arremangada, mostrando unos antebrazos cubiertos por frondosos tatuajes. El hombre fija su mirada penetrante en ella y se apoya en el borde de la puerta al mismo tiempo que lo hace Patricia, por lo que sus manos se tocan un breve instante en el que un leve estremecimiento recorre su cuerpo, evidenciando señales inequívocas de deseo. Es un mal momento y un mal lugar, pero se siente deseada, de la misma manera que experimenta una gran atracción por aquel desconocido. Ambos se miran. Patricia entreabre la boca y el hombre avanza para besarla. Cierra la puerta detrás de él, y sin dejar de morrearse se meten en la última estancia y se encierran en ella.
Patricia lleva un vestido de premamá de tela fina sobre el que puede notar sus fuertes manos acariciando su cuerpo y su erección presionando sobre ella. Es obvio lo que el camionero quiere, pero ella lo necesita aún más, después de meses de continencia forzada como resultado de las paranoias de su esposo.
Sin abandonar el morreo, el desconocido se deshace de sus bragas y Patricia nota una recia mano que sube por su muslo hasta detenerse en su sexo completamente mojado. Al aparcar su mano, el hombre nota unos labios hinchados y hunde dos dedos en la gelatinosa raja, arrancándole a Patricia un suspiro placentero, seguido de jadeos incontrolados, mientras los dedos empiezan a follarla con contundencia. La otra mano se apodera de un pecho hinchado, casi a punto para la lactancia, y el camionero lo aprieta con firmeza, como si quisiera extraer la incipiente leche, mientras ella echa la cabeza hacia atrás en señal del placer que recibe. El hípster detiene por un momento las caricias y Patricia se queda quieta y a la espera, entretanto su amante se desabrocha el cinturón para luego desabotonar los botones y extraer un miembro del que se apodera ella con impaciencia. Empieza a masturbarlo, al mismo tiempo que su boca vuelve a buscar la del hípster con la intención de fundirse en un erótico morreo.
Mientras Gregorio empieza a impacientarse por la tardanza de su esposa, ella está apoyada en la pared con las dos manos, ofreciéndole a su amante su inmaculado trasero, y este no duda en abofetearlo, mientras su polla se adentra implacable dentro de ella. El hípster arremete con todo lo que tiene, aferrado a sus caderas. Patricia no puede ahogar los gemidos de placer, por el contrario está liberando toda la contención de todos estos meses y un potente orgasmo sacude su sexo entre jadeos, al mismo tiempo que el camionero tira con firmeza de su cabello, arremetiendo con furia en unas últimas acometidas que lo llevan a eyacular sin contención en su interior.
Las pulsaciones de Patricia empiezan a bajar, sin embargo necesita sentarse y lo hace en la taza de wáter, entonces recuerda a qué ha ido y se oye el potente chorro de pis, al mismo tiempo que el repiqueteo de la puerta.
—¿Te queda mucho? —pregunta Gregorio impaciente.
—No. Ya acabo.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar preocupado.
—Sí. Ahora voy. No te preocupes, —le dice mientras una polla nervuda y pringosa se pasea por su cara en busca del calor de su boca, y Patricia no se hace de rogar. Abre la boca y abraza el falo que crece aceleradamente en su boca. Cuando la erección está en su punto álgido lo saca y lo contempla embelesada. Un glande completamente descapullado le pide a gritos que no se detenga, pero primero golpetea con la lengua la hinchada cabeza para después engullir la polla como si pretendiese atragantarse. El hombre empieza a jadear ante la esplendida mamada que la futura mamá le está aplicando, al mismo tiempo que es consciente del morbo que despierta en él la mujer embarazada y los incipientes cuernos que le asoman al arrogante de su marido.
Desde su posición, el hípster contempla las tragaderas de aquella futura mamá despechada, y ante su impetuoso afán, el hombre suelta su carga sin que ella abandone la felación, de tal modo que, conforme eyacula, ella se atiborra de su corrida con un exceso que resbala por la comisura de sus labios hasta que cree que ha terminado, con lo cual, abandona la degustación, pero un último trallazo de semen le cruza la cara.
El hombre satisfecho enfunda su polla, Patricia se coloca las bragas y recompone su ropa, a continuación se mira al espejo y se arregla el pelo, estira un poco su vestido, respira hondo y sale de los lavabos.
—Ya era hora, —le recrimina Gregorio levantándose en un controlado ataque de ira.
—No me encontraba bien. Estaba devolviendo, —se excusa mientras abandonan el local.
—¿Estás mejor? —le pregunta Javier mientras contempla al hípster subir al camión sin dejar de observarlos.
—Estoy un poco mareada, —miente.
—¿Quieres que suba detrás contigo? —le pregunta.
—Como quieras.
Javier sabe que su hermano es un estúpido y no le gusta como trata a veces a Patricia. Él siempre ha tenido debilidad por ella, pero en su momento su hermano se le anticipó y no quiso disputarse con él a la mujer que siempre le gustó. Así pues, no le quedó otra que dejar que Gregorio se casara con ella, siendo una decisión que lamentará por años, puesto que nunca ha llegado a renunciar completamente. Viendo el desprecio y el poco cariño con el que la trata, se arrepiente de no haber luchado en su momento por ella. Incluso a dos meses de finalizar su embarazo, encuentra a Patricia de lo más sexi e incluso sigue enamorado de ella.
Ella quiere dormir y se recuesta sobre su hombro, con lo cual, Javier está más que encantado sintiendo el contacto de su cabello sobre su piel. Todo está en calma. Apenas hay tráfico y el silencio se adueña del pequeño habitáculo. Gregorio conduce y piensa que ambos duermen y agradece haber tomado un café cargado para que el sueño no le venza. Por su parte, Javier nota como el peso de la cabeza de Patricia provoca que vaya deslizándose poco a poco para encontrar una postura más cómoda, sumida en el sueño hasta que sin ser consciente, la cabeza vence y descansa sobre la entrepierna de Javier. Lo que ha pasado en los lavabos, el contacto de su rostro y el olor de su perfume, junto a sus feromonas, le provoca una erección involuntaria e incontrolada.
Javier se ha percatado de todo y ha sabido sumar dos y dos, en cambio, su hermano es tan estúpido y arrogante que su soberbia le impide ver más allá de sus narices, y no sabe que si maltrata a su mujer y la desatiende no se puede esperar otra cosa, excepto lo que ha pasado. Javier sólo lamenta no haber sido él quien estuviese en los lavabos para consolarla.
En cualquier caso, ahora su cándido rostro descansa sobre su paquete y piensa que si se despierta se dará perfecta cuenta de que su polla erecta está en su cara. Javier no sabe qué hacer, lo que sí que sabe es que está cada vez más excitado e involuntariamente hace movimientos con su pelvis buscando el placer. Está contrariado. Por un lado desea seguir así todo el viaje, en cambio tiene miedo de que despierte y se encuentre con su polla amenazante apuntándola. Nota que se mueve y no sabe como reaccionar, pero sus dudas se disipan cuando advierte que le está dando silenciosos besos recorriendo toda la zona. Su bragueta está a punto de explotar y Javier mueve su pelvis en busca de un contacto más firme. Un travieso mordisco atrapa el tronco, deslizando su boca a través de él. La mano de Patricia acude en su ayuda y presiona la hinchazón que parece que vaya a reventar el pantalón vaquero. A continuación empieza a desabotonar lenta y silenciosamente la bragueta. Ahora Patricia puede oler su hombría y la besa a través del slip, recorriendo toda la verga por encima de la tela. Seguidamente libera la polla y se embriaga de su olor, la coge con la mano y con la lengua repasa cada centímetro del enhiesto falo.
Por su parte, Javier desliza su mano por detrás de su culo en busca de un contacto directo hasta que se topa con una raja excesivamente mojada. Piensa que posiblemente es debido a los restos de la corrida del hípster y siente un indicio de repulsa que se evapora cuando su polla desaparece en la garganta profunda de su cuñada. Su respiración se acelera y Gregorio tiene que encender el aire acondicionado porque los cristales se están empañando a marchas forzadas, mientras su hermano jadea en silencio y respira aceleradamente a la vez que Patricia le devora la polla. Al otro lado, sus dedos buscan las profundidades del coño hambriento y empieza a follarla con ellos deteniéndose, en ocasiones en el esquivo botón. Nota como sus caldos resbalan sin contención de su vagina y teme que la inundación invada el asiento, de igual modo que se preocupa por el sonoro chapoteo de los dedos incursionando en el coño, así como los lengüetazos que ella le está aplicando a su polla. El olor a sexo invade el ambiente, pero está demasiado excitado para detenerse. Nota como la boca de Patricia aprisiona su falo más de lo normal y entiende el motivo cuando su mano percibe los espasmos de su sexo con una explosión de caldo que se desparrama. Patricia sigue aferrada al pilón de carne con su boca, de ese modo evita los gemidos, y cuando sus pulsaciones recuperan su ritmo, retoma la mamada hasta que la polla estalla sin contención en su boca. Javier se retuerce de placer y tiene que morderse la mano para evitar gritar de gusto, entretanto su verga sigue disparando la leche que su cuñada va tragando con glotonería. Al remitir la corrida, ella extrae la polla de su boca y paladea los restos de la amarga sustancia por segunda vez esa noche.
Javier se abrocha el pantalón y no encuentra palabras para describir lo ocurrido. Tampoco es necesario. Ella se incorpora un poco, se recuesta sobre su hombro y sigue durmiendo.
Al llegar a su destino, Patricia decide quedarse unos días porque dice que no está en condiciones de retomar el viaje y le da igual la insistencia que muestra Gregorio y su terquedad. Ella se queda y su marido toma la insensata decisión de marcharse para regresar a por ella en dos días, por lo que Patricia está más que encantada, sin mencionar la exultación oculta que invade a Javier.