Viaje de final de curso (12: acoso)

-ey Rosi, ¡cuanta gente eh!

Después del relato de Perpetua en la habitación se ha hecho hora de presentarse en la puerta del colegio. Tomamos nuestras mochilas y puntuales asistimos al punto común de encuentro con los profesores.

-Teocracio: bien chicas, ¿tenéis todas un poco de dinero? No voy a dejar ni un €uro a nadie.

-sí- -sí- -sí- -sí- -sí- -sí- -sí- -sí-

-Teocracio: pues vamos allí, recordad no separarnos hasta llegar al mercadillo. Cuando lleguemos estableceremos un punto y hora de encuentro. ¡En marcha!

Emprendemos el camino hacia el mercadillo y a mi me recuerda.. creo que fue el segundo, o tercer día, que también tomamos un camino a pie por Vigo. Pues algunas de las tiendas que encontramos están en la memoria fotográfica de mi mente. Los que el primer día me parecieron extraños Viguetanos, o Viguenses o como se les llame, ahora ya no me parecen tan raros. Los rudos rostros de los pescadores gallegos no dan el miedo del primer día, y ahora sabemos que por dentro son tan humanos como nosotras. Perpetua y alguna otra compañera se vuelve a embelesar ante el escaparate de una marisquería o pescatería. Yo siento que he cumplido el deber personal que tenía con Humberto, el salmón con que me lo hice ayer, uniendo mi alma a la suya; comiéndomelo ayer por la noche. No me siento culpable en absoluto pues hice todo lo que pude por él, al principio traté de salvarle, pero como vi que no era posible le di una muerte dulce. Y tan dulce que fue el plato especial que me preparó Braulio a mi petición, hizo especial esfuerzo de su dote de cocinero y me presento un salmón al horno relleno de almendra tostada y picada. Mientras me lo comía elevé un rezo al cielo para que Humberto estuviera bien, estuviera donde estuviera.

Las calles por donde transitamos están repletas de gente que se dirigen o proceden del mercado donde vamos. Gente con carritos de la compra o grandes bolsas en ambas manos. A medida que veo que nos acercamos, el tránsito aumenta hasta llegar a su punto culminante, cuando llegamos. Nos detenemos en el centro de una pequeña plaza en que hay un semáforo cuidando del tránsito rodado.

-Heriberto: aquí, este será nuestro punto de encuentro. Nos encontraremos aquí a las 13, para volver al colegio.

Es entonces que nuestra manada de colegialas se disipa y vamos hacia ambos lados del punto de encuentro; calle arriba o calle abajo. Pasamos ante una paradita de lencería y somos una docena que nos detenemos a curiosear. Rosita se compra un pack 3x2 de unas braguitas muy monas. Anastasia se compra algo bastante más atrevido; un conjunto de encaje negro al que inmagino puesto en ella, uhmm quien me mandaría hacerme heterosexual.

Mientras transitamos entre la muchedumbre, en puntos en que la gente se agolpa mucho, siento un par de veces una mano que me pellizca el culo. No le doy mucha importancia porque conozco los dedos que accidentalmente te rozan el trasero en algomeraciones humanas desde hace muchos años.

En una de estas aglomeraciones peró, la mano parece más atrevida, pues a la vez que mi caminar se ve impedido por la gente que obtura mi trayectoria, la mano no me toca y ya está, sino que se queda donde se puso, en mi nalga derecha. Me decido en hacer algo atrevido y, sin girarme, estiro mi mano hacia donde, fisiologicamente, se encontrará la entrepierna del propietario de la mano en mi nalga. Doy en el blanco, o eso creo porque el paquete que mi mano encuentra tras de mi no se alarma y sigue en su sitio a la vez que lo acaricio. Yo y mis compañeras estábamos avanzando en el atasco y ellas parecen haber llegado a la libertad, Fabiola se gira y me dice.

-Fabiola: eh Rosi, ¿qué haces, no vienes?

-Rosanna: seguir tirando, que estoy mirando una cosa, ya vendré.

Mi amiga Fabiola pone cara un poco rara, pero desecha el posible pensamiento que tuviera y se gira para continuar el paseo con mis amigas. Yo aún estoy en el tumulto de gente, con una mano en mi nalga y otra mía en el paquete de alguien que no veo. El paquete se ha endurecido a medida que lo acariciaba y ahora es un duro paquete con un gordo miembro viril dentro. La mano que estaba en mi nalga, ante mi reto se ha envalentonado y ahora me soba el chocho por detrás, entre las piernas. Yo debo estar poniendo cara de vicio y es que estoy gozando horrores con la morbosa situación. La mano constriñe con fuerza mi pucha haciendo tiritar mis piernas, eso me obliga imperativamente a meter la mano dentro de los pantalones de quien aún no he visto, y cascar la gorda verga que conocía de tacto fuera los pantalones. Es entonces que la situación se dispara y mi agresor aspira todo posible espacio que nos separara y se pega a mi espalda. El cúmulo de personas aún es denso y no creo levantar sospechas en nadie estando así de juntos. No quiero verlo, quiero que sea así y girando un poco la cabeza digo a alguien que no veo.

-Rosanna: adelante, métemela.

El agresor me baja un poco los pantalones por detrás y apunta el pene a mi orificio anal. Yo me muerdo la lengua y es que nunca me la han metido por ahí y sé que duele, lo único que no quiero es gritar aquí en medio. El agresor me toma de las caderas y empuja.

-Rosanna: .. mmm ...

Ha entrado un buen trozo pero el único lugar donde hay sangre es en mi boca, pues me he mordido la lengua. El agresor ahora me tiene en sus manos y sólo tiene que empujar un poco más para lograr su objetivo, romperme por detrás. Previsora me saco la cartera y me la pongo en la boca para, no hacer mi lengua más corta.

-Rosanna: .. mmmmmmm ..

Me la ha metido toda, y ahora no es sangre la que inunda mi boca, sino lágrimas que salen de mis ojos. Mientras el silencio lloro, el agresor empieza a cogerme a ritmo pausado, que no se note entre el gentío. El dolor del principio ha dado paso al placer que siempre hay tras un desvirgamiento y me siento una verdadera mujer, llena en todos sus colores.

-Rosanna: .. mm .. mm .. mm ..

De pronto el cúmulo de personas explota y se crean vías libres por todos lados que la gente usa para huir del montón. Yo no voy a quedarme follando en medio de un mercadillo y sin girar la mirada vuelvo a caminar, después de subirme los pantalones, hacia la dirección que iba antes de quedarme estacionada aquí. Sospecho tener la cara llorosa por lo que compro una botellita de agua en un estante y con ella me la limpio. Camino rápido para encontrar mis amigas cuanto antes, las vuelvo a encontrar ante una paradita de lencería juvenil.

-Perpetua: ey Rosi, ¡cuanta gente eh!