Viaje de Fin de Curso
Los viajes de fin de curso siempre son una experiencia inolvidable y más aún si visitan por primera vez zonas de tu anatomía aún inexploradas.
Aquí estoy de nuevo, dispuesto a compartir un pedacito de mi vida (sexual) con todos vosotros.
En los relatos hasta ahora habéis conocido a personas de relevancia en mi vida sexual, bien por su presencia en ella (Alex y Hugo) como por su relevancia (Kike). La persona que comparte hoy relato conmigo es de los segundos.
La historia transcurre durante mi segundo de bachillerato [Para los no-españoles, el sistema educativo español empieza a los seis y consta de seis años de educación primaria, cuatro de secundaria y dos de bachillerato que te preparan para la Universidad]. Fue, por así decirlo, el curso de mi gran despertar sexual. Aunque mis primeros pinitos sexuales fueron durante el curso anterior y perdí mi virginidad durante el verano que separaba ambos cursos, segundo de bachiller fue EL AÑO. El haber perdido mi virginidad me permitía disfrutar de mi sexualidad plenamente y al poco de empezar el curso me tiré a una compañera de clase. A otra en las vacaciones de navidad y, tras tontear un par de semanas, a una que conocí en el cotillón de Nochevieja. Hasta logré tirarme un par de veces a un chiquillo bastante mono que conocí en Marzo, tras un par de incursiones a los pocos locales de ambiente de por aquí.
Sin embargo, mi “zona trasera” aún no había sido visitada. No tenía especial interés ni me quitaba el sueño, era más bien curiosidad. Después de ver tanas pelis porno con tíos gimiendo mientras les daban por culo y de vivir en primera persona como gemían cuando les metía mi tranca, me provocaba cierta curiosidad saber qué se sentiría y si era realmente tan placentero, aunque el rol de sentirme subyugado o dominado no me llamase del todo (aunque, como bien sabéis si leéis mis relatos, he llegado a encontrarle el punto alguna vez). Por supuesto, alguna vez llevaba mis dedos hacia aquella zona y probaba, pero nunca nada mayor que mis dedos.
Ese año había llegado nuevo a clase de otro instituto un chico llamado Marcos al que le gustaba que le llamasen Mark. Era más o menos de mi estatura, tenía los ojos de color verde oscuro y unos rasgos agradables. No era exactamente guapo, pero había algo en él que llamaba la atención, que le hacía sobresalir un poco sobre el resto, a lo mejor eran sus labios, bastante sugerentes, o sus ojos, algo rasgados. Además, practicaba natación, con lo cual tenía un cuerpazo.
Mark y yo hicimos buenas migas en seguida, era un chico bastante extrovertido, juerguista y bromista, y pronto se apuntó a las veces que quedábamos los de clase para tomar algo.
Mark era homosexual y estaba bien fuera del armario y yo había salido el curso anterior, así que pronto hubo bastantes bromas (bienintencionadas) sobre nosotros. Nosotros respondíamos bastante bien a ellas, a veces incluso participando, pero nunca hubo ningún tipo de tensión.
Además, Mark se convirtió en mi primer amigo homosexual aparte de Kike y, puesto que nos sentábamos juntos en la mayoría de las asignaturas, hablábamos bastante de sexo. Así supe que él, al igual que yo, prefería dar que recibir y dominar que ser dominado y que era, igual que yo, virgen analmente.
Una noche de las que salimos, de estas que ya hacía buen tiempo y se podía comprar botellón y beber en la calle, acabamos enrollándonos. Estábamos pedo, empezamos con la tontería y un par de coñas, y acabamos cada uno con la lengua en la boca del otro. Fuimos yendo a más y acabamos en un portal, medio despelotándonos. Yo estaba a mil porque era el tío mas buenorro con el que me había liado hasta la fecha y a él se le notaba igualmente excitado. Pero claro, ninguno de los dos estaba dispuesto a recibir, así que acabamos la noche con unas mamadas de las que no tengo queja alguna.
Ninguno de los dos mencionó el hecho y tampoco surgió, así que seguimos como si nada, hasta que unos días más tarde me alcanzó a la salida del instituto.
— Pensaba que te ibas en la otra dirección.
— Sí, pero quería comentarte una cosilla así en privado y no me importa dar un rodeo.
— Pues tú dirás —dije, empezando a andar.
— Verás, es sobre… lo que pasó. La otra noche. Ya sabes, cuando nos enrollamos.
— Ajá.
— Es que… me dio… ¿pena? ¿rabia? Vamos, que me gustaría que hubiese ido a más. No a más en el sentido romántico, sabes que no busco pareja, sino en el sexual. Que tampoco tengo queja de tu mamada, eh, estuvo de puta madre, pero…
— Pero te hubiese gustado darme por culo.
— Sí, algo así —dijo, sonriendo—. Pero tampoco te lo pedí porque sé que no era justo teniendo en cuenta que ambos somos activos —suspiró—. La cosa es que… no me hubiese importado si me hubieses dado tú a mí, o si hubiésemos alternado. Quiero decir, con los chicos con los que he estado siempre soy yo el que está en control y lleva las riendas, pero contigo es como que íbamos los dos a pares, que los dos íbamos controlando, ¿sabes? Como que eras mi igual. Y en esa situación… bueno, eso, no me importaría alternar y recibir un rato y tal… Pero soy virgen, entonces… bueno, eso. Si no fuese virgen te lo habría sugerido, pero… bueno, eso.
Le entendía bastante, le entendía porque yo me había sentido prácticamente igual, más que llevar la voz cantante parecía que ambos nos compenetrásemos, que ambos íbamos a la par. Y las ganas de más también las tuve. Y, aunque en aquel momento no quería admitirlo por algún extraño orgullo de machito, no me habría importado nada que me hubiese dado por culo.
— Va. Pero oye, sin ánimo de sonar borde… ¿para qué me cuentas todo esto?
— Espera, que va por partes. La cosa es… bueno, nunca te he contado como perdí la virginidad pero fue borracho con un tío que había conocido la semana anterior y con el que sólo me había liado un par de veces. Y en cierto modo me arrepiento. No me arrepiento de perder la virginidad, pero sí que me hubiese gustado que fuese más… especial. O al menos con alguien cuyo recuerdo fuese a conservar más allá de que es el tio con el que follé por primera vez. Y no quería que la única “virginidad” que me queda fuese en un portal estando medio pedo también.
— ¿Me estás sugiriendo…?
— Que nos acostemos. Otra vez. Y lleguemos hasta el final. Quiero decir… me caes bien, te aprecio bastante y me pones. Y creo que sexualmente funcionamos bien, o al menos el otro día funcionábamos. Y algún día tendré que perderla, porque, la verdad, entre tú y yo, tengo cierta curiosidad, y cuanto antes mejor… Y eso.
Me hizo gracia porque después de soltar todo esto parecía ligeramente avergonzado, evitando mirarme, y era muy gracioso en él, que nunca había dado la menor muestra de vergüenza o timidez y que siempre hablaba tan alto que parecía que se había tragado un megáfono. Así que me reí.
— ¡Pero que no te rías! —fue su reacción, dándome un puñetazo—. Sabía que tendría que haberme callado.
— No, no. Es que me ha hecho gracia lo tímido que parecías de repente. Pero sí, sin problemas. Lo único que no me queda claro es… ¿me estás pidiendo que lo haga yo también?
— Sí y no. A ver, no digo que yo reciba sólo si tú recibes, yo te ofrezco mi culo sin más… pero me sentiría más cómodo si tú luego me dejases darte a ti.
— Bueno, como tú dices, alguna vez tendré que probarlo… y además estaríamos en igualdad de condiciones.
— ¿En serio? —me preguntó, sonriendo, a lo que asentí— ¡Genial! He pensado que podríamos intentarlo en la excursión de fin de curso. Si hay alguna habitación doble la cogemos y si no, ya nos las apañaremos. ¿Te parece?
Me parecía, así que un par de semanas más tarde, a mediados de Abril, cuando montamos en el avión camino a nuestros últimos días de fiesta antes de ponernos a estudiar para los finales y la selectividad, que aquel viaje tendría, como mínimo, un motivo para ser recordado.
La mayoría de las habitaciones eran dobles o triples y no tuvimos problema en pillar una de las dobles para nosotros (con sus respectivas coñas sexuales por parte de nuestros amigos, a las que nosotros sonreíamos porque sabíamos que eran ciertas). Hablamos del tema nada más llegar a la habitación, me enseñó el lubricante que había comprado (yo me encargaba de los condones) y un consolador que le había cogido a su hermana “para que calentásemos”. No decidimos cuándo iba a tener lugar, pero tampoco lo vi(mos) necesario.
La primera noche, el plan general era salir a reconocer la zona e ir “de tranquis” para ya ponernos a beber y festejar en serio las otras cuatro noches. A las tres ya estábamos de vuelta al hotel tras haber tomado unas cervezas y Mark anunció que se iba a dar una ducha. Yo saqué el portátil y me metí en un par de redes sociales y páginas de humor mientras esperaba a que me viniese el sueño. En boxers, porque para ser Abril hacía un calor exagerado. Es lo que tiene Grecia, supongo.
Mark salió de la ducha cubierto por un albornoz desabrochado y nada más. Me excitó bastante verle así, además de que a mí los chicos me gustaban depilados y ninguno de los que había estado lo estaban (él se depilaba por la natación). Y bueno, porque estaba muy bueno también, para que negarlo.
Se quitó el albornoz y se tumbó en su cama (eran dos separadas, pero las habíamos juntado), boca abajo, mientras yo seguía a lo mío. Al verle salir desnudo de la ducha pensaba que quería que follásemos ya, pero puesto que no había dicho nada, yo tampoco lo hice, si bien mi cerebro empezaba a fermentar la idea de proponérselo yo.
Se arrimó a mí, colocando la cabeza de modo que pudiese ver la pantalla, mientras las yemas de sus dedos empezaban a acariciar mi pierna. Le miré y me devolvió una sonrisa así que, captando su sutil indirecta, bajé la tapa del portátil, dejándolo sobre la mesilla, y me incliné para besarle.
— ¿Quieres hacerlo ya? —pregunté, haciendo una pausa. Él se limitó a asentir.
Me tumbé a su lado para tener una postura más cómoda y volví a besarle. Colocando mis manos sobre su piel y empezando a recorrerla. Era algo mejor que la primera vez que nos habíamos enrollado, puesto que no había alcohol de por medio y los dos sabíamos a lo que íbamos. Su mano se situó igualmente en mi cintura, recorriéndola primero hacia arriba y luego hacia abajo, hasta toparse con la tela que me cubría.
— ¿No te parece un tanto injusto que tú aún lleves calzoncillos mientras que yo estoy desnudo? —dijo, con una sonrisa juguetona, rodeando con sus dedos la goma.
— Eres tú el que se ha presentado en mi cama desnudo, no me culpes a mí —dije, con el mismo tono y sonrisa, apartando su mano de mis bóxer y dejando claro que iban a quedarse puestos hasta que yo decidiese.
Aquel juego, aquella complicidad, era nueva para mí. Cierto es que con Kike la podía tener, pero estábamos tan nerviosos que no hubo tiempo de mostrarla. Me gustó la sensación, diferente respecto a mis otras relaciones, de tener ese jugueteo con la otra persona, la confianza. Aquel juego de poder sobre quién de los dos iba a mandar durante el acto cuando ambos sabíamos que íbamos a jugar como iguales.
Ante la negativa de quitarme la poca ropa que me quedaba, metió la mano dentro de ella, agarrándome por las nalgas y acariciándolas mientras me apretaba contra él. La postura, ambos tumbados de lado, no dejaba mucha libertad de movimiento, pero con la mano que pude recorrí hacia abajo su torso, deleitándome con los músculos que se definían en este, bajando hasta el único remanso de vello que había en su cuerpo, en que había sobre su pene, y rodeando luego este, moviendo mi muñeca para subir y bajar por él.
Le sentí gemir junto a mi boca, aumentando la intensidad de nuestro beso, introduciendo con fuera su lengua en mi boca, explorando cada rincón, intentando conquistar. Moví mi mano alrededor de su cadera y agarre su nalga, presionándole contra mí y pasando mis dedos por la línea entre ambas nalgas, buscando su ano.
— Cómo me pone que estés depilado.
— Cómo me pone que seas moreno —respondió, a lo que me reí, separándome un poco y enarcando una ceja.
— ¿En serio?
— ¿No lo sabías? —me preguntó, apoyándose en su propio codo—. Mi prototipo de chico es moreno de ojos marrones, pero hasta ahora sólo me había liado con rubios.
Reí nuevamente y volví a inclinarme sobre él, juntando nuestros labios y aprovechando la iniciativa para ser yo el que se adentrase en su boca, marcando la fuerza y la intensidad.
— Oye —me preguntó, entre beso y beso—, ¿alguna vez has hecho un beso negro?
— Sí, ¿por?
— Por si no te importaba… para ir relajándome y eso.
— Por supuesto —dije, mordiéndome el labio mientras me inclinaba sobre él para besarle de nuevo, aprovechando mi llegada para inclinar su cuerpo hacia atrás y rodar hasta quedar sobre él. Él aprovechó esta situación para llevar ambas manos a mis nalgas, masajeándolas, agarrándolas.
— Joder que ganas tengo de follarte.
Le silencié besándole nuevamente mientras mis manos se plantaban en su pecho. Mordí su labio antes de dejarle entrar en mi boca nuevamente.
Estuvimos un buen rato en ello, ninguno de los dos teniendo excesiva prisa. Yo personalmente estaba disfrutando del primer polvo tranquilo en mucho tiempo, el primero que no era tan intenso que se consumía a toda velocidad, sino que ardía lentamente.
Finalmente, abandoné su boca para dedicarme a besar y morder su cuello. No era muy de gemir, pero un par de jadeos escaparon de su boca. Continué por su clavícula, bajando por su esternón y dedicando algo de tiempo a cada uno de sus pechos, recorriéndolos tanto con mis labios como con mis manos. Bajé luego por su abdomen, perfilándolos con la lengua, besándolos, acariciándolos. Desperdicié (o aproveché) un buen tiempo recorriendo su tronco entero con mis labios antes de, cuando menos se lo esperaba, meterme su polla en la boca y empezar a mamársela.
El factor sorpresa tuvo el efecto deseado y le oí emitir un gemido ahogado. Decidí subir mi mano por su torso, disfrutando del contacto de los músculos de su torso en mis dedos mientras la otra me ayudaba a proporcionarle placer acariciando sus bolas y el tronco de su polla. Me gustaba, no era grande, más bien normalita, pero recta y cabezona, con las venas marcadas, daba gusto acariciarla y metérsela en la boca, saborearla, recorrerla con la lengua y los labios. Llamadme raro pero no soy excesivamente fan de las pollas grandes.
Él acariciaba mi cabeza sin presionarme, lo cual me molaba. Le miré mientras se la chupaba, y me devolvió la mirada con sus ojos verdes, entrecerrados de placer, al igual que la boca, de la cual seguían escapando jadeos.
Jugaba con su glande, rodeándolo con mis labios mientras mi mano subía y bajaba por su tronco, mordiendo suavemente la piel del prepucio, retirándola y describiendo círculos con mi lengua, lamiendo el frenillo y luego volviendo a metérmela toda en la boca. Situando mi lengua en la base y luego volviendo a subir.
No fue una mamada rápida de estas que más bien parecen una paja con los labios, sino una mamada en condiciones, lenta, de mi lengua y mis labios recorriendo su tranca de arriba abajo. Hasta que consideré que había tenido suficiente y me separé, dándole un golpe en la pierna.
— Date la vuelta, campeón.
Fue obediente y lo hizo, quedando bocabajo y dejando su culo a mi vista. Agarré sus nalgas mientras me mordía el labio del gusto que me daba mi primer culo depilado y las separé, visionando mi objetivo, el segundo ano virgen de mi vida. Y aquel tenía cierta gracia especial.
Cómo podéis imaginar, no hace falta que lo diga, yo tenía la polla tan dura que prácticamente iba a reventar los bóxers.
Dejé caer un poco de saliva de mi boca a su ano y la extendí con el dedo. Noté su nerviosismo en la tensión que tenía concentrada en la zona, con el esfínter apretado, así que me dejé caer sobre él para alinear mi boca con su oído y susurrarle.
— Relájate, Mark —le dije, antes de morderle el lóbulo y besarle el cuello—, si no tienes la zona relajada mal vamos.
Bajé por su columna con besos hasta llegar a donde la espalda pierde el nombre, donde volví a separar sus nalgas con mis manos e introduje mi lengua, empezando a acariciar la zona con ella. Noté poco a poco como se relajaba, tanto él como su esfínter, y como la presión y caricias de mi lengua y mis labios sobre su ano empezaban a hacer salir jadeos de placer de su boca.
Acerqué un dedo a la zona y no sé si por la impresión o por qué, volvió a tensarse, así que tuve que decirle nuevamente que se relajase y acariciar la zona con la yema de mi dedo y mi lengua hasta que volvió a relajarse y pude introducirlo. Le oí ahogar la respiración mientras mi dedo entraba y exhalar una vez estuvo dentro. Procedí a sacarlo, dar un par de lametones y volver a meterlo.
Empecé a masturbarle el culo con mi dedo despacio, esperando a que se adaptase y aplicando saliva de cuando en cuando. Cuando me pareció que estaba lo bastante relajado y que mi dedo entraba y salía sin problemas, metí otro. Continué masturbándole, escuchando sus jadeos y siguiendo aplicando saliva para facilitarlo.
— Apoya las rodillas y levanta ese culo —le pedí, mientras yo iba a su maleta a sacar el consolador de su hermana y le aplicaba un poco de saliva.
Lo coloqué en la entrada de su recto y empecé a ejercer una leve presión mientras hacía círculos con mis muñecas, una vez metí la punta, continué empujando despacio mientras lubricaba con saliva.
Cuando llevaba aproximadamente la mitad lo saqué, volví a extenderle saliva y lo metí con algo más de decisión, intentando que esta vez entrase un poco más.
Me tomé mi tiempo, claro, no queríamos hacerlo mal ni con prisas, así que estuve unos cuantos minutos masturbándole con el consolador, al principio muy despacio y con cuidado, aumentando el ritmo cada vez, hasta que vi que más o menos entraba y salía sin problemas, momento en el que lo metí casi hasta el final.
— Creo que ya está listo para mi polla, pero antes…
Dejando el consolador dentro de él, me dirigí hacia donde estaba su cabeza y me bajé el bóxer lo justo para que mi verga saliese.
No necesité pedírselo, él abrió la boca y se tragó mi tranca entera, sacándola luego despacio y deteniéndose en el glande antes de volvérsela a meter, succionando, acariciándola con su lengua y sus labios.
No le dejé mucho, claro, yo ya sabía como la chupaba, mientras que había otras partes de su cuerpo que no había explorado aún y que estaba deseando, así que cogí un condón, me lo puse, y cogí el lubricante. Lo extendí por el condón y, una vez saqué el consolador, por su ano.
Coloqué la punta de mi verga en su ano, él estaba apoyado en los codos y rodillas, con el culo alzado. Y empujé. Gracias al consolador entró sin ninguna dificultad y le oí perfectamente gemir una vez la metí entera. Me incliné sobre él para besarle el cuello y susurrarle al oído nuevamente.
— Me encanta tu culo.
— Pero ahora no te emociones y me des muy fuerte, cabrón.
Me reí y le besé el cuello y la nuca mientras movía las caderas para sacarla y volverla a meter. Empecé a follarle despacio, con cuidado y sin dejar de besarle el cuello, que para él (igual que para Alex) era una zona muy erógena y así distraerle del dolor que pudiese llevar su desvirgación.
Al poco tiempo pude aumentar el ritmo hasta alcanzar una cadencia más rápida. Veía su cara apoyada contra las sábanas, mordiéndose el labio mientras emitía bajos gemidos de placer que sonaban desde su garganta.
— ¿Te gusta? —pregunté.
— Sí —suspiró, mientras llevaba una de sus manos a su polla y la otra a mi cintura—, sí joder.
Le besé nuevamente bajo la oreja antes de colocar ambas manos en sus caderas mientras volvía a aumentar ligeramente el ritmo de mis caderas, follándomelo hasta que consideré oportuno parar para no correrme y la saqué despacio, disfrutando de mi último contacto con su culo.
Tras unos segundos sin volverla a meter, se giró a mirarme y al verme parado y jadeante me agarró del cuello y tiró de mi hacia abajo, besándome.
Rodamos hasta que quedó él encima y se sentó sobre mi vientre, besándome nuevamente, con más fuerza y más pasión que antes, como una llama extendiéndose. Me beso la boca, el cuello, el pecho y volvió a invadir mi boca con una ferocidad que no había visto aún en él.
— Joder, ha sido cojonudo —me dijo, levantándose, me di cuenta de que me tenía sujeto por las muñecas, presionándome contra la cama—, y ahora te toca a ti —dijo, ensanchando la sonrisa que ya mostraba—. Una pena que seas virgen porque de lo que tengo ganas es de metértela de golpe.
— Ni se te ocurra.
— Tranqui —me contestó, sonriendo, antes de besarme nuevamente y bajar su mano por mi torso hasta introducirla en mis bóxer, evitando mi polla y bajando hasta alcanzar mi ano, acariciándolo con sus dedos.
Se irguió, agarrando la goma de mis calzoncillos y bajándolos por mis piernas, se deshizo de ellos mientras me miraba mordiéndose el labio y con sus ojos verdes brillando de lascivia. Alzó mis piernas y acarició mi culo con su lengua, centrándose en mi ano.
No puedo resaltar que me gustase especialmente, pero tampoco me desagradó. Era agradable, más que placentero, pero me sirvió para relajarme, aliviar tensión y quitarme de encima el nerviosismo. Cuando quiso introducir el dedo, este entró sin problemas y arrancó un gemido de mi garganta, cuando este empezó a entrar y salir sin problemas de mí, metió el segundo, con algo más de dificultad, pero tras un rato entraban y salían ambos sin dificultad.
Cogió el consolador, le aplicó algo de saliva y lo puso en mi mano.
— Mastúrbate para mí.
Se reclinó sobre las almonadas, sin apartar la vista de mi y me dio muchísimo morbo tenerle ahí, desnudo, mirándome y con la mano en su polla preparada para cuando empezase.
Lo llevé a la entrada de mi ano y empecé a introducirlo despacio. Dolía un poco, pero menos de lo que me esperaba. Cuando lo tuve dentro, lo dejé mientras respiraba hondo antes de volver a sacarlo y apliqué algo más de saliva. Volví a meterlo, despacio. La sensación no era del todo desagradable pero tampoco me convencía del todo. Empecé a intentar sacarlo y meterlo, pero tenía que ir despacio y aplicar saliva de vez en cuando.
Al cabo e un par de minutos, el dolor había desaparecido casi del todo y la sensación me era más agradable. Qué coño, me estaba gustando. Empecé a masturbarme con el consolador a más ritmo, mientras me agarraba los huevos con la otra mano para no pajearme y acabar pronto mientras miraba a Mark, cuyos ojos verdes estaban clavados en mi, su boca en una sonrisa entreabierta y su mano subiendo y bajando por su polla.
En un momento dado, de un venazo, se abalanzó sobre mí y me quitó la mano del consolador, cogiéndolo y empezando a masturbarme con él algo más rápido. Yo lo único que supe hacer fue gemir y él se inclinó para callarme con un beso que fue bajando poco a poco a mi cuello, por mi torso, a mi glande y, finalmente, a mi culo.
Sacó el consolador y empezó con otro beso negro que me resulto más placentero que el anterior, antes de volver a meter el consolador que ya entraba sin problemas. Empezó a masturbarme con él otra vez y yo lo único que pude hacer fue jadear mientras agarraba con fuerza las sábanas.
— ¿Puedo follarte ya?
Como respuesta, me levanté, besándole y aplicando fuerza para obligarle a caer hacia atrás, sentándose con la espalda medio apoyada en el cabecero. Cogí un condón y se lo puse como pude dejando de besarle lo justo y necesario para colocarlo bien. Después cogí el lubricante, eché un poco en su glande y lo extendí con mi mano, masturbándole mientras le decía.
— Mañana pienso comerte la polla hasta desayunarme tu semen.
Y después, apliqué algo más de lubricante en mi ano, me coloqué sobre él y me senté sobre su tranca.
Entro de una y prácticamente sin dolor, una vez estuvo dentro le miré a los ojos.
— Y ahí va mi virginidad anal.
— Era lo justo —respondió, colocando ambas manos en mis nalgas—, la tuya por la mía.
Empecé a mover las caderas y usar sus hombros como punto de apoyo para cabalgar bien su polla. La posición que teníamos me permitía marcar el ritmo y llevarlo todo bajo mi control, así que estaba siendo más placentero de lo que esperaba. El poco dolor que había desapareció enseguida y entonces empecé a disfrutarlo de verdad. Empecé a aumentar el ritmo en el que su verga entraba y salía de mí, jadeando a destiempo con Mark. Agarré de los pelos de su nuca y tiré hacia atrás, levantándole la cabeza y extendiendo su cuello para besarlo y lamerlo a mi gusto. Noté vibrar su garganta mientras le arrancaba un par de gemidos.
Contraatacó. Tan pronto como solté volvió a bajar la cabeza, clavando sus ojos encendidos en los míos y se impulsó hacia adelante, haciéndome rodar hacia atrás hasta quedar recostado en la cama con las piernas alrededor de su cintura. Su polla se había salido pero pronto la metió de nuevo, de un golpe. Arrancándome otro gemido mientras él mismo abría la boca de placer, dejando escapar jadeos mientras empezaba a aumentar el ritmo al que me follaba.
Pronto estuvimos los dos gimiendo más alto cuando empezó a follarme de un modo mucho más bestia. Veía sus músculos tensos mientras me penentraba con los brazos extendidos a ambos lados de mi cabeza y sus ojos verdes fijos en mi cara. La subí para encontrarme con sus labios, besarlos y morderlos.
Me encantaba el sudor, el tacto de su cuerpo junto al mio, el ritmo de su tranca entrando y saliendo de mí, el sonido de nuestros jadeos y el recuerdo de los gestos que hacía.
El problema es que tan pronto como empezó a follarme mi mano se dirigió a mi polla para masturbarme y no aguanté mucho hasta que me sobrevino un orgasmo como nunca antes había tenido y soltaba mi gemido más intenso hasta la fecha. Arqueé la espalda, prácticamente aullé y tensé todo mi cuerpo de lo intenso que fue correrme mientras su polla atravesaba mi recto y masajeaba mi próstata.
Me quedé prácticamente quieto, jadeando y controlándo la respiración cuando bajó la cabeza para besarme y hablarme al oído.
— Joder como has estrechado el culo cuando te has corrido.
Noté como su polla salía de mi y se irguió, quitándose el condón y empezando a masturbarse. Lo vi menear su verga con el cuerpo erguido ante mí, sudoroso y me pareció la cosa más sexy del mundo.
Pronto contrajo la cara, aumentando el sonido y ritmo de sus gemidos hasta que eyaculó sobre mí, mezclando su semen con el mío en mi abdomen y pecho. Jadeó un par de veces mientras me miraba y después bajo hasta el bajo de mi abdomen y empezó a limpiarme de lefa con su lengua, lamiendo cada centímetro de mi tronco hasta dejarlo todo limpio de semen y reluciente de su saliva.
Se dejó caer sobre mí, acercando sus labios a los míos y besándole. Aún tenía algo de semen en ellos, pero lo compartí gustoso. Estuvimos besándonos y acariciándonos un buen rato, recorriendo nuestros cuerpos, nuestros sexos y nuestros culos mientras nuestras lenguas se exploraban, oliendo a sudor y a semen, hasta que se separó de mí.
— ¿Te apetece que nos duchemos juntos?
Obviamente, la respuesta fue afirmativa y la ducha fue larga, con más besos y caricias en ella, hasta que salimos, nos secamos y nos acostamos desnudos.
A la mañana siguiente nos perdimos el desayuno porque una vez sonó el despertador a él le costaba un tanto levantarse así que decidí estimularle un poco cumpliendo mi promesa de la noche anterior y acabamos con un 69 en el que cada uno terminó en la boca del otro.
Aquella, por suerte o por desgracia, fue nuestra última práctica sexual, tanto en el viaje como después. Mark y yo seguimos en contacto y somos buenos amigos, nos vemos a menudo y hablamos bastante, pero nuestra amistad no pasa de eso, amistad.