Viaje de estudios (4)
Relato de las aventuras sexuales durante el viaje de estudios del curso pasado contado por Quique, profesor de Educación Física (Día 2, noche): Quique se suma al botellón en la playa
La cosa se tranquilizó en lo que restó de visita por Barcelona. Todos estábamos un poco cansados de patearnos la ciudad y la vuelta en el autocar fue de lo más tranquila: auriculares para escuchar música, caras y piernas cansadas, poco más. De hecho, tras la cena los chicos parecían fundidos, pero nada más lejos de la realidad: ya digo que cuando cae el sol las pilas de los nenes se recargan. Las mías también, claro. A las diez de la noche nos fuimos a cenar.
Josep, el conductor, en la práctica era un profesor más, con su propia habitación y cenando con nosotros. No tardé en darme cuenta de que la visión de Ainhoa sin sujetador le había enardecido, porque sólo parecía tener ojos para ella (cuando no había ninguna alumna cerca, que entonces no se cortaba en repasarlas visualmente).
Agustín se había negado a que hoy hubiera también discoteca y como era lunes y al día siguiente íbamos a Port Aventura, los chicos tampoco insistieron mucho, aunque a mí me sorprendió bastante que se rindieran sin luchar. Imaginaba que durante la visita a Barcelona se habrían encargado de comprarse alcohol y costo y tendrían la fiesta en casa, como quien dice. También pesaba la amenaza de que a quien tuviera que llamar la atención esa noche se quedaba con él sin parque de atracciones. Casi todos los chicos estaban hasta las narices de él. Igual que yo.
De todas maneras, tanto conformismo me mosqueaba bastante. Como no podía contar con Ainhoa, que tenía que cumplir su promesa de satisfacer a Mariano, no hice planes con ella y, por supuesto, me escabullí de Agustín. A pesar del cansancio, no me apetecía quedarme en la habitación, por lo que me dije que daría una vuelta por los alrededores.
Me duché, me puse una camisa, unos pantalones elásticos, los zapatos, me puse gomina, me perfumé. Durante todo este tiempo (media hora, una hora) no oí ningún jaleo, y eso me parecía casi un milagro. Al salir, ya cerca de las once y media, me encontré con Lorena (que levantó las cejas al verme), que, en efecto, no estaba muy arreglada. Aun así, traté de indagar:
–Mira que me extraña que no os resignéis a no tener marcha esta noche –le dije antes de que se metiera en su cuarto.
–Vosotros tranquilos, profes, que no vais a escuchar nada –y se rio.
–O sea que Agustín podrá dormir tranquilo.
–¡Ya te digo! Bueno, profe, te dejo.
–¿Con quién estás?
Lorena es una chica muy divertida y locuaz. Me extrañaba que quisiera despacharme tan deprisa (estaba a punto de cerrarme la puerta en las narices) cuando otras veces me cuenta vida y milagros de cuanto acontece.
–Con Susana y Natalia.
–¿Puedo entrar a echar un ojo? Me tenéis un poco intrigado.
Como estaba con la puerta entreabierta, dudó un poco, pero al final preguntó metiendo la cabeza en el interior de la habitación si estaban visibles y dentro dijeron que sí. Saludé a Susana y a Natalia, que escondieron de inmediato algo.
–Ya decía yo que os conformarais sin más –y me reí.
Creo que eso relajó la tensión. Susana me confesó que iban a irse de botellón a la playa, que ya algunos estaban allí. Las otras dos chicas le dijeron que se callara, pero Susana dijo que yo era de confianza. Les prometí que no diría nada y que a lo mejor me pasaba. Me contaron que saldrían por los balcones, pasándose al de los chicos, donde una cañería facilitaba el descenso.
–Tenéis que tener cuidado al volver.
Pero lo tenían todo pensado, me explicaron que a la vuelta se pasarían por la parte trasera, donde es más fácil trepar. El plan de la evasión no tenía ningún fallo. Pregunté si iban todos, pero me dijo que no, que algunos, los más alejados a la habitación de Agustín, se quedarían jugando al póker y algunos otros iban por su cuenta. Irían a la playa unos veintipocos.
–Vente ya con nosotras –me propuso Lorena.
–Vale, pero yo salgo por la entrada, que puedo.
Me reuní con ellas en la parte trasera. Llegar luego hasta la playa era algo sumamente sencillo, pues la teníamos a doscientos metros. De todos modos, caminamos un trecho, hasta una cala bastante recogidita. Ya digo que lo tenían todo previsto.
Cuando me vieron, algunos se cortaron un poco, pero otros no. Tenían un par de manteles de plástico sobre las rocas y ahí una colección enorme de botellas de ron, de whisky, de vodka y de tequila. Vasos de plástico a centenares y varios móviles sonando a todo trapo. La cosa parecía un poco parada, pero imaginaba que todo se debía a que el alcohol aún no había corrido mucho.
Estuve hablando con el grupito de Tatiana y Alejandra, pero creo que al ser profe y la novedad, estaban todos demasiado pendientes de mí. Era una pena, porque Tatiana estaba fabulosa con el pareo que dejaba todo a la imaginación. Con tanta gente alrededor no le podía dedicar toda la atención que me hubiese gustado. Además, estaba rodeada de moscones.
De todos modos, era difícil disfrutar de las vistas: estaba todo bastante oscuro porque la luz de las farolas del paseo marítimo pillaban un poco lejos y las luces de los móviles no eran suficiente. Si no fuera porque la luna estaba casi llena, no se vería tres en un burro.
Acepté todo lo que me ofrecían y cogí ese puntillo que me acercaba a la borrachera, por lo que empecé a denegar las invitaciones de llenarme mi vaso. Si habitualmente soy bastante desinhibido, con más alcohol en mis venas de lo que tolero (que suele ser bastante), lo estaba aún más. Me lo estaba pasando genial.
Pronto me di cuenta de que la gente se iba dispersando. Los grupos se reducían y las botellas iban personalizándose, por así decir. Se ve que no era el único que quería tentar a Tatiana, a quien perdí de vista enseguida. Katerine no estaba, así que me dije que esa noche rompería la racha que llevaba durante el viaje, aunque pronto el grupito de Susana me dio cobijo. Ellas iban de tequila, lo cual agradecí porque me estaba viendo abocado a un grupo de chicos.
El ambiente pasó a ser una fiesta casi descontrolada. Habían empezado los juegos subidos de tono: algunos estaban tonteando en el borde de la costa (y algunos atrevidos incluso se estaban bañando a pesar de que el agua a esas alturas del año y más a esas horas el agua debía de estar gélida) quitándose casi toda la ropa; algunas parejitas se alejaron detrás de las rocas, que separaban otra cala pequeña, para una mayor intimida; y se formaron dos grupos de 7 u 8 personas, uno en torno a una pequeña fogata que habían conseguido encender jugando al típico juego de la botella y otros, algo más separados, donde yo me incluí, que propusimos jugar al juego del “Yo nunca” (“Yo nunca he bebido alcohol”, por ejemplo; y quien haya bebido tiene que beberse un chupito).
Aunque íbamos a empezar con la típica versión de los chupitos, Alonso propuso que se levantase la mano y que el castigo consistiese en otra cosa más entretenida: quitarse una prenda si había muchos que deberían beber u obedecer la orden de quien había dicho la frase si sólo una persona tendría que beber. Si el que pregunta ya había hecho lo que decía, ahí sí que tendría que beber. Aunque alguna chica puso objeciones, como Natalia o Pamela, al final conseguimos convencerlas. Menos mal que no íbamos a beber más, porque si no me hubiese tenido que llevar a alguien al hospital por coma etílico.
Estábamos bastante parejos: de chicos, Alonso, un repetidor grandote, de pelo corto y de punta, con camisetas heavy; Pedrito, un chico bajo, con bastantes granos, pero que iba al gimnasio y por eso optaba por camisetas para marcar musculatura; Adrián (Adri), rubito, resultón, el más delgado y el más arregladito (aparte de mí); y yo. Y de chicas, Lorena, de pelo castaño, habitualmente ondulado pero que se lo había planchado, de mediana estatura (metro sesenta y cinco), delgadita, con unos shorts vaqueros y una camiseta ceñida; Natalia, más bajita, con un tipo poco proporcionado (por la escasa cintura), tirando a gordita, con pantalones cortos y una camiseta de tirantes con un buen escote que dejaba a la vista la mitad de sus tetas grandes; Susana, de pelo negro, de similar estatura que Lorena, no tan delgada, y con mucho más pecho, un pecho exagerado para su altura y su peso, y que no ocultaba ni con camisetas no muy escotadas como la que llevaba; por último, Pamela Diana, una venezolana también bajita, finita, pero con una cara bastante bonita, o al menos favorecida por la justa aplicación de maquillaje, llevaba un vestidito con estampado muy propio para ir a la playa.
Empezó Alonso:
–Yo nunca he besado a un chico.
Las cuatro chicas levantaron la mano.
Alonso les propuso como castigo que se quitaran la camiseta. Entre los silbidos del propio Alonso y Pedrito, las cuatro chicas, tras protestar Lorena y Natalia, se quitaron sus camisetas. Lorena tendría un sujetador violeta de talla 85, bastante escaso pese a ser push-up; Natalia, que estaría en torno a la 100, ofrecía un sostén negro bastante levantado que dejaba a la vista una superficie redondeada muy apetecible; el sujetador blanco de lunares negros de Susana apenas daba de sí y las aureolas sonrosadas se entreveían un poco: si no tenía más de 110, le faltaría poco; y Pamela Diana, con un sujetador verde, andaba a la par de Lorena, aunque destacaba su sexy piercing en el ombligo.
Le tocó el turno a Lorena y repitió la operación de Alonso, pero al revés, claro, así que levantamos las manos los chicos y, sorprendentemente, Pamela Diana, que tuvo que justificarse diciendo pícaramente que había que probar de todo. Dejó un poco parada a Lorena, pero reaccionó y sintiéndolo mucho por ella, dijo que tendríamos que quitarnos los pantalones.
Alonso, Adri y yo teníamos slips (el mío tipo calzón, pero ajustado); los dos primeros andaban un poco empalmados y sus paquetes abultaban más de la cuenta; encima el de Alonso era blanquecino y estaba algo mojado en la punta, con lo que las chicas alternaron silbidos y burlas; Pedrito llevaba unos bóxer que pese a ser más holgados, también evidenciaban su erección. Por su parte, Pamela Diana dejó a la vista un tanga granate de hilo que apenas tapaba nada por detrás, aunque el triángulo delantero era suficiente para taparle la rajita.
Le tocó el turno a Pedrito:
–Yo nunca he jugado al strip poker.
Aquí sólo levanté yo la mano, ante las risas de casi todos. Pedrito no sabía qué castigo imponerme, aunque las cuatro chicas le jaleaban indicándole que me tuviera que quitar la parte de arriba. Alonso le susurró algo al oído y pareció gustarle más su propuesta:
–Quique, tienes que comerle los morros a Pamela.
–Durante al menos un minuto –apostilló Alonso.
–Sin problema –dije yo, y me acerqué con decisión a Pamela, que estaba expectante.
Con una mano le sujeté la nuca y la otra fue hacia su cintura (también desnuda). Acerqué mi boca lentamente y mis labios cerrados primero se posaron en los suyos, pintados y cálidos. Abrí los míos obligándole a lo mismo a Pamela, y ahí metí mi lengua; aunque ella al principio tardó en reaccionar, pronto sacó la suya y las entrelazamos; cerré mi boca obligando a la lengua de Pamela a buscar de nuevo la mía, y no tardé en abrirla; succionábamos con ansia y pronto abríamos y cerrábamos los labios sincronizando nuestros movimientos; se podía oír perfectamente el entrechocar de nuestras lenguas y nuestras salivas. La mano de la nuca se la masajeaba y la de la cintura iba avanzando hacia sus nalgas…
Susana y Lorena nos tuvieron que separar.
–¡¡Uhhh, cómo ha subido la temperatura!! –dijo Natalia, riéndose.
–Mirad, por fin la polla del profe ha despertado –indicó Adrián.
Me había excitado con aquel beso, en efecto. Susana no evitó un sonoro suspiro. Las demás se hicieron la boca agua. Antes de volver a mi posición, le guiñé el ojo a Pamela.
–Me toca –dijo Natalia–. Yo nunca… he sido infiel.
Levantamos la mano Adrián y yo. Sin dudar, el castigo que se nos impuso fue quitarnos la parte de arriba. El pobre Adrián quedó un poco en mal lugar en comparación conmigo. Mientras que a él se le marcaban las costillas, a mí se me marcaban los abdominales.
–Ahora voy yo –se repuso de inmediato Adrián–. Yo nunca… he tenido fantasías eróticas con mi profesor.
Aquí levantamos todos las manos y Adrián bebió un trago, por lo que Adrián propuso que nuestro castigo fuera desnudarnos por completo. Pronto nos quitábamos la ropa, aunque algunos ya estábamos medio desnudos. Las chicas volvieron a quejarse, pero el asunto iba bastante avanzado y habíamos bebido demasiado como para pensar, por ejemplo, que los de la fogata nos podían estar viendo.
Yo no tuve que afanarme demasiado. De un tirón, bajé mi calzón y mi tranca osciló de arriba abajo. No estaba del todo erecta, pero sí bastante morcillona, lo suficiente para que Alonso y Pedrito comentaran algo así como “vaya tranca se gasta el profe” y para que las chicas no me quitaran ojo.
Miré hacia Pamela, que inició el desajuste de su sostén y con una pose sexy dejó ver sus bonitos pechos, con unos pezones tiesos que delataban su excitación; el tanga también lo bajó lentamente y un pubis rasurado, completamente rasurado, propició las palmas de Adrián. Vi que la polla de Alonso era bastante grande (unos dieciséis centímetros), aunque bastante fina, mientras que Pedrito se gastaba unas medidas más estándar, aunque estaba bien mojado su capullo de líquidos preseminales. El mismo Adrián se quitó el slip, dejando al aire una polla de unos trece centímetros pero bastante gorda, sin descabezar.
Todos dirigimos la vista hacia Susana, que se había despojado de su pantalón y ahora estaba dejando que las tiras de su sujetador bajaran por los hombros, se llevó las manos a la espalda y apretó el cierre; dejó deslizar esa prenda con lentitud, consciente de que estaba ofreciéndonos un espectáculo increíble. No tardó en mirarme desafiante, mientras se levantaba y se empezaba a bajar las bragas. Las tetazas oscilaban entrechocándose entre sí, pero con ligereza. Vimos por fin su chochito, que estaba bien cuidadito, aunque conservando la forma triangular de su vello recortado. Cuando volvió a sentarse (como estábamos los que ya nos habíamos desnudado), comprobamos que sus melones desafiaban la ley de la gravedad.
Las tetas de Natalia no le iban a la zaga, pero en su caso no contrastaba con la delgadez de Susana, sino que iban en consonancia con su rechoncho cuerpo. El vello del coño era más abundante en ella, pero se notaba también un esmero. La última en sentarse fue Lorena, cuyas pequeñas tetas estaban coronadas por unos pezones sonrosados también erizados; su vello púbico estaba bastante más crecido, menos recortado, pero era igualmente excitante.
Es decir, todos estábamos en círculo, sentados en la arena de la playa, en bolas. Los chicos se medio tapaban sus partes, que las chicas no dejaban de valorar.
Turno para Susana:
–Yo nunca he fumado marihuana.
Sólo no levantaron la mano Lorena y Pedrito. Susana, después de beber un trago, propuso que el castigo fuera para ellos y no nos opusimos. Fue la misma Susana quien dijo que tenían que masturbarse durante un minuto exactamente. Adrián y Alonso aplaudieron. Pamela empezó a contar.
Pese a que ambos estaban cortados, Lorena tomó antes la iniciativa agarrando el aparato de Pedrito por la base con la mano izquierda; Pedrito fue perdiendo el pudor y se fue enardeciendo, acometiendo su castigo con ahínco metiéndole bien los dedos hasta más de la mitad de sus falanges en la vagina de Lorena. Transcurridos más de treinta segundos, se estaban dando una sesión masturbatoria de campeonato mientras los demás mirábamos. A Pedrito le cambió la cara cerca del segundo cincuenta y Lorena apartó la mano quejándose de que se había corrido encima. En efecto, los chorretones no sólo habían caído a la arena, sino que la mano de Lorena se había llevado lo suyo. Nos reímos un montón y proseguimos con el juego.
Me tocaba mi turno:
–Yo nunca he hecho sexo oral.
Las cuatro chicas levantaron la mano y yo bebí un chupito. Los chicos, entre risas, nerviosismo y bromas, empezaron a decir lo guarras que eran y pedían explicaciones. La más natural fue Susana, que dijo que a ella no sólo le gustaba satisfacer a sus novios, sino que a ella le ponía mucho. Alonso me dijo que había que castigarlas a las cuatro y estuve de acuerdo.
–Ya que sois unas expertas, cada una de vosotras tenéis que hacernos una mamada al de al lado.
–¿Al de la derecha, o al de la izquierda? –preguntó Pamela. Sorprendentemente, ninguna se había quejado.
–Al de la derecha.
–¿Cuánto tiempo?
–Hasta que el primero de nosotros se corra.
–Eh, eh, yo no me voy a tragar el semen de nadie. Se tiene que avisar –dijo Natalia.
–Sí, tenéis que avisar –corroboró Susana, y tuvimos que concedérselo.
–¿En qué postura? –preguntó Alonso.
–Nosotros levantados y ellas de rodillas –propuso Adrián, y yo le secundé.
Los cuatro nos levantamos. Lorena se emparejó con Pedrito; a mí me tocó con Natalia; Susana se quedó con Adrián y Pamela con Alonso. Esta última fue la primera en empezar: se llevó a la boca un aparato largo pero no muy grueso, descabezado, sin pensarlo, mientras se sostenía agarrándole el muslo por detrás; la siguiente fue Susana, que se llevó a la boca el rabo más pequeño, al que tuvo que echar atrás la piel y se tragó por completo desde la primera chupada; luego Lorena hizo lo propio con la polla de Pedrito, que a pesar de haberse corrido hace nada estaba otra vez empalmado. Natalia no sabía por dónde empezar y estaba más cortada por aquello de que yo era su profesor, pero agarró mi rabo por el glande, deslizó la mano hacia la base y abrió mucho la boca, enterrando mi capullo mientras miraba hacia arriba.
Nuestras chicas se aplicaron muy bien, se notaba que eran expertas mamadoras, aunque para mi gusto las mejores eran Susana y Pamela, que jugaban muy bien con la lengua y masajeaban los testículos de Adrián y Alonso. Natalia le ponía más ganas que habilidad, pero me estaba gustando de igual modo, no hay nada más excitante que tener a una alumna de rodillas apartándose el pelo con una mano y con la otra masturbándose mientras te come el rabo. Adrián avisó de que se corría y Susana terminó masturbándole hasta que sus chorros de semen llegaron hasta la arena, con lo cual tuvimos que volver a nuestras posiciones. Noté que Natalia no estaba muy por la labor, pero había que seguir jugando.
–Turno para Pamela –dijo Alonso.
–Yo nunca… he follado en un sine – Cine, que las zetas las pronuncia como eses.
Sólo levanté la mano yo.
Tardó poco en pensar en un castigo Pamela:
–Tu castigo es que me tienes que follar.
–Joder, directo al grano –se rio Adrián.
Las chicas protestaron y los demás estuvieron de acuerdo en que el máximo de tiempo serían tres minutos.
–Sufisiente –dijo Pamela, y me agarró de la mano en dirección a las rocas, algo apartados de los demás, que protestaron al ver que no podrían ser testigos cercanos de eso, aunque al ver que no modificaban la trayectoria de Pamela, empezaron a contar. Yo iba con la estaca tiesa, rozando el culito respingón de Pamela, que me precedía.
–Estoy muy cachonda –me avisó antes de aplastarme contra la roca y besarme.
–¿Cómo lo hacemos? –le pregunté cuando pude respirar al separar nuestras bocas.
–Siéntate ahí –y me señaló una roca baja a modo de asiento. Así lo hice y ella no tardó en apartarse el tanga a un lado y fue aproximándose a mi polla, que estaba gorda y dura. Se la acomodó y nada más iniciarse la penetración ya empezó a gemir.
–Nunca me ha follado una polla así de grande.
Mi respuesta fue besarla. Aunque había intentado que la penetración fuera lenta, sus piernas debieron de desfallecer y mi polla terminó de ensartarse en su ávida vagina. Exhaló un buen grito. Yo, que no quería perder el tiempo, saqué sus pechitos y empecé a comerle los pezones oscuros, mientras que inicié movimientos con la pelvis para acompañar los movimientos de Pamela.
–Me encanta follarte a pelo –le dije en un momento de arrebato.
–Estoy tan cachonda que no me importa que me dejes embarasada, profe.
Por desgracia, cuando más interesante estaba nuestra follada, oímos a los demás que gritaban. Les desobedecimos unos instantes más porque Pamela estaba corriéndose o eso parecido aulló: “Me vengo, me vengo, me vengooooo”.
Prácticamente nos tuvieron que separar.
–Último turno –anunció Alonso, al ver la hora que era y que no quedaba casi nadie en la playa, o al menos no cerca de nosotros.
–Déjate de turnos –le dijo Adrián–, que lo que hay que es follar y terminar la faena bien.
–Echamos a suertes las parejas –dijo Natalia, que no sólo no se quejaba sino que secundaba la idea.
–¿Tenéis condones? –preguntó Susana, que pese a la calentura parecía la única sensata.
–Eh, pero hay que follar aquí, nada de irse lejos, que así mola más –propuso Pedrito, otra vez empalmado.
–¿Cómo lo echamos a suertes? –preguntó Lorena.
–Venga, a pinto pinto gorgorito –dijo Alonso–. Como he empezado yo, yo cuento primero, y quien me toque de las chicas, es mía. Luego le toca a Lorena y así hasta que estemos emparejados, ¿hace?
–Estuvimos de acuerdo.
Aunque no me importaba follarme a cualquiera, prefería descartar a Pamela, que ya había sido catada por mí, y a Lorena, que me había hecho una mamada.
–Pin-to, pin-to, gor-go-ri-to, a dón-de vas, tú, tan, bo-ni-to, a la e-ra, ver-da-de-ra, pim-pum, fue-ra –y acabó señalando a Pamela. Lo festejó con un alborozado grito.
–Ahora yo –y Lorena empezó a contar, pero dejando al margen a Alonso. Le tocó Adrián, al que cogió de la mano y lo apartó.
–Me toca –Pedrito empezó a contar. Susana no hacía más que mirarme ansiosamente, supongo que hasta tenía cruzados los dedos. La cancioncita se le debió hacer eterna, y yo, he de reconocerlo, estaba igual, porque entre Susana y Natalia, prefería a la primera. Por suerte, a Pedrito le tocó Natalia.
Alonso y Pamela ya estaban enfrascados poniéndose el condón y Adrián y Lorena besándose desenfrenadamente, ya tumbados en el suelo uno al lado del otro.
–Estaba deseando que me tocara follar contigo –me reconoció una vez nos acercamos.
–Y yo contigo, me ponen tus tetas muchísimo.
–¿Sólo mis tetas? –me dijo mientras entrelazaba sus brazos a mi cuello y nos arrodillábamos–. Anda que tú no te cortas, ¿eh?
–Bueno, es que lo tuyo se sale de lo normal…
–En el insti no eres como otros profes babosos, pero aquí estás desatado…
Aparté el pelo que el viento había traído a su frente y me acerqué lentamente a su cara. Fundimos nuestras bocas en un apasionado beso. Mis manos no tardaron en ir a sus melones. Su tacto era cojonudo, tenía unas tetas perfectas: nada caídas, juntitas, con unos pezones enormes y sonrosados. Me puse a lamerlos con ganas y pronto sus pezones estaban erectos.
–Oye, Susana, quiero que me hagas una cubana.
Temí que no supiera lo que era, pero estaba ducha en esas lides. De hecho, luego le pregunté si no era la primera vez que se lo pedían y me dijo que no. Se tumbó y yo me puse encima de ella y acerqué mi polla a sus tetas, que ni tumbadas se desparramaban. La muy guarra se juntó las tetas para apretarme bien y además su lengua iba a la punta de mi polla. Sabía amasar bien sus tetas, apretármela bien y acabar con esa chupadita.
–Venga, ponte el condón, que no aguanto más –me reconoció al cabo de un rato.
Mientras me puse el condón, vi que las otras parejas estaban como conejos, todos en la postura del misionero.
–Ponte a cuatro patas.
–Me vas a reventar el coño…
–¿No es lo que quieres, Susanita?
–Sí, rómpeme por la mitad, profe…
Tener a Susana con sus melones colgando a cuatro patas ofreciendo su sexo a mi polla me parecía una situación irrepetible. Aproximé mi pollón a su entrada y no vacilé en taladrarla casi hasta la mitad mientras sopesaba que una mano no abarcaba la teta izquierda suya.
Me pegué a su espalda mientras acababa de metérsela hasta el fondo para oír sus gemidos y para susurrarle que era una potrilla desbocada, y quería que se tocase el coño mientras la taladraba.
A pesar de que me decía que le hacía daño tenerla tan profunda, no podía dejar de sacar la polla hasta más de la mitad y ensartársela de un golpe. Me encantaba oír el ruido seco de nuestros dos cuerpos entrechocándose y además, pronto Susana empezó a pedirme más ritmo. A pesar de que estaba empapada, notaba cómo la presión de sus paredes vaginales estaban anunciando un orgasmo irremediable. Gritó como una posesa que se corría.
Cambiamos de postura y me puse encima de ella, que entrelazó sus piernas en mi cintura para que mi polla le entrara bien profundamente. Mi boca no dejaba de buscar la suya y mis manos no paraban de pellizcar, sopesar, apretar y sobar sus pezones. Al cabo de unas cuantas arremetidas, me dijo que estaba a punto de correrse otra vez, lo cual me motivó a correrme yo también, y le avisé de eso, así que nos corrimos a la vez al cabo de unas cuantas salvajes sacudidas. Los dos gritamos desenfrenadamente.
Al separarnos, vimos que estábamos siendo observados por las otras parejas, que ya habían terminado de follar también. Aunque Pedrito propuso otra ronda, estuvimos los demás de acuerdo en que ya era tardísimo. Recogimos la ropa, nos vestimos y nos volvimos al hotel.
A pesar de que eran ya las tres y media, esa noche tuvo una sorpresita más. Continuará…