Viaje de estudios (3)
Relato de las aventuras sexuales durante el viaje de estudios del curso pasado contado por Quique, profesor de Educación Física (Día 2)
Ni qué decir tiene que me levanté eufórico, a pesar de que el despertador me molestó muchísimo. Simplemente de pensar que me había follado a mi compañera Ainhoa y a tres de mis alumnas, hacía que tuviese una de estas erecciones matinales irremisibles. Me metí en la ducha y deseé que ahí estuviera Tatiana o Katerine. Ya caerán, pensé, y me vestí para salir a desayunar.
Como era de esperar, apenas tres o cuatro chicos estaban ahí abajo, además de mis compañeros. Ainhoa casi ni levantó la cabeza al verme y cuando lo hizo estaba más roja que un tomate. Agustín, como era de esperar, estaba con una cara de perros de aúpa. Me traspasó con una mirada de odio imposible de digerir a esas horas, y menos habiendo dormido apenas.
–Buenos días –dije yo a pesar de todo, y me contestaron, una como con dudas y el otro bufando.
–Buenos serán para ti –tomó la palabra Agustín antes de que tomara asiento–. ¿Qué, no habéis escuchado nada? ¡Vaya compañeros que me he echado encima! Sabed que como no tomemos cartas en el asunto este viaje se nos va a ir de las manos.
–¿Qué quieres decir, Agustín? –preguntó Ainhoa de modo que hasta parecía tomarle en serio.
–¡Toda la noche han estado de juerga! Por más que salía y trataba de que se frenaran un poco, no había modo. ¡Se han estado pasando de balcón a balcón! Y borrachos como cubas. Podemos tener una desgracia.
–Les tendremos que leer la cartilla –añadí yo, aunque lo que decía el imbécil de Agustín me la traía floja. ¿Qué quería, que en su viaje de fin de curso se fueran a la camita después de cenar?
Al poco de disponer mi café, mis tostadas y mi zumo, Agustín, que había sido el primero en llegar, se levantó. Anunció que iba a despertar a todo el mundo para que bajase a desayunar y nos quedamos solos Ainhoa y yo. Durante un rato, no hablamos ninguno de los dos. Yo estaba muy cansado y ella casi ni levantaba la cabeza de la mesa.
–Cómo está el amigo, ¿no? –le pregunté cuando me tomé el café y me sentía un poco más despejado. Me fijé en la pinta de Ainhoa, con su coleta mal puesta, sus pantalones elásticos y una camiseta de lo más vulgar. Lo peor, de todas formas, eran sus ojeras y su cara de estar pasando una resaca terrible.
–Me ha estado dando la lata de una manera terrible, qué coñazo. Me retumba todo y él que si esto y que si lo otro…
–Jaja. Oye, Ainhoa, tienes una pinta horrible. Si no te hubiera follado anoche, diría que te hace falta que te echen un polvo.
–Qué imbécil… Me siento fatal, y no veas cómo me duele el culo, casi ni me puedo sentar… A ver cómo miro yo a Andrés a la cara ahora…
–A Andrés no lo vas a ver en una semana. Tú lo que tienes que hacer es dejarte llevar. Bueno, lo que tienes que hacer es ducharte, cambiarte y arreglarte, que así ni Pedrito querría acostarse contigo.
–Mejor, mejor…
–¿Te estás echando atrás? Qué decepción, profesora, que sólo respondas cuando hayas bebido de más…
–Es una locura…
–Lo que es una locura es el morbo que da follarse a tus alumnos.
Abrió los ojos y un brillo de curiosidad y lascivia me hizo darme cuenta de que en la batalla que había entablado contra su conciencia, estaba resultando derrotada.
–¿Te has…
Me acerqué un poco más a Ainhoa y susurré:
–Me he follado a Alejandra y a Paula. Y a Cristina le he comido el coño. Me visitaron después de dejarte a ti.
–Me tienes que contar detalles. Cómo…
En tanto que los chavales, con pintas horribles, caras de sueño y resoplidos, empujados por el temible Agustín, iban llegando, le fui contando mis experiencias. Al ver a Ainhoa tan encendida, se me ocurrió que tendría que empujarla un poco más para que ella tuviera también un viaje productivo al margen de mí.
–Ahora te vas a subir a tu cuarto, te vas a desnudar, te vas a meter a la ducha y de ahí no sales hasta que tengas una buena follada –se lo dije de manera tan autoritaria que no rechistó.
Antes de irse, me comentó el morbazo que le daba mi propuesta. Ella creía que sería yo quien entraría a su habitación, pero no iba a ser así. Dejé esperar unos minutos, entablé conversación con unos y otros, preguntándoles por encima qué tal, y me dirigí a Mariano.
Mariano es un chico que estudió en Diversificación el año pasado. Es un tiparrón enorme, alto y grueso, con gafas, bastante acné, el pelo rizado y negro y pese a su pinta y pese a ser un candidato a estar mortificado por sus compañeros, su labia y su buen humor le hacían estar bien considerado. A mí me caía estupendamente desde que lo conocía en 2º. Siempre me había preocupado por su virginidad. Habría que echarle una mano. O dos…
–Oye, Mariano, ¿me haces un favor? ¿Subes y le dices a Ainhoa que la esperamos en el autocar?
Nos tocaba visita a Barcelona. Le dije el número de habitación y me sonreí. Luego aparecieron Alejandra, Paula, Cristina y Tatiana. Me dirigí hacia ellas y les pregunté qué tal como si nada. Aunque estaban cansadas, en ningún momento estaban cohibidas como Ainhoa. El diálogo estuvo lleno de dobles intenciones, fue muy estimulante. Les recordé lo de Pablo y Daniel, con quienes había hablado antes avisándoles de las intenciones de las chicas, y para allá se fueron. Eso sí, aproveché que Tatiana estaba en el buffet sola para hablar con ella.
–¿Te han contado estas?
–Sí… –Se mordió el labio inferior–. Y yo potando en el váter…
–Tranquila, que de este viaje no te escapas. Cuando tengas ganas de guerra, ya sabes qué top rosa tendrás que ponerte –y le guiñé el ojo.
Me fui hacia los jardines para ver si estaba el del autocar y mientras me dirigía hacia allí le escribí un sms a Ainhoa: “Si no te follas a Mariano tendrás que ser mi esclava durante todo el día”. El autocar no había llegado aún, aunque Agustín, que estaba haciendo guardia, me comentó que en un cuarto de hora llegaría. Me encargó que fuera avisando a los chicos para que fueran subiendo y preparándose. Él se iba a dar una vuelta por la zona y a leer su As y a beberse su carajillo, como hacía en el bar del instituto todos los recreos.
Me di cuenta de que chicos y chicas estaban bastante mezclados. Para ser el primer día, la cosa avanzaba muy deprisa. No tardaron en subirse a prepararse tal y como se lo dije. Recibí un sms: “Cabrón, m ha pillado en bolas. Vas listo si kieres k m lo folle”. Subí al piso de arriba, saqué de la maleta un par de condones, me perfumé, cogí la cámara de vídeo y decidí marcarme un farol con Ainhoa.
Su puerta estaba cerrada y cuando me abrió me recibió enfadadísima. Mariano había entrado hasta el baño porque con el ruido de la ducha no había reconocido su voz, le había dicho que pasase y le había visto totalmente desnuda. “El pobre tartamudeó para decirme que me fuera preparando”. Dejé que terminara, pero dirigiéndome a una repisa. Hice como que sacaba la cámara de ahí y le dije que ya que por las buenas no quería obedecerme, lo haríamos por las malas. Si no quería que Andrés recibiese el vídeo donde había grabado cómo le ponía los cuernos, me obedecería al instante.
Aunque Ainhoa se preguntó cómo había podido, mi tono tajante y mi gesto de irme de su habitación para pasarlas a una tarjeta la disuadieron por completo. Frenó mi marcha apurada.
–Así me gusta. Hoy cuando lleguemos de Barcelona te vas a disculpar con Mariano. Le vas a invitar a tu habitación y como mínimo le tienes que hacer una paja al pobre chico. Pero para que veas que no hago esto para fastidiarte, si cumples, aparte de borrar el vídeo, tendrás alguna agradable sorpresa. Ah, y ahora te quitas eso y vas con algo más ajustado. Si no tienes ninguna falda, te la vas a comprar en Barcelona. Y nada de sujetador, ¿me oyes?
–¿Qué va a pensar Agustín de mí?
–Mira, ya que me hablas de él, seguro que el viaje se hace menos pesado si te lo trabajas un poquito.
Al ver que no se movía, le dije que a qué esperaba para obedecer. Se pensaba que iba a salir, pero estaba equivocada. Se quitó la camiseta dubitativa y el sujetador (una 110 por lo menos, menuda bufas tenía) y sacó una camiseta sin mangas roja ajustada. Le venía ceñidísima y se quejó de las lorzas que le hacía. Pero la visión de sus monumentales tetas bien aprisionadas me pareció perfecta. Además tenía un escote en pico que dejaba ver el nacimiento de sus gordas tetazas. Luego se quitó los pantalones y buscó una falda. Aunque era larga, me pareció perfecto. Unas sandalias abiertas completaron su atuendo.
Me dirigí hacia ella y arremangué la falda, quitándole las bragas. Me metí debajo de la falda y comprobé lo que sospechaba: la muy guarra estaba mojada. Le metí un par de dedos y trabajé su clítoris y su abertura anal. Estar dentro de esa falda hacía que el aire apenas llegara y que se respiraran los flujos de mi compañera. Ayer por la noche ni me di cuenta de lo bien recortadito que tenía los pelos. Cuando le metí la lengua, a pesar de la tela que me tapaba oí su grito. Endurecí la lengua y la saqué y metí con fuerza, mientras mis dedos, ya bien humedecidos, empezaron a trabajar el culo de Ainhoa.
Llegó su orgasmo (sus paredes vaginales temblaron de una manera exagerada) y como estaba muy excitado, le subí la falda, le di la vuelta a Ainhoa, la acomodé de cintura para arriba en la cama, con una almohada en su tripa, dejándole con el culo en pompa y me saqué la polla. La iba a follar de pie, aunque para eso tuviera que forzar un poco la postura.
–Te dije antes que no te ibas de aquí sin tener una buena follada. Como tú me pediste, te voy a follar por el culo.
Esta vez ni se quejó ni costó tanto que entrara. A la vez que la iba metiendo, ahogaba sus gritos de dolor mordiendo la otra almohada y llevándose sus dedos al coño. Vi en el espejo cómo se escapaban sus lágrimas porque no estaba aflojando y tenía más de la mitad de mi tranca dentro de su recto. Me fijé en la imagen de esas nalgas grandes y cómo mi estaca iba entrando en aquel agujero oscuro que pedía más y más carne. Parecía imposible que mi gorda polla entrase por ahí, pero ya estaba casi llegando al final.
De hecho, empecé a oscilar un poco, y no sólo intentaba entrar, sino que ya comenzaba a bombear. Al principio lentamente, para dejar que Ainhoa fuera acostumbrándose (me hacía cargo de lo doloroso que podía ser esa invasión y aunque sobre todo me importaba mi placer, placer que estaba consiguiendo porque era indescriptible la presión de esa abertura estrecha sobre mi glande, también quería que ella disfrutara, más que nada porque ese culo me podría dar muchas alegrías), aunque fui incrementando el ritmo.
Veía que las posaderas de Ainhoa vibraban con cada arremetida. Y si su culo temblaba, las tetas ya eran un espectáculo increíble, estaban descontroladas y hasta le arreaban golpes en la cara. Y es que la había desplazado hacia arriba porque con tanta flexión de rodilla por mi parte me estaba agotando.
Se me ocurrió cambiar de postura y se la saqué de golpe. Se ve que Ainhoa había superado esa fase de dolor insoportable y casi llora cuando vio que la sacaba. Me fui a una silla que había delante de un escritorio, donde había también un espejo ideal para vernos. Me senté y le dije que se pusiera sobre mi polla.
–No, así no –le reprendí–. De espaldas.
Ella misma cogió mi herramienta y se la llevó al agujero de detrás y fue sentándose. Joder, era una pasada ver cómo mi polla tiesa iba desapareciendo en aquel enorme culo. Encima Ainhoa gemía con cada centímetro que la traspasaba. Aunque me parecía imposible, hasta que no llegó hasta mis huevos no paró.
–Ahora la tengo toda enterita. Dios, qué rabo, hijoputa, me siento ocupada por completo.
–Muévete, zorra, quiero ver esos melones en movimiento.
Dicho y hecho: comenzó a levantarse y a volver a insertársela. Veía cómo mi polla salía casi más de la mitad de sus carnes y cómo volvía a enterrarse en ella. Y por el espejo, aquellos descomunales globos parecían descontrolados, en un vaivén desacompasado y frenético que apenas veía freno salvo cuando ella misma se las agarraba o mis manos las aplastaban.
–Dale fuerte, puta, dale más fuerte, que no te vas a ir de este viaje sin el culo roto por la mitad.
–Aaaah, aaaah, aaaah –Gritaba sin importarle que nos pudieran oír.
Ahora ella tenía su mano metida en el coño, y me anunció que se estaba corriendo otra vez. Yo estaba cerquita y también gemí cuando vacié mi esperma dentro de ese agujero. Cuando se levantó, era excitante ver cómo ese agujero estaba mucho más dilatado. Antes de que se dirigiese al baño para limpiarse, la frené:
–De eso nada. Sales ahora mismo por la puerta, que si no llegamos tarde. Si te molesta mi leche, te la puedes ir limpiando con el dedo en el autobús.
–Tío…
–Nada de nada. Venga, tirando.
Al poco rato de salir, hice yo lo mismo. Ainhoa ya había bajado por el ascensor. Justo en el momento que cruzaba la primera puerta, salían Ricardo, Darío y Luisito, los tres sudamericanos (de Perú, República Dominicana y Chile, respectivamente), de estaturas variadas (Ricardo bajito, Darío casi de mi misma estatura y Luisito como metro setenta), así como complexiones varias (Ricardo musculado, Darío muy delgado y Luisito más regordete).
–Joder, profe, no me digas que eráis vosotros los de los gritos –dijo Luisito, sonriendo pícaramente.
–Hemos visto salir a la señorita Ainhoa… –corroboró Ricardo.
–No pensarás que aquí los únicos que mojan sois vosotros –les seguí la gracia.
–Ya, tío, pero la de inglés… ¡Pero si es una vaca! –y se rieron los demás ante la gracia de Ricardo.
–Será una gorda, pero no creo que muchas follen como esta. Fijaos bien en el autobús, porque va con ganas de marcha.
Se daban codazos entre sí, se reían y me dieron palmadas en el hombro.
–No se lo digáis a nadie –les dije en un tono más confidencial–, pero está tan salida que ni ha querido limpiarse el semen del culo de mi corrida.
–¿Del culo? ¿Te la has follado por el culo?
No daban crédito. La profe estirada de inglés se había dejado follar por el culo por su compañero.
–Pero ¿no tenía novio? –preguntó Darío.
–Es un putón. Me ha dicho que se va a poner al final del autobús, así que yo echaría a suertes cuál de vosotros se sienta con ella, la pone cerca de la ventana y se aprovecha. Ni sujetador lleva la tía…
Los dejé dirimiendo quién se pondría con ella y me di prisa por alcanzar a mi compañera. Estaban todos amontonados en el autocar, dejando sus mochilas en el maletero. Agustín hablaba distendidamente con el conductor, de unos casi sesenta años, canoso, con bigote, un puro tremendo, gafas de sol tipo Torrente y un vestuario diría que andrajoso. Lo que repetía este hombre, Josep, es que no se podía comer en el autocar. Le vi echando unas cuantas miraditas sucias a las niñas antes de ocupar su posición, y otras cuantas (al igual que Agustín) a Ainhoa, que debía de ir excitada porque los pezones se le marcaban un montón.
–Oye, Agustín –le dije, aprovechando que estábamos los tres juntos–, Ainhoa me ha dicho que para que los chicos no den lata se quiere poner al final para vigilarles mejor.
Le pareció muy buena idea. Claro, Ainhoa flipó un poco, pero no dijo nada.
Hicimos el recuento. Ya estábamos todos. Vi que al final estaba en el penúltimo asiento y que Ricardo había sido el afortunado que se sentaba con ella.
Durante el viaje, al menos por mi parte, no hubo nada muy destacado. Aproveché para echar una cabezadita (con las gafas de sol puestas para evitar fotos indeseables) y escuchar música por mi Ipod. Al llegar, no hubo tiempo para preguntarle a Ainhoa por el viaje porque nuestros guías ya estaban esperándonos y tuvimos que separarnos en tres grupos, uno por cada guía.
Agustín tomó de nuevo la voz cantante y no pude tener un reparto de “pastel” como a mí me hubiera gustado, de modo que mis piezas más codiciadas se me escaparon. De todos modos, no tuve tiempo para lamentarme, porque vi que al menos había salido ganando con la guía, Nadia, una muchachita de no más de 25 años, mulatita, con el pelo negro y ondulado, muy simpática, que pese a su aspecto era catalana, como bien se hacía notar con su acento.
Como mi grupo estaba formado mayoritariamente por chicos, no se separaron de Nadia, que nos estuvo enseñando la zona centro de la ciudad. Se nos pasó volando el tiempo y encima notaba que había química entre Nadia y yo. No dudé ni un segundo, ante el momento de la despedida, de invitarle a tomar algo. Aún quedaba un rato para la hora de comer y se había decidido juntar a los grupos a las dos en la Plaza Catalunya.
–Ay, no sé, es que he quedado con mi novio dentro de media hora.
–Llámale y di que llegarás un poco tarde, mujer, que no tienes siempre la oportunidad de un Madrid-Barça en directo –una de las constantes con los chicos había sido la rivalidad entre los dos equipos y como ella era forofa del equipo blaugrana, le solté esa parida que le hizo soltar una carcajada.
Mandó un sms y me dijo que me hacía un hueco.
–Aquí mandas tú, yo ni idea de dónde tomar algo.
Así que ella tomó la iniciativa. Salimos a las Corts y nos acercamos a la Universidad, a una cafetería que no estaba muy concurrida. Pedimos unas cañas y estuvimos un rato hablando y tonteando. Las respuestas abiertas y sugerentes de Nadia me estimulaban y a la segunda caña ya estábamos besándonos como si fuésemos dos estudiantes (bueno, de hecho, Nadia lo era).
Agarré su mano y me la llevé a los baños aprovechando que el camarero estaba distraído. Aunque se resistió un poco, no me costó demasiado convencerla para meterme en el baño de las chicas y cerrar una de las puertas. Desabotoné su camisa y un sostén azul claro fue lo único que tapó sus pequeñas y puntiagudas tetas. Ella tampoco perdía el tiempo, abalanzándose a mi paquete mientras sus besos eran pura lujuria. De vez en cuando decía que ella no acostumbraba a hacer cosas así. Cuando tuvo mi polla en su mano, mientras me metía la lengua hasta el fondo, recorría con su mano abierta desde los testículos hasta la punta de mi glande. No tardó en agacharse a comérmela.
Era muy excitante tener a una casi desconocida arrodillada ante mí. Me encantaba cuando se apartaba el pelo y miraba hacia arriba. Al cabo le dije que se levantara, que se bajara los pantalones y la tomé en volandas. Apartando un poco sus bragas, encaminé mi polla a su entrada. Me dijo que parara, que me pusiera un condón. Aunque le pregunté si estaba segura, me dijo que sí y la complací. No era plan de dejar un coñito jugoso por querer follar a pelo.
Al cabo de un par de acometidas contra la puerta que la hicieron aullar por más que procuraba no gritar mordiéndome el cuello, empecé a decirle que me encantaban los cuernos que le estaba poniendo a su novio. Le dije, para provocarla, que no me había costado nada convencerla para follármela. “Eres una puta muy fácil”. Ya estaba en un punto en el que no se podía enfadar, sino que se sentía plenamente follada. “Lléname el coño con tu polla, cabrón”. De vez en cuando soltaba alguna expresión en catalán que a mí me ponía.
Le puse con el culo en pompa al cabo de unos minutos. Estábamos sudando y me gustó el panorama con esas braguitas destensadas, enseñando el culo porque estaban medio bajadas. Tenía un cuerpazo estupendo, unas piernas menudas y un culo soberbio. Una de sus manos estaba apoyada en el váter y la otra en la pared. Arremetí de nuevo contra ella sin contemplaciones. Aquel coño salvaje podía con cualquier cosa, como comprobé al poco rato, cuando ella me pidió que le diera más fuerte. Aquella follada en los baños de la cafetería de la universidad estaba siendo de lo más morbosa y cuando me corrí le pregunté si su novio la follaba igual. Sonriendo satisfecha, la muy guarra me dijo que no.
Le pasé mi número de móvil por si quería hacer alguna visita a la capital.
–Si se viene tu novio, le dejaré que mire.
–Eres un cabrón, Quique.
Sí, un cabrón, pero mira qué fácilmente me la había agenciado… Nos despedimos con otro beso tórrido. Ya era un poco más tarde de la hora convenida, pero me di prisa. Aún faltaba gente por llegar, pero mi grupito ya estaba en su sitio. Algunos me jalearon: me habían visto irme con Nadia y me preguntaron qué tal. En un aparte, le confesé a Paco (uno de mi tutoría con quien tenía mucha confianza) que había follado como una gata en celo.
Me senté en un banco y aunque estaba distraído, percibí una conversación interesante del grupito de Alicia y Mónica, unas estudiantes que sacaban muy buenas notas y que iban rodeadas de un grupito algo soso de chicas que nunca habían repetido. Para mi sorpresa, estaban hablando de mí. Nos separaba un murete alto y no sabían que estaba tan cerca. Oír a las mejores y más modositas alumnas hablar de lo bueno que estaba y de lo que se dejarían hacer por mí hizo que tuviera una erección.
Eché un vistazo mental por ese grupito: a Sara la descartaba, demasiado niña; a María, también, demasiado fea; Katia, rumana, no me decía mucho; Alicia, aunque bajita, tenía su punto, y Mónica, a pesar de las gafas, por lo que estaba oyendo, podía resultar una bomba. Por lo que comentaban, no me parecían inexpertas en eso del sexo, y mucho menos vírgenes, pero de lo que decían a lo que habían hecho…
Me acerqué al grupito sin pensármelo. Verme tan cerca justo cuando estaban hablando de lo que me harían y de la envidia que le tenían a la guía (la noticia se había propagado pronto) las puso nerviosas. Apenas atinaban a contestar con monosílabos mis preguntas. De todas maneras, efectué una revisión de las empollonas: Alicia estaba resultona con aquel pantalón ajustado y su camiseta de tirantes. El peinado con la raya en medio le favorecía y los hierros en los dientes no afeaban una carita mona y con su puntito atrevido. Mónica, castaña, con flequillo tapándole la frente, casi las gafas de pasta, con su cara ovalada y expresiva, pero sobre todo por sus labios bien marcados, era diferente. Menos delgada que Alicia, más alta, vestía con menos gracia y se la notaba menos decidida. Se me cruzó por la mente si aquellas niñas de diez se rasuraban el choco. Mi polla volvió a ponerse dura.
Me fui a comer con ellas al McDonalds con la excusa de alejarme de Agustín. Ellas se reían cuando les decía que no lo soportaba y se sintieron halagadas por las atenciones que les estaba prestando. Me divertí bastante con todas y me dieron bastante información. Por ejemplo, que su guía les había hablado de una exposición de fotografía sobre Barcelona y querían verla. Como íbamos a ir al Parque Güell a eso de las seis, todos juntos, como parte de la panorámica de Gaudí que nos iban a dar, y habíamos dado tiempo libre hasta las cinco y media, me ofrecí a llevarlas.
No estaba muy lejos de allí y esperaba saber moverme por el metro. Un par de paradas tan sólo. Además, moverse por Barcelona no me parecía demasiado difícil. Lo comenté por si alguien más quería venir, pero a la hora de la verdad, salvo Mónica y Alicia, nadie más se quiso venir (la gente ya empezaba a estar cansada; estos chicos parece que se alimentan de energía nocturna).
No eran ni las cuatro, pero había que darse prisa. Durante el camino, estuvimos hablando de todo un poco. Ya en la exposición, entre comentario y comentario acerca de las fotos, me estuvieron contando sobre sus relaciones sentimentales. Ambas tenían novio, aunque Mónica reconocía que lo veía poco por culpa de los estudios. Les pregunté por sus relaciones sexuales y Alicia me confesó abiertamente que ella lo hacía con el suyo cuando podía. Con la excusa de mostrarme preocupado por si sus prácticas eran seguras, tocaba el tema abiertamente, aunque luego fue la propia Alicia quien me preguntó si era verdad que había (literalmente lo dijo) “follado con la guía”. Le reconocí que sí, que en los baños. Aunque trató de que no fuera evidente, soltó un buen suspiro.
Reconocí que me habían sorprendido. Me las imaginaba más recatadas. Hasta Mónica se rió.
–Que seamos unas empollonas no significa que seamos unas monjas.
–Eso está bien… Que queráis poner en práctica vuestras fantasías sexuales está muy bien…
Ahí dejé el anzuelo. Esperaba que al menos Alicia lo quisiera recoger. Inesperadamente, fue Mónica la que soltó que a ella lo de hacerlo en los baños públicos le ponía a mil. Hasta Alicia se quedó a cuadros. Me arriesgué a decir lo siguiente:
–Yo soy un profesor y por tanto lo que más me gusta es enseñar, pero no sé si esto forma parte de la lección del instituto…
Creo que mi fama se estaba extendiendo, porque no me hicieron falta más explicaciones. Las chicas me entendieron perfectamente. Les hice prometer que no dijeran nada y que dejaría que ellas llevasen la iniciativa. Bajamos al piso de abajo y tuvimos suerte. No había nadie en los baños. Me metí en la cabina más apartada y dejé que ellas cerraran. Me quité la camiseta y les dije que era todo suyo, acariciando con cada mano la espalda de mis dos alumnas. Alicia fue la primera que me besó. Como vi que Mónica dudaba, me separé de los labios de la rubia y la besé también.
Empecé a acariciarles, bajando la mano hasta las caderas. Ellas también se iban soltando, acariciándome el abdomen y el pecho. Alicia de nuevo fue la primera en ir a por la cremallera. Mi slip gris estaba que reventaba. Mónica se adelantó a su amiga para tocarme y sacármela del slip. Creo que se sorprendió del tamaño, al igual que Alicia.
–¿Qué, vuestros novios no la tienen tan grande?
–Ni tan gorda… –dijo Alicia, que se juntó con la mano de Mónica para tocármela.
Me senté en el baño y les dije que se arrodillaran ante mi polla.
–Iros turnando –les ordené.
No tardaron en ponerse de acuerdo. Empezó Mónica chupándome los testículos y Alicia se fue a mi glande. Aunque empezaron con timidez, pasando la punta de sus lenguas por mi piel, poco a poco sus bocas se fueron llenando de polla. Algún mordisco me hacía ver las estrellas y las tenía que ir refrenando un poco.
–Alicia, mientras Mónica sigue comiéndome la polla, quítate la ropa.
Alicia, sin dudarlo, empezó a contonearse de manera muy sexy mientras se iba despojando de la ropa: tirantes por debajo de los hombros, camiseta fuera, sujetador quitado por detrás, tetitas con pezones sonrosados y pequeños, cierre del pantalón, tanga que no tardó en ser despojado… Me costaba no excitarme demasiado y más porque la lengua de Mónica se estaba convirtiendo en una experta que sabía cómo darme placer.
–Ahora tú, Mónica.
Se cambiaron las tornas: aunque el baile de Mónica no fue tan sensual, ver cómo iba cayendo su chaqueta, su camiseta, su sostén negro, ver las tetas algo separadas de Mónica, sus aureolas grandes y marrones, y luego el pantalón caído, las bragas también negras fuera, su culo pálido mientras que la boquita de Alicia apenas podía con mi tranca me transportaba a la gloria…
–Besaos.
Alicia se levantó y besó a Mónica. Ambas estaban desnudas delante de mi polla tiesa y no se cortaban en el beso. Era como si estuviesen acostumbradas al sabor fuerte de una polla masculina y disfrutaran con él. Mientras se comían la boca, llevé mis manos a sus coñitos. El de Alice no tenía ni un solo pelo, como imaginaba; el de Mónica me sorprendió porque lo tenía muy cuidadito, con una pequeña tira de pelos. Ambas estaban empapadas y me entraron dos dedos con suma facilidad. Los labios vaginales de Mónica sobresalían, mientras que los de Alice estaban bien apretados. Era una entrada estrecha.
Me decanté por el coño de Mónica. La giré hacia mí y empecé a comérselo. Me encantó su olor, una mezcla de agrio y salado sin ser demasiado fuerte. Se notaba que era una chica aseadita. Mi dedo libre esta vez fue a su agujerito de detrás. Noté que se sobresaltaba, pero no me dijo nada.
–Alice, ponme un condón y súbete encima –dije, para volver a comerme el coño de Mónica, caliente y empapado.
No estuvo nada torpe en su tarea y se subió de espaldas a mí, moviendo mi polla engomada hasta su estrecha entrada.
–Qué coñito más estrecho tienes, Alice, no sabes qué suerte tiene tu novio –le susurré al oído, mientras iba bajando lentamente, para que mi estaca no le hiciese demasiado daño. Mientras, seguía tocando a Mónica, aunque le dije que se pusiera delante de Alicia para que ella le comiese el coño.
No pude aguantar y moví mis caderas porque no soportaba el ritmo lento de Alicia. Mónica empezó a gritar: se estaba corriendo con la boca de Alicia. Ella también se vino enseguida porque yo no dejé de acariciarle el clítoris. Me dije que aquel coño era una maravilla, pero me quedaba el de Mónica por disfrutar y no me aguantaría mucho más.
Cambiamos posiciones: el coño de Mónica metiéndose mi polla mientras su boca comía el coño de su amiga Alicia. Apreté con fuerza las tetas de Mónica cuando me corrí. No pude evitar comentar que me parecía supersexy correrme dentro de mi alumna más estudiosa.
Nos vestimos apuradamente porque se nos echaba la hora encima y aunque ya no estábamos solos, no hicimos caso de las miradas de estupor de alguna señora delante del lavabo. Salimos del museo a toda prisa y cogimos el metro antes de que se cerraran las puertas. Fuimos los últimos en llegar, pero disimulamos muy bien hablando de la emoción que habíamos sentido viendo esa impresionante exposición.
Continuará …