Viaje de estudios (2)

Relato de las aventuras sexuales durante el viaje de estudios del curso pasado contado por Quique, profesor de Educación Física (continuación)

Sigo con la crónica del viaje de estudios tan cachondo que vivimos el curso pasado, recordando que aunque en estas primeras entregas soy yo quien cuenta lo que vivió, después completarán las aventuras sexuales mi compañero Agustín con su informe chivándose de los desmanes producidos, Ainhoa, como había quedado conmigo, y algunos de los chicos. Prosigo:

Al salir de la habitación de Ainhoa estaba que me subía por las nubes pensando en la follada que habíamos tenido y, sobre todo, en los pasos que debería seguir si mis alumnas no se decidían a visitarme en mi habitación. Era una posibilidad con la que había que contar porque sí, son muy descaradas cuando quieren, pero del dicho al hecho, como se dice, hay mucho trecho. Sabía perfectamente cuál era su habitación (cuádruple) porque los profes habíamos hecho un recuento y habíamos apuntado los números en caso de que ocurriera algo.

Estaba desatado y aunque parte de la culpa la tenía lo mucho que había bebido (no llegaba a estar borracho ni sentía que las paredes se movían, pero tenía ese punto cercano al vértigo que te hace sentirte como alejado de ti mismo, ideal para desinhibirte todavía más) y en parte porque en la discoteca las niñas se habían arrimado mucho a mí, dejándome que las acariciara en más de una ocasión un poco más allá de donde el recato permite.

Además, en las pausas de la música tampoco se habían cortado para decirme que estaba muy distinto. Y es que acostumbran a verme en chándal en el instituto, por lo que si ya les había chocado verme al principio en vaqueros y camiseta (en el autobús alguna me lo dijo), cuando fuimos a la discoteca y me puse los pantalones blancos de tela fina y aquella camisa entallada, además de untarme el pelo con fijador, no me quitaban ojo de encima.

Yo podía suponer el efecto que les había causado y esperaba que mi invitación de que pasaran al cuarto fuera suficiente para que así lo hicieran, aunque había pasado bastante tiempo con Ainhoa. Quién me decía que no se habían acercado y se habían ido ya. O que al final se hubieran echado para atrás. Tatiana al fin y al cabo era bastante reservada y por más que en el chat le había lanzado insinuaciones, lo mismo no se decidía a ponerle los cuernos a su novio, cuatro años mayor que ella y al que yo envidiaba porque follarse a una diosa así de su edad está al alcance de muy pocos. Debía confiar en la más lanzada, Cristina. Les daría media hora, y si no venían, con la excusa de una ronda las visitaría.

Estaba impaciente e incluso pensé en mandarle un sms a Tatiana, pero por suerte oí unos leves golpes en la puerta. Me dirigí veloz y abrí.

–Holaaa , profe –ahí estaba Cristina, la primera, y detrás Paula y Alejandra.  Faltaba Tatiana, eso sí. Les dije, tratando de disimular mi decepción, que pasaran.

–Ya pensaba que no vendríais…

–Estábamos mazo ralladas con lo de la discoteca y estas decían que nos habías invitado en broma.

Cristina era la portavoz. Pese a que era evidente que ellas habían bebido también más de la cuenta (por sus ojos rojos, sus sonrisas flojas y su andar algo tambaleante), estaban muy cortadas.

–Después de esos bailes tan sexys , ¿cómo iba a estar de broma, chicas? –y les guiñé un ojo. Antes de que Cristina volviera a contestar, me adelanté–: veo que os habéis traído algo para beber, así que no hace falta que abra el minibar.

Traían un JB y unos vasos de plástico y les propuse que brindáramos:

–Por las mejores alumnas.

Ahí rompió su silencio Alejandra:

–Y el mejor profesor.

Me bebí mi vaso de un trago.

–¿Y Tatiana? ¿No ha querido aceptar mi invitación?

–Está mala –ahora era Paula, también después de dar un trago, la que había tomado la palabra–. No le ha sentado bien la bebida.

–Pero no es nada por lo que haya que preocuparse, ¿no?

–No, no, para nada –dijeron interrumpiéndose y mezclándose las tres, y vi un cierto apuro por si se me ocurría decir que la fueran a cuidar o que me acercaba para ver cómo estaba.

Las chicas se miraban entre sí, sentadas al borde de la cama, todavía sin atreverse a moverse o decir nada, así que me dije que tenía que ser yo quien rompiese el hielo y facilitase las cosas. A pesar de mi calentura, tenía claro un par de cosas: no haría nada que ellas no quisiesen y no forzaría ninguna situación. Ahora bien, tenía que jugar bien mis cartas para que la tensión no se cortara con un cuchillo y o me mostraba hábil o se irían por donde habían venido aun a pesar de que ellas, al igual que yo, deseaban tener sexo.

Vale que no estaba Tatiana, por la que estaba loquito, pero el panorama era alentador: tres chicas de 17 años, bebidas, encantadas de estar con el profe por el que han suspirado, con ganas de guerra detrás de su cobardía o timidez inicial como demostraban sus atuendos, que no habían cambiado por los pijamas. De ese modo, Cristina vestía con sandalias dejando ver sus pintadas uñas rojas, con unos pantalones vaporosos de gasa no muy ajustados y una camiseta blanca de tirantes anudados por la espalda que sí que estaba bien apretadito (en la tripa, demasiado); un complicado moño vertical y mucho maquillaje completaban su atuendo (en esto coincidían las tres, parecía que hasta habían utilizado el mismo pintalabios rojo eléctrico).

Alejandra vestía con una chaqueta verde y unos pantalones negros que se le ajustaban estupendamente por detrás, aunque lo más destacado es que debajo de la chaqueta verde, su camiseta de tirantes anchos dejaba al descubierto un escote en curva por el que asomaban abundantemente sus redondeados pechos.

Por último, Paula había aumentado su talla como en cinco centímetros gracias a unos tacones de impresión que favorecían la puesta en escena de su minifalda vaquera, minifalda bastante corta como se veía a primera vista, pues estando sentada rozaba a verse el pico de sus bragas. A pesar de su corta estatura, sus piernas estaban bien torneadas, y asimismo el culo pronunciado decían a las claras que esa ropa le favorecía. De cintura para arriba no estaba tan espectacular. Apenas una camiseta con un estampado gracioso y una torera cubriéndole los hombros.

–Bueno, chicas, ¿qué tal? ¿Os gusta el hotel, las habitaciones, el ambiente? ¿Os lo estáis pasando bien?

Respuestas en monosílabos.

–Parece que os vaya a comer, jaja –recurrir al humor a lo mejor facilitaba las cosas–. Y aquí estáis para pasarlo bien. Dame otro sorbo, que no se diga. Por favor, aquí no soy vuestro profe, sino uno más que quiere divertirse. Contadme cosas, anda.

–Se han juntado casi todos –dijo Alejandra con ese deje en su hablar con el que parece tomárselo todo a broma– en la habitación de los chicos del equipo de fútbol y alguno ya ha saltado por el balcón, pero de momento la cosa está tranqui.

–Hay muchos durmiendo la mona, por eso nos hemos ido –remató Paula.

–Ah, vale, muchas gracias –repuse–, así que os habéis venido aquí porque os aburríais…

–¡Noooo! –respondió de inmediato Cristina–, pensábamos venir, pero con lo de Tatiana hemos tardado más. ¿No tienes música, profe?

Antes de responder, Tatiana sacó su móvil y puso en funcionamiento su reproductor dejando oír una sintonía medio rap, medio hip hop, medio lambada. Aunque por regla general suelo detestar que los chicos vayan con el móvil a todo trapo ignorando los auriculares, esta vez lo agradecí, puesto que distendió el ambiente.

–¿Otro bailecito? –y Cristina me miró con mucha picardía.

–Venga, que no se diga –contesté–, pero para ver si les está gustando nuestro baile, cada vez que hagamos un movimiento sexy, tenéis que dar un trago. Y así no bailamos en plan soso, ¿te parece, Cristi?

–El profe quiere emborracharos, tías, jajaja.

–Venga, acércate a bailar.

La sujeté fuerte del talle y la atraje hacia mí, adelantando una pierna entre las suyas. Con la otra mano le apreté la espalda por debajo y la incliné hacia atrás. Al recuperar su posición, sus tetas iniciaron un movimiento como queriendo librarse de su prisión. A pesar de estar rellenita, se movía muy bien (de hecho, es buena con los deportes) y respondía perfectamente a cada movimiento mío: giros, vueltas, movimiento de caderas…

–¡Estáis muy separados, buuhhh! –gritó  Alejandra.

–Venga, Cristina, que para emborrachar a tus amigas tenemos que ser más ardientes –le comenté al oído, mientras acercaba mi entrepierna a su tripa, luego la separaba un poco (ella se dejaba hacer) y le miraba a los ojos con intensidad.

De repente, volví a darle la vuelta, la incliné y con su culo en pompa inicié unos movimientos circulares ronzando mi paquete por su culo.

–¡Esto se pone interesante, uhhhh! –y las dos espectadoras dieron un trago.

Dejé que Cristina volviera a su posición, pero teniéndola de espaldas; la apreté contra mi pecho y pasé mis manos por su cintura, subiéndola rítmica y lentamente hacia arriba, hasta el contorno de sus tetas lateralmente. Estábamos justo en frente de las chicas, que se habían metido un poco para la cama flexionando las piernas, juntando los pies y estaban aplaudiendo. Sin dejar de mover mi cadera ni de golpear con la pelvis la zona baja de la espalda de Cristina, mis manos empezaron a recorrer su cuello y sus hombros, así como, sin posar la mano apenas ni ejercer presión, a bajar por delante de sus senos. A pesar de que ni la rozaba, pude notar sus erectos pezones. Aunque no era muy consciente de ello, estaba medio empalmado y por eso Cristina se arqueaba hacia atrás y ejercía cada vez más presión con su culo.

En eso, Cristina se dio la vuelta y vi que estaba encendida. Entrelazó sus brazos por mi cuello, se puso de puntillas y me plantó un beso con lengua que no sólo no rechacé, sino que prolongué, aferrándola por la cintura para que notara más mi polla.

–Me vuelves loca –me susurró cuando nuestras bocas se separaron.

–¡Haznos un striptís! –gritó, con la voz ronca, Paula. La situación se había descontrolado, como yo quería.

En vez de hacerle caso, volví a interponer a Cristina contra ellas.

–Aquí manda el profe –les dije, mirándolas alternativamente–. Ahora, en vez de beber, cada vez que hagamos algo que os excite, tenéis que iros quitando ropa. Si os quedáis en bragas, os tenéis que meter el dedito y decidirme si estáis mojadas.

A continuación, besé en el cuello a Cristina y llevé mis manos a su camiseta, apretándole las tetas por primera vez. Dejó escapar un gemido evidente. Le desanudé los tirantes y quedó al descubierto su sujetador, que tenía la tira por debajo de los omoplatos. Lo mismo tenía una talla 110, porque mis manos apenas abarcaban todo su contorno y apenas conseguían retener sus blandos pechos. Saqué sus pezones de las copas y empecé a masajearlos. Paula se había arremangado la minifalda y había comenzado a meterse un dedo. Alejandra se quitó su chaqueta verde.

Volví a modificar nuestra postura, quedándonos lateralmente. Desabroché el pantalón de Cristina, que cayó como desfallecido, y empecé a tocarle la tela suave de su tanguita gris con líneas de colores.

–Estás empapada, zorrona –le dije al oído.

Se rió y le dije que se acariciara los pechos. Yo me agaché. Desde abajo, la visión de sus tetas algo caídas, lejos de desmotivarme, me ponía un montón. La macarrilla que se había puesto un piercing en la nariz, la que respondía a gritos incluso a profesores, estaba derritiéndose como la mantequilla con mis caricias.

Le bajé las bragas y, ¡sorpresa! Un coño rasurado con unos labios vaginales bien apretados y brillantes quedó a mi vista. Respiré profundamente su aroma (punzante, fuerte) y metí la punta de la lengua para saborear sus jugos. Desde el espejo pude ver que Paula estaba aumentando la frecuencia con su dedo mientras se apretaba con la otra mano un pecho por encima de la camiseta sin quitarnos ojos, y Alejandra se había puesto en pie, acercándose, para quitarse el pantalón.

Saqué la cabeza del coño de Cristina para decirle a Alejandra que me fuera desnudando, que todo no lo podía hacer solo. Obedeció de inmediato, poniéndose de cuclillas detrás de mí y quitando como podía los botones de mi camisa. Mientras, volví a enterrar mi boca en el coño de Cristina, que no paraba de gemir con cada lengüetazo.

Cuando Alejandra llegó hasta el último botón, me volví a alejar del coño de Cristina, para permitirle que me quitara la camisa y dejé que me apretara el pecho y los abdominales. Empujé a Cristina hacia la cama, bien cerquita de Paula. Ella se tumbó de espaldas y antes de que yo me arrodillase para seguir comiéndoselo bien, Alejandra se abalanzó contra mis pantalones, desabrochándolos. Mi polla estaba bien tiesa y apenas el slip daba abasto.

Antes de que Alejandra pudiera reaccionar, me puse de rodillas a pie de la cama, cogí de los tobillos a Cristina y volví a meterle la lengua, que a esas alturas estaba pegajosa y salada. No tardé mucho en conseguir que se corriera. ¡Y menuda corrida! Noté cómo le temblaba todo el cuerpo, por no hablar del grito seco que dio, avisando que se venía.

–¿Te ha gustado, Cris? –dije levantándome.

Ni contestar podía. Me fijé en Paula, que también estaba exhausta al lado. Su falda arremangada y su tanga a un lado dejaba ver con claridad que estaba empapada. Alejandra no perdió el tiempo agarrándome el mango por encima del slip y atrayéndome hacia ella.

–¿Cuánto te mide, profe?

–No mucho –le contesté mientras le besaba, sacando ostensiblemente la lengua–. Diecisiete centímetros, aunque seguro que vosotras me la ponéis en dieciocho –y volví a besarla, aunque me detuve enseguida para añadir–: aunque, eso sí, la tengo bastante gorda, espero que no te asustes…

Le sobaba bien sus tetas por encima y apretaba su firme culo contra mí, para que notara mi erección sobre su tripa. La sensación de estar amasando piel tan tersa y suave, a pesar de no estar tocándola directamente, era embriagadora. Ella de pronto pegó un brinco y se aferró a mi cintura y me dijo, desafiante:

–A mi novio le gusta follarme de pie y yo me he acostumbrado. ¿Eres capaz, profe, o estás demasiado viejo?

Estaba embalada y eso me puso todavía más cachondo. Me bajé el calzón lo suficiente como para sacar mi verga, aparté el tanga de Alejandra, también empapado, y tanteé en busca de su agujerito a modo de respuesta. Aunque me costó algunos intentos, el grito de Ale me indicó a las claras que había acertado, por lo que avancé hasta la pared y se la clavé hasta el fondo.

–¡¡¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!!! Qué pollón tienes, cabrón, párteme por la mitad.

Empecé a bombear con frenesí mientras ella me comía la boca y yo le sacaba la teta izquierda y se la apretaba como podía. Estaba caliente y durita y eso me hinchó aún más las venas de mi polla.

–¡Sí, sí, fóllame más, fóllame más, profesor, dale duro a tu alumna!

Le gustaba decir lo del profesor y la alumna y a mí también me ponía. A la tercera vez, cuando llevaba ya un rato bombeándola con frenesí, cambió de frase:

–Me voy a correr, me voy a correr, joder, cómo noto tu polla por todo mi coñooooo. Métemela hasta el fondo, profe, metémelaaaaaahhh.

Aflojó sus movimientos luego y perdió las fuerzas, con lo que la arrastré hasta la cama. Allí, Cristina, que ya se había recuperado, se fue hacia mi nabo. Paula no fue menos. Las dos querían comerme la polla, por más que estaba impregnado de los flujos de Alejandra.

–Quietas, ansiosas, que hay para todas. Ponte con el culo en pompa, Paula, que te toca ahora a ti.

–¿No te pones condón?

–Te va a gustar más así, verás.

Quiso protestar, pero la besé mientras apretaba su coño con dos dedos y la fui girando. No me fue difícil encontrar su agujero, chorreante, y se la clavé de un golpe.

–¡¡¡Ahhh!!!

–Veo que no es tu primera vez, Paulita –a pesar de que su vagina estaba prieta, se notaba que tenía práctica en el folleteo.

–Noooo, pero tu polla es mucho mejor…

Al rato de estar sacudiéndola, me sorprendió ver que Cristina le estaba comiendo el coño a Alejandra. Esa visión me volvió a propiciar como un calambrazo eléctrico. El coño de Paula, aunque empapado, estaba tierno, cálido y apretado, tanto que vi que no tardaría en correrme y se lo dije.

–Ahh, córrete fuera, que me puedo quedar embarazada.

–Sólo te la saco si os coméis mi semen entre las tres–, le dije al tiempo que le daba una cachetada en la nalga.

–¡¡¡Síiii!!!

Se la saqué y me puse de pie. Mis tres alumnas, a cuatro patas, se pusieron delante, dejando Cristina la comida a Alejandra. Me sacudí mi polla, que estaba tiesa como una estaca, y la fui acercando a las caras de las tres, de forma alternativa, tocando con el glande sus narices y labios.

–Me voy a correr, me voy a correr.

Ahí me abandoné, cerré los ojos y las imaginé en el patio, con sus chándals puestos, corriendo por el patio ante mi atenta mirada, o sentadas en sus sillas durante las clases teóricas, Alejandra con sus escotes, Paula y Cristina abriendo la boca absortas, y noté cómo salía disparada mi leche. Procuré dirigirla hacia las tres, y algo de hecho recibieron, aunque Cristina fue la que estuvo más glotona, ya que me la agarró y se lanzó a limpiarme el mástil.

–Seguro que en casa no te bebes así la leche –le dije irónicamente.

–Joder –saltó Alejandra–, y luego decía que eso le daba asco…

Ver cómo se llevaba a la comisura de la boca los chorretones que le habían caído era una imagen estupenda. Paula, en cambio, fue más remilgada, aunque no era plan de quejarme después del coñito tan fabuloso y estrecho que me había permitido disfrutar tanto.

–Tenéis que decirle a Tatiana lo que se ha perdido. Y que me debe una visita.

–Y nosotras la acompañaremos –dijo Cristina.

–Ahora lo que tenéis que hacer –solté de la forma más doctoral que pude– es liaros con vuestros compañeros. Y teniendo más cuidado, eso sí, que aquí nos hemos dejado llevar. He oído decir a Pablo y Daniel que lo iban a intentar con vosotras…

No les podía decir, lógicamente, que primero tenía que dedicarme a otras compañeras suyas. Había estado fenomenal la noche para empezar, pero sabía que al viaje le quedaban seis días más y podía pasar de todo…