Viaje de estudios (1)

Relato de las aventuras sexuales durante el viaje de estudios del curso pasado contado por Quique, profesor de Educación Física

Me ha costado bastante esfuerzo y muchos meses de investigaciones, pero el resultado de lo que voy a publicar merece la pena (o eso espero). He estado detrás de esta historia tanto tiempo que ya no soy objetivo, pero debería resultaros morbosa a tope. Si entre los ingredientes juntamos un viaje de fin de curso, playa, nudismo, infidelidades y relaciones entre profesores y alumnos, puede resultar interesante.

Si contara sin más mi experiencia en ese viaje (yo era uno de los tres profesores que acompañaba a los alumnos), ya tendría para un buen relato pornográfico, pero encima he ido recopilando informaciones al respecto y resulta mucho más interesante ver el viaje desde una perspectiva más global. Gracias a mi amistad con la jefa de estudios, me enteré de que mi compañero había presentado en Jefatura un informe sobre los, según él, “vergonzosos, escandalosos y lujuriosos acontecimientos del viaje a Tarragona, o, más bien, Sodoma y Gomorra”. Gracias al chivatazo pude chantajear a este capullo, porque en su informe no incluía nada que lo inculpase, pero yo tenía pruebas de todo lo contrario. Así que el asunto se silenció y el informe lo confisqué y será la segunda parte a esta serie.

Una vez en posesión del informe, me pareció una buena idea esto de la investigación para sonsacar más datos de todos los avatares sexuales que habían transcurrido durante el viaje. Podrá parecer exagerado, pero estamos hablando de chicos y chicas de 1º de bachillerato, entre los 16 y 19 años. Y si encima los acompañantes y en teoría responsables están más salidos que el pico de una plancha, deja de resultar tan extraño.

Como digo, me inspiró la idea de mi compañero, pero con fines distintos (es decir, publicarlos en esta web), de modo que, valiéndome de mi condición de profesor y a menudo de confidente, hice creer a varios alumnos que Dirección se había enterado de lo que había pasado, que expulsarían a los inculpados y que me habían pedido que hiciese un informe lo más completo posible. Aunque al principio me entregaban escritos muy generales y con pocos detalles, les hacía ver a los chicos que cuanto más completos y exactos, me resultaría más sencillo poder ayudarles, siempre bajo la excusa de que los iba a proteger para que no les salpicase ningún escándalo. De hecho, me están muy agradecidos, porque creen que he conseguido frenar las expulsiones…

Perdonad tanto prolegómeno, pero es que no sabía muy bien por dónde comenzar. Debería haberlo hecho por el principio, pero unas explicaciones nunca vienen mal. Y ahora prosigo por ese inicio, que suelen ser los datos para entenderlo mejor todo: el viaje de estudios fue el del curso pasado, que tuvo lugar en junio. En nuestro instituto, un centro del norte de la Comunidad de Madrid, ese año decidieron los alumnos viajar a Tarragona, para ir a Port Aventura y tener la playa cerca. Como los tutores de los primeros de bachillerato éramos Agustín (el compañero chivato, de matemáticas), Ainhoa (de inglés) y yo (de Educación Física, que me llamo Enrique, aunque todos me dicen Quique, incluyendo a los alumnos), nos tocó acompañarles ese año.

No voy a dar más detalles exactos por si acaso y comprenderéis que todos los nombres no sean los verdaderos. Sólo añadiré que nos hospedamos en un hotel de tres estrellas cerca de la zona de marcha de una localidad costera, no muy lejos de la playa.

Ahora  comentaré cómo somos cada uno de los profes: Agustín es un hombre serio, muy formal, de unos cuarenta y tantos años. De mediana estatura, con su barriga cervecera bastante desarrollada, así como su calva y su mala leche. Es el tutor sargento del instituto, vaya. No hacía más que repetirnos a Ainhoa y a mí que había que tener mucho cuidado con estos viajes, porque los chicos aprovechaban para follar a base de bien, como si eso fuera algo terrible. Cualquiera le decía que eso es lo que habíamos hecho Ainhoa y yo cuando fuimos a nuestros respectivos viajes de fin de curso… Y es que Ainhoa y yo bordeamos los treinta y supongo que los años de diferencia nos hacen tener otro enfoque totalmente diferente al suyo.

Ainhoa es una profe bastante enrollada, simpática, que habla por los codos, morena, de estatura similar a Agustín (metro setenta o por ahí), algo rellenita, con sus caderas y cartucheras destacando en las apreturas de sus vaqueros ajustados, de nariz algo encorvada, pero un cierto encanto gracias a esa simpatía y a sus constantes risas. Me llevo muy bien con ella, tanto antes como después del viaje. He de reconocer que no se me cruzaba por la mente acostarme con ella porque éramos amigos sin más, nos llevábamos muy bien, con constantes bromas (ella atacándome por mi colección de chándals, yo a ella porque de la coleta y de las blusas no salía), porque ella tiene novio formal desde que la conozco, porque nunca me había dado la sensación de que buscase algo conmigo y porque, he de reconocerlo, no es mi tipo, aunque sus intuidos grandes pechos pudieran ser un reclamo sexual para mí.

Y por último, yo. Está mal decir esto, pero no queda más remedio que decirlo: soy el típico profe buenorro por el que las alumnas están enamoradas. De ahí la envidia que me tiene Agustín, que dice de mí que soy un (cito de nuevo su informe, aunque ya lo publicaré en breve) “chulo engreído, prepotente, narcisista y sin escrúpulos”. Desde siempre me han apasionado los deportes y me he mantenido en forma, pero sin pasarme, sin ser uno de esos ejemplares de gimnasio musculados a base de horas de sacrificios y anabolizantes. Mido metro ochenta, soy espigado, rubio, con una barbita cuidada, y lo que más me gusta de mi profesión es el trato diario con los chicos, a quienes me gusta aconsejar y ayudar en todo lo posible. Mi único talón de Aquiles es que no puedo evitar fijarme en algunas de mis alumnas, y mi asignatura da para que tenga momentos en los que me puedo poner las botas visualmente. Entre eso y que soy consciente de que están loquitas por mí, que tengo una mente abierta en todo lo referente al sexo (volveré a presumir, pero no tengo otro remedio: tengo mucho éxito con las mujeres y en parte se lo debo a mi desinhibición), me es imposible dejarlas fuera de mis posibles conquistas.

De hecho, si bien no había mantenido nunca antes relaciones sexuales con ninguna alumna, sí me he acostado con varias ex (pero eso sería tema de otros relatos) y he mantenido conversaciones por chat de mucha tensión sexual. Las chicas saben que me gusta flirtear y yo creo que las estimulo a que desarrollen todo su potencial porque en el futuro serán más felices si no se reprimen. Por eso no voy a negar que no tuviera en mente aprovechar el viaje para cumplir alguna fantasía con alguna de las chicas de ese año.

Porque tela con las “niñas”… Os voy a describir a mis alumnas favoritas: Tatiana desde que la tuve en 4º ha sido mi ojito derecho: rubita, modosita, bastante madura al ser repetidora (17 años), tímida, enamorada de mí desde el principio, conmigo siempre se ha mostrado accesible y ha confiado en mí. De su cara, me encanta su nariz respingona, sus finos labios y sus ojos castaños; de su cuerpo, su palidez, sus formas desarrolladas, delgadita, de encantadores hombros, pero con pecho respingón, sobre todo cuando trae ese top de tirantes rosa que deja ver las tiras negras de su sujetador. La de pajas que me habré hecho mirando una foto donde se veían sus tetas con ese atuendo… No me corté en decirle por el chat que lo metiera en la maleta…

Una de sus mejores amigas es Alejandra, también repetidora y con 17. Morena, la típica adolescente con su pelo ondulado, negro, su maquillaje excesivo sus aros en las orejas enormes, sus escotes desmesurados, sus pantalones caídos, la moda más extravagante. Detrás de su apariencia de pasota, hay una chica dulce enchochada con su novio dominicano que la trata como un objeto sexual y una boca sin pelos en la lengua: si te tiene que contar que se ha acostado con su novio pese a que la ha vuelto a dejar, te lo dice. Está algo más rellenita que Tatiana (o al menos en esa época, ahora ha adelgazado) y quizá por ello sus pechos son algo mayores.

Uno de los descubrimientos del año ha sido Susana. Repetidora, no la tuve el año pasado aunque la conocía de vista, había pasado de un módulo al bachillerato, de ahí sus 21 años. A pesar de una dentadura que la afea, la chica es mona, con su pelo oscuro largo, su flequillo oblicuo, son sonrisa traviesa; es simpática, echada para adelante, y se gasta una delantera de aúpa. Parece más lanzada de lo que luego es (hablo ahora en cuanto a términos sexuales).

Y la otra es Katerina, una chica nueva, de 18 años, guineana, tímida, que habla regular el castellano pero se esfuerza mucho por ponerse al día. Negrita, con el pelo corto, media melena, lo que me vuelve loco es que tiene un cuerpo de escándalo. Si fuera más alta, la recomendaría como modelo, aunque no sé si con sus atributos mamarios podría hacer mucha carrera, porque parece que gustan las anoréxicas. Si hubiera tenido que elegir a quién follarme, me decantaría por Tatiana y por Katerina, a la que no quitaba ojo en los ejercicios gimnásticos, sobre todo cuando se quitaba la parte de arriba del chándal y dejaba ver sus formas con camisetas cortas que quedaban bien ceñidas, aunque con esta no sabía si tendría oportunidades debido a su timidez.

Y basta ya de antecedentes, vayamos al viaje. Durante el camino no ocurrió nada destacable (al menos que yo supiese, ya veréis que no fue así). Llegamos a las siete de la tarde al hotel y nos organizamos para colocar a los chicos en las habitaciones. Al final prevaleció el criterio de Agustín, que impidió habitaciones mixtas (total, para lo que sirvió…). Nosotros, por nuestra parte, nos quedamos en habitaciones individuales: Ainhoa y yo al fondo, una habitación en frente de otra, y Agustín en el lado contrario, para que nadie saliese sin su permiso.

Dimos una primera vuelta en grupo para conocer la zona (los chicos para recoger invitaciones de discotecas, principalmente) y volvimos para cenar. Conseguimos convencer a Agustín para dejar que los chicos salieran esa noche y conocimos la primera discoteca.

Nos costó bastante distraer a Agustín y de hecho, al final, para que no fastidiase al resto, le dijimos que se fuera al hotel a descansar. Nos dijo que se pondría la alarma a las tres de la mañana y nos llamaría y eso hizo. Pero bueno, hasta las tres pudimos estar tranquilos y pronto los chicos se dieron cuenta de que si querían beber, tan sólo debían recurrir a los mayores de edad o a sus encantos para conseguir que les sirviesen porque nosotros no íbamos a estar detrás de ellos. Ainhoa y yo también pedimos un par de cubatas y aunque al principio estábamos un poco aparte para no cortar a los chicos, pronto ellos mismos nos llamaron y nos unimos a sus bailes.

Me calenté en exceso con el grupito de Tatiana y Alejandra, a quienes acompañaban Cristina, algo gordita pero muy descarada, y Paula, pequeñita, pero matona, la niña se movía de vicio y la minifalda que se había vestido ayudaba para que la mirara con otros ojos. Las chicas en algunos momentos me rodeaban y prácticamente se puede decir que bailaba con las cuatro, aunque en los bailes más agarrados iba deslizándome de una a otra, volviéndoles loquitas (no paraban de repetir lo bien que bailaba, que si eran la envidia de todas las de la discoteca, e incluso Cristina me preguntó si en la cama me movía tan bien: ya los efectos del alcohol se dejaban notar, y por eso les contesté que lo comprobaran por la noche, que ya sabían dónde dormía yo).

Como siempre, Agustín nos aguó la fiesta, pero tenía su punto de razón, así que empezamos a recoger alumnos para irnos al hotel. Costó como media hora, por lo que llegamos a las tres y media, para escándalo y enfado de Agustín, que no aprobó nada el estado de la mayoría de los alumnos. La bronca que recibieron pareció calmar los ánimos y todos se fueron a sus habitaciones. Ainhoa y yo nos acercamos a nuestras habitaciones riéndonos de la situación:

–Cómo se las gasta Agustín –dijo ella, entre risas.

–Me asusta hasta mí… –más risas, risas quizá desmesuradas, aunque luego Ainhoa me reconoció que los chicos le habían convencido para su tercer cubata y no estaba acostumbrada.

–¿Has bailado con alguno? –le pregunté.

–¿Con alguno? Con Mario, Jaime, Casado, Vicente, Roberto..., jajajaja.

–Anda que no eliges tú, ¿no? –le apunté porque era de sobra conocido que esos repetidores eran los derrite corazones de las chicas, y no sólo alumnas.

–Los más lanzados, los otros no se atrevían, aunque luego incluso yo misma saqué a la pista a Pedrito –Ainhoa tenía adoración por ese chico tímido tan bueno en inglés–. Aunque para qué hablar, si te he visto a ti bien rodeado. ¡Madre mía, si yo creía que te violaban en el rincón las del B!

–¡Qué exagerada! –Ainhoa no atinaba con su cerradura, ahora que habíamos llegado.

–Espera, que te ayudo… –Me hice con su llave y conseguí a la primera que girara–. Es muy sencillo meterla.

Aunque lo había dicho sin mala intención, o al menos simplemente como una broma, al ver la reacción de Ainhoa, me di cuenta de que ella se lo había tomado muy en serio:

–Ya sabía yo que tú no tenías problemas con meterla, al menos eso se cuenta…

–¿Qué se cuenta? –me hice el ofendido y el tonto, porque bien sabía yo lo que se contaba de mí, me había ganado una fama de conquistador que muchas veces se exageraba. Ainhoa había entrado ya a su cuarto y yo me quedé fuera hasta que ella me dijo que pasase.

–¿Estrenamos el minibar? –me preguntó, y una vez le dije que sí y me senté en el borde de la cama, se lanzó a contarme mis supuestas conquistas: que si Teresa, la interina de sociales del año pasado; que si Concha, la de lengua; que si Ana, la Jefa de estudios… Me lo decía de tal modo que me preguntaba si era cierto o no, a lo que tuve que responder afirmativamente en los tres casos.

–¡Joder, y yo pensando que exageraban las urracas cotillas! –unas profesoras al borde de la jubilación que sólo estaban en el centro para las murmuraciones, aunque yo no me quejo de ellas que las tenía en el bote–. ¿Alguna profesora más te has tirado?

–¿En este instituto?

Puso ojos como platos, se rió, y seguimos bebiendo, whisky, creo. Le conté entre bromas que en las cenas siempre acaba invitándome alguna soltera o divorciada, y que como llevo tres años y nos vamos de cena dos veces, como mínimo me he follado a seis profesoras.

–¿Y te has tirado a alguna alumna? –me preguntó medio escandalizada, temiendo que le contestara afirmativamente.

–Ex alumnas no cuentan, ¿verdad?

–Joder…

–¿Y tú? –tomé la iniciativa en cuanto al turno de preguntas.

–¿Yo? ¿Con alumnos?

–O con compañeros.

–¡Nooooo! –y apuró el sorbo de otra botellita pequeña.

–No será por ganas, sé sincera. Te tiene que pasar como a mí, que alguno te hace tilín…

–¿Te atraen alguna de tus alumnas?

–Varias…

–Joder, tío, eres un pederasta.

–Ainhoa, tía, hablo de chicas de cómo mínimo dieciséis años. Anda, me vas a decir que Vicente no te pone…

Vicente es un chico de los que gustan a las tías: alto, con sus abdominales bien trabajados y sus bíceps a tope, por lo que era raro verlo con la camiseta puesta en el patio un día soleado; el pendiente, el pelo rapado salvo por detrás, con una amplia melena, su punto descarado e insolente, los tatuajes de carcelario y una chulería a la hora de contestar lo convertían en el prototipo del objeto de deseo de muchas alumnas y profesoras.

–La verdad es que… –No se atrevía a seguir–…, me he puesto un poco cachonda al bailar con él. El muy cabrón me ha tocado hasta el culo…

–Y te lo habrá tocado mirándote fijamente a los ojos, que lo conoceré yo, que he sido su tutor dos años seguidos y sé cómo se trabaja a las tías.

–Bueno, pero una cosa es que me haya puesto cachonda y otra es que me lo vaya a tirar.

–Pues harás mal si desaprovechas este viaje.

–¿Estás loco, Quique? Si se enteran, nos pueden echar, y mira que me ha costado sacarme las oposiciones.

–Anda, Ainhoa, si no se va a enterar nadie. Mira, como dice Agustín, aquí folla todo dios, y nosotros no podemos ser menos –Otra risa floja demostró que la estaba convenciendo–. Mira, si tú me haces caso, te lo vas a pasar de puta madre y luego ya cuando vuelvas, la vida normal…

–No podría volver a mirar a la cara a mis alumnos…

–Pues les mirarás a la polla, hija.

–Joder, Quique, parece que me estás hablando en serio…

–Claro que sí. Mira, yo te voy a ser sincero –aquí el alcohol favorecía mucho mi sinceridad–: yo en este viaje me pienso follar como mínimo a Tatiana, y como se me ponga a tiro Katerina, también –ojos como platos, boca casi desencajada–. Ya no son niñas y me han puesto cachondo. Les he insinuado que me vengan a buscar esta noche, con eso te digo todo.

–La verdad es que esto de lo de follarse a los alumnos es muy excitante…

–¡Eso es! Mira, yo te puedo echar una manita se te da corte.

–No sé, Quique…

–Mira. A cambio de hacer de Celestino, me tendrás que contar con pelos y señales tus encuentros –y eso hizo, y por eso podré contar desde su punto de vista el viaje sexual de Ainhoa…

–Trato hecho, pero tú también me lo tienes que contar todo.

–Trato –y nos dimos la mano. Ahí tardó en apartarla.

–Oye, Quique… –no se decidía, pero vi claro lo que me iba a proponer–…, entre el baile, la conversación y lo que he bebido… Estoy mojada… ¿No querrías empezar ya…

Me lancé a su boca. Ya he dicho que no me atraía Ainhoa, pero estaba un poco ciego y hablar de tirarme a alumnas y de que se la tiraran a ella los chicos me la había puesto como una estaca. No tardamos en quitarnos la ropa, casi arrancándonosla. Ainhoa me demostró lo mucho que me deseaba, no sólo porque me lo decía, sino porque la camiseta, los pantalones, la manera de agarrarse a mi rabo y comérmelo eran suficientes.

–Joder, qué rabo tienes, cabrón.

Estar en bolas delante de mi compañera era muy excitante. Ella estaba arrodillada sobre la cama y yo echado boca arriba, con mi aparato tieso, mojado por mis líquidos y por la saliva de Ainhoa, viendo cómo su sostén negro apenas mantenía sus tetazas. Estaba en bragas, también negras, y aunque la tripa le colgaba un poco, Ainhoa tenía para un buen par de polvos.

Le obligué a que me besara (me encanta el sabor de mi polla en los besos) y encaminé mis dedos a sus bragas, que rajé de un tirón. Un coño cuidado me hizo desear metérsela cuanto antes.

–Ponte un condón, Quique.

–¿Tienes XL a mano?

–¿XL? Joderrrr, ya decía yo que no me entraba ese cacho de carne.

–¿Qué pasa, es que tu novio no la tiene tan grande?

–Ni tan gorda… No sigas,  hijoputa, que me la metes… –La había puesto a cuatro patas y estaba acariciando con los dedos el clítoris y acercando mi glande por los labios vaginales, rozándoselos–. Ve a por condones en tu cuarto, que te habrás traído tres cajas…

Me gustó su sentido del humor en esa situación, pero le dije que estaba demasiado cachondo como para salir a buscarlos y que la iba a follar a pelo. La expresión sucia le hizo estremecerse, pero volvió a intentar repeler mi entrada (incluso me había frenado con la mano cogiéndomela por el tronco):

–Tío, que no me estoy tomando la píldora porque estamos intentando tener un hijo…

–Si lo que querías es excitarme para que te la meta, lo has conseguido, zorra.

Le aparté la mano y le metí el glande de un tirón. Ella sofocó el grito, y me pidió que no siguiera:

–No, por favor, no me la metas más.

Volví a arremeter contra su culo, venciendo su resistencia, con lo que se la metí un poco más.

–¡Ahh! Quique, por favor te lo pido, no sigas…

Al tercer intento se la clavé casi por completo. Aunque no hundí mis testículos en su culo gordo, ya no podría sacármela así como así.

–¡Aaaaaah! Qué pollón, joder, la siento casi hasta en la boca del estómago…

–Pues no te la he metido hasta el fondo, cariño. –Y movía en círculos la cadera para que notara cómo estaba siendo invadida. Me apretaba su vagina bastante y eso me estimulaba.

–Y encima bien gorda que la tienes… –Se mordió el labio (lo vi por el espejo del armario) antes de pedirme con la boca pequeña que se la sacara. Empecé a sacudirme sobre su coño con fuerza, empujándola varias veces, sacándola y metiéndola un poco, lo suficiente como para que sus resistencias se vencieran.

–¿Quieres que te la saque, puta?

–Noooo, no me la saques, métemela hasta el fondo, cabrón, hazme gozar como una puta.

Hice todo lo contrario, sacando mi polla casi por completo. Casi se pone a llorar cuando creyó que la iba a sacar:

–No, no me la saques, no me la saques, no…

Y entonces arremetí con todas mis fuerzas, apretando mi polla hasta el fondo, casi hasta hacerme daño. Esta vez no Ainhoa no pudo evitar un grito que hasta me asustó y le pregunté si le había hecho daño, pero ella estaba cachonda perdida y me pidió que la siguiera follando.

Me encantaba agarrarle las tetazas enormes y flácidas, pellizcarle sus pezones oscuros, grandes, mientras sacaba y metía mi verga en su empapada vagina. Apenas me hizo falta tocarle un poco más el clítoris para su primer orgasmo, que me anunció entre gritos y jadeos, luchando por no ser una escandalosa y dejándose llevar.

Se la saqué para cambiar de postura y la puse de lado, no sin antes chuparle las tetas con frenesí, como si fuese la mujer que más hubiera deseado en la tierra. Luego le comí la boca, y entrechocamos nuestras lenguas con una pasión inconmensurable. Apenas le rocé con los dedos el clítoris, volvió a correrse, por lo que cuando se la volví a meter, Ainhoa estaba más mojada que nunca; si no fuera por la postura, ni hubiera notado fricción. Eso sí, ella estaba desbocada y no paraba de decirme guarrerías y lo mucho que estaba gozando. Quiso llevar la iniciativa y se subió encima de mí, cabalgándome. Besar su boca y sus pechos me gustaba, pero era como estar metiéndola en un charco, así que le anuncié que le iba a dar por culo.

Se asustó mucho y se negó. Decía que no lo había hecho nunca por ahí, aunque realmente no hacía nada cuando empapaba mis dedos con los jugos de su coño y se lo metía por el ano. Primero un dedo, luego dos, hasta que el tercero entró perfectamente. La había dispuesto con la almohada sobre su tripa y yo me bajé al suelo para impulsarme mejor. Gracias a sus fluidos la había lubricado bien, con lo que no se enteró cuando cambié mis tres dedos (muy metidos) por mi glande. Solo cuando ya empecé con mi segunda embestida empezó a asustarse de nuevo.

–¡Para, cabrón, que me partes por la mitad con ese pollón!

–Muerde la otra almohada, que ya verás cómo luego te va a flipar. Y métete un dedo en el coño, que lo tienes muy sensible.

Me obedecía en todo, pese a que me insultaba entre gimoteos y lloriqueos:

–Eres un hijo de la gran puta, un cabronazo. Me vas a preñar y ahora me desvirgas el culo…

–Si quieres ponerme más cachondo, lo estás consiguiendo…

Y otra arremetida hizo que más de la mitad estuviera dentro. Joder, tenía el agujero bien estrecho y mi polla estaba a tope, por eso no se la saqué pese a que los gritos de Ainhoa se oían a pesar de la almohada. No quise seguir más dentro para no destrozarla y empecé a moverme dentro de ella en círculos y movimientos lentos, hasta que noté que entre que se había ido acostumbrando y su dedo estaba empezando a disfrutar de la situación.

Cuando anunció, con una voz tan excitada que ni parecía la suya, en medio de un sofocado grito, que estaba a punto de correrse, le dije que yo también y me corrí en su culo. Al sacarle la polla, un chorro espeso y amarillo empezó a salirle por ese agujero que ahora lo tenía bien agrandado.

Me tiré a la cama, vencido y sudado, como ella, que me besó con una ternura impensable unos minutos antes, cuando estaba llorando y sufriendo.

–Joder, cómo me ha gustado… ¿Repetiremos? Así no corro riesgo de quedarme embarazada.

Volvimos a besarnos y le dije que estaría encantado, pero que sería otro día, que ahora tenía que ir a mi habitación. La noche no había terminado…