Viaje de dos compañeras
Dos compañeras inician un viaje que colmará sus fantasías
Bajo la sombra de la parra del patio, en pleno mes de junio, Sara y Eric conversaban sobre las novedades del trabajo de ella. Tras cinco años trabajando en la misma oficina, el director había decidido movilizar temporalmente a algunos empleados.
- Será solo un mes. Nos han asignado un apartamento y viviremos juntas. Trabajaremos en la sede de Barcelona para formar a los nuevos empleados.
- Espera, espera. ¿Vivirás con alguien?
- Con Ruth. Vamos juntas.
- Me alegro. Así estaréis acompañadas. Y os resultará más ameno.
- Y nos veremos desnudas.
- ¡Ehhh! ¿Pero qué dices, loca?
Eric mostró sus dientes blancos con una sonrisa abierta, sincera. Sabía que las dos chicas eran compañeras y de personalidad parecida.
- Vamos a vivir juntas, tontorrón. ¿Nos tendremos que duchar, no? Anda, tonto, entra en casa y espérame en la cama.
Eric observó a su novia mientras ella se levantaba para regar el rincón de las plantas aromáticas: romero, perejil, albahaca, orégano. El vestido de verano marrón que vestía, a conjunto con las sandalias romanas que calzaban sus pies, dibujaba un cuerpo lleno, con las curvas necesarias para encender a cualquiera. El escote abierto, generoso, y la escasa longitud del propio vestido, dejaban a la vista parte del pecho y las piernas torneadas, con muslos llenos. Un placer para la vista y el tacto, pensó el chico.
Cuando Sara entró en la habitación, iluminada con la luz natural que atravesaba la ventana, Eric ya estaba esperando desnudo, sobre la cama. Ella se situó de pie, a su lado.
- Estoy pensando que… no sé. Quizá…
Mientras hablaba así, pensando dubitativamente las palabras, se iba bajando los tirantes del vestido. Primero uno, luego el otro. El escote rebosaba y ya era difícil sujetar esos dos volúmenes. Volvió a hablar.
- ¿Te parece si nos despedimos como nos gusta? Así, con poca ropa…
Sara seguía, mientras tanto, desnudándose. El sujetador amarillo de encaje, semitransparente, ya lucía en todo su esplendor. El vestido seguía deslizándose y ya asomaba una fina tira amarilla por debajo de la cintura. Eric miraba con descaro, deteniéndose en todos sus rincones favoritos. Cuando el tanga asomó por completo y ya no quedaba rastro del vestido, Sara se dirigió a una mesilla junto a la cama. El sujetador no contenía el movimiento de las tetas, que pugnaban por liberarse, y los dos cachetes redondos del culo se mostraban jugosos. Abrió un cajón de la mesa y sacó dos pequeños objetos oscuros y brillantes. Miró al chico con su media sonrisa característica y le mostró los objetos. Eran dos esposas de sadomasoquismo. Sin pausa, la chica las utilizó para atar las manos de Eric a la cabecera de la cama.
- Voy a hacer contigo lo que quiera.
El chico permanecía tumbado y sin ropa. Así, con los brazos estirados hacia el cabecero y las manos atadas, no podía hacer otra cosa que dejar actuar a su novia.
-Te voy a castigar, cerdo. Has sido un mal chico. ¿Te crees que puedes mirarme las tetas cuando quieras, sin mi permiso? Eres un cabrón. Te voy a dejar seco, voy a sacarte hasta la última gota de leche. Y no quiero ni un quejido.
La performance de Sara había empezado. Le gustaba, de vez en cuando, jugar a dominar a su chico. Siempre eran sometimientos suaves, placenteros. No había dolor. Miraba a Eric sonriente, y andaba alrededor de la cama. Él, con el rabo morcillón, de buen tamaño pero no duro, se dejaba hacer.
- ¿Qué es este pepino? ¿Quieres que te lo coma?
Sara se inclinó sobre la entrepierna del chico y, conservando el tanga y el sujetador, le besó el rabo. Le puso una mano en el abdomen y se lo acarició. Eric lo endureció instintivamente, marcando levemente los músculos. Estaba tenso, expectante. Su cuerpo era fibroso, delgado, levemente dorado por el sol y de estatura media. Las cosas se sucedieron rápido, sin demora: trabajo oral, cabalgada profunda. Sentada sobre él, ella tenía el mando de los movimientos. Sentía la penetración y aceleraba el ritmo. Reducía la profundidad mientras se apoyaba en su pecho, para volver a cabalgar con fuerza. Así, hasta conseguir el orgasmo de Eric.
- ¿Ya? ¿Y qué pasa conmigo, amor? Sara miraba con ojos suplicantes.
- No podía más.
- Ya. ¿Y qué hago yo?
En ese momento, el teléfono de Sara sonó. La chica se levantó, se recolocó la ropa interior y aceptó la llamada. Eric, atado y estirado sobre la cama, no tenía más remedio que observar.
- ¡Hola, Ruth!
Su compañera llamaba para cerrar los detalles del viaje. Comenzaron a charlar animadamente. Sara paseaba alrededor de la cama mientras se mostraba ante Eric. De pronto, alcanzó una silla y la situó delante de la cama.
- Claro que sí, Ruth. Yo paso a recogerte por la mañana. ¿Tampoco es necesario madrugar, no?
Mientras hablaba, la chica dio un par de vueltas alrededor de la silla, insinuante. Después, levantó una pierna, la pasó por encima de la silla y se sentó. Miró a la cara del chico y sonrió.
- Sí, tardaremos unas 3 horas. Podemos parar a comer, claro.
Sin parar de hablar, Sara se quitó el tanga, deslizándolo morbosamente por sus piernas. Después, abrió las piernas completamente. La luz de la tarde ya iba decayendo, y las sombras aparecían, poco a poco, en la habitación. No obstante, un último rayo de sol iluminaba el cuerpo sentado de la chica, dejando en una misteriosa penumbra a la cama. Desde detrás, la escena parecía una sesión de fotografía con dos modelos: en primer término Sara sentada, de espaldas, con las piernas abiertas e iluminada con un foco de luz; detrás, en segundo término y en penumbra, una cama con unas manos atadas al cabecero.
- Yo llevaré mi maleta grande… sí, espero que no me falte espacio.
A la vez que conversaba con su compañera, Sara comenzó a acariciarse el pubis. Pasaba la mano abierta, acariciaba el vello que lucía allí, luego bajaba un poco con los dedos, y volvía a subir.
- No, ahora no estoy ocupada. Estaba pensando qué hacer con mis manoletinas… no sé cuál llevar.
La chica se ocupó directamente en satisfacer su clítoris. Aceleraba y disminuía el ritmo, abría los labios, metía y sacaba un dedo y continuaba buscando placer. Escuchaba a su compañera y cerraba los ojos, presintiendo la llegada del placer. Tuvo un detalle con Eric: subió la mano por la cintura y llegó al sujetador, donde sacó una teta por fuera. Se la acarició y volvió a bajar la mano, buscando de nuevo el clítoris. La visión del chico era mágica: Sara iluminada por el sol, abierta de piernas, con la cabeza ligeramente vencida hacia atrás, el pelo revuelto, los ojos cerrados, una tetaza fuera y la otra no, y masturbándose con energía.
- Tengo que dejarte, Ruth. Nos vemos mañana por la mañana. Descansa.
La chica lanzó el teléfono a la cama y llegó al orgasmo. Quedó en silencio unos segundos, acompañada por el mismo silencio del chico. La luz se iba apagando, ahora sí dejándose vencer por la oscuridad.
- Quiero una cerveza. Sara resopló.
- ¿Me vas a desatar ya, pervertida?
- Ya veré.
Ya solo eran dos siluetas moviéndose en las sombras de la habitación.
- ¿Te has excitado con ella?
- No, ha sido la situación. Tenerte ahí, desnudo, a mis pies. Acariciarme sin que ella lo supiera.
Sara alcanzó, a tientas, la lámpara de la mesilla. La encendió. Buscó la llave de las esposas y liberó las manos del chico.
- Seguro que nos divertimos. Me llevo muy bien con ella. –Sara hablaba mientras se sentaba en la cama.
- ¿Tenéis confianza?
- Sí. –Sara se iba vistiendo despacio, como saboreando el momento. Nos piropeamos a menudo. A mí me encanta cómo viste en el trabajo. Trae camisas ajustadas, faldas de tubo ceñidas y botas altas. Me parece atractiva. Y a veces nos hemos dado un cachete en el culo… creo que nos ponemos una a la otra un poco.
Eric conocía los gustos de su novia. Era bisexual, y solo había mantenido un contacto íntimo con una amiga. Los dos formaban una pareja estable, pero disfrutaban en común de las fantasías que se les presentaban. Y se alegraba de que las dos amigas compartieran este viaje.
El apartamento de Barcelona era pequeño y suficiente para las dos. Cada una tenía una habitación y compartían el resto de dependencias, incluido el baño. Y tenían piscina. Pasaron los primeros días atareadas en el trabajo. Tanto, que el primer rato libre que tuvieron lo dedicaron a relajarse.
- ¿Te apetece un rato de piscina, Ruth? Yo necesito relajarme.
- Claro. Qué buena idea. Un baño para recobrar fuerzas.
- Pues vamos.
A Sara se le iluminaron los ojos. Era buen momento para dejarse llevar y tomar un descanso. Ruth tenía razón. Un baño para retomar fuerzas. Se dirigió a su habitación. Decorada con mobiliario fresco y actual, tenía una gran ventana, un espejo de pie y una cama doble. Abrió su maleta y buscó el bikini. Lo sacó y se desnudó. El bikini, de color verde vivo y de tamaño justo, no contenía de manera decente la carne: parte de los cachetes quedaba al aire y la parte superior descubría el canalillo y parte de los laterales. Pensó en Eric. Quizá podría llamarlo y contarle que… o quizá podría ponerle los dientes largos. Buscó su teléfono móvil y comenzó una video-llamada. En la pantalla apareció la cara de Eric junto a la suya.
- ¡Hola!
- ¡Sara! Qué sorpresa.
- ¡Me voy a la piscina! Estamos cansadas y hace calor. Nos apetece un baño.
- Qué bien.
- Por cierto, mira lo que te pierdes.- Sara bajó el teléfono hasta que la cámara apuntó a su pecho. El bikini apareció en todo su esplendor.- ¿Te gusta?
- Madre mía. Cómo no me va a gustar.
- Así me gusta. –La chica volvió a subir el teléfono.
Una voz resonó en la habitación. Era Ruth, que entraba como una exhalación.
- ¿Nos vamos? –Alcanzó por detrás a Sara y se pegó a ella. Miró con curiosidad por encima de su hombro y vio el teléfono-.
- ¿Eric? ¡Hola!
Sara abrió el plano y encuadró también a su amiga. Las dos quedaban juntas, agarradas por la cintura y sonrientes. Sara habló, riendo.
- Hola. Somos Sara y Ruth. Estamos en bikini y hace calor. Queremos piscina.
Eric veía, a través de su teléfono, la cara y el pecho de las dos chicas. Empezó a imaginar. ¿Y si se besaban ahora? ¿Y si se quitaban los bikinis una a la otra? No era algo diferente a lo que cualquier otro chico hubiera pensado. Pero era mejor calmarse. Acabaron la conversación y colgaron. Por su parte, Sara no acabó indiferente a esta llamada. Le encantaba exhibirse y provocarle. En realidad, quería calentarse a sí misma. Le apetecía jugar. Pero ahora era momento de disfrutar de la piscina.
Desde la toalla, Sara miraba el panorama a su alrededor. Niños jugando en el agua, papás vigilando, grupos de amigos cobijándose en una sombra. Ella estaba reclinada, con las piernas estiradas y apoyada en sus antebrazos. Sus tetas caían ligeramente una a cada lado, rotundas. Estaban en un rincón de la piscina, protegidas bajo una sombrilla. Cerca de ellas dormitaban los miembros de una familia: la mamá, el papá y un adolescente. Sara dejó libertada a la imaginación y divagó. Seguro que esa familia estaba de vacaciones. Habrían alquilado un apartamento. Los padres se habían llevado al hijo para pasar tiempo con él. Que mejor temporada que las vacaciones para pasar tiempo con el niño, pensarían. En mitad de estas conjeturas imaginativas, Sara recordó la historia de una amiga. A comienzos de verano, su amiga se disponía a viajar a Santander, la ciudad donde residía, desde Madrid. Iba a utilizar un autocar de viajeros para completar el viaje. Mientras esperaba en su correspondiente butaca, observó a un adolescente por el pasillo. Parecía perdido, buscando su asiento torpemente. Con sorpresa, su amiga observó que se acercaba a ella. Después de comprobar el número de butaca, se sentó junto a ella con ademanes tímidos. Su amiga pensó que iba de vacaciones solo, sin sus padres. Pensó que sería bueno alegrarle el viaje. Le provocó levemente durante el viaje –le enseñó más escote del necesario, se hizo la dormida para permitirle observar sin miedo y se derramó algo de bebida en el sujetador a través de la camisa-. El chico comenzó con suerte sus vacaciones. Así, mientras Sara observaba a Ruth, que permanecía tumbada a su lado, ojeando desinteresadamente una revista, pensó que no estaría mal provocar un poco a ese adolescente. Quizá así le alegraría las vacaciones. Y se acordó de Eric. Con gesto pícaro, le escribió un whatsapp:
Hola, amor. Tengo aquí, cerca de mí, a un adolescente que no para de mirarme. Debe estar muy caliente. ¿Será mi bikini? ¿Crees que debo regañarle? O será más divertido si le dejo mirar… Mmmmm, no sé. Me voy a aplicar un poco de crema solar por el pecho. Que me vea bien . ---
La respuesta de Eric no se hizo esperar.
Deja que disfrute. Que se lleve una alegría .---
Sara no necesitaba el permiso de su chico porque ya sentía el morbo subir por su pecho. Se ocultó parcialmente a la vista del resto de la piscina, dejando un pasillo visual con la familia, y esperó. Cuando el chico se desperezó, le buscó con la mirada. El adolescente no tardó en establecer contacto. Aburrido y con poco que hacer, la mirada de una chica le enganchó rápidamente. Sara, disimulando, alcanzó la crema solar y vertió unas gotas en su mano. Distraídamente, comenzó a untarse en la cara. Bajó un poco por los hombros y los brazos y, asegurándose de que nadie más podía observarla, miró empezó a masajearse el escote. De reojo miraba al chico, que, tratando de disimular, contemplaba la escena. Las tetas de la chica se bamboleaban sin reparo, y Sara pensó en cerrar la sesión con una sorpresa. Con un gesto rápido, deslizó una mano hacia un lateral del bikini. Despreocupadamente, bajó la tela de una parte del bikini para untar la crema. Y la bajó del todo. La teta blanca, carnosa, grande, apareció. Durante tres segundos, la mano de Sara la acarició, dejando ver en un suspiro el pezón. Fingiendo sorpresa, Sara volvió a cubrir su teta. Miró al chico y su cara boquiabierta le hizo sonreír. Bueno, chico, -pensó- al menos te has llevado una alegría en esta mañana de piscina.
A través de la cristalera del salón, Sara observaba la puesta de sol. Estaba recostada en un sofá blanco, relajada y sintiendo la llegada del sueño. Escuchaba a Ruth apurar el refrescante momento de la ducha, que para ella era sagrada cada noche. Pensó que era momento de cenar y se acercó a consultar a su compañera.
- Ruth, ¿qué te apetece cenar?
- Cualquier cosa ligera. Ya sabes que hay que cuidar estos cuerpos que tenemos.
Mientras escuchaba, Sara observaba la cortina de la ducha. No era transparente pero dejaba intuir, en un sensual juego de luces y siluetas, las formas del cuerpo de Ruth. Observó con atención, sintiéndose una voyeur descarada. Como su compañera estaba situada de perfil, las curvas de su cuerpo se definían o desdibujaban dependiendo de sus movimientos: ahora se perfilaba una pierna, ahora se delimitaba la curva de una teta… Sara se estaba calentando con estas miradas clandestinas. Quiso alargar el momento.
- ¿Te apetece una ensalada? Tenemos tomates, huevos, frutos secos, lechuga.
- Sí. ¿Tenemos pepinos?
A Sara se le ocurrían varias cosas que hacer con los pepinos, pero ninguna era decente. Ya estaba irremediablemente cachonda. Sacó el teléfono móvil del bolsillo e hizo una foto a la silueta tras la cortina, en el momento en que el culo se delineaba claramente. Ruth cerró el agua, lista para salir. A Sara se le aceleró el pulso. Quería quedarse y ver, en primera persona, el cuerpo de su compañera. Pensó que podía continuar hablando sobre la ensalada de manera natural, fingir que no prestaba atención a lo que estaba viendo. Pero decidió salir del baño. Quizá su compañera no quería ver invadida su intimidad, o quizá no quería que nadie la contemplara desnuda. Recorrió el pasillo con la respiración alterada y un ligero temblor en las piernas. Llegó a la cocina e intentó rebajar la excitación apoyada en la encimera. Tenía que calmarse. ¿Qué habría pensado Ruth? No tenía por qué ser tan abierta como ella misma. Lo más seguro es que se sintiera incómoda con la presencia de una mujer a su lado cuando estaba desnuda. Decidió beber un vaso de agua para calmarse, justo en el momento en que Ruth entraba a la cocina.
- ¿Cómo va esa ensalada?
A Sara volvieron a temblarle las piernas. Vio acercarse a Ruth luciendo unas braguitas blancas. Y nada más. Miró hacia abajo con un amago de timidez, a la vez que escuchaba a su compañera acercarse al frigorífico. Sintió latir con fuerza el corazón y se atrevió a mirar directamente. El cuerpo de Ruth era delgado, con la piel blanca y de estatura media. Recogía el pelo castaño en un descuidado moño y desprendía un fuerte aroma a limpio, a recién duchada. La chica cerró la puerta del frigorífico y se giró con el zumo en la mano. Sara se encontró con las tetas de su compañera de frente, sin cortinas ni filtros de por medio. Las miró sin asomo de vergüenza. Ruth sonrió.
- Bueno, no son tan grandes como las tuyas pero están bien puestas.
- Son una monada. Vaya, y yo saliendo del baño a toda prisa porque pensé que te ibas a sentir molesta.
- ¿Por quién me tomas? ¿Por una mojigata?
Las dos chicas rieron: Ruth porque la situación le pareció divertida y Sara porque, definitivamente, estaba excitada. Y se atrevió con un paso más.
- Respondiendo a tu pregunta: sí, tenemos un par de pepinos para la ensalada. Y si sigues aquí desnuda no sé qué voy a hacer con ellos.
- Pues guárdame uno para la noche, ¿no?
Ruth enseñó su blanca sonrisa. Después, se acercó levemente a Sara. Y, con una enigmática sonrisa, habló:
- ¿De verdad pensabas que era tan cortada? ¿Hasta el punto de salir del baño por si me enfadaba?
- Sí, no conozco tus reacciones.
- ¿A ti te importaría que te viera desnuda al salir de la bañera?
- No creo. Tendrás que comprobarlo. Aunque ahora mismo me tienes bastante tensa.
- ¿Tensa? -Ruth sonrió y entrecerró los ojos-.
- Cachonda.
Ruth giro sobre sí misma despacio, sintiendo cada movimiento. Al volver a situarse frente a Sara, alargó la mano y tocó su cintura.
- Me voy a vestir. Que tú no me conoces en mi salsa. Y aquí podemos acabar fatal. Espero que hayas disfrutado.
Sara bajó la mirada al culo de su compañera que, mientras salía de la cocina, lo movía acompasadamente. Después, en la soledad de su habitación, cuando la noche era cerrada y el silencio profundo, pensó que podía ser divertido compartir los buenos ratos de esta tarde con Eric. Primero envió la foto de la silueta de Ruth en la bañera, acompañada de un texto interrogante:
- ¿Imaginas de quién es este bonito culo? ¿Imaginas a quién he visto casi desnuda hoy? La cosa se pone caliente por aquí…
Y el día acabó, de esta manera, para Sara. Aunque antes de cerrar los ojos y abandonarse al sueño, perdió los dedos de la mano en su sexo, suavemente, sin prisa.
La mañana amaneció soleada. La ventana llenaba la habitación de luz y calor, y el ambiente era húmedo. Se notaba la influencia del mar en Barcelona. Sara se desperezó, estiró los brazos y se incorporó. Buscó una camiseta, se vistió y se levantó. Se recogió el pelo en una coleta y, tras observar el ajetreo de la calle a través de la ventana, se sintió con ganas de aprovechar la mañana. Llamó a su compañera para animarla a salir. La encontró en la cocina, desayunando, con un pijama de verano.
- ¿Hacemos algo? Hace un día espectacular.
Ruth sonrió. Estaba sentada en una mesita auxiliar, rodeada de tostadas, leche, mermeladas y fruta. Llevaba el pelo suelto y tenía, aún, el gesto somnoliento. Sara se sentó junto a ella y decidieron salir a un parque cercano, donde tenían la posibilidad de subir a un teleférico. Pero, antes, Sara se acordó de Eric y quiso sorprenderle. Alcanzó su teléfono y comenzó una video-llamada. A los pocos segundos apareció el chico en la pantalla. Apareció con un plano medio, es decir, desde la cintura hasta la cabeza. Estaba sin ropa y saludando con la mano.
- Hola. Qué sorpresa. Iba a ducharme.
- Mmmm, qué interesante. No me digas que no tienes nada de ropa.
- Pues no. Me suelo duchar desnudo, tengo esa costumbre.
Ruth prestó atención. Sara se percató y giró un poco el teléfono, de manera que ambas pudieran ver la pantalla pero sin enfocar a Ruth.
- Y… ¿me podrías hacer una visita rápida a tu cuerpo? –Sara quiso improvisar un momento divertido y miró de reojo a su compañera, con expresión cómplice-.
- Claro. Tus deseos son órdenes.
Eric bajó su teléfono, poco a poco, por el pecho, la cintura, giró y enfocó parte del culo y volvió a subir hasta su cara.
- ¿Todo bien, Sara?
- Más que bien. No querrás calentarme, ¿no? Mira que llamo a Ruth y nos haces un show privado.
A Ruth se le encendieron los ojos. Tenía la cara levemente sonrojada y miraba a Sara y a Eric con una sonrisa pícara. En la pantalla, Eric contestó a su novia.
- Llámala. Aunque me puedo poner muy burro. Tú verás.
Ruth movió una mano y llamó la atención de Sara. Empezó a acariciarse la tripita y a subir, mientras miraba a la pantalla, hacia el pecho.
- ¿Nos harías un pase privado, valiente? Ruth no tiene problema, es más abierta que yo.
Ruth se acarició una teta por encima de la camiseta. Con la otra mano, alcanzó un frasco de mermelada de fresa e introdujo un dedo. Lo llevó a la boca y lo lamió, dirigiendo la mirada a Sara. Las dos se estaban calentando por momentos.
- Por supuesto que os haría un privado. Solo tienes que pedirlo.
Sara notó una mano en su pierna. Miró con calma y observó a su compañera acariciando ligeramente, como pidiendo permiso, su muslo. ¿Estaba yendo demasiado lejos esto? Sara no se esperaba que Ruth se lanzara así. Y ella misma se estaba excitando. El morbo estaba ya instalado en esa cocina y no iba a ser Sara quien frenara. Se dirigió a Eric.
- Empieza.
- ¿Y tú compañera?
Sara enfocó a Ruth y esta le tiró un beso.
- Madre mía, chicas. Qué presión.
El chico comenzó el espectáculo. Se lució delante de la cámara, mostrando su pecho, su culo, la espalda… Sonreía y bajaba la pantalla hacia su entrepierna. Dudaba y volvía a subir. Amagaba con enseñar algo más pero se tapaba.
Mientras Eric desarrollaba su espectáculo, la mano de Ruth recorría suavemente el muslo y subía muy poco a poco, investigando cada milímetro. Sara se estaba desatando, y ella misma se acarició una de sus tetas por debajo de la camiseta: la acarició, amasando la carne y erizando el pezón. Sentía cómo la mano de su compañera iba subiendo hacia su culo despacio, sin prisa. Pero sin detenerse. Lo alcanzó y lo acarició.
Finalmente, Eric mostró el pene erecto. Se lo acarició y comenzó una breve masturbación. Volvió a subir la cámara e hizo un gesto de despedida, un poco avergonzado.
Las dos chicas estaban disfrutando, pero el final del show del chico enfrió un poco el ambiente. Ruth liberó el culo de su compañera y se despidió con pequeño cachete de despedida. Pero Sara no podía quedarse así. Las caricias de Ruth la tenían caliente. Antes de cortar la video-llamada con Eric, decidió despedirlo con una sorpresa. Fijó el teléfono en la mesa para que siguiera enfocándolas y situó a Ruth en una silla junto a ella. Imitando a su compañera, se untó mermelada en un dedo y se lo restregó delicadamente por el labio inferior de su boca; después, hizo lo propio con Ruth, pero en su labio superior. Acercó el teléfono hasta conseguir un primer plano de sus caras y miró a los ojos de su compañera. Esta miró sonriendo tímidamente, esperando lo que estaba a punto de suceder. Sara dudó, acercó un poco su boca y miró a los labios de Ruth. Amagó y volvió a dudar. Ruth susurró.
- Vamos. Te estoy esperando.
Las dos bocas se enlazaron. Fue un beso, carnal, sonoro, húmedo. Los labios saboreaban la mermelada y las lenguas bailaban entre ellas. El tiempo se paró durante un minuto. Sara, mientras recibía los envites de los labios de Ruth, miró de reojo a Eric y cerró la conexión. El beso se acabó y las chicas se despegaron. Tenían los labios cubiertos de saliva y mermelada, y los pómulos sonrojados. Sara acarició el pelo de su compañera.
- Me ha encantado. Quién sabe lo que pasará cuando llevemos dos vinos.
- Quién sabe…
Por la tarde, decidieron salir en busca del teleférico. El parque al que llegaron al bajar del autobús era un vergel en mitad de la ciudad. Repleto de árboles, arbustos, rosales y glicinias, el paseo por sus caminos era una experiencia sensorial. Rodearon un pequeño lago con algunas barcas navegando y siguieron los carteles indicativos.
El teleférico lo formaban vagones clásicos que permanecían colgados de unos robustos cables. Atravesaba el parque sobre un mar de copas de árboles. En la entrada, varias familias esperaban su turno para empezar el viaje. Las dos chicas se acercaron y esperaron. Al poco, llegó su turno. Montaron en un vagón amplio, provisto de dos asientos corridos, largos y de plástico negro. Las ventanas eran amplias, y el interior luminoso y con calor concentrado. El vagón, con un quejido cansado, inició la marcha. El habitáculo crujió y el vagón ganó velocidad. Sara se sentó junto a su compañera, mirando, desde esa privilegiada posición, el mar verde de árboles y la ciudad a lo lejos. Cada pocos minutos, un vagón llegaba en sentido contrario y sus ocupantes podían verse durante unos segundos.
- ¿Me haces una foto? -Sara sacó su teléfono y preparó la cámara.
Ruth se colocó, encuadró la cara de su compañera, enfocó el objetivo y disparó.
- Espera, te voy a hacer otra. Relájate, no poses.
Al revisar las fotos, la chica se percata del escote que rebosa en la camiseta de Sara. Formaba un canalillo largo, lleno y muy tentador. Daba gusto verlo.
- Sales muy guapa. Y cuidado con esas tetas, que se te van a escapar.
- ¿Qué dices? –Sara tapó el escote con las manos. ¿Puedo verlas?
Revisaron las fotos. Tal como decía Ruth, el escote de Sara era protagonista. El vestido de tirantes que llevaba era fino y de buen gusto, pero formaba un buen canal y los volúmenes aparecían sin vergüenza alguna. Sara bromeó.
- Tú querías verme teta y no sabías cómo.
- ¿Te hago otra?
- Vale.
Sara se inclinó un poco y juntó los brazos sobre el pecho, formando un escote generoso y descarado. Lo bamboleó un poco y lució una bonita sonrisa.
- ¿No querías tetas? Pues toma.
- Me encanta, Sara.
- Tú quieres carne, ¿no?
Las dos chicas rieron. Ruth se atrevió a pedir más.
- Me gustaría hacerte unas fotos atrevidas, como si fueras una modelo erótica. Podríamos hacer una sesión de fotos aquí, en las alturas. Sería original. Pero seguro que no te atreves.
Las dos chicas mantuvieron la mirada. El órdago de Ruth iba a ser bien aceptado por Sara.
- Vaya. Pues parece que tú tampoco me conoces en mi salsa, Ruth.
Sara se levantó y sonrió. Sentó a su compañera en el sillón y se separó un poco. Se inclinó, agarró la parte inferior de su vestido y lo subió, poco a poco. Se dio la vuelta, dando la espalda a Ruth, y mostró su culo redondo, sabroso, enmarcado por un bonito tanga negro.
- Prepara la cámara.
Sara se inclinó hacia delante, formando un ángulo recto entre la espalda y su culo descubierto.
Ruth disparó. El tanga formaba un pequeño abultamiento, bajo el culo, escondiendo los labios de la chica. Hicieron más fotos: de pie, mirando por las ventanitas, mostrando escote, muslos o tanga. Con el calor y la intimidad relativa que tenían, Sara quiso más.
- Me estás poniendo cachonda, Ruth. Como sigamos así vamos a pasarlo bien aquí.
Ruth hacía fotos con el pulso alterado. Procuraba acercarse, después encuadraba desde más lejos.
- ¿Quieres algo más? –Sara sonrió, esperando una respuesta positiva.
- No me digas que puedo elegir.
- Pídeme lo que quieras, soy una buena modelo.
- No seas loca. ¿Y si te ven desde otro vagón?
- Uy, pues no estaría mal. Me encanta que me miren.
- Vale. –Ruth se envalentonó-. Ya estoy bastante caliente. Incorpórate.
Sara sonrió y se incorporó. Aquí me tienes, pensó. Se inventó una pose: el brazo derecho doblado por detrás de la cabeza y el izquierdo bajando un poco el escote. Y cara de vicio.
- Así, o me bajo más el vestido.
- Un poquito más. A veeeer… -Ruth ya no quería parar.
Sara se bajó el vestido hasta el ombligo. Fue un movimiento rápido, eléctrico, sin contemplaciones. El sujetador blanco, de encaje en su parte superior, quedó a la vista de su compañera y de cualquiera que prestara atención desde otro vagón.
- Sí, ya sé que me dijiste un poco. Pero me apetece lucirme un poco. ¿No querías carne? Mira… aquí las tienes. Yo ya te he visto las tetas, y ahora vas a ver las mías.
- Me encantaría. –Ruth se mordió el labio inferior.
Sara se desabrochó el sujetador y se lo quitó. Sus tetas brincaron levemente, libres. Su bamboleo llamó la atención a Ruth.
- Chica, sabía que eran grandes pero no tanto. Y cómo se mueven.
- Sí, siempre llaman la atención.
Sara se inclinó ligeramente hacia detrás, apoyando las palmas de las manos en el asiento. Su pecho se elevó y sus dos globos se presentaron orgullosos. Ruth los miró, indecisa.
- Sara, me encantan. ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Claro.
- ¿Me dejas tocártelas? Tengo ganas de saber qué se siente.
Sara esbozó su media sonrisa y se miró las tetas. Las veía grandes, llenas. Las bamboleó y asintió con la cabeza. Ruth dejó el teléfono y, tímidamente, se acercó. Situada delante de su amiga, no se atrevía a dar el paso.
- Tócalas, tonta. Que igual me gusta y no salimos de aquí.
La chica alargó un brazo y tocó una de las tetas. Suavemente, sintiendo su peso. Sin preguntar, Ruth acercó la cara a la inmensa teta y se metió el pezón en la boca. Sintió como crecía, y como el botón iba cogiendo forma. Lo chupó en silencio, despacio. Pasaba la lengua alrededor del pezón y lo bordeaba. Escuchó los ligeros gemidos de Sara, que iban a más. Acercó su boca a la cara de Sara y la besó. Fue un beso lascivo, con la lengua como protagonista. De reojo, vio un vagón acercarse.
- Viene alguien. ¿Nos escondemos?
- Cómeme las tetas, Ruth. Que disfruten.
El otro vagón, habitado por una pareja de cuarentones que esperaban ya el final del paseo, se cruzó con el de las chicas. Las miradas se encontraron. La pareja abrió los ojos y las chicas se dejaron contemplar. Los segundos parecieron minutos mientras se deleitaban con una tetona sonriente disfrutando de las caricias de una amiga. Pero la lógica del movimiento se impuso y los vagones se alejaron. Y las chicas estaban encendidas. Sara se levantó y sentó a su compañera.
- Fuera vestiditos.
Le levantó el vestido hasta la cintura y le bajó las bragas. Eran moradas, sin transparencias, y muy suaves. La chica estaba rasurada, no había rastro de pelo. La rajita saltaba a la vista.
- ¿Qué te propones? Mmmm. –Ruth gimió.
- Vamos a disfrutar del paseo como dos amigas.
- ¿Esto hacen las amigas? Ahhhh –Ruth brincó al sentir una boca muy cerca de su entrepierna.
- Sí… esto… hacen… las… amigas. –Sara intercalaba lametones con las palabras.
Ruth disfrutó de las sensaciones. Se acomodó en el asiento, apoyó la cabeza en el cristal caliente del vagón, abrió las piernas sin complejos y estiró los brazos. Junto a ella, de rodillas y con la cara pegada a su coñito, Sara trabajaba con las tetas al aire y lamiendo. Buscaba el clítoris y lo besaba, chupaba y mordisqueaba. Metía un dedo y luego dos. Seguía lamiendo y aplicando ligeros mordiscos. Ruth se dejaba hacer con los ojos cerrados y gimiendo sonoramente, sin cortarse. Su respiración se aceleró. Abrió un poco más las piernas, sujetó la cabeza de Sara con las manos –presionando levemente hacia su coño- y disfrutó del orgasmo.
Sara sintió los últimos espasmos del cuerpo de su compañera y se levantó. Observó el panorama: su compañera recostada en el sillón con los ojos cerrados y las mejillas sonrosadas, el cielo azul como horizonte y, muy cerca, otro vagón que se acercaba. Ya no había tiempo para esconderse así que decidió exhibirse: balanceó sus grandes tetas y tiró un beso con la mano, sonriendo.
De camino a casa, las dos compañeras –ahora amigas- bromeaban.
- ¿Te imaginas lo que podríamos hacer con dos vinos y un poco contentas?
- Ya lo imagino, amiga… ya lo imagino.