Viaje con sorpresa II
Lo que parecía la sorpresa no era la sorpresa, pero que sorpresa con la enorme sorpresa!
El viernes a la tarde pasó Pedro a buscarme. Todavía me faltaba terminar el bolso, así que estuvieron charlando con mi marido. Traté de escuchar, a ver si volían a hacer referencia a la sopresa, pero no entendí muy bien de que hablaban. Cuando terminé de elegir la lencería, que era lo que más me importaba, cerré el pequeño bolso y salimos con Pedro en su auto. Le di un beso a mi marido con un “Mañana nos vemos”. “Bien cojidita vas a estar, no” me respondió. “Por supuesto” dije “si Pedro quiere, claro”. “Mandá mensajes, no seas mala” dijo mi marido sonriendo.
Llegamos a la ciudad elegida, no lejos de La Plata, y fuimos directamente al hotel. Como habíamos convenido, era una habitación con cama doble y una cama simple, lugar para los tres, que sería necesario al día siguiente cuando llegara nuestro “amigo”. Mientras tanto, Pedro y yo eramos como una pareja cualquiera en un lugar desconocido. Al llegar a la habitación Pedro sacó una bolsa de un sex shop. “La sorpresa” pensé. Y Así lo dije “Qué sorpresa, un regalo para mi”. Pedro sonrió. “Para que uses vos, pero es un regalo para mi, jeje”. Al abrirlo enocontré un conjunto negro de encaje con portaligas, medias, bombacha y corpiño, con la particularidad de que era de esos que tiene agujeros en lugares estratégicos: atrás para hacer la cola, adelante para la conchita, y en los pezones. “Te lo vas a poner hoy, así estrenamos” dijo Pedro. Inmediatamente saqué foto y se la mandé a mi marido con el mensaje “Mirá que linda sorpresa, lo que voy a estrenar hoy”. Me respondió “Qué bueno, me imagino que eso no será todo”. Enigmático, pero no pregunté nada. Nos vestimos para salir a cenar. Yo llevaba, además del conjunto de estreno, una pollera blanca ajustada que transaparentaba levemente el negro del conjunto, y una camisa negra con transparencia, desprendida lo suficiente como para hacer deseable el escote.
Fuimos a un restaurant cercano, y al poco tiempo de sentarnos y mirar la carta para ver qué peiriamos apareció alguien que saludó a Pedro. “Hola, cómo estás? Tanto tiempo, que hacés por acá?” dijo el desconocido, un muchacho algo más jóven que Pedro (unos 35) un poco más alto, y, para ser sincera, bastante atractivo. “Hola, Marcelo” saludó Pedro sorprendido, y hasta parecía algo nervioso. Es que el plan era que nadie nos conociera. Pero en fin, pronto se pusieron al día, se conocían de la secundaria, y Pedro lo invitó a compartir la cena con nosotros, presentandome como “una amiga”. Para mi no estaba mal, pero la verdad es que esperaba algo romántico con mi amante. Al sumarse un desconocido las cosas serían distintas. Marcelo nos contó que andaba de viaje, que pasaba por ahí para seguir a la ruta al día siguiente y que no sabía dónde podía parar. Para mi sorpresa, y ahora si que desconcertada pero empezando a sospechar algo, Pedro le dijo “Nosotros tenemos habitación para tres, ya está pago, así que si no te molesta, supongo que a Ceci no le importará que te hagamos un lugar”. Marcelo se mostró sorprendido, vio mi cara de desconcierto y rechazó la oferta. Pero Pedro insistió varias veces, hasta que Marcelo dijo “bueno, puede ser”. Me relajé, decidida a que esto no estropeara el fin de semana, y después de varios vinos Pedro le preguntó a Marcelo si aún seguía con aquella novia de secundaria. “No, hace rato que ando solo” contestó él. “Que raro” dijo Pedro “teniendo en cuenta tu fama”, y largó una carcajada. Me soprendió un poco el comentario, pero como el vino ya había pasado en buena cantidad no me inhibió. “Bueno, no es para tanto” dijo Marcelo modestamente, con algo de timidez. “Bueno, no sé, eso lo debería decir alguien con experiencia en el tema, jaja” dijo Pedro mirandome de reojo. Quedé más sorprendida aún, pero ahora con una curiosidad que me carcomía. Cuál sería la fama? Imaginaba un tamaño interesante, una resistencia poco habitual, una habilidad particular. Y me dieron ganas de averiguarlo.
Tratando de sonar inocente pregunté “Famoso porqué?”. Pedro contestó: “Dicen que el tamaño sorprende a la más experimentada”. Decididamente, esto estaba planeado, era la sorpresa, y yo estaba dispuesta a todo después de los vinos que habíamos tomado. “Que bueno que vamos a compartir habitación entonces” dije. “Tal vez tenga suerte y al menos pueda espiar algo, no?” No hizo falta mucho más para que Pedro pidiera la cuenta y salieramos para el hotel. En el camino le escirbí a mi marido: “Linda sorpresa”. La respuesta confirmó que estaba todo arreglado “Ya la viste toda”. “Todavía no, estoy a punto”. “Que la disfrutes toda. O toda la que puedas, ja”, respondió.
En cuanto entramos a la habitación, Pedro me abrazó besandome y Marcelo se puso atrás mio, apoyandome levemente. Notaba que no había erección todavía, así que decidí darme vuelta y empezar a desnudar a Marcelo. Si algo me fascinaba era ver como las pijas pasaban de reposo a erección. Al bajarle el pantalón pude ver que el bulto del calzoncillo era más que considerable. Casi con desesperación liberé el miembro, y cuando quedó al aire entendí la fama. Estaba apenas empezando a endurecerse y ya era más grande que la de mi marido en plena erección. Pedro se estaba desnudando, y a pesar de su buena dotación no tenía nada que hacer ante tamaña verga. Acerqué mi lengua al glande y lo lami suavemente. La pija de Marcelo dió un salto, con lo que entendí que además de grande era bien activa. La agarré con una mano levantandola un poco y la besé en la punta, como si la saludara. Un beso, otro, y otro, y abrí la boca para empezar a meterla. Desde luego, en pocos segundos había crecido considerablemente, y ya no alcanzaba a rodearla con mi mano.
Pedro empezó a desnudarme, primero me sacó la camisa, después la pollera, mientras yo no dejaba de chupar esa pija que no sólo era enorme, la más grande que hubiera tenido, sino que además tenía muy rico sabor. “Tenés la mejor pija que vi en mi vida, Marcelo” dije con la respiración entrecortada, percatandome que sonaba a desesperación. Totalmente erecta impresionaba. Toda esa carne apuntando al techo, parecía un monumento. Bajé hasta sus huevos, totalmente depilados, y los besé, los lamí, me metí uno en la boca, mientras no dejaba de masturbarlo. Mientras tanto, Pedro se ocupaba de lubricarme, chupando y acariciando mi conchita y mi culito. Se levantó, me sentó en el borde de la cama, y ambos acercaron sus pijas a mi boca. “Supongo que no te vas a olvidar de esta, no?” dijo Pedro. “Para nada. Esta sorpresa merece el mejor premio. Voy a tragar toda la leche que quieras, podés hacer conmigo lo que se te ocurra” le dije, todavía maravillada por la sopresa que me habían dado con mi marido.
En eso estabamos cuando sonó mi teléfono. Mi marido, claro, impaciente. Atendí mientras masturbaba a Marcelo y chupaba a Pedro. “Querido, no te imaginás lo que tengo en la mano”. “La verdad que no me imagino, que tenés?”. Entre chupadas a uno y a otro contesté “la pija más hermosa que vi en mi vida. Es enorme. No sé como voy a hacer, pero hoy me la meto toda. Mañana tal vez esté un poco estirada, espero no te moleste”. “Si no te duele, hacé lo que quieras, no te quedés con las ganas” contestó mi marido. Pero yo ya estaba chupando con desesperación otra vez la pija de Marcelo. Dejé el teléfono al costado para que mi marido escuche lo que quiera y la agarré con las dos manos (que no llegaban a cubrir el largo). Pedro aprovechó el cuadro para sacar una foto que le mandó a mi marido. A todo esto, Marcelo no decía nada, se limitaba a bombear muy suavemente en mi boca. Hasta que finalmente habló. “A ver, putita, poneme un forro y ponete en cuatro que te voy a abrir la concha como nunca te la abrieron”. La órden no sonó tan autoritaria como parece. En todo caso, era lo que estaba esperando. Con alguna dificultad (por el tamaño) le puse un forro que él mismo había traido (creo que los que tenía yo no le hubieran entrado), y me puse en cuatro con Pedro delante mio para saborearle la pija mientras Marcelo me la metía. Fue muy despacio, muy suave, apoyando primero la cabeza, forzando un poco, sacandola, y después otra vez un poco más. Se notaba que tenía experiencia en eso de hacerla entrar, porque tardo casi 10 minutos pero finalmente me dijo “Si querés le doy un empujón más así sentís cuando entra toda, le quedá apenas un pedacito”. Para entonces sentía que tenía pija en todo el cuerpo. El ancho estiraba mi concha como nunca, y por el largo sentía que ya no había lugar para más. Desde luego, no paraba de gemir, a pesar de la pija de Pedro en mi boca. “Metemela hasta el fondo ya mismo” dije entre desesperada y convencida. Y lo hizo. Acabé inmediatamente. Temblaba todo mi cuerpo, la concha latía, se contraía apretando la enorme pija de Marcelo, que empezaba a bombear cada vez más rápido, pero siempre con suavidad.
Después de un rato así le pedí que se acueste, quería montarlo. Pero sobre todo, quería sentir otra vez como se deslizaba de a poco tremenda verga por mi concha. Así lo hice, poco a poco la fui metiendo, y cuando estubo toda adentro otra vez le recordé a Pedro que mi bombacha tenía espacio también para entrar por atrás. Le brillaron los ojos. Me alcanzó un forro, se lo puse entre besos y caricias, y le dije “Ahora si, partime el culo que la concha la tengo bien llena”.
Pedro se acomodó atrás mio y mientras me separaba las nalgas y abría la bombacha me mojó el agujero del culo con lubricante. Con Marcelo nos quedamos quietos un instante, mientras Pedro me emtía un dedo, luego dos, luego tres, notando que con tal excitación estaba de lo más penetrable. Apoyó la cabeza de su pija en la entrada y me agarró de las caderas, e hizo algo que no me esperaba: me la metió toda de golpe hasta el fondo. Lancé un grito de dolor que se debe haber escuchado en todo el hotel. Pero nos quedamos quietos un instante y enseguida noté que mis dos agujeros estaban perfectamente acostumbrados ya. Así que entre gemidos empecé a moverme, suave, como una gata, y a pedirles que no paren.
“Te gusta como te hago el orto putita?” me susurró Pedro. “Si, me encanta”. “Te gusta como te rompo la concha, putita?” decía Marcelo. “Si, me encanta”. “Así que querías una pija grande, putita?” me preguntaba Pedro. “Si, nunca pensé que tendría una así”. “Mañana, cuando venga tu marido, te la voy a meter en el culo, putita linda” dijo Marcelo. “Ay, no me imagino que pueda entrar semejante pija por ahí” dije algo asustada pero caliente y deseosa de probarlo. “Vas a ver como te la hacemos entrar, putita” respondió Pedro. Y así, entre gemidos, acabé otra vez con una serie de orgasmos encadenados que me dejaron exahusta. Pedro y Marcelo bombearon un poco más, pero al notar mi cansancio decidieron un cambio. “Ahora nos vas a chupar la pija a los dos y te vas a tragar toda la lechita, como buena puta que sos” dijo Pedro. Se pararon al lado de la cama, me senté en el borde, y casi con desesperación les saqué los forros y empecé a chupar y pajear a dos manos, esperando ansiosa las acabadas. “Mirá que te la teneés que tragar toda, eh” repitió Pedro. “Si, lo que me pidas, denme su leche los dos”. El primero en acabar fue Marcelo. Mientras lo pajeaba a él y se la chupaba a Pedro noté como se ponía tenso. Inmediatamente puse mi boca delante de su pija esperando la descarga, metiendome apenas la puntita entre los labios para que la leche no rebalzara. Noté como brotaba la leche y se me iba llenando la boca, hasta que la enorme pija de Marcelo empezó a relajar y ya no le quedó nada. Con la boca llena de leche seguí masturbando a Pedro. “Tragatela, putita”, me dijo. La saborié lentamente y poco a poco me la tragué. Inmediatamente Pedro me dijo “Abrí la boca y tragate esta también, perra”. No tardó ni un segundo más en descargar su rica leche en mi boca. La tragué, les limpié a los dos las pijas ya en reposo con la lengua, saboreandolas, y me desplomé en la cama. Había sido larga la noche, y me esperaba un día aún más largo. Pedro se acostó a mi lado, abrazandome, y Marcelo en la cama simple. Así nos dormimos, y así nos encontró mi marido al día siguiente cuando llegó.