Viaje al lado oscuro (fragmento)

Traducción de un fragmento de "21 pecados" ("21 Sins", de Lizbeth Dusseau) ofrecido gratuitamente por Pink Flamingo Publications

21 pecados (fragmento)


Título original: 21 Sins

Autora: Lizbeth Dusseau

Traducido por GGG, septiembre de 2004

Jacob no dice ni una palabra en la vuelta a casa, ni mientras vuelven al apartamento que comparten. Se guarda los comentarios para el dormitorio, donde su energía sexual es tan fuerte como la de ella, y llegados al final están de acuerdo en silencio. Viene a ella desde atrás, las manos vagando por su cuerpo y descubriendo el pequeño cardenal que persiste desde la brutal paliza de Dom. Ella se estremece cuando le toca en ese punto, y una gloriosa sensación fluye desde allí. Se traslada a sus pezones, pellizcándolos suavemente y luego con un poco más de firmeza mientras su deseo aumenta. Ella respira entrecortadamente, su cuerpo sobrecogido por lo que siente. Su coño palpita expectante, pero él no está dispuesto a la penetración, a pesar del impresionante tamaño de su erección. Llevará este momento poco común hasta el límite, le dará más de lo que ella puede aguantar en términos de excitación y luego la tomará. Sus manos flotan sobre el cuerpo de ella con la misma autoridad que ha ejercido durante toda la noche. Pero ella todavía no puede decidir si le gusta que él esté al mando. No sabe como dejarse ir y desearía que se limitase a empalarla en su polla y que acabase el polvo.

En vez de ello le ata los brazos al cabecero de la cama, la coloca boca arriba y empieza de nuevo la tortura. Le lame el clítoris, pasando la lengua por el sensible brote, luego hace un lento viaje a cada pezón, donde come con deleite, mordiendo y tirando, haciendo que se le corte la respiración mientras aguanta el suave dolor. Le abofetea los pechos y ella se agita molesta al principio, esto NO es lo que se supone que tenía que hacer él. Pero a él no parece importarle lo que ella piense. Cuando le murmura su insatisfacción le dice: "¡Disfrútalo, zorra, esto es lo que pedías!"

¡No, no es esto! Le contesta mentalmente. No se atrevería a decir una palabra de desobediencia, de falta de respeto, no después de la noche que han compartido. Se da cuenta de que todavía no está a salvo de lo que siente. Nunca más podrá estar a salvo de la fantasía, la atracción, y la respuesta física del lado más oscuro del sexo.

Teniendo bastante de su delicada parte delantera, Jacob la empuja sobre el estómago y asalta su bonito culo. Piensan simultáneamente en la mujer del escenario, cuyas generosas nalgas blancas se volvieron una sombra abrasiva escarlata con los mordiscos y palmadas y azotes que pulieron su carne.

De una forma semejante, Jacob le azota el culo con un cepillo del pelo hasta que grita para que se detenga. Con estos deseos infernales corriendo libremente a su través, se da cuenta de que controlar sus fuertes impulsos no es tan fácil como podría parecer. Ha llegado a ser consciente de un lado de sí mismo más oscuro, más mezquino que raramente siente. Pero que está en él, tan dentro como la compasión, devoción, ternura y amor que siempre ofrece a la mujer que ama.

Cuando termina la azotaina toma un látigo de crines que su amigo en estas actividades le ha prestado para esa noche. Su impacto solo puede ser mínimo, pero para la piel sonrojada de Sydney es un fino afrodisíaco. Quiere más.

Gime, se agita atrás y adelante contra la cama, sintiendo su clítoris ligeramente maltratado, atormentado por las sábanas arrugadas entre sus muslos. Se las folla para aumentar su excitación, mientras su culo se mueve arriba y abajo. Jacob sigue con entusiasmo, agitándola con las crines y luego con un látigo de piel de ciervo, que añade tanta estimulación con su aroma como con su suave sensación. Reza por algo más duro y más intenso, no la vuelta al cepillo de pelo, no madera, sino cuero que la acaricie más profundamente. Sus deseos resultan ignorados. Jacob tira el látigo, decidiendo que ya ha tenido suficiente juego previo y se sumerge en su ondulante culo, levantando su espalda hasta ponerla de rodillas, de manera que su raja esté a la altura de la polla. Se hunde bruscamente en su coño húmedo con un empujón cordial y lleva a su sitio la erección con fuerza creciente.

"Querías que te follara, ¿verdad?"

"¡Dios, sí!" sisea ella.

Él empieza a toquetearle el ojete.

"Mierda, que agujerito tan apretado. ¡También quiere que se lo follen!" Empuja sus dedos más adentro.

"Oh, cariño, no..." Su temor se yergue para espantar el placer.

"Tranquila, nena, puedes hacerlo," la azuza. Saca el dedo del seco agujero y lo cubre con los jugos de su cuerpo para que la abertura esté untada.

Ella lucha para que el cuerpo se relaje. Pero la sensación es increíble, distinta a todo lo que ha sentido nunca.

Él le palmea el culo cuando aprieta y no para hasta que finalmente se deja ir.

"Eso es, nena, no luches contra mí."

Se relaja ante el sonido de sus palabras tranquilizadoras, dejando que las sensaciones primitivas empiecen a darle placer.

"Eso es." Mete y saca los dedos con ritmo regular, animándola suavemente. Su culo empieza a ondear. "Ooh, eres una perfecta puta, eso es."

Empuja más a fondo los dedos... esta vez tres cabalgando en la puerta de al lado de su pujante erección.

Jacob saca su miembro dolorido del coño, decidiendo que ya está lo suficientemente húmeda y relajada para la cosa verdadera y la dirige más alto, hacia su culo. Embiste lentamente con suficiente moderación para evitar hacerle daño. "Relájate, nena, allá va para adentro." ¿Le está haciendo daño? No puede estar seguro. Es difícil para cualquiera de ellos decir que es lo que siente ella.

Pero cuando él se muevo dentro y fuera con cuidado no hay dolor. Sydney responde, gruñendo. Como algo que acabara de explotar dentro de su cuerpo, la sensación primitiva del sexo anal alimenta la lujuria que se ha estado cociendo a fuego lento en su cuerpo a lo largo de toda la noche.

"Oh, dios, sí," suspira ella, mientras siente todo el peso de su órgano turgente expandir su cuerpo más allá de sus fronteras normales.

"Lo estás haciendo muy bien, cariño," dice él.

Pero para entonces ha esperado tiempo suficiente y no puede retener lo que siente. Con un empujón súbito y sádico clava con fuerza su erección en el canal oscuro, hasta que su entrepierna anida contra los suaves carrillos del trasero.

"¡Dioooooos mío!" se le corta la respiración cayendo prácticamente hacia delante.

Él empuja con fuerza su espalda. "¡Toma, Syd!" dice mientras empieza a bombear en su culo.

"¡Oh, dios mío, sí! ¡Sí! ¡Hazlo!"

Menea su culo empalado, apretando su erección con los músculos internos. Una mezcla de ira y triunfo le baila por todo el cuerpo.

"¡Hazlo, cabrón!"

"¡Oh, lo tendrás hecho!" le dice bruscamente, mientras le palmea el culo unas cuantas veces más.

El polvo se pone duro. Le agarra las nalgas y la cabalga con fuerza. Luego, rodeándole las caderas, encuentra su hinchado clítoris y lo retuerce y pellizca brutalmente.

"¡Mierda, sí! ¡Fóllame, Jacob, cariño, fóllame!" No sabe que es lo que le pasa, pero las palabras se le escapan y él responde tal como le pide.

La palmea más... y ella exige más como si estuviera al mando. Pero él le da cuando él quiere y le hace daño cuando le apetece. La palmea, pellizca y le folla el culo, mientras los dos cabalgan atrás y adelante en su cabalgada fanática.

Para Sydney, piensa como sumisa, como la chica del escenario, o, lo que es más importante, la chica de la jaula, la chica que ella fue durante un tiempo aquella noche cuando estaban en el Mercado Underground y su clima sadomasoquista le alimentó la lujuria, no el horror o la repugnancia.

"¡Oh, sí, más fuerte!" grita.

Y él se la folla con más fuerza.

Ella siente como su clímax se acrecienta a cada poderosa embestida de la polla de Jacob, a cada mordiente pellizco en su clítoris, a cada palmada estrepitosa de la mano contra las nalgas. Luego súbitamente le siente a punto de llegar al clímax. Como si el pistón de su órgano usase un cargador turbo, la abrasa con un chorro pulsante de energía.

Corcovea las caderas en la entrepierna de Jacob, gruñendo, "¡Oh, dios! ¡Me estoy corriendo." Entonces la agarra con firmeza y deja que el final siga su curso, bombeando su canal trasero con su corrida hasta que no queda nada que darle.

"Sí, putón," le sisea como afirmación de su estado actual. Es una acusación, el reconocimiento de un hecho y un auténtico cumplido, mientras siente que el placer le recorre por dentro. No se está quejando ni juzgando, solo sintiendo lo que ahora siente respecto a su novia, distinto de lo que sentía antes respecto a ella.

Le oye decir la palabra y sonríe, porque lo siente, también, una constatación gratificante. De momento nada importa, salvo este obsceno enculamiento, cómo él la machaca con fuerza, y se corre como el cabrón en que se ha convertido esa noche. Hay un cierto atractivo en un hombre que puede llevar a una mujer a estos sitios bajos y hacerla amarlos. Y los ama... tanto como odia la idea de que se acabe alguna vez.