Viaje al balneario

Un viaje de relax, hacen que se unan más aún una madre y un hijo.

(Volver a reiterar todas las frases y comentarios que me habéis mandado, que hacen que me siga esforzando para inventarme historias y hacer pasar un rato agradable a todos vosotros. Muchas Gracias).

Elisa y Nicolás, madre e hijo viven en un modesto piso del barrio deprimido de Soria. Elisa no podía considerarse una mujer afortunada en la vida, porque con el paso del tiempo todo le había salido mal: el matrimonio (se casó muy joven con su marido, que la dejó embarazada muy pronto, y la dejó por una más joven aún que ella), el trabajo (tuvo que dejar su trabajo cuando se quedó embarazada, y ahora no encontraba nada que le pudiera dar estabilidad, y se ganaba la vida limpiando escaleras). En el terreno sexual se sabía poco agraciada, ya que sólo había conocido a su marido en su vida, con el que había tenido su hijo y además, unido a una mojigatería propia de su educación religiosa que la había hecho ser muy sencilla, le había impedido conocer otros hombres, tras el naufragio de su vida en pareja. Sólo el amor de su hijo Nicolás –del que se había cuidado personalmente desde que su marido la abandonó hacía más de diez años- la había salvado de caer en la más profunda desesperación. Salió adelante como pudo. Y educó a Nicolás lo mejor que supo. No se podía quejar en este aspecto: su hijo había cumplido los 18 años hacía poco y era un chaval sano y buen estudiante, que en los veranos, se dedicaba a trabajar en un almacén para ayudar a su madre, y así poder llegar a fin de mes. Cuando cumplió los 45 años, su hermana, preocupada por la pendiente de desolación en que Elisa estaba sumida, decidió hacerle un regalo inesperado: un fabuloso fin de semana en un balneario de lujo, junto con su hijo. Ella al principio no quería, porque si no trabajaba, no ganaba dinero, pero su hermana insistió mucho, y la acabó convenciendo al decirle que, desde que la había abandonado su marido, ella no había disfrutado de unas vacaciones con su hijo y mucho menos cuando estaba casada con el "cabrón" de su marido. Eso la hizo reflexionar y, casi echarse a llorar. Su hermana sabía que estaba muy mal anímicamente, y la convenció, y hasta se ofreció voluntaria para buscarla una sustituta en el portal donde trabajaba limpiando. Eso la animó más, y al final, entre una fuerte contradicción en su interior, aceptó a irse con Nicolás un fin de semana a un balneario. Su hermana le ayudó con los preparativos, y su cuñado se encargó de buscar a la persona que la sustituyera. Eran muy buenos con ella, pensaba. El viernes por la mañana, estaban ella y su hijo en la estación de autobuses. Su hermana y su cuñado habían ido a despedirlos. Estaban todos muy nerviosos y las lágrimas salieron a flote en los ojos de Elisa cuando anunciaron su autobús, y al final acabaron todos emocionados y llorando. Cuando se empezó a alejar el autobús, y siempre agarrado a la mano de su hijo, que la consolaba y la animaba, empezó a calmarse, hasta que se durmió. Llegaron por la tarde, a un lugar que parecía sacado de un cuento, cerca del mar. Subieron a su habitación, y Elisa comenzó a pensar que tenía que disfrutar del fin de semana, se puso un bañador y un albornoz, y se fue a el jacuzzi. Mientras, Nicolás le dijo que iba a nadar a las piscinas. Se despidieron con un beso en la mejilla y se fueron cada uno a su destino. Entró en el jacuzzi, se quitó el albornoz, y se sumergió en el agua caliente y burbujeante. Allí estaba Elisa, flotando en el jacuzzi, feliz y despreocupada como no le ocurría desde hacía mucho –demasiado- tiempo. Se sentía tan a gusto, que hasta el bañador le estorbaba, por lo que decidió quitárselo y flotar totalmente desnuda.

El tiempo se pasó volando. No sabía que hora era. Estaba disfrutando mucho. Cuando llamaron a la puerta no se molestó en salir: ¡Se estaba tan bien allí, dentro del agua!. Preguntó desde el agua quién era, y contestó Nicolás, así que se limitó a gritar: "¡Pasa, cariño, la puerta está abierta! Su hijo, al ver a su madre desnuda se excusó, como pudo, un tanto aturdido ya que nunca la había visto a su madre sin ropa. Hizo ademán de salir de la estancia, colorado como un tomate, pero Elisa, feliz, eufórica, lo detuvo: "Ven cariño, báñate conmigo", dijo tirando de la ropa de su hijo, mientras éste le daba la espalda. Instantes después se avergonzó de haber dicho esas palabras, que habían salido, naturales, de sus labios en un momento de exaltación y goce, que no había sentido en muchos años. Nicolás se sorprendió de las palabras de su madre, pero pensó que tenía que hacerla feliz, para que ella pudiera salir de la pequeña depresión por la que estaba pasando, así que decidió quedarse. "A lo hecho, pecho", pensó Elisa, mientras comprobaba como su hijo, con algún pudor, se desprendía de la ropa y se metía en la amplia bañera con ella. Elisa no pudo evitar que un fogonazo, ya prácticamente olvidado en su cuerpo y en su mente, inundase el centro de su vagina: ¡Hacia tanto tiempo que no veía a un hombre desnudo!... y su hijo era tan atractivo... Empezó a jugar con el cuerpo de Nicolás, cuando éste se zambulló en el jacuzzi, lo frotó, le acarició los hombros, el cuello, los brazos, todo ello, hizo que Elisa comenzara a excitarse, a ponerse alterada, y mientras seguía acariciando el cuerpo de su hijo, pensaba que eso estaba mal, que no podía hacerlo, pero sus manos no obedecían a su cerebro, y seguían pasando por las partes del cuerpo de su hijo, que estaba totalmente callado.

Después de jugar un rato en la bañera, su hijo se levantó para vestirse. Elisa pudo comprobar que Nicolás presentaba una erección. La madre, divertida y sin pudor por su estado de felicidad, le preguntó: "¿A qué se debe esta alegría en tu pichulita?", ya que Elisa, siempre se había referido en esa forma tan ridícula al órgano sexual masculino, sobre todo cuando su hijo era pequeño. Nicolás, avergonzado, apenas atinó a explicarle que se había excitado al verla desnuda, que nunca había visto a una mujer así, y que las caricias que le había dado, le habían puesto su pene así. En aquellos momentos Elisa notó que su coño se mojaba, con unas punzadas que incluso llegaron a dolerle, y que sus pezones se erizaban. En ese momento Elisa perdió cualquier vergüenza. Diez años sin sexo eran demasiado... incluso para una mujer tan tímida como ella. Se abalanzó sobre el cuerpo de su hijo y empezó a besarlo en su pecho, acariciando su cuerpo fuerte, pasando las manos y los labios por su liso vientre, mientras su cueva destilaba fluidos abundantes. "Mamá... ¿qué... qué estas haciendo?" atinó a murmurar su hijo. Sin pensárselo dos veces, bajó hasta el sexo de su hijo y engulló la dura polla de Nicolás, sintiéndola caliente y suave entre sus labios. "Mamá....!" apenas acertó a murmurar Nicolás, tenso por lo que estaba sucediendo. Nunca vió así a su madre. Elisa cerró los ojos, enloquecida por el deseo. Entonces Nicolás abandonó su postura pasiva y abalanzó sus manos sobre los pechos maternos, mientras Elisa dejaba escapar un suspiro de placer, con la polla de su hijo en los labios. Estuvieron así un ratito, hasta que Elisa se incorporó y pidió a su hijo " Chúpalas, mi niño... como cuando eras un bebito". El coño de la madre había adquirido vida propia, gobernando todos sus actos, ella no podía parar la vorágine de placer que le estaba proporcionando su propio hijo...

Nicolás bajó sus labios por el cuerpo de su mamá hasta rozar con sus dedos la oleosa raja de su madre, cubierta por un abundante vello púbico. Elisa no soportaba ya tanto excitación: una corriente eléctrica la sacudió de arriba abajo cuando los dedos de su hijo rozaron su clítoris, y con voz nerviosa y entrecortada, preguntó a su hijo "¿Qué me haces, Nicolás?... ¿qué le haces a tu mamita?....". Girando el cuerpo de su madre, Nicolás pudo apreciar en todo su esplendor el culo de su madre y, especialmente, aquel maravilloso coño, enrojecido por el deseo, que tanto le estaba alterando, y que, por una providencia del destino, estaba a su disposición sin haberlo pedido. "Penétrame, cariño" acertó a murmurar, sin ser dueña de sus actos. Elisa estaba totalmente entregada a su hijo, que le acariciaba el coño con una suavidad que nunca antes había conocido, y además, porque llevaba mucho tiempo sin conocerla. Nicolás mojo sus dedos con su propia saliva y la frotó por la punta de su aparato. Apuntó hacia el coño de su madre, y antes de penetrarla, frotó su glande con los labios mayores de esa mujer a la que se iba a follar con pasión, cariño y excitación.

La polla de Nicolás empezó a entrar en la vagina de su madre, como esta le había suplicado. La mujer, presa de la más total excitación empezó a agitarse, enloquecida... "Nicolás, hijo mio... ¡hacía tanto tiempo que no hacía esto!... ¡qué bueno, dios mio... como lo necesitaba...Oohhhhhh!", gemía, mientras el nabo de su hijo se introducía cada vez más adentro de su cuerpo, con dulzura, sin perder ese momento mágico entre los dos. Disfrutaban ambos de la follada, y sus cuerpos se adaptaban al unísono, en una melodía de sexo nunca antes vista. Después de un rato, Nicolás se sentó en el borde de la bañera, mientras que su madre, de espaldas a él, empezaba a cabalgar sobre su tronco, enloquecida, notando cada pulgada de aquella vega dentro de su coño.... "¡Sigue, sigueeee, no te pares, hijo, fóllame!, ¡fóllate a tu madre....!", le decía totalmente excitada y sumida en el placer de la polla de su hijo, que la llenaba por completo. Los aullidos de Elisa resonaron por las paredes...

Nicolás dio la vuelta a su madre y, frontalmente, volvió a penetrarla, con mayor ahínco si era posible, notando ahora los abultados pechos de Elisa rozando su cuerpo. La polla de Nicolás se introducía cada vez más rápido en el mojado y velludo chocho de su madre. Elisa apenas podía aguantar el placer, y empezó a notar los estertores del orgasmo. Se avecinaba el mayor orgasmo de su vida, en diez años, y se lo estaba proporcionando la persona a la que más quería, su propio hijo.

Desmadejada, rota de placer y a punto de correrse se dejó caer, provocando que la polla de Nicolás se inscrutara hasta el útero. Y entonces lo sintió. Sintió como la picha de su hijo se contraía y cómo empezaba a lanzar dentro de su coño fértil andanadas de blanca leche. Sin pensar en las consecuencias, la mujer enloqueció y estalló en un clímax incontrolable, aullando de placer. Ambos habían llegado juntos al orgasmo, jadeaban y gritaban de auténtico placer.

Y entonces, como un amante experto, Elisa notó como su hijo se abalanzaba sobre su coño, que rebosaba de blanco y espeso semen, y empezaba a besarlo... ¿Qué importaba lo que pudiera ocurrir con esa locura? Por primera vez en muchos años, Elisa se sentía plenamente feliz, mientras sentía que la lengua de Nicolás empezaba a provocar el nacimiento de otro delicioso orgasmo. Se abrazaron y se quedaron callados durante un rato, Elisa acariciando los cabellos de su hijo, y él acariciando el vello púbico de su madre. Se fueron a su habitación, se ducharon, y bajaron a cenar, sin decir palabra. Cuando llegaron de nuevo a su habitación para dormir y descansar, juntaron las dos camas individuales, y se acostaron como una pareja feliz. Y desde aquel día, así fue, aunque para la gente, seguían siendo madre e hijo.