Viaje a la sumisión (5)

Qué mejor manera de rematar el día que sirviendo a dos turcos sin escrúpulos

Caminamos sin prisa por las calles prácticamente desiertas del centro. La conversación se centró en mis hazañas de aquella tarde. Cassim me contó que una vez cada par de meses solía aparecer alguien tan dispuesto como yo a pasarlo bien y complacer a los sauneros congregados. Tras callejear un rato llegamos a su casa. Mientras subíamos al tercer piso me dijo que compartía con dos compatriotas turcos, pero al trabajar de porteros en garitos del centro, tendríamos un par de horas para nosotros antes de que regresaran.

Atravesamos un pasillo oscuro. La casa tenía un olor fuerte, ácido, no a sucio, si no a sudor, a falta de ventilación. Eso me ponía bruto, ya que pese al cansancio mi polla no había dejado de estar morcillona todo el rato. Su habitación parecía el resultado de una explosión o del paso de un tornado.

  • Siento el desorden- Dijo mientras se quitaba la camiseta, dejando su torso al descubierto. Tenía un tono muy oscuro de piel, con un cuerpo bien definido, recubierto de vello negro. Su cara angulosa estaba enmarcada por una barba de varios días, del mismo largo que el pelo de su cabeza. Destacaban sus ojos negros, brillantes, expectantes.

Al quitarse la camiseta un intenso olor a sudor inundó la estancia.

  • Tío voy a darme una ducha. Apesto.

  • Ya será para menos.

Levantó el brazo y acercó su axila a mi cara.

  • Ocho horas en una sauna, vestido, sin parar de sudar... juzga por ti mismo.

Pegué la nariz al sobaco y aspiré.

  • Está en su punto justo- Cassim se echó a reír.

  • Tío realmente eres un cerdo.

Realmente era un cerdo. Dos semanas atrás que un tío apestara era motivo más que suficiente para rechazar un polvo, ahora me parecía un aliciente más. Cuanto más humillado, rebajado y sucio, más realizado me sentía.

  • Espera un minuto, tengo algo que te gustará- Dijo mientras se perdía en la oscuridad del pasillo. Le oí trastear unos segundos y regresó con las manos en la espalda.

  • ¿Realmente te gusta sentirte rebajado?

  • Claro que si tío... perdón señor- Dije soltando una pequeña risilla.

  • Mi compañero Azad tenía un perro. Tuvo que regalarlo- Dijo poniéndose muy serio. – Pero aun nos queda esto por casa. Creo que puede sernos útil- Mostró sus manos que sostenían un collar de perro de cuero negro, con remaches piramidales plateados y una cadena metálica de un metro más o menos.

No dije nada, la repentina erección de mi polla respondió por mi. Me desnudé en tres segundos y me arrodillé ante Cassim, estirando bien el cuello. Cerró el collar alrededor de mi pescuezo, apretándolo bien, de manera que me tuve que concentrar para recuperar el ritmo de la respiración, adaptándola al nuevo diámetro de mi traquea.

Levanté los ojos y miré a Cassim. Su rostro se había transformado. La dulzura de su mirada y su sonrisa permanente habían desaparecido sin dejar rastro. Por primera vez sentí miedo. Él debió leer mi reacción ya que me dijo –Tranquilo tío, solo vamos a pasarlo bien.

Dejó caer la cadena al suelo y se tumbó en la cama. –Desnúdame perro- Obedecí. Me dirigí hacia él. Tiré de una de las deportivas. Salió sin dificultad, seguida de un olor muy intenso. Aquel pie apestaba. Retiré la otra deportiva. El olor se multiplicó. Me costaba respirar, eso añadido a la presión del collar en mi cuello me hacía marearme, tenía la sensación de ir a desvanecerme. Jamás pensé que unos pies pudieran oler así. –Te di la oportunidad de ducharme tío. Ahora continua tu trabajo- Me esforcé en seguir respirando, poco a poco aquel olor agrio empezó a dejar de ser desagradable y pasó... pasó a ser el mejor aroma del mundo. Le saqué los calcetos y me los llevé a la nariz. Se me nubló el pensamiento, aquello era la gloria. Una patada en mi careto me devolvió a la realidad. –Continua- Gruñó. Subí sobre él, desabroché la bragueta y tiré del pantalón. Él no ayudó, así que tuve que luchar hasta que conseguí sacarlos por los tobillos. Tenía las piernas fuertes recubiertas de vello negro. Me dirigí al slip. Era el típico calzoncillo de mercadillo de algodón blanco, pero tenía la zona delantera surcada por una mancha amarillenta. Lo retiré con cuidado y un nuevo olor inundó la habitación. Una mezcla de sudor ácido y meado reseco. Ahora entendía de donde venía el olor que percibí cuando entré en la casa. Era el olor de sus moradores o al menos de Cassim.

Tenía una polla morcillona, prácticamente negra, circuncidada, con unos huevos gordos y peludos que colgaban más de lo habitual. Ahora que podía observarlo al completo aquel tío era un adonis turco. Iba a ser una buena manera de rematar aquel domingo.

-Sal al pasillo. La segundo puerta a la derecha. Trae un litrona que estoy seco.

La cocina estaba iluminada por la luz que entraba de la calle y estaba igual de desordenada que el resto de la casa. Tomé una litrona de la nevera y volví al dormitorio de Cassim.

-Muy bien perro. No me gusta follar sucio, y ya que me has preferido sin duchar, te toca lavarme con tu lengua. No te dejes ni un resquicio.- Tras decirme esto cogió la litrona y dio un trago.

-¿Puedo?- Pregunté tendiendo la mano a la litrona. Le di un trago para humedecer mi lengua y se la devolví.

Empecé por los pies, disfrutando de su aroma intenso. Limpiando cada dedo, el espacio entre ellos, el empeine, talón, tobillo. Ascendí hasta las rodillas perdiéndome por sus muslos. Antes d dar cuenta de la polla fui a por otra litrona, ya que entre los dos habíamos acabado la primera. Le lamí los huevos, dejándolos bien ensalivados. Su polla ya bien dura no pasaba de los 20 centímetros, pero tenía un sabor ácido adictivo. Me hundí en su ombligo, lamiendo sus pezones que se ponían duros al tacto de mi lengua. Chupé cada uno de los dedos de su mano. No paré de lamer hasta que sus sobacos perdieron ese olor agrio. Deslicé mi lengua por el contorno de sus labios, con delicadeza, sus ojos cerrados, sus orejas... Se dio la vuelta para acabar el trabajo. Me centré en su nuca, bajando por su espalda, lamiendo sus nalgas. Aquel culo olía a sudor, igual que el resto y me perdí en su centro hasta que los gemidos me devolvieron a la realidad. Con una mano fuerte me apartó. –Para tío.- Dijo jadeando. –Ponte en cuatro.-

Se arrodilló tras de mí, me separó las nalgas con ambas manos y una lengua caliente y húmeda jugueteó con mi esfínter. Sentía como la lengua luchaba por profanar mi interior. Un dedo sustituyó a la lengua. Presionó hasta vencer la resistencia y entrar en mí. Hurgó mi culo, tanteando, moviendo el dedo circularmente. De pronto se levantó, salió de la habitación y regresó un minuto después con un pequeño bote azul, circular en la mano. Se sentó tras de mí con las piernas cruzadas.

-¿Alguna vez te han metido el puño?

-¿Qué? ¡No!- Respondí horrorizado.

-Ok, pues vamos a ello. Tranquilo que no te voy a romper, solo vamos a llegar hasta donde nos deje tu culo, así que respira.

Me centré en respirar y relajarme, mientras él se untaba la mano con una crema blanca que había en el bote.

El primer dedo de antes entró sin problema. Se retiró y volvió a entrar, esta vez con algo de mayor dificultad. Imaginé que ya iban dos. Apoyé la cabeza en la almohada y me abandoné, relajándome todo lo que pude. Sus dedos iban entrando y saliendo de mi culo, moviéndose lentamente. Presionó ganando terreno.

-Ha sido más fácil de lo que pensaba.

-¿Cómo? No es posible. ¿Ya has metido el puño?

-No tío, pero te has tragado los cinco dedos hasta los nudillos en un momento- Su voz había perdido la dureza fingida y volvía a sonar dulce y se adivinaba un tono de sorpresa. –¿De verdad que nunca lo habías hecho?

-Te lo juro.

-¿Quieres que siga?

-Por favor señor.

-Pero que puta- Su voz volvió a sonar fría.

Ahora podía notar la presión en las paredes de mi culo, iba muy lentamente. La velocidad aumentó y la presión cediendo. Pude notar como mi esfínter se cerraba en torno a su muñeca. Aquello era un mar de sensaciones nuevas. Pasaron los minutos. Tenía la sensación de que si movía un solo dedo un centímetro me correría vivo.

-Tronco, las tres litronas que nos hemos bebido necesitan salir, así que devuélveme mi mano.

No sin dificultad Cassim sacó su puño de mi culo, dándome una fuerte cachetada. Cogió la cadena del suelo y la ató a mi collar. Dio un tirón y me tiró de la cama dejándome sin aliento.

-Vamos perro.

Le seguí por el oscuro pasillo a cuatro patas. Entramos en el baño.

-Túmbate en la bañera- Obedecí tendiéndome boca arriba. –Imagino que tú también tendrás la vejiga a reventar, así que déjame ver como te humillas un poco más. Méate perro. Quiero ver como meas, como haces diana en tu boca.

Me concentré y un suave chorro salió de mi polla impactando en mi ombligo. Fue ganando intensidad, empapando mi pecho, alcanzando mi barbilla. Abrí la boca y mi propia orina entró. Pero era más difícil de lo que creía controlar el chorro y me mojé toda la cara y el pelo. Oí como Cassim se reía. Antes de acabar mi propio meado, la orina de Cassim inundó mi boca. –Traga- No lo dudé y tragué todo lo que pude. Se mezclaron los dos chorros en mi boca con un sabor a cerveza reciclada indescriptible.

Cuando la lluvia cesó pude ver el rostro sonriente de Cassim, yo seguía con la boca abierta y me llevé un lapazo viscoso de recompensa.

-¿Qué coño es esto Cassim?- Sonó una voz en la puerta del baño.

-Hombre Azad, no te oímos llegar.

-¿Qué hacíais?

-Me he traído una putita que he encontrado en el curro.

Azad respondió en lo que imaginé era turco. Tras el intercambio de unas frases entre ellos, Azad se acercó al borde de la bañera y saco su rabo apuntando directamente a mi boca. Me fijé en él esperando el chorro. Tendría unos 40 años, de piel canela y fuerte. Tenía una enorme cicatriz atravesando su mejilla derecha, lo que le confería un aspecto siniestro. Vestía unos pantalones tipo chino y una camisa.

Un chorro de un amarillo intenso y muy oloroso inundó mi boca, recorriéndome luego el cuerpo, dejándome bien regado y "perfumado".

-¿Son las cosas de Golfy? Dijo cogiendo el extremo de la correa, aun unida a mi collar.

-Si, espero que no te importe.

-¡Bah!.. Así tiene alguna utilidad. ¡Vamos!- Gruñó dando un tirón a la correa. Le seguí por el pasillo y tras nosotros Cassim. Entramos en un salón en el que solo había un sofá, una tele y una mesa de centro sobre una alfombra.

-Ayúdame Cassim.

Entre los dos cogieron la mesa y la sacaron al pasillo. Azad me presionó la cara con su pie izquierdo, enfundado en una bota de cuero negro, tipo militar, obligándome a tumbarme boca arriba. Pude verle mientras se quitaba la camisa y se desabrochaba el pantalón. Cassim se mantenía a una distancia prudencial sin acercarse... se veía claramente quien era el macho alfa de aquella casa. –Desátame las botas y quítamelas- Obedecí rápidamente y un olor intenso salió de aquellos pies, no tanto como de los de Cassin, pero también muy fuerte. Se quitó los pantalones y gruño –Los calcetines-.

Tenía a dos machos turcos dispuestos a utilizarme y no podía esperar. Ninguno de los dos se movía. Tímidamente me acerqué a un pie de Azad y deslicé la lengua por el empeine. Un tirón de pelo me dejó sentado y un fuerte guantazo me dejó atronado el oído izquierdo. –No te he dado permiso para que me toques maricón- Rugió Azad. Otra hostia me cruzó la otra mejilla. –No se que estarías haciendo con Cassim, pero se acabaron las contemplaciones. Ponte a cuatro patas y pega la cara al suelo- Vi como le quitaba los cordones a sus botas. Me agarró las manos con fuerza a mi espalda y con uno de los cordones me las anudó. Me rodeó con el otro cordón en las manos. Tiró con fuerza de mis huevos. No se que hizo exactamente, pero pude notar como mis huevos estaban cada vez más apretados y tirantes. El dolor me recorría el cuerpo, pero me contuve. Únicamente noté como dos lagrimones se deslizaban por mis mejillas.

Tiró de mi pelo con fuerza hasta dejarme de rodillas. Me metió los dedos en la boca, tanteando y abriéndola bien. Segundos después fueron sustituidos por una polla larga y gorda. Tenía un sabor agrio a sudor, con restos de meado reseco. Me clavó la polla hasta la garganta y empezó un vaivén lento. -¡Cassim!- Dijo mientras gesticulaba. Por primera vez desde que llegó Azad, Cassim se acercó a mi, se arrodilló, me separó los glúteos y hundió su cabeza en mi culo, jugando con su lengua, volviendo a dilatarlo. Mientras tanto Azad continuaba follándome la boca, cada vez con un ritmo más rápido. Llegó un punto en el que no pude contener las arcadas, aun así la follada continuó. Apenas podía respirar, tenía las fosas nasales llenas de mucosidad... y de repente paró. Vi como quitaba el cinturón de su pantalón. Cassim se retiró y un fuerte cintazo azotó mi culo, al que siguió otro, y luego otro. Sentía el culo ardiendo y cuando creí que iba a arrancarme la piel a tiras se detuvo. Separó mis nalgas y escupió en mi agujero. Sonó otro salivazo y puede oír como se lo extendía por la polla. No hubo contemplación ni cuidado. Gracias a la dilatación que me había hecho Cassim con su puño fue menos doloroso, pero aun así podía sentir cada estocada de la polla de Azad en el fondo de mi culo. Se apoyó en mi cabeza, incrustándola en la alfombra mientras me follaba con furia. Cassim, en un lateral observaba pajeándose lentamente. Aquella cabalgada duró lo que me pareció una eternidad, hasta que sus estocadas fueron aun más rápidas y profundas. Azad se corrío entre alaridos y bufidos y en un acto reflejo tiro de mi pelo arrancándome un buen mechón. Se derrumbó sobre mi, respirando pesadamente. Se retiró lentamente y me ofreció la polla hasta que la dejé reluciente, disfrutando del sabor de su rabo y de su leche, mezclado con la acidez de mi culo. Volvió a pegarme la cabeza al suelo y me puso los pies en la boca mientras se dejaba caer en el sofá. –Lame, y tu Cassim, aprovecha que esta dilatado y bien lubricado.

Cassim se situó a mi espalda. Noté como manipulaba mis huevos, y la presión y el dolor cedieron sustituidos por una oleada de calor que me recorrió el cuerpo. Dejo caer el cordón junto a mi cara. Si escupir siquiera me clavó la polla. Era más pequeña que la Azad y se deslizó en mis entrañas sin problemas. Me folló a saco, mientras yo estaba perdido en los pies de Azad, disfrutando de su aroma, dándoles el servicio de mi lengua. Pocos minutos después Cassim incrustó sus manos en mis caderas, parecía que todo él fuera a enterrarse en mí. Pude notar como su polla palpitaba y su leche me inundaba las entrañas, mezclándose con la de Azad. Se retiró y se sentó junto a su compañero, su rostro volvía a ser amigable, estaba relajado.

-Puedes correrte- Dijo Azad desatándome las muñecas.

Lleve mi mano a mi polla, sin apartar la cara de sus pies. Apenas necesité tocarme para correrme abundantemente, eliminando toda la tensión y excitación acumulada aquel día. Realmente no parecía posible que ese mismo día me hubiera perdido en una sauna para acabar sirviendo de aliviadero de dos turcos hijos de puta.

-Maricón, ya puedes quitar tu leche de mi alfombra, no quiero ni una mancha- Obedecí sin rechistar, dejando la alfombra bien limpia de los restos de mi corrida.

Cuando acabé los miré a los ojos. –Gracias-.

-Ya te dije que me ocuparía de tu erección- Dijo Cassim.

-Gracias de verdad tíos- Dije mientras me incorporaba.

-¿Dónde te crees que vas? Ladro Azad.

-Tío, mañana madrugo para currar. Bueno, en unas horas.

-Llevas el collar de mi perro, así que eres de mi propiedad. Eres mi perro. Al menos hasta mañana por la mañana, luego me lo pensaré. Golfy dormía en la cama a mis pies. Así que sígueme. Te quiero con la nariz pegada a mis pies, y si te llevas alguna patada no te quejes- Dijo Azad dando un tirón de la correa y arrastrándome tras él por aquel oscuro pasillo.

Continuará.