Viaje a la sumisión (4)
Una visita a la sauna puede dar mucho juego, más si cada rabo que consigues ordeñar te acerca más a tu destino.
Aquella mañana era sábado. El gimnasio cerraba los fines de semana, así que si no aparecía una nota mágicamente, veía perdida toda posibilidad de poder servir a mis "nuevos amigos" y acercarme un poco más a él. Decidí centrarme e intentar recuperar el ritmo de mi vida. Dediqué esa mañana a tareas domésticas y la tarde y noche a retomar mis relaciones sociales. Cena y copas con unos amigos. Aun así había algo en mi que me decía que ese no era mi sitio que no era allí donde debía estar, donde quería estar. Deseaba estar a sus pies, expectante de cumplir cualquier orden, cualquier deseo que saliera de sus labios ¿Como era posible un cambio tan grande de mentalidad en tan poco tiempo? El domingo amanecí bastante tarde, una comida fugaz y una ojeada a la cartelera planificando la tarde cuando sonó un SMS. -Algún colega que se apunta al cine- Pensé. Curioso. El SMS llegaba desde un número desconocido. "Calle Norte. Esta tarde a las 6" ¿Pero que coño? Ahí estaban de nuevo y tenían mi número de teléfono. Seguro que eran ellos, ya que yo no le había contado nada a nadie de lo que me estaba sucediendo. Yo que había perdido la esperanza y me las prometía tranquilo ese finde. Una ducha rápida y al ser centro decidí ir en Metro. Bajé en Noviciado y caminé un par de minutos hasta la calle indicada. Por el GPS había visto que no era muy larga, pero lo suficiente como para volverme loco intentando adivinar donde debía dirigirme. Empecé a subir la ligera pendiente de la calle y más o menos a medio camino me detuve. No necesitaba seguir buscando. Estaba frente a una sauna, seguro de que la cita era allí. Pagué mi entrada. Mientras me dirigía al vestuario sonó mi móvil de nuevo. "Muy puntual Marquitos. Tienes hasta las 10 para satisfacer al mayor número de pollas con tu boca. Cuantas más, más puntos obtendrás. Estaremos observando". Me empezaba a gustar ese juego. Ver lo que era capaz de hacer para complacerles. Me cambié rápidamente, ya que el tiempo corría. Como me imaginaba la sauna estaba repleta siendo domingo por la tarde. Eso aumentaba mis posibilidades. No había tiempo que perder. Querían verme humillado, rebajado al máximo. Cuantas más pollas más posibilidades, y no iba a defraudarles. La vergüenza y los reparos se habían quedado en el gimnasio en el momento que robé los calcetos. Me dirigí al bar. Le pedí al camarero si tenía un boli o rotulador. Sacó uno permanente. Perfecto. - ¿Puedes escribir una frase en mi cuerpo?- Le pedí. El chico sonrió con confidencialidad; parecía que no era el primero en tener esa idea. - Por favor, escribe en mi frente, pecho y espalda "usa mi boca". - Tranquilo que cuando acabes te dejo alcohol para que lo borres.- Me dijo el camarero guiñándome un ojo. Ya estaba mi apuesta hecha. Ahora solo era cuestión de exhibir la mercancía y venderla al mejor postor. Me di la vuelta, y antes de poder dar un paso, un hombre de unos 40 años que estaba sentado en un taburete junto a la barra me dijo: - ¡Eh tú! ¿Eso va en serio? - Sí señor. - Pues sígueme que necesito descargar. Me guió por los pasillos mientras sentía que todas las miradas se centraban en mi. Alguno de aquellos tíos me estaba controlando, ¿Pero quien? No vi al rubio ni al cincuentón, ni tampoco a él; la verdad no esperaba encontrarlo allí. Seguro que alguno de los asistentes a la cena del viernes estaba rondando por allí. Un par de tipos se levantaron de unos sofás que había a los lados de un largo pasillo por el que desfilábamos y nos siguieron disimuladamente. El tío me guió hasta una cabina, me hizo entrar y cerró la puerta tras de si. -¿Así que eres una putita que desea comer pollas? - Si. No hubo más palabras. Me presionó sobre los hombros obligándome a arrodillarme. Dejó caer su toalla, mostrando una polla morcillona de unos 18 centímetros muy oscura. La tomé con mis manos y retiré el pellejo con mucha delicadeza. Me vuelve loco descapullar una polla. Aspiré el olor de aquel rabo. Olía a jabón, pero había una nota ácida, inconfundible de una polla cuando empieza a acumularse el sudor en la entrepierna. La punta de mi lengua se deslizó por el contorno del glande. Jugueteé con la uretra, tratando de dilatarla, saboreando el líquido preseminal. Deslicé la lengua por la base hasta los huevos, igual de negros que la polla y muy peludos. Mordisquee suavemente, tirando de ellos, haciéndolos rotar en mi boca. Levanté la vista. El dueño del rabo me miraba fijamente, con cara de vicio. Eso me animó a continuar. Me introduje la polla en mi boca, lentamente tratando de relajar mi garganta, hasta que mi nariz chocó con su pelo púbico. Me detuve ahí, intentando mover los músculos de mi garganta. Los gemidos que llenaron el habitáculo confirmaron que le estaba gustando. ¿Quién puede resistirse a que le masajeen el glande con la garganta? Es un mar de sensaciones. Retiré la cabeza lo justo para tomar aire. El tío me presionó de nuevo su polla hasta el fondo de mi garganta. Aquello le estaba gustando. Mantuvo la presión en mi cabeza para que no me retirara. Necesitaba respirar, pero él no cesaba en su empeño. Tuve que hacer algo de fuerza con la cabeza hasta que la presión cesó y pude por fin tomar aires, pero no dejó que me sacara el rabo de la boca. El juego siguió un rato, yo masajeando su glande y él controlando mi respiración, hasta que de golpe empezó a follar mi garganta rápidamente. No pasaron ni treinta segundos, cuando se retiró y un mar de lefa cayó sobre mi cara, deslizándose por mi pecho. El tío tomó aire mientras me tendía un trozo de papel para limpiarme. Yo seguía arrodillado. - Tío, esto va a ser difícil de olvidar- Me dijo mientras salía por la puerta. Antes de poder incorporarme y salir tras él un nuevo tío entró en la cabina cerrando la puerta. Era uno de los tíos que nos había seguido. Muy alto, de apenas 25 años. Era muy delgado y muy pálido, con el pelo casi blanco. No podía verle los ojos con claridad, pero juraría que eran muy claros. Todo el conjunto parecía una aparición en aquellos pasillos tan oscuros. Se quitó la toalla y se recostó en la colchoneta. Me incorporé y subí a cuatro patas dispuesto a conseguir mi segundo punto. Tenía ante mi una polla bastante larga, pero igual que el dueño era la más delgada que había visto nunca. Y más increíble aun, al ser tan pálido iba a dar cuenta de una polla casi roja. Realmente empecé a dudar si estaba ante el espíritu de un morador de la sauna, cuando una mano grande y huesuda presionó mi cabeza obligándome a tragarme aquella polla. Igual de raro que el resto, aquel rabo no olía ni sabía a nada, ni siquiera a jabón. Agarró mi pelo con fuerza, moviendo mi cabeza arriba y abajo, obligándome a mamársela. Mantenía un ritmo lento pero continuo, metiéndola en cada embestida un poco más profundo. Me soltó la cabeza, pero continué con la inercia de movimiento. No quería recibir ni una sola queja. Continué la mamada largo tiempo, tratando de incrementar el ritmo lentamente, pero no percibí ninguna reacción. Repentinamente un tirón de pelo me apartó del rabo. El tío se pajeó con furia un par de minutos y contrayendo todo el cuerpo se corrió con apenas un par de goterones. Creo que no era ni la primera ni la segunda vez que se corría en esa tarde. Me senté en la colchoneta. El tío se incorporó, se puso la toalla y salió como había entrado, sin palabras. Salí tras él y caminé por el laberinto de pasillos, atrayendo las miradas de la gente al pasar. Sabían que estaba allí y si querían usar mi boca de aliviadero solo tenían que acercarse. Pasé junto a una pareja que estaba entrando en una cabina, uno de ellos se detuvo y me agarró del brazo, tirando de mí hacía dentro. Estaba ante un tío musculoso de unos 35 años, pelo muy corto y completamente depilado. El otro era un chico muy pequeño y bajito, casi cuerpo de niño, pero el rostro delataba que pasaba la treintena. Me hicieron sentar en una esquina mientras empezaban a enrollarse. El cachas tenía una polla gorda y brillante y ni un solo pelo alrededor. El bajito un pequeño rabo de no más de 10 centímetros. Tenían prisa. Tumbó boca arriba al canijo al borde de la colchoneta. El cachas me agarró de la nuca y me hundió la cara en el culo del bajito. Con las manos separé las nalgas y mi lengua se dedicó a humedecer y dilatar aquel agujero, dejándolo abierto y ensalivado, preparado para que el cachas diera cuenta de él. Me apartó la cara bruscamente y me ensartó su polla en la boca. Me la folló por espacio de un minuto y con un empujón me devolvió a mi esquina. Desde mi posición podía ver como aquel capullo brillante, luchaba por entrar en ese culo de cuerpo adolescente. Poco a poco iba ganando centímetros, hasta que las nalgas chocaron contra el pubis. La sacó lentamente, hasta quedar completamente fuera. Se giró hacía mi y me la ensartó en la garganta hasta que consideró que estaba bien lubricada. Entonces empezó una cabalgada feroz al bajito, que de vez en cuando no podía reprimir algún grito. Lo cogió en vilo y lo apoyó en la pared, justo sobre mi cabeza, mientras continuaba follándoselo. Nunca había tenido una perspectiva como aquella durante una follada. Desde que había entrado en la sauna no había perdido la erección, pero con solo esa imagen, sin necesidad de tocarme creo que sería capaz de llegar a correrme. Aquella polla entrando y saliendo del culo. Bajó el ritmo, ocasión que aproveché para acercar mi cara. Saqué la lengua y la deposité justo en el borde del culo, dejando que el rabo se deslizara por mi lengua mientras taladraba aquel culo. Me pegué bien al canijo y el tío empezó a alternar una embestida a mi garganta y una embestida al culo que tenía sobre mi cara. Siguió un rato hasta que se centró de nuevo en el culo, con una cabalgada furiosa. Yo volví a simple espectador. Tras algunos minutos dejó al canijo en el suelo, uno a cada lado de mi cara. Me dijo -abre la boca- Mientras los dos se pajeaban. El primero en correrse fue el bajito. Fue una lefada enorme que no esperaba de alguien de su tamaño. Parte cayó sobre mi nariz y barbilla, pero conseguí que casi todo acabara en mi boca. Cuando aun soltaba las últimas gotas, el cachas acercó la polla mi boca se corrió abundantemente. Era una mezcla de sabores. La primera dulzona y esta más amarga. Seguí en mi rincón mientras ellos se limpiaban y colocaban las toallas. Salieron de la cabina sin decir nada, dejándome en un rincón tirado con la cara lefada. Vi unos pies entrar, mientras una mano me tendió un trozo de papel. Levanté la vista. Era un chico de apenas 18 años, con algo de sobrepeso. Mofletes sonrosados, algo de tripilla y dos buenas tetas. - ¿Puedo?- Preguntó muy cortado. - Claro- Respondí mientras me incorporaba para cerrar la puerta. - Es la primera vez que vengo a una sauna- Me contó en tono de confidencia. - Siempre hay una primera vez. - La verdad es que no he tenido mucho éxito. Por la gente que he visto por aquí creo que los tipos con mi físico no triunfamos. - ¿Cómo que no? Quítate la toalla. Voy ha hacer que no te arrepientas de haber venido. Se quitó la toalla y dejó al descubierto una polla relajada. Caí raudo de rodillas y me la metí en la boca. Lentamente iba moviendo la lengua, jugando con ella. Me encanta sentir como un rabo va creciendo en mi boca, centímetro a centímetro. Como se va dilatando, adentrándose en mi boca hasta coronar mi garganta. Y en ese momento sacarla de mi boca y ver como ha pasado de pene a polla o como en aquel caso pollón. El criajo tenía un rabo gordo y venoso de unos 25 centímetros. Parecía que hubiera servido de molde para algún dildo realístico. Tenía un ligero olor y sabor a meado reseco. Empecé a pajearle con la boca. Me afané en hacerle una mamada que no olvidara. El chico no se movía; gemía de placer, y su cuerpo temblaba ligeramente. Se diría que su experiencia sexual no se dilataba mucho más allá de aquella tarde. Un par de minutos después el chico empezó a bufar y un torrente de leche inundo mi boca mientras notaba su glande palpitar en mi boca. Se retiró. Yo abrí mi boca para que viera en ella su leche. -¿Te gusta tragártela?- Preguntó con su tono tímido. Como toda respuesta tragué, volviéndole a enseñar mi boca vacía. El chico sonrió por primera vez, me ayudó a levantarme y acercó su boca a la mía. Nos fundimos en un profundo beso. Me separé de él abrí la puerta y salí. Fui directo a los baños, pues me estaba meando. Me puse en un urinario y descargué mi vejiga no con dificultades, debido a la erección. Oí pasos a mi espalda -¡Vaya vaya!- Me giré. Había entrado un tipo con pintas de skin. Cuerpo muy delgado, pero muy marcados todos los músculos. Pelo rapado, de no más de 21 años. Tenía los ojos azules muy claros y me dirigió una mirada fría. Mientras caminaba hacia mí, reparé en el piercing que agujereaba su pezón derecho. -¡De rodillas perro!- Dijo de manera que pareció un ladrido. Tenía frente a mi un rabo con un piercing en forma de aro atravesando el glande. Lo introdujo en mi boca y tras unos segundos se empezó a llenar de orina caliente. Tenía un sabor amargo muy fuerte. -Traga cerdo, no quiero ni una gota fuera- Tragué cada gota de su meado, como si fuera un carísimo licor, tratando de acompasar la respiración. El cabrón tenía la vejiga a reventar. Un último chorro llenó mi boca. La retiró. -Saca la lengua- Se sacudió las últimas gotas sobre mi lengua, de manera que no se perdió ni una sola. Colocándose la toalla se rió con ganas, me palmeó la cabeza. -Ya no saben que hacer las saunas para ganar clientes- Dijo entre risas mientras salía. Me perdí de nuevo en los pasillos. Miré un reloj colgado en la pared. Tenía que apresurarme, ya que se agotaba el tiempo. Cuando me di cuenta estaba en una sala bastante grande. Había poca luz, pero suficiente para que se viera mi anuncio. Había una zona con barrotes, imitando una celda y más allá había un sling. La gente entraba y salía, pero no se detenía. Imagino que el no ser un cuarto oscuro cortaba a la gente. Decidí que ese era el sitio. Me puse en el centro de la sala de rodillas, de cara a la puerta con la cabeza gacha. Los tíos iban entrando y se quedaban a mi alrededor, observándome, sin que nadie diera el primer paso. Se oían murmullos. Un hombre de pelo cano dio el primer paso y sin quitarse la toalla me enchufó el rabo en la boca. La gente empezó a arremolinarse a mi alrededor observando como me follaban la boca. Empezaron a pajearse. El viejo se retiró y enseguida otra polla tomó el relevo. Vi de reojo como el del pelo cano quedaba a un lado pajeándose. Me estaba comiendo un rabo con un sabor muy fuerte, alcé la vista. Su dueño era un chico muy moreno y peludo, con la mirada perdida en el techo. Me follaba la boca pausadamente. -¡Eh tu! Deja a los demás- Sonó una voz. El tío se retiró de mala gana. Se me puso delante un rabo negro como el carbón. Nunca se la había comido a un negro, así que me lancé a la tarea. Abrí la boca y dejé que me taladrara la garganta. Tenía un sabor realmente delicioso, y el tío sabía como acompasar sus movimientos con mi respiración. Me agarró con fuerza el pelo y con un par de envestidas dejó correr un río de leche por mi garganta. Me ofreció el capullo para limpiar los restos, cosa que hice hasta dejarlo brillante. Un nuevo rabo ocupó mi boca. Se fueron alternando. Perdí la cuenta, algunos se acercaban para descargar sobre mi cara, otros me taladraban hasta correrse en mi boca, otros simplemente lo hacían en mi espalda o mi pelo. Estaba exhausto. -Son las diez- Dijo una voz entre la multitud. Traté de identificar a su dueño, pero no lo conseguí. No sé cuanto más duró aquello, pero al final estaba completamente empapado de leche y al igual que al principio, solo en aquella sala. Me incorporé con las piernas temblorosas y la mandíbula dolorida. Me di una ducha larga, eliminando como pude los restos de lefa de mi cuerpo, y ese aroma agrio tan característico. Me miré en el espejo. Aun se podía leer el mensaje, así que me fui a ver al camarero. Al verme llegar me sonrió ampliamente. - He oído hablar de tus hazañas. Has sido la comidilla de la tarde. - Se ha hecho lo que se ha podido. - Gírate- Me dijo empapando un trozo de papel con alcohol. Me limpió la espalda y me dio el papel. - Por cierto, me han dejado esto para ti- Dijo sacando un montoncito de notas. - Gracias. - La casa invita- Dijo mientras abría un botellín de cerveza. Desplegué la primera nota " Sergio. 539724718 ". Vaya " Tío ha sido la leche. Llámame. 571931617. Pedro ". " Quiero disfrutarte con calma. Edwin. 516632819 ". " 537742913 ". " Muy bien Marquitos. Han sido 18, más las de fuera de tiempo que han sido 7 más " - ¿Sabes quien te ha dejado esta nota? - Ni idea tío, verdad es que no me he fijado en tus admiradores. - Vale. Gracias. - ¿Muy cansado? - Un poco tío, pero ¿te puedes creer que aun no me he corrido? El chico sonrió. Me fijé en él por primera vez con detalle. Tenía unos rasgos muy marcados y por el acento diría que era de algún país de oriente próximo. - Cassim- Dijo tendiéndome la mano. - Marcos. - Tío salgo en 15 minutos. Si quieres te puedes venir a casa y nos ocupamos de tu erección. Continuará.