Viaje a la sumisión (3)

Después de una experiencia inolvidable, Marcos recibe una nueva invitación.

Llegué a mi casa agotado. No era capaz de asegurar cuando había empezado mi día. Estaba tratando de asimilar lo que me estaba sucediendo. Había mangado unos calcetos y a partir de ahí había dejado de ser yo. El yo con el que había convivido 27 años. No era capaz de reconocerme. Hacía apenas 45 minutos estaba arrodillado en una bañera tragándome los meados de un tío que no sabía ni que cara tenia. Cualquier hombre con el que me cruzara por la calle era candidato a ser el "amo" -¿Se diría así?- Que me había sometido a sus antojos esa noche. Y todo lo había hecho con la esperanza de que el hombre de esa noche fuera el dueño de los calcetos, y me considerara digno para él. ¿Por qué era tan importante agradarle? ¿Por qué me sentía tan pleno sintiendo que era de utilidad para él?

Me arrastré hasta la cama, dejé caer el plumas al suelo y me desplomé sobre ella. Me acababan de follar en el suelo de un baño. Habían jugado a hacer puntería con mi boca, usando lapos a modo de dardos. Y me había gustado. Tanto que me mi polla aun estaba dura. Era hora liberarla y darme el placer de correrme recreando lo acontecido aquella noche. Me desabroché la bragueta y saque mi polla, dura como una roca, soltando mares de líquido preseminal. Hurgué en los bolsillos del plumas. Ahí estaban. Me puse el condón que había llevado el amo que me había follado aquella noche. Empecé a pajearme lentamente. No iba a tardar en correrme. Notaba como mi culo aun palpitaba de la cabalgada furiosa que acaba de disfrutar. Acerqué los calcetines a mi nariz y aspiré con fuerza al tiempo que aumentaba el ritmo de mi paja. El olor a sudor y cuero de aquellos calcetines atravesó mi mente, deslizándose por mi cuerpo como una corriente eléctrica hasta salir por mi polla en forma de abundante corrida. Me quité el condón con cuidado y lo acerqué a mi boca. Lentamente dejé caer mi leche, saboreándola e imaginando que no era mía, sino del hombre que me había poseído aquella noche.

La mañana siguiente acudí al gimnasio expectante. Cuando él llegó yo ya llevaba unos minutos de rutina. No se fijó. Me hice el encontradizo a lo largo de la mañana. Nuestras miradas se encontraron varias veces, y no pareció reconocerme ¿Podría ser tan cruel como para darme de lado de aquella manera? Ese "desprecio" me estaba matando. Pero ¿Y si no fue él? Si realmente alguien había aprovechado la situación. Vista su reacción esa idea cada vez cobraba más fuerza. Hice un último intento de pasar ante él mirándole a los ojos antes de ir a la ducha. Desvió su mirada con indiferencia ¿Seré gilipollas? Me había dejado someter, y no sabía por quien.

A la salida del gimnasio, literalmente me choqué con el rubio con cara de hijo de puta que iba de llegada. - Perdón- Le dije. Como respuesta recibí una sonrisa que me dejó helado. Creo que ya sabía de quien me había tragado hasta la última gota de lefa. Desapareció en el interior del gimnasio y yo me quedé plantado frente a la puerta, algo desorientado. Pero lo que realmente me jodía era que había sido utilizado por el rubio ¿Como podía ser tan capullo?

La mañana en el curro la pasé de nuevo algo desorientado. Poco antes del descanso para el almuerzo mi encargado vino hacia mi. Por un momento temí que le hubiera llegado alguna queja por el día  anterior o aquella mañana. Me dio un pequeño paquete y el albarán Me dijo que lo entregara en una dirección no muy alejada de la central y me tomara la hora de la comida después.

Apenas cinco minutos después estaba subiendo en el ascensor de un edificio de oficinas. Llegué a la tercera planta. Al final del pasillo estaba la oficina K. "Correduría de Seguros Martínez", rezaba un cartel junto a la puerta. Toqué el timbre. Con un zumbido la puerta cedió. Estaba en una pequeña sala de espera con un mostrador de recepción vacío en esos momentos. - Pase por aquí - Sonó una voz a la izquierda del mostrador. Me acerqué y me quedé paralizado en la puerta. -Hombre, hola. Muy puntual - ¿Que broma era aquella? Sentado tras un gran escritorio de madera clara, con el delantero cerrado hasta el suelo, más propio de un notario que de un corredor de seguros, estaba el cincuentón barrigudo del gimnasio. - Tra-traía un paquete - Atiné a balbucear. Él se levantó con una sonrisa. No mediría más de 1,65, pelo rizado negro con bastantes canas en las sienes; una perilla de candado adornaba su cara. Pero lo más llamativo era la tripa que le abultaba bajo la camisa.

  • Perdona, pero mi secretaria está con gripe - Me dijo cogiendo el paquete de mis manos. -Tiene que firmar el albarán señor - Le dije mientras él abría el paquete. Sacó una especie de tiras de cuero en forma de cruz. Me quedé con la mirada fija. Sus palabras rompieron el silencio.

  • ¿Te importa probarte este arnés? Es para alguien de más o menos tu tamaño.

  • ¿Que? Fue lo único que atiné a decir. No era posible. Eran demasiadas coincidencias.

  • ¿Estas sordo o eres imbécil Marquitos?

Al oír mi nombre salí del atontamiento y me puse a la defensiva.

  • ¿Cómo sabe usted mi nombre?

  • ¡Ay Marquitos!... ¿Cómo puedes ser tan inocentón? Ayer conociste a mi amigo Pawel, y si no me han informado mal, dejaste tus pertenencias en un rincón mientras te entretenías con él. No lo tuvo difícil registrarlas un poco mientras esperabas tirado en el suelo. Tranquilo que no te falta nada. No es eso lo que queremos. Me parece que quieres conocer a alguien, si no vamos equivocados. Pero antes de llegar a él debes demostrar que lo mereces. Pawel dijo que fuiste muy obediente y te entregaste sin mucho problema. Nos hemos reído mucho cuando nos contaba la sonrisa bobalicona que tenías mientras eras un reposapiés... y di ¿Vamos muy equivocados?

  • No - fue lo único que atiné a decir.

  • Perfecto Marquitos. Según el cuadrante que había en tu mochila, ahora empieza tu hora de comida ¿Cierto?

  • Si señor.

  • Desnúdate y ponte el arnés. A mi aun me quedas 45 minutos para cerrar. Vamos a aprovechar que no está la secretaria. Te quiero bajo mi escritorio y en silencio.

Me desnudé y me puse el arnés. Aparté su silla y me metí bajo el escritorio.

  • Túmbate boca arriba. Quítame zapatos y calcetines. Quiero un reposapiés que me deje los pies limpios mientras trabajo.

Le quité un zapato y un aroma intenso y conocido entre sudor y piel invadió el espacio. - Si, el regalo que te dejó Pawel ayer era mío. Tranquilo puedes quedártelos. -

Todo aquello empezaba a sobrepasarme. Le retiré un calcetín ejecutivo negro y lo acerqué a mi nariz. No había duda. Ayer me pajee con los calcetines del Señor Martínez.

Le quité el otro zapato y me tumbé en el suelo. Un pie pequeño y rechoncho aplastó mi cara mientras otro se restregaba con mi polla, que estaba bien dura. Si en el fondo soy un cerdo sumiso y no puedo evitar sentirme pleno a los pies de un hombre, y si esa posición me iba a llevar por fin a estar ante él, iba a darlo todo con ese cincuentón para conseguirlo.

De pronto sonó el timbre. Antes de oír el zumbido dijo - Ahora silencio. - El corredor de seguros estuvo atendiendo a una pareja, no se cuanto tiempo, tramitando una póliza para hogar, mientras yo era un simple reposapiés. De tanto en tanto acercaba un pie a mi boca y lamía intentando ser lo más cuidadoso y silencioso posible. Al marcharse la pareja, me metió un pie en la boca, todo lo profundo que pudo, provocándome una arcada. Le o hablar por teléfono. - Si... Correcto...Yo creo que si... Tranquilo que se lo digo... Adiós. -

Bueno perro, estoy en mi hora de comida y veo que la tuya está acabando, así que sal de ahí y arrodíllate que voy a alimentarte. Se desabrochó la bragueta y salió una polla gruesa y no muy larga, pero con un capullo gordo y rosado que rezumaba liquido preseminal, rodeada de abundante pelo. Me la acerqué a la boca. Apestaba. Parecía que el tío no se hubiera duchado en días. -Empieza a mamar maricón- Saqué la lengua y recogí el liquido que se extendía por el capullo y deslicé mi lengua por el tronco de la polla hasta los huevos. El sabor de aquella polla era más intenso que su olor, y eso en vez de repelerme me hacía sentirme más sucio. Jugué con sus huevos en mi boca. De golpe me agarró del pelo y me retiró -Basta de tonterías, no tengo todo el día.- Me metió la polla en la boca y me agarró con fuerza la cabeza. Empezó a follarme violentamente la garganta. El tamaño no era problema pero la brutalidad de las embestidas me dificultaba la respiración. Dos lágrimas rodaban por mis mejillas, mientras no podía controlas las arcadas. - Muy bien putita- El ritmo se intensificó más aun. De golpe se paró en seco y clavó la polla en el fondo de mi garganta. Notaba su capullo palpitar mientras su corrida iba directa a mi estomago. Solo pude disfrutar de los restos de su corrida cuando me ofreció su polla para limpiarla.

  • Buen provecho ¿Que se dice?

  • Gracias señor.

  • Vístete - Dijo mientras se metía la polla dentro del pantalón.

Cuando estuve listo me tendió un papel.

  • Preséntate en esta dirección esta noche a las once. Ve bien limpio y sin ningún pelo salvo en tu cabeza. Y no se te ocurra pajearte ¿Estamos?

  • Si señor. Gracias.

Esa tarde pasó volando y antes de acudir a la cita me pasé por casa para ducharme y afeitarme todo el cuerpo. Esta vez la dirección era del centro de la ciudad, de uno de los barrios más selectos. Llegué puntual y toqué el telefonillo. Tras unos segundos una voz sonó al otro lado - Por la escalera de servicio- Después de lo que había vivido en aquellos dos días, creo que nada podría sorprenderme. Simplemente iba dispuesto a disfrutar y a vivir lo que ofrecieran. Sin comeduras de tarro. Un minuto y medio después estaba tocando el timbre de la puerta de servicio. Me abrió la puerta un chico de más o menos mi edad, vestido únicamente con unas botas de cuero y un arnés.

  • Venga, date prisa que vamos muy justos de tiempo.
  • Dijo mientras le seguía a un pequeño cuarto en el que únicamente había un camastro y a los pies unas chanclas.

  • Espero que vengas rasurado y bien limpio.

  • Claro, como me han dicho.

  • Perfecto, desnúdate, deja tus cosas sobre la cama. Ponte las chanclas y sígueme.

  • ¿De que va esto?- Pregunte mientras me desnudaba.

  • ¿No te han dicho nada?

  • Solo que fuera puntual.

  • ¿Sabes lo que es el Nantaimori ?

  • Ni idea.

  • Vale. El señor tiene una cena esta noche y tú eres la bandeja sobre la que se va a servir la comida.

  • ¿Qué? Dije mientras mis ojos se abrían como platos.

  • Sígueme. Si tienes que mear hazlo ahora, que en varias horas no vas a tener oportunidad.

  • No es necesario.

Entramos en una sala en la que únicamente había una mesa baja de bambú de un metro por dos y bastantes cojines en el suelo.

  • Ahora túmbate, me llevo las chanclas y vuelvo enseguida.

Apenas un minuto después apareció. Venía con unas cuerdas del mismo color que el bambú y lo que parecía un trozo de raso negro.

  • Tienes que mantenerte muy quieto toda la noche y para asegurarme de que no te vas a mover tengo que atarte.

  • No hay problema.

  • Y el señor me ha pedido que te tape los ojos.- Dijo mientras me anudaba el pañuelo negro en los ojos. Me fue inmovilizando con la ayuda de las cuerdas, pasándolas por entre las varillas de bambú. Primero las piernas, luego las muñecas y los brazos. Una vuelta en la cintura, otra bajo los pectorales y otra a la altura de los hombros. Por último una cuerda se deslizó por mi frente uniéndome a la mesa.

  • Intenta moverte.

  • Imposible.

  • Perfecto, voy a ir depositando la comida sobre tu cuerpo. Tranquilo que es un todo comida japonesa fría, nada caliente. Lentamente, como eligiendo la ubicación fue cubriendo mi cuerpo de comida.

  • Suerte.

  • Gracias.

  • Un último consejo. Recuerda que eres solo una fuente. No pienses, no hables, ni escuches y si puedes evitar que se note que respiras mejor. No te sobresaltes si no solo cogen comida.

Oí sus pasos alejarse "solo soy una fuente". Mi polla estaba bien dura. No me había corrido después del cincuentón, y estar así me ponía a mil.

No se cuanto tiempo pasó, pero no fue demasiado. Se empezó a oír un timbre de vez en cuando y voces en una habitación próxima. Cada vez más gente. Los invitados iban llegando ¿Estaría él entre ellos? ¿Sería el anfitrión? ¿Vendrían el gordo y el rubio hijo de puta? Perdido en mis pensamientos se abrió una puerta y multitud de pasos acompañados de murmullos llenaron la estancia.

  • Amigos tomad asiento.- Dijo una voz desconocida para mi.

  • Realmente apetitoso. - Sonó la voz del señor Martínez. Si estaba allí, él seguro que también. Sentí como iban tomando asiento a mí alrededor, y volvían a su animada conversación. Diría por las voces que había unos diez hombres cenando. La comida iba siendo consumida muy despacio. Algún palillo rozó mi costado. Algún otro tiró suavemente de mi pezón. Mi erección no perdió fuerza en ningún momento. Me sentía bien sirviendo de fuente para esos hombres. En un momento dado alguien me pellizcó el escroto y tiró de él con fuerza. Recordé los consejos que me habían dado e intente no reaccionar. Aguantar respirando pausadamente. Un palillo se deslizó por la planta de mi pie derecho. Me costó gran trabajo reprimir las cosquillas. Pararon para acto seguido recibir un fuerte golpe en ese mismo pie ¿Me estaban poniendo a prueba? De pronto una mano agarró mi polla y empezó a pajearme. Si seguía así no iba a tardar en correrme, estaba muy excitado. La mano fue sustituida por una boca cálida que empezó a mamármela, lenta, pero profundamente. Poco a poco el ritmo fue incrementando, y llegó un punto en que no pude controlarme y me corrí abundantemente. Eso si, intente ser lo mas silencioso y hacer los menos movimientos posibles. Una mano tiró con fuerza de la mandíbula y me abrieron la boca. Una boca se acercó a mí parando a pocos centímetros. Lentamente dejo caer en mi boca toda mi leche y algo de saliva. La misma mano cerró mi boca. Tragué.

La gente empezó a levantarse y abandonar la sala. Al cabo de un rato. El mismo chico que me preparó acudió a desatarme, y tras vestirme, me acompañó a la puerta. No intercambiamos palabra, solo antes de marcharme, me dijo muy bajito al oído - Me ha encantado el sabor de tu leche-.

Continuará.