Viaje a la sumisión (1)

Marcos es un chico normal que se acerca a la treintena sin pena ni gloria... hasta que roba unos calcetos sudados en el gimnasio.

Primero de todo dejad que me presente. Me llamo Marcos, tengo 27 años y no soy natural de Madrid, pero como mucha gente me he visto obligado a desplazarme a la capital para poder ganarme la vida de una manera "digna" sin tener que trabajar en el campo. Trabajo de mensajero en la gran ciudad, hasta que me salga la oportunidad de trabajar en algo relacionado con mis estudios.

Nunca he sido un cuerpo danone, no tengo la famosa tabla de chocolate, pero tampoco soy un barril de cerveza con patas. Soy el típico chico mediterráneo, piel morena, ojos y pelo negros. Mi 45 de pie me ayuda a mantener el equilibrio de mi 1.84. Nunca he sido amigo de las depilaciones, así que la pelusilla que tengo en el pecho y las piernas me acompaña y me acompañara (mientras él no piense lo contrario) forever and ever .

Todo empezó hace cerca de 8 meses, más o menos coincidiendo con el inicio del año. Año nuevo propósitos nuevos, como la famosa Bridget Jones. Y uno de ellos como no, fue la de conseguir la famosa tableta de chocolate, o al menos intentarlo, así que todo decidido me lance a apuntarme al gimnasio. Cada mañana camino del curro paso por delante de uno que no tenia mala pinta que me pilla a medio camino entre mi casa y la central de envíos donde tengo la base. Gimnasio Aitor. Un gimnasio normal en un barrio normal de Madrid.

El famoso Aitor es el monitor de musculación del gimnasio. Nada mas presentarnos y charlar un rato me dijo con sorna que estaba un poco fondón y que había ido al lugar indicado para conseguir mí propósito. Me puso una tabla no demasiado dura, para no permitir que las dichosas agujetas me destrozaran y me dejo solo ante el peligro. Fui pasando por las diferentes maquinas, visualizando en mi mente mi cuerpo en las próximas navidades. Así pasaron varios días, acudiendo al gimnasio antes de currar. Hasta el tercer día.

Llevaba poco más de 10 minutos con mis ejercicios, cuando le vi aparecer. Era… era él. Era la primera vez que lo veía en mi vida, pero tuve la sensación de conocerlo de toda la vida. Me quedé fascinado. Era un hombre de unos 37 años, moreno, de unos ojos increíblemente verdes que me retenían sin remedio. Bastante alto, incluso viéndolo en la distancia hubiera asegurado que era más alto que yo. Estaba muy fornido, se le veía que llevaba bastante tiempo acudiendo al gimnasio. Vi como saludaba efusivamente a Aitor, lo que me hizo salir de mi embobamiento. Creo que no se había percatado de cómo le había escudriñado en la distancia de mi ejercicio. Les oí charlar amistosamente, comentando sus vacaciones de navidad, y algo me llego que él había añorado el ejercicio esos días, debido a que estaba poniendo algo de tripilla, a lo que Aitor le palmeo la tripa y comento algo que no llegue a oír. Después de eso cada uno se fue a lo suyo. Yo seguí con mi ejercicio, pero sin poder sacarme de la cabeza a aquel hombre que me había calado tan hondo. Le podía ver de vez en cuando entre cambio y cambio de maquina. Transcurridos 50 minutos, decidí ir a darme una ducha fría y pirarme al curro, porque mi imaginación ya había volado lejos imaginando las dimensiones ocultas de aquel hombre.

Me duche y me dirigí a mi taquilla. Antes de cambiarme me senté con mi móvil para mandar un sms a unos amigos con los que tenia previsto cenar aquella noche. Estaba en mi tarea cuando apareció él. Abrió una taquilla no muy alejada de la mía, saco una toalla y empezó a desvestirse. Me sentí mareado, intente disimular con el móvil mientras contemplaba el espectáculo. Se saco la camiseta sudada con la que se seco el sudor de las axilas y la tiro dentro de la taquilla. Tenía bastante vello en el torso, pero sin llegar a ser un oso. Ese torso estaba acompañada de una espalda perfectamente musculada, amplia y lampiña, lo que me llamo la atención. Posteriormente sacó de la taquilla unas chanclas y procedió a quitarse las deportivas y los calcetines que coloco en su interior y todo el conjunto quedo colocado bajo el banco que estaba a su espalda. Tenía unos pies grandes, con algún vello disperso y unas uñas bien arregladas. Había más gente en el vestuario, pero tenia la sensación de estar allí solo con él, disfrutando de un espectáculo privado. Y llego el momento que esta esperando. Sin demasiada gracia, se deshizo de sus pantalones deportivos. Pude contemplar sus piernas en plenitud, peludas, duras, con unos gemelos que parecían de mármol. Llevaba un slip blanco que le marcaba un paquete de lo más interesante, lo que hizo que se me volviera la boca agua. Se volvió hacia su taquilla a por algo y pude contemplar uno de los mejores culos que había visto en mi vida. Redondo, duro y por lo que podía adivinar peludo. Estaba expectante, deseando que se quitara aquel calzoncillo y dejara al descubierto toda su anatomía, pero mi deseo se vio frustrado. Saco de la taquilla un par de botes de gel y se marcho hacia las duchas con la toalla al hombro y marcando aquel culito que se me antojaba delicioso.

Salí de mi aturdimiento y procedí a vestirme de manera rápida. Metí los trastos en la mochila de manera desordenada, me puse el plumas y cuando me dirigía a la salida del vestuario se me pasó una idea por la cabeza… retrocedí sobre mis pasos, me asegure que no había nadie en mi campo de visión, y en un movimiento rápido me hice con los calcetines de aquel hombre que me había absorbido el coco. Los escondí en el bolsillo del plumas y salí a toda prisa del gimnasio.

Me encontré en la calle alejándome apresuradamente del gimnasio como si hubiese cometido un asesinato. Me aleje de allí, giré la esquina en dirección a donde tenia la moto aparcada y me detuve. El corazón me latía con más fuerza que nunca dentro del pecho. Me sentía como cuando en mi adolescencia robaba las revistas porno de la tienda de presa de mi pueblo. Metí las manos en el bolsillo del plumas. Allí estaban. Calientes, húmedos, hacia apenas 5 minutos habían estado en contacto con aquel hombre. Tras tocarlos conduje mi mano a mi nariz. La polla me salto como un resorte y sentí la necesidad urgente de pajearme.

A unos 100 metros podía ver mi moto me fui hacia ella, a medio camino había una cafetería. Miré reloj. Faltaban 40 minutos para entrar a trabajar, así que me decidí y me adentré al bar. Me aposté en la barra y me pedí un café para aliviar el frío mañanero. Mire a mi alrededor y vi que había poco mas de media docena de personas, seguí mis inspecciones y divise los aseos.¡¡¡Perfecto!!! Estaban bajando unas escaleras, iba a poder pajearme tranquilo. Me tomé mi café a toda prisa, pagué y haciéndome el despistado pregunté por los servicios. Bajé las escaleras… era una especie de almacén. Al fondo a la derecha estaban el baño de caballeros. Había un lavabo y un par urinarios. Estaban relativamente limpios, pero había un ligero olor a meado que me puso aun mas cachondo. Entré en el retrete y atranqué la puerta a mi espalda. Me deshice del plumas, baje la tapa, me senté, miré mi reloj para comprobar que iba bien de tiempo, y con una delicadeza inusitada, como quien saca una pieza de cara porcelana de una caja, saqué los calcetos del bolsillo del plumas.

Por fin los puede observar sin miedo. Eran unos calcetines blancos de deporte, bastante limpios, pero en la zona de la suela se adivinaba una sombra marrón fruto de su uso. Seguían calientes y húmedos, los acerqué a mi nariz e inspiré con fuerza. Era un olor penetrante, dulzón a la vez que amargo. Mi polla seguía como una roca. Me desabroché el vaquero, baje el slip, sobre el que ya había una gran mancha de humedad y la dejé libre. Tenía la punta chorreando. Cerré los ojos, con una mano acerqué aquellos calcetos a mi nariz y con la otra empecé a pajearme. Me vi de nuevo en el vestuario. Estaba completamente desnudo, arrodillado, y frente a mi, sentado en el banco estaba mi hombre. Tenía la espalda y la cabeza apoyada en la pared y las piernas estiradas. Estaba con los ojos cerrados, podía ver como se mordía esos labios carnosos que tenia. Él solo llevaba puesto el slip blanco, y sus deportivas. Me decía con una voz más bien grave que me agachara y pusiera mis manos a mi espalda. Me ordenó que deshiciera el nudo de los cordones de sus zapatos con mis dientes. Una vez cumplida la misión me ordeno que tenia que quitarle las zapas, pero sin mover las manos de mi espalda. Tuve que inclinarme hasta que mi cara estuvo en contacto con el suelo, abrí la boca y mordí la zapa por la parte trasera. Desde allí podía percibir el olor que desprendían sus pies, lo cual me puso aun más cachondo. Mordí con fuerza y con un moviendo de cuello pude zafar el primer pie. Sin soltar la zapatilla la coloque a su lado, recogí los cordones con la boca, con lo que me vi obligado a lamer aquel suelo que habían pisado tantos hombres desnudos, y los deposité en el interior de la zapa. Volví a repetir la operación con la otra zapa, pero esta se resistió un poco más. Acabada la operación volví a mi posición inicial, arrodillado frente a él y con las manos a mi espalda, esperando con la polla tiesa la siguiente orden. Como todos imagináis lo siguiente fueron sus calcetines, pero antes de retirarlos me ordenó que se los lamiera, empezando por el talón hasta los dedos y subiendo por el empeine hasta el limite de los mismos, hasta que mis dientes pudieran agarrar el borde para poder retirarlos. Me puse manos a la obra. La posición que él tenia con las piernas estiradas me obligó a volver a apoyar mi cara contra el frío suelo. Saque la lengua, que volvió a quedar en contacto entre en suelo y su talón. Empecé mi ascenso por aquella planta. Podía saborear aquellos deliciosos calcetines. Era un sabor amargo, que lejos de desagradarme me puso a mil. En mi ascenso mi lengua empezó a quedarse reseca. Él vio mi cara, mi intención de esconder mi lengua para humedecerla y con una orden seca me previno que no se me ocurriera hacerlo hasta que no llegara al límite de su pierna, y aun ahí debía detenerme con la lengua fuera. Lo que empezó siendo un placer empezó a ser incomodo, sentía como la lengua me ardía, cada vez mas parecía un estropajo. Al llegar a los dedos y sin esperarlo me empujó la cabeza obligándome a tragarme toda la punta del pie. Fue un alivio para mi lengua que pudo humedecerse por fin. Pero algo no funcionaba. Con la sorpresa no había tenido tiempo de de coger aire y tenia su pie metido hasta mi garganta con su fuerte mano presionando para evitar que me zafara. Empecé a forcejear, me sentía mareado, pero extrañamente mi polla estaba cada vez mas dura. De pronto oí su voz:

Voy a dejarte que continúes, voy a dejar de presionarte la cabeza y podrás seguir con tu misión, pero si para tomar aire tu lengua deja de tener contacto con mi calcetín te vas a arrepentir. Quitó su mano y subí hasta que el aire empezó a llenarme los pulmones. Lo sentía entrar mientras mi lengua no se apartaba de sus dedos.

Prosigue, me dijo.

Seguí mi tarea hasta llegar al límite de la pierna. Allí me detuve, con mi lengua en contacto con su calcetos deseando aliviar aquella sequedad. Entonces él se movió, acerco su cara a mi cara, se detuvo a unos 20 cm. Podía notar su respiración en mi cara. Entonces, de pronto dejó caer un lapo en mi lengua. Me quede atónito, pero a la vez más cachondo aun.

Alivia tu lengua ahora con mi saliva, me dijo.

Y eso hice. Saboree aquel bálsamo caliente en mi lengua y deje que se deslizara por mi garganta. Una vez recuperado mordí el calcetín y empecé a tirar de él. Se resistía, pero mordí con fuerza, me retire hacía atrás y continué hasta que el calcetín se desprendió de su pie por completo. Volví a mi posición con su calcetín aun en mi boca. Alargó su mano y obedientemente deposité allí el calceto. Me dijo que ya podía repetir la operación con el siguiente pie. Y a ello me puse. Esta vez no cortó mi respiración con su propio pie, pero si recibí mi recompensa en forma de saliva.

Quedaron desnudos sus preciosos pies. No podía dejar de mirarlos y de desear que la siguiente orden fuera arrodillarme y lamerlos, pero no fue así. Me dijo que por hoy era suficiente, que quería ver como me corría. Me agarró de la mandíbula con fuerza, abrió mi boca e introdujo uno de sus calcetines hasta que quedó completamente dentro de mi boca. Con el otro calcetín me presionó la nariz, controlando el aire que me entraba.

Pajéate. Quiero ver como te corres. Quiero que me demuestres con tu corrida que te ha gustado, me dijo.

Me agarre la polla, más dura que nunca y empecé a pajearme con todas mis fuerzas. Sentía que no iba tardar nada en correrme. Noté como mis huevos se encogían, como toda la leche se escapaba al exterior, tuve el tiempo justo de levantarme con uno de sus calcetines en mi boca antes que dos trallazos de leche es estrellaran contra la pared que había frente a mi. Me sentía mareado, me costaba respirar. Estaba empapado en sudor. Estaba solo en aquel retrete. No sabía si aquello había sido fruto de mi imaginación o había sucedido realmente. Miré mi reloj, ¡mierda! Habían pasado casi 20 minutos. Me arreglé rápidamente y salí corriendo del bar. Me subí a mi moto y me alejé de allí camino de mi trabajo. Mientras iba conduciendo empecé a pensar que me había sucedido. Jamás se me había pasado por la cabeza tener una sesión de sumisión ni ningún rollo relacionado con los pies ni nada por el estilo, ni siquiera en mi imaginación. Era más bien tradicional en el sexo. Mamada, penetración y siempre en la cama. ¿Por fin llegaba en momento de mi liberación sexual?

CONTINUARÁ