Viaje a la humillación

Voy a ver Maurice de nuevo tras meses siendo humillado y dominado por internet, su casa estará vacía durante un mes ¿Qué humillaciones me esperan? (Gay,fetichismo pies)

Este relato es una secuela de una serie de relatos que están en la categoría fetichismo, Fantasías cumplidas. Para poder entender las relaciones de los personajes sería recomendable leer los anteriores. No os arrepentiréis de leer los anteriores, os lo garantizo.

Primera parte Fantasías cumplidas: https://www.todorelatos.com/relato/151584/

Segunda parte Fantasías cumplidas: https://www.todorelatos.com/relato/151663/

Tercera parte Fantasías cumplidas: https://www.todorelatos.com/relato/151883/

Dominado por Maurice: https://www.todorelatos.com/relato/153960/

Habían pasado varios meses desde que conocí a Maurice. Lo que había empezado como una anécdota durante la últimas vacaciones de verano se había convertido en una relación de sumisión a distancia de la que no podía escapar. Él había descubierto todos mis puntos débiles, incluso algunos que yo desconocía, y se aprovechaba de ellos para su disfrute, aunque creo que soy el que más lo disfrutaba.

Estaba en un avión dirección Toulouse para ver a Maurice. Tras varios meses de relación a distancia en los que me dominaba por internet, obligándome a hacer lo que él quería, humillándome por cam y sobretodo, haciéndome sufrir con imágenes y descripciones de sus pies, me había dicho que sus padres iban a estar fuera durante un mes, invitándome a su casa . Sabía que solo con hablar de sus pies, diciéndome lo olorosos y sudados que estaban, diciéndome como me los restregaría por la cara humillándome haría cualquier cosa, y así fue, no dudé ni un momento en decirle que sí. El avión aterrizaba y mi pulso se aceleraba con la emoción y la pasión que me quemaba por dentro.

Me estaba esperando con unas gafas de sol, blanco de piel, con el pelo largo con tirabuzones, tirando a rubio. Cuando nuestras miradas se cruzaron puso una sonrisa pícara que me calentó de inmediato. Me acerqué.

—Hola —le dije nervioso—. ¿Cómo estás?

—Hola putita. —Miró hacia los lados—. ¿Me has echado de menos? ¿Y a estos? —dijo señalándose los pies con las zapatillas.

Llevaba las mismas zapatillas converse azul marino que la primera vez que le vi, mi polla creció inmediatamente solo con el recuerdo e imaginando como estarían esos pies ahora mismo.

—A los dos —dije tímidamente.

—El tren sale dentro de 15 minutos, mejor nos daños prisa si no queremos perderlo.

Cuando llegamos a la estación al tren le quedaban pocos minutos para salir, entramos rápidamente y nos sentamos en los asientos, uno frente al otro. Maurice hacía como si casualmente sus pies rozaran mis piernas, pero yo sabía que estaba jugando conmigo, tenía esa sonrisa que indicaba que estaba tramando algo. Entre las caricias con sus pies, y la emoción acumulada yo tenía la polla bastante dura, él lo sabía.

—Voy al baño, ¿Me acompañas?

—Sí, claro —Mi corazón empezó a latir fuertemente, con la expectativa de lo que iba a ocurrir.

El baño era pequeño, entramos y Maurice se sentó en el váter . Yo me agache directamente a sus pies a desabrochar sus zapatillas y poder ver esos pies que me volvían loco. De golpe Maurice me dio una patada que me hizo caer.

—¿Es que te has olvidado de todo?— dijo dándome dos tortazos que me dejaron la cara roja—. Tendrás mis pies cuando te los merezcas, y de momento no estás nada cerca. Debería dejarte en la estación para que vuelvas en el próximo avión.

—¡No! Por favor, haré lo que digas.

—Bueno, de momento —comenzó a bajarse el pantalón, sacando su polla medio dura—puedes empezar con esto.

Me metí la polla en la boca con ansia, sabía a sudor joven, crecía en mi boca mientras empezaba el movimiento con mi cabeza. Poco a poco fui subiendo el ritmo, notaba como su respiración se aceleraba. De repente pisó mi polla mientras me agarró de la cabeza, metiéndomela hasta el fondo de la garganta. Aunque me estaba haciendo daño se trataba de sus zapatillas, me excitaba esa situación de humillación mientras él se corría en mi garganta. Sacó su polla y se subió los pantalones, el sabor dulce de su semen me había puesto a mil.

—De momento esto es lo que vas a tener.

Salimos del baño y nos sentamos en silencio hasta que llegamos a nuestro destino.

Su casa era grande, tenía dos plantas y jardín. Me enseñó la casa y luego me llevó hasta mi habitación. Encima de la cama había un paquete.

—Pruébatelo, creo que es de tu talla —dijo.

Abrí la caja y dentro había una cosa de plástico blanco.

—Es una jaula de castidad, te lo vas a poner ahora mismo y no te lo vas a poder quitar hasta que yo quiera. A partir de ahora vas a ser mi putita personal, eso implica realizar todas las tareas de la casa y cumplir todos mis deseos, ¿Entendido?

—Sí —dije en voz baja.

—¿A qué esperas para ponértelo? No tenemos todo el día.

Me quité los pantalones, tenía la polla dura porque la situación me estaba excitando bastante. Me costaba meterla dentro, no había mucho espacio. Cerré el dispositivo con mi polla dentro y le di la llave a Maurice

—Recuerda la libertad que has sentido hasta ahora porque no te lo vas a quitar en un tiempo. Ahora toca el castigo por lo de esta tarde en el tren, túmbate en la cama hacia bajo.

—¿Qué?

—No me contradigas si no quieres estar el mes entero con eso puesto y volver a tu casa sin haber podido descargar ni una vez, o peor, puede que se me olvide liberarte y te quedes con la jaula puesta para el resto de tu vida. Túmbate.

Me tumbé en la cama mientras Maurice sacaba algo de un cajón. Sentí una descarga fuerte en las nalgas, y otra, y otra. Maurice me estaba pegando con un cinturón. Al principio sentía dolor pero cuando llevaba varias un hormigueo me subía por el cuerpo. Mi polla me dolía mucho debido a la jaula, que no dejaba sitio para la erección.

—Mira que eres putita, no has podido esperar nada para tirarte a mis pies. Ahora vas a saber lo que es bueno, durante un mes te voy a mostrar tu lugar.

Mientras él gritaba y me insultaba las lágrimas inundaban mis ojos, no solo por el dolor, no estaba seguro de que esto fuera lo que yo quería, no era como lo había imaginado. Lo peor es que en el fondo me excitaba todo lo que estaba sucediendo. Anhelaba estar a sus pies sudados y apestosos, poseído por el placer como la última vez.

—Ahora me vas a hacer la cena, y luego ya pensaré qué hacer contigo.

Calenté unas pizzas en el horno y las llevé al salón. Maurice estaba jugando a la consola con los pies sobre la mesa, aun no se había quitado las zapatillas.

—Ven —dijo—. Ponte a cuatro patas he pensado que vas a hacer de reposapies mientras cenamos ¿No es lo que te gusta? Tú comerás desde el suelo como la perrita que eres.

Me tumbé en el suelo y puso sus pies en mi espalda, no era muy cómodo comer así pero la sensación era bastante excitante. Cuando perdía en el juego daba algunos golpes en mi espalda y me dedicaba algunos insultos. Soñaba con el día en que por fin pudiera enterrarme en sus pies. Al terminar me mando a la habitación y cerró con llave por fuera. Aquella noche fue terrible, solo, lejos de mi casa, dolorido, la jaula de castidad me molestaba tanto que apenas pude dormir.

A la mañana siguiente Maurice me obligó a limpiar los platos, ordenar toda la casa y a hacer la colada, por desgracia no había ni un solo calcetín sucio. Después a la hora de la comida hice de reposapies de nuevo.

—Hoy has hecho tus tareas y no me has dado ningún problema, he pensado que podría darte alguna recompensa.

Mi polla tras escuchar eso ya se estaba poniendo dura, rápidamente el dolor de la jaula de castidad hizo que bajara.

—Vamos a tu cuarto, no quiero que entres al mío hasta que realmente te lo hayas ganado.

Le seguí hasta mi habitación donde me indicó que me quitara toda la ropa. Él se quitó los pantalones pero seguía sin quitarse las zapatillas mientras yo estuviera delante. Comencé a sobarle la polla viendo como crecía. Me la metí en la boca.

—Ya sé que eso lo haces bien, hoy quiero que hagas otra cosa. Ponte a cuatro patas.

—Pero…

—¡Te he dicho que te pongas a cuatro patas no me hagas repetírtelo! Así nunca vas a conseguir el premio final—. dijo mirando a sus zapatillas.

Me subí a la cama resignado y me puse a cuatro patas. Primero metía un dedo con saliva, luego dos. Mi polla intentaba crecer pero el dolor se lo impedía. De golpe metió su polla entera, de un solo golpe. Se me cortó la respiración y un dolor muy intenso me recorría el culo.

—Así sí —dijo entre jadeos.

Al principio intentaba mantenerme callado pero el dolor era tan grande que no podía evitar gritar. Maurice golpeaba mis nalgas con fuerza mientras bombeaba mi culo. Recordaba aquella vez en la que me hizo lo mismo, con uno de sus calcetines tapándome la cara, ahora la cosa era muy distinta y el dolor me impedía sentir mucho placer. Empezó a respirar fuerte y mientras daba sus últimas embestidas y se corría agarró mis huevos y me los apretó.

—Así es como te quería tener yo, dentro de poco suplicarás de verdad por estar a mis pies. Quiero llevarte al límite —gritó.

El dolor era muy intento, caí sobre la cama mientras él salía de mí. Me quedé dormido como estaba.

CONTINUARÁ.