Viaje a la humillación 2
Maurice me tiene en el límite, no sé cuanto más podré soportar (Gay,fetichismo pies)
Primera parte: https://www.todorelatos.com/relato/158927/
Durante los dos días siguientes la rutina fue la misma, colada, limpieza de la casa, reposapies durante las comidas y para terminar el día sexo anal, bruto y con un buen apretón de huevos. Debido a la jaula de castidad que Maurice me puso el primer día no puede sentir mucho placer y menos correrme. No es lo que yo había imaginado que haríamos, no se parecía a lo que habíamos hecho hace meses. Esa noche tras el apretón de huevos, ahora sin sorpresa, dormí y soñé.
Soñé que Maurice me permitía quitarle las zapatillas y sus pies eran una obra de arte, me recorría con ellos todo el cuerpo acabando en mi cara donde los olía, sudados y olorosos. De pronto desperté entre convulsiones, me había corrido en sueños. Había mojado la ropa interior, los pantalones y la cama. Mientras pensaba en qué hacer para ocultarlo la cerradura de la puerta giró y entro Maurice.
—Vaya, veo que mis planes se van cumpliendo. Si ya has llegado al punto de correrte en sueños es que estás cerca del límite.
—¿Qué límite?
—Quiero que llegues a un punto en el que solo humillándote, con mis insultos, mis golpes, mis pies puedas llegar a correrte. Quiero convertirte en una putita en celo, sé que tienes el potencial solo hay que empujarte un poco más.
—Ya estoy en ese punto, por favor déjame gozar con tus pies —dije de rodillas.
—Aun no, putita, y no me intentes engañar. Yo te diré cuando llegues a ese punto. Limpia todo esto y sal a hacerme el desayuno.
Mientras desayunaba yo estaba de reposapies como siempre, estar tan cerca de aquellos pies pero a la vez tan lejos era un suplicio, poco a poco había conseguido que mi polla no creciera mucho para evitar el dolor de la jaula pero aun así la excitación seguía acumulándose.
—Hoy vamos a probar otra cosa, tumbate en el sofá y quitate la ropa.
Me tumbé mientras el se quitaba los pantalones y la ropa interior. No sabía lo que tenía pensado.
—Vas a aprender a comerme el culo, y te va a gustar.
Se sentó sobre mi cara y apenas me dio tiempo a coger aire, Maurice no se duchaba a menudo y el olor era bastante intenso, aun así me gustó, ese olor sucio a hombre joven. Respiraba profundamente llenándome del aroma a culo. Saqué la lengua y probé el hoyo, el sabor era realmente intenso, a la excitación ya acumulada se sumaba aquella nueva experiencia. Maurice abrió bien sus nalgas de forma que ahora podía oler y lamer más profundo, estaba disfrutando y mi polla volvía a intentar crecer dentro de la jaula. Unas manos firmes acariciaron mis pezones y una descarga de placer recorrió mi espalda. Las caricias pasaron a ser pellizcos, y los pellizcos cada vez eran más intensos. Casi sin aire, oliendo y saboreando el culo de Maurice, con los pezones apretados fuertemente por sus manos casi estaba a punto de correrme. Se levantó dejándome respirar y apretó mis huevos con fuerza, el dolor nubló mi vista. Sin dejar de apretar mis huevos metió su polla en mi boca y comenzó a bombear metiéndola hasta el fondo, tenía toda la cara babeada. Se corrió soltando varios chorros en mi boca que saboree.
—Si sigues así tendrás tu recompensa —me dio un bofetón que resonó con las babas que tenía por toda la cara.
Mientras recuperaba la respiración vi mi polla toda llena de presemen, con los huevos doloridos y pensé que me estaba empezando a gustar todo esto. Casi había estado a punto de correrme oliendo y saboreando el culo de Maurice.
Durante los siguientes días incorporamos la lamida de culo a la rutina, además de pinzas para pezones que apretaba hasta casi hacerme correr. Maurice estaba siempre atento de apretar mis huevos con fuerza cuando estaba cerca de correrme, lo que estaba empezando a generar una desesperación bastante fuerte, hasta al punto de llorar por las noches del dolor de huevos y la excitación acumulada.
Tras una semana y media no podía más estaba al límite físico y psicológico, cada roce con mis pezones era un suplicio, y una mañana en cuanto Maurice abrió la puerta me tiré al suelo suplicando entre lágrimas, que me dejara ser su putita, su zorra, que me llevara más allá de los límites.
—Bueno, veo que ya estás preparado. Este es el punto al que quería que llegaras, sube a mi habitación, te estaré esperando.
—Gracias, gracias, gracias —decía entre sollozos besando sus zapatillas.
Al subir las escaleras estaba su habitación, hasta ahora no había podido entrar, toqué la puerta y recordé como hace meses vivimos una situación parecida en un hotel.
—Pasa y quitate la ropa.
La habitación estaba muy desordenada y olía mucho a pies sudados, el olor hacía llorar los ojos. Comencé a temblar del placer apenas podía mantenerme de pie mientras me quitaba la ropa.
—He estado usando estos calcetines y zapatillas desde que llegaste, sé que te ponen especialmente cachondo este tipo de cosas.
—Yo… —no me salían las palabras, mi polla enjaulada había comenzado a gotear.
—Ven aquí putita —dijo mientras se desataba una zapatilla.
Me tiré al suelo, Maurice me agarró del cuello me levantó estampándome contra la pared mientras me ponía su zapatilla en la cara. El olor penetró en mi cerebro y mi polla empezó a soltar chorros de semen, uno tras otro. Fui cayendo hasta estar totalmente tumbado en el suelo con la zapatilla apretada en mi cara por Maurice. Con el pie, aun con el calcetín, restregaba todo el semen que había caído en mi cuerpo.
—Te dije que valdría el esfuerzo. Y esto es solo el principio.
Yo no podía ni contestar, estaba ido. Maurice me subió a su cama y comenzó a meter un dedo en mi culo, rápidamente ya cabían tres dedos, y luego metió su polla de golpe, no sentía dolor solo placer. Me agarraba con fuerza mientras me embestía. Al rato comenzó a apretar mis pezones con fuerza, otra vez salían chorros de semen de mi polla, aunque la jaula impidiera la erección. Maurice terminó dejando mi culo chorreando.
—Ahora suplica por mis pies.
Las lágrimas caían, de placer, de liberación.
—Úsame, písame, restriega tus pies por mi cara, te lo ruego, te lo suplico.
Maurice me escupió en la cara y yo me relamí. Estaba dispuesto a todo, me tiré sus pies a besarlos, él de una patada me tumbó y me puso su pie con el calcetín lleno de mi propia corrida en la cara, restregándolo. Al poco se quitó los calcetines y puso sus pies desnudos sobre mi cara asfixiándome con su olor. Era realmente tóxico, apenas llegaba el aire y estaba embriagado de ese aroma profundo, perdí la consciencia en ese momento.
CONTINUARÁ