Viaje a Africa
Vuelvo a incorporar relato escrito hace muchos años y que eliminé hace tambien bastante tiempo. Para los nuevos lectores.. Se trata de lo ocurrido a una pareja que viaja a destinos exóticos y se sale de las rutas convencionales.
Al igual que mis relatos anteriores, el presente está basado en un caso real. Quiero también recordarles que los nombres y lugares no se corresponden con los reales y que la historia, aún siendo real en sus hechos fundamentales, está adornada convenientemente para que resulte más amena para el lector y para mi desarrollo como escritora.
Paso ahora a relatar la desdichada aventura vivida por una pareja que decidió tomar unas vacaciones no convencionales.
Mónica y su novio habían decidido ese año pasar las vacaciones en un país africano.
A pesar de que no llegaban a los 30 años, habían visitado ya muchos otros países del mundo, pero nunca habían estado en Africa. Les gustaba conocer nuevas culturas, aprender la forma de vivir de las gentes e integrarse en sus vidas, por eso, no eran demasiado partidarios de viajes organizados ni de lugares muy turísticos y les gustaba más la aventura.
Tras llegar al aeropuerto de la capital y pasar un engorroso control de aduana con sus correspondientes sobornos, no les costó mucho encontrar a un taxista furtivo que les llevara unos 150 kilometros al interior, a una pequeña población donde apenas llegaban turistas.
El viaje fue largo y penoso en un destartalado Land Rover de los años 70 que parecía que iba a estropearse a cada metro. Afortunadamente llegaron sin más percances y rápido comenzaron la búsqueda de una casa donde pasar la noche.
A diferencia de la capital y del aeropuerto, donde podían verse numerosas personas de raza blanca, en este pueblo ya apenas podían verse blancos y la inmensa mayoría de la población era negra. En su paseo por el pueblo, tan solo se cruzaron con un hombre blanco que resultó ser francés y que les pudo indicar donde podrían alojarse.
Más que casa, aquello resultó ser una especie de choza, pero Mónica y Pedro no estaban en disposición de seguir buscando y tras pagar a su feliz propietario, decidieron pasar allí la noche.
A pesar de lo incómodo del habitáculo, debido al cansancio del viaje, pasaron la noche mejor de lo que habían temido y pronto les amaneció el día siguiente.
Volvieron a salir a deambular por el pueblo para, además de conocerlo, también para encontrar algún otro turista que pudiera informarles. Caminando, volvieron a encontrarse con el francés de la tarde anterior y ya con más confianza entablaron conversación, si bien su francés no era del todo muy fluido.
Así conocieron que el hombre se llamaba Dominique, era escritor y llevaba 4 meses por allí, donde estaba escribiendo un libro. Les informó que la gente del pueblo era sencilla y amable, si bien algo desconfiada, quizás también provocado por algunos asaltos que a veces sufrían por guerrilleros armados que tomaban el pueblo en busca de provisiones, aunque en los últimos 4 meses en que él había vivido allí, nada de eso había sucedido.
Mónica y Pedro les comentaron su intención de conocer los alrededores de la zona, lo cual Dominique les desaconsejó, tanto por los peligros de los animales como de los guerrilleros que moraban escondidos entre la selva y la sabana. Al parecer eran antiguos miembros del ejército que fueron expulsados del mismo al tomar el poder el actual presidente y que se resistían incontrolados en el inhóspito territorio.
Aún asi, Mónica insistió en que les gustaría explorar algo la zona, conocer alguna pequeña aldea y que no se alejarían mucho. Eso si, precisarían un vehículo, combustible, un guía y provisiones para estar fuera unos 5 o 6 días.
Todo ello no fue problema y Dominique les acompañó hasta la casa de un hombre, que parecía uno de los ricos y poderosos del pueblo, con el que pudieron negociar todo esto y explicarles cuales eran sus deseos.
A los 2 días, salían de viaje en un aún más destartalado coche que el que les había traido hasta allí y conducido por un negrito que no parecía muy ilusionado con la idea de llevarles, más bien parece que había sido obligado por su jefe a hacerlo. Para colmo, no parecía saber nada de inglés, ni de francés ni, por supuesto de español.
Con las indicaciones que su jefe le había dado y con lo poco que pudieron decirle y dibujarle, los condujo por carreteras de grava, que luego se convirtieron en caminos de tierra y se fueron adentrando en la sabana. El negrito era además poco comunicativo y toda la información que pudieron obtener era que se llamaba Dundii.
Después de todo un día de viaje y diversas paradas para comer y descansar, al caer la tarde se adentraban un par de kilómetros en la selva y cruzaban un río. Mónica no pudo resistir y pidió al chofer que parasen. Al negrito no pareció gustarle mucho, pero se detuvo. Mónica comentó a Pedro que necesitaba darse un baño en el río. A su novio no le pareció buena idea pero sabía lo cabezota que era su chica y no valía la pena llevarle la contraria, así que Pedro le explicó al conducto que esperase allí y que ellos volverían en un rato.
Los 2 chicos subieron un poco río arriba y, en una zona donde parecía cubrir algo más, decidieron bañarse. Mónica enseguida comenzó a quitarse la ropa tras un árbol mientras Pedro más reacio, miraba. Primero se quitó la blusa, luego los pantalones y, tal y como su novio se temía, también las braguitas y el sujetador y ya totalmente desnuda, se metió en el agua. Pedro, algo avergonzado, finalmente se quitó también la ropa y se metió en el agua.
Durante 5 largos minutos pudieron refrescarse y olvidar el cansancio del viaje. Salieron del agua riendo y distraídos, caminando hacia sus ropas. Cuando faltaban 2 metros para llegar, alzaron su mirada y vieron que allí, junto a su ropa, estaba sentado Dundii mirándoles. Seguramente había estado allí todo el tiempo contemplando el cuerpo de los dos chicos desnudos y sobre todo a Mónica que para el negrito, debía de ser toda una atracción. Sin decir palabra ninguno de los 3, la pareja se vistió, iniciando juntos el camino de regreso al jeep.
Muy pronto alcanzaron una pequeña aldea donde iban a pasar la noche.
Allí debían vivir unas 100 personas que se quedaron perplejas al ver llegar un coche, al principio asustadas por desconocer sus intenciones, pero luego tras hablar con el guía negro, se mostraron amables y confiadas. Eso si, era probablemente los primeros blancos que veían, así que Mónica y Pedro se sentían observados fijamente por todos.
Rápidamente les ofrecieron agua, una choza donde pasar la noche y algunos alimentos que no eran fácilmente identificables y cuyo olor no era precisamente apetecible.
Allí pasaron la noche sin más incidente que, a media noche, Mónica sintió necesidad de evacuar. El agua o algún alimento no le había sentado muy bien y tenía fuertes retortijones de tripas.
Mónica se asomó fuera de la choza, había luna llena y se veía razonablemente bien. En la pequeña aldea no se oía nada, todos parecían dormir, así que no quiso despertar tampoco a Pedro y salió de la choza, caminando unos 75 metros arriba para, tras unos árboles hacer sus necesidades.
Allí la chica se bajó su pantalón corto y su ropa interior y sintió gran alivio expulsando aquella cena. Cuando estaba poniéndose en pie, con su ropa aún en sus tobillos, sintió un ruido a su espalda. Se giró y pudo ver a unos 20 hombres agachados mirándola a escasos metros. Mónica pegó un grito y se vistió lo más rápido que pudo, mientras sus admiradores corrían de nuevo para la aldea. Mientras corrían, pudo reconocer entre ellos a su guía, Dundii, dado que su vestimenta era muy diferente al resto, que apenas llevaban ropaje.
No se explicaba como podían haber llegado hasta allí sin hacer el más mínimo ruido cuando parecían dormir. La idea de ver desnuda a una mujer blanca les atraía sobremanera, al igual que anteriormente le había ocurrido al guía en el río.
La chica regresó avergonzada a la choza y ya no pudo dormir más, mientras Pedro continuaba durmiendo. Decidió no despertarlo ni tampoco contarle nada de lo ocurrido.
Además, temía que si le contaba a su novio que el guía de nuevo la había visto desnuda, pudieran surgir problemas y no quería estropear el viaje. Al fin y al cabo, nada malo le había ocurrido y, aunque se sentía un poco avergonzada, comprendía que era la curiosidad por ver a una mujer blanca lo que había llevado a aquellos hombres a espiarla.
Pasaron en aquella aldea toda la mañana y poco tiempo después de comer, la pareja y el guía se despidieron amablemente de aquella gente, montaron en el coche y continuaron camino rumbo a su siguiente parada, otro poblacho más interior y al que llegarían antes de caer la noche si todo iba bien.
A las 3 horas de viaje, pararon en un paraje paradisíaco y se dispusieron a comer algo. Mientras comían, Pedro echaba un ojo a los rudimentarios planos que habían conseguido en la ciudad y mientras, Mónica se sentía acosada con las miradas lascivas que Dundii le echaba y que parecían decir “ te he visto desnuda “.
Al terminar de comer, se disponían a subir de nuevo al coche cuando un disparo les detuvo. Miraron atrás y enseguida vieron aparecer corriendo a unos 10 hombres negros bien armados que, en cuestión de segundos se les echaron encima.
Mónica y Pedro quedaron paralizados, mientras Dundii presa del pánico, echó a correr. En segundos, una docena de disparos sonaron y pudieron ver como su guía caía al suelo abatido por las balas.
Acto seguido y entre enormes gritos, ataron las manos a la espalda a los 2 chicos con esposas policiales, mientras ellos estaban atemorizados por la escena del asesinato que habían contemplado.
Pedro intentó dialogar con ellos sin resultado. Les habló en ingles, en francés pero no parecían entenderle ni tampoco mostraban interés en hacerlo.
Lo siguiente que hicieron es abrir el coche y registrarlo y posteriormente arrancaron el vehículo. Pedro se temía lo peor, que les robaran todo, incluido el coche y les dejaran allí abandonados, pero no sucedió así.
Cuatro de los hombres montaron en el coche y con gran destreza lo condujeron internándose entre los árboles y perdiéndolos de vista. Los otros 6, ataron unas cuerdas al cuello de Mónica y Pedro y se dispusieron a llevarles caminando tras la ruta que había seguido el coche.
Mónica también había pensado que les iban a robar el coche y abandonarles, pero ahora la situación era peor. Estaban esposados, con la manos a la espalda, y estaban secuestrados y atados con cuerdas al cuello de las que tiraban y les obligaban a caminar tras aquellos guerrilleros.
Tras más de una hora de caminata, llegaron a un campamento instalado en un tupido bosque y donde vieron que también estaba su jeep que había sido robado antes, junto a 4 rudimentarias chozas.
Allí, fuera del campamento, les empujaron contra el suelo, y ataron las cuerdas que rodeaban sus cuellos a un árbol. Pronto cayó la noche y allí, atados y sin comida ni bebida, pasaron Mónica y Pedro toda la noche.
A pesar del cansancio, el hambre y la preocupación sobres su futuro no les permitió dormir en toda la noche, comentando entre ellos cientos de hipótesis de que estaría sucediendo y que iba a ocurrirles. A veces Mónica se desesperaba y rompía a llorar, mientras le decía a Pedro que seguramente les iban a matar.
Ya había amanecido cuando dos soldados, acompañando a un hombre alto que parecía ser el jefe se acercaron a ellos. Enseguida los soldados les agarraron por las cuerdas del cuello, obligándoles a ponerse en pie. Siguiendo una indicación del jefe, los soldados les dieron agua amablemente que bebieron con gran ansia. Este hecho, les hizo albergar esperanzas de que aquel secuestro pudiera no ser tan trágico como habían pensado durante la noche.
Pero la tranquilidad duró poco. Aquel hombre alto y que parecía aún más negro que el resto, se acercó a Pedro y empezó a hablarle en un lenguaje inteligible para los chicos. Al principio con tono normal que poco a poco fue elevando mientras agarraba de la barbilla al chico. Pedro comenzó a hablar, diciendo en inglés que no les entendía y que por favor, les soltaran.
No supieron nunca que fue lo que habían dicho incorrectamente, pero el caso es que el jefe se puso hecho una furia. Comenzó a vociferar, propinando finalmente una patada en los genitales a Pedro que le dejó sin respiración. Acto seguido, los 2 soldados desataron a Pedro del árbol en que estaba junto a Mónica, empujando a la chica al suelo y trasladando al chico a otro árbol a unos 5 metros, atándole de nuevo del cuello pero está vez, ataron el otro extremo de la cuerda a una rama alta, de forma que tenía que permanecer de pie, y con sus manos aún esposadas a su espalda. Una vez terminaron de atarle, y mientras Pedro aún se dolía de la patada antes recibida, comenzaron violentamente a despojarle de sus ropas, arrancándosela toda y dejándole completamente desnudo.
Mónica contemplaba horrorizada toda la escena, mientras permanecía atada en el suelo y así permanecieron ambos unas 2 o 3 horas, hasta que a mediodía, todos los soldados incluido el jefe se acercaron a aquella zona fuera del círculo que formaban las chozas. Eran unos 15 en total y se fueron sentando en el suelo frente a ellos. Los 4 últimos traían consigo un especie de gran barril que desplazaban rodando y una olla de mediano tamaño de la que sacaban una especie de trozos de carne que iban comiendo y del barril corría una especie de líquido verdoso que pudiera ser licor. Casi todas la miradas se dirigían a Pedro, quien desnudo aguantaba allí como si se tratara de una especie de diversión mientras la tropa comía.
Una vez terminada la comida, uno de los soldados se levantó del suelo y acercándose a Pedro le agarró con la mano su pene blanco en tono burlón, mientras el resto de la tropa gritaba y reía. Luego se bajó sus pantalones y colocó su pene negro junto al blanco de Pedro, como realizando una comparación, lo cual provocó aún mayores risas de sus compañeros. La verdad es que la diferencia no sólo estaba en el color, sino en su tamaño, que casi duplicaba al de Pedro.
La fiesta se fue animando y al negrito burlón se fue añadiendo otro más y luego otro y otro. Todos se acercaban al muchacho, le tocaban con curiosidad sus genitales y reían.
De repente, a una voz del jefe, que hasta ahora había permanecido sentado, callaron todos y los 2 soldados que antes habían atado a Pedro, le desataron del árbol y le llevaron frente al jefe. Sin mediar más palabras, colocaron a Pedro sobre el redondeado barril, manteniéndolo agarrado por la cuerda del cuello para que no se moviera. Las astillas del barril mal pulido, se clavaban en el pecho y tripa del muchacho que intentaban elevarse, pero los tirones de la cuerda desde el otro lado, le hacían mantenerse pegado a la madera.
El jefe se situó detrás, se bajó los pantalones y, dado que no llevaba ropa interior, dejó a la vista un enorme aparato que situó a la entrada del ano del chico. Sin más demora, comenzó a presionar hasta introducir su enorme falo dentro de Pedro que lanzaba enormes alaridos de dolor a cada acometida que el negro realizada. A cada empujón que el jefe daba, se oía un grito de dolor de Pedro y eran jaleados por los guerreros entusiasmados. Abundantes hilos de sangre chorreaban por las piernas del chico hasta sus tobillos.
Cuando el jefe terminó, se retiró a su tienda de campaña y los guerreros siguieron la fiesta. Uno a uno fue desnudándose y todos o al menos la gran mayoría, fue penetrando a Pedro que, ya sin fuerzas ni para gritar, apenas mostraba resistencia.
Cuando el último terminó, llevaron a Pedro de nuevo junto a Mónica y le ataron al árbol, dejándolo esta vez sobre el suelo.
Los guerreros recogieron las olla y el barril que tanta utilidad les había prestado y rápidamente desaparecieron entrando en sus chozas, como si fueran a dormir una especie de siesta, mientras Mónica llorando trataba de consolar y cuidar a su novio que sangraba abundantemente, pero ambos estaban atados de manos y cuello y poco podían hacer.
Y así permanecieron hasta media tarde, en que 1 soldado se acercó a ellos y les volvieron a dar agua y algo de comer que sin hacer muchos ascos, ambos comieron.
A lo lejos, podían contemplar como los soldados también estaban comiendo, como su fuera una cena temprana. Parecía que sus costumbres eran de cenar y acostarse pronto y madrugar mucho.
Al terminar la cena y empezando a caer ya la noche, 2 soldados se acercaron de nuevo a los muchachos. Esta vez fue a Mónica a quien desataron y, llevándola presa por la cuerda del cuello, la condujeron hasta las tiendas del poblado, mientras ella aterrada gritaba y suplicaba que la dejaran.
Pedro resignado, vió como se llevaban a su chica y pensó que iban a hacer con ella el mismo procedimiento que horas antes habían hecho con él.
Pero se equivocó. Los soldados que llevaban presa a la chica, la quitaron la soga que rodeaba su cuello y también la liberaron las esposas de sus manos. Una vez totalmente libre, empujaron a la chica dentro de la choza del jefe. Allí permaneció a solas con el jefe toda la noche hasta el amanecer y, en el silencio de la noche, cuando ya faltaba poco para que el Sol de nuevo saliera, Pedro pudo oir los lamentos y lloros de Mónica.
Cuando se la llevaron, casi tenía la certeza de que la iban a violar, pero esos sonidos le confirmaban que evidentemente estaba siendo violada.
Al amanecer, Mónica salió de la tienda, vestida tal y como había llegado allí y 2 soldados la ataron de nuevo al cuello y colocaron sus esposas, mientras la llevaban de nuevo al árbol junto a Pedro donde la amarraron.
Pedro se sorprendió al verla vestida como si nada hubiera pasado y le preguntó que si estaba bien y que le habían hecho. Por un momento tuvo la esperanza de que nada malo la hubiera ocurrido pero Mónica rompió a llorar desconsoladamente y poco a poco le fue relatando todo lo que había vivido y sufrido durante aquellas largas horas.
Nada más entrar, el jefe había comenzado a manosearla y decirle cosas. Ahí se dio cuenta de que aquel hombre, en contra de lo que habían creido, hablaba inglés de forma bastante aceptable pero rudimentaria y con pocas palabras. Así en inglés, comenzó a decirle a Mónica que era una chica muy guapa y que nunca había visto a una chica blanca desnuda, que iban a pasar una noche muy divertida y que tenia muchas ganas de meter su cosa dentro de ella.
Las lágrimas caían por el rostro de la chica, mientras aquellas grandes manos tocaban el pecho y especialmente el culo de Mónica, por encima de sus ropas.
Enseguida, agarrando su blusa blanca, dijo ¡quitar! ¡quitar!. Con gran resignación, Mónica entendió que no podía hacer nada contra los deseos de aquel hombre y que era mejor que aceptara por las buenas aquella situación inevitable.
Así, comenzó a desabrochar su blusa hasta quitársela totalmente.
Enseguida otro ¡quitar! se oyó mientras tocaba sus zapatillas y luego fue el pantalón.
Ahora estaba en ropa interior frente a aquel hombre. La luz de las antorchas iluminaban su sujetador y braguitas blancas y su media melena morena caía sobre sus hombros.
El jefe la contempló riendo y dijo ¡quitar! señalando el sujetador.
Mónica dudo un instante, pero luego comenzó a desabrochárselo, dejando caer el mismo al suelo. Ni siquiera se cubrió sus pechos con las manos, dejándolos al descubierto. Sabía que iba a ser violada y no podía evitarlo.
Entonces el negro se acercó a ella y la tumbó sobre su colchoneta. Comenzó a tocar y morder sus pechos tan blancos, que parecían ser un dulce para aquel hombre.
El jefe se desnudó también y Mónica pudo ver lo excitado que se encontraba, con un falo tan enorme que atemorizaba verlo.
Estuvo más de 1 hora acariciando a la chica que aún conservaba sus braguitas puestas y entonces Mónica decidió actuar. Agarro con sus manos el pene del hombre y comenzó a moverlo. Pensó que si conseguía masturbarle y que eyaculara, podría librarse de otras cosas peores. Y así lo hizo. El negro quedó encantando con las caricias que Mónica le estaba haciendo en sus genitales. Con gran asco, con su lengua dio una lametada a su oscura polla con el fin de excitarle más y que aquello acabara pronto. De pronto se dio cuenta del error. El jefe la miró extrañado. Nunca había visto ese tipo de sexo, pero le gustó y dijo “más, más”. Mónica no hizo el mínimo caso y siguió masturbándolo con sus manos. Entonces el hombre agarró a la chica por los pelos y llevó su cabeza sobre su sexo, diciendo “mas asi, más asi”
Mónica volvió a dar unos lametones con su lengua a aquella enorme polla, pero muy pronto el jefe se dio cuenta de otras posibilidades y agarrando por el pelo a la chica y sin ninguna delicadeza, metió su polla en la boca, provocándole grandes arcadas al llegar a su garganta.
Muy pronto, chorros de semen comenzaron a salir, y si bien el primero de ellos cayó dentro de su boca, Mónica hábilmente evitó resto, que cayeron sobre la colchoneta.
“Mucho bueno, mucho bueno”, decía complacido, mientras Mónica tenía la esperanza de que ese sacrificio hubiera servido para algo.
Pero al minuto siguiente aquel hombre tumbó de nuevo a Mónica sobre la colchoneta y comenzó de nuevo a tocarla, si bien ahora tenía más curiosidades. Con su dedos le tocó la boca, como adorando aquella cosa que había descubierto que daba tanto placer, luego bajó a tocar de nuevo sus medianos pechos y sus oscuros pezones, luego su ombligo y también acarició sus gruesos muslos y las anchas caderas de la chica. Era como si aquella piel blanca le dejara hipnotizado.
Entonces comenzó también a acariciar su braguita. Posiblemente nunca hubiera visto una braguita así, tan blanca y delicada. Seguramente la mayoría de mujeres negras con las que ha estado, no llevarían ropa interior o serían de bastos tejidos. De repente, con sus dedos agarró el elástico de la braguita y comenzó a deslizarla hacía abajo, extrañamente con gran delicadeza, empezando así a asomar el inicio del vello púbico de la muchacha.
Entonces Mónica con sus manos paró firmemente las suyas y dijo “no, por favor, no lo hagas”. Aquello debió de sorprenderle y quitó las manos de sus braguitas, desistiendo de bajárselas, lo cual también sorprendió a Mónica que por un momento pensó que aquello era inevitable.
Entonces bastante bruscamente la volteó sobre la colchoneta, poniéndola boca abajo y comenzó de nuevo a tocarla. Esta vez le tocaba la cabeza y su melena negra de pelo liso que debía gustarle. Luego su espalda blanca y suave y más abajo, comenzó a manosearle de nuevo el culo que antes tanto le había tocado cuando estaba vestida y de pie.
La chica tenía un amplio trasero, blandito, aunque bien formado y redondeado. Durante minutos estuvo tocando esa parte de su cuerpo, hasta que sus dedos volvieron a agarrar el elástico de la braguita, comenzando a deslizarla.
De nuevo Mónica dijo “no por favor, eso no”, pero esta vez, aquel hombre con gran decisión y firmeza, tiró de las bragas hacia abajo y en menos de 1 segundo estaban ya en los muslos de la chica, dejando ya ver su culito. Siguió tirando de ellas y las sacó por los tobillos, quedándose en la mano con ellas como si fuera un trofeo.
También con firmeza siguió tocando el culo, abriéndole los cachetes y tocando con sus dedos el ano de Mónica, que daba fuertes respingos ante esta situación. Una vez la cosa fue más allá y presionando le introdujo casi medio dedo dentro de su ano, que dejó paralizada a la chica y pensó lo peor.
Sin embargo, tan bruscamente como antes, fue volteada sobre la colchoneta, quedando ahora tumbada boca arriba y totalmente desnuda. Aunque anteriormente había sentido vergüenza, ahora sentía mucho más e inmediatamente sus manos cubrieron su vello púbico.
Pero casi inmediatamente el hombre apartó las manos de Mónica de ahí y con gran curiosidad, comenzó a mirar y tocar la amplia mata de pelo negro que cubría la entrepierna de la chica, y que era mucho más suave que el pelo que hasta ahora había tocado en esa zona a las mujeres de su raza. Quizá por eso estuvo durante muchos minutos realizando esos tocamientos, a la vez que Mónica veía horrorizada como su polla volvía a estar tan enorme y excitada como antes.
De pronto y sin mediar palabra, el hombre se colocó entre las piernas de la chica e intentó penetrarla. En un rápido movimiento, Mónica logró zafarse de esa primera embestida y se lanzó con su boca a chupar la polla del hombre, intentando evitar lo inevitable.
Pero esta vez el jefe de la guerrilla parecía tener muy claro lo que quería y propinó a Mónica un fuerte cachete en su cara, dejándola de nuevo tumbada sobre la colchoneta. Entonces separó sus muslos, apuntó su polla a la entrada de la vagina y presionó ligeramente.
Mónica suspiró y comenzó a sollozar. Esos sollozos se convirtieron en gritos y lloros cuando toda aquella masa de carne fue introducida en su vagina y que le provocaba bastante dolor en cada entrada y salida.
No había podido evitar lo que había temido y ahora estaba siendo violada brutalmente por aquel salvaje que, sin contemplaciones entraba y salía de su cuerpo con grandes acometidas, mientras ellas lloraba y chillaba para aliviar su dolor y humillación.
Tras largos minutos de tortura, su cuerpo fue invadido de un cálido líquido que inundó sus partes más íntimas. Solo entonces, aquel monstruo dejó a Mónica tranquila sobre la colchoneta donde descansó algo más de una hora hasta que salió el Sol.
Entonces, le ordenó que se vistiera y salió de la choza. El resto, ya Pedro lo había visto con sus propios ojos, por lo que aquí terminó de relatarle a Pedro todo lo vivido aquella noche.
Pedro acercó su cabeza a la de su novia y comenzó también a llorar amargamente.
Habían pasado unas 6 horas y de nuevo era la hora del almuerzo. Al igual que el día anterior, los 15 hombres salieron del campamento y, desplazando de nuevo su olla y barril, se sentaron en el suelo frente a la pareja que permanecía atada al árbol. Pedro continuaba desnudo, mientras que Mónica volvía a estar vestida.
Entonces, antes de empezar a comer, el jefe comenzó a hablar a sus 14 hombres en su lenguaje indígena, por lo que resulta ininteligible para la pareja, pero evidentemente estaba hablando de ellos porque las miradas de sus guerrilleros se dirigían a ellos y reían. Incluso en alguna ocasión el jefe les había señalado con su dedo. Estaba claro que ellos eran el objeto de ese discurso.
Dicho todo eso, el jefe se retiró a su choza. Había pasado toda la noche despierto por las razones obvias antes relatadas y ahora quería dormir.
Nada más retirarse el jefe, los 2 soldados habituales se acercaron al árbol donde estaban amarrados los chicos y tomando a Mónica, la desplazaron hasta el cercano árbol que el día anterior había ocupado Pedro y fue atada de pie de la misma forma. Enseguida aquellos soldados comenzaron a desnudarla, dejándola en ropa interior.
Entonces se volvieron a sentar junto a sus compañeros y comenzaron a comer, mientras todos miraban a la chica y su sujetador y braga blancas, gritando burlonamente.
Sin embargo, ni siquiera esperaron a terminar de comer. Otro de aquellos negros se levantó y acercándose a Mónica intentó quitarle su sujetador, pero no supo desabrocharlo. Lo intentó una vez y otra vez y finalmente enfadado, dio un fuerte tirón del mismo rompiéndolo y haciendo daño a la chica, que chilló tanto por el dolor como la humillación a la que estaba siendo sometida.
Luego, muy decididamente, tiró de sus braguitas bajándoselas y quitándoselas por los pies, al igual que sus zapatillas.
Entonces, volvió a sentarse junto a los demás guerrilleros y continuaron comiendo mientras miraban a Mónica completamente desnuda. Para aquellos negritos era todo un espectáculo ver el cuerpo de una chica blanca y, al igual que la noche anterior le había ocurrido a su jefe, los blancos pechos y el pelo negro del sexo de Mónica les resultaba muy interesante.
La chica, se sentía muy avergonzada por estar expuesta ante 14 hombres, sin tener posibilidad de taparse ni siquiera con sus manos, dado que estaba atada, pero también estaba muy preocupada porque recordaba lo que el día anterior en esas circunstancias habían hecho con Pedro. Si la violación de la noche anterior había sido una horrible experiencia, ser violada por aquellos 14 soldados sería algo insoportable.
Pedro con resignación contemplaba aquella escena sin decir nada y Mónica a veces le miraba tímidamente, aunque avergonzada prefería no cruzar su mirada.
Los hombres comieron y bebieron hasta hartarse y luego.... comenzó la fiesta. Rápidamente los 2 soldados encargados de las ataduras, desataron a Mónica del árbol, aunque permanecía esposa con las manos a la espalda y una soga en su cuello. De pronto, todos comenzaron a despojarse de sus ropas y dejaron a la vista sus grandes penes que se encontraban ya muy excitados.
Entonces, tirando hacia abajo de la cuerda que ataba el cuello de la chica, la obligaron a arrodillarse y un de los soldados, comenzó a poner su pene en la boca de la muchacha.
Evidentemente el jefe les había contado la nueva experiencia que había vivido la noche anterior a solas con la chica y ellos estaban ahora deseando experimentar esa sensación de meter su pene en la boca de la mujer, cosa que nunca habían realizado hasta ahora.
Desgraciadamente para Mónica, los 14 soldados fueron, uno a uno, introduciéndola la polla en su boca y eyaculando la mayoría de ellos dentro.
La chica no cesaba ahora de vomitar el poco alimento que había en su estómago, a la vez que gran cantidad de semen que le habían depositado y del que involuntariamente había tragado gran parte.
Pero lo peor aún no había llegado. A los pocos minutos la chica fue llevada al famoso barril del día anterior, donde los 14 soldados se disponían a abusar de la pobre muchacha.
Ahora si que Mónica miraba a su novio como suplicándole ayuda, pero Pedro nada podía hacer salvo gritar horrorizado con lo que iba a suceder.
La chica fue tumbada sobre el barril y los soldados uno a uno, fueron colocándose sobre ella. La mayoría prefirieron penetrarla por su vagina y Mónica era colocada en el barril boca arriba. Grandes penes de considerable mayor tamaño que el de Pedro, la estaban violando y entrando y saliendo sin piedad de su ya dolorida vagina.
Con los primeros Mónica trataba de resistir aunque era en vano. Atada como estaba y con la fuerza de aquellos hombres, poco o nada podía hacer más que gritar de dolor y llorar de desesperación.
En cuanto uno de los soldados terminaba de eyacular en su interior, otro negro volvía a ocupar su posición sobre la chica sin descanso alguno.
Además, dado que hacía poco tiempo que habían eyaculado en su boca, ello hacía que ahora resistieran mucho más para volver a soltar su semen. Ello suponía unas penetraciones de larga duración, que no bajaban de los 5 minutos en ninguno de los casos y en algún caso se volvía excesivamente violenta.
Cuando ya 5 soldados la habían penetrado, la chica ya apenas gritaba. La tortura había acabado con sus fuerzas y el cuerpo de Mónica permanecía inerte sobre el barril y desde su vagina resbalaban pequeños hilos de sangre que caían por sus muslos.
Entonces el sexto hombre eligió penetrarla por atrás. La chica fue volteada y con su culo en pompa, recibió por su ano aquel descomunal castigo. Mónica no tenía ya fuerzas para oponer resistencia ni para gritar, pero la penetración anal le provocó tal dolor, que un ahogado lamento salió de su garganta, repitiéndose cada vez que aquel negro sin compasión hacía fuerza para meter todo su falo por el estrecho y virgen ano de la chica.
Con aquellas entradas y salidas salvajes de su ano, Mónica no pudo resistir más y perdió el conocimiento, cosa que no impidió que aquel soldado siguiera follando aquel cuerpo muerto.
Pedro lloraba nervioso atado a su árbol y por un momento pensó que su chica había fallecido, dado además que ahora si que sangraba abundantemente por su culito.
Cuando aquel torturador terminó de violarla, echaron agua sobre su cabeza, haciéndola recobrar el conocimiento y enseguida fue de nuevo volteada y colocada boca arriba sobre el barril. A los poco segundos, otro de los soldados estaba colocado sobre ella violando otra vez su vagina. Luego siguieron así los otros 7.
La chica quedó completamente exhausta y destrozada y fue abandonada junto a Pedro.
Al día siguiente y tras darles comida y bebida, 2 soldados les subieron en el coche que días antes les habían robado, dado que Mónica aún no podía mantenerse en pie por si misma.
Tras un rato de travesía, los sacaron del coche y fueron desatados y abandonados en un lugar desconocido. Pronto supieron que el sitio era el mismo donde había sido secuestrados, dado que encontraron el cuerpo de Dundii que había sido devorado parcialmente por algún animal.
Allí Pedro cuidó de Mónica durante días, la cual poco a poco fue recuperándose físicamente, comiendo frutos que Pedro conseguía en la zona y bebiendo agua del cercano río.
Cuando habían perdido toda esperanza, un coche llegó hasta ellos. Dada su tardanza en regresar, en el pueblo donde vivía su amigo el escritor y el hombre que les había alquilado y preparado la ruta, decidieron salir en su búsqueda.
Además de los cuidados físicos, la chica necesitó amplia terapia psicológica para recuperarse y además, la pareja se separó, seguramente producto de todo lo que habían vivido y compartido y que no podrían olvidar y soportar su recuerdo.