Viajando en el el tiempo 1
¿Se puede viajar en el tiempo? Ésta es la increíble historia de una mujer que viajó en el tiempo y el espacio para ejercer de puta de alto standing
Se despertó con la conocida sensación de todas las mañanas. Su amante de turno, la sexta en dos años, tenía su polla en la boca y la mano en los huevos, mientras le prodigaba suaves chupadas y lamidas, junto a pequeñas presiones en los huevos.
Enseguida consiguió que alcanzase su máxima dureza. Entonces se movió para colocarla entre sus grandes tetas, acariciándola entre ellas y besando y lamiendo su glande de forma sutil y delicada, despacio, aumentando su deseo, pero sin darle directamente lo que sabía que más le gustaba.
Por fin, volvió a dedicarle toda la atención con su lengua. La recorría entera a base de pasaditas con la punta de la lengua, de arriba abajo y alrededor, por toda su extensión. Luego sacaba toda la lengua, como si de una leona se tratase, y cambiaba las pequeñas por largas lamidas desde la base a la punta, jugando unos segundos con el glande antes de continuar.
Por fin, se la metió en la boca y siguió jugando dentro de ella con su lengua alrededor de la punta hasta que notó los movimientos de él, levantando su pelvis para metérsela más adentro. Entonces la dejó resbalar hasta que llegó a su garganta.
Continuó alternando los movimientos de entrada y salida con los de caricias en su glande, e intensificó las caricias sobre sus huevos.
-MMMMMMMM Me voy a correr.
Ella se dedicó a meter y sacar con mayor velocidad la polla de su boca, hasta que sintió la tensión previa a la corrida, que se la mentó hasta lo más profundo y la presionaba con su lengua, como a él le gustaba.
Cuando se recuperó de su corrida, se levantó y dijo:
-Tengo que ir a trabajar.
Se fue a la ducha y cuando salió, se la encontró en la cama con una mano frotando sus tetas y acariciando los pezones, mientras, con la otra mano, frotaba vigorosamente su clítoris.
Se vistió con calma, mirándola, mientras ella repetía:
-Fóllame
-Ya sabes que no puedo. Tengo que ir a trabajar.
Cuando terminó de vestirse, metió dos dedos en su boca y, bien ensalivados, los introdujo en el coño de ella, follándola con ellos y moviéndolos con rapidez. A los pocos segundos, ella arqueaba su cuerpo y se corría con un gran orgasmo.
Él, se chupó los dedos, los secó en la sábana y se fue.
El Doctor en Físicas Miguel de SanAndrés era el director de un proyecto militar que, en colaboración con la universidad, intentaba conseguir la tele portación. Es decir, la transportación de materiales y personas convirtiéndolos en energía, enviándolos a su destino y allí volverlos a convertir en el objeto o persona inicial.
Llevaba dos años divorciado. Desde poco después de que se acentuase la tendencia sexual a desear solamente mamadas, sin interés por dar placer a su pareja. Eso, unido a que los pocos momentos de diversión eran las aburridas cenas y fiestas de la universidad, en las que su esposa se encontraba sola, al igual que las esposas de otros investigadores, mientras ellos intercambiaban experiencias y hacían chistes con su trabajo, que solamente ellos entendían.
El abandono la hizo débil y sucumbió a las atenciones de otro hombre que había conocido mientras tomaba un café en el bar de un centro comercial, con el que sintonizó rápidamente, por lo que dejó a su marido al poco tiempo y divorciándose en menos.
En el proyecto, llevaban ya varios años y mucho dinero invertido sin haber conseguido ningún resultado. A pesar de todo, estaba convencido de que el resultado satisfactorio estaba muy cerca.
Habían empezado al poco de implantarse la radio, con la idea de que si la voz podía transmitirse de un sitio a otro, lo mismo se podría hacer con cualquier otra cosa.
El equipo de pruebas estaba formado por dos campanas de cristal, ambas conectadas a complejos circuitos electrónicos, a base de válvulas de vacío, y a un potente generador eléctrico. En una de ellas colocaban un ratón para las pruebas y esperaban que apareciese en la otra, cosa que, experimento tras experimento, nunca ocurría.
Tenía la costumbre de llegar el primero al laboratorio para ir preparando el trabajo, sobre todo desde su divorcio, y un día se encontró una manzana en la campana de destino. Enfadado y protestando por la desidia de quien fuese, la retiró, la arrojó a la basura y procedió a dejar todo impecable.
Como cada día, emprendió los ajustes y estudiando nuevas configuraciones que llevaba a cabo con su equipo y realizar nuevas pruebas.
Ya casi a punto de terminar la jornada, decidieron hacer una nueva prueba. Colocaron un ratón en la campana de origen y lanzaron la prueba, con el mismo resultado de las operaciones anteriores: el ratón murió en el acto.
Durante los tres días siguientes, siguió encontrándose una manzana en la campana de recepción, con las consiguientes broncas al equipo. Al cuarto día, no les llevaron el ratón para las pruebas y, ante la pregunta “¿Qué enviamos?”, uno del equipo llevaba unas manzanas que cogía de su jardín para repartirlas con sus compañeros. Entregó una manzana igual a la que retiraba en días anteriores.
Echó una nueva y enorme bronca al colaborador, acusándolo de ser él quien dejaba la fruta en la máquina, mientras el pobre hombre lo negaba todo.
Cuando se calmó después de múltiples acusaciones y negaciones, colocaron la fruta en su lugar de salida, activaron todo y la manzana desapareció, pero no apareció en el destino.
Al día siguiente, nuevamente apareció la manzana pero solamente el corazón. Se la habían comido y dejado solamente el centro.
Nueva bronca y nuevas pruebas, pero ahora con las manzanas que traía el técnico para su almuerzo. Nueva desaparición y nuevo desengaño. Otros tres días más tarde, tras nuevos ajustes, volvieron a repetir la prueba, pero cuando Don Miguel miró la campana de salida, vio que habían puesto el centro de una manzana comida. Al parecer, el técnico se descuidó y alguien se la comió.
Como daba igual, colocaron los restos e hicieron la prueba. Justo en el momento que desaparecía, Don Miguel cayó en la cuenta de que era igual al trozo que había encontrado cuatro días atrás y que quizá lo que realmente estaban haciendo no era tele portación, sino traslación en el tiempo.
Por el momento, no dijo nada hasta tener la certeza. Estuvieron probando en días sucesivos con distintos objetos y animales que él colocaba cada día, luego desaparecían y eran recogidos días después por uno de los colaboradores, ya que, para que el experimento fuese correcto, él no debía saber qué había recogido su colaborador, para evitar alteraciones.
Al cabo de una semana, tuvieron una reunión donde cada colaborador expuso lo que había encontrado y el día, Don Miguel lo comprobaba en una lista y daba su conformidad.
Cuando vio los resultados completos, su cuerpo entró en una febril excitación. Para calmarla, como había hecho otras veces, llamó a una de sus empleadas:
-Teresa, por favor, venga a mi despacho.
Ella ya sabía para lo que la llamaba, así que, nada más entrar en el despacho, cerró la puerta y se desnudó en un momento. Solamente llevaba la bata de laboratorio y debajo su ropa interior.
Realmente lo sabían todas, porque todas pasaban por ello de vez en cuando. Era el mayor y mejor secreto guardado por ellas. Ellas mismas se preocupaban de que nadie entrase en el despacho hasta que la compañera hubiese salido.
Don Miguel la esperaba ya sentado en su sillón, con las piernas abiertas y los pantalones bajados.
Con una mano recorría despacio su polla totalmente dura ya. Teresa se arrodilló en el suelo, ante él, y sus manos sustituyeron a la de su jefe.
Lo pajeó durante un momento para luego meterse la punta en la boca. Metió el glande completo y un par de centímetros más, luego lo sacó, dejándolo cubierto de saliva.
Repitió la operación varias veces más y luego cambió a lamerla por todo el tronco, dejando regueros de saliva.
Con la polla ya húmeda, procedió a metérsela en la boca centímetro a centímetro hasta que sus labios chocaron con el pubis y sintió la punta en su garganta.
La mantuvo en esa posición unos momentos, para que su jefe disfrutase de la sensación de tenerla toda dentro, sintiendo los movimientos reflejos que su garganta no podía evitar.
Después, procedió a sacarla, haciéndola resbalar sobre su lengua, que la presionaba contra el paladar al tiempo que le aplicaba una suave succión.
Cuando el glande quedó entre sus labios lo recorrió con la lengua en toda su circunferencia, intercalando con suaves y rápidos roces de la punta en el borde.
Don Miguel empezó a resoplar y gemir, prueba de que le estaba gustando mucho.
-Pfffffffffffffff. Mmmmmmm. ¡Qué bien la chupas, Teresa! ¡Qué suerte tiene tu marido de poder disfrutar de una mamadora de primera!
Ella se separó un momento, lo justo para decir:
-A mi marido no le gusta. Le parece asqueroso.
Y volvió a metérsela de nuevo en la boca, volviendo a presionar hasta que nuevamente sus labios llegaron a su pubis.
Estuvo jugando con ella metiendo y sacando a diferentes velocidades, lo metía y lo sacaba al tiempo que succionaba y presionaba con la lengua.
Durante el recorrido, sentía su dureza en la boca y las protuberancias de las venas que la recorrían en su lengua. Cuando llegaba a la punta, recogía el líquido preseminal para saborearlo un momento, antes de que el resto fuese directamente a su estómago cuando la tenía toda dentro.
Teresa disfrutaba chupando la polla de su jefe y las pocas más a las que tenía acceso, pero no solamente hacía la mamada, sino que sabedora de los gustos de Don Miguel, se acariciaba el coño con una mano y se metía los dedos buscando también su propio placer.
Llevó la otra mano a los gordos cojones de su jefe, procediendo a acariciarlos al tiempo que seguía mamando.
Cuando los resoplidos de su jefe eran ya más parecidos a berridos, colocó un dedo haciendo presión en la base de la polla, junto al perineo, se la metió toda entera en la boca y aceleró los movimientos de su mano en el coño.
Al momento, una abundante corrida descargó en su garganta, provocando a su vez el orgasmo de ella.
-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH Teresa. Eres magnífica haciendo mamadas. Me has dado un inmenso placer. Estoy seguro que vamos a pasar muy buenos ratos juntos.
Cuando los espasmos de la polla cesaron y dejó de soltar su carga, reduciéndola a pequeñas gotas, ella las succionó y se la dejó totalmente limpia. Entonces se la sacó y pudo contestarle:
-Gracias, señor. Para mí también ha sido un placer.
Luego se vistieron y cada uno fue a su trabajo. Don Miguel, serio y concentrado y Teresa sonriente bajo la pícara mirada de sus compañeras que también le sonreían.
Cuando ya tenía fijada su teoría e iba a informarla, llegó una orden de cierre del laboratorio y retirada de las asignaciones de fondos. El material debería ser destruido y eliminada cualquier información sobre el proyecto.
Don Miguel intentó convencer a la dirección de que realmente se estaban obteniendo resultados, pero una consulta rápida por teléfono a sus subordinados, que no sabían nada, le dejó por mentiroso y le echaron.
Con él, fueron a la calle los tres principales investigadores del equipo, y el resto fue reubicado. Entre los cuatro, antes de formalizar su despido, fueron cambiando las placas y componentes al equipo por otros quemados en las distintas pruebas y los buenos fueron sacados sin que nadie se diese cuenta, para ser montados posteriormente en otro lugar.
El descubrimiento del transistor, no solamente facilitó la llegada del hombre a la luna, sino que mejoró en sobremanera el invento de D. Miguel.
Eva era una mujer de 24 años casada con Carlos a los 17 y con un hijo, Marco, de siete años.
Sufría de una notable cojera de la pierna derecha, consecuencia de una rotura en el tobillo mal curada, una fuerte miopía que le obligaba a llevar unas pesadas gafas de gruesos cristales y completaba su imagen con grandes pechos, gran culo y unos kilos de más.
Esa madrugada, su marido había llegado pasado de copas, como ocurría a menudo, la había despertado de malas maneras, dándole bofetadas y tirando de su brazo hasta que cayó al suelo.
-Venga, puta, atiende a tu marido. Tengo la polla a reventar y tú, en vez de esperarme para atenderme debidamente, te dedicas a vaguear en la cama como una cerda.
-PPPPPero… son las cuatro de la maña.
-Y a mí que me importa. Tú estás aquí para servirme. ¿O prefieres que te eche de casa? Casi será lo mejor. No vales ni para cascarla. ¡Fuera de aquí!
-No, por favor Carlos, haré lo que quieras. –Dijo, mientras arrodillada, desabrochaba y bajaba los pantalones de su marido y sacaba una polla pequeña y morcillona.
Se la llevó a la boca, venciendo el asco por su falta de excitación y el asqueroso sabor que dejaba en su boca. ¡A saber dónde la habría metido!, desde luego el olor era a otro coño.
Por suerte, a las dos o tres chupadas, él se dejó caer cruzado sobre la cama, tirando del pelo de ella para que lo siguiese en su caída y continuase chupando.
Cuando ya había conseguido algo parecido a una erección, empezó a oír los ronquidos que daba y perdió todo lo que había conseguido.
Al estar cruzado en la cama, no le quedó más remedio que irse a dormir al sofá.
Esos días, se encontraban de vacaciones en la playa. Habían alquilado tres apartamentos contiguos, ella, con su marido y su hijo, habitaban uno, su hermana, cuñado, los dos sobrinos, otro y sus padres el tercero.
Su vida ni era, ni había sido fácil. Desde pequeña, había tenido problemas. Su hermana le había hecho la vida imposible desde que quedó coja cuando se rompió la pierna, y sus padres comenzaron a protegerla más.
La vida familiar se le hizo asfixiante entre la sobre protección de sus padres y los desprecios de su hermana.
Se había casado con Carlos porque era el único chico que le hacía un poco de caso, y deseosa de pillar marido y salir de casa, lo engatusó, lo llevó a la cama y quedó embarazada, obligándolo así a una boda no deseada por parte de él y nada satisfactoria para ella.
Esa boda significó un punto más en la lista de rencores de su hermana, al tener que posponer su propia boda unos cuantos meses más.
Los desprecios de su hermana alentaron los de su marido y las peleas, y malos tratos hacia ella eran constantes.
Eva deseaba separarse de su marido, pero no estaba dispuesta a volver a casa de sus padres. Necesitaba una forma de mantenerse y mantener a su hijo, pero encontrar trabajo, a pesar de que estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa, le resultaba imposible conseguirlo.
En unos por su cojera, en otros por su vista y muchos por su falta de conocimientos y experiencia, era rechazada una y otra vez. Todo ello haciéndolo a espaldas de su marido.
Durante esas vacaciones, todos los días bajaban a la playa por las mañanas, comían juntos las tres familias y dedicaban las tardes a pasear por la localidad, pero ese día Eva no bajó. Su marido dormía, ella envió a su hijo con los abuelos a la playa y quedó esperando a que el maltratador despertase para prepararle el desayuno.
Cuando lo hizo, pasado el mediodía, salió del dormitorio con la misma ropa de la noche.
-Carlos, ponte el traje de baño y algo por encima. Tenemos que bajar a la playa, que nos esperan los demás.
Volvió a la habitación y salió un momento después con el traje de baño puesto, que no ocultaba una gran erección. Se acercó a ella, que estaba poniendo el desayuno en la mesa, la arrojó sobre el tablero, quedando con el torso sobre él. Se colocó tras ella, levantó su vestido playero, apartó la braguita del bikini y se la metió en el coño.
Eva gritó de dolor. No estaba preparada ni lubricada.
-AAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYY. Ahora no, Carlos. Nos están esperando.
Él no le hizo caso y estuvo metiendo y sacando su polla a pesar del daño que le hacía y que también a él le produjo molestias. La sacó, escupió sobre ella y volvió a meterla, aliviando algo el dolor de Eva.
Por suerte, no tardaba mucho en correrse, y esta vez no fue distinto. Un minuto o minuto y medio después, se corría dentro de su coño mientras se dejaba caer sobre ella.
-Por favor, Carlos. Tenemos que irnos.
Por fin se levantó y fue a vestirse con algo ligero. Eva, después de recoger el estropicio de la mesa, intentó ir a lavarse, pero en ese momento salió su marido y la obligó a dejarlo todo e ir a la calle. Tenía prisa. Se juntaron con la familia y al poco se fueron a comer.
Lo hicieron en un restaurante. Su marido solamente probó los platos, criticándolos en todos los aspectos y sin parar de beber. Al terminar, jaleados por las prisas que tenía su marido porque había quedado con alguien, y estando ya todos de pie, Eva tuvo necesidad de ir al baño. La humedad de la corrida de su marido, mantenida por la braguita, le estaba generando irritación, teniendo que ir sola porque nadie la acompañó.
Sentada en el inodoro, con la braga del bikini en los pies, sintió una leve sensación de mareo, cerró los ojos un instante, y cuando los abrió se encontró en el suelo de una gran habitación, algo mareada, pero pudiendo distinguir que había más cuerpos a su izquierda y derecha.
Algunos hacían mención de levantarse preguntando donde estaban y qué había pasado, pero un hombre musculoso, vestido solamente con un pantalón vaquero corto y una camiseta blanca, les daba golpes con una fusta terminada en un trozo de cuero y obligaba a tumbarse de nuevo y permanecer en silencio.
Por una puerta sacaron a otra mujer más, que colocaron al final de la fila.
-¡Venga, despertad y poneos de pie! Apoyaos unas con otras si estáis mareadas. ¡Rápido, rápido!
Les dijo el de la fusta. Entonces pudo darse cuenta de que todas eran mujeres. Contó dieciséis.
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