Viajando con mi primo
De la forma menos esperada mi primo y yo acabamos pasando unos días solos
Todo empezó con una reunión familiar, una comida en la casa de campo de mis tíos un domingo de primavera, como muchas que solíamos hacer a lo largo de todo el año. Somos una familia que se ve con mucha frecuencia y que tiende a relacionarse más hacia dentro que hacia fuera. Por supuesto muchas familias están unidas pero aquí es como si ellos fueran realmente mi grupo de amigos: yo salgo de fiesta o voy al cine con mis primas, le cuento mis secretos a mi tía, nos hacemos visitas frecuentes, ...
Además en mi caso concreto se acentuaba más ya que soy bastante tímida. Ya lo era de niña y al empezar la adolescencia se volvió peor. Siempre recibí mucha atención de los chicos y eso me echaba bastante para atrás, tanto para relacionarme con ellos como para relacionarme con otras chicas. Mi cuerpo se desarrolló muy pronto y siempre iba un paso por encima de ellas, había envidias y además ser diferente no es bueno en esa fase de la vida. También en esa época tuve una experiencia traumática que quizá contaré algun día. Así que con 24 años solo he tenido un novio y que además fue una relación que no fue demasiado bien. Los comentarios de mi familia, que me resultan bastante molestos por cierto, eran siempre en la línea de por qué no me echo un novio, que cómo estoy soltera siendo tan guapa, que tenía que casarme y tener hijos. La verdad es que sí que me cuido mucho pero más por mí y por verme guapa que para gustar a nadie. Intento comer bien y me encanta hacer ejercicio, y tengo una belleza natural que debo agradecer a los genes de mi madre (somos como dos gotas de agua)
Aquel domingo estabamos las mujeres de la familia dentro de la casa preparando la comida mientras los hombres como de costumbre en el jardín tomándose unas cervezas y hablando de sus cosas. Salió el tema de los viajes y yo como siempre les contaba a las chicas que me encantaría estar siempre viajando, que era mi ilusión aunque apenas lo hacía. Sobre todo por no tener realmente con quién. Hace algunos años viajaba con dos de mis primas pero ahora una ya tiene hijos y la otra aún no pero viaja con su marido. Me decían que viajara sola, que muchas chicas lo hacían, pero esa opción ni me la planteaba. Me aburriría y me daría miedo ir por ahí sola.
Casualmente después, en la comida, ya con todos, mi primo Pablo hablaba también de viajes. Le preguntaban qué tal estaba porque acababa de romper con su novia, y hablando del tema dijo que tenía ya preparadas y pagadas unas vacaciones con su chica para el verano, y que ahora se le había caído el plan. Unos le decían que lo cancelara, otros que se fuera solo, otros que se buscara a alguien... y entonces mi tía Beatriz soltó así sin más, que me invitara a mí a viajar con él, porque yo estaba deseando viajar y no tenía con quién. En ese momento pensé "tierra, trágame!". Yo roja como un tomate, rodeada de tanta gente, y mi tía poniendo en evidencia mis dificultades para tener una pareja o alguien con quien viajar. La mirada que le lancé a mi tía era evidente. A la gente curiosamente le pareció una buena idea. Luego se cambió de tema y ya mi vergüenza fue remitiendo.
Tras la comida como siempre la gente estaba por ahí de pie con su café o su copa o su cigarrillo en la mano, haciendo grupos más pequeños para charlar. En uno de esos momentos me quedé sola con Pablo, y nos echamos unas risas con lo que había pasado en la comida. Era muy majo y siempre me había caído muy bien aunque no teníamos una relación muy cercana. Era 3 años menor que yo, alto y delgado, con carisma y buena conversación. No sé si por el vino de la comida, el ambiente relajado, o la "presión" de nuestros familiares, acabamos ambos medio quedando en finalmente sí viajar juntos... nunca hubiera imaginado que ese día iba a terminar así.
Los siguientes días fui yo la que le escribía a él intentando sacar el tema de conversación del viaje. Y es que estaba inquieta, nerviosa, y deseando una escapada. Por cierto, que el viaje que él tenía ya reservado era a Lisboa, un viaje sencillo al no ser muy lejos y no ser caro. Me daba un poco de preocupación que encontrara a otra persona antes de que yo le confirmara. Pero no era así, y se notaba que él quería ir conmigo. Pronto sin confirmarlo expresamente estábamos haciendo preparativos y planificando los muchos aspectos del viaje. Y ya fue definitivo cuando cambiamos el titular del billete de su ex y lo pusimos a mi nombre pagando una pequeña tasa. Todo el mundo en la familia estaba contento, mejor que ver a dos de sus miembros solos, al menos que se hicieran compañía y además viajando por el mundo.
Unos meses después (que se me hicieron eternos), ya en verano, llegó el día. Pablo y yo quedamos directamente en el aeropuerto. Yo me dejaba llevar por él en cada control que había que pasar, ya que él tenía más experiencia que yo en esto de los vuelos. En la espera ya en la puerta de embarque yo tenía miedo que en momentos como ese nos quedáramos sin conversación, al fin y al cabo no nos conocíamos tanto el uno al otro, pero no fue así, él siempre encontraba algo divertido o interesante sobre lo que charlar. Cuando atravesamos el finger y entramos en el avión ya fue el punto de inicio oficial de nuestro viaje.
En ambos aeropuertos, vuelos, y en la llegada al hotel Pablo fue muy caballeroso, llevando mi maleta que era el doble de grande y pesada que la suya, dejándome pasar primero, preocupándose por mi comodidad, ... incluso no era nada agarrado con el dinero y se ofrecía a pagar él muchas de las cosas, lo cual me venía muy bien dada mi economía (él trabajaba pero yo estudiaba). La habitación era preciosa, con vistas al río que ya es casi mar; con dos camas individuales por supuesto.
La primera tarde noche ya salimos a pasear y ver cosas y cenamos en un restaurante precioso y todo muy rico, me sentí muy bien, relajada disfrutando de las vacaciones, viendo mundo y en buena compañía. Notábamos que todo el mundo nos tomaba por una pareja, tanto taxistas, gente del hotel, camareros, guías, ... era un poco raro pero era normal. Esa noche en la habitación fue un poco rara para mí, yo nunca he vivido con un chico y se me hacía raro que me viera en camisón o envuelta en una toalla al salir de la ducha.
Los días siguientes fueron en la misma línea, amé cada parte de ese viaje y me alegré mucho de haber aceptado esa plaza libre que dejó la ex de Pablo. La ciudad preciosa y romántica, el tiempo acompañó, y la comida me tenía maravillada. Encontramos algunas otras parejas españolas y hacíamos algunas cosas juntos. Todos nos tomaban por novios o matrimonio, y nosotros siempre aclarando que éramos primos, aunque a veces ya ni lo decíamos porque realmente daba igual.
Uno de los días aprovechamos para ir a una playa cercana, ya que en nuestra ciudad no hay playa. Me daba algo de reparo estar en bikini delante de él, aunque no tenga nada de qué acomplejarme, más bien al contrario, pero al fin y al cabo es como estar en ropa interior. Pude ver el cuerpo de Pablo sin camiseta y parece que se cuidaba bastante, con un cuerpo tonificado pero no en exceso. La verdad es que la mujer que pudiera estar con él sería muy afortunada: guapo, trabajador, buena gente y divertido. De hecho si no fueramos primos sería perfecto para mí, porque aparte de todo eso, ya tenía confianza con él y él parecía pasarlo bien conmigo y que yo le caía bien, y estas dos últimas cosas son las que a mí más me cuesta conseguir debido a mi timidez y a que salgo poco y me cuesta conocer gente. La verdad es que empezaba a fantasear un poco con él... al ser algo irrealizable, eso ayudaba a que fuera algo como imposible y eso ayudaba a mi "fantasiosidad". También el hecho de que todos nos tomaran como pareja estaba creando un ambiente especial entre nosotros.
En la última noche yo tenía una mezcla de sensaciones: sobre todo pena por que se terminara, pero también estaba satisfecha, contenta, cansada de tanto caminar y moverme, con ganas de volver a la rutina dinaria (pero no ganas de volver a estar sola... tras una semana acompañada a todas horas me sentía mal de pensar en estar sola otra vez). Cenamos en un restaurante caro de la zona del río, tranquilo ya que estaba alejado de las carreteras pero con mucho ambiente de gente paseando y cenando o tomando algo, sobre todo parejas. Era un poco pijo así que nos vestimos elegantes aunque no en exceso, él con camisa y vaqueros, y yo con un vestido negro pequeño y ligero, el pelo suelto, y aunque me apetecía llevar tacón, llevé zapatos planos porque si no sería más alta que Pablo. El lugar era acogedor, la mesa tenía velitas, música tranquila y romántica. Ya hacíamos incluso nosotros mismos bromas con lo de nosotros como pareja. Para rematar, vino un chico de esos que venden flores y para mi sorpresa Pablo me regaló una rosa.
Paseando al lado del río, y sabiendo que era ya el último momento especial del viaje, llevados por el momento, nos dimos de la mano y seguimos caminando así. Nos sentamos sobre una pequeña barrera de madera que separaba el paseo de la parte inferior que daba al río. Charlamos un rato, y en cierto momento me salió del alma agradecerle por este viaje y por lo bien que me había hecho sentir estos días. Entonces, sin darme tiempo a reaccionar, me besó. Yo a pesar de la sorpresa y de que sentía que eso era algo prohibido, le correspondí el beso. No fue muy profundo ni largo, pero sí lleno de sentimiento, me encantó. No nos sentimos raros ni incómodos y seguimos un rato paseando de la mano, y ya cuando estábamos algo cansados tomamos un taxi al hotel.
Ya en nuestra habitación, era o bien el momento de echarnos atrás, ir a dormir y que el beso quedara en una anécdota, o bien hacer lo que realmente los dos deseábamos. Esta vez fui yo la que se acercó a él, puse mis brazos alrededor de sus hombros y le besé con todo mi deseo. Él también me abrazó y nos besamos durante largos minutos, con amor y pasión a partes iguales. A ratos con delicadeza, a ratos introduciendo nuestras lenguas en la boca del otro. Me encantaba besarle, sentía dentro al hacerlo cosas que nunca había sentido antes. Pronto empecé a notar algo duro sobre mi pubis, y eso hizo que un cosquilleo recorriera mi cuerpo. Lo que podía pasar ahora ya eran palabras mayores, una cosa era un beso y otra tener sexo con un familiar cercano.
Estaba claro que Pablo no tenía ninguna duda, al notar sus manos sobre mi culo, acariciándolo y magreándolo. Pronto pasó a mis pechos, y yo también me dediqué a sobar sus brazos, pecho y su firme culo. Me puse si cabe más nerviosa cuando noté que me estaba bajando la cremallera del vestido. Al hacerlo con delicadeza, y al tener solo la luz tenue que entraba del exterior, no me dio reparo cuando el vestido cayó al suelo y me quedé ante él sin más ropa que mi tanga negro. Ahí me abrazó y besó otra vez, y volvió a acariciar toda mi piel, ahora sin el estorbo del vestido, y noté que le encantaba sentir mi suavidad en sus manos, no parecía querer terminar. Luego me llevó hasta mi cama que quedaba detrás de mí con lo cual quedé sentada, y me guió hasta que estuve tumbada boca arriba, se puso encima y empezó a comer mis pechos, uno cada vez mientras sus dos manos los copaban y apretaban.
Yo estaba impaciente por ver su cuerpo desnudo y también saber el tamaño de su polla. Al rato se puso encima de mí y volvió a besarme, ya cada vez más lúbricamente, dejábamos la cara del otro llena de saliva. Teniéndole en esa posición desabroché su pantalón dándole a entender lo que quería. El lo entendió, se puso de pie y se quitó a la vez los vaqueros y los calzoncillos. Tenía una buena polla, grande sin estar aún totalmente erecta, y ya babeando presemen. No sabía si me apetecía más tener esa verga ancha, caliente y lubricada, en mi boca o en mi sexo. No tuve que elegir ya que fue él quien sin preguntar me quitó las braguitas y se puso en posición para penetrarme. Por si no fuera suficiente la lubricación de nuestros respectivos sexos, frotó generosamente su glande contra mis labios vaginales y clítoris durante un rato, lo cual terminó de dejarme preparada, y tras eso, de un solo envión me la clavó hasta el fondo y empezó a bombear. Me sentía completamente llena. Me preocupaba porque esos días yo estaba en la fase más fértil, pero claro que no teníamos condones ya que se supone que esto no iba a ocurrir. Me dejé llevar y empecé a gemir con cada golpe de cadera de Pablo, unos gemidos indecentes, altos, que mostraban lo loca que me volvía todo esto.
A ratos seguíamos en esa postura y a ratos me agarraba de los tobillos y los subía subiendo así mis piernas, de forma que me entraba aún mejor. Magreaba y aplastaba mis pechos con fuerza. Me bombeó de esa manera durante unos diez minutos hasta que no aguanté más y tuve un orgasmo increíble, intenté aguantarlo para durar más en esa postura maravillosa, pero no pude. Cuando él notó que me corría, como si hubiera estado reservando y retardando su clímax hasta que yo me corriera, al poco empezó a soltar sus chorros de leche caliente en mi interior, lo cual terminó de culminar también mi placer… me encantó sentirlo, a pesar del riesgo. Siguió taladrándome hasta que salió la última gota de semen, y noté como lentamente su erección iba remitiendo. Se dejó caer sobre mí y permanecimos un rato así abrazados, con besos y caricias ocasionales.
Primero pasó él a la ducha. Mientras le esperaba, pensé en lo ocurrido y no sentí arrepentimiento sino lo contrario. Quería sentir esto más veces, tanto un viaje como este, así como el sexo y el cariño. Quería que Pablo fuera mi novio, lo quería solo para mí. De hecho si tras esta noche me quedaba embarazada, quizá podría usar eso para retenerle conmigo. La sensación de saber que su semen estaba dentro de mí me reconfortaba e ilusionaba. Incluso me puse en la típica postura que dicen que favorece la fecundación, es decir con las piernas hacia arriba apoyadas en la pared, mientras él se duchaba.
Tras ducharnos los dos, juntamos las camas para poder dormir abrazados, y nos besamos hasta caer dormidos. Por la mañana nos daba tiempo a desayunar rápido y salir para el aeropuerto. En la mesa de al lado había un matrimonio ya mayor también de españoles de la que nos habíamos hecho amigos, porque se alojaban en la habitación de al lado. Estaban raros y apenas nos saludaron y no hablaban con nosotros, y entonces nos dimos cuenta que anoche seguramente habrían oído nuestros gemidos, y es que por supuesto ellos ya sabían de los días anteriores que Pablo y yo éramos familia.
Tras esa situación incómoda hicimos el viaje de vuelta, y al llegar a nuestra ciudad ya por descontado nos abstuvimos de besarnos en público o en ir de la mano. Y es que a partir de ahí empezaba una fase muy diferente, la de llevar una relación en secreto.