Vi a mi amor follar con Cleopatra en la ducha
Salí de la bañera a secarme mientras ella le besaba el cuello, y él acariciaba sus nalgas viéndome.
Vi a mi amor follar con Cleopatra en la ducha.
Nuestra amiga se llama Carmen, pero es una viva encarnación de Cleopatra, joven, morena, cuerpo de reina, piel tersa, con el cabello lacio y negro azabache, grandes ojos de intensa mirada, viste con lujo, pero siempre ligera de ropa, tiene un vago aroma a incienso oriental, incluso le agradan las boas.
Tal vez haya mujeres más hermosas, él no lo sabe, no conoce ninguna, cada que ella sonríe teme, pero cada vez tiembla de deseo. Ella lo sabe, lo ha sabido siempre. Cuando se lo hizo entender, le obsequió esa enigmática sonrisa de Esfinge, tomó sus dos manos entre las suyas y besó su boca, su lengua recorrió sus labios entreabiertos y parecía que... Pero no, la gloria duró pocos segundos.
-Fue por quererme, por sentir que yo soy la mujer más hermosa. Recuérdalo, no habrá otros.
Pero mi amado es hombre, tras contarme el hecho dijo que si hubo ya una vez, no era del todo imposible, sólo había que buscar que hubiese otras. Desde luego, él no sabe que lo amo, aunque no soy mucho menos bella que Carmen, sé que no tiene caso.
-Sí, es muy hermosa, yo la he visto bañarse alguna vez.
Así empezó todo. Él preguntó cuándo, por qué, insistió en que le contara qué vi, que sentí. Era un vouyerismo sin ver, narrado, pero él lo veía en la mente. Yo no quería contarlo, no me agradaba proveerlo de material para que fantaseara con otra y además, me turbaba confesar lo que sentí ese día. Pero él insistía.
-Bueno, fue hace tiempo, no me acuerdo muy bien. Mira, no creo que esté bien que te dijera de todas formas.
-¿De qué te acuerdas? ¿Qué quieres a cambio? Tú sabes que yo haría todo por ti.
Yo sonreí en silencio, de esas sonrisas que disimulan una vaga amargura.
-¿Qué, no me crees?
-Claro, cielo, si sonrío de gusto, no me hagas caso tomé aire- te contaré.
Fue hace como dos meses, cuando entregamos el proyecto publicitario de aquella constructora. Era un jueves, la impresora del estudio no servía, yo propuse que fuéramos a mi casa a hacerlo y de ahí a la presentarlo el viernes temprano. Terminamos como a las dos de la mañana, estábamos exhaustas, yo quise darme un baño para relajarme un poco antes de acostarme a dormir.
Hice una pausa, pero claro, él no preguntó cómo me baño yo, no se le cruzó siquiera por la mente la pregunta, escuchaba todo esto impaciente por llegar a Carmen. Continué.
-Carmen prefirió acostarse y levantarse temprano. Como a las nueve que yo desperté, ella estaba ya en el jacuzzi, esperé unos minutos, pero demoraba, así toqué en la que le pregunté si le importaba que emplease el espejo y el botiquín mientras concluía de bañarse, a lo que accedió de inmediato.
-¿Qué viste?
Carmen se había preparado un baño tibio con espuma y sales, estaba semirecostada, sonriendo y con los ojos cerrados, su cuello hombros y parte de sus senos sobresalían de la espuma. Abrió los ojos, se sentó más erguida y a continuación se levantó lentamente. Dijo que sería mejor que me bañase ya, o llegaríamos tarde, me dio la espalda, se inclinó a retirar el tapón de la bañera, tomó el pompón de rejilla de plástico, le puso gel de baño levantó la pierna para recargarla en el borde de la tina y comenzó a enjabonarse desde los pies hacia arriba. Es una forma rara de bañarse, pero ella volteó a sonreírme y supe que se bañaba para mí. Fue una sensación muy extraña, nunca me han gustado las chicas, pero me complacía que lo hiciera, no podía yo dejar de mirarla. No pasó nada, ella terminó de enjabonarse el cuerpo, abrió la llave de la ducha que cae sobre la bañera, se pasaba la lengua por los labios y las manos por el cuerpo mientras el agua se llevaba la espuma. Salió, tomó una toalla y ninguna dijo nada al respecto. Me sentí turbada por días.
Que le narrase el baño de Carmen no satisfizo a mi amado, estaba aún más enardecido y decía que necesitaba verla. Yo no pensaba hacer nada para facilitarlo.
Después él me contó que le pidió a Carmen que le permitiera verla mientras se bañaba, ella se había mostrado renuente en principio, luego preguntó la razón de tal petición, él le dijo que yo le había contado de cuando la vi bañarse en casa.
-¿Pero tú estás loco? ¿Por qué le has dicho eso? Me estará odiando a esta hora.
-Dijo que se bañará para mí, con una condición: que el mismo tiempo tú te bañes para ella.
-¡Menudo par! ¿Pero cómo se te ocurre que yo le voy a dar un show lésbico a tu "amiguita" sólo para que ella te caliente? ¡De ninguna manera!
-No seas así, nena, no te cuesta nada que ella te vea.
-¿Pero cómo, o sea, tú estarías ahí viéndonos a ambas? -al decirlo no podía creer yo misma el estar siquiera considerando la propuesta- pero me complacía pensar que él me viera bañarme, aún sabiendo que él estaría ahí por ver a otra, sonreía con la posibilidad de verlo excitado.
-Bueno, nena, pero entre nosotros hay confianza. Yo no te estaría viendo a ti como mujer.
Había elegido la peor respuesta.
-No, mira, es algo que no quiero hacer.
-¿Qué quieres a cambio? Es que estoy obsesionado, nena, entiéndeme, necesito ver a Carmen desnuda o me volveré loco.
Me indignaba la idea de que me usara para ver desnuda a otra mujer, pero a mí también me daban ganas de ver a Carmen y entreví que podía sacarle provecho al asunto.
-¿Si lo hiciera tu harás todo lo que te sea posible por que el hombre que amo pase una noche en mi cuarto? No tiene que pasar nada esa noche, pero debes comprometerte en verdad a que la haya.
-Seguro, nena, todo. ¿Pero cómo no me habías dicho que estás enamorada? No creo que tenga que hacer nada, ese tipo si no es idiota se dará cuenta de la suerte que tiene, tú eres guapa, eres una gran mujer.
-No te has comprometido a nada en realidad.
-Que no creo que haga falta, nena, pero tienes mi palabra. Trataría de ayudarte aún sin el chantaje. ¡Que suerte tienen algunos!
Sonaba a frases hechas, pero quedamos para el sábado en la tarde, en mi casa.
El sábado me bañé con un nuevo jabón de leche y miel, me hice manicura, arreglé mis pies, me depilé, me cambié de ropa interior tres veces, hasta decidirme por un conjunto de sostén y bikini negros de encaje, me puse medias que luego me quité, y estaba casi enloquecida. No quise pensar si todo esto lo hacía porque él me vería o por ella. Conforme se acercaba la hora me ponía más nerviosa. Le había pedido a él que llegara un poco antes, pensé que la situación me sería menos incómoda.
A las seis sonó el característico timbrar y medio con que él se anunciaba. Abrí la puerta conteniendo el aliento. Él también parecía nervioso, traía un ramo de flores en la mano izquierda, me tendió primero la derecha con un "hola", pero luego me dio el habitual beso en la mejilla, me abrazo y sonrió y saludó con ese tono que me ha hecho quererlo.
-Nena, no sé qué decir, eres un ángel, mil gracias. Te prometo lo que quieras.
-Sí, hombre, ya veremos. ¿Llevo las flores a la cocina mientras?
-Son tuyas, chiquilla tonta. Estás muy guapa hoy, seguro a Carmen le va a encantar.
Media hora más tarde el timbre sonó sólo una vez. Él hizo ademán de levantarse, pero se detuvo y volvió a mirarme. Le abrí a Cleopatra, que lucía un escote descomunal y un collar de oro con motivo autóctono. Ella me saludó y me miró de arriba abajo relamiéndose.
-¡Mujer, si estás hecha un bombón! ¡Que rico hueles! ¡Eres preciosa, chica! ¿Y dónde está el doble beneficiario?
Tras un par de copas y una hora de charla insustancial me levanté, caminé hacia el baño y abrí la puerta. Ambos me siguieron en silencio. Yo había agregado antes otra toalla y acomodé una silla cómoda frente a la bañera.
-¿Bueno Carmen, quién empieza?
-Empezamos juntas, que así nos será más fácil.
Comenzó el juego, viéndonos una a otra, siguiendo la ruta y la velocidad. Ambas nos quitamos los zapatos. Él se había sentado y observaba extasiado, Carmen llevó la mano a su blusa y yo también comencé a desabotonar la mía. En el baño se oían solamente tres respiraciones aceleradas y la fricción de las ropas. Desabrochó su pantalón y lo dejó caer al tiempo en que caía mi falda. Yo volteaba de vez en vez a ver a mi amado en la silla, contra lo esperado, él nos veía a ambas, pero tenía la sensación de que Cleopatra sólo me veía a mí. Quedamos frente a frente en ropa interior.
-¿Te ayudo? sugirió.
-No, el trato no incluye que me toques.
Ella asintió, llevó las manos a su espalda y desabrochó su sostén. Yo llevaba uno con broche al frente e hice lo propio. Se inclinó un poco con los brazos extendidos y abiertos. Me pareció poco elegante, pero de esa manera daba una vista superior de su pecho a quien estuviese enfrente, sus senos eran perfectos, redondos, cobrizos. Yo crucé los brazos para empujar cada tirante hacia abajo y luego los bajé dejándolo caer, dejando ver un busto más blanco y menos voluminoso, pero bello.
Carmen traía uno de esos bikinis que se atan a los lados, comenzó desatando el lado contrario a donde él estaba, para luego dejarlo caer. Yo metí mis manos a los costados por debajo del mío y los deslicé acariciando mi cadera y mis muslos, levanté una pierna y luego la otra para terminar de retirarlos. Ahí no había pierde, sé que mi culo es mucho más apetitoso, es mi mejor arma. Volví la vista, él estaba inmóvil y en silencio, pero en su pantalón se percibía un bulto enorme. Notó que lo veía y bajó la mirada.
Carmen abrió la llave de la ducha y me hizo seña de entrar. Ella se puso un poco aparte del chorro y comenzó por los pies, como la vez pasada. Yo había antes decidido respecto a eso, me bañaría a mi modo. Froté mi pelo bajo el agua, tomé el shampoo con olor a jazmín, vertí un puño en el cuenco de mi mano y cerré los ojos para enjabonar mi pelo. Cuando volví a abrirlos ella enjabonaba ya su abdomen, proseguí de igual manera con el enjuague y al volver a abrir los ojos él estaba de pie, descalzo, sin camisa y se quitaba el cinturón. Vio que lo observaba, se detuvo.
-Perdona, nena, ¿está bien si yo...?
-Puedes masturbarte o entrar al jacuzzi, pero no puedes tocarme.
Me hice un moño en el pelo con un lazo rojo que tenía para ese fin en el entrepaño, mientras veía a Carmen enjabonar sus senos y a él terminar de desvestirse con impaciencia. Comencé a enjabonar mi cuello y nuca, los hombros, bajé a los senos mientras. Carmen se aplicaba shampoo, tracé un círculo sobre el izquierdo, luego lo sostuve para enjabonar el pliegue inferior, él me observaba mientras comenzaba a acariciar lentamente su verga a lo largo. Carmen terminó y volvió a verlo. Sonrió, le tendió una mano para invitarlo.
Él entró se paró al lado de ella frente a mí y ambos me veían, Cleopatra puso su mano en el pene erguido de mi amado y lo masturbaba frente de lado, frente a mí, al tiempo que él dejaba sus dedos juguetear en su clítoris. Yo estaba ardiendo, me encantaba ver el cuerpo desnudo de mi amado, oler su excitación, ver las pocas gotas de agua que le alcanzaban escurrir sobre su cuerpo, su verga hinchada, me hipnotizaba también la tersa piel mojada de Carmen, sus ojos que eran todo lujuria, pero no quería un trío, no quería que mi primera noche con él fuese compartida. Hicieran lo que hicieran, no me tocaría ni uno ni otro.
Dejé la esponja y froté entre mis manos el jabón para lavar mi sexo, sentí un temblor al rozar mi vagina expectante, mi clítoris endurecido, moría por tener ese pene erguido que ahora veía de perfil a menos de un metro insertado en mi o al menos los dedos que deslizaba en la vulva de Cleopatra, pero hice un esfuerzo por no acercarme, por no pedir. Enjaboné mis piernas mientras se besaban. Finalmente tomé el jabón de avena y me lavé la cara.
Salí de la bañera a secarme mientras ella le besaba el cuello, y él acariciaba sus nalgas viéndome. Me sequé ligeramente, dejé caer la toalla y tomé la crema con aloe. Comencé a frotarla sobre mi cuerpo mientras las piernas de Carmen subían a la cadera de mi amado, que la ensartaba. No recuerdo haber estado nunca antes tan caliente que cuando lo vi entrar en ella y la escuché gemir. Fui a sentarme a la silla a masturbarme mientras los observaba coger, él recargó su espalda en la pared, sostenía a Carmen por las nalgas y me observaba de lado. Era delicioso insertar mis dedos en mi vagina mientras él me observaba fijamente y penetraba a otra mujer, los tres gemíamos. Yo estaba cerca del orgasmo cuando él, aún dentro de ella, se detuvo
-Nena, ya casi estás, ¿segura que no vienes?
-No. Hoy no.
Él cerró los ojos, yo acaricié mi clítoris un poco más, mientras los veía ensartados, me vine entre gritos. Luego de recuperar el aliento me levanté, salí del baño y los dejé follando, me fui a acostar y me quedé profundamente dormida, satisfecha, con una sonrisa en el rostro y la mano en el sexo.
No supe a qué hora se fue Carmen, cuando desperté el domingo, ella no estaba, pero Marco Antonio, desnudo a mi lado, me observaba dormir.
Ya les contaré...