Vestida de blanco
Hace poco me acosté con Gema, una mujer casada con quien coincido a la salida de colegio de nuestras respectivas hijas. Siendo una mujer culta y una profesional independiente nada hacía sospechar que llevara años guardando secreto tan escabroso.
Introducción : Hace poco me acosté con Gema, una mujer casada con quien coincido a la salida de colegio de nuestras respectivas hijas. Siendo una mujer culta y una profesional independiente nada hacía sospechar que llevara años guardando secreto tan escabroso.
Este relato es la continuación de La marca del pecado. Id. https://www.todorelatos.com/relato/145592/ y está inspirado en la serie
“Historia de mi Infidelidad” de Zorro2013
La Marca de la Infidelidad III
Mi nombre es Roberto, aunque tú puedes llamarme Róber. Hace unos quince días me acosté con Gema, una mujer casada trece años mayor que yo con quien coincido a la salida de colegio de nuestros hijos. No fue la típica aventura entre dos personas casadas. Sin embargo, lo importante es que antes me hizo una escabrosa confesión acerca del día de su boda que me dejó conmocionado. Intentaré escribir sus palabras de forma fidedigna:
Me llamo Gema, tengo ya cuarenta y tres años y me considero una mujer madura y atractiva. Tengo un estudio de arquitectura donde trabajo más o menos media jornada. El resto del tiempo soy ama de casa e intento que mis hijos sólo tengan que preocuparse de estudiar y que a mi marido no le falte de nada, cuando está en casa. Digo esto porque él es informático en una potente empresa de software y viaja muchísimo.
Aunque vengo de una familia acomodada, yo misma creé y he sacado adelante durante doce años una pequeña empresa. De hecho, pienso volver a trabajar a jornada completa en cuanto los niños empiecen secundaria. En resumen, soy y seré una mujer con una vida propia al margen de mi estado civil y cargas familiares.
Ahora soy morena, aunque realmente mi pelo es castaño claro. Como a casi todas mis amigas, las canas me han obligado a teñirme el pelo. Soy una mujer atractiva a pesar de una larga vida cuyos recuerdos ya no sé donde archivar, claro que también me he convertido en una esclava del gimnasio y las dietas. Mido 1,63 metros de altura, peso sólo 50 kg y seguramente te volverás a mirarme el culo cuando pase junto a ti.
Por aquel entonces, Jose aún no tenía barriga pero ya llevaba el pelo muy corto para enmascarar su incipiente calvicie. Contrariamente a mí, él era bastante sedentario. Aún hoy hay que sacarlo a la calle a la fuerza, es un auténtico adicto a la lectura, sobre todo de novela policíaca y fantástica. Aunque no le gusta nada el futbol sí que le encantan las series de ciencia ficción y sigue jugando a juegos on-line a sus cuarenta años. En cierto modo, yo siempre he creído que si seguimos juntos es precisamente por eso, porque nos complementamos igual que los polos contrarios de un imán.
Me prometí con Jose apenas tres meses antes de la boda, él había sido mi novio desde que tenía veinte años. Algunas parejas planifican su boda con muchísima antelación, pero nosotros lo fuimos dejando de lado. Llevábamos viviendo juntos desde que logramos la ansiada independencia económica y la verdad, casarnos nunca estuvo entre nuestras prioridades.
Mi familia no lo veía con buenos ojos, decían que se casaba conmigo por nuestra fortuna. En cambio, yo siempre vi amor sincero en sus ojos. Jose se desvivía por mí y siempre era galante y cariñoso. Yo lo encontraba interesante, divertido y en cierto modo un hombre admirable.
Mi novio llevaba mucho tiempo trabajando para una gran empresa de software y viajaba continuamente, así que había tenido que encargarme yo sola de toda la preparación de la boda. A eso dediqué casi todas las tardes durante esos tres meses, desde reservar el día en la iglesia hasta buscar un pequeño obsequio de recuerdo para los asistentes.
Lo primero fue acordar una fecha libre tanto en la iglesia como en el restaurante, y fue la tarde que acudí a hablar con el cura cuando me enteré de que teníamos que hacer unos cursos prematrimoniales. Menos mal que se podían hacer los fines de semana que Jose solía estar en casa.
La lista de cosas que tuve que disponer resultaría interminable: invitaciones, fotógrafo, flores para la iglesia, viaje de novios, etc. Sin embargo lo que más trabajo me dio fue el vestido de novia y todos sus complementos. Me recorrí todas las boutiques de mi ciudad, varias veces. ¡Qué horror! Y lo peor fue que cuando mi madre, mi amiga, mi hermana y yo nos pusimos de acuerdo en el modelo, tuve que volver otras cuatro o cinco veces para entallarlo y seleccionar los complementos que hicieran juego con él súper vestido.
El otro problema era sin duda una lista de invitados que no dejaba de crecer. La cuestión era peliaguda. Resulta que tanto mis padres como mis suegros tenían “licencia para invitar”. Yo no podía oponerme ya que en realidad iban a ser ellos los que pagarían el coste del banquete. Con todo, aún hubo alguien que me escribió un email al trabajo diciendo:
“Me he enterado de que te casas y… ¡No me has invitado!”
Como no tenía ni idea de quién era respondí educadamente:
“Soy Gema. Disculpa, pero Jose y yo queremos una ceremonia sencilla , tranquila y familiar. Por cierto, ¿Quién eres? Un saludo.”
La respuesta fue del todo inesperada:
“Ya está arreglado. Traje gris marengo y corbata morada. Suerte.”
El fatídico día llegó y mejor o peor todo estaba preparado. Bueno, todo menos yo para aguantar a los amigos de mi novio. Eran por lo menos ocho y se conocían desde el instituto. Los peores elementos eran sin duda el dúo formado por Ángel, apodado “Míster Party”, y Raúl al cual todos llamaban “Puro”, debido por lo visto al tamaño de su… polla. Ángel y Raúl eran unos auténticos cafres y en la práctica dos adolescentes de cuarenta años. Solteros y sin visos de sentar la cabeza, seguían viviendo para salir de marcha cada fin de semana y pasarlo en grande haciendo todo lo que les venía en gana sin tener que rendir cuentas a nadie.
Como ejemplo para saber de qué especímenes hablamos os contaré que una vez los detuvo la policía de La Habana por dormir en el techo de un chiringuito del Malecón. En otra ocasión, fue en un restaurante de Bali donde tuvieron que pagar al dueño el lavabo que rompió “Puro” mientras follaba con una turista australiana. Yo creo que con esto es suficiente para ilustrar cómo era y sigue siendo ese “dúo de la muerte”.
Ya en vísperas, entre todos los amigos de mi novio se comieron el jamón de bellota que mi tío Ricardo nos había regalado. Aquello me puso tan cabreada que le advertí a Jose que cómo sus amigos se pasasen de la raya en la boda, el nuestro iba a ser el matrimonio más breve de la historia.
Un sol esplendido lucía aquella mañana, aunque tampoco lo disfruté gran cosa, porque entre peinado y maquillaje me pasé tres horas en la peluquería. Ya que iba a pasar un montón de horas torturada por el corsé y los tacones, decidí ir a peinarme en chándal, blanco eso sí, del Real Madrid. Fue gracioso cuando Laura, una de mis amigas, me preguntó si pensaba salir corriendo de la iglesia.
Entré a la iglesia con paso firme. Había elegido un suntuoso vestido blanco con brillantes y escote de palabra de honor. Llevaba una larga cola que tendría que evitar pisarme durante la ceremonia y la sesión de fotos, después la desmontaría dejando la falda más corta y práctica que iba debajo. Por supuesto no me había olvidado de llevar: Algo nuevo, los carísimos zapatos también con brillantes y nueve centímetros de tacón; Algo viejo, una esclava de plata de mi abuela; Algo prestado, el bolso a juego de mi amiga Ana Isabel; y algo azul, un conjunto de ropa intima comprado en la misma tienda que el vestido.
Cuando estaba llegando al altar descubrí de pronto al autor de aquel email. Allí estaba, traje gris marengo hecho a medida y corbata morada, en la tercera o cuarta fila. Carlos Andrade, arquitecto colaborador y amante de mi madre. No hizo falta más que una sutil sonrisa para hacerme saber que había sido él.
Aquello no me lo esperaba. Diez años antes había descubierto a Carlos follando a mi madre en casa. Quedé tan alucinada por la intensidad de los orgasmos de mamá que unos meses después yo también caí en los tentadores brazos de Carlos. Así que por increíble que parezca, la chalada de mi madre había invitado a mi boda al único hombre con quien había sido infiel a mi novio.
Ni que decir tiene que me quedé sin respiración cuando el cura pregunto aquello de… “Si alguien aquí puede demostrar causa para que no se unan en sagrado matrimonio, que hable ahora o calle para siempre.” Afortunadamente, Carlos mantuvo la boca cerrada, preservando así mi intachable reputación.
Después de la ceremonia, las felicitaciones y el lanzamiento de arroz, Jose y yo fuimos a hacernos las fotos de recién casados a un lujoso edificio con hermosos jardines llenos de flores.
De regreso, ya en el salón del banquete, Ángel y Raúl no tardaron en empezar a hacer de las suyas. Con un megáfono empezaron a entonar el consabido “¡Que se besen! ¡Que se besen!” Las tres o cuatro primeras veces tuvimos a bien ceder a la ensordecedora petición. Después, para zanjar el tema le exigí a Jose que fuera a su mesa y les incautara el maldito megáfono.
Una vez que se quedaron sin juguete su comportamiento mejoró bastante, y de hecho pronto se centraron en darles coba a mis amigas. Me di cuenta de que Laura se dejaba adular por “Puro”, mientras que “Míster Party” se había decantado por Mari Carmen que no era tan fácil como Laura, pero quién sabe.
Tampoco Carlos perdía el tiempo, a sus cuarenta años seguía siendo un hombre francamente atractivo. Alto, en buena forma, muy moreno, con facciones marcadas y una mirada que encandilaba a cualquier mujer, lo tenía todo de su parte. Así fue, mi prima Piedad que seguía soltera a sus treinta y siete años había sido la más rápida. Sentada frente a él, se había abierto la blusa mostrando su impresionante escote.
Después de los entrantes los camareros sirvieron rápidamente el primer plato, un pastel de pescado. Viendo que todo marchaba bien subí a quitarme la falda de cola, dejando a mi marido al cargo.
Mi hermana se ofreció a acompañarme, pero le dije que no era necesario. De hecho no tardé casi nada en salir de nuestra suite, ya mucho más cómoda, cuando de pronto…
― Ah, hola Carlos ―lo saludé en el pasillo.
― Hola, Gema. Estás guapísima.
― Gracias.
― Perdona que me haya colado en tu boda sin avisar. ¿Te dijo tu madre que me había invitado? ―se disculpó.
― No, no sabía nada.
― Espero que no te moleste ―preguntó cortésmente.
― Qué va. Por qué me va a molestar.
― Bueno, ya me quedo más tranquilo entonces.
― Por cierto, gracias por no contar nada ―dije tácitamente bajando la voz pues me refería a mi infidelidad de diez años atrás, cuando dejé que él me follara siendo ya novia de Jose.
― Espero que seas buena a partir de ahora ― contestó burlonamente sin mucha esperanza.
― Lo intentaré, pero no prometo nada.
― En ese caso, ya sabes que puedes contar conmigo ―subrayo maliciosamente.
Le lance una mirada de recriminación.
― Me parece que tú ya tienes bastante con mi prima ―le hice saber.
Disculpándome le dije que debía bajar a dar la cara, ya que yo era la culpable de todo aquel follón.
El banquete transcurrió sin más incidencia que la caída de una bandeja con cafés y una pequeña parodia que los amigos de Jose habían preparado para burlarse de su afición a los videojuegos. Todos ellos se disfrazaron de personajes de videojuegos y representaron una serie de combates en medio del salón de bodas. Rául, disfrazado de Picachu, fue el vencedor.
Después empezaron el baile y los cubatas. Bailamos, cantamos e hicimos tonterías sin mesura. También tomaron unas cuantas fotos en grupo y por parejas para la posteridad. Poco a poco los invitados de más edad se fueron marchando, mientras que los jóvenes se atrincheraron en la barra del bar.
A eso de las tres de la madrugada sacaron la fondue de chocolate con frutas que habíamos acordado con el restaurante y apagaron la música. Entonces, los amigos de Jose sacaron unas guitarras y se pusieron a improvisar decididos a no marcharse de allí por las buenas.
A las cuatro, Jose y yo dimos por concluida la ceremonia y nos despedimos explicando que al día siguiente saldríamos de viaje rumbo a Estambul. Fue entonces cuando nos encontramos con la última de las bromas de los amigos de mi marido. Habían atornillado un tablero de madera a la puerta de nuestra suite, dejando un destornillador colgando de una escarpia.
― ¡Qué cabrones! ―exclamé un poco harta.
― Luego nos reiremos, pero ahora me cago en su puta madre ―blasfemó mi ya esposo.
Jose empezó a quitar los tornillos cuando de pronto vi que Carlos y mi prima salían del ascensor.
― Buenas noches ―se despidieron con prisa, entrando en la habitación de al lado.
― Buenas noches ―respondimos.
Un poco más tarde, cuando Jose logró al fin quitar uno a uno la docena de tornillos, pasé derecha al baño. Cuando empecé a desmaquillarme y en medio del silencio de cuarto de baño entreoí las voces provenientes de la habitación de al lado.
― Cómetelo, cómetelo ―decía una voz angustiada y supuse que Carlos estaba comiéndole el coño a mi prima.
― ¡Agh! ¡Agh! ¡Agh! ¡Ummm! ¡Sííí!
Oyéndola jadear, acaricié mi sexo por encima de la braguita, pero haciendo uso de mi exigua sensatez dejé de hacerlo antes de que fuera demasiado tarde. Terminé con el maquillaje y empecé con las al menos treinta horquillas que llevaba en el pelo.
― ¡Cuidado con los dientes! ―oí de pronto.
Mi prima debía estar dando buena cuenta del pollón de Carlos, e intuí sus dificultades. Sabía por propia experiencia que Carlos poseía un miembro nada desdeñable. Una de esas impresionantes vergas que para poderla chupar tienes que abrir la boca tanto como puedas, y que muy hábil has de ser para lograr mamar más de la mitad.
Comencé de nuevo a masturbarme, esta vez con ganas y por debajo de las braguitas. Rememoré la sensación de tener la verga de Carlos en mi boca, el aroma de mi coño en su polla después de que me hubiera hecho gozar. Aquel día, para evitar el riesgo de quedar embarazada, le mamé la polla hasta lograr que se corriera. Estaba acostumbrada a hacerlo con mi novio, pero Carlos no se conformó sólo con eyacular en mi boca. “Como escupas me llevaré tu ropa y te dejaré aquí desnuda. ¡Has entendido!” Nunca sabré si de verdad Carlos habría cumplido su amenaza, lo que sí sé es que aquella fue la primera vez que tragué el esperma de un hombre. Tenía veinte años.
Seguía masturbándome con mi dedo medio. Ataqué frontalmente mi clítoris abriendo una espantosa brecha de donde empezó a manar mi lúbrico placer.
― Ummm… Ummm… Ummm ¡Aaaaaagh! ―gemí silencio para no ser descubierta espiándoles.
“Ufff” Resoplé recuperando la cordura tras gozar conmigo misma, y empecé a desvestirme. Me dejé el sujetador, las medias blancas y los zapatos, pero tuve que cambiarme de bragas… Me puse también el bodi de encaje con tirantes que había comprado en Oysho para esa noche tan especial. Nada más me faltaba una cosa… el lubricante.
A pesar de haber sido novios durante doce años, nunca le había permitido a Jose que me sodomizara, de hecho no se lo había permitido a nadie. Al principio esgrimí diferentes razones para no hacerlo, pero ante su insistencia comprendí que la única alternativa era negarme rotundamente sin más.
Lo que nunca le conté a nadie era que tras mis primeras experiencias había decidido otorgarle ese privilegio al hombre que se casara conmigo. Yo había oído decir que las chicas gitanas sólo lo hacían por detrás para llegar vírgenes al matrimonio, y yo había decidido hacer lo justo lo contrario. Mantener mi culito virgen hasta mi noche de bodas. Esa era la sorpresa que le tenía reservada a Jose tras darme el “Sí quiero”. Sin embargo, cuando salí del baño con el bote de gel en la mano Jose dormía como un tronco sobre la cama y completamente vestido.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Los jadeos de mi prima no dejaban lugar a duda, la estaban follando con ganas. Mientras que yo me había quedado compuesta y sin “novio”, nunca mejor dicho. No daba crédito a la mala pasada que me había jugado el destino. Qué ironía.
No me faltaron ganas de darle a Jose un buen empujón y tirarlo de la cama que no se había ganado el derecho a usar, pero en vez de eso me aproximé a la pared y seguí escuchando como al lado ponían a prueba el somier.
Las embestidas y jadeos se interrumpieron un par de veces, volviendo poco después. También oí como mi prima dijo que se corría, pero entonces…
― ¡Eh! ¡Eh! ¡Por ahí no! ―protestó mi prima.
― Relájate. No seas boba ―le regañó Carlos.
― No ves que tengo… ―dijo ella como justificándose.
― Si te relajas no pasará nada. Lo haré despacio ―insistió él de nuevo.
― Sí claro. La última vez me estuvo doliendo una semana, y mi jefe no la tiene tan grande como tú.
“Caray con la mosquita muerta”, pensé al oír aquello.
Mi prima se opuso categóricamente y supuse que Carlos le haría lo mismo que a mí diez años antes, obligarla a ponerse de rodillas y chuparle la polla. Pero me equivoqué.
― ¡¡¡FUERA!!! ―gritó colérico.
― ¡¡Pero qué…!! ―protestó mi prima espantada.
― ¡¡¡LARGO DE AQUÍ!!! ―exclamó Carlos abriendo la puerta.
― ¡Deja que me vista! ―suplicó Piedad.
Hubo ruido, se escuchó algo caer al suelo y “PLASH” la puerta se cerró de sopetón.
Carlos la había echado. Quizá tendría que haber mirado para saber si Piedad estaba bien, pero decidí no hacerlo. Imaginé a mi prima vistiéndose a toda prisa en el pasillo y supuse que aún sería más vergonzoso para ella. Poco después oí como se marchaba, y tuve que ir apresuradamente al baño. Llevaba rato aguantándome las ganas de orinar.
Menuda situación, al final nadie iba a dormir a satisfecho aquella noche, y lo más perturbador del caso es que tanto Carlos como yo queríamos casi lo mismo. Él se había mosqueado con mi prima porque ésta no le había dejado que se la metiese por el culo, y justamente yo me había quedado con las ganas de que mi marido me hubiese hecho saber que siente una mujer al ser sodomizada.
“Toc – Toc”
Casi me da un infarto cuando oí que llamaban a la puerta. Me quedé paralizada sin hacer ruido, pero enseguida volvieron a llamar.
“Toc – Toc”
“¡Por Dios, qué hago!” Pensé totalmente azorada.
Podría haberme quedado en silencio donde estaba, pero en aquel preciso momento la malvada pantera que siempre he llevado dentro sacó sus afiladas garras y me obligó a abrir.
― ¿Qué pasa? ―dije asomando sólo los ojos a través de la puerta entornada.
― Me imagino que lo habéis oído todo, y en fin, lamento el espectáculo ―se excusó.
― No lo sientas por mí, si no por ella ―dije dando a entender que debería pedirle disculpas a mi prima.
― Sí, bueno ―dijo inclinando la cabeza mostrando arrepentimiento― Déjalo. Buenas noches.
― No te preocupes, Jose se quedó durmiendo nada más llegar ―le revelé.
― No fastidies… ―dijo perplejo.
Entonces caí en la cuenta de que sí había alguien a quién le había dado a entender que mantendría mi culo virgen hasta el día de mi boda. A él, justo a él. Sofocada toqué inconscientemente el anillo de recién casada.
En lugar de marcharse, Carlos permaneció inmóvil mirándome y sacando conclusiones, hasta que tendiéndome la mano dijo…
― Ven.
Me quedé petrificada. Me estaba proponiendo que me fuera con él, que le fuera infiel a mi marido en nuestra noche de bodas.
― Espera ―dije sin dar crédito a mi osadía. Me puse el albornoz y cuando ya iba a salir me di la vuelta y metí en el bolsillo el frasco que había dejado en el aparador.
Me sentía súper excitada, así que en cuanto entramos en su habitación dejé caer el albornoz y me lance a comerle la boca recorriendo con mis manos toda su formidable anatomía.
Carlos comprendió de inmediato que debíamos darnos prisa y no tardó en alcanzar mi sexo. Como cabía esperar lo encontró bastante húmedo y no dudó en meterme uno de sus dedos.
¡Aaagh! ―me hizo gemir.
Ciertamente era un buen amante, siempre cariñoso y apasionado, pero también enérgico llegado el momento. Lamentablemente no teníamos tiempo, así que me separé de él, me agaché y le ofrecí el frasco de lubricante mirándole a los ojos.
A continuación, me coloqué a gatas sobre la cama sin siquiera quitarme los zapatos. En aquella postura Carlos tenía a la vista mi hermoso trasero. Le estaba pidiendo de forma explícita que me sodomizara inmediatamente.
Sin embargo, cuando Carlos se aproximó se sentó en el borde de la cama y cogiéndome del brazo me obligó bruscamente a reclinarme sobre sus rodillas. En un instante pasé de sentirme como una golfa seductora a una niña malcriada que iba a recibir su merecido. Me bajó las bragas un poco y…
¡Plash!
―¡¡¡Aaah!!! ―grité espantada. Me había atizado en serio. Aunque era obvio lo que iba a hacer el primer azote me había pillado desprevenida haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera.
¡¡Plash!!
― ¡Agh! ―sollocé aguantando estoicamente el segundo.
¡¡¡Plash!!!
― ¡Au! ―protesté con malestar para hacerle saber que estaba haciéndome daño de verdad.
Cuando ya esperaba el siguiente, la mano de Carlos acarició mi culo con delicadeza. La palma de su mano debía estar dibujada a fuego sobre mi piel. Entonces percibí una inesperada sensación de frescor justo en el surco que divide mi culo y supuse con acierto, que Carlos acababa de derramar lubricante entre mis nalgas. Sin más emprendió una delirante estimulación simultánea. Al mismo tiempo que sus dedos rozaban mi inflamado sexo su pulgar merodeaba por mi culito embadurnándolo de lubricante. Poco a poco Carlos fue trazando unos círculos cada vez más pequeños hasta que su dedo gordo quedó completamente encajado en mi ano. Sabía lo que vendría después y en cuando noté una ligera presión de aquel dedo contuve la respiración…
― ¡Ogh! ―gemí un poco desconcertada, descubriendo de inmediato que la sensación era semejante a la que se siente en sentido salida.
― No aprietes ―me amonestó Carlos de forma severa, casi como si fuera un médico haciendo una exploración.
Postrada sobre sus rodillas cerré intuitivamente los ojos concentrándome por completo en aquel torrente de sensaciones. Afrontaba algo perturbador y sutilmente distinto. Carlos fue horadando poco a poco mi agujerito con sumo cuidado, hasta que tuve su pulgar metido por completo en mi culo. Permaneció con su pulgar hasta el fondo durante unos segundos y entonces comenzó a meterlo y sacarlo cada vez más. Me dejé llevar por aquella sensación indescriptible, no tardando en empezar a jadear lánguida y dócilmente mientras era sodomizada por primera vez en mi vida.
¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah!
La suma aritmética de ambos placeres hizo multiplicarse rápidamente mi deseo de ser follada por aquel hombre. En pleno furor sexual me di cuenta de que estaba llenando su mano con mis fluidos íntimos, y supe que de seguir no iba a tardar en derramarme completamente, pero de improviso...
― Ponte de pie ―ordenó arrancándome las bragas sin ningún miramiento.
En cuanto estuve erguida delante de él me indicó que me quitara el sujetador. Tardé unos segundos en reaccionar. Siempre he sentido mucho complejo de mis tetas, son muy grandes y no puedo evitar sentir mucha vergüenza de que me vean desnuda.
Cuando lo hice, Carlos me miró de arriba abajo. Haciendo acopio de orgullo me erguí sobre los tacones y, a la vez que enlazaba mis manos por detrás de la espalda, saqué pecho como hacen las modelos. La expresión de Carlos vino a reconocer que tenía ante sí a una mujer soberbia, y recién casada. No evité sonreír con suficiencia.
Carlos continuaba sentado en el borde de la cama cuando metió la mano entre mis piernas y acercó su boca a uno de mis pezones. Al atraparlo entre la punta de su lengua y los dientes juro que vi al mismísimo Dios en persona.
― ¡Aaaaaaaaaaaagh! ―gemí mientras me corría instantáneamente como una adolescente entre fuertes espasmos y temblores.
No se entretuvo mucho, y echándose hacia atrás apoyo las manos sobre el colchón. Con aire fanfarrón, fue él entonces quién alardeó de verga. Su miembro, grande y pesado reposaba sobre su vientre escultural. En plena erección un puñado de venas lo recorrían como lianas de hiedra dándole un aspecto aún más vigoroso.
Para entonces el acuciante picor entre mis piernas era casi inaguantable. Sí, sentía unas ganas terribles de que Carlos me metiera aquella enorme polla. Por suerte no me hizo esperar.
― Móntate sobre mí. Pero métetela en el coño ―me indicó de forma autoritaria.
Con sumo descaro, antes de obedecerle le di a aquel manjar un par de fuertes chupadas. ¡Qué maravilla por Dios! Después me senté a horcajadas sobre él y al acoplarnos lleno por completo mi sexo haciéndome alucinar.
En esa postura volvió a coger el bote de gel y untándose bien los dedos se puso a martirizar de nuevo mi agujerito de atrás.
Cabalgaba sobre su miembro con furor, meneando las caderas como una loca. Carlos había retomado el adiestramiento de mi trasero con tanta determinación que en un par de ocasiones tuve que reclamarle que tuviera cuidado.
― ¡Ay, para, para, para! ―protesté al sentir como metía varios dedos al mismo tiempo. Ciertamente, ya debía tener un buen agujero.
De pronto me alzó haciendo salir completamente su miembro de mí, y cuando empezó a dejarme caer noté con estupor como esa mole colosal se encajaba entre mis nalgas.
No sé si fue el lubricante, la postura o la laboriosa dilatación. El caso es que tras una exigua resistencia inicial la polla Carlos se abrió paso en mi culo con sorprendente soltura.
¡¡¡OOOOOOOOOOOOOOOH!!!
Terriblemente afligida, no dejé de sollozar hasta que mi trasero se posó sobre sus caderas. Con los ojos cerrados, quedé paralizada, consternada. Nunca había sentido como mujer una plenitud semejante.
Después de perpetrar aquella contundente inauguración, Carlos me dejó unos segundos para que pudiera recobrarme. Después me volvió a elevar con sus fuertes brazos dejándome caer sin más.
¡¡¡AAAAH!!! ―aullé al notar como su polla se clavaba con estrepito en mi culo.
Para evitar que lo volviera a hacer le obligué a tumbarse y así tomar yo las riendas. Empecé a moverme con lentitud, deleitándome al notar como la durísima polla de Carlos iba saliendo suavemente para luego volver a penetrarme a fondo.
― ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaaaaaah! ¡Ssssssh! ―sollozaba cada vez que entraba.
― ¡Muy bien, nena! ¡Así! ¡No pares! ―exigió agarrándome las tetas.
Apenas un minuto después mi culo se había amoldado al diámetro de la polla de Carlos. Frotando con saña mi húmedo sexo sobre su pubis fui acelerando el ritmo casi sin darme cuenta. Traicioneramente, mi mano derecha empezó a estimular mi pringoso coñito, redoblando mi placer y llevándome de nuevo a un electrizante orgasmo. Aquella punzada atravesó mi espalda hasta la base del cuello dejándome paralizada.
― ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah! ―grite enloquecida y cayendo de bruces sobre su torso.
Carlos volvió a concederme unos segundos de sosiego.
― ¿Estás bien? ―me preguntó al rato.
― ¡Ufff! Creo que no he estado mejor en mi vida ―contesté exagerando.
― Te dejaría que siguieras así toda la noche, pero creo que… es hora de que tengas eso por lo que has venido.
― ¿Eh? ―gesticulé sin entender que quería decir.
Sin más, Carlos hizo que me quitase de encima. Me sentí horrorizada por la forma tan grosera con que me la sacó.
― ¡A cuatro patas! ―ordenó tajantemente.
Mientras lo hacía caí en la cuenta de que era la segunda mujer a la que Carlos follaba aquella noche, y por consiguiente no podría aguantar mucho. Así que me puse a cuatro patas convencida de lograr una rápida victoria.
― No… en el suelo ―especificó Carlos cuando me vio colocarme sobre la cama.
Estuve a punto de protestar pero en lugar de discutir, estiré de la colcha y la tiré sobre la moqueta.
― De casadas sois mejor, mucho mejor ―dijo Carlos con satisfacción colocándose detrás y acercándose a mi oreja susurró― Ahora sí voy a darte por culo, lo entiendes.
― Sí ―afirmé con enojo. Aquello sobraba.
― Si quieres echarte atrás, es el momento ―dijo dándome una última oportunidad.
― Hazlo de una vez.
― Bien Gema, tienes de saber que no pararé aunque grites, aunque llores o supliques. No, sólo pararé cuando acabe dentro de ti.
Dicho esto, cogió de nuevo el lubricante rociando con generosidad su polla y mi ano.
Me la metió con más delicadeza de la esperada después de oír sus últimas palabras. Fue solo un acto de cortesía pues en seguida empezó a follarme el culo con energía.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah!
No fue ningún farol. Carlos me agarró con fuerza de las caderas y empezó a embestir con violencia mi trasero. El libidinoso sonido de nuestros cuerpos al chocar daba fe de la intensidad con la que me estaba sodomizando.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
Si al principio estaba segura de aguantar, después de tener otro orgasmo bestial entre alaridos y jadeos me empezaron a entrar dudas. El temple y casi la frialdad de aquel hombre contrastaban con la pasión y fuerza de su polla que con tanto ahínco me enculaba.
¡Aaagh! ¡Aaagh! ¡Ummm! ¡Oooh, joder!
Con cada arremetida Carlos hacía saltar y balancearse mis tetas como si fueran dos grandes campanas. Aquello, que siempre me había parecido bochornoso no era nada comparado con lo que aquel animal estaba haciéndome. Me estaba dando por culo.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
Todo empezó a dar vueltas, y no en sentido figurado si no realmente ya que Carlos me hizo cambiar de postura en varias ocasiones, eso sí, sin sacármela en ningún momento. Me folló de pie contra la pared, tumbados sobre la cama, con mis tobillos sobre sus hombros… Tal y como Carlos había pronosticado, después de ser sodomizada a placer durante quince o veinte minutos y de perder la cuenta de los orgasmos que había tenido, empecé a suplicarle que se corriera.
― ¡Me escuece, Carlos! ¡Me escuece! ¡Córrete por Dios!
Por suerte para mi ano, Carlos hizo caso a mis súplicas y empezó a penetrarme como un animal pero de pronto se quedo inmóvil.
― Siéntelo nena. Siéntelo.
― ¡Sí! ¡¡¡Síííí!!! ―noté su polla estremecerse con cada descarga y un calorcito difuso que se fue extendiendo por mi recto.
Entonces dijo…
― Coge el frasco… y tu ropa, es hora de que te lleve con tu legítimo esposo.
― ¡No, por favor! ¡Qué vas a hacer!
A pesar de mis protestas, Carlos se puso de pié con su verga aún dentro de mí. Cuando entramos en mi suite mi marido estaba tal cual, roncando como un venado. Carlos me dejo sobre la cama y cuando me la sacó del culo fue como si descorchara una botella. De mi conmovido trasero broto una buena cantidad de semen manchando la colcha de la cama.
Para terminar el escenario del crimen le solté a mi marido el cinturón, le desabroché el pantalón y le bajé la cremallera.
A la mañana siguiente Jose no daba crédito a lo que veían sus ojos. No podía entender cómo no lograba recordar nada de nada, pero mi culo escocido y su esperma sobre la cama eran pruebas irrefutables de lo ocurrido, o eso creyó él. Por fortuna, uno de los amigos de mi novio que había dormido en el piso inferior termino de convencerlo…
― Macho, cómo Gema grite siempre así os van a denunciar los vecinos. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
CONTINUARÁ.