Vértigo

(Tercer relato escrito a duo) No quería caer en la tentación, pero no pudo evitarlo.

VERTIGO

Mi vida desde que le conocí ha cambiado mucho y aún no puedo entender como ha sucedido, y como me he convertido en una mujer infiel. Le conocí casualmente, yo volvía de la compra cargada de bolsas y al llegar frente a mi portal, tropecé con él, de modo que algunas de las bolsas que llevaba cayeron al suelo. Muy amablemente, él me ayudó a recogerlas y al mirarnos a la cara, me quedé embobada. Era el hombre más atractivo que jamás hubiera visto, y, además, tenía algo en la cara, no sé... una especie de malicia o picardía que le hacía aún más atractivo.

  • ¿Vives cerca? – Me preguntó cuando ya tuvimos todo recogido.

  • Sí, justo en ese portal – le indiqué.

  • Entonces te ayudo a subirlas.

  • No hace falta – traté de excusarme – puedo yo sola.

  • No, es mejor que te ayude o volverás a tropezar y no estaría bien que una mujer tan preciosa como tú se hiciera daño.

  • No, de verdad, no hace falta. Total estoy a dos pasos.

  • Aunque sea sólo hasta el ascensor – insistió él.

  • Esta bien – acepté finalmente dirigiéndome hacía mi portal.

Al intentar ayudarla a recoger las bolsas su mano rozó ligeramente la mía y noté en el brillo de sus ojos ese algo especial, que denotaba que era una hembra sedienta, el brillo de unos ojos de deseo. Cuanto tiempo me había costado dar con esta mujer, lo cierto es que me gusta tomarme mi tiempo escogiendo a una chica hermosa. Para mí es todo un reto conquistarlas, pero con dos condicionantes primordiales: Que sea preciosa, como es ella y que esté casada, eso le añade una dificultad más, vamos, todo un handicap. Desde ese día en que la vi en el gimnasio, sabía que esa mujer iba a ser mía, me iba a costar más o menos, pero lo sabía. Puede sonar pedante, pero es una cuestión de orgullo y placer personal, no lo puedo remediar y hasta que no lo consigo no paro. Accedí a su ficha en el club. Me costó unos cuantos euros la información. Pero por fin la tenía ahí, delante, sola, para mí.

Se mostró reacia a que un desconocido como yo le ayudara, aunque fuera tan solo hasta el ascensor, incluso me enseñó su anillo de casada varias veces, a modo de mensaje: "terreno minado, peligro". Pero esa mujer tenía todas las papeletas para dejarse llevar, para caer en el juego que ella misma estaba buscando. Estaba todo reflejado en unos ojos que decían que no era poseedora de todo lo que quería, que hacía mucho que no tenía una noche loca de las de verdad. ¿Por qué me gustarán tanto las mujeres casadas? El caso es que me da un morbo terrible y es que no sé que las veo, que al final caen en mis redes, engañan a sus maridos e incluso hacen cosas que nunca harían con ellos. Sé que no está bien, que no actúo correctamente, pero en el fondo, les estoy haciendo un favor, les estoy dando lo que necesitan. Antes de retirarme y después de haberle ayudado caballerosamente con la compra, le di un beso en la mano, al más puro estilo don Juan. Ella sonrió y se veía preciosa.

  • Perdona, no sé tu nombre.

  • Eh... Carmen, me llamo Carmen.

Mentía, ya que tenía toda la información, pero me hice el desentendido.

  • Ah precioso nombre. Nos vemos, Carmen.

  • ¿Y tú como te llamas? – Le pregunté.

Jorge.

  • Me sorprendió su seguridad al decir que nos veríamos otra vez, para mí era un completo desconocido al que no había visto nunca antes. No sé por qué aquel gesto tan caballeroso de besar mi mano me gustó y mucho. Sobretodo porque hacía bastante tiempo que ningún hombre, ni siquiera mi marido, era así de caballeroso conmigo. Pero en los siguientes días, aquel hombre y su cortesía pasaron al más recóndito lugar de mi memoria, hasta el día en que volví a verle. Era un lunes, y yo había ido al gimnasio como tenía costumbre. Estaba haciendo bicicleta cuando le ví en una de las cintas andadoras, me miró y me sonrió, yo también le sonreí al reconocerle. Me saludó:

  • Hola, ¿cómo va todo?

  • Bien. No sabía que vinieras a este gimnasio.

  • Sí, por eso te dije que nos veríamos.

Quise que no se asustara, que no pensara que era un sádico o algo parecido, pero creo que en el fondo lo soy, al menos algo sátiro.

  • No, no te asustes. Ha sido casualidad. Creo que estamos destinados a encontrarnos.

Se quedó pensativa.

  • Verás, te voy a ser sincero. Me fijé en ti hace bastante tiempo.

  • ¿Como? ¿Hace tiempo?

  • Sí, unos meses. Y sentí algo raro, no sé, necesitaba tenerte cerca y la suerte o el azar quiso que el otro día me encontrara contigo en tu portal. Me sentí dichoso.

Volvió a quedarse pensativa ante mi nueva medio mentira.

Me sentí halagada al saber que le interesaba, pero también algo frustrada. Por mucho que gustara a los hombres, era una mujer casada y lo último que haría en la vida sería ponerle los cuernos a mi marido, por muy guapo y atractivo que fuera el pretendiente.

  • Pues siento decepcionarte, pero estoy casada y quiero mucho a mi marido - le dije para dejar las cosas claras.

  • Bueno, tampoco creo que hagamos nada malo si charlamos y tomamos algo ¿no? - Me propuso sonriéndome.

Y no sé si fue su sonrisa o esa picardía que tenía en los ojos, pero no pude decirle que no, a fin de cuentas, tomar algo y charlar no me comprometía a nada más y no había nada malo en eso y en que tuviera un amigo. Mi marido tenía muchas amigas y eso no significaba que me fuera infiel ¿no?. Además, si él intentaba algo más, con ponerle un límite, era suficiente, pensé.

  • Está bien, tienes razón.

  • Entonces ¿puedo invitarte a un café?

  • Sí - acepté.

Un café no se me podía negar, a pesar de repetirme en varias ocasiones que estaba casada. El caso es que cuanto más lo decía, más me apetecía conquistar ese terreno prohibido, vetado, cerrado. A veces las mujeres parece que con esa coletilla de estar casadas, están invitándole a uno a que ataque. Me miró sorprendida por mi atrevimiento y se la veía ciertamente algo cohibida. Típica estampa de mujer a la antigua usanza, a unos niveles muy tradicionales y con un marido que no le da todo lo que ese cuerpito tan rico pedía.

La verdad es que la tía estaba imponente, tenía un culo precioso y unos ojos que te dejaban patidifuso. Las caderas bien marcadas, la cintura estrecha, unos muslos apretados, unas tetas ni grandes ni pequeñas, sino de ese tamaño justo, un cuello que pedía ser mordido sin parar, un pelo travieso, una naricita respingona.

¿Cómo la chupará? Pensé. Desde luego tenía unos labios que parecían carnosos y una lengua que al verla tomar el café parecía como una serpiente, mmmm, no podía dejar de imaginármela. Tenía que hacer virguerías con esa boca.

  • ¿Qué pasa? - Me preguntó de pronto, ante mi descarada y minuciosa observación.

  • No, nada, me preguntaba dónde andaba yo hace un tiempo para haberte conocido, es una pena que no estés libre. Si no fuera así, te haría la mujer más feliz del mundo.

Su forma de mirarme me incomodaba y también su actitud conmigo, siempre parecía tener alguna excusa para rozarme la mano o el brazo... No podía negar que me atraía, pero...

De repente ante su intensa mirada no pude evitar imaginarme desnuda ante él, excitada y ansiosa por... Pero no, aunque él me hiciera sentir así, era una mujer casada y no podía pensar esas cosas. Sonreí ante su última frase y añadí:

  • Bueno, gracias a Dios, soy bastante feliz en mi matrimonio y no puedo quejarme.

  • ¿Seguro? No sé, ¿cuánto tiempo llevas casada?

  • Diez años.

  • ¿Y tienes hijos?

  • No. Es que mi marido no quiere tenerlos dice que los niños son un estorbo.

De nuevo su mano rozó la mía y un escalofrío recorrió mi espalda. No sé como lo conseguía, pero sus gestos, sus miradas, todo en él me hacían sentir tan excitada. Jamás había sentido nada igual con ningún otro hombre y eso me ponía nerviosa. Por eso miré el reloj y le dije:

  • Bueno, la conversación es muy amena, pero debo irme, tengo muchas cosas que hacer.

  • Vaya, ¿Te tienes que ir tan pronto?

  • Sí, tengo algo de prisa – añadió con poco convencimiento.

  • ¿Y me vas a dejar aquí solo?

  • Sí, perdona pero es que estoy liada y.... otro día nos vemos.

  • Vale. Te tomo la palabra.

  • Bueno, nos veremos por aquí en el gimnasio.

Se la veía incómoda, asi que tuve que improvisar algo para que no se me escapara tan pronto. Esa mujer me gustaba demasiado.

  • ¿Te has hecho algún masaje aquí en el gimnasio?

  • ¿Cómo?

Sus ojos, preciosos, eran de total sorpresa.

  • No, no te propongo nada que pueda interferir en tu matrimonio, tranquila. Es que tengo que terminar cuatro sesiones de masajes antes de que acabe el mes y no me va a dar tiempo a gastarlas.

  • Bueno yo...

  • Mira te las traigo mañana y te vienes con tu marido ¿Te hace?

  • Vale, perdona, pero tengo que irme.

Se la veía apurada por toda la situación, pero parecía que mi plan estaba funcionando bien, muy bien. Me agarré a su cintura y le di un beso en la mejilla muy cerca de la comisura de sus labios. Aquella mujer estaba ardiendo.

El beso me había puesto aún más nerviosa y ni siquiera sabía porque había aceptado esas sesiones de masaje. Estaba claro que el tío quería algo más, estaba segura, y algo en mi cabeza me decía que no debía volver al día siguiente, ni sola ni con Paco, pero... ¡Estaba excitada, como nunca antes lo había estado! ¡Y todo por una simple conversación con un casi desconocido! ¡No me lo podía creer! Quizá fue eso lo que a la hora de comer cuando Paco me preguntó que había hecho, me llevó a contarle lo del chico que había conocido y las sesiones de masaje que me había ofrecido. Yo esperaba otra reacción de Paco, pero sorprendentemente me dijo que no me preocupara que al día siguiente, como cada martes, me acompañaría al gimnasio. Saber que al día siguiente Paco iría conmigo me tranquilizaba un poco, pero no del todo. Porque presentía que Jorge escondía algo, había algo en su mirada que no acaba de gustarme, y me decía que no debía fiarme de él.

Sentía que estaba excitada, no había más que ver el calor que despedía su piel, con ese aroma que me había impregnado con su beso. Esperaba que no se hubiera asustado y su marido nos sirviera de excusa para el tema de los masajes, cualquier motivo era bueno para estar a su lado. Me presentó a su marido:

  • Mira este es Paco.

  • Hola Paco, encantado de conocerte. Tienes una mujer muy simpática.

  • Gracias. También quiero agradecerte los bonos para el masaje, nos vendrá muy bien.

  • No es nada, yo no los iba a gastar todos.

El marido no parecía inmutarse y encontró normal que un desconocido le entregase unos bonos a su esposa sin saber que el único objetivo iba a ser comérsela a sus espaldas. Ella me miró, intentando buscar en mis ojos algo que le diese una respuesta, pero cada cosa a su tiempo.

No sé porque estaba tan nerviosa y excitada. Sólo con sentir sus ojos sobre mí un extraño calor invadía todo mi cuerpo. Parecía que a Paco le había caído bien. Tras darle las gracias por los bonos le dije a Paco que iba a ir a la piscina, necesitaba nadar y relajarme un poco en la zona de aguas termales. - Entonces yo me iré al gimnasio, tengo que quemar todas estas grasas que estoy acumulando

¿Me acompañas? - le preguntó a Jorge.

  • Claro.

Acompañé a Paco para no levantar ningún tipo de sospechas, pero mi plan estaba funcionando a la perfección. Esa mujer estaba nerviosa y excitada, eso estaba claro. No pude evitar imaginármela en la piscina, con un bañador bien ceñido, lo que me puso más caliente todavía. Lo que aun no sabía era como despistar al marido para continuar con los ataques. En principio estuve charlando con él amigablemente y descubrí que teníamos gustos en común, además de su esposa. En aquel momento pensé que Paco sería fácil de engatusar, estos tipos son bastante descuidados en los detalles y posiblemente tendría unos cuernos en breve.

Saber que no le iba a tener cerca me tranquilizaba, aunque me había decepcionado un poco saber que prefería subir al gimnasio. Mientras nadaba podía verles a través de las mamparas de cristal que había sobre las gradas. Ellos también me miraban y vi como Jorge no me quitaba el ojo. La verdad era que estaba guapo con el pantalón corto y la camiseta. Tenía unas piernas bastante musculadas y un culito... Tras varios largos me dirigí a la zona de aguas termales, donde extrañamente, aquel día no había casi nadie. Me puse bajo los chorros de masaje y dejé que el agua resbalara por mi espalda, ya que tenía las cervicales muy adoloridas. Después de estar un rato bajo los chorros, me dirigí a la sauna. Un poco de calor me iría bien para abrir los poros y eliminar toxinas y calmar quizá, esa excitación que la visión de Jorge con los pantalones cortos me había producido.

La cosa no podía salir más redonda cuando le dije a Paco que tenía que gastar los bonos de masaje.

  • Es verdad, esperaré a que venga mi esposa para ir juntos.

  • Bueno, me gustaría comentarte algo al respecto.

Parecía sorprendido.

  • Dime, ¿De qué se trata?

  • ¿Te gustan las mujeres asiáticas?

  • ¿Qué si me gustan? Claro.

  • Pues precisamente son las que mejor dan los masajes y la que me los da es una virtuosa con las manos, además de preciosa.

  • ¿En serio?

  • Claro, por eso quería advertirte, no quisiera perjudicarte o que te sintieras incómodo delante de tu mujer. Mejor que vayas tú solo al masaje y luego vaya ella. ¿No te parece?

  • Tienes toda la razón Jorge. Eres un amigo, gracias por esa información. Aprovecharé ahora y así ella no se enterará. Estoy deseando darme un masaje.

  • Te creo.

No podía creer que todo me estuviera saliendo con tanta facilidad. Paco cayó en la trampa y ahora era el turno de su mujer, pero ella ya estaba en el bote, lo presentía. Al entrar en la sauna me encontré con ella y no pareció sorprenderse tanto, era como si lo estuviera esperando. Su cuerpo estaba tapado únicamente con una toalla. Estaba preciosa, con el cuerpo sudado y brillante. Acaricié su rodilla y ella me retiró la mano, sin duda quería que siguiera, pero había algo que le mantenía a la defensiva. En definitiva, el juego era así, yo voy, tú no quieres, pero al final ocurre lo que ocurre.

El roce de su mano en mi rodilla me excitó, pero reflexivamente la aparté. Volvió a ponerla y se pegó a mí, cogiéndome por la cintura y acercándome a él. Me besó en los labios y yo intenté apartarlo, pero él se resistió y finalmente dejé que su lengua entrara en mi boca. Saber que alguien me estaba besando mientras mi marido estaba cerca de nosotros me excitaba y me incomodaba a la vez. Su mano se adentró por debajo de la toalla y sus labios se separaron de los míos.

  • No, por favor. Paco... – musité.

  • Olvídate de él – me dijo Jorge que estaba completamente desnudo, tapado solo con una minúscula toalla y con una erección tremenda debajo de ésta.

Cogió mi mano con su mano libre y la posó sobre su miembro erecto.

  • No, no- volví a musitar apartando la mano.

  • Tranquila – me dijo – tu marido no tiene porque saber nada.

Sus dedos habían alcanzado ya mi sexo y me estremecí al sentir su suave caricia.

  • Jorge, por favor.

Las súplicas no parecían muy convincentes, es más, se agarraba a mi brazo mientras mi dedo jugueteaba con su sexo. Los pliegues de su vagina ardían y me contagiaban ese calor por todo el cuerpo. Besé su cuello y eso hizo que ella cerrara los ojos, que se sintiera en el mayor de los placeres. Lanzó un suspiro prolongado, se notaba que estaba caliente por la situación y por el morbo. Esta vez mi lengua se perdió en el hueco que dejaban sus omoplatos, en esa pequeña laguna tan suave. Mi otra mano se adentraba por la toalla para acariciar suavemente su pecho. El calor reinante, la situación y el sentimiento de culpa debieron hacer mella en aquella mujer que me apartó las manos de su cuerpo. Solo dijo tres palabras:

  • Tengo que irme

Su sexo húmedo había dejado impregnados mis dedos con el más dulce néctar, que no tuve más remedio que degustar. Salí detrás de ella, pero no la encontré. Es posible que me precipitara, pero se la veía tan entregada. Justo cuando había terminado de cambiarme en el vestuario, me encontré de nuevo con ella y con Paco. Me saludó él: - Hola Jorge. Oye, estamos en deuda contigo, ¿por qué no te vienes a cenar? Ella miraba al suelo, se sentía avergonzada y, sin embargo, no sabía decir que no. Paco insistió: - Sí, hombre vente, mi esposa cocina fenomenal.

Maldije a mi marido por haber invitado a Jorge a cenar. Tras el incidente en la sauna, hubiera preferido mantenerme alejada de él. Sobre todo porque me ponía demasiado nerviosa y, además, sabía que acabaría cayendo en la tentación. - Bueno, esta bien - aceptó Jorge, al oír esas palabras aún le maldije más. Gracias a Dios vivíamos muy cerca del club, con lo cual fuimos andando hasta casa. Por el camino, Jorge y Paco hablaban amigablemente, mientras Jorge no dejaba de quitarme el ojo. Podía sentir su mirada sobre mí, escrutando cada centímetro de mi anatomía. Llegamos a casa y en el ascensor, me situé entre ellos dos. Paco me tenía la mano cogida mientras sentía como la mano de Jorge acariciaba mi nalga por encima de la falda que llevaba, apretándola suavemente. Ese pequeño gesto me excitó, pero traté de mantenerme quieta para que Paco no notara nada.

Me encanta jugar a esos juegos peligrosos, sobre todo sabiendo que Paco, totalmente confiado nos podía descubrir. Le estaba tocando el culo y ella no decía nada, aunque claro en una situación así, no podía hablar, se vería comprometida o quizás realmente le gustase. Mientras mi mano hacía aquellas travesuras no podía dejar de pensar en como follarían esos dos, seguramente no salían de dos posturas a lo sumo. Y esa mujer, con ese cuerpo y esa sensualidad, tenía que ser toda una bomba, aunque mal aprovechada. Mi miembro pedía guerra y se ponía en "presenten armas". Entramos en la casa y seguí charlando con Paco, muy amigablemente. Abrí una botella de vino, mientras ella iba a cambiarse con algo más cómodo.

Mientras me cambiaba observé mi cuerpo, pensando si de verdad aún podía atraer a los hombres. Estaba en ropa interior y mientras buscaba en el cajón una camiseta cómoda para ponerme oí un ruido tras de mí, aunque no le presté demasiada atención, hasta que sentí una mano sobre mi cadera y un cuerpo que se pegaba al mío. - Te ha puesto a cien que te tocara el culo delante de tu marido ¿verdad, putita? - Me susurró Jorge al oído. - Yo, esto... mi marido... - Intenté despegarme de él pero no pude, me cogió con fuerza y besó mi nuca, lo que aún me excitó más, porque tenía razón, ese roce en el ascensor me había puesto a cien. - Tranquila, tu marido está hablando por teléfono ha dicho que tiene que hacer un par de llamaditas, no creo que nos moleste ahora. Sus manos subían por mi cintura hasta mis pechos y mi respiración se aceleró. Por un lado quería que siguiera, pero por el otro deseaba que terminara, que me dejara en paz antes de que mi marido se diera cuenta de que me estaba acosando. - Por favor, Jorge, me gustas mucho, pero yo soy una mujer casada y mi marido está en el comedor y... Sentí su sexo erecto rozando mi culo y sus labios besando mi cuello, haciéndome perder el sentido.

No podía haber más morbo en la habitación de matrimonio, donde yo estaba con la fiel esposa, acariciándola sin parar, rozando cada centímetro de su cuerpo, besando su cuello, acariciando su espalda. La voz de Paco se oía cerca y eso nos proporcionaba un morbo añadido, del que era difícil escapar. Mis manos acariciaban esas caderas que tanto me excitaban, hasta que mi mano llegó a su sexo. Comencé a acariciar esa rajita preciosa, estaba tan caliente y mojada como en la sauna. Ella al principio se resistía, quería escapar de ese cepo que la tenía atrapada, pero sus esfuerzos por querer escapar eran cada vez menores. Su respiración iba en aumento y entrecortada, mis manos subían por su cintura hasta su pecho y pellizcaba los pezones. Seguíamos escuchando a Paco muy cerca. Nuestros cuerpos seguían pegados, jugando. Su mano alcanzó mi miembro y lo palpó a través del pantalón. De pronto, le llegó un orgasmo tremendo, su cuerpo se transformaba, se la veía agitada y a la vez muy complacida. Yo creo que hacía tiempo que no se corría con su marido. Volvió a empujarme para decirme que aquello no estaba bien, que lo de mi marido, etc. Pero en el fondo lo había gozado como nunca.

No me lo podía creer, acababa de tener un orgasmo maravilloso, como hacía tiempo que no tenía. Cuando todo mi cuerpo se calmó, me miré al espejo, mis mejillas estaban sonrosadas. Y entonces fue como si recobrara la cordura, tras haber cometido una locura. - Esto no está bien, mi marido está ahí mismo, y ya te he dicho que yo le quiero. - ¡Nena, Jorge! - oímos la voz de Paco acercándose. Jorge salió corriendo hacia el lavabo, mientras yo me ponía la camiseta. - Nena ¿dónde esta Jorge? - me preguntó desde el quicio de la puerta. - No sé, estará en el baño. ¿Con quien hablabas? - Un cliente. Cogí el pantalón del chándal y me lo puse. Mi marido, al contrario que Jorge, ni siquiera me miró con lascivia a pesar de llevar mi braguita más sexy. Y tampoco se dio cuenta de que estaba nerviosa y con las mejillas sonrosadas por lo que acaba de suceder en aquella habitación. Volvió hacía el comedor, como si lo que acababa de ver no le interesara lo más mínimo.

Después de esa locura el nivel de excitación llegó al máximo. Además de una sensación placentera, el morbo era increíble. Paco me andaba buscando por la casa. Me metí en el baño y al cabo de un ratito, ella entró. - Jorge, te está buscando mi marido. Esto es una locura. Cerré la puerta y comencé a besarla con todas mis ganas, oyendo la voz de Paco al otro lado de la puerta. Ella estaba confusa, nunca debía haber hecho nada parecido, pero el hecho de jugar a esa travesura tan peligrosa le estaba encendiendo, de eso estoy seguro. No digamos a mí que andaba más excitado que nunca. Saqué mi miembro ante el asombro de esa mujer, que sin mediar palabra lo agarró con su mano. Comenzó a masturbarme lentamente, pausadamente, sin dejar de mirar detenidamente el glande que aparecía y desaparecía. Paco llegó a la puerta. Los dos nos quedamos paralizados. Los ojos de susto de ella eran dignos de una película de terror y eso todavía me producía más morbo y una erección incontrolable entre sus dedos. Era una locura, pero ella continuó acariciando mi miembro y acelerando el ritmo. Saber que su marido estaba al otro lado le estaba dando un gusto fuera de lo normal y a mí también. Tarde un rato en contestar a Paco. - Sí, Paco, ahora salgo. - Vale, la cena estará lista en dos minutos. - Ok.

Saber que Paco estaba tras la puerta me puso muy nerviosa, pero a la vez me excitaba el peligro de saber que podía ser descubierta. Oímos como Paco se alejaba. Y entonces me dí cuenta del poco caso que me hacía mi marido, que ni siquiera se había dado cuenta de que ya no estaba en la habitación. No sé por qué pero besé a Jorge, quizás porque sentirme deseada de aquella manera me había gustado; saber que aún podía gustar a los hombres, me hizo sentir diferente. Al sentir su cuerpo pegado al mío noté la enorme erección que tenía y deseé acariciarle, pero entonces oí la voz de Paco llamándome desde el comedor diciendo que la tortilla se iba a quemar.

Ella salió pitando de aquel baño, pero no sin antes llevar todas mis caricias y besos. No estaba seguro de si todo aquello era una locura, o era precisamente lo que ambos queríamos. Me presenté en el salón y allí Paco me obsequió con una copa de vino. Su aparente fiel esposa terminaba los detalles de la cena. Él y yo charlamos tranquilamente, hasta que llegó ella con el primer plato. Se había cambiado de ropa, seguramente hasta las bragas, que debían estar empapadas. Lucía un vestido largo de tirantes de un color burdeos que ensalzaba su hermoso busto. El pelo recogido en un moño y unos ojos que brillaban más de la cuenta. Esa mujer estaba pidiendo más juegos.

Volví a cambiarme de ropa, más que nada por el temor a que mi marido oliera el aroma de otro hombre en ella, y a pesar de ponerme un elegante vestido largo, Paco ni se fijó. Si en cambio pareció hacerlo Jorge que me dijo que estaba muy guapa. Al oír ese halago me puse roja como un tomate. Durante la cena, Jorge adentró su mano bajo mi falda varias veces e incluso una de ellas alcanzó el límite de mis braguitas y la introdujo en mis pliegues vaginales. Yo trataba de mantener la compostura para que Paco no notara nada, pero Jorge cada vez me lo ponía más difícil. Cuando terminamos de cenar yo me quedé en la cocina para fregar los platos y ellos permanecieron en el comedor, charlando y viendo la televisión. Sentía mi entrepierna húmeda por la excitación que las caricias de Jorge me habían producido. Y secretamente, deseaba que entrara en la cocina y me hiciera el amor allí mismo, porque aquel hombre había logrado desinhibirme completamente y conseguido que hiciera cosas y me dejara hacer cosas que nunca antes había hecho. Me había hecho sentir una guarra, pero aquella sensación me había encantado y sólo deseaba repetirla.

Me presenté en la cocina cuando ella no se lo esperaba. Estaba guardando los platos en un altillo. Me agarré a sus senos como quien quiere atrapar a una presa que se escapa, pero sabía que no se me iba a escapar. ¡Que buena estaba con ese vestido, como marcaba sus curvas, como mostraba ese canalillo! Su culo quedó pegado a mi paquete y se lo restregué lascivamente. - ¡Jorge! No le di tiempo a más réplica. La giré sobre mí y la besé, sin dejar de acariciar unos apetitosos pechos y un culo duro y bien formado. - No puede ser, Jorge. No hacía caso a sus súplicas, que parecían no tener solidez. Mi boca buscó nuevamente su cuello, ese punto débil que sabía que ella tenía. Me gustaba palpar su cintura, su vientre, sus caderas mientras le decía al oído a modo de susurro, cuanto me ponía, lo mucho quela deseaba. Sus ojos cerrados indicaban que la puerta estaba abierta. Mi mano palpó su sexo a través del vestido, se le notaba abultado, seguramente con una excitación mayor de lo habitual. Su mano temblorosa al mismo tiempo se adentraba en la bragueta de mi pantalón en busca de un miembro palpitante. Lo sacó y comenzó ese masaje delicioso igual al que hiciera minutos antes. Aun tuvo un momento para recordarme la famosa frase, aunque sabía que esta vez era totalmente involuntaria, ella quería sexo conmigo y lo iba a tener de una vez por todas.

  • Soy una mujer casada y Paco...

Pero mis acciones iban al contrario de mis deseos y no pude evitar acariciar aquel sexo altivo que parecía pedirme que cayera en la tentación. - Tu marido está dormido en el sofá - me susurró al oído, y luego metió su lengua dentro de él haciéndome estremecer.

Mi mano viajaba furiosa sobre aquel miembro erecto, besé su cuello mientras una de sus manos acariciaba mi pierna y buscaba mi clítoris. Estaba empapada y sólo deseaba más, deseaba que me hiciera suya por eso le dije: - Hazme lo que quieras, soy tuya. Estaba ardiendo de deseo por aquel hombre y ya nada me importaba, ni siquiera el hecho de que mi marido estuviera a unos metros de nosotros, es más, saber que en cualquier momento podía descubrirnos me daba aún más morbo y excitación.

Mi respiración se tornó jadeante y por unos segundos dudé de lo que debía hacer, hacía demasiado tiempo que no me sentía tan febril, tan excitada.

Estábamos muy calientes, demasiado para controlar otras emociones. Aprovechando que Paco dormía, mis manos recorrían la anatomía de aquella mujer con total descaro, mientras ella seguía masturbándome de forma cadenciosa y divina. La senté sobre la encimera de la cocina. Metí mis manos bajo la falda de su vestido y le saqué las braguitas que emanaban los aromas propios de una mujer sedienta. - Esto es una locura, Jorge. - Calla preciosa, que vas a realizar tu sueño. Ubiqué mi pene erecto a la entrada de su apreciada gruta y le metí tan solo la cabeza de mi sexo palpitante. Ella se agarraba a mi espalda desesperada, arañándome a través de mi camisa, pero me gustaba verla tan exasperada, tan caliente, para que en el momento que yo quisiera pudiera penetrarla hasta hacerla estremecer. Su marido era ajeno a lo que ocurría.

Sentí su pene a la entrada de mi vulva y aquello me enloqueció, quería sentirle dentro, quería que me hiciera enloquecer sintiendo la cadencia de sus arremetidas, el roce de nuestros sexos pegados, pero él se limitaba a acariciar mi cuerpo y lamer mi cuello, mientras su glande permanecía quieto en la entrada de mi sexo. Sus manos deslizaron los tirantes de mi vestido por mis hombros y bajó el vestido por debajo de mis senos desnudos, los acarició y sobó durante un buen rato, chupándolos y lamiéndolos, haciéndome volver loca de deseo. Toda mi piel se erizaba con cada chupeteo, con cada caricia y tenía los pezones más duros de lo que jamás habían estado, incluso me dolían por el deseo que sentía. Amasó mis tetas y luego sentí como pellizcaba el botón que coronaba mis senos, lo que me hizo arquear la espalda, acercándome a él y logrando que su sexo entrar un poco más en mí.

  • Penétrame Jorge, por Dios. Se la veía tan entregada que no parecía importarle nada más.
  • ¿Y Paco? – Le dije con todo cinismo, intentando buscar su reacción.
  • Jorge, hazlo. Estaba decidida y por fin había dado el paso, ahora era ella quién me rogaba que lo hiciera. ¿Su marido?, ya no importaba. Ella quería que aquello no se dilatara en el tiempo y tener mi miembro bien adentro, lo antes posible. Los dos lo deseábamos, pero quise ser aún más malo y separarme de ella. Inmediatamente después, se bajó de la encimera, se agachó, para demostrar que estaba dispuesta a todo. Se agarró a mi miembro rígido y se lo tragó por entero, chupándome con todas las ganas, haciéndome una mamada de cine. Por todas partes, dejando todos los rincones impregnados con su saliva, hasta llegar a mis huevos. Seguramente no lo haría así con su esposo. Como la chupaba la tía, era una diosa.

Mi boca lamía aquel tronco con vehemencia, no podía parar, estaba a mil y necesitaba hacerlo, llevaba demasiado tiempo sin probar una verga como aquella. Jorge enredó sus manos en mi pelo para acompañar mis movimientos. Lamí y saboreé cada centímetro de aquel manjar que me sabía a miel, mientras sentía mi sexo tan húmedo que parecía que mis jugos resbalaran por mis piernas. No pude evitar acariciarme suavemente. Chupé el glande, luego en un gesto obsceno me saqué de la boca para lamer el tronco, llegando hasta los huevos y lamiéndolos como si fueran caramelos, volví a lamer el tronco y a introducirme el glande en la boca mirando a Jorge directamente a los ojos. Jorge tiró de mi pelo, me puse en pie y volvió a sentarme sobre el frío mármol de la encimera.

Llegaba el momento definitivo, toda la carne en el asador y de una vez por todas ella iba a ser mía, sin maridos, sin prejuicios y sin miedos. Sus piernas obscenamente abiertas, como seguramente nunca antes había hecho con tal descaro, su boca entreabierta, sus pezones duros, su vestido arremangado en la cintura y unos ojos que pedían clemencia, me traicionaron por completo y ya no me limité a introducir mi glande, sino que nuestros dos sexos quedaron unidos cuando la penetré por completo. - Ahhhhh, Jorge, Dios, que placerrrrrr. Comencé a bombear, lentamente, quería ver como mi miembro se iba introduciendo lentamente en su sexo y ella apretaba sus uñas en mi nuca.

Sentirle dentro de mí por fin, fue sublime. Le apreté con mis piernas contra mí, mientras me sujetaba de sus hombros. En aquel momento ya no existía nadie más para mí, mi marido había desaparecido de mi memoria y en aquella cocina sólo estabamos él y yo. Le rodeé con mis piernas y le empujé hacía mí. Su sexo se hundió en mis profundidades como hacía mucho tiempo un sexo masculino no lo hacía. Le abracé con fuerza y no pude evitar morderle el hombro. Estaba enloquecida de deseo y sólo quería sentir el orgasmo y liberarme, pero él se movía con lentitud dentro y fuera de mí. Noté como con sus manos apretaba mis nalgas y aventuraba uno de sus dedos hacía mi agujero anal, que lo masajeó con cuidado durante un rato, hasta que lo metió dentro y aquello aún subió más la temperatura de mi cuerpo. Tuve que morder de nuevo su hombro para que mis gritos no se oyeran y despertaran a mi marido.

Esa mujer era increíble, no imaginaba que por dentro guardara tanta pasión desmedida, hasta el punto de hacerme verlo todo de otro color, cayendo en la cuenta que para ella, ese momento era el más intenso vivido hasta entonces.

He estado con miles de mujeres, todas ardientes de deseo, pero esa mujer, además, sabía como trasladar esa pasión, para convertirla en nuestro polvo, ese al que estábamos entregados con todo el frenesí. Sus jadeos iban en aumento, incluso tuve que taparle la boca, para que su marido no pudiese despertarse. Por un momento imaginaba que entraba en la cocina y nos veía de esa guisa. Mi camisa desabrochada, mis pantalones por los tobillos, su mujer medio desnuda, con el vestido por la cintura, sus tetas balanceantes, sus piernas colgando de la encimera y mi miembro cobijado en su interior; en el lugar prohibido e inaccesible, penetrándola salvajemente haciéndole sentir el mayor de los placeres, lo mismo que ella a mí.

Me sentía tan caliente y tan... como hacía mucho que no me sentía. Sentir aquel sexo masculino dentro de mí, entrando y saliendo me llevaba al más erótico de mis deseos y mis sueños. Jorge aceleró sus movimientos y en pocos segundos empecé a sentir el cosquilleo que precede al orgasmo, aunque no quería correrme tan pronto, o si más no, tenía la esperanza de que aquello no fuera sólo un polvo de unos minutos, que después de aquello hubiera más. Me aferré a mi amante como si él fuera mi única esperanza para salvarme, para salir de aquella vida aburrida en la que para mi marido sólo era un adorno más de la casa que había dejado de tener atracción para él.

Paré repentinamente. Dejé de darle acometidas frenéticas a esa mujer jadeante y sudorosa. Algo me hacía ahora ser el culpable de haberla llevado a un lugar sin retorno. No sé exactamente lo que me estaba pasando, pero no era como otras veces, esa mujer estaba consiguiendo deshacerme. - ¿Por qué paras? Sigue. Movía su pelvis contra mí, como queriendo continuar lo que yo ahora no podía, lo que me tenía paralizado y no sabía exactamente qué. Su cara era puro vicio, su cuerpo se entregaba de forma bestial. - Fóllame Jorge. Me pidió suplicante. Solo por esa cara y ese ruego tan sentido, mi cuerpo casi instintivamente volvió a generar el mecanismo que nos llevaba a hacerlo de esa forma salvaje, tan única. Sin embargo, el placer y la pasión iban acompañados de algo más, algo nuevo que no había experimentado hasta entonces. Esa mujer follaba de maravilla, creo que no he conseguido tener tanto placer como entonces.

El cosquilleo había cesado después de que él se detuviera, pero mis ruegos le hicieron seguir. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones. Jorge volvió a arremeter suavemente, mientras sus labios besaban los míos y sus manos masajeaban suavemente mis senos. Ya nada me importaba, sólo ser esclava de sus deseos más escondidos y obscenos. Sentí como su pene se hinchaba dentro de mí y como rozaba perfectamente mi punto g haciéndome estremecer y gemir. Volvió a taparme la boca, está vez con un apasionado morreo, introduciendo su lengua dentro de mi boca y buscando la mía para empezar un caliente baile de caricias húmedas.

El orgasmo estaba cerca, se notaba, se palpaba, pues ella gemía con más fuerza cada vez, ponía los ojos en blanco y se entregaba de lleno para captar todas las sensaciones que le llegaban. Mi pene en su sexo que bailaba a nuestro compás, mis manos que abarcaban sus pechos y pellizcaban sus pezones, mi lengua que recorría su boca, hasta el lugar más recóndito. Y de pronto llegó, alcanzó ese momento tan esperado, convulsionándose frenéticamente y al mismo tiempo eso me proporcionaba un placer inmenso a mí. A través de mi pene notaba sus convulsiones, sus palpitaciones y todo el placer que emergía de ese hermoso cuerpo que pasaba inmediatamente al mío. Se incorporó para morder mi cuello, quería regalarme lo que segundos antes le había dado yo y sabía que tarde o temprano, con sus uñas clavadas en mi espalda, su lengua mordiendo mi cuello y mis pezones y su vagina apretándome con fuerza, acabaría derramando todo lo que llevaba dentro.

Empujé con fuerza hacía él, sintiendo como mi vagina se contraía alrededor de su pene y como este se hinchaba dentro de mí. Necesitaba sentir que se vaciaba en mí, así que seguí chupeteando su cuello, pegando mi cuerpo al suyo, empujando y arañando su espalda hasta que noté que se convulsionaba y me llenaba con su esperma. Me sentí feliz al sentir como se derramaba en mí, ya que hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación. Cuando ambos dejamos de estremecernos, se apartó de mí y dejó que mis pies tocaran el suelo. - ¿Qué hemos hecho? – Me pregunté a mi misma – esto no debía haber pasado. Yo... Cerró mi boca con un beso y añadió: - Creo que es mejor que me vaya. - Sí, pero ¿volveremos a vernos? – Le pregunté. Deseaba que me dijera que sí, porque ansiaba tanto volver a sentirme deseada de aquella manera. Volver a sentirme obscena y hacer realidad con él mis más oscuros deseos, aunque una parte de mí se sintiera culpable por haberle puesto los cuernos a mi marido.

Era la primera vez que me ocurría una cosa semejante. Tenía ante mí, una de las hembras más apetecibles del planeta, estaba totalmente entregada a mí, podría ser su dueño y ella mi más fiel sumisa; sin embargo, algo me tenía torturado, esta vez no quería ser el vil engañador rompe corazones, no deseaba acabar con el corazón quebrado de esa mujer que estaba entrando en el mío, como nunca antes había ocurrido. Salí de la casa sin que Paco se hubiera percatado de nada. Sabía que todo iba a continuar y seguramente se repetiría de forma extraordinaria, como esa vez, volveríamos a mostrar nuestro lado más apasionado, más oscuro incluso, disfrutando de un sexo prohibido y morboso. Ahora, aparte del pecado, el remordimiento era por no querer hacer daño a mi bella entregada. Pero en el fondo, sabía que no acabaría ahí.

No me dijo nada, se limitó a vestirse y salir de mi casa sin darme siquiera la más mínima esperanza de saber si volvería a verlo. Salí al comedor y ví a mi marido tumbado en el sofá roncando. El pobre infeliz no se había dando cuenta de que aquel nuevo amigo se había estado follando a su mujer salvajemente en la cocina. Le desperté con suavidad: - Cariño, ¿y si vamos a la cama? - Y¿ Jorge?. - Se ha ido ya, te has dormido viendo la tele y como se aburría... Nos acostamos sin que Paco notara nada, yo me preguntaba como podía no haberse dado cuenta, si con sólo mirarme en el espejo yo misma ya me veía diferente. Además, tenía que oler a sexo a la fuerza ¿no? Había estado follando salvajemente con un hombre y de algún modo eso tenía que notarse, ¿o de verdad, le importaba tan poco a mi marido que no era capaz de ver esas cosas? Al día siguiente fui de nuevo al club con la esperanza de encontrarle y repetir lo sucedido la noche anterior o quizá hacerlo en algún lugar con más tiempo y calma...

Al verla llegar al gimnasio me alegré, pero me quedé sorprendido cuando vi a Paco tras ella. Le hice un gesto, pero ella se limitó a sonreír. Nos saludamos amigablemente, les di las gracias por la cena, él se disculpó por haberse dormido y yo pensaba "si tu supieras lo que ocurrió mientras dormías".

Ella estaba exultante, muy distinta, alegre y parecía que dispuesta a todo, porque cuando su marido estaba en recepción ella se arrimó a mí y me dijo:

  • Estoy cachonda.

  • Pero ¿Paco?

  • Quiero hacerlo otra vez, estando cerca, quiero me enseñes cosas nuevas.

Pareció sorprenderse cuando vió a Paco. Pero había insistido en acompañarme para pedirle disculpas por haberse quedado dormido. Mientras Paco cambiaba los vales de masaje aproveché para arrimarme a él y decirle que lo de la noche anterior había sido una experiencia maravillosa.

Esta vez no me molestó tanto que Jorge decidiera irse con Paco al gimnasio mientras yo iba a la piscina, porque había quedado con él en la sauna aprovechando que mi marido iría a hacerse los masajes.

Estuve nadando un rato, imaginando y deseando los besos de Jorge sobre mi cuerpo. No podía dejar de sentir su sabor y recordar como nos habíamos amado la noche anterior.

Al llegar a la sauna, tal y como habíamos quedado, nos abrazamos. Esta vez ya no había impedimentos, no había trabas, nada ni nadie se interponía en nuestro camino. Nuestras lenguas se unían en nuestras bocas atrapándose sin parar. Nuestros ojos reflejaban la lujuria.

  • Tengo una sorpresa.

Sus ojos volvieron a abrirse, estaba totalmente entregada aun sabiendo que esperaba uno de mis perversos juegos.

Estaba nerviosa, me preguntaba cual sería la sorpresa que me deparaba, y cuando le ví entrar en la sauna, sólo pensaba en besarle, abrazarle y sentirle entre mis piernas, como la noche anterior. Me besó suavemente, y yo estaba apunto de quitarme la toalla cuando él me dijo:

  • No espera, tenemos que ir a otro sitio.

  • ¿Qué? – Pregunté sorprendida.

  • Confía en mí – me dijo. Y yo sumisa me dejé llevar por mi amante.

La llevé de la mano hasta la zona de masajes y le dije que entrara sola a la camilla que estaba libre.

  • Cuando entres, te quitas la toalla y te tumbas boca abajo.

Se quedó un poco sorprendida pero obedeció, sabiendo que era algo especial.

Al entrar en el lugar había varias camillas, separadas por sendos biombos. Ella se tumbó en la que estaba libre y se mantuvo a la expectativa. Oía que al otro lado de la mampara alguien hablaba con la masajista y enseguida reconoció la voz de su marido.

Por las cosas que decía y por su respiración debía estar recibiendo un buen masaje.

De pronto ella notó unas manos sobre su espalda que comenzaron a darle un masaje muy suave, muy suave. Ni siquiera le importó estar desnuda boca abajo y que unas manos extrañas le acariciaran, pero esas manos eran tan dulces….

Se volvió instintivamente y cuando me vió se quedó perpleja y al mismo tiempo ilusionada, parecía estar esperándome. Me quité mi toalla y comencé a recorrer su espalda con mi lengua, hasta llegar a su culo, donde me esmeré metiendo mi lengua en cada rincón. Se dio la vuelta y comencé por delante, primero el interior de sus muslos y cuando llegué a su sexo comenzó a gemir de forma impulsiva. Su marido, al otro lado del biombo llegó a comentar a su masajista que al otro lado alguien lo estaba pasando muy bien, sin saber, por supuesto que era su esposa presa del placer a causa de mi lengua. Ni cuando lentamente la penetré sobre aquella camilla y ella gozaba y se dejaba llevar sin pudor, recibiendo todo el placer con auténtica devoción y jadeando con todo el morbo añadido de tener su marido al lado sin enterarse. No tardó en alcanzar el orgasmo, al igual que yo que me corrí en su interior, sin dejar de besarla.

Erotika y Rinaldo.

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