Verse bien para sentirse mejor....
Un hombre que busca mejorar su apariencia física, encontrará en su instructor la mejor manera de sentirse bien.
Verse bien para sentirse mejor
Desde hacía varios meses quise comenzar a hacer ejercicio, pero los aparatos en la universidad me habían dado siempre un poco de temor, ya que al nunca haberlos utilizado, sentía que podría hacerme daño.
Estaba por salir de la universidad y quería lucir excelente para mi examen profesional, comencé a salir a caminar y hacer ejercicio aeróbico, pero ciertamente no lograba mi objetivo.
Por aquellos días conocí a Juan José, un chico que estudiaba Leyes en la misma universidad que yo. Habíamos llevado un par de clases juntos de tronco común y me sentía cómodo con él. Juanjo estaba en el equipo de fútbol americano de la escuela. Si bien no era tremendamente musculoso, su cuerpo mostraba largas horas de gimnasio, mismas que él me hizo saber pasaba debido al stress de la universidad.
Un día mientras conversábamos sobre trivialidades, Juanjo me comentó que tenía problemas en una materia y me pidió ayuda. Yo convine ayudarle a cambio de que me apoyase en mis labores para lucir una mejor figura. Él aceptó encantado, ya que nunca antes había podido compartir su pasión con alguien, y le emocionaba muchísimo mi ofrecimiento.
Las primeras clases con él fueron devastadoras. Yo lo miraba sudando con su playera ajustada y sus mini shorts mostrándome la mejor manera de hacer ejercicio, por mi parte procuraba poner mucho empeño en mi labor. De alguna manera, Juanjo comenzó a despertar cierto interés en mí, su manera de tratarme era excelente, él siempre dulce y cariñoso y con mucha paciencia para mostrarme las distintas rutinas con los aparatos.
Al cabo de una adolorida semana, Juanjo me dio un envase con lo que aparentemente eran medicinas. Me comentó que por el ejercicio quizá sentiría fatiga y que el medicamento me ayudaría a revitalizarme y agilizaría el proceso para lucir maravillosamente. Yo no le presté importancia, pensando que probablemente serían esteroides, Juanjo me juró que no sería así y guardó en mi mochila la medicación.
Pasaron un par de semanas y comenzaba a sentirme excelentemente en forma, sin embargo, comencé a sentirme muy diferente. Cuando terminábamos las sesiones de ejercicio y nos íbamos a las regaderas, me gustaba observar el cuerpo de él, cubierto por el agua tibia. Sus músculos se marcaban y su tersa piel denotaba que se depilaba para lucir mejor, los ojos café oscuro remarcaban su tierno semblante, aunque su rostro era el de todo un hombre. Al tener estos pensamientos, me sonrojaba y me sentía un poco inferior al él.
A pesar del ejercicio, había partes de mi cuerpo que no lograba reducir, al contrario, parecían ir en aumento. Juan José me dijo que eso era normal y que en un par de semanas mejoraría mi apariencia. Por esa época comenzaba a dejarme el cabello largo y también depilé mi cuerpo para lucir como mi instructor. Me miraba al espejo y notaba como mis piernas y glúteos comenzaban a tomar forma.
Un día, Juan José sugirió que entrenásemos en su casa, debido a que allá tenía los aparatos necesarios para mejorar. Eran vacaciones, así que pensé en esforzarme mucho ya que mi presentación se encontraba próxima, así que por insistencia de Juan, me fui a vivir con él durante tres semanas. Él se portaba maravillosamente conmigo: cocinaba, entrenábamos, mirábamos películas y seguíamos entrenando. Yo por mi parte, lo compensaba limpiando la casa y dándole un masaje al finalizar los ejercicios.
Me gustaba mucho que disfrutase de mis caricias, me encantaba tocar y mirar a mi compañero de cuarto y de entrenamiento y el por su parte no tenía reparo en disfrutar los momentos que le regalaba cuando se relajaba con mi tacto. Sin embargo, me sentía extraño y diferente Además, comencé a notar que la grasa en mi pecho no desaparecía del todo, aunque la de mi cintura ya se había ido, mis piernas estaban firmes y aunque soy de contextura gruesa, comencé a sentir que tenía ya un lindo cuerpo. Al respecto, Juanjo me había prometido un regalo antes de que me fuera de su apartamento.
El penúltimo día de mi estancia en casa de Juan José dejó sobre la mesa, una bolsa de regalo. La nota en el exterior me indicaba esperarlo hasta su regreso. Había ido a comprar algo para comer y yo por mi parte me encargué de arreglar su casa como nunca. Por un momento miré a mi alrededor y me percaté que no había espejos en el departamento. Sólo estaba el pequeño espejo de cara en el baño. Juanjo tocó la puerta y le abrí, me miró nervioso y me preguntó si había abierto el regalo. Le dije que no. Me dijo entonces que me vendaría los ojos y que entonces me daría mi regalo. Confiando en el, me dejé hacer. Comenzó a desnudarme lentamente y me quitó toda la ropa que llevaba puesta. Poco a poco sentí como me comenzaba a vestir con algo ajustado y distinto, estaba muy emocionado.
Al quitarme la venda, noté lo que pasaba, frente a mí, se encontraba un espejo de cuerpo completo que me mostró algo impactante y maravilloso. Miré en el reflejo a una sensual chica en un leotardo de ejercicio rosa. Detrás de mí se encontraba Juanjo que me dio un beso en el cuello. No cabía en la felicidad, le sonreí y lo abracé sin saber por qué. Traté de articular palabras, pero mi emoción y los brazos de Juanjo acabaron por rodearme por completo. Volteé nuevamente al espejo y noté como lo ajustado del leotardo marcaba unos tiernos senos, mi cintura se mostraba algo breve y mis caderas amplias, mis piernas lucían torneadas como las de una modelo. Ni siquiera se observaba aquello que delataría que quien usaba esas ropas, era un chico. Hacía un par de semanas, percibí que mis testículos se empequeñecieron, pero no le había tomado importancia hasta entonces. Giré la cabeza hacia mi hombre y me beso, me entregué a el como mujer en ese delicioso beso. Me acariciaba desesperadamente como si fuera su novia, por mi parte deseaba con todo el corazón sentir al macho que tenía de frente. Me volví suya en ese instante.
Siguió acariciando mi cuerpo y lentamente baje mis manos acariciando su sexo, baje mi cabeza e intuitivamente comencé a excitarlo. Desabroché su ajustado pantalón y bajando sus boxers negros comencé la labor con mis labios de brindarle placer exquisito. Juan José gemía de placer mientras mi boca recorría su pene por todo el tronco y seguía masturbándole.
Me detuvo y me volvió a besar, ahora acariciando mis senos y mis nalgas formadas, sin saber de donde, jadeaba como si ahora fuese una mujer deseosa de su hombre. Juan José se desnudó por completo y siguió acariciando mi cuerpo y besando mis labios. Abrió la parte inferior del leotardo y con sumo cuidado introdujo un dedo en mi ano. Masajeaba mi interior mientras yo pedía más y más. Mi cuerpo se arqueaba ante el placer ofrecido.
De pronto, me desnudó por completo y me colocó sobre el sillón de la habitación, cuidadosamente buscó lubricante con un aroma delicioso y perfumado, aroma de mujer. Lo untó en mi orificio y lentamente introdujo su miembro sobre mí. Era la primera vez que un hombre hacía algo así y jamás pensé que sería tan maravilloso. Deseaba que me hiciera suya por completo, comenzó a bombear en mi interior y movía mis caderas a su ritmo. Sentía como mis pequeños senos colgaban de mi pecho y se bamboleaban ante las embestidas de mi macho. Mi cabello tapaba mi rostro, pero mi voz lanzaba los innegables gemidos de deseo y placer que sentí al ser perforada por la verga de mi hombre.
Sin previo aviso, comenzó moverse más y más rápido, sentía un ligero dolor, pero el pacer resultaba ampliamente mayor y gemía para incitarlo. Comenzó a masturbar mi sexo mientras me embestía y de pronto comenzó a venirse dentro de mí. Comencé a sentir su leche caliente mezclarse con el aroma del lubricante que me había puesto y al percibirlo, comencé a venirme yo misma sobre el sillón mientras gritaba en deseo por mi macho.
Al terminar, me beso, nos fuimos a la regadera y nos dimos un baño, sus manos pasaban por mi cuerpo sensual y por mi parte daba caricias juguetonas a su increíble cuerpo. Nos besábamos y acariciábamos. Al final, terminamos en su recamara durmiendo juntos después de sentir nuevamente el placer de ser la mujer de aquel hombre que me transformó