Verónica y su hermano

Verónica decide tener sexo con su hermano y a su cuerpo no hay hombre que se resista.

Autor: Salvador

E-mail: demadariaga@hotmail.com

Estas fantasías fueron inspiradas por Verónica en nuestras conversaciones por el chat.

Verónica

Su hermano

Estaba apoyada contra la ventana de su dormitorio, observando el patio de la casa mientras el sol dejaba caer todo el peso de sus rayos sobre cada rincón y la sequedad de la tierra hacía sentir aún más calurosa la tarde. Parecía que el calor de diciembre, los primeros de la temporada, fueran más insoportables, por el hecho de que el cuerpo aún no se adapta a las altas temperaturas de esos días que siguen a los frescos y a ratos fríos días primaverales. Y este año el cambio de estación había sido más brusco.

La muchacha miraba con la languidez que dan las tardes estivales cuando el frescor del atardecer es solamente un anhelo que demora en hacerse realidad y el sopor se apodera del cuerpo. El patio de la casa mostraba rincones sombreados que invitaban a refugiarse para huir del calor, el mismo que la había obligado a desprenderme de su uniforme del colegio y ponerse una polera y unas pantaletas como toda indumentaria, única manera de enfrentar esa temperatura que parecía llegar a las fibras mas intimas de su cuerpo.

Su hermano, acostado al pie de un árbol, dormitaba. Vestido solamente con un traje de baño. El muchacho, que probablemente estaba descansando antes de un de un partido de fútbol con sus amigos, única actividad a la que se dedicaba con entusiasmo por esos días, estaba con el torso desnudo y su pelo ensortijado le caía sobre la frente perlada de sudor. A sus diecisiete años Arturo era un hermoso ejemplar de hombre, de un porte superior al normal y una contextura atlética envidiable, la que conservaba practicando diversos deportes. Ella admiraba a su hermano y se sentía orgullosa exhibiéndolo ante sus amigas, que se sentían atraídas por los encantos del muchacho.

Apartó la vista de su hermano y la paseó por la quinta, con sus múltiples rincones sombreados, en los que tantas veces ella había buscado un escondite para escapar de Arturo cuando jugaban a las escondidas. Hasta esos rincones ahora le parecían inundados de ese calor insoportable. Sus pensamientos, al igual que sus miradas, vagaban sin rumbo fijo, de un lugar a otro.

Ese día el termómetro parecía haber superado los niveles de calor habituales para esa época, ya que se había sorprendido dormitando en clases mas de tres veces y no recordaba nada de lo que trataron, lo que constituía un problema para ella, ya que en casa tampoco podía concentrarse debido al calor y eso repercutiría finalmente en los exámenes que debía rendir en un par de semanas. Era la misma modorra que sentía ahora, apoyada en la ventana, dejando que su vista y sus pensamientos vuelen sin sentido.

Su hermano seguía dormitando al pie del árbol. Recorrió con la vista su cuerpo, que le pareció ahora mucho más desarrollado que cuando jugaban a las escondidas o cuando luchaban. Y no podía ser de otra manera, ya que Arturo se estaba convirtiendo en todo un hombre, dejando atrás al muchacho que fuera su compañero de juegos. Hacía tiempo que no jugaban a las escondidas y difícilmente podrían hacerlo ahora, a menos que esperaran el frescor de las primeras horas del anochecer, pero ella sabía que Arturo no estaría dispuesto a juguetear por el patio de noche buscando a su hermana teniendo cosas más interesantes que hacer con sus amigos y amigas.

Los lugares donde ella se escondía cuando jugaba con su hermano ahora se mostraban desnudos, sin hojas, desnudando aquellos rincones que le eran tan queridos en esas noches en que la oscuridad era su mejor aliada para lograr que su hermano no la encontrara o cuando los dos apretaban sus cuerpos sin saber lo que buscaban con ello. O quizás ambos lo sabían, pero no se atrevían a expresarlo abiertamente.

Recordaba esas oportunidades en que sintió que su hermano se apretaba a ella cuando eran los dos que se escondían tratando de escapar del asedio de algún amigo o primo con los que jugaban. Y en más de una oportunidad sintió una de las manos de Arturo posarse muy cerca de sus senos, como al descuido. Tal vez lo hiciera sin intención, pero su cuerpo pegado al suyo, con ese bulto entre sus piernas que se apretaba a sus nalgas, no era nada de inocente. Como no lo era el que ella se hiciera la que no se daba cuenta. Es que los dos estaban despertando a la pubertad casi al mismo tiempo y el sexo era un tema que cada vez les atraía más. Y ella estaba conciente de que sus formas eran muy atractivas y que su hermano no era de palo.

Si, se hacía la que no se daba cuenta de los apretones de su hermano contra sus nalgas, aunque los disfrutaba increíblemente. Pero nunca pasaron a mayores. El se quedó en las apretadas de su instrumento contra las nalgas de su hermana y esta con el deseo de que hubiera seguido adelante. Quizás, en una de esas. Quien sabe. Se preguntaba ahora si ella se habría atrevido a algo si su hermano hubiera ido más lejos en sus avances. No. Pensó que no se habría atrevido a mirarlos a los ojos, a besarlos, a dejarse tocar por el abiertamente o a que el le mostrara su instrumento. O a tocárselo. No, no se habría atrevido.

Como sucedió con el tipo del bus esa tarde.

Venía medio dormida por el movimiento del vehiculo. El mismo estado de ensoñación que se apoderó de ella en el colegio. Despertó con un salto del bus y sintió algo apoyado contra su parte trasera. El bus estaba repleto de gente y hacia varias cuadras que el movimiento era acompasado, lo que ayudó a que ella cerrara sus ojos y apoyada en el pasamanos, se dejara llevar por una especie de aletargamiento, hasta que un salto del bus al pasar por un bache del camino la despertó. Sintió que tras suyo había un hombre que se apretaba a ella y apretaba su paquete contra sus nalgas, empujando insistentemente, mientras le llegaba sobre la nuca su respiración excitada.

Miro por la ventana y pudo ver a un tipo de unos cuarenta años aproximadamente, que con mirada indiferente parecía estar pensando cualquier cosa menos en lo que estaba haciendo con tanto empeño. El bus estaba lleno de gente, cada cual preocupado de sus propias cosas, por lo que nadie se había percatado de lo que estaba sucediendo con lo que ese hombre estaba haciendo con ella y dudaba que alguien llegara a interesarse en lo que el tipo le hacia. Y como el bus seguía su marcha, el movimiento hacia que sus nalgas se movieran involuntariamente, excitando más aun al degenerado que tenia tras suyo, que cada vez mas se le apretaba. Claro que el degenerado no le pareció tanto al rato después, cuando su cuerpo empezó a sentir la excitación de sentirse apretada por un hombre mayor. El estado de languidez debido al aletargamiento que la invadía, el ronroneo del bus, su movimiento acompasado, su mismo cuerpo moviéndose al compás de la marcha del bus y la proximidad del hombre, todo contribuyó a que sintiera cada vez más excitante la situación y no hizo nada por impedir que el bulto que se apoyaba en su trasero dejara de hacerlo.

Tal vez debido al calor, al hecho de que se sentía muy cansada o a la curiosidad misma, la cosa es que se quedo quieta sin hacer ni decir nada, aunque completamente despejada. Y como el bus seguía moviéndose, sus nalgas seguían el ritmo del vehiculo, facilitando al tipo la actividad que estaba llevando a cabo, cada vez con mas entusiasmo, mientras ella estaba atenta al desarrollo de los acontecimientos. Al cabo de un par de cuadras, ya no pensaba en el tipo degenerado que se estaba aprovechando de la circunstancia de que sus nalgas eran apretaditas, duras y paradas para apretar contra ellas su aparato. Ahora sentía una sensación de gusto por el instrumento que intentaba meterse entre sus piernas. Y de pronto se vio a si misma echando su culito hacia atrás, apretándolo contra el bulto del tipo, como queriendo abarcar todo su instrumento entre sus nalgas, que se hundiera entre sus globos arrastrando con el la tela del vestido de su uniforme. El tipo cada vez se apretaba más, echando su aliento en su nuca como si estuviera a punto de acabar. Y ella sentía que el calor de esa respiración sobre su cuello la excitaba más aún, despertándole deseos lujuriosos respecto del tipo que empujaba sobre contra sus nalgas.

En eso estuvieron unas cuadras y cuando iba a empezar a moverse para que el instrumento del desconocido entrara más aún entre sus nalgas y una de sus manos pugnaba por ir en busca del paquete del desconocido, para acariciarlo, movida por una excitación incontrolable, se dio cuenta que debía bajar del bus. Superando sus ansias de sentir mas del instrumento del desconocido, descendió del bus sin siquiera ver la cara del tipo que le había hecho sentir tan exquisitas sensaciones. Sin siquiera mirarlo, se bajó del bus, dejándolo completamente excitado y casi a punto de acabar, estaba segura de ello.

Llegó a su casa llena de deseos, los que intento aplacar en la ducha. Ya refrescada y algo calmada, vestida solamente con su pantaleta y una polera, fue a la ventana a intentar despejar su mente del recuerdo de tan extraña experiencia. Movió la cabeza como queriendo desprenderse de esos pensamientos que la perturbaban, y volvió a la realidad de ese momento. Recorrió el patio familiar con la mirada, como una forma de escapar del recuerdo del hombre en el bus, de las sensaciones que le provocaban evocar el paquete contra su trasero.

Su hermanito seguía recostado bajo el árbol.

Lo miro detenidamente y sus pensamientos pasaron del desconocido de esa tarde en el bus al recuerdo de las veces en que sorprendió a Arturo mirándole los senos o las entrepiernas.Y su mente comenzó a revisar, como si fueran fotos, una sucesión de escenas, como cuando su hermano se sobaba el pantalón después de haberse deleitado con sus piernas mientras descansaba en la terraza. O cuando se paraba tras suyo cuando estaba sentada en el living, para ver mejor sus senos desde la altura. Y estaba segura que mas de alguna vez la espió cuando andaba en paños menores en la casa, después de ducharse.

Por una rara asociación de ideas, que le llevó del desconocido en el bus a su hermano, ahora sus pensamientos la llevaron nuevamente al desconocido de esa tarde. Es difícil que lo vuelva a ver, pero el recuerdo de su paquete entre sus piernas le hizo sentir una calentura que superaba con creces a la temperatura ambiente. ¿Por qué no le siguió el juego? ¿Porque no movió sus nalgas para excitarlo más y ver qué hacía? ¿Y ella, cómo habría reaccionado si el hombre se hubiera puesto más audaz? Pudo haber llevado su mano hacia atrás, tocando su instrumento, apretárselo y hacerlo acabar, para sentir como se apoyaba en el pasamano para no caer mientras eyaculaba. ¡que rico hubiera sido! Pero esas eran fantasías que su mente imaginaba ahora, a solas. Probablemente con el desconocido metiéndole mano no hubiera hecho nada.

Casi sin pensarlo, con el pensamiento puesto en la hipotética escena con el hombre del bus corriéndole mano hasta subirle la falda del colegio y apoyar su instrumento entre sus nalgas juveniles, llevó su mano para apretar su paquete por sobre la pantaleta, mientras con la otra se apoyaba en la ventana, mirando al patio donde su hermano continuaba durmiendo. Con la mano apretando el bulto que hacia su sexo bajo la tela, con sus abundantes y carnosos labios hinchados de deseo y la mata de pelo ensortijado sobre el mismo, se sorprendió con la mirada fija en su hermano.

Ella era un año menor que Arturo. Verónica tenía el cuerpo desarrollado en toda su plenitud, con unos senos que lucía orgullosa y unas piernas que eran la envidia de sus compañeras de colegio. Era hermosa, de una belleza que llamaba la atención de los muchachos y, lo sabía bien, también de los hombres. Como el tipo del bus.

Pelo negro que caía sobre los hombros, un porte distinguido, piel blanca y unas nalgas que mostraban con generosidad que era una mujer completa. Y orgullosa de serlo. Tal era Verónica, la muchacha que apoyada en la ventana miraba a su hermano que dormitaba al pie de un árbol. No podía apartar la vista de, atrapada por la piel oscurecida por el sol de verano que el muchacho lucía. Su pecho subía y bajaba rítmicamente al compás de su respiración. Sus piernas musculosas estaban estiradas y sus brazos descansaban sobre su estómago. Todo en el le parecía hermoso a la muchacha. Su hermano era un hermoso ejemplar de varón, deseado por muchas de sus compañeras, lo sabía muy bien.

De tanto mirar a su hermano dormido, sus pensamientos se fueron haciendo más íntimos y el hombre del bus, que tanto le excitara, empezó a tener el rostro de Arturo, para terminar imaginando como sería hacer el amor con su hermano, sentirse en sus brazos, apretada, acariciada, besada, mientras la posee. Y ella entregándose completa y totalmente a él, lujuriosa, salvaje. Si, concluyó, sería una hermosa experiencia. Estos pensamientos eran avalados por el interés que ella había sentido en su hermano, cuando la espiaba para verle los muslos o los senos. Es que el muchacho estaba despertando al sexo y la presencia de su hermanita cerca suyo era una tentación permanente, por lo que no sería extraño que su hermano se hubiera masturbado más de alguna vez pensando en ella. Por lo tanto, no sería difícil lograr que Arturo la deseara como mujer. Y eso era lo que ella deseaba ahora, para satisfacer la excitación que el desconocido puso en su cuerpo.

Con esos pensamientos en mente se apartó de la ventana y se cambió de ropa. Se puso un vestido abotonado solamente por delante, dejando dos sin abrochar: uno a la altura de su pecho y otro sobre sus muslos. La idea era dejar que la imaginación de su hermano hiciera el resto. Y bajo el vestido no había nada, ni sostén ni pantaleta. Se puso una colonia en todo el cuerpo, se soltó el pelo y salió al patio, en procura del dormilón.

Le llamó y Arturo abrió los ojos, viendo a su hermanita que se acercaba a él., para terminar agachándose frente a el, con lo que sus piernas se mostraron generosamente, en tanto su pecho se mostraba exquisitamente provocador mientras le pedía que le prestara un libro para estudiar. La pose adoptada por la muchacha le permitía a su hermano ver sus piernas semi abiertas y los muslos dentro de ellas, hasta su pantaleta. El interés del muchacho se despertó vivamente ante tan sugerente espectáculo. Arturo no podía apartar la vista de las piernas de su hermana. Bueno, a decir verdad la apartaba a ratos, pero era para ir a los pecho de Verónica. Ella estaba feliz con el efecto que producía en su hermano, que se ofreció a ir a buscar el libro a su dormitorio, con una premura que estaba muy lejana de la modorra de la que su hermana lo había sacado hacía un minuto.

Entraron a la casa y se dirigieron directamente a la pieza de Arturo, donde empezaron a hurgar en los cajones de un mueble para buscar el libro que Verónica le había pedido. El le pidió que buscara en un closet, para lo cual ella tuvo que empinarse para buscar en los cajones superiores. Fue el momento que su hermano aprovechó para ponerse detrás de ella, como si estuviera ayudándola. La muchacha sonrió cuando sintió el bulto que se apoyaba contra sus nalgas, mientras Arturo fingía ayudar a su hermana. Ella no se dio por enterada de lo que sucedía atrás suyo y continuó buscando, agachándose para ver en los cajones inferiores, lo que aprovechó su hermano para apretarse más aún al cuerpo de su hermanita, que "inocentemente" movía su trasero mientras rebuscaba en el cajón. Ella siguió agachada y mientras buscaba en un cajón inferior, su cuerpo se movía de manera tal que la excitación de Arturo creció a límites increíbles. Esta no pudo resistirse a poner sus manos en la cintura de su hermanita y apretar más aún. Ella se dejó hacer, tan absorta estaba en la búsqueda del libro.

Aprovechando la situación, y si poderse ya controlar, Arturo se agarró de la cintura de Verónica y apretó sin disimulo su bulto contra las nalgas de la muchacha. Y ella nada dijo. Se dejó hacer y afirmándose en el cajón del closet, aguantó las embestidas de su hermano, que sacó su instrumento y lo puso contra el culo de su hermanita, hundiéndolo entre los globos de sus nalgas, apretando la tela del vestido contra el cuerpo de Verónica, que estaba feliz con el resultado de su maniobra y con el curso de los acontecimientos.

El muchacho acercó su rostro al de ella, con su instrumento completamente hundido entre las nalgas de Verónica, por sobre el vestido de esta y aspirando el perfume de su hermana, mientras una de sus manos subía su vestido, le preguntó al oído, en un susurro de deseo, qué aroma estaba usando que era tan exquisito.

"Lavanda. ¿Te gusta?", dijo ella mientras sus nalgas se movían contra el cuerpo de su hermano. La pregunta parecía tener doble intención.

El se apoderó de sus senos y empezó a apretarlos mientras su mano terminaba de subirle el vestido a su hermana y su instrumento se mete entre los muslos de ella, rozando los labios de su vagina. Ella seguía moviendo su cuerpo.

Arturo la tomó y la llevó a la cama, donde la puso de espalda, le abrió las piernas y se puso delante. Ella se dejaba hacer, sin mirarle al rostro.

El se puso encima, le subió el vestido y evitando mirarla, metió su herramienta en la vulva de la joven, que nada decía. La sensación exquisita de sentir el calor de la cueva que recibe al invasor llevó a Arturo casi a límites increíbles del gusto, por el roce que el túnel de su hermana producía en el tronco que entraba. Cuando su verga llegó al fondo, la dejó ahí para disfrutar a plenitud la sensación de sentirla completamente hundida en el cuerpo de su hermanita, cuyo cuerpo deseaba desde hacía mucho tiempo. Finalmente la tenía para el, bajo su cuerpo, con sus piernas abiertas y con la vagina llena de su verga. Al cabo de un par de metidas y sacadas, el muchacho acabó. Tal era su excitación que no duró ni siquiera lo suficiente como para que ella pudiera sentir algo que se pareciera a lo que es gozar con una verga dentro. Se quedó sobre el cuerpo de su hermana, con su verga aún dentro de ella. Al cabo de unos minutos, su instrumento recuperó su grosor y empezó a follar nuevamente a la muchacha, pero ahora con más calma, procurando que ella pudiera tener un orgasmo también, ya que sabía que este juego es de a dos y ambos deben disfrutarlo para que el deseo siga latente. Y la muchacha no lo defraudó pues su cuerpo empezó a agitarse bajo la presión de las metidas y sacadas del instrumento de su hermano, hasta que terminó apretándose a este en medio de temblores y soltó sus jugos, que se mezclaron con los de Arturo, mientras los cuerpos de ambos se convulsionaban en espasmos de placer.

Una vez recuperada la calma, el muchacho hizo ademán de levantarse, pero ella lo tomó de un brazo y lo retuvo.

"Otra vez", fue todo lo que dijo ella. Y no eran necesarias más palabras. El abrió el vestido de la joven, dejando sus senos al aire, y mientras la miraba a los ojos empezó a besarlos, en tanto su instrumento volvía a hundirse en la vagina de su hermana, que lo recibió feliz de sentirlo nuevamente dentro. Ahora era diferente, pues ella se lo había pedido. Ella también lo deseaba y le devolvía la mirada. Los dos se miraban a los ojos ahora y en ambos el deseo era lo que más se notaba en sus expresiones.

Mientras Arturo metía y sacaba su verga del interior de su hermana, besaba los senos de esta y sus manos se apoderaban de las nalgas de Verónica, que bajo el cuerpo de su hermano movía con desesperación su cintura, completamente empapada en sudor, abrazando a su hermano mientras su cuerpo iba en busca del invasor, que entraba y salía cada vez con mayor energía.

Ella parecía una fiera bajo el cuerpo de su hermano, intentando soltar toda la lujuria que había alimentado en su cuerpo desde que el hombre del bus despertara en ella el deseo de que le quitaran el fuego que ardía en su interior.

"Asi, asiiiiiiiiiii"

Repetía entre dientes mientras se aferraba a su hermano y sus piernas golpeaban las espaldas del muchacho.

"Siiiiiiii, asiiiiiiiiiiii"

Gemía entre dientes mientras su cuerpo elevaba la cintura como yendo en busca de la verga de su hermano, adelantándose a cada embestida de Arturo. Estaba desesperada de deseo y su hermano hacía lo posible por satisfacerla.

El se agarró de las nalgas de su hermana y empujó con más ahínco, como queriendo perder su trozo de carne en el interior de ella, que lo recibía gozosa entre gemidos y palabras de aliento, mientras su cintura se elevaba para tragar todo el trozo de carne que entraba en su vulva sedienta de sexo.

"Siiiiiii, asiiiiiiii. Siiiiiiiiiii"

Y finalmente les llegó el orgasmo, que les inundó de frenesí mientras sus jugos se mezclaban en una suerte de fundición de dos almas que recién estaban descubriendo el sexo en los brazos de un ser tan cercano como lo puede ser un hermano. O hermana.

Cuando recuperaron la calma, no se atrevieron a mirarse nuevamente, como si hubieran recuperado sus papeles originales y, por lo tanto, lo que había sucedido entre los dos esa tarde fuera una experiencia que mejor fuera hacer de cuentas que no había sucedido.

Ella se levantó y se fue a su dormitorio, feliz de haber conocido el sexo en los brazos de su hermano, que le había brindado un placer increíble.

Arturo, por su parte, estaba fascinado con las perspectivas que le daba la nueva relación que había forjado con su hermanita. Pues suponía que esto no terminaría ahí.

Lo que ninguno de los dos sospechaba era que había un testigo de lo que hicieron: el padre de ambos.