Verónica y Cristina
Un hermoso comienzo para Cristina, una madura reprimida.
Cuando el destino le mostraba solo fatalidad, a sus bien tenidos 46 años, Cristina halló una luz hermosa que iluminaría su alma desnudando una verdad que se había estado ocultando con el pasar del tiempo. La primavera inesperada y florida llegó cualquier día gris a su vida. Se llamaba Verónica. Era una chica 22 años menor que ella, hermosa, tersa y fresca envuelta en una cabellera azabache larga y abundante que siempre ofrecía una sonrisa preciosa. Fue un amor a primera vista. Para Cristina fue un soplo de frescura en su asfixiante vida de madre soltera y reprimida, y para Verónica fue su verdadero amor que nunca imaginó.
Después de semanas de rodeos y de lentos acercamientos que confiere el tener una química natural con otra persona, una tarde de sábado en la oficina helada y solitarias dejaron evocar lo que en sus almas se había estado cocinando a fuego lento: hacerse el amor.
Era el cumpleaños número 22 de la menor y ese día todo pintaba a que al igual que otros tantos iba a ser aburridor. Pero no sospechó Verónica que Cristina, su jefe y amor secreto la iba a sorprender con un detalle sencillo, bonito y tan diciente. Colocó en su escritorio una tarjeta hermosa con motivos florales donde por todo mensaje había unas letras en troquel que expresaban un Te Amo Mucho y Feliz Cumpleaños. Encima de la tarjeta una rosa roja natural fresca y tan viva acentuó lo emotivo y obvio del mensaje. Fue la forma sutil y directa de salir del closet que Cristina había decidido. Era la jugada de su vida. Era arriesgada, pero algo le hacía estar muy segura de sí.
Cuando Verónica volvió del baño encontró tamaña sorpresa sobre el cristal que cubría la madera de su escritorio. La leyó y con el corazón en la mano y dos lágrimas de emoción miró a la mujer mayor que desde hacía semanas le quitaba el sueño. No lo podía creer. Se balanceó hacia ella y un abrazo caluroso y un beso sentido en la mejilla fue la nota de agradecimiento por el detalle. No se separaron. Ambas podían oír su corazón y el de la otra retumbar en sus cuerpos. Se miraron sin mediar palabras y un beso desesperado, torpe y dulce se produjo al pegar sus bocas. No sospechaban que el amor mas desbordado se vendría como marasmos de universos sobre sus vidas.
El beso tomó forma lentamente. Se tornó suave, firme y erótico. Tenían toda la intimidad y el tiempo del mundo para disfrutarse la una de la otra. Para Cristina era su primera vez con una mujer como desde adolescente sabía que alguna vez debía ocurrir. Estaba en la gloria excitada bajo las mieles de otra dama; y no cualquiera, pues era de quien se había enamorado. De su secretaria hermosa y de bellas cualidades personales. Para Verónica, era su sueño hecho realidad. Besando a su jefe a quien en secreto amaba y que le renovaría su sentir tras la tormentosa rotura hacía meses de su exnovia y primer amor Zuleima.
Se dedicaron a disfrutar de sus bocas allí abrazadas de pie junto al escritorio desnudo, sus lenguas jugaban entre sí entrelazándose por turnos dentro de la boca de Cristina y a veces dentro de la boca de Verónica. Los labios de esta última eran delgados y largos mientras que los de la mayor eran encogidos y carnosos. Fue la menor, mas experimentada quien resolvió posar las manos sobre los pechos chicos de la otra para amasarlos y calibrarlos por encima de la camisa. No dio tanto rodeo y con soltura se la retiró. Cristina quedó expuesta con su piel blanca, sus excesos de grasa típica de mujer en los cuarentas, y el blanco sostén que cubría sus lindos senos. Se sintió un tanto ruborizada, mas preocupada por su aspecto de mujer cuarentona que por otra cosa. Verónica lo desbrochó y por fin los tuvo ante sí. Volvió a besar a su amada que ya estaba reclinada con sus nalgas en el filo del escritorio. Luego descendió para meter en su boca hecha agua esos pezones rosaditos, redonditos y de estrecha aureola que inesperadamente ella encontraba tan provocadores. Estaba en la luna extasiada saboreando a Cristina y ésta a su vez solo veía destellos multicolores al sentir por primera vez que otra mujer, tierna y bella recorría sus senos que hacía tanto no eran estimulados. Sus chochos estaban hechos agua, pero con mucho tacto sabían que había suficiente tiempo para ocuparse mas tarde de ellos.
Luego de subir y bajar muchas veces de la cima de los senos de su amada, Verónica arrodillada descendió por el vientre posado su lengua seductora como aleteos de mariposa en la panza de Cristina. Tomó por la costura el short caqui que solía Cristina llevar los sábados para luego practicar tennis por las tardes y concentró su lengua en el ombligo mientras sus dedos desbrocharon para aflojar la prenda. Verónica descansó y miró hacia arriba para encontrarse con la mirada tierna y excitada de su amada que jadeaba con su boca carnosa medio abierta en gesto de aprobación. Le bajó con lentitud el short y se deleitó contemplando esas piernas torneadas y bien tenidas. Las acarició y decidió en el último minuto no retirarle la panty negra. Quiso ir despacio.
Verónica se levantó con parsimonia y desenlazó las tirantas del vestido corto de flores azules que llevaba puesto. Éste cayó al piso y dejó ante los ojos de Cristina la belleza sencilla de de su piel blanca. Tenía puesto un sostén tipo strapless blanco ajustado a sus medianos senos y una panty semi tanga del mismo color. Se veía muy sexy y eso aumentó el deseo incontenible de Cristina. Esta no lo podía creer. Estaba en un sueño. Tenía para si a una chica joven que amaba. Se contemplaron por unos segundos. Cristina estaba sonriendo por cierto nerviosismo que Verónica notó.
La chica tendió los brazos hacia atrás y lentamente deshizo el broche de su strapless. El sostén cayó justo encima del vestido y ese par de senos perfectos salieron a la luz. Medianos, parados y con un pezón rosado ampliamente redondo. Crsitina estaba anonada ante tanta belleza. La luz filtrada por la ventana resaltaban esos senos de arte divino. Verónica le guiñó el ojo mientras se sentaba en un sofá de dos puestos que estaba justo en la recepción. Cristina fascinada por el jueguito de ven y tómame, al perderla de vista la siguió. Verónica estaba sentada con sus piernas abiertas en una actitud inevitablemente seductora y pellizcándose sus pezones con sus dedos índice y pulgar. Cristina se sentó a su lado y aquella le preguntó con voz dulce si quería jugar al bebé. Cristina asintió sonriente y Verónica le dijo que entonces si ella era una bebecita debía tomar tetica de mamá.
Por primera vez en su vida y después de mas de dos décadas de estarlo reprimiendo Cristina disfrutó del placer oral de probar las carnosidades mamarias de otra dama. Se entregó como una verdadera bebé hambrienta a mamar de ese par de senos perfectos. Verónica gemía y gemía ante los lengüetazos, lamidas, chupones y caricias incontables que Cristina le proporcionaba en sus senos. Era paraíso para ambas. Solas, en absoluto secreto e intimidad haciéndose el amor.
Verónica se levantó y de un solo tajo echó abajo sus calzones de espaldas a Crsiti que no se levantó del sofá aún saboreaba en su boca los sabores de un buen par de tetas, Sus ojos se asombraron al contemplar la espalda y las nalgas hermosas y sorprendentemente blancas de Verónica. Esta hizo algunos movimientos de caderas cadenciosos para excitar más a su pareja. Crsitina no se aguantó y sus manos buscaron como por si solas acariciar las pieles de ese par de lomas tan tersas. El olor a jugos vaginales empezaba a reinar en la oficina.
Verónica dio lentamente pasos atrás sin girarse acercando peligrosamente su trasero al rostro ansioso de su jefe. Esta insegura de que hacer o como empezar, con los ojos bien abiertos se encontró con su boca a escasos centímetros de ese par de nalgas. Su nariz pronto se llenó de olores vaginales fuertes que la sumieron en otra dimensión. Era mas estimulante de lo que había soñados en sus escasas masturbaciones. Cerró los ojos y simplemente pegó su boca en la parte baja del canal de Verónica cerca al ano. Dio unos besitos tímidos que enloquecieron a la chica hasta hacerla llorar de placer y de emoción. Decidió entonces enseñarle a su jefe lo que ella considera es lo más delicioso del sexo: un buen cunilingus.
Le quitó el panty a Cristina y se estimuló visualmente al hallarla tan peluda, como a ella le fascinaba. Cristina abrió sus piernas y bajo la espesura del pelaje abundantes Verónica pudo adivinar el rojizo carnoso de la vagina de Cristina. Se agachó justo frente de ella y le pidió que abriera mas las piernas. Entonces Cristina comprendió que su chucha en desuso por fin iba a ser tocada por alguien. Abrió sus piernas y cerró los ojos para tocar el cielo rosado con sus manos al sentir una lengua suave, dulce, húmeda y sobre todo femenina lamer en sus labios mayores y menores mientras un dedo travieso entraba en su gruta. Tocó el cielo cuando su amada se concentró en su clítoris inflado. Había llegado lejos ese día y la verdad ni por asomo lo había pensado así. Una oleada de placer incontrolable ondeó en todo su cuerpo y no pudo evitar gritar y gemir a diestra y siniestra tumbada en ese sofá con sus manos apretujando sus senos. Verónica le había regalado su primer orgasmo en casi una década. Fue una bendición
Exhausta y relajada tras el voltaje de tamaño orgasmo se sintió lista para dar amor. Se tumbó boca arriba en la alfombra y Verónica se acostó encima con su cabeza en sentido contrario. Era la tan famosa pose del sesenta y nueve que Cristina había imaginado algunas veces en sus fantasías. Pudo contemplar la chucha gordita y lampiña de su chica amada. Era tan estética y linda a diferencia de la suya desgreñada que le habían chupado. Sintió vergüenza, pero no era el momento para eso.
Se acomodaron y Verónica continuó acariciando con su lengua la concha peluda de Cristina y ésta probó por primera vez en su vida el sabor de los jugos vaginales. Su lengua exploró por fin los repliegues rosadito claros de los labios vaginales de Verónica. El sabor lo halló indefinible pero absolutamente adictivo. Hurgó con su lengua hasta que detectó la pepita abultada. Se concentró sin tanta insistencia en ella con su lengua cada vez mas precisa mientras que con sus manos le acariciaba las bellas nalgas. Atrevida posó un dedito cerca al agujero chico de la chica. Entró unos centímetros y notó que Vero se estremeció apretando más su sexo contra su rostro. Su lengua aumentó los lamidos y fue el acabose.
Era demasiado para Verónica que no pudo aguantar mas y un orgasmo sorprendente, mucho mas intenso y hermoso de los que alguna vez tuviera con Zuleima, se apoderó de su cuerpo. Estallaron al unísono en un acto de amor y sexo inconfesable.
Sellaron su amor en el que la edad no importó.