Verónica

Verónica pierde la cabeza por su vecino, al que lleva a la cama, donde se da cuenta que el objeto de su deseo es su hijo.

Autor: Salvador

E-mail: demadariaga@hotmail.com

A Verónica, una mujer en todo el sentido de la palabra.

Si leyeron la serie "La extorsión", les cuento que la protagonista es Verónica.

Verónica

Capítulo 1

El vecino

" Esto no puede ser ", se dijo Verónica, cerrando los ojos, cuando tuvo conciencia del extremo al cual había llevado las cosas con Jaime. " Pero si tiene la edad de Raul ", pensaba mientras abrazaba al joven vecino del piso donde vivía, pero el calor con el que la verga del muchacho inundaba su vagina mientras la penetraba con furia no la dejó seguir pensando en nada que no fuera el pedazo de carne en su interior, que le indicaba que ya nada podía hacer al respecto. Sus piernas abiertas se cerraron sobre la espalda del joven y sus brazos lo aprisionaron mientras sus labios dejaban escapar quejidos de placer. Si hubiera podido razonar con tranquilidad habría quedado confundida, pues no estaba segura si el placer que sentía era por lo que el muchacho le estaba haciendo sentir o por el pensamiento de que su vecino pudiera ser su hijo..

Pero la calentura de su cuerpo no entendía de razones en esos momentos en que su interior era inundado por el sexo juvenil de Jaime y prefirió dejar para después el analizar la manera en que había logrado seducirlo, hasta llevarlo a su cama. Ahora solamente deseaba que el muchacho le diera toda la satisfacción que en su excitación ella anhelaba. Ya después habría tiempo para arrepentirse, aunque dudaba que lo hiciera, considerando las circunstancias que ella propició para que finalmente su joven vecino terminara penetrándola. A fin de cuentas era ella la que había guiado al muchacho hasta su dormitorio, esperando el momento propicio para desplegar todas sus técnicas de seducción.

Cuando despertó esa mañana ya tenía en mente la posibilidad de darse un gusto con el vecino, un muchacho casi veinte años menor que ella. Ese día estaría sola en el departamento y sabía que Jaime también, por lo que tendría bastante tiempo para llevar las cosas hasta donde deseaba. Después de despedir a su hijo, desayunó y se arregló de manera de hacer resaltar sus atributos sin que pareciera que se hubiera esmerado en ello, por lo que se maquilló con delicadeza tal que parecía que no lo hubiera hecho. Cuando terminó se dio una larga mirada en el espejo y quedó satisfecha del resultado: a la primera mirada su rostro daba la sensación de limpieza, de ausencia de afeites artificiales, como si viniera levantándose y no había tenido tiempo de arreglarse pero irradiando una belleza delicada, pura y natural. Se vistió con un mini color rojo y una blusa blanca, de la que dejó sueltos los dos botones superiores, para que Jaime pudiera apreciar el nacimiento de sus senos, aún parados y turgentes a pesar de estar cercana a los cuarenta años. Y para las piernas, el secreto de su seducción, usó un par de medias negras, caladas, que le llegaban a medio muslo. Y el broche de oro era su bikini blanco.

Recorrió la imagen que le devolvió el espejo y quedó contenta del resultado. Estaba segura de que el muchacho no quedaría indiferente cuando ella le mostrara sus piernas, tal como lo hiciera la vez pasada, cuando el vino a dejarle un recado y ella le invitara a una bebida, en la cocina. ¡Qué rico sintió saberse observada! Hacía mucho tiempo que no sentía esa exquisita sensación de cosquilleos entre sus muslos como cuando Jaime, sentado frente a ella, se agachó a recoger la servilleta que se le cayera y se demorara más de la cuenta en levantarse nuevamente y, cuando lo hizo, estaba completamente rojo de excitación y turbación. Y no era para menos, pues ella estaba sentada con los pies semi abiertos y el muchacho, estaba segura, se quedó maravillado mirando el espectáculo de sus muslos y al fondo el paquete que formaba su sexo bajo la seda del calzón. Todo había sido tan repentino que en un principio ella se sintió turbada cuando se percató de que su vecino se estaba dando gusto bajo la mesa con la visión de sus piernas abiertas, pero la turbación fue rápidamente reemplazada por el gusto de saberse espiada en sus partes íntimas y ello motivó que sus muslos y su sexo se sintieran muy a gusto con la situación y un fuerte cosquilleo le indicó que el deseo se había instalado en ella después de tanto tiempo de abstinencia sexual. Y es que Verónica hacía ya un par de años que no se había metido con un hombre y ya se estaba acostumbrando a una vida sin sexo. Pero este muchacho la había sacado de su ostracismo y el ligero percance bajo la mesa de su cocina despertó nuevamente en ella a la hembra sedienta de hombre. Por ello había decidido que ese día Jaime, su joven vecino, debía terminar en su cama.

A media mañana le llamó y le pidió que le ayudara con una llave mala, a lo que el muchacho accedió de inmediato pues dijo estar desocupado preparando unos exámenes. Cuando abrió la puerta él estaba ahí, luciendo una polera y pantalón deportivos. La miró con ojos en que se notaba el asombro por la belleza que tenía delante suyo y Verónica le hizo pasar sin apartarse de la puerta, por lo que Jaime pasó muy cerca suyo y pudo aspirar el aroma delicado del perfume que ella usaba especialmente para el. Fueron a la cocina y ella le indicó una llave que goteaba y el joven en un par de minutos y con las herramientas adecuadas logró dejarlas bien, mientras Verónica, apoyada contra la mesa, lo miraba trabajar, por lo que él no pudo dejar de ver sus hermosas piernas enfundadas en unas medias caladas que las hacían más seductoras.

Cuando terminó el arreglo, ella le ofreció un café y se sentaron en la mesa, uno al frente del otro, conversando de la actualidad y de copuchas de los vecinos del edificio. De pronto Verónica dejó caer una cuchara y el muchacho se ofreció a recogerla, lo que ella aceptó con una sonrisa mientras la cabeza de su vecino se perdía bajo la mesa, sin saber lo que ella le había preparado.

El joven había quedado impactado la vez anterior cuando estando en esa misma cocina él se agachara para recoger su servilleta y vió las exquisitas piernas de su vecina, que dejaban ver parte sus muslos, los que terminaban juntándose el final. Había quedado embobado con la visión de esas piernas tan cerca suyo y tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para dejar de observarlas y volver a sentarse frente a su bella vecina, pero estaba conciente de que en su rostro se reflejaba la excitación que sentía, aunque ella no le dijo nada y parecía que no sospechó que inocentemente le había regalado el espectáculo de sus piernas semi abiertas y con ello había gatillado en él un deseo incontrolable por esa hermosa mujer a la que siempre había mirado con respeto pero que ahora era una obsesión que le acompañaba noche a noche, imaginándola entregada a sus deseos y fantaseando con las increíbles cosas que le haría si alguna vez la tenía para él.

Cuando ella dejó caer la cuchara se ofreció gentilmente a recogerla bajo la mesa, esperando poder vivir nuevamente el espectáculo de esas piernas y muslos que insinuaban una mundo de fantasía. Y si andaba con suerte, tal vez podría ver algo más que la vez anterior. La sonrisa de ella le indicó que su vecina no veía en ello nada malo y que no se había percatado de su excitación la vez anterior ni de lo mucho que se demoró bajo la mesa. Así que se metió bajo la mesa a buscar la cucharita, pero lo que tenía delante de sus ojos le hizo olvidar completamente el motivo por el cual estaba ahí: las piernas de su vecina estaban más abiertas que la vez anterior, y sus medias negras en cuadritos le llegaban a medio muslo, donde empezaba a verse la blanca piel que contrastaba con la tela de sus medias. Y al final, ya no eran los muslos los que se juntaban sino que estos estaban abiertos y dejaban ver el paquete que ocultaba la blanca tela del bikini que hacía resaltar las dimensiones del sexo que había detrás.

Quedó mudo unos instantes y cuando logró recuperar algo de calma, tomó la cuchara y se levantó, dejándola sobre la mesa y sin atreverse a mirar a Verónica, con el rostro perlado de sudor por la excitación que estaba viviendo.

¿Te diste cuenta que parece las patas de la mesa están desniveladas?

La voz de Verónica le sacó de sus pensamientos y levantando la vista le dijo que no se había dado cuenta, encontrándose con su sonrisa unos ojos ensoñadores que le miraban intensamente, profundamente. Algo en su mirada le dio fuerzas para preguntarle si quería que revisara las patas de la mesa, a lo que ella accedió sin dejar de sonreir.

Cuando se puso bajo la mesa vio las piernas de su bella anfitriona ahora completamente abiertas, bastante más que la vez anterior. No podía creer a su suerte, pues no podía ser casualidad esto ya que Verónica sabía que él se bajaría y podría verle las piernas. La única explicación era que ella lo estaba haciendo a propósito. Y ahora que lo pensaba bien, lo de las patas de la mesa no pasaba de ser una excusa. Decidió quedarse quieto frente a las piernas de su vecina y gozar el espectáculo de sus muslos abiertos y el paquete blanco al final de estos. Al cabo de unos instantes le llegó la voz de ella: ¿Por qué no revisas las patas de este lado, por favor? No le cabía dudas a Jaime que esto más que una petición era una invitación.

Se acercó al lado de ella y haciendo como si revisara las patas de la mesa le dijo "se ven bien, señora".

"¿ Las viste bien ?"

No estaba seguro si la pregunta era por las patas de la mesa o por sus propias piernas, por lo que el muchacho decidió jugársela respondiendo con doble intención.

"Las estoy viendo y se ven muy bien. Se ven lindas. Es más, creo que son perfectas"

Acercó su cuerpo de manera de rozar con su hombro las piernas de su bella vecina, para dar más sentido erótico a su respuesta. Un ligero estremecimiento de las piernas delató a Verónica y Jaime supo entonces de que los dos estaban hablando de lo mismo.

"¿Puedo seguir mirándolas?"

"Si. Hazlo"

El apretó su hombro a la rodilla más cercana y sintió que su vecina la ponía firme de manera de resistir la presión. De esa manera se comunicaron sin palabras lo que las palabras no se atrevían a decir.

"Me encantan"

"¿En serio?"

"Quisiera acariciarlas"

"¿Qué esperas?"

Por toda respuesta, el muchacho puso una mano sobre una de las rodillas, esperando la reacción de su dueña, pero esta nada dijo y se limitó a mantenerla en su lugar.

Jaime se puso frente a las piernas de Verónica, puso una mano en cada rodilla y las apartó lentamente, a la espera de alguna reacción, pero no la hubo. Era claro que podía seguir adelante. Y así lo hizo.

Cuando hubo abierto completamente las piernas de su vecina, el muchacho puso su cabeza entre ellas y se acercó por entre los muslos hasta alcanzar el paquete enfundado en la tela blanca del bikini. Abrió sus labios e hizo presión sobre la seda, de manera que gran parte de los labios vaginales de Verónica quedaran aprisionados en ellos. Y empezó a chupar, como si estuviera mamando. Un par de manos bajaron y le tomaron de la cabeza, acercándolo más aún. Era la aceptación total de parte de ella.

El subió sus manos hasta llegar a los bordes del bikinni y empezó a bajarlos, lentamente, suavemente. Cuando llegó más debajo de la rodilla, ella misma se encargó de deshacerse de ellos, mientras Jaime acercaba nuevamente su boca al sexo de su vecina, cuyos labios vaginales cubrió con sus labios mientras su lengua se metía entre ellos para explorar la cueva de amor de esa hermosa mujer que se le estaba entregando ahora.

Ella levantó sus piernas y las puso sobre los hombros del joven, facilitando con ello la mamada que estaba recibiendo el mensaje de que quería participar del momento y que estaba dispuesta a seguir hasta las últimas consecuencias.

Una fuerte corriente golpeó la boca de Jaime y recibió en ella el torrente de la acabada de su joven vecina, sin imaginar que en este orgasmo iban dos años de abstinencia y el inicio de una nueva etapa en la vida sexual de Verónica.

Ella se levantó y tomándole de la mano le hizo salir de debajo de la mesa. Parados frente a frente, ella le miró intensamente y le abrazó acercando sus labios a los del muchacho, que la apretó con sus labios y todo su cuerpo, en tanto con las manos recorría el cuerpo de su vecina sin dejar parte sin tocar, con la desesperación propia de los jóvenes. Ella se dejaba tocar feliz del ímpetu que el muchacho ponía en sus caricias, que la hacían sentirse un objeto de deseo en manos de su vecinito, que parecía no poder creer la fortuna que le había tocado esa mañana.

Verónica intentaba calmarlo con besos en los labios, los ojos, todo su rostro, mientras le llevaba tomado de la mano a su dormitorio. El no dejaba de tocarle los senos, el culo, el sexo, las nalgas, mientras respondía a sus besos con pasión propia de la juventud.

Ya en el dormitorio, ella mismo lo desnudo, en tanto el muchacho intentaba a su vez desprenderla de su falda y de su blusa. Cuando finalmente quedaron desnudos, ella se tendió sobre la cama y abriendo sus piernas le pidió al muchacho con los ojos que hiciera su papel. Cuando el joven se puso entre sus muslos, con su herramienta dispuesta a penetrarla, ella le miró a los ojos y el brillo juvenil de estos le hizo pensar en su hijo, casi de la misma edad. Fue en ese momento en que Verónica sintió un atisbo de arrepentimiento por lo que había hecho. ¿O tal vez hubiera preferido que fuera otra persona quien estuviera ahí con ella? No sabía bien qué era lo que la perturbaba pero no tuvo tiempo para seguir pensando en ello para encontrar la respuesta pues en ese momento sintió el trozo de carne de Jaime entrando en su cueva de amor, haciéndola olvidarse de cualquier cosa que le hubiese perturbado o inquietado. Ahora tenía un miembro varonil entre sus piernas, penetrándola. Y eso le hacía olvidar todo lo demás.

Abrazó al muchacho y empezó a empujar hacia arriba, ayudándole a que su herramienta entrara y saliera de ella, con tal ímpetu que su cuerpo se cubrió de sudor y sus ojos extraviados denotaban el grado de excitación que tenía. Finalmente, le regaló a su joven vecino por segunda vez los líquidos de su orgasmo, a los que Jaime acompañó con una corriente de semen, los que se fundieron hasta formar un solo charco sobre las sábanas.

Quedaron quietos, uno al lado del otro, mirando al techo, sumidos en sus propios pensamientos. El no daba crédito a la suerte de estar ahí con ese pedazo de mujer a la que tanto deseaba y ella feliz de estar haciendo el amor después de tanto tiempo. Y con un muchacho, lleno de energía.

Sin decir palabra, ella se dio vuelta y tomó el miembro del muchacho, que se llevó a la boca y empezó a mamarlo, logrando que se parara casi de inmediato. Verónica sabía que le daría una mamada como nunca se la habían dado al joven, pues su especialidad era chupar vergas y hasta ahora siempre sus hombres habían quedado más que satisfechos. Con delicadeza tomó entre dos dedos la base del pene de Jaime, mientras el resto de los dedos acariciaban las bolas de éste, pletóricas de semen, mientras sus labios subían y bajaban por el tronco, para dar cortas chupadas cuando llegaba a la cabeza de la verga, lo que le producía estremecimientos de placer a su juvenil amante. Sabía que éste no duraría mucho al procedimiento que le estaba dando y, efectivamente, pronto la verga del muchacho empezó a expeler su semen mientras el cuerpo de Jaime se estremecía de placer.

El quedó feliz con el tratamiento recibido y ella se sonreía contenta de comprobar que no había perdido la práctica.

"Eres increíble, Verónica"

"¿Te gustó?"

"Nunca, nunca, nadie me había hecho algo tan rico como lo que me hiciste"

"Me alegro que te haya gustado, Jaime"

"De solo pensar en lo que me hiciste se me vuelve a parar"

"No me digas que quieres que te lo haga nuevamente"

"Si, me encantaría"

¿Qué tal un 69?"

"Estupendo"

El muchacho se puso de manera que su cabeza quedar entre los muslos de Verónica, de espaldas en la cama, y su verga a la altura de su boca. Y empezó a meter su lengua en los labios vaginales de la joven vecina, apretando sus cachetes entre las manos, mientras ella abría la boca y se tragaba gran parte de la verga del muchacho, que se movía como si estuviera haciéndole el amor en la boca. Ella no puso demasiado empeño en lo que hacía pues quería gozar la mamada que estaba recibiendo y porque sabía que con un par de chupadas lograría hacer acabar a Jaime. Y cuando sintió que estaba por acabar, empezó a masturbar al muchacho mientras le chupaba el miembro, logrando que ambos acabaran al mismo tiempo.

Cuando se hubieron calmado, ella le pidió que se retirara pues su hijo Raúl no tardaba en llegar. Jaime se retiró feliz y con la promesa de que lo sucedido lo repetirían pronto.

Cuando quedó sola, echada en su cama, Verónica pensó largamente en lo sucedido. No estaba arrepentida de lo sucedido. Es más, estaba feliz de poder haber soltado todas las trancas a las que el largo período de abstinencia sexual la tenía sometida. Pero no lograba comprender por qué dio por terminada tan bruscamente ese encuentro si aún podían haber hecho muchas cosas más en la cama. Más aún, considerando que Raúl no llegaría sino hasta casi el anochecer. ¿Por qué despidió al muchacho con una mentira? ¿Por qué el pensamiento de su hijo se le cruzó por la mente cuando estaba siendo penetrada por Jaime? ¿Era realmente la juventud de Jaime, como se dijera en ese momento, o había otra razón?

Fue en ese momento que comprendió todo. Pero era tarde, pues su mano ya estaba acariciando su vulva y uno de sus dedos se metía en su túnel de amor mientras la imagen de Raúl se hacía cada vez más nítida en su mente.