Verónica: El Comienzo

Desde que tengo uso de razón, mi primer recuerdo es mi rostro en el espejo del baño de mi casa con los labios pintados de rojo carmín.

Desde que tengo uso de razón, mi primer recuerdo es mi rostro en el espejo del baño de mi casa con los labios pintados de rojo carmín. Ya con 5 años le cogía los lápices de labios a mi madre que guardaba junto con todo su maquillaje dentro de un neceser en la estantería que cuelga de una de las paredes del baño y me pintaba los labios cada vez que tenía que utilizar el baño por alguna necesidad. Cuando salía del baño me lavaba con agua y me quitaba el pintalabios de la boca pero un día no lo debí hacer bien o no sé qué pasó pero mi madre notó que me había pintado los labios y me ruboricé cuando me descubrió, no sabiendo que contestarle, ella me regañó pidiéndome que no lo hiciese nunca más y yo no pude más que hacer un ligero movimiento de cabeza de afirmación. Pasó el tiempo y aquello únicamente me sirvió para tener más precaución a la hora de pintarme los labios y más adelante cuidar de no ser descubierto cuando empecé a usar sus ropas. Me solía poner ropa de mi madre cada vez que estaba segurísimo de estar sólo en casa y que nadie aparecería por allí hasta al menos pasar dos horas. Empecé poniéndome sus faldas, es lo más representativo del sexo femenino, yo quería ser como mi madre. Poco a poco fui poniéndome más prendas a parte de las faldas y llegué a vestirme completamente como mi madre, después empecé a maquillarme así vestido y cada vez que me quedaba solo en casa me transformaba en mi madre. Pero todas las madres del mundo tienen algo en común y es que si cambias algo de lugar dentro de la casa, rápidamente lo notan y así fue como descubrió que me ponía su ropa, porque un día puse unas medias en un cajón que no le correspondían y rápidamente me acosó a preguntas hasta que le dije que únicamente me había puesto esas medias pero nada más.

Mi vida cambió radical y ya no me atrevía a ponerme su ropa así que durante bastante tiempo me limité a maquillar mi rostro en mis momentos de soledad. Con el tiempo llegué a maquillarme como un profesional y aquello dejó de tener secretos para mí. Pero otra vez volvió la alegría a mi ser cuando mi hermana pequeña con once años creció mucho y comprobé que yo, un año mayor que ella, podía ponerme su ropa. La verdad que me quedaba mejor que la de mi madre y más acorde a mi edad. Cada vez que me quedaba solo volvía a ser yo, necesitaba verme en los espejos vestido de chica y cuando me veía no me sentía nada raro, era como si en realidad esa era la ropa que yo debería llevar siempre. Ya con doce años empezaba a darme cuenta que esas cosas y muchas más, ya no me vestía con ropas de mujer para ser como mi madre sino que lo hacía porque empezaba a conocerme a mí mismo y cada vez necesitaba más a menudo vestir con las ropas de mi hermana porque en realidad las sentía mías.

Mi hermana no notaba nunca que me ponía sus ropas porque yo tenía muchísimo cuidado. A partir de los 13 años mi hermana empezó a comprarse su propia ropa y como todas las adolescentes se compraba ropa muy provocativa y muy ceñida, yo lo agradecía porque a mí también me gustaba ponerme aquel tipo de ropa y vestir como cualquier otra chica de mi clase. Yo me daba cuenta que hasta mis gustos por la ropa coincidían con los de mi hermana o los de cualquier otra chica de nuestra edad.

Pero no todo era un camino de rosas. No solamente tenía que esconderme de mi familia para poder vestirme de chica, también tenía que esconder mis sentimientos de cara a la sociedad. Yo creo que el hecho de haber sido descubierto dos veces y los malos momentos que pasé engendraron en mí un trauma que nunca pude expulsar. Siempre he estado actuando en contra de mi voluntad, a mi me hubiera gustado tener solamente amigas pero el temor a ser señalado con el dedo en el colegio me llevó a relacionarme muy a mi pesar con los chicos de mi clase y formar parte de una pandilla exclusivamente de chicos aunque de vez en cuando me gustaba también arrimarme a un grupo de chicas con las que entable una gran amistad y que yo en mi intimidad considero mi verdadera pandilla. En casa, a la hora de ver la tele, si estaban mis padres delante tenía que apoyar los gustos de mi padre y criticar los de mi madre y los de mi hermana pero si estaba solo o con mi hermana veía los programas que le gustaban a ella.

Así pasó mi vida hasta que cumplí los 17 años. Fue una tarde de sábado en la que mi familia se marchó al pueblo de mis abuelos como solíamos hacer todos los fines de semana, nos quedábamos todo el fin de semana en casa de mis abuelos y así además pasábamos dos días en el campo lejos de la polución y los ruidos de la ciudad. Yo solía inventar exámenes para poder pasar dos días enteros viviendo como mujer y cada vez lo hacía más a menudo porque mi lado femenino era cada vez más fuerte y se estaba apoderando completamente de mí. Necesitaba esos dos días para satisfacer mi femineidad y pasar el resto de la semana más tranquilo. Aquel sábado me levanté tarde, me quité el camisón de mi hermana y me di una ducha, me vestí con un conjunto rosa de braguitas y sostén, me coloque unos panty de rejilla negro, después rellené mi sostén con papel higiénico y empecé a probarme ropa a ver qué conjunto me ponía ese día, opté por una minifalda blanca y un top plateado muy ajustado terminé con unas botas altas de color blanco con bastante tacón. Me quedé mirándome en el espejo y me decidí por esa ropa, después me senté en el tocador que hay en la habitación de mi hermana y empecé a maquillarme, usé unos tonos muy naturales y me quedó perfecto, aun me volví a dar una segunda capa de máscara de pestañas (es mi debilidad a la hora de maquillarme). Busqué su perfume y me puse dos gotitas en las muñecas y en el cuello. Rematé la transformación con un collar, varias pulseras, un reloj de mi hermana y varios anillos, terminé con unos pendientes enormes blancos de mi hermana aprovechando que ya tenía las orejas perforadas debido a una moda entre los chicos de mi edad de llevar pendientes. Me levanté y fui al baño, allí me hice un peinado súper femenino ya que yo llevaba al pelo bastante largo. Me paseé por toda la casa mirándome en todos los espejos y soñando que esa chica que reflejaban los espejos era de verdad y no se tenía que esconder de nadie. Me preparé la comida y comí, después de recogerlo todo me senté un rato en el sofá a ojear las revistas de mi madre y de mi hermana, de vez en cuando me asomaba a las ventanas y me imaginaba paseando por aquellas calles tal y como iba vestido siendo una chica más que caminaba bajo las lascivas miradas de todos los hombres que se cruzaban en su camino. Alrededor de las seis de la tarde oí como una llave se introducía en la cerradura de la puerta de casa y sentí algo que no puedo explicar con palabras, solo comparable a lo que sentirán las personas que avisten el fin del mundo. No sabía en donde meterme y tardé en reaccionar, me levanté lo más rápido que pude del sofá y eché a correr por el pasillo hasta llegar a mi habitación. Oí unos tacones acercarse por el pasillo y detenerse frente a mi puerta, escuché la voz de mi hermana que me ordenaba abrir la puerta de mi habitación inmediatamente. Yo le dije que estaba con una chica y que no podía abrir la puerta pero ella me había descubierto, me dijo que me había visto correr por el pasillo cuando abrió la puerta y además había escuchado el ruido de mis tacones corriendo.

Mi fin estaba próximo, lo notaba, lo veía y no podía abrir a mi hermana así vestido y así se lo hice saber pero ella estaba muy disgustada, se le notaba en la voz y me exigía abrir la puerta o la iba a tirar abajo. Empecé a oír golpes en la puerta y decidí soportar la humillación que se me venía encima. Retiré el pasador y abrí la puerta, me quedé mirando al suelo sin poder mirarla a la cara. Ella no rió ni dijo nada, yo pensé que me estaba explorando de arriba abajo y muy lentamente fui levantando la vista del suelo hasta encontrar sus ojos, estaba llorando, mi hermana la que hacía 2 minutos me gritaba, me ordenaba e intentaba echar la puerta abajo. No pude aguantarme y me abalancé sobre ella dándole un fuerte abrazo. Ella me abrazó con todas sus fuerzas y me gimoteó al oído que nada más verme pensó que yo era la chica con la que le excusé estar para no abrir y se sintió una tonta hasta que descubrió que era yo. Mi propia hermana me había confundido con una chica y eso me alegró muchísimo y así se lo hice saber. Me cogió de la mano y me llevó a la cocina, nos sentamos en dos sillas y ella alucinaba cada vez más conmigo, ahora con mis movimientos al caminar y mis gestos tan femeninos. Sacó dos refrescos de la nevera y me hizo contarle todo desde el principio, ella recordaba mi bronca cuando mi madre se dio cuenta que me ponía su ropa pero no la del pintalabios, ella era demasiado pequeña para recordarlo, después todo le fue encajando porque aunque yo tenía muchísimo cuidado cuando me ponía su ropa de dejarla en su sitio y no ensuciarle nada, cometí varios errores pero ella se auto convencía de que había sido ella la que lo había dejado en otro sitio y cosas así. Después me explico que había vuelto del pueblo en el autobús porque aquella misma mañana había recibido un mensaje de una amiga suya diciendo que las habían invitado a una fiesta en una disco de 9 a 12. Amelia, mi hermana, se me quedó mirando y sin pensárselo ni un segundo me propuso ir con ellas a la fiesta. Yo me quedé de piedra ante tal propuesta y en un principio me negué pero ella insistió diciendo que me haría pasar por su prima, que yo solamente debía hacer el papel de "niña vergonzosa" y hablar lo menos posible y que ella y sus amigas se encargarían del resto. Al final me convenció pero yo creo que mi deseo de mostrarme al mundo como realmente me siento fue lo que de verdad me llevó a ceder a su proposición.

Amelia me llevó a su habitación y abrimos su armario, me eligió un pantalón blanco muy ajustado y una camisa gris perla muy ceñida, me sacó unos zapatos con un enorme tacón del mismo color que la camisa, una cazadora de piel blanca y un bolso gigante también blanco, lo puso todo sobre la cama y me hizo vestir allí mismo mientras ella se cambiaba también, yo me ruboricé cuando me quedé en braguitas y sostén y ella se me quedó mirando y se rió pero no por mi pinta sino por el color de mi cara y me dijo que entre hermanas no hay porque ruborizarse cuando están semidesnudas, aquellas palabras me llegaron al corazón y se me pasó la vergüenza pero no pude evitar abrazarla y darle las gracias por llamarme hermana. Ella se sentó en la cama y me invitó a hacerlo a mi también, me miró fijamente a los ojos y yo sentí que sus palabras eran sinceras cuando me dijo que ella no les diría nada a nuestros padres pero que a partir de ahora yo pasaría a ser su hermana en la intimidad, me ofreció formar parte de su grupo de amigas, a partir de ahora yo saldría de casa vestido de chico pero ellas se encargarían de vestirme de chica en algún lugar a escondidas para salir con ellas de discos y después regresaría a casa de chico otra vez. Me dijo que siempre había querido tener una hermana y no estaba dispuesta a perderme, ella se iba a encargar de convertirme en una autentica mujercita y a cambio de todo esto ella solo me pedía una cosa, ponerme el nombre y seguidamente me bautizó como Verónica, que por cierto a mí me encantó el nombre yo no me pude aguantar después de oírla y empecé a llorar como un idiota pero ella me abrazó y me susurró al oído que me iba a transformar en la chica más bella de la ciudad.

Amelia y yo empezamos a vestirnos pero cuando vio que mi paquete se notaba con aquellos pantalones tan ajustados me los hizo quitar y trajo una braga moldeadora de la habitación de mi madre, yo aporté también mi idea para esconder el pene y me lo estiré hacia atrás y lo sujete en mi entrepierna con esparadrapo, después me puse la braga que trajo Amelia y ya no se notaba nada de nada, me volví a poner los pantalones y ahora me quedaban perfectos, cuando acabé me senté en su tocador y corregí el maquillaje que llevaba desde la mañana pero que estaba casi perfecto salvo por las correderas de máscara de pestañas que serpenteaban por mis mejillas de llorar, me puse más máscara de pestañas y Amelia me prestó un líquido luminoso para labios del mismo tono que mi lápiz. Me dijo que guardase en el bolso lo necesario para retocarme el maquillaje en la disco, me puse cuatro gotas de su perfume y cambié de bisutería por una más acorde a mi nueva ropa, Amelia y yo fuimos al baño y me hizo un peinado muy parecido al suyo aunque algo más corto y salimos al salón. Amelia alucinó viéndome caminar sobre aquellos enormes tacones que ella no se ponía porque le resultaba imposible caminar con ellos. Nos sentamos a esperar y llamó a sus amigas para ponerlas al corriente de nuestro plan y ellas aceptaron ayudarme en todo lo posible. A las 8 en punto llamaron a nuestro contestador automático y Amelia me dijo que era su amiga Ana, me puse la cazadora, cogí el bolso y salimos de casa las dos.

CONTINUARÁ