Verónica - Descubriendo nuevos placeres

Verónica sigue descubriendo placeres que nunca antes había sido capaz de disfrutar.

Aquel sábado no lo olvidaré jamás. Fue la primera vez que salí de casa cómo Verónica y la primera vez que le comí la polla a un tío. El domingo me desperté como si lo hiciera de un sueño, pero no, todo había sido real y fui corriendo en camisón al cuarto de mi hermana a darle las gracias por todo lo que había hecho por mí. Ella se alegró al verme tan efusiva. Amelia se levantó de la cama y vino a abrazarme para celebrar aquel momento de inmensa alegría conmigo. Me susurró al oído que a partir de ahora me trataría como a una hermana siempre que nuestros padres no estuviesen delante y que teníamos que hacer planes para que ellos no me descubriesen. Yo todavía no estaba preparada para soportar el apuro de ser descubierta por nuestros padres.

El viernes siguiente mis padres se marcharon al pueblo como siempre y Amelia y yo nos quedamos en casa alegando tener exámenes la siguiente semana, dijimos a nuestros padres que preferíamos encerrarnos en casa todo el fin de semana sin salir para estar más concentrados en los estudios. Cómo siempre habíamos sacado muy buenas notas accedieron de muy buena gana creyendo que decíamos la verdad.

Nada más salir por la puerta yo me dirigí al baño y mi hermana a su habitación, me duché y me depilé todo el cuerpo, cuando salí mi hermana estaba en su habitación esperándome con varias prendas suyas para que yo me vistiese. Un conjunto de braguitas y sostén negros con encajes, unas medias negras y un camisón cortito de raso negro. Aquella noche no teníamos intención de salir y me puse aquella ropa para acostarme, ella se puso su camisón rosa, me dejó unas pantuflas suyas para andar por casa y salimos a preparar la cena. Después de cenar puso la tele y sacó un neceser con un set de manicura, me dejó unos pendientes suyos para parecer más femenina y me enseño a hacerme la manicura. Me quedaron unas uñas preciosas con la manicura francesa que me hice, después hice lo mismo con las de los pies y cuando acabamos nos fuimos a dormir.

El sábado me despertó Amelia muy excitada y me dijo que nos teníamos que arreglar, Ana estaba a punto de llegar. Me di una ducha rápida y me puse un conjunto de braguitas y sostén blancos de algodón, Amelia me trajo la braga moldeadora de mi madre y me prestó un vestido blanco muy ceñido que me hacía un cuerpo de infarto. Me senté en su tocador y me maquillé muy natural como ella me aconsejó después me prestó varias pulseras y collares, me dejó unos pendientes de aro enormes y una cazadora blanca muy ajustada, acabé con unas altísimas botas blancas de 10cm de tacón y unas gotas de su perfume. Cuando Amelia estaba acabando llamaron al timbre y fui a abrir, era Ana y la hice subir. Ana tocó el timbre de arriba y abrí la puerta, me saludó y entró. Estuvimos esperando a Amelia en el salón y me dijo que Amelia le había llamado porque tenía planes pero no le había dicho cuales. Amelia apareció en el salón y nos dijo a las dos que pasáramos al baño, allí me peinaron entre las dos y Amelia nos reveló sus planes. Dijo que no podía seguir dejándome su ropa así que íbamos a ir de compras. Yo me compraría mi propia ropa y todo lo necesario para transformarme en Verónica y Amelia lo guardaría en su armario para que nuestros padres no sospecharan nada.

Llegamos a un centro comercial como tres amigas que iban de compras y lo primero que hicimos fue entrar a una tienda de lencería, era lo que más le disgustaba a Amelia prestarme y por fin no iba a tener que volver a dejarme su ropa interior. Me compré un par de conjuntos de braga y sostén, unas medias, un camisón y una braga con corsé para no tener que volver a ponerme la de mi madre. Después fuimos a una tienda de ropa de chicas de nuestra edad y me compré una falda, un pantalón vaquero, un vestido negro ajustadísimo y un par de camisetas, una blanca y otra plateada. Ya me quedaba poco dinero pero todavía pude comprarme unas botas altas con mucho tacón y unos zapatos plateados preciosos con 5cm de tacón. Pese a no tener más dinero, Amelia y Ana me dijeron que me iban a hacer un regalo cada una. Ana me llevó a una perfumería para que eligiese mi perfume femenino, algo que dice mucho del estilo de cada mujer y Amelia me llevó a una bisutería para elegir un par de pendientes, cosa que exterioriza muy mucho mi feminidad. Cuando acabamos me invitaron a comer en un restaurante de camino a casa y planeamos la noche.

Después de dormir una bien merecida siesta Amelia y yo no preparamos para salir con nuestras amigas. Por primera vez me vestí con mi propia ropa y ya que íbamos a la disco opté por el vestido negro y las botas. Me maquillé y me puse mis pendientes, plateados y muy largos, y unas gotitas de mi perfume. Amelia me dejo una chaquetita corta de punto. Me peiné yo sola y salí al salón donde me esperaban Amelia y Ana. Fuimos a llamar a Clara y a Belén y nos fuimos las cinco a la disco. Todos los chicos nos miraban como a diosas pero nos fijamos que todos eran más jóvenes que nosotras y no se atrevían. Bebimos bastante y estuvimos toda la noche en la pista sin parar de bailar. Yo decidí ir al baño a ver si me volvía a pasar lo de la vez anterior pero no hubo suerte. Me retoqué el maquillaje y el pelo y volví a la pista con mis amigas. Nos fuimos de allí a las doce, la hora límite de nuestras tres amigas y pese a no haber ligado ninguna de las cinco, el camino a casa fue muy alegre y animado. Cuando pasábamos cerca de algún grupo de chicos empezábamos a caminar muy provocativamente y hacíamos unos movimientos muy sexys a la vez que nos desternillábamos de la risa. Una a una se fueron quedando en sus respectivas casas y Amelia y yo llegamos a la nuestra. Nos desmaquillamos juntas y fuimos cada una a su habitación a ponernos nuestros camisones, todavía no me había puesto el mío cuando Amelia entró en mi habitación con una cajita en la mano. Me dijo que sentía que yo no hubiera visto al tío de la otra noche pero tenía un regalito para mí que conseguiría hacer salir a la mujer que llevo dentro, si es que hay alguna, o por el contrario revelaría lo ficticio de mi comportamiento femenino y me puso delante la caja vacía de un consolador, se levantó el camisón y con un arnés llevaba sujeto un consolador de 25cm de largo por 5cm de ancho. Yo me quedé con la boca abierta, aquel enorme falo me aterrorizó solo de pensar que me iba a follar, pero vino a mi mente el tío al que le comí su enorme polla, miré el rostro de Amelia y vi el de aquel tío, aquel consolador era la polla que una vez me encantó comerme y me lancé como una posesa. Me arrodillé delante de Amelia y me introduje el consolador en la boca, empecé a masturbarlo con mi boca como si fuera real y Amelia empezó a hablarme como un tío al que le están comiendo la polla. Yo me estaba poniendo a mil, el consolador salía y entraba de mi boca a gran velocidad saciando mi sed de deseo pero no era suficiente, aquel aparato no terminaba de correrse en mi boca y yo necesitaba sentir esa leche entre mis labios, esto hacía que mi excitación creciese enormemente porque mi deseo no se saciaba nunca y necesitaba algo que lo saciase, entonces Amelia me levantó y me arrojó a la cama gritándome – ZORRA, PUTA, MARICONA COME POLLAS – y todo lo que le pasaba por su mente "masculina".

Yo sabía lo que me esperaba así que me quité las bragas y me puse a cuatro patas, ella se arrodilló detrás de mí y me introdujo dos de sus dedos en mi ano. Los sentí entrar pero estaban fríos y húmedos, comprendí que estaba lubricando toda la zona para una fácil penetración. Cuando terminó noté que algo duro chocaba en uno de mis glúteos y seguidamente empezó a introducirse en mi ano, aquello me empezó a doler lo suficiente como para empezar a gritar como una perra, a medida que aquella cosa entraba más en mí el dolor se hacía más insoportable, Amelia sabía que me estaba doliendo y de vez en cuando paraba un instante para que mi ano fuese aceptando al inquilino que lo invadía, ella no dejaba de gritarme insultos y yo no paraba de chillar de dolor, hasta los vecinos tenían que oírnos de los gritos que dábamos pero nadie pasó a ver qué demonios pasaba. Por fin entró hasta el fondo y Amelia estuvo un largo rato sin mover el órgano viril de mi interior. Yo de lo agradecía porque el dolor iba desapareciendo y de repente empecé a sentir un enorme gozo por sentir aquello dentro de mí que hizo que el dolor se convirtiera en placer. Yo empecé a mover mi trasero con un movimiento circular alrededor del consolador, el placer iba en aumento y Amelia, viendo mi goce, empezó a sacar el aparato muy delicadamente, yo paré de girar y me concentré en la salida del consolador de mi ano, entonces deseé con todas mis fuerzas que no saliese, necesitaba sentir aquella enorme polla dentro de mí y me entristecía que se fuera, pero antes de salir del todo, sentí que volvía a entrar y fue entonces cuando me volví loca de alegría, de placer y de excitación. Aquello no tenía palabras, empujé mi trasero hacia atrás para que entrase más rápido, necesitaba tener todo el falo dentro. Amelia observó mi movimiento y empezó a sacármela rápidamente para después volver a metérmela, la velocidad fue en aumento y mis gritos de dolor se transformaron en gemidos de placer, mi excitación había superado lo hasta ahora conocido y seguía creciendo. Mi pene estaba a punto de estallar y Amelia puso su mano debajo de él. Yo no podía dejar de gemir, mi goce era extremo, la velocidad del mete-saca era cada vez mayor y por fin me corrí, pero la mano de Amelia recogió toda mi leche y me la puso en la boca, yo empecé a lamer su mano y volví a recordar el sabor de la polla de la disco. Me puse a mil cuando comprendí que me estaba convirtiendo en toda una mujercita, me encantaba el sabor de la leche de los hombres y descubrí que tener una buena polla dentro de mí era lo único que me podía excitar. El placer alcanzó su límite y perdí el conocimiento entre gemidos de satisfacción y un inmenso gozo.

Cuando desperté, Amelia estaba tumbada frente a mí sonriendo. Me abrazó y me dijo que ya era una mujer de verdad, yo sonreí todo lo que el cansancio me permitía y contesté que acababa de descubrir mis deseos sexuales. Mi mente ahora estaba más clara, me hacía sentir una atracción sexual hacia lo masculino muy fuerte, en cambio empecé a ver a las mujeres de otra forma, nunca me habían atraído sexualmente y esto consolidaba mi rechazo.

Amelia durmió en mi cama como si fuésemos dos hermanas y el domingo nos despertamos y estuvimos hablando seriamente sobre mi verdadera identidad y de no ocultarla más. Yo me negué, todavía no tenía el suficiente valor para descubrirme ante la sociedad y sobre todo ante mis padres. Pese a haber salido a la calle como mujer y pese a haber tenido las experiencias que he tenido, todavía no tenía fuerzas para decírselo a mis padres o quizás debería decir en vez de fuerzas: miedo. CONTINUARÁ