Verónica - Cap I
Un hombre descubre el lado oscuro de su mujer. Nunca espero que en su aniversario su bella Verónica cayera víctima de extraños aprovechadores .. y de ella misma.
Verónica
Pocas situaciones en la vida pueden quitarte el control de las cosas, y de ti mismo, al grado que este acontecimiento en particular me lo quito a mí. Me quito el poder de decisión; me quito mi sensatez....sensatez que, a veces pienso, aun no puedo recuperar; o quizá ese día la recupere de verdad. No sé. A veces me siento mucho mejor de como me sentía antes de ese día, y a ratos siento el peso de la culpa sobre mis hombros. Cambio mi vida....nuestras vidas; desato cierta lujuria en mí, que antes hubiese sido incapaz de sentir, o admitir. Debo confesarme, exponer mis vivencias y esperar que ustedes nos juzguen; me juzguen a mí y a mi mujer, aunque ella no piense haber hecho nada malo; mas bien piensa haber renacido con todo esto....¡Maldita sea! ¿Se dan cuenta? es en estos momentos cuando me siento bien....bien por ella y bien por la excitación que me produce su nueva forma de ser; su nueva esencia; su nueva faceta; su nueva forma de vestir; su nueva forma de caminar; su nueva......vida. Es otra mujer. Dios, quizá siempre estuvo ahí, pero no la había visto; no me había dado el espacio o no había tenido el coraje de verla…. pero si, ahora estoy seguro, estaba ahí; escondida e incluso a veces liberada, estaba ahí...¡esperando a salir!.
Cáp. I
Mi mujer se llama Verónica y es una mujer hermosa. Mi nombre es Daniel y me case con ella hace cuatro años; fue una boda de cuento de hadas, estábamos ansiosos y muy felices, habíamos esperado varios años a que yo terminara de estudiar y consiguiera un buen trabajo. Éramos novios desde la secundaria y ese día veíamos el comienzo de un matrimonio de ensueño; estábamos muy enamorados...bueno, aun lo estamos. El primer año de casados nos dedicamos a disfrutar de la vida; íbamos a restaurantes caros; viajábamos cuando el trabajo nos lo permitía; compartíamos mucho con amigos y pasábamos noches apasionadas a la luz de las velas. Todo esto cambio, pero no para mal sino para orientar nuestra felicidad en otra dirección, cuando nació nuestro hijo Tomás, que ahora tiene dos años y al cual adoramos. Ahora somos unos padres preocupados; Verónica dejo de trabajar para cuidar a nuestro hijo, lo que coincidió con mi ascenso en mi trabajo, compensando nuestros ingresos.
Siempre he admirado la belleza de mi mujer. Muy seguido me daba cuenta de la envidia que generaba en otros hombres cuando me veían tomado de la mano de Verónica. Es alta, esbelta; tiene una piel canela muy suave. Su cuerpo es maravilloso, sus bien formadas piernas hacen un conjunto increíble con su trasero respingón. Estoy seguro que el conjunto que forman su cintura, pechos y elegantes hombros, le permitirían ser modelo en cualquier desfile de modas. Además, sus pechos conservaron el par de tallas que ganaron después del embarazo; por lo que créanme cuando les digo que tiene hoy por hoy tiene una delantera impresionante; unos senos firmes y redondos, como unos melones, y con unos delicados pezones que reinan sobre su inmaculada y tersa piel....uf, solo les digo, en forma objetiva, que es sencillamente hermosa.
Todo lo que ahora me pasa, lo que ha motivado que escriba estas palabras, ahora que lo pienso, no ocurrió en forma paulatina. La verdad el nacimiento de mi nueva mujer fue cosa de un día, ni siquiera de un día sino de una noche. La mujer atrapada dentro de mi esposa se escapó de súbito esa noche, y aprovechó su mejor arma: la sorpresa, para hacer lo que quiso conmigo.
Hace cerca de un mes y medio cumplimos cuatro años de casados. Decidimos salir a celebrar como lo hacíamos por cualquier cosa en nuestro primer año como marido y mujer. Ella, con antelación, compró un vestido muy livianito y escotado. Era una prenda de tela fina que seguía las formas de su cuerpo como una orquesta sigue la vara agitada en las manos del maestro. Era de un color rojo semi-apagado que le llegaba hasta poco mas arriba de medio muslo; con unos finos tirantes que surcaban sus hombros para luego cruzarse en su espalda desnuda y acabar sujetos a una cuarta por sobre sus caderas. Esos tirantes me mataron desde que los vi; si algo admiro en una mujer son los pechos firmes, y la forma como se tensaban esos tirantes para sujetar los senos de Verónica....uf.....me dejaron realmente pasmado. Al verla de lado uno podría asegurar poder introducir su mano bajo el tirante, sin tocar ni el tirante ni la piel del pecho de mi mujer.
Ese día, en el trabajo, estaba mas que ansioso por verla esa noche, arreglada para nuestra cita. Pase todo el día en la oficina imaginándola con ese vestido y unos lindos zapatos de tacó fino; además, sabía que a ella le gustaba ponerse pantys para lucir sus largas piernas; también Verónica sabía que a mí me volvían loco sus conjuntos de portaligas. ¿Qué más decir?, mi imaginación no hacia mas que congelar el tiempo; ese día y esa tarde, se volvieron una eternidad.
Cuando llegue a casa mi paciencia se vio recompensada. Nunca había visto a mi esposa tan bella y deseable. Mis instintos despertaron de inmediato al verla con aquel vestido; los zapatos y las pantys rojas con que la había imaginado. Al bajar las escaleras levanto la faldita, de forma intencionalmente sexy, para mostrarme el portaligas de encaje que adornaba la parte alta de sus muslos; eran negros y de costuras rojas; nunca se los había visto, seguramente eran una sorpresa para mí, y guauu si fue una linda sorpresa...bueno, eso pensé en ese momento.
Habíamos planeado todo para esa noche. Dejaríamos a nuestro hijo con la madre de Verónica y nos iríamos a algún bar de los que frecuentábamos en nuestros años de universidad. Estos no eran muy elegantes pero ella tenia ganas de ir y rememorar viejos tiempos; y yo, como se veía esa noche, no era capaz de decirle que no en nada. Pasaríamos una cena romántica y luego volveríamos en busca de Tomás, para después llegar a casa y despedazarnos en la cama. Todo parecía perfecto, pero supongo que al final no fue como esperábamos, o por lo menos como yo esperaba.
Cuando llegamos a casa de mi suegra, como a las ocho y treinta, me baje a saludarla. Con ella nos llevamos bien y siempre que nos vemos platicamos un poco de cómo están las cosas. Bueno, ese día yo no quería perder mucho tiempo, así que mas que ir a hacer conversación con ella, lo que quería era hacer acto de presencia para evitar que Verónica se quedara pegada hablando con su madre. Mientras hacíamos los saludos de costumbre y contemplábamos como Tomás se reía en los brazos de su abuela, de reojo vi como Ramón, mi suegro postizo, no le quitaba ojo de encima a mi mujer.
Ramón era el padrastro de Verónica, y se casó con Gladys, mi suegra, dos años después de que enviudara. En esos tiempos mi esposa tenía dieciocho años y aun vivía con su madre, por lo que tuvo que soportar a un padrastro viviendo bajo su mismo techo. Ella siempre me dijo que no se llevaba bien con él; me decía que era un depravado que no le quitaba ojo de encima, y que mas de alguna vez lo había sorprendido detrás de la puerta cuando ella se vestía. Con el tiempo lo pude constatar; aquel viejo, ya casi en los sesenta, no perdía oportunidad en mirarle las piernas a mi mujer, por lo que al igual que Verónica, yo apenas le dirigía la palabra al viejo verde. Es más, hace poco Verónica me contó que, años atrás antes de casarnos, había salido de fiesta con unas amigas y había vuelto bastante pasada de copas a casa. Según me conto, se tiro sobre la cama, vestida y arreglada como venia, para quedarse dormida a los segundos de haber tocado la almohada. Me dijo que esa noche soñó con el rostro de su padrastro y que en el sueño podía sentir manos apretándole los pechos y deslizándose por su trasero y entrepiernas. Dentro de su sueño ella pensaba que las manos eran mías, las de su novio, y se dedico a disfrutar del manoseo y de los bruscos apretones que sentía. Por eso que a la mañana siguiente no le preocupo demasiado encontrarse en la cama muy sudada y con su escasa ropa levantada, ya que sus sueños habían sido bastante acalorados y no seria raro que ella misma se hubiese desordenado la ropa. Lo que llamo su atención fue el ardor que sentía en sus pezones, como si se los hubieran estado estirando toda la noche; y de las molestias en sus nalgas, como si realmente hubieran sido victimas de fuertes apretones. Me confesó que se imaginó muchas cosas; cosas que no me detalló pero que me imagine; pero prefirió olvidarse de todo por el bien de la estabilidad en su casa.
Bueno, volviendo a la noche de nuestra cita; mientras Verónica le daba la espalda, el degenerado de su padrastro no le quitaba el ojo a su trasero y sus piernas. Parecía no importarle que yo estuviera ahí, era descarado. Más allá de ver a un viejo verde, veía algo así como una esencia mala en ese tipo; nunca nos habíamos llevado bien. Sin embargo, de alguna forma lo comprendía. Mire a mi mujer y estaba hermosa. Ese pobre viejo había vivido cerca de diez años en la misma casa con la escultural mujer que es mi esposa sin poder ponerle más que los ojos encima. De pronto me acorde de la película “lolita”, esa de Jeremy Irons, y se me paso la no tan descabellada idea, de que Ramón se había casado con Gladys solo para estar cerca de Verónica.
Cuando por fin salimos de casa de mi suegra, Verónica me pregunto si me había dado cuenta de cómo la miraba su padrastro; parecía molesta, pero algo en su tono de voz me extraño. Pensé que quizá solo habían sido ideas mías y, con la intención de cambiar de tema, le dije que esa noche estaba demasiado atractiva, así que se fuera preparando pues esa noche muchos ojos se iban a centrar en su cuerpo.
―¿De verdad piensas que soy hermosa?―me preguntó con una sonrisa, apoyada coquetamente en el auto.
―Dudo que debiera responder eso, voy a dejar que sola te des cuenta de lo que provocaras con ese vestidito―le dije mientras que, con gran esfuerzo, quitaba mi vista de ella para subirme al vehículo e irnos de una vez.
Nos dirigimos al centro de la ciudad. La noche, iluminada por los numerosos letreros, empezaba a dar rienda suelta a la multitud que estaba dispuesta a disfrutar infatigablemente de esa velada. Recordé como Verónica y yo bailábamos hasta la madrugada, a veces visitando hasta tres antros durante la noche. Luego nos íbamos a algún motel o lugar apartado y nos hacíamos el amor hasta quedar extasiados. Eran tiempos de irreverente juventud y la disfrutábamos a concho.
Llegamos por avenida Salvador. Las veredas, como siempre atestadas de gente, se dejaban pisotear por parejas y grupos de amigos que se perdían en los distintos pasajes de donde la música llamaba con estruendo. Avanzamos un par de cuadras y divisamos “El cuervo”, local que fuera nuestra base de operaciones hace algunos años. Mire a mi esposa y una coqueta sonrisa broto de sus labios, seguramente recordó lo mismo que yo cuando vio el clásico letrero con un ave negra sosteniendo una garra de cerveza.
Llegamos al cruce con calle Los Narangos cuando dio la roja. Detuve el auto y me di el tiempo de mirar a la gente que cruzaba frente a nosotros cuando vi a una chica parada en la esquina. Estaba apoyada en el buzón de correos, y sin lugar a dudas estaba esperando a alguien pues fumaba un cigarrillo mientras miraba hacia la parada de buses frente a nosotros. La muchacha estaba bien atractiva; vestía una mini falda corta y arriba llevaba un peto bastante ajustado; su postura exponía la esbeltez de su cuerpo de forma tan “eficiente” que tenía a un grupo de tipos mirándola insistentemente. De hecho no los culpe.
Verónica se dio cuenta de que miraba a la chica esa. Pude notarlo en sus ojos cuando estos hicieron tal presión en mí que me tuve que voltear a mirarla.
―¿Crees que esa tipa es atractiva?―preguntó.
Yo no respondí, estaba extrañado, ella nunca había sido muy celosa. Estaba dispuesto a abrir la boca para preguntarle a que se refería, cuando apoyo su dedo índice en mis labios y me sonrió; acto seguido, saco de entre los asientos un volante que habíamos recibido unas calles atrás y abrió la puerta. No entendía lo que pasaba. Ella se bajo del auto y empezó a caminar hacia la chica. Su caminar era increíble, no niego que bajo esas circunstancias es difícil pensar en algo así, pero sin duda era increíble, parecía una verdadera gata tras su presa; y ese vestido acompañaba cada movimiento de su fantástico cuerpo como una vela sigue el sinuoso arrastre del viento. Llego junto a la muchacha; yo estaba intrigado, no sabía que pretendía. Levanto el volante que llevaba en la mano y lo doblo justo a la altura de sus pechos, se inclino un momento, realzando su cola como jamás la vi hacerlo en público, y deposito el volante en el buzón. En ese momento me di cuenta de lo que había hecho: la mirada del grupo de hombres que miraba a la muchacha de mini falda, se volteo sobre mi esposa como quien desecha un premio de consuelo por el premio mayor.
Verónica volvió al auto tal y como había ido hacia el buzón; sensual y orgullosa. Ella nunca miro a aquellos hombres, pero en la coqueta sonrisa que me dirigía mientras se acercaba, se notaba la seguridad de tener sobre sí la atención de cualquier macho que se topara con sus curvas. Entro en el auto y yo solo salí de mi embobamiento cuando me percate del mensaje contenido en los bocinasos de los autos de atrás “¡mueve el carro idiota, ya tienes verde hace rato!”.
Al cabo de unos minutos ya no me pude contener y una sonrisa afloro en mi rostro. La mire y ella me devolvió la sonrisa. No tardamos en destornillarnos de la risa.
―Jaja, no puedo creer lo que acabas de hacer―dije entre risas―esa pobre chica no pudo hacer nada, jajaja.
―Estoy segura que a los ojos de esos hombres no, pero ¿qué hay de ti?―preguntó más seria pero no menos coqueta.
―Así que les diste ese espectáculo a propósito―dije simulando celos.
―Ellos fueron parte del espectáculo que te di a ti. ¿Qué te parece si caminamos por el Paseo Quermez?―cambio de tema por completo mientras apuntaba la callejuela atestada de gente.
El tema me estaba empezando a gustar. Ya dije que me sentía orgulloso de mi mujer y verla hacer eso; pues claro que me gusto y saber porque lo hizo, pues claro que me interesaba; pero en ese momento pensé que seria bastante mas grato conversarlo en la cama.
―¿Estas segura?. Podríamos ir a un lugar mas elegante.
―Anda por favor, recordemos nuestros tiempos de estudiante―puso una cara de niña mimada a la que no le pude decir que no. La verdad, esa noche no le podía decir que no a ninguna de sus caras.
Toco la suerte que unos veinte metros más allá nos topamos con un auto que abandonaba su, a esas horas, valorado estacionamiento. Me pegue justo detrás para que no me fueran a joder con el puesto, y después de un par de maniobras ya estaba apagando el motor para unirme a la muchedumbre en la acera.
El paseo Quermez es bastante conocido por acá. En sí no es más que un callejón con variados locales de esparcimiento; llámese restaurantes, pubs, bares y un par de discotecas. Muchos estudiantes van a pasar sus ratos de ocio generalmente los fines de semana. Es bastante económico y atractivo, por lo que no es raro ver a gente de distinto estrato social recorriendo la callejuela entre los mozos que ofrecen variados menús para tratar de llenar sus locales. Es interesante y siempre hay bastante gente, a mi parecer lo único malo son algunos insistentes que no te dejan tranquilo hasta que, una de dos: consumes en su local o le dices que desaparezca de mala manera. Pero bueno, por suerte son los menos.
Llegamos a la entrada del paseo, de ahí en adelante solo puedes entrar a pie. La acera es de piedra y por el medio, impidiendo la entrada de vehículos, se alzaban altos árboles que debían de ser mas viejos que yo; robles, algunos naranjos y hasta pinos formaban una fila hasta el otro lado del callejón. Las antiguas bancas, que limitaban la acera del jardín intermedio, habían sido cambiadas por bloques de piedra que hacían mejor juego con la arquitectura rustica de los edificios. También había más luces, definitivamente los dueños habían invertido un poco de dinero en la remodelación de sus locales. Algunos restaurantes habían desaparecido, para trasformarse en bares o Pubs bailables, pero en general conservaban sus nombres y estilos.
Llevaba a Verónica de la cintura mientras caminábamos. A momentos nos mirábamos y sonreíamos; la verdad no sé si se acordaba de lo mismo que yo, pero de seguro se acordaba de algo, su mirada y sonrisa delataban su complicidad conmigo. Decidimos dar una vuelta por todo el paseo antes de decidirnos por algún local. Al poco andar, Verónica se aparto y me tomo de la mano. Observe su caminar y lo atractiva que se veía esa noche y me empecé a dar cuenta de cómo la miraban. Cada tipo que pasaba le dirigía una mirada, la clase de mirada dependía del hombre que se la dirigía. Algunos descaradamente le miraban el escote; mientras que otros se daban vuelta para observar el meneado trasero bajo la fina tela de su vestido; los menos se limitaban a mirarla a los ojos para luego fugazmente recorrer su cuerpo. Me hice el tonto, a ella parecía gustarle ya que no tardo en caminar como lo había hecho hace un rato hacia el buzón, y a mí la situación, mas que enorgullecerme, me estaba empezando a subir la temperatura; la mujer a la cual todos esos idiotas miraban con cara de carnero en celo iba a ser mía....y es mas, ya había sido mía muchas veces...recuerdo que ese pensamiento me resulto cómico, volví a sonreír.
Pero que mas da, ¿para que lo voy a negar a estas alturas?, me excito...me excito ver a mi mujer enfundada en ese liviano vestido y caminando como una gata en medio de una multitud de tipos que la miraban como degenerados; que va, si hasta creí ver un par de chicas que la miraron algo extraño. Me la imaginaba en la cama mientras yo le recriminaba haberse expuesto como una libidinosa (ya que en mi vida había pensado llamarla puta) y casi podía escuchar su voz cuando me decía que lo había hecho para mí; que había calentado a esa tropa de inmundos para que yo me diera cuenta como la deseaban, “y ahora estoy aquí, para que me des lo que necesito” me decía con sus húmedos labios rozando los míos. Pero todo estaba en mi cabeza, me desanime pensando que ella nunca actuaría así; no me seguiría el juego. Cuando le recordara a los tipos mirándola, no sabría de que le estaba hablando, y al rato me diría “aahh...los del buzón, solo fue para darte una pequeña lección” y ay quedaría todo. Me volví a alegrar cuando se me ocurrió contarle lo que había imaginado y pedirle que jugáramos, que hiciéramos teatro; claro que planeado no seria lo mismo que espontáneo, pero peor es nada.
Unos diez metros antes de llegar al restauran “Druida”, sorprendí a uno de sus meseros mirando descaradamente a mi mujer. Su cara delataba la sorpresa de tener a tremendo monumento por esos lugares. Al principio me pareció gracioso, pero la desfachatez con la que miraba a Verónica mientras nos aproximábamos me empezó a incomodar. Era un tipo regordete y bajito que aparentaba poco más de cuarenta años; se notaba sudado y su escaso cabello engominado de seguro no lo ayudaba mucho a conseguir clientela para su local. Me dio la impresión de Verónica se percato de las miradas morbosas que le dirigía aquel hombre; y sin embargo, seguía caminando en forma provocadora. Pensaba en lo extraño que era aquello; parecía gustarle que la mirasen así, cuando el tipo ese nos salió al paso.
―Señor, señorita, por favor permítannos atenderlos en nuestro acogedor local. Muy buena comida a precios hilarantes―dijo el tipo sin despegar los ojos del escote de mi mujer.
Me negué con un cortes “no gracias”, pero él insistía. Se ponía en nuestro camino; recorriendo a Verónica con la mirada, como si esperase servirse de ella. Después de unos minutos de amabilidad, en que trate por todos los medios amigables de deshacerme de él, me sacó de quicio. Tomé a Verónica de la mano dispuesto a llevármela de ahí, pero sentí la resistencia de mi mujer a seguirme.
―Quizá podríamos comer aquí―propuso coquetamente frente a los desorbitados ojos del molesto mesero ése ―además creo que esta remodelado, anda vamos.
Que puedo decir, esa noche ella hacia lo que quería conmigo. La deje que me guiara al interior del local mientras aquel odioso mesero disfrutaba de la vista que ella le brindaba. Pasamos por el frente del bar y el tipo nos dirigió a una mesa junto a la muralla, justo al frente del final de la barra y donde empezaba la pequeña pista de baile. Nos sentamos, Verónica mirando hacia la salida del local y yo frente a ella. El mesero no tardo en entregarnos los menús y mientras los leíamos se paro al lado de mi esposa; sus ojos se clavaban en su escote en forma descarada. Había hombres en el local que la habían visto al pasar a sentarnos, pero eran más recatados; este tipo la miraba con malicia, como con un deseo sucio. No sé si era porque el idiota ese me callo mal, o fue por la impresión de que Verónica se mostraba mas sensual con él de lo que debiera, pero estaba empezando a darme coraje exponer a mi hermosa mujer a los ojos de aquel depravado.
Al rato nos sirvieron lo que habíamos pedido y el tipo se largo afuera a conseguir más clientela. La conversación estuvo bastante entretenida, pese a que a ratos veía a Verónica un poco desconcentrada, nos deleitábamos recordando viejos tiempos. Le dije que no había perdido para nada su poder sobre los hombres; ella solo reía en forma coqueta. Definitivamente se sabía bien buena.
Ya habíamos acabado de comer, solo hacíamos sobre mesa, cuando le dije que iba al baño, que me disculpara un momento y que apenas volviera nos iríamos a casa. El baño estaba cruzando la pista de baile; ya que estaba llena de gente divirtiéndose, la rodee para no cruzarme entre las parejas. Lavándome las manos, solo pensaba en irme de ahí y tener a mi esposa en casa para descargar toda la calentura que me había provocado verla exhibirse en la calle; bueno, y debo confesar (muy a mi pesar) que también pensaba que la mirada degenerada que recibiera de parte de aquel asqueroso mesero también estaría en mi cabeza mientras nos revolcáramos en la cama. Pero como iba a saber yo que tardaría mucho más de lo que esperaba para poder disfrutarla; Dios, ¡y es más!, como sabría que no seria el único en disfrutarla esa noche.
Salí del baño y me dirigí a nuestra mesa cuando, por entre la gente que bailaba, vi al mesero sentado de espaldas a la barra, mirando descaradamente a Verónica. Si hubieran visto esa cara, parecía un villano de película disfrutando con las fantasías que nacían de su mente sucia; y era obvio que esas fantasías tenían como protagonistas a las piernas de mi mujer, porque tenía los ojos pegados en ellas. Verónica lo tenia en su campo de visión, pero sin embargo dejaba que su vestido se le subiera por sobre el medio muslo de sus piernas cruzadas, a punto de descubrir sus porta ligas; parecía que se las estuviera mostrando a aquel tipo. Mi curiosidad y digámoslo, mi calentura, pudieron mas y me quede camuflado entre la gente para ver que pasaba. Seguramente ese tipo estaba de hace rato sentado ahí, a mis espaldas observando a mi esposa; quizá esa era la razón de la falta de atención de ella para conmigo. Sabía que ese tipo la desnudaba con la mirada y se dejaba hacer. Incluso sus movimientos, ya que yo no estaba ahí para verla, eran sensuales, pude ver como destacaba sus pechos y deslizaba delicadamente su mano sobre su pierna para el regocijo de aquel miserable. Incluso pude ver como ella, por unos segundos y de forma imprudente, le clavo la mirada en el paquete que se le había formado al depravado ese. No aguante mas, esta vez la rabia ganó y me acerque a la mesa.
Apenas me senté le pedí groseramente la cuenta al idiota ese. Al verme molesto quito la vista de mi mujer y se fue a la caja. Verónica me dirigió una mirada picara; yo la conozco muy bien y créanme lo que les digo, estaba excitada; a mí no me lo podía esconder. Esto, aunque difícil de creer, me excito. Cuando llegó el regordete mesero con la cuenta, yo ni siquiera mire a cuanto ascendía, solo deposite mi tarjeta de crédito sobre la bandeja y lo vi volver a la caja. No cruzamos palabra, ella sabia que estaba molesto, así como yo sabía que ella estaba excitada; parecía ser un juego para ella. Al minuto apareció el tipo y me dijo que mi tarjeta estaba bloqueada, que no aprobaba el monto.
―Eso no es posible. Trata de nuevo, y esta vez concéntrate ¿ok?―dije en forma despectiva.
―Ya trate varias veces y el aparato no responde ―respondió el idiota ese, con un tono para nada servicial como le correspondería a cualquier mesero; sino que con un tono de cobrador, de alguien que exige lo que es suyo. Me molesto, claro que le iba a dar lo que era suyo, no tenia que tratarme como a un sinvergüenza que pretendía irse sin pagar. En esto pensaba cuando recordé que no traía la chequera, es mas, nunca ando con la chequera; siempre me manejo con la tarjeta de crédito y la tarjeta del banco con la que puedo girar dinero a cualquier hora y en cualquier cajero automático; pero la maldita suerte de ese día, o el maldito destino―que sé yo―había querido que ni siquiera anduviera con efectivo en los bolsillos. Divagué por unos segundos, me puse nervioso. Supongo que a todos nos ha pasado alguna vez, nos ahogamos en un vaso de agua, y solo son los nervios. Te descoloca que las cosas no salgan como las has planeado y te encasillas sin que brote la solución, por muy obvia que esta sea. Pues me encasille por un momento hasta que broto; y si, la solución era bastante obvia.
―Entonces voy a un cajero, y te traigo tu dinero en efectivo―dije levantándome. ―Vamos Verónica ―extendí la mano hacia mi mujer, solo quería salir de ahí.
―Perdón, pero nadie me garantiza que vuelva a pagarme ―el tipo se interpuso en mi camino.
Le ofrecí dejar mis documentos en garantía, pero el muy hijo de puta se negó. Discutimos un rato; para pagarle tenia que salir a buscar un cajero y el muy idiota no me dejaba ir, ya estaba amenazándome con llamar a la policía “ te voy a meter preso ” decía el muy desgraciado. Estábamos a punto de trenzarnos a golpes cuando Verónica se interpuso.
―Ve por el dinero amor, yo me quedare para que este caballero confié en que regreses con el dinero ―dijo volviéndose a sentar coquetamente.―No pensara que mi marido me abandonara por una pequeña cuenta, ¿o si?―le dijo al baboso mientras cruzaba sus piernas. Dios, de nuevo la impresión de que ella jugaba con el gordito ese. Claro, el tipo quedo mudo. Lo pensé rápidamente y a mi pesar me di cuenta de que era la solución mas rápida para salir de aquel estúpido enrollo en el que me había metido.
―¿Estás segura?―pregunté.
―Pues claro. Ve y date prisa que debemos ir por Tomás.
Mire al mesero, ya se había apoyado en la barra nuevamente a mirar a mi mujer. De inmediato supe que no pondría inconveniente. Le dije a Verónica que regresaría de inmediato y salí del local. No quise voltear a verlos desde afuera, sabia que ese chaparro regocijaba su vista con mi mujer, y no me sacaba de la cabeza que a ella le gustaba provocar al tipo ese; fuese para calentarme o no, me traía de cojones. Estaba seguro que de alguna manera le había encontrado el gustito al asunto; pues como dije antes, yo la conozco, y estaba excitada, sutilmente excitada.
Me dirigí a la salida. Al pasar, el cajero, un hombre de edad, en los huesos y de lentes, me dirigió una mirada de pocos amigos; seguramente era el dueño o el administrador del negocio, y si no lo era por lo menos me dio la impresión de que le molestaba bastante la idea de que yo me fuera sin pagar.
Salí lo más rápido que pude del Paseo Quermez. Sabia que dos cuadras mas arriba por Av. Salvador había un cajero, y me dirigí para allá como un rayo. Cuando llegue, no pude mas que maldecir mi mala suerte, el maldito cajero no tenia efectivo, un papel escrito a mano por algún idiota y pegado quizá con saliva sobre el monitor de la máquina, daba la mala noticia que comprobé al tratar de obtener efectivo de ese inútil aparato. Peor aun era que no tenia idea de donde podría encontrar otro cajero cerca de ahí. No quería sacar el auto de donde lo tenia estacionado porque de regreso no tendría donde estacionar e implicaría un retraso mas grande. Pregunte a unos tipos y me dijeron que tres cuadras por la misma avenida encontraría una nueva sucursal del Banco Sudamericano, que no contaba con uno sino con unos tres cajeros; era la respuesta. Cinco minutos me demore en recorrer los trescientos metros, solo para encontrarme con una cola de gente que aguardaba por las malditas maquinas y el sucio dinero. Opte por esperar, sentía que la fila no avanzaba nunca y los 12 minutos que tuve que esperar para poder obtener el efectivo que necesitaba se volvieron una eternidad.
Casi corrí de vuelta al restaurant. Mire mi reloj; había demorado casi treinta minutos pero ya estaba ahí; solo quedaba pagar la cuenta, tomar a mi esposa y salir de ese apestoso antro al que estaba seguro no volvería jamás. Busque a Verónica en la mesa donde la había dejado, y casi me da un ataque; no estaba ahí, ¿y el maldito mesero?, lo busque por todos lados y tampoco estaba. Simplemente no me quedaban palabras, estaba atónito mirando para todos lados y sin saber que hacer. Me dirigí a la caja, seguramente el viejo de la caja sabría donde estaban o por lo menos me diría donde estaba mi esposa. El cajero no estaba, solo había un garzón junto a la caja, como haciéndole guardia. Estaba a punto de preguntarle a él por mi esposa cuando detrás de la barra se abrió una puerta iluminando el sombrío lugar. El viejo venia saliendo de lo que seria su oficina; al verme me hizo un gesto para que esperara un momento. Volvió a entrar y salio inmediatamente, se puso tras la caja y me dijo “son quince mil”. Saque el dinero y le pague; de nuevo pretendí preguntar por mi esposa cuando de la misma puerta apareció ella.
No dije nada, solo la tomé de la mano y salimos de aquel lugar. Estaba más tranquilo por tenerla a mi lado, pero seguía loco de la incertidumbre por dentro. ¿Qué hacia ella en esa oficina?; pues no lo sabia, no se me ocurría nada; tenia rabia y solo quería regresar a casa. Más molesto me puse cuando me di cuenta de que estaba excitada; y esta vez era bastante mas notorio, se le notaban los colores en su cara y se notaba que se había retocado el maquillaje hace poco. ¡Oh Dios!, me sentía dentro de una pesadilla.
Llegamos al auto y me dirigí a casa. Ella no decía una palabra y ni siquiera me miraba. Ya no aguante más.
─
¿Qué diablos hacías en esa oficina?.
Ella me miró, luego bajó la vista. Se notaba nerviosa, confusa; me exasperaba su demora. De pronto tomó aire y habló.
―Al minuto que te fuiste, se acerco el mesero y me dijo que necesitaban la mesa y que si quería podía esperar en el despacho del dueño.―hizo una pausa― Acepte…. lo seguí detrás de la barra y entramos a la oficina de la que tú nos viste salir. Había un escritorio; un par de sillas y un sillón pegado a la muralla. Me senté en el sillón. Pensé que él volvería a trabajar pero se quedó apoyado en el escritorio, no me quitaba ojo de encima; bueno, me miraba igual que afuera pero en ese momento no había nadie mas y me puse un poco nerviosa….. no disimulaba al mirar mi escote y mis piernas ―dejo de hablar, apoyo sus manos en sus rodillas y las miro.―Empezó a decir que lo que habíamos echo no estaba bien, que si hubiese querido nos hubiera metido presos a los dos. Sé que era una estupidez, pero el tono con que lo decía era muy severo y no quise decir nada, solo lo escuchaba mientras decía que debía agradecer que te hubiera dejado ir por dinero y no llamar a la poli.
No sabía que decir. Sentía que mis temores estaban a punto de confirmarse. Solo manejaba mientras ella hablaba.
―De pronto cambio de tema y empezó a decir lo bien que me veía con este vestido, que bonita era y que sensual le había parecido desde la primera vez que me vio fuera del local. Me dijo que era un placer verme caminar; incluso que seria un agrado verme caminar y me pidió que lo hiciera. Se acercó y me ofreció su mano para ayudar a pararme. Me sentía confundida; me halagó con sus palabras, pero dudaba de sus intenciones; la duda o quizá los nervios no me permitieron reaccionar. Me paré y empecé a caminar mientras el tipo me seguía con la mirada.
La mire sorprendido, no podía creerlo. Ella solo miraba sus manos que ahora se apretaban contra sus piernas. Estaba furioso; mi mujer le había modelado a aquel tipejo; mi esposa mostrándose frente al hijo de puta con que casi me trenzó a golpes; pero más furioso estaba porque la idea me empezaba a excitar. Volví la vista al camino y seguí escuchando.
―Estaba nerviosa y la verdad un poco asustada. Camine de la mejor forma que pude; de la forma que mas le podría gustar, solo quería que se quedara ahí, apoyado en el escritorio, mirándome. De pronto me sentí admirada; me sentí deseada por aquel hombre y sin darme cuenta me gusto mostrarme y decidí jugar. Camine sensualmente mientras su mirada me quemaba―su tono delato rastros de vergüenza. ―Camine más cerca de él, me gusto verlo devorarme el escote con los ojos. Me pasee frente a él, en cada vuelta pasaba junto a ese tipo que me miraba como un morboso y me sentí mas deseada que nunca. De pronto estiro su mano y dejo un tirante del vestido colgando junto a mi brazo.―hizo una pausa, de reojo me di cuenta que me miraba, avergonzada; esperando una reacción que no llegaba.― No hice nada, seguí caminando y cuando volví a pasar junto a él, saco de mi hombro el tirante que aun sostenía mi vestido provocando que este quedara enrollado en mis caderas. Trate de subirlo pero él fue mas rápido y sujeto mis manos.; me dijo al oído “ por favor siga caminando ”. Cuando deje de hacer fuerza con mis brazos me soltó y jalo del vestido, el que cayo hasta mis tobillos dejándome solo en ropa interior. Tu sabes lo que me puse para ti ¿no?―preguntó azorada.
Pues claro que sabia lo que llevaba: el juego rojo que me encantaba, las medias, el ligero, las ligas, el brasier de encaje de amplio escote y por supuesto andaría con esos diminutos colaless rojos que le había regalado para su cumpleaños. Dios, ya podía sentir una erección tremenda y unos celos furiosos. Por si fuera poco distinguí destellos de excitación en ella. Solo me limite a decir un pálido “si”.
―Seguí caminando. Me sentía expuesta; tú eras el único que me había visto con este juego de ropa interior, y en ese momento era aquel tipo mirándome..... No quiero mentirte Daniel, seguí caminando; más orgullosa y sensual que antes. Ese idiota no había visto un cuerpo como el mío en su vida, a no ser en la tele; y su mirada desesperada e irrespetuosa me quemaba la piel. Sentirme tan deseada y expuesta me descontrolo Daniel..... Seguí caminando sin importar que mi trasero estuviese casi desnudo frente a ese degenerado.
No hallaba palabras; o más bien si, pero si habría la boca solo seria para insultarla. No quería que se diera cuenta del paquete que llevaba en los pantalones y no me atrevía a mirarla. Solo podía conducir, escucharla y darme cuenta como se excitaba al recordarlo. De reojo me percate que me miraba, no sé si se dio cuenta de cómo me tenia pero supo interpretar mi silencio; quería saber más.
―Luego de mirarme sin decir palabra por un minuto, recogió el vestido; se acerco a la puerta y la abrió. Me asuste y me escondí en un rincón para que no me viera nadie de afuera. Pensé que se iría, pero solo se asomo fuera y dijo algunas palabras que no entendí, en un momento me di cuenta de lo que hacia. Volvió a entrar y tras él entro el tipo que estaba en la caja, ese viejo de lentes, al que le pagaste. Cerraron la puerta tras de si. No sabia que decir, al viejo se le ilumino la cara al verme casi desnuda; “ sigue caminando ” dijo el mesero…… y yo obedecí. Las miradas degeneradas se habían duplicado y me sentí sucia, ahora no era solo un asqueroso el que gozaba mirándome, sino dos y uno podía ser mi padre....si hubieras visto la cara de ese viejo verde. El mesero le decía “ no ve Don Pancho, le dije que andaba caliente ”. El viejo, sin quitar sus ojos de mis piernas, solo se sonrió en una mueca ansiosa y morbosa.
―¡Y tu dejaste que el par de hijos de puta se calentaran contigo!―exploté al tiempo que la miraba. Su rostro reflejaba excitación; recordarlo la excitaba. Para huir de mis ojos acusadores, bajo la cabeza y en ese momento se dio cuenta de la erección encerrada en mis pantalones. Me avergoncé, si yo estaba caliente, como podía reprocharle a ella estarlo ¡por Dios!. Volví la vista al camino. Se acercó a mí, apoyó su mano sobre mi pierna para luego subir y apretarme delicadamente la polla por sobre el pantalón. Apoyó su cabeza en mi hombro y continúo contándome.
―El viejo se interpuso en mí caminar y me dijo que tú me habías dejado para que pagara la cuenta..... Los dos rieron..... El viejo apoyó una de sus manos en mi cintura; di un paso atrás pero me siguió, trate de dar otro pero me encontré con el escritorio; el muy desgraciado puso sus manos en mis caderas. Le pedí por favor que se alejara, pero no me hizo caso, sus manos no tardaron en bajar a mi trasero y manosearlo a gusto. Me preguntó tu nombre..... yo le dije que te llamabas Daniel; “ Daniel Cuanto ” insistió apretando mis nalgas, Daniel Montenegro le respondí a la vez que le pedía que por favor me soltara.... “ que culo tan firme tiene Sra. Montenegro ” me dijo acercándose mas ―Verónica estaba apegándose contra mí y sus labios estaban cada vez mas cerca de mi oreja, su respiración era agitada y el masaje en mi paquete se hacia mas fuerte. Su historia la excitaba y yo tenía un combate interno entre mi calentura y la rabia que me inundaba.
―¿¡Ese viejo de mierda te manoseo!?―dije atormentado.
―Si Daniel, me manoseo. No le importo que le dijera que no; sus manos apretaban mis nalgas y su lengua recorría el escote de mi brasier ―apretó mi verga―y no lo empuje...... solo le pedía que se alejara pero no moví un dedo para sacarlo de ahí..... Me sentía sucia Daniel.... ¡me sentía indefensa, una sucia puta indefensa!.
Ella no decía ese tipo de palabras. Me sorprendió refiriéndose a ella misma como puta. Me excito, parecía otra mujer; sucia, caliente; pero a la vez tímida y recatada al tratar de defenderse asegurando que dijo que no. Los tonos abochornados, aunque excitados de su relato, denotaban vergüenza frente a lo que le había pasado. Yo solo seguía escuchando.
―El mesero se acercó y me dijo que tu eras un desgraciado, y que se iba a desquitar con la puta de tu esposa. Me agarró del pelo y metió su asquerosa lengua en mi boca; sus manos se perdieron bajo mis colaless.... “ Esta mojada la putita Don Pancho ” dijo mientras metía un par de dedos en mi entrepierna.... Su otra mano apretaba con fuerza mis nalgas y el viejo me sacó las tetas afuera para chupármelas y apretármelas como un bebé....les pedí que pararan Daniel, pero no me hicieron caso―su respiración se volvió mas agitada y libero mi verga para apretarla y empezar a pajearme lentamente―Me llevaron al sillón Daniel.... les pedía que me dejaran pero no dejaban de insultarme y manosearme... me llamaban puta y se daban cuenta que no me resistía lo suficiente....Me tiraron de espaldas al sillón. El mesero metió sus manos entre mis piernas y me sacó el corales de un tirón, dijo que dejaría las medias y el portaligas porque así parecía mas puta...el viejo bajo mi brasier a mi cintura y siguió jugando con mis tetas....el gordo me abrió las piernas con su propio cuerpo, así me obligó a abrirlas lo mas posible.... me insultaba y metía sus asquerosos dedos en mi conchita, decía que era una zorra inmunda.....sus dedos dentro mío me abrían Daniel....dijo que me iba a meter la mano entera, no podía ver, pero sentía sus violentos envistes en mi interior―su excitación creció, su apriete en mi verga aumento y el ritmo de su paja se hizo mas rápido, yo solo trataba de conducir― Gemí Daniel, me calentaron sus manoseos y los empecé a gozar....deje de luchar con mis piernas....las abrí para él...para ese negro de mierda que abusaba de mí.....el viejo me mostró su verga, aunque flácida era enorme...larga y gruesa.... “ chupale la pichula a Don Pancho perra ” dijo, y me la metió en la boca...el sudor del viejo era delicioso Daniel.... sentía como se endurecía de a poco, y la chupe con ansias como una verdadera perra.
No sabia que hacer, era demasiado para mí. La rabia quería transformarse en violencia, pero estaba demasiado caliente. Su historia y la forma como la contaba hacían que su masaje en mi verga me tuviera al limite de mi aguante; no recordaba haber estado mas caliente en toda mi vida.
―La tome del tronco y se la chupe desesperada.... estaba cada vez mas dura y ese viejo de mierda me amasaba las tetas mientras me follaba la boca...el muy hijo de puta me acariciaba el cabello mientras me insultaba.... “ chupamela perra....mamasela a tu viejito ” decía mientras gemía....estaba rica Daniel, no quería que me la quitara..... estaba hambrienta de su verga..... ¡quiero carne Daniel, quiero chupar, quiero mostrarte como se la chupe a ese viejo morboso!―Dejo de hablar y se dejo caer sobre mi tranca, que estaba a mil, y me la comenzó a chupar como nunca lo había hecho. Su boca húmeda y tibia me devoraba y su lengua parecía un remolino de pasión recorriendo toda mi verga y mis bolas.
―Como te gusta chupar puta...anda sigue chupando...hiciste que se le parara al viejo ¿ah?....¡y te gusto puta de mierda!―le dije fuera de mí, lo dije con cierto temor; nunca la había llamado puta, pero le gustó y chupó con mas ganas―anda dime ¿se le paro o no?.
―Si.... la sentí dura y arrojaba esos chorritos de moco cada tanto, me lo trague todo y con más hambre la chupe―respondió dándose un espacio entre la mamada que me hacia. Continuó con una paja de ensueño y siguió contándome― el mesero me agarró las piernas y se las puso en los hombros..... yo no quería…. pero me la metió. Apoye una de mis manos en su barriga para tratar de empujarlo....pero no sirvió de nada..... Abrazo mis piernas y me la metió con furia. Los gemidos ahogados por la verga del viejo parecían calentarlo más, porque me penetraba con rabia..... Yo me retorcía de dolor y calentura.... mi mano dejo de empujarlo para acariciar su peluda barriga que chocaba con mis piernas a cada estocada....me estaba partiendo con su tranca―hizo una pausa para lamérmela y continuó.―Ese negro me violó Daniel...... me la metió y gozó culiandome.... gozó culiando a tu mujer―volvió a chupármela.
―y tú te dejaste como una miserable puta―le dije mientras subía su vestido hasta su cintura. Su juego de ropa interior de verdad se le veía increíble, casi choque por quedarme pegado mirándolo.―¡Puta!, ¡Perra!...¡sigue chupando!―Le pegue una fuerte nalgada y chupó con mas ansias, le amase con fuerza el culo y le pegue fuertes manotazos mientras la insultaba como la puta que era.―¡Perra!...así que te gustan los picos ¿eh?....¡cualquiera puede venir y gozarte a placer porque no eres mas que una zorra!... ¡una puta mamona!.
―El viejo también quería metermelo Daniel―siguió entre gemidos―me quitó su verga y le ordenó al mesero que me la sacara.....me tomó del pelo y me paró bruscamente...le dijó al negro ese que se sentara en el sofá y me obligó a chuparle la verga.... me puso en cuatro patas....Mientras saboreaba la verga del negro, sentí las manos del viejo cachetearme las nalgas..... “ que lo chupa rico Don Pancho ” dijo el mesero “ es una puta de lujo ” decía el muy desgraciado―yo solo escuchaba; su relato me calentaba como nunca lo podría haber esperado― La pichula del mesero era menos jugosa que la otra….pero tenía un capullo que se hinchaba mucho cada vez que el muy desgraciado tensaba su garrote.―¿Dónde había quedado la mujer que se avergonzaba de decir “pene”?―….el mesero me apretaba las tetas y el viejo recorría mis piernas y mi culo, yo lo pare para él, para que supiera que quería verga.....deje de mamar para decir “ ande Don Pancho, metame su vergota ”.... volví a mamar.... los dos rieron y me insultaron.... me llamaban puta y decían que era una calentona ....que por ser tan buena me iban a joder... como a una perra sucia.
―¿Le paraste el culo al viejo?. ¡Anda puta, muéstrame como le paraste este culazo!―dije. Ella se arrodillo en su asiento y empezó a menear el culo mientras me lo chupaba. Ya habíamos salido del centro de la ciudad y a esas horas no andaba casi ni un vehículo, por lo que era poco probable que alguien viera ese culo en pompas meneándose, pero ella no lo sabia; simplemente exhibió el trasero como una perra.
―El viejo me la metió..... se sentía tan grande y dura..... me agarró de la cintura para follarme con fuerza Daniel.... me hizo pedazos mi cuquita....apenas podía mamarsela al mesero por los gemidos de dolor y calentura que me nacían....el viejo no dejaba de pegarme palmazos en el culo y el mesero no dejaba de llamarme puta, le calentaba la cara de placer que yo tenia mientras le comía la pichula...Ese viejo de mierda me tenia como perra y me culiaba como tal.... sin misericordia....sin lastima.... solo me gozaba Daniel....¡gozaba de tu esposa!....y era delicioso.
Me la imaginaba recibiendo los envistes de aquel viejo desgraciado mientras ella le chupaba el pico a aquel miserable; y la imagen que veía en mi cabeza me calentaba increíblemente. Ese par de desgraciados nunca habrían tocado siquiera a una mujer tan hermosa como la mía, y esta se les había entregado como una perra. Es cierto que había puesto cierta resistencia, pero solo había servido para calentarlos más. Claro, ellos pensaban que no quería, pero la calentura de ella pudo más y termino mamándoles la verga a ambos. ¡Por Dios!, si hasta le pidió a ese viejo que se la metiera.
―Anda perra...¡chupa!...¡chupa!.... ¡chupaaaaaaaa!― le seguí diciendo mientras le golpeaba el culo― lame....vas a tragarte mi leche...no te gusto que te culiaran esos hijos de puta.... pues ahora te vas a comer mi leche...te guste o no― para mi asombro no dijo nada, solo siguió chupando. Nunca me había permitido terminarle en la boca, y ahora no decía nada frente a mi amenaza. Estaba fuera de si, parecía que sufría un pequeño orgasmo cada minuto, estaba realmente descontrolada; hambrienta de verga.
Apenas podía manejar, no me había dado cuenta pero solo iba a 50 Km/hr. Estaba mas caliente que nunca; mi mujer me estaba dando la mamada de mi vida y estaba hecha una fiera. Llegue al cruce de Boloñés y me toco la roja, instintivamente pare. Cuando esperaba la verde, me di cuenta que se acercaba un vago, seguramente a pedir alguna moneda, pensé en pasarme el semáforo, pero el morbo pudo mas.
El tipo iba a cruzar por delante del auto, pero cuando se percato del culo de Verónica, parado meneándose sobre el asiento del lado derecho, se quedo parado, como tratando de convencerse de que no estaba viendo visiones. Revise los espejos y me asegure de que no había nadie más en los alrededores. El tipo, al ver que yo seguía ahí aun cuando ya tenía verde, se acercó a mirar más de cerca lo que pasaba dentro del auto. Se paro a menos de un metro de la puerta y se quedo pegado en el culo de mi mujer, alzo la vista y se apego a la ventana para tratar de ver como me lo chupaba.
―Ahí un vago mirándote el culo allá afuera putita―le dije a Verónica. Ella solo siguió mamándomela ―menéale bien el culazo que tienes para que se caliente contigo―le di una fuerte nalgada lo que pareció reavivar su calentura. Movía el culo como una gata en celo. No sé si me creyó o no, pero la idea de que yo la expusiera pareció gustarle y a mí me calentó de forma incontrolable. Con mis dos manos comencé a apretarle las nalgas; se las abría para que el vago le viera el hilo del corales encerrado entre ellas.―¡Anda, meneale el culo, muéstrale lo puta que eres!.
El tipo no aguanto y empezó a acariciarse el paquete por sobre los pantalones. El vago ese se notaba bebido y estaba sucio, como si acabara de levantarse de la acera después de haberse caído de lo borracho. Ante el espectáculo que estaba viendo, el tipo parecía un gato fuera de la pecera; su mirada era hambrienta y desesperada. Se acercó lo más que pudo al vidrio y ahí se quedó, apoyado con una mano en el auto y la otra sobre su sucio pantalón.
―Perra de mierda, te gusta calentar vergas no.... mueve el culo, tiéntalo para que rompa el vidrio y entre a culiarte esa linda cola―Verónica movía su culo como una diosa y lo paraba a mas no poder. Yo le acariciaba las tetas mientras veía como meneaba la cola para el regocijo de aquel desgraciado. La seguía insultando y ordenándole que chupara y que se exhibiera. Le baje el corales dejándoselo a medio muslo, apresando sus piernas y desnudando por completo su conchita. Mis manos volvieron a abrir sus nalgas, esta vez para mostrar el esplendor de su intimidad completamente desnuda para aquel andrajoso afortunado.
El vago se saco la verga y empezó acorrerse la paja desesperado por el espectáculo. Se inclinaba de un lado a otro para no perder detalle de las formas de mi mujer.
―Se saco la verga puta, saco su mugrienta verga para correrse una paja mirándote el culo y la concha de perra que tienes―le dije a ella mientras le mostraba al vago como le apretaba, golpeaba y abría sus nalgas.
―Déjalo entrar―dijo de pronto, con sus labios apoyados en mi tranca palpitante―deja que entre y me tome.....uuuuyyy―su lengua recorrió mis bolas― quiero que me lo metan....no importa que sea un sucio vago..... deja que me goce.... aaahhhhyyyy....deja que me folle.....déjame chupársela.....y beber toda su leche... aaaahhhhhh....deja que me chupe las tetas..... ¡deja que me perfore el culo!―me pedía la muy perra.
Si la puta lo quería se lo iba a dar, pensé desquiciadamente. Desde el comando eléctrico de mi puerta baje el vidrio que mantenía alejado al pobre desgraciado. Las manos del vago entraron como bólidos a atrapar el culo de mi mujer. Verónica se estremeció al sentir las manos del extraño; miro hacia atrás y al ver a aquel inmundo magreando sus nalgas trato de apartarse.
―No Daniel.... ¡por favor!.... no dejes que me lastime―me dijo con mirada suplicante mientras yo retenía su cabeza contra mis piernas para que conservara su culo en pompas. Ella había creído que lo del vago era mentira, o por lo menos había pensado que yo nunca lo dejaría tocarla siquiera. Pero ese ya no era yo, ni Verónica era ella misma, porque pudo haberse liberado, pudo hacer mucha mas fuerza de la que hizo para huir de las manos de aquel tipo; pero no, su cuerpo ardiente contradecía sus peticiones lastimeras.
―Que culazo puta―dijo el vago con voz carrasposa―y que piernas―las manos de aquel mugroso recorrían las piernas y el culo de mi esposa. Esas manos sucias y negras contrastaban con la piel ligeramente bronceada de mi mujer. El tipo metió su cabeza al auto para chupar entre las piernas de Verónica; podía ver su lengua cuando salía por entre las redondas nalgas a su merced.
Las peticiones de Verónica fueron cambiando de palabras lastimeras a balbuceos excitados. El movimiento de su cuerpo empezó a seguir los mete y saca de los dedos que invadieron su concha. Su culo salía en busca de la lengua y de los dedos de aquel miserable vago. Mi señora esposa y madre de mi hijo no tardo en volver a mamarmela como una bestia.
Estaba extasiado, la mamada y el espectáculo eran demasiado para mí. Aquel vago manoseaba y abría a mi esposa como quería y esta lo disfrutaba como una loca, como una vil perra. Incluso cuando ese mugriento le metió un dedo en su apretado ano no protesto; al contrario, ella se movía para no dejarlo escapar, hambrienta como una tigresa. Mientras el andrajoso ese le metía un dedo en el culo, con la otra mano le pegaba fuertes nalgadas, como si tratara de apartar una bestia de su alimento; pero ella no lo soltaba, aguantaba los palmazos para seguir devorando los dedos del vago con sus orificios. Con esa imagen fue que no aguante mas, empecé a descargar de una manera increíblemente violenta, eran fuertes convulsiones por cada chorro de leche que vaciaba en la garganta de mi esposa. Nunca había tenido un orgasmo tan furioso, tan puramente carnal. Sus gemidos se ahogaron pero en ningún momento trato de apartarse, devoró hasta la última gota, solo para empezar a gemir como loca ante las violentas caricias en su culo y los bravos dedos en su concha. Estaba sufriendo un fuerte orgasmo, su cara irradiaba placer y excitación; un hilo de semen caía por la comisura de sus labios, un toque morboso que solo se comparaba con los fuertes magreos de aquel vago asqueroso. Unos instantes después, luego del éxtasis de su deseo, quedo casi inconsciente; embriagada de placer.
El vago, viéndola completamente a su merced, abrió el seguro de la puerta, seguramente con intenciones de entrar al vehículo o sacar a Verónica fuera de él. Cuando el malviviente saco la mitad de su cuerpo por la ventana para abrir la puerta, la cordura que recupere con mi orgasmo hizo que pusiera primera y acelerara a fondo. Casi le arranco la mano al mugroso ese.
―¡Maldita perra te voy a encontrar y te voy a encular!―escuche que gritaba el muy desgraciado.
Conduje en dirección a la casa de mi suegra. Verónica se incorporo en su asiento y guardo silencio mientras recuperaba un poco las fuerzas. Solo había silencio en el interior del auto, las calles casi vacías no daban excusas para decir nada. Estaba encerrado en las imágenes pasadas, en lo que había visto y en lo que me había imaginado con el relato de mi esposa.
―El mesero termino en mi cara y el viejo dentro de mí―interrumpió el silencio. Yo no dije nada―me fui a limpiar y a vestir al baño de la oficina. Cuando volví el mesero estaba sentado en el sofá y me hizo un gesto para que me sentara junto a él. El viejo estaba apoyado en el escritorio. Sumisa me senté. El mesero se sonrió y se acercó a darme un beso, yo corrí la cara, me empujó y subió mi vestido; quede apoyada de lado con el trasero descubierto frente a él. Trate de volver a sentarme pero no lo permitió, le pedí que por favor ya no mas, “ las putas siempre quieren mas ” dijo, me empezó a manosear las nalgas. Me apretaba fuerte, tan fuerte que me arranco un pequeño gemido de dolor, el solo rió; yo le seguía pidiendo que parara. El viejo me dijo que estuviera tranquila, que tú no habías llegado y que la prenda que habías dejado seguía siendo de ellos. Me deje hacer, sus insultos eran duros; me llamaban puta y perra, y al verme ahí dejando que me tocara aquel negro apestoso, pensé que tenían razón..... El mesero dijo que quería probar mi culito; le rogué que no, que si quería se lo chupaba pero que no me lo metiera por ahí; él dijo que ya me lo había metido en la boca y que ahora quería sentir mi apretado chiquitito.... Me resistí, el viejo me afirmo, y mi resistencia fue igual que antes, inútil. El mesero me aparto el colaless y luego de lubricar un dedo en mi conchita, empezó a presionar en mi culo. Al principio luche por librarme, pero el viejo me tenía bien agarrada. Sentí molestia cuando el regordete dedo del mesero me penetro el culo y gemí de dolor; a ellos les gusto, empezaron a decir que me gustaba, que era de esas putas a las que les gustaba ser violadas.... Sus insultos y el dedo de ese asqueroso acabaron con mi resistencia, de un momento a otro empecé a gemir de placer. El dedo en mi culo se sentía rico y sin darme cuenta empecé a seguir el rítmico movimiento, pare la cola para que entrara mejor y apreté el ano para sentirlo mas duro. Mi mano atrapó la flácida verga del viejo por sobre los pantalones; los insultos se hicieron mas duros, me llamaban puta de mierda; culona; devora picos.... También se burlaron de ti, “ mira la puta señora Montenegro, como le gusta que se lo metan por el culo ” se decían entre ellos. Los fuertes palmazos en mis nalgas me gustaban, dolían pero me hacían sentir mas vejada; mas abusada.... De pronto el viejo se paro, le dijo al otro que iba a ver como iban las cosas afuera y que cuando acabara de encularme le avisara para encularme él. Se dirigió a la puerta, la abrió y se devolvió. “ llego el cornudo ” le dijo al mesero y salió. Entendí que habías llegado. Me libere a la fuerza de aquel bastardo que ya tenia la verga parada, me arregle el vestido y salí a buscarte. Lo escuche decir que podía volver cuando quisiera para que me encularan, pero ni siquiera me volví a mirarlo. Solo quería irme; ir por nuestro bebe y volver a casa.
Guardo silencio, ya no había nada que decir. La excitación en mi cuerpo había vuelto a florecer; lo vivido unos momentos atrás había cambiado mi vida. Ella sabia que no tendría derecho a reprocharle nada, pues le había permitido a un malviviente tocarla; sin embargo, aun parecía avergonzada. Pensé que la historia del restaurant era falsa, que su intención solo había sido excitarme, como el teatro que pensé proponerle; no lo sabia, solo eran ideas que surcaban mi mente mientras conducía. La rabia se había ido, pero la excitación; la calentura no, y en cierta forma me confundía. La experiencia recién vivida y la historia de mi mujer me habían hecho conocer una parte de mí rechazada por mi moral. Miraba a Verónica y la rabia volvía y a través de esta la excitación; me di cuenta que era una combinación increíblemente morbosa.
Llegamos a la casa de mi Suegra, ya era pasada la media noche. Gladys estaba en el primer piso consolando a Tomás. Le preguntamos que había pasado. Nos contó que el niño había tenido una pesadilla y que lo había traído a tomar un baso de leche porque aun no se calmaba. Tomás lloraba desconsolado, parecía asustado y ni siquiera en los brazos de su madre se tranquilizaba. Fuimos a la cocina y Gladys le sirvió un vaso de leche tibia.
―¿Las cosas del niño mamá?―preguntó Verónica.
―Sobre el mueble, en mi habitación.
―Voy por ellas, será mejor llevarlo a casa―dijo mi esposa mientras salía de la cocina.
Gladys me preguntó cómo lo habíamos pasado. Le respondí que bien; que la comida había estado buena y que había mucha gente. Obviamente no le conté nada acerca de lo que paso en el auto. La conversación no llego más allá, dado que Tomás seguía afligido y nos ocupamos de consolarlo. No estaba demasiado preocupado por mi hijo, ya que ese tipo de arranques de miedo, por mal sueño o por lo que sea, no eran tan raros en él. Gladys le contó un cuento y le hacia gracias para arrancarle alguna sonrisa, pero le costo bastante lograrlo.
Me empecé a preocupar por la demora de Verónica, atento al espectáculo que daba Gladys y por otro lado inmerso en mis pensamientos, no había notado que llevaba bastante tiempo que se había ido por las cosas de nuestro hijo. Cuando estaba a punto de compartir mi preocupación con mi suegra, esta retomo la conversación preguntándome detalles de la noche; me dijo que su hija se veía muy linda con ese vestido y que se le notaba en la cara que la había pasado muy bien. Si supiera, pensé; le seguí la corriente un rato hasta que le pregunte porque Verónica demoraría tanto. Ella no le dio importancia, me dijo que quizá había pasado al baño o que estaría buscando algún juguete perdido del niño; me recordó que Tomás notaba la falta hasta del juguete más pequeño. Con eso me tranquilizo un poco y pensé que era un estúpido al preocuparme de ella después de lo que había pasado. De todos modos tenía la seguridad de que estaba en la casa, y en la casa no estábamos más que nosotros, Tomás, Gladys y.....¡mierda! me dije ¡Ramón!. No sé que cara habré puesto, pero Gladys preocupada me preguntó que pasaba; no le respondí. Dentro de mi cabeza había mucho trabajo como para pensar en una excusa. Según mis cálculos habíamos llegado como a las 12:15 y el reloj de la cocina marcaba las 12:51; no podía creer que el tiempo se me hubiese pasado tan rápido. Entre mis problemas, el show de Gladys para Tomás y la fugaz conversación con mi suegra se me había pasado un poco mas de media hora; media hora que mi esposa estaba arriba, quizás en la misma habitación donde dormía ese viejo desgraciado de su padrastro. Reaccione y le dije a Gladys que no se preocupara, solo tenia un poco de sueño y ahora que Tomás estaba más tranquilo, quería irme a casa a descansar. Me paré, con la intención de ir por Verónica, cuando está irrumpió en la cocina.
CONTINUARA.