Verónica

Se cumple mi fantasía más oculta: gozar a una compañera del instituto a la que hacía años que tenía ganas.

Ella no era una belleza, pero tenía algo que cautivaba. Todos los chicos de aquella clase en el instituto la deseábamos. Sólo unos pocos elegidos la conseguimos, y me gustaría compartir con los lectores cómo fue.

De estatura pequeña y cuerpo proporcionado, Verónica tenía dos ojos grises, brillantes, que podrías estar mirando durante horas. Su pelo era castaño con betas rubias y su piel tersa. Sus labios finos pedían ser mordidos suavemente en pequeños besos. Sus discretos pechos y su hermoso trasero eran una provocación, el reclamo de algo prohibido y reservado sólo a aquellos a los que ella quisiera entregarlos. No era muy cuidadosa con su aspecto físico y dejaba desatendidas ciertas tareas que la mayoría de las mujeres consideraban importantes. Muchas veces, cuando apretaba el calor y las camisetas de tirantes se imponían, se podía ver como, al levantar los brazos, ella exhibía el vello de sus axilas. Cuando se estaba cerca de ella se podía comprobar que no usaba perfume o colonia alguna, y se percibía su maravilloso olor corporal, que era tan incitante como ella, y hacía que se dispararan nuestros deseos.

Éramos compañeros de clase desde que comenzamos el instituto, hacía ya seis años, teníamos confianza aunque no la considerase mi amiga. Estudiábamos juntos, en algunas asignaturas incluso se sentaba cerca de mí. Yo la miraba de reojo tan a menudo como me fuera posible. Cuando sucedió todo era el mes de mayo, y el calor comenzaba a apretar. Muchas veces, cuando llevaba camisetas escotadas, me quedaba mirando sus pechos, cálidos y perlados de un sudor que yo mismo hubiera limpiado con mi lengua de su suave y aromática piel. Aquella vez me quedé demasiado tiempo mirando y deseando su cuerpo, porque ella se percató y desde entonces mantuvo ciertas distancias conmigo.

Sin embargo, días más tarde me llegó un mensaje al teléfono móvil:

Me he fijado en cómo me miras, y quiero que tengas lo que deseas.

Al principio pensé que se trataba de una broma. Pero el mensaje llegó dos o tres veces más, y entonces me decidí a responder:

Deseo de ti muchas cosas, ¿cuánto estás dispuesta a darme?

La respuesta se hizo esperar. El hecho de que tardara tanto en responderme me hizo pensar que o bien no era ella la que había escrito el mensaje y me estaban gastando una broma, o bien ella se había arrepentido de decirme aquello.

Sin embargo, la respuesta terminó llegando.

Ven a casa, hoy a las cinco.

El mensaje me dejó perplejo. Me puse nervioso. Primero pensé que debía llevar protección, preservativos, y quizá un lubricante. Luego me serené pensando que me debía andarme con cuidado, que no sabía lo que me esperaba y que podría tratarse de una broma. Ella podía estar jugando conmigo.

Conocía su casa de haber estado una vez hacía tiempo. Muchas veces nos reuníamos tras los exámenes finales de cada curso, y alguna vez ella nos había invitado a subir a su casa a festejar el final del curso y la llegada de las vacaciones de verano.

Llegado el momento me encaminé hacia allí. Llegué media hora más tarde, hecho un manojo de nervios. Llamé al portero automático y me abrió el portal sin preguntar. Subí las escaleras y al llegar al rellano encontré la puerta abierta. Entré y la cerré a mis espaldas. Cuando avancé hacia el salón ella me salió al paso. Llevaba un vestido deportivo, similar a los de las tenistas, escotado y con una breve falda. Me quedé mirándola y tras recorrerla con los ojos me quedé fijo en los suyos.

-Así me miras en clase, y así me gusta que me mires.

-Estaría mirándote horas, Vero.

-Pero no habrás venido aquí sólo a mirar, ¿no?

Me quedé como un pasmarote y fue ella quién tomó la iniciativa. Se acercó a mí y me puso la mano en el paquete. Lo manoseó con fuerza hasta que se puso duro y, sonriendo, empezó a quitarme la camiseta. Luego nuestros labios se unieron, primero con delicadeza, luego brutalmente, jugando con nuestras lenguas, intrusas en la boca del otro. Respiré su aliento caliente y agitado. Mientras nos besábamos ella me condujo a su habitación.

Se sentó sobre su escritorio, separando las piernas y elevándolas hasta que sus pies quedaron apoyados sobre la mesa. De este modo, con la espalda apoyada en la pared, me mostraba sus piernas abiertas por completo, y el triángulo negro de su tanga alrededor del cual sobresalía su vello púbico. Estaba desenfrenado y agarré el tanga con una mano y tiré de él hasta que se rompió y salió sólo. Entonces pude ver el espectáculo de su chumino, con un fuerte vello castaño y dos labios rosados y relucientes. Sin miramientos introduje los dedos en su húmedo coño, notando la suavidad de su agujero y la lubricación natural tan fluída que me permitía entrar y salir de ella a mi antojo. Sacaba los dedos para rozar su clítoris y los volvía a meter con violencia, haciendo que ella gimiese como tantas veces había soñado que gemiría bajo mis manos. Con la otra mano retiré el tirante de su vestido, y al comprobar que no llevaba sujetador le toqué un pecho. Era blando y tembloroso, pero caliente y sudoroso. Con arrebato lo lamí, lo chupé, lo mordí y lo limpié. Ella respiraba rápidamente y gemía cuando con mi otra mano alcanzaba su punto G.

Pronto dejamos esta hermosa situación para dirigirnos a la cama. Ella se sentó y me quitó los pantalones para mamármela con fuerza y maestría. Sabía como chupar una polla, parecía que llevara haciéndolo toda la vida, y sólo tenía 19 años.

Agarré con mis manos su cabello beteado de rubio y empujé su cabeza hacia mí, haciendo que se tragara toda mi polla.

Después se tendió sobre la cama. Aún llevaba puesto su vestido, aunque la falda estaba subida y el escote bajado, de modo que pechos y coño quedaban al descubierto. Me puse un condón y se la clavé en el chumino. Ella gritó. Me gustaba notar la calidez de su coño rodeando mi polla. Su lubricación natural hacía que todo fuese más fácil y placentero. La fricción de nuestros cuerpos era maravillosamente sensual, cada minuto que pasaba ambos estábamos más y más cachondos. Su pelo desordenado sobre la almohada y sus ojos tan brillantes me excitaban tanto que aumenté el ritmo de las embestidas. Violentamente la penetraba y la hacía gemir con fuerza. Aquel cuerpo, aquel coño que tanto deseé y que tanto soñé con follarme, ahora era mío, sólo mío, y lo estaba taladrando con fuerza, casi como si la violara. Ni yo mismo podía creerlo.

Ella se dejaba hacer, tumbada bocarriba sobre las sábanas moradas de su estrecha cama, con las piernas abiertas cándidamente. Por fin habló, y al responderle hice gala de toda mi grosería. No podía fallar, eso la excitaría aún más.

-Oh, sigue, por favor, me encanta. ¡Métemela! ¡Viólame!

-Te gusta, ¿eh, puta? Sabía yo que algún día te follaría.

-¡Sí! Fóllame.

-Quiero darte por culo, so zorra. Quiero correrme en tu culo sin condón.

No respondió. Me apartó de encima y se dio la vuelta. Sacó de la mesilla un lubricante y me lo dió.

-Fóllame el culo, quítate el condón y córrete dentro. Quiero sentirlo.

Embadurné mi polla de lubricante, y antes de lubricar también su ano me agaché para lamerlo. Suave, rugoso, y de un tono más oscuro que el resto de su torneado trasero, su ano recibió mi lengua. Ella se sentía a gusto, pues gemía suavemente, ya no eran los gritos de antes, sino un tenue gemido. Unté su agujero de lubricante y metí mi polla en él haciendo que ella gritara con un sonido estremecedor.

Mi verga resbalaba dentro de aquel agujero negro y sucio. Su recto estaba caliente y la punta de mi polla rozaba con sus excrementos, gozábamos de nuestros cuerpos, sudábamos, gritábamos, gemíamos. El calor que generaba el roce de nuestros cuerpos nos excitábamos cada vez mas. Su recto era un paraíso de perversión y cuanto más profundo empujaba mi verga más fuertes eran sus gemidos. Su boca entreabierta dejaba ver su lengua, tan húmeda y caliente como su coño, que ahora se acariciaba con una mano para provocarse un intenso orgasmo que la hizo retorcerse a la vez que gritaba desaforadamente. Yo estaba cerca del final. Con fuerza agarré sus pechos y la empujé hacia mí para introducir aún más mi polla en su adorado recto. No pude aguantar más y me vacié dentro de sus intestinos. Al sacar la polla vi como su ano dilatado se iba cerrando. Ella se volteó y me lamió la verga hasta dejarla reluciente.

Nunca más volvimos a hacerlo, pero siempre he llevado en mi recuerdo este encuentro que sería el más brutal y excitante de mi vida.