Veronica

No pude evitar pensar, que ella estaba casada, pero ese mismo pensamiento fue lo que me puso muchísimo mas excitado. Pensar en lo que era prohibido, y todas las veces que yo había imaginado ese momento...

Trabajo en una empresa de tamaño mediano, en la cual me dedico al área contable, tengo 27 años, por el tamaño de la empresa todos los que ahí trabajamos nos conocemos. Llevo laborando ahí 2 años y medio, más o menos. Durante todo ese tiempo ninguna de mis compañeras me había llamado tanto la atención como la nueva secretaria que entró hace apenas unos 7 meses, ninguna de mis compañeras es lo suficientemente atractiva como para despertar las pasiones que llevo dentro.

Sin embargo, la nueva secretaria, Verónica, una chica de 23 años, alta, de piel morena, con un cabello negro y largo, un cuerpo increíble, unas piernas gruesas y torneadas, recubiertas sólo en el muslo de un vello casi microscópico que cada vez que le pedía una llamada, me hacía imaginar las fantasías más excitantes, pero sin embargo tenía un defecto que me hacía guardar mi distancia, así como a todos los hombres de la empresa, quienes la deseaban en secreto; este defecto es que ella es casada, aún y cuando su esposo no vivía en la ciudad por cuestiones de trabajo, ya que es ingeniero y generalmente, entre obra y obra, se ausenta por períodos hasta de un año.

Durante los primeros meses casi no hablábamos por cuestiones de trabajo; sin embargo, por el tercer mes, comencé a notar que me miraba insistentemente, y que tenía conmigo ciertos detalles, así como una que otra sonrisa coqueta. Así que comencé a tirar los clásicos anzuelos para ver que tal respondía. Cual sería mi sorpresa cuando un día por fin accedió a salir conmigo, situación que desde luego nunca pensé en dejar pasar.

Así, un sábado quedé en recogerla para ir al cine y luego tomar algo. Al principio, en el cine, los dos guardábamos las distancias, esperando que el otro tomara la iniciativa, así que me decidí a hacerlo, pidiéndole que me rascara la espalda, a lo que ella respondió con un verdadero masaje, digno de manos expertas, que me hizo entrar en calor.

Decidimos comprar unas bebidas y tomárnoslas en mi coche. Cuando estábamos por fin solos, ella me dijo que le molestaba cuando bebía ya que se había mordido el labio cuando estaba comiendo, así que, tratando de lograr un acercamiento, le comenté que esas mordidas se secaban rápido si se les soplaba muy seguido, así que yo, con todo gusto, lo haría por ella.

Cuando accedió, me di cuenta de que definitivamente tenía una oportunidad, así que acerqué su boca a la mía de tal manera que casi rozaban nuestros labios, sin que ella hiciera intento alguno por tratar de guardar las distancias. Entonces comencé a soplar suavemente, despacio, hasta que el roce de nuestros labios la hizo entrar casi en trance y cerrar lo ojos, lo cual me dio la señal de que podía hacer algo más. Inmediatamente comencé a sacar mi lengua y a lamerle los labios, enseguida ella trató de alejarse con un intento de muy poca resistencia, por lo que me fue fácil sujetarle la cabeza para seguir en lo mío. Más tarde ni siquiera tuve necesidad de sujetarla, ya que ella sola me había tomado por el cuello para acercarme más; sin embargo, yo sólo seguía lamiéndole los labios suavemente, hasta que noté que definitivamente deseaba que la besara.

No pude evitar pensar, que ella estaba casada, pero ese mismo pensamiento fue lo que me puso muchísimo mas excitado. Pensar en lo que era prohibido, y todas las veces que yo había imaginado ese momento, me ponía a mil, así que la besé apasionadamente, sumergiendo mi lengua hasta lo más profundo de su garganta, bebiendo su saliva, y ella haciendo lo mismo conmigo. Abrí los ojos en ese momento, y por la cara que ella tenía se notaba que lo estaba disfrutando.

Comencé a acariciar esas magníficas piernas y ese vello que me ponía tan caliente; fui subiendo mi mano bajo ese pequeño vestido que traía puesto hasta casi tocar su concha; en ese momento ella detuvo mi mano y yo pensé:"ni modo, hasta aquí me dejó llegar", pero ella me dijo al oído, con una voz entrecortada por su agitada respiración: -"aquí no....", por lo que inmediatamente nos dirigimos a un motel, donde al llegar nos bajamos del auto casi comiéndonos a besos, mordiéndonos los labios de una manera y con una pasión con la que nunca, por lo menos yo, lo había hecho.

Entrando al cuarto nos tiramos a la cama donde una vez que le quité el vestido y el brassiere empecé a hurgar entre sus piernas nuevamente, sin que nada me detuviera esta vez. Sus gemidos me anunciaban que ella también estaba hirviendo, así que metí dos dedos entre su tanga para sentir su vagina, la cual estaba completamente húmeda y rodeada de un vello negro finamente recortado. Para ese momento ella ya había bajado el cierre de mi pantalón y tenía mi pene entre sus manos, pero aún por encima de mi bóxer.

En todo ese momento jamás dejamos de besarnos, ella me chupaba la lengua de una manera que sentía que me la iba a arrancar, me dolía pero al mismo tiempo me ponía muy caliente, y también casi me ahogaba con la suya. Comencé a introducir mi dedo en su sexo y a menearlo despacio, muy despacio, y conforme vi que ella se retorcía de placer comencé a hacerlo fuertemente. De un brusco tirón, ella separó nuestras bocas y dirigió la suya hacia mi pene, el cual estaba incontenible bajo mi bóxer; comenzó a morderlo por encima de la ropa, y cuando lo sacó de plano se lo metió todo en la boca, gimiendo de placer, y yo también, casi gritando durante casi quince minutos.

Ya no aguantaba las ganas de penetrarla, así que la retiré para ponerla boca arriba en la cama y metérsela por completo. Comencé a tallarle la punta de mi pene en los labios de su vagina, que estaban humedísimos; se la metí poco a poco, y ella comenzó a gritar, a retorcerse como si le diesen ataques epilépticos, de hecho tuve que abrazarla para que se estuviera quieta, y besarla para que sus gritos no se oyeran en todo el motel. Ella meneaba su cintura para que la penetración fuera más completa, y comenzó a morderme el cuello y el pecho, a rasguñar mi espalda, y me pidió que la dejara ponerse encima.

Ella comenzó a montarme de una manera casi desesperante por la lentitud. Cada sacudida que daba lentamente, casi sacaba por completo mi pene de su vagina y lo volvía a meter con la misma lentitud. Estuve a punto de venirme pero aguanté para que ella disfrutara un poco más. En ese momento ella me puso en una posición tal que ella estaba sentada encima de mí, con sus pechos, con esos pezones oscuros y duros contra mi cara, y comenzó a moverse de una manera frenética, lo que me hizo pensar que había alcanzado su orgasmo. En ese momento me percaté de que nuestra imagen se reflejaba en el espejo enfrente de la cama, me alegré de no haber apagado la luz, porque veía su inmenso culo moviéndose, mi pene entrando y saliendo, su cabello largo meneándose a ese ritmo alocado, y encima de todo sus gemidos y gritos, así que no me contuve más y me vine por completo dentro de ella, inundando sus más íntimos rincones con mi semen. Después de eso caímos rendidos y nos besamos suavemente.

Al día siguiente, en el trabajo, y como era costumbre a la hora de la comida, todos hablaban de Verónica, de lo buena que estaba y de las cogidas que le daría su marido. Yo sabía perfectamente de lo que estaban hablando, pero no dije nada. Cuando ella entró en el comedor, todos se callaron y la siguieron con sus miradas lujuriosas. Ella pasó en medio de todos; la miré, le guiñé el ojo y ella me volteó la cara sin hacer seña alguna.

Una vez que llegue a mi casa, sonó el teléfono. Era ella, la fui a ver a su casa y me lanzó esa mirada coqueta de costumbre. Me dijo que me había extrañado la noche anterior, y que el próximo sábado era ella la que me invitaba a salir. Yo sabía dentro de mí que ese era el principio de una buena temporada.


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