Verganza

Un tipo en Grindr rechaza un trío, insultando a Lorenzo y prometiéndole que se tirará a su novio, Diego, el cuál está hastiado de soportar fantasmadas. Los actos tienen consecuencias.

Estaban recostados en el sofá. Las escenas se sucedían en la pantalla del portátil pero ninguno de los dos prestaba atención desde hacía rato. Bajo la manta no había ni pantalones ni calzoncillos, pero desde luego que había manos. Caricias recorriendo el muslo, agarrando las pollas tiesas y duras que mantenían la carpa alta. Aquella semana se habían quedado solos en casa, en consecuencia habían estado follando sobre la mesa, tumbados en el sofá y apoyados contra la ventana; en una ocasión se comieron los rabos junto a la puerta de la entrada, en otra se habían comido el culo mientras atendían los fogones de la cocina, e incluso habían terminado una faena en la ducha. No hacía ni dos horas que habían terminado la última sesión, que había consistido en una mamada de diez minutos grabada en móvil que había concluido tragando y lamiendo hasta la última gota; pero los asuntos ya volvían a animarse.

Habían comenzado a morderse el lóbulo de la oreja y pronto pasaron a meterse lengua con deseo y pasión. Uno de ellos se sentó a horcajadas del otro y meneó la cadera, sintiendo la verga tiesa rozando entre las nalgas que reventaría poco después; entonces fue cuando sonó el móvil. No era un sonido cualquiera, sino una notificación muy característica y más que reveladora, el sonido carraspeante de cierta aplicación. El dueño del móvil seguía abrazando con fuerza, besando con pasión, empujando su rabo contra las nalgas de su pareja; tenía intención de ignorar el mensaje. Su pareja, en cambio, extendió la mano hacia el aparato y se lo pasó.

—No seas maleducado, cielo, responde —ordenó Lorenzo con tono suplicante.

Se levantó y se arrodilló en frente, inclinó la cabeza lentamente hacia la polla de su novio y empezó a lamer desde la base de los huevos hasta la punta del glande. Su pareja dejó caer el móvil su pecho y le agarró por la cabellera con intención de clavarle el miembro hasta la campanilla; se lo permitió un par de veces, sin apartar la mirada retadora.

—O contestas o dejo de comértela —amenazó.

Su pareja le siguió el juego. Desbloqueó el móvil, abrió el mensaje y masculló.

—Otra vez.

—¿El veterinario?

—Sí, esta vez me pasa foto y todo; va más lanzado —Diego rió, girando la pantalla hacia Lorenzo.

Era un torso desnudo ligeramente definido y totalmente desnudo, con la cadera oculta bajo una berenjena. Ambos conocían al tipo de otra ocasión: era guapo, estaba bueno, parecía bien dotado; su problema era su carácter. Había dejado claro que pasaba de uno de ellos, pero no dejaba de insistir al otro pese a que la norma era clara: los tres o ninguno.

—Hasta que no pruebe tu polla no se queda tranquilo —Lorenzo bromeó —. Y mira que ya la habría podido catar si hubiera aceptado acostarse contigo mientras miro, pero es un soso.

—Da igual, cielo, sigue a lo que estabas.

—No. —Diego frunció el ceño, confuso. —Tengo una idea. Dile que venga.

—Sabes que no va a aceptar.

Entonces, desde entre sus piernas, mientras lamía su verga, Lorenzo le dedicó una sonrisa traviesa.

—¿Sabe que estoy aquí?

Diego volvió a fruncir el ceño.

—¿Qué planeas?

Sabía que necesitaría cierta ayuda para convencerle, así que agarró el miembro con fuerza y empezó a masajearlo suavemente mientras humedecía el glande con la punta de su lengua de forma ocasional.

—Vas a invitarle en cuanto pueda venir y no le vas a decir que estoy aquí. Me meteré en el cuarto de al lado y esperaremos. Le abrirás y le ofrecerás lo que quiere, le desnudarás y disfrutarás de su mamada.

—¿Y tú?

—Eso es cosa mía.

Diego no se mostró precisamente convencido. Así que le cogió el teléfono y escribió tres sencillas letras con rapidez.

—¡Qué haces!

—Enseñarle a ese cretino el precio de desear tu rabo.

El móvil volvió a sonar. Miró la pantalla y sonrió, luego se lo devolvió a su novio. El veterinario preguntaba “cuándo”. Diego estaba un poquito molesto, pero también estaba cachondo; cuando quiso reprenderle con la mirada lo encontró de rodillas entre sus piernas, lamiendo con sumisión el largo de su muslo en dirección a sus huevos. Tecleó “cuando quieras” y le mandó la dirección.

Nunca había sufrido tanto. Para evitar que se arrepintiese, Lorenzo se dedicó a torturar a su pareja con caricias, besos, lametones y mamadas alternando entre su polla y su culo. Comía con frenesí y dejaba que le agarrase con violencia, que le follase la boca de forma salvaje, que le azotara el culo y le arañase la espalda de forma brutal. Dejó que ciñera la mano entorno a su cuello y le restallara el rabo contra la cara. Pero se aseguró de que no alcanzara el clímax, de que no se corriese antes de tiempo. Lo mantuvo en aquella tortura hasta que sonó el portero automático.

Salió corriendo a la habitación frente a la que usaba Diego, pegó la espalda contra el armario que había junto al umbral y guardó silencio mientras el corazón se le desbocaba de emoción y el cuerpo le temblaba de excitación. Unos minutos más tarde escuchó el timbre y a su novio abrir la puerta. Estaba lejos y no fue capaz de entender la voz masculina y viril del desconocido, pero si escuchó un comentario de sorpresa y a su novio responder con tono autoritario.

—Es toda tuya. De rodillas.

Se sintió orgulloso de ese machote dominante con cara de chico bueno y se imaginó al tipo arrodillándose en el suelo y metiéndose en la boca aquel rabo grueso, duro y venoso, ligeramente curvado hacia arriba. No era sólo su imaginación, podía escuchar el ruido de succión seguido de un atragantamiento, y supo a ciencia cierta que Diego estaba sujetando la nuca de ese tío mientras le hundía la cadera en golpes secos que repiqueteaban en la campanilla del veterinario.

—Desnúdate si quieres más —le escuchó espetar.

Comenzó a acariciarse el miembro con suavidad, no sólo para evitar ruidos sospechosos sino para no correrse ante la excitación del momento. No podía todavía, cuando la diversión acababa de empezar.

—Vas lanzado —jadeó el invitado.

—No parece que te importe.

—Estás mucho más bueno que en las fotos —musitó con un tono de voz cargado de deseo carnal.

Escuchó un golpe seco y el ruido húmedo de dos lenguas compitiendo. Sin darse cuenta, su otra mano se había deslizado ávida entre sus nalgas. Estaba empezando a desesperar.

—Vamos — Diego ordenó imperioso.

Y creyó oír los traspiés del invitado al ser empujado por el pasillo hasta el cuarto. La persiana de la habitación en la que se ocultaba Lorenzo estaba bajada y el pasillo tenuemente iluminado. La luz diurna que se colaba por la habitación de Diego se reflejó en el vidrio y la forma de aquel tío alto y atlético se dibujó allí, de espaldas, mientras su novio lo descamisaba y le mordía el cuello. Pero Diego mantenía los ojos abiertos, mirando hacia la ventana, sonriendo a su reflejo.

—Al pilón, campeón —ordenó.

Sin embargo, apenas estaba a un metro y medio de distancia, así que ahora pudo escucharlo con absoluta claridad. Vio la cabeza morena de aquel veterinario bajando por el torso de Diego, besuqueando su piel y lamiendo sus pezones; no sólo podía verlo, podía escuchar aquel sonido húmedo. También pudo oír el repiqueteo de las rodillas del invitado contra el suelo y cómo se atragantaba cuando el rabo de Diego se hundió nuevamente entre sus labios. Su novio tenía una de esas pollas envidiables y admirables que inspiraban a cualquiera con buen gusto el deseo de ofrecer una buena mamada; y nadie se lo merecía más que Diego, con su corazón de oro, su cara de buenazo y su ocasional mirada de macho.

Observó a través del reflejo de la ventana cerrada cómo su novio se follaba la boca de aquel desconocido apenas a más de un metro de él, pero la cara de Diego no miraba hacia el invitado sino hacia el interior del dormitorio. Podía percibir en su mirada perdida que no podía verle, pero también averiguó por su sonrisa que Diego le estaba dedicando aquella follada a él.

—Dios, eres bueno —gimió Diego —. Me tiemblan las piernas, vamos a la cama.

Levantó al tipo de un tirón brusco y lo empujó hacia el interior del dormitorio, perdiéndose de la vista de Lorenzo. Él permaneció oculto, escuchando con atención el ruido del somier cediendo bajo el peso del veterinario, seguido del chupeteo de Diego y los gemidos del otro tipo. Aguardó oculto, dejando que su pareja disfrutara aquel momento de dominación.

—¿Qué haces? —preguntó el desconocido.

—Evitar que te me escapes.

—Con esa polla de cebo, ni de…

No le dejó terminar la frase. Fue interrumpida por otro ruido de atragantamiento, el quejido rítmico de los muelles de un colchón y el golpeteo de un cabecero.

Estaba a punto de correrse, así que se detuvo y respiró hondo. Necesitaba salir ya. Si no acabaría antes de empezar la fiesta. Con timidez deslizó los pies sobre el suelo e inclinó la cabeza por el dintel. Primero distinguió las piernas velludas y esbeltas del invitado. Avanzó con sigilo, descubriendo poco a poco aquel cuerpo desconocido que yacía bocarriba sobre el colchón, que se mecía con un vaivén desenfrenado causado por su novio; aquel tipo tenía una polla delgada y larga que le hizo relamerse de gusto, y por lo erecta que estaba, agitándose en el zarandeo de la cama, era evidente que estaba disfrutando. Diego estaba sobre aquel tío, hundiendo su cadera en golpes violentos contra su rostro. Las manos del desconocido estaban atadas al cabecero. Su novio solía ser el bueno de la relación, pero también sabía ser un chico realmente malo.

Se apoyó en el dintel de la puerta y disfrutó del espectáculo. Percibió aquel estremecimiento familiar, aquel bufido sincero que se le escapaba a su novio cuando quería correrse. Se detuvo de forma abrupta y se apartó para reservar fuerzas.

—Bueno, bueno, bueno…

—¿Qué cojones? —el invitado intentó cubrirse, arrepintiéndose inmediatamente de estar atado— ¿Quién es ese?

—Su novio —le reprochó Lorenzo —. ¿Es que has olvidado nuestras fotos?

—¿Qué es esto? —forcejeó — ¡Suéltame!

—Se la estabas comiendo a mi novio. Y sabes que es mi novio. ¿No tengo más razones que tú para cabrearme?

—¿Se os va la puta hoya?

—Tranquilo, no quiero interrumpir. Podéis seguir a lo vuestro.

La polla se le estaba bajando, pero Diego se la metió en la boca y se la tragó entera. Observó como la cabeza descendía lentamente haciendo desaparecer el tronco largo poquito a poquito, y a medida que la nariz se acercaba a los rizos del púvis del veterinario, su cara enrojecida de ira y su gesto asustado comenzaron a desvanecerse, incapaz de contener los gemidos. Diego liberó aquella polla poco a poco y volvió a hundirla en su boca, repitiendo el gesto cada vez un poco más rápido, y el invitado agitaba su cadera mientras fruncía los dedos entorno al cabecero. Su novio agarró aquel miembro y empezó a masturbarlo con ahínco, no tardó en recuperar todo su esplendor.

—Al final tenías razón —se mofó Lorenzo—. Te estás tirando a mi novio y no puedo hacer absolutamente nada por evitarlo.

El invitado no respondió. Los gestos de su cara expresaban una mezcla de miedo, ira y excitación; y su novio había hecho un magnífico trabajo atándole a la cama, por más que forcejeaba era incapaz de soltarse. Lorenzo avanzó hacia el cabecero y se inclinó para aflojarle la correa que le amarraba las muñecas. Aquel gesto deliberado hacía que su polla quedase colgando tiesa a pocos centímetros de la cara del veterinario. Fue breve, sólo el tiempo necesario.

—Puedes irte si quieres —le espetó Lorenzo mientras se apartaba de la cama—. O podéis seguir follando, lo que prefieras.

Tal vez él le había soltado las muñecas, pero su novio mantenía la presa sobre la polla de aquel tío, que no se movió. Así que se sentó en el borde de la cama y comenzó a recostarse hasta alcanzar la cara de Diego, que le sonreía con un rabo entre los labios. Le besó en la mejilla, deslizó la lengua hacia el lóbulo de su oreja y le susurró que le amaba. Luego continuó deslizándose por el borde de la cama mientras su boca bajaba por el cuello y la espalda de Diego. Se arrodilló en el suelo a los pies de la cama, apartó las nalgas de su novio y hundió la lengua en aquel agujero sonrosado. El invitado apoyó las manos en la cabeza de su novio y gimió sin la menor vergüenza, cada vez más alto y más rápido. Pero ninguno de los dos había terminado con el veterinario.

Su novio se puso de pie sobre la cama y zarandeó su rabo.

—Come —ordenó.

Y el otro se abalanzó famélico. Lorenzo permaneció arrodillado a los pies de la cama, observando la figura imponente y dominante de su novio mientras otro tío se tragaba aquel rabo admirable. Entonces Diego se giró hacia él.

—Tú también.

Y obedeció.

Trepó a la cama y se arrodilló junto al veterinario. Sus lenguas se chocaron y sus caras se empujaron la una a la otra, compitiendo por la oportunidad de tragarse aquel portento de cimbrel. El veterinario intentaba rehuirle el contacto, pero el hambre que sentía por la carne de su Diego le podía. Lorenzo logró imponerse tragándose aquel rabo gordo que tanto amaba, dejando al invitado sin nada de lo que disfrutar. El veterinario se apartó y alzó la mirada desafiante.

—Voy a disfrutar rompiéndote el culo —le advirtió.

Diego agarró la cabellera de Lorenzo y le obligó a detenerse.

—¿A romperme el culo? ¿Tú?

—Pienso follarte de tal modo que a partir de hoy gemirás mi nombre cuando te tires a tu novio.

La reacción pilló por sorpresa a Lorenzo. Diego agarró la cabeza del invitado y le hundió el rabo hasta el fondo de una sola estocada. No solo eso, además izó a Lorenzo de un tirón brusco a su hombro, obligándole a ponerse de pie junto a él.

—Está claro que necesitas aprender a respetar a la gente —le espetó mientras le sacaba la polla permitiéndole recuperar el aliento.

Y sin más, le empujó la cabeza contra la polla de Lorenzo. El veterinario intentó resistirse, así que volvió a hundirle su propio rabo; lo tragó con avidez, como un acto reflejo, y Diego aprovechó el instante para rodear la cadera de su novio y empujarlo contra la cara del invitado. Los dos rabos chocaron entre sí y se deslizaron entre los labios de la víctima, que empezó a abrir la mandíbula todo lo que podía para recibir ambas vergas.

—Dios, me voy a correr —suspiró Lorenzo, extasiado.

Diego tiró del pelo del veterinario para apartarlo de sus rabos, derribándolo sobre la cama. Luego se tiró a cuatro patas sobre el colchón, quedando con la boca sobre el miembro largo y delgado del invitado.

—A mí el culo me lo parte quien yo diga y punto, capullo —le espetó, y a continuación, sin apartarle la mirada, ordenó con voz tajante—. Fóllame.

Pero su culo no miraba hacia el veterinario, sino hacia su novio.

—Que me folles, joder.

Lorenzo echó un chorro de lubricante y ni siquiera se puso condón. Flexionó las rodillas y hundió el miembro entre las nalgas prietas del amor de su vida, que empezó a mover la cadera con pasión mientras le mantenía una mirada desafiante al veterinario. La situación era irresistible y no pudo soportarlo más, así que con un pequeño gruñido se corrió mientras el rabo se deslizaba fuera de Diego. Las salvas de semen salieron disparadas empapando toda su espalda, y las fuerzas le abandonaron.

Apenas había tocado el colchón con la espalda cuando su novio se había subido a horcajadas sobre su cuello y había comenzado a machacársela frenéticamente. Seguía manteniendo aquella mirada desafiante al veterinario mientras Lorenzo intentaba lamer la verga dura, apenas empujado por la sinrazón y el instinto.

—Tienes dos opciones: —le escuchó gruñir — o me pones el culo o te piras, que aquí sobras.

El tipo no hizo ni lo uno ni lo otro, simplemente permaneció anonadado, observando cómo un tío semiinconsciente intentaba acertar a comerle la polla a un dios imponente, amenazante y dominante, que se sacudía el rabo más atractivo y deseado que había visto en su vida. La corrida empapó la cara de Lorenzo, manchó la colcha y llegó a salpicar el mueble situado un poco más allá.

—¿Te piras? —le espetó Diego entre jadeos.

Sólo entonces reaccionó. Ninguno de los dos le acompañó al invitado hasta la salida, simplemente se dejaron rendir sobre la cama de matrimonio mientras escuchaban un portazo. Sólo entonces Lorenzo encontró aliento suficiente para reaccionar, con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¿Qué te ha parecido, cielo?