Verdes como el trigo verde, y el verde, verde limó

Aproveché para mirarle la entrepierna. Para mi sorpresa vi como el extremo del capullo le asomaba por la pernera del pantalón. Con el encontronazo debía de haberse roto la braguilla y su rabo campaba a sus anchas buscando el aire fresco.

Continuación de mi anterior relato

“Ojos verdes, verdes como la albahaca”

Pasaron los meses y al fin la familia de Juan se trasladó a España. Sus hijos comenzaron a estudiar en el mismo colegio que los míos, incluso los más pequeños coincidieron en la misma clase. Y la amistad se fue estrechando entre nuestras dos familias. De forma que no solo le veía durante la jornada laboral si no que además coincidíamos frecuentemente en los momentos de ocio. Era frecuente que nos visitásemos en nuestras viviendas o saliéramos de compras o al cine todos juntos. De hecho su esposa y la mía se hicieron íntimas.

La esposa de Juan, Chantal , era una francesita muy bella y atractiva que hablaba el español con marcado acento.  Se habían conocido cuando él se trasladó a la central en Francia hacía quince años y al poco se casaron teniendo su primer hijo de forma inmediata. Para ser más preciso una hija que se llamaba Dolores como su abuela paterna. Era un poco más joven que Andrés el mayor de los míos y desde el primer momento ambos hicieron buenas migas.

Pero los que se hicieron inseparables fueron su segundo hijo Gastón y mi pequeño Manuel. Eso llevó a que si bien las relaciones entre nuestras familias fueran habituales la mía y la de Juan fuera continua ya que los dos pequeños coincidían en todas las actividades extraescolares, y en las deportivas especialmente que era nuestro cometido el acompañarlos.

Lo que implicaba que Juan y yo tuviéramos mucho roce y situaciones como la de la noche de nuestra primera cena se produjeran con frecuencia.

No era extraño que me abrazara cuando nuestros hijos lograban algún éxito deportivo. Incluso durante el trabajo a veces colocaba su mano sobre mi hombro o me palmeaba la pierna sin reparos. Estaba seguro de que por su parte solo eran muestras de afectuosa amistad, de sana camaradería, pero a mi me volvían loco y era frecuente que en esos continuos contactos la verga se me empinara sin poder remediarlo. Asumí el hecho como una extraña e involuntaria reacción de mi cuerpo.

O al menos durante un tiempo me engañe a mi mismo pensándolo.

Cómo era mucho el tiempo que pasabamos juntos, aguardando mientras nuestros hijos practicaban deporte, decidimos de mutuo acuerdo hacernos socios de un club de campo. El club contaba con muy buenos monitores deportivos y con unas magníficas instalaciones tanto al aire libre como en pabellones cubiertos. Campo de Golf, piscinas exteriores y climatizadas, canchas de tenis, de paddle y squash. Un spa y una sauna a todo lujo. Era un pastón pero la subida de sueldo que me concedió Juan cubrió ampliamente tan costoso estipendio.

No tardamos en decidirnos a practicar nosotros también una actividad física y tras probar algunas de ellas nos hicimos asiduos de la práctica del Squash. A mi me recordaba el frontón que jugaba de niño en el pueblo de mis abuelos y la verdad no se me daba mal pero Juan no se quedaba atrás. Nuestras partidas eran muy reñidas acabando exhaustos y sudorosos.

Gracias a Dios los vestuarios contaban de cabinas para cambiarse y las duchas eran individuales y cerradas con puerta. No sé qué hubiese pasado si hubiera tenido que mostrarme desnudo en su presencia o peor aún  verle a él sin ropa.

Ese verano su mujer se fue a París con los niños y la mia a casa de la familia en el pueblo. De manera que nos quedamos de Rodríguez ambos en la capital. La ciudad estaba desierta y era una delicia en la tarde ir al club, en donde la mayor parte de los socios habían huido a la costa, y poder gozar casi en solitario de todas las instalaciones.

El primer dia que fuimos a la piscina me quedé embobado cuando lo vi aparecer. Lucía un escueto Speedo en el que se marcaba sin ningún tipo de disimulo un paquete de considerables proporciones. Se le intuía perfectamente la polla que inclinada hacia la izquierda apenas cabía entre la tela.

  • Un poco escandaloso¿Verdad? - me dijo Juan al ver mi cara.
  • No, no - me apresuré a decirle
  • Cosas de mi mujer, chico. Por lo visto le gusta que vaya marcando. Mañana me compro uno como el tuyo- se disculpó mientras miraba mi clásico bañador.
  • No es necesario te queda muy bien - le había dicho sin pasar antes las palabras por mi cabeza.

Me miró con esos ojos verdes mientras se dibujaba una sonrisa torcida en su cara. El calor del verano unido a la reacción que aquellos ojos hipnóticos producían en mí hicieron que casi me derritiera allí mismo en su presencia.

  • Vamos al agua - dijo emprendiendo la marcha.

Yo iba detrás de él colocándome la verga que se estaba empinando doblada en la redecilla de la prenda de baño causando gran quebranto. Y se me puso tan tiesa mientras lo veía caminar delante de mí que tuve que tapármela con la toalla. ¡Joder que cuerpazo tenia el muy cabrón!. Una espalda perfecta, unas piernas largas y fibradas que acababan en un culito prieto y respingón del que se veía el final de la raja, pues la brevedad prenda no conseguía  taparla al completo.

Nada más llegar a la alberca se lanzó de cabeza en una perfecta zambullida. Yo con una tienda de campaña en la entrepierna me lancé inmediatamente después desmadejadamente. Gracias al agua fresca se calmó mi calentura y poco a poco se me fue desinflando el rabo.

Tras unos largos salí a tomar el sol mientras Juan continuaba nadando. Cuando le vi salir con el cuerpo empapado, brillando al sol con su tenue bronceado, parecía de oro pálido. Le miré de nuevo la entrepierna que, a pesar de la temperatura del agua, seguía rellenando la prenda escandalosamente. Si asi la tenia dormida como la tendría en pleno esplendor, pensé. Más lo que me puso a mil fue ver como el agua escurría de su paquete. Tenía tanta carga erótica la imagen que desencadenó en mí un pulso sexual de tales proporciones que me apresuré a darme la vuelta y ocultar mi embravecida polla de su mirada.

Se tumbó en una hamaca a mi lado y nos quedamos mirando silenciosos durante minutos. Creo que era consciente de mi turbación porque me observaba con aquella mirada suya de un verde selvático, salvaje, cautivador, magnético. Escrutadoramente estudiaba mis reacciones y me pareció que una leve sonrisa se dibujaba en sus labios

  • Mucho calor¿Verdad? El agua estaba estupenda - me dijo
  • Si. Agradece uno quitarse la calentura. - se me escapó.

Ahora su sonrisa se evidencio.

  • ¿Y cómo lo llevas? - me preguntó.
  • ¿El que? - le contesté sin comprender a lo que se refería.
  • La soledad. La ausencia de tu esposa. El no poder desahogarte a gusto. Tu ya me entiendes…..La calentura - me aclaró con una sonrisa que se había convertido en un pícaro rictus.

Afortunadamente mi rostro estaba enrojecido por el sol y pienso que no notó como el rubor pintaba mis mejillas

  • Buuueno yoo..- balbuceé
  • En compañía de tu vieja amiga.¿No es cierto? - me dijo divertido.

Puse cara de uva sin saber de qué amiga me hablaba. Pero en seguida el movimiento masturbatorio que hizo con la mano me aclaró a qué amiga hacía mención. Le sonreí cómplice y me empecé a mover inquieto en la tumbona mientras la redecilla de mi bañador me laceraba la polla a punto de reventar. Me lo imaginé con la verga en su mano en la soledad de su cuarto y noté como me babeaba el rabo bajo mi cuerpo.

Cerré los ojos por unos instantes. De repente su mano palmeó mi trasero.

  • ¿Vienes a tirarte del trampolín? - me dijo ya de pie a mi lado.

A través del rabillo del ojo le miré. Pero enseguida aparté la vista.

  • No vete tu. Estoy agusto aquí tumbado. - le respondí.

Reflexioné sobre lo que había visto mientras Juan corría hacia la piscina. Era evidente que aquello había crecido. ¡Y de qué manera!. Me pareció como que  un pedazo de carne sonrosada asomaba por el borde superior de su bañador cerca de su cadera. Aquello no era una polla era un auténtico cipote. A punto estuve de correrme allí mismo.

Fue un martirio tener mi polla lacerada por la redecilla mientras babeaba al ver sus saltos desde el trampolín. Pero era un tormento gustoso ver aquel elástico cuerpo haciendo piruetas en el aire mientras caía al agua. Para luego salir chorreando, como lo estaba mi rabo bajo mi cuerpo, y reiniciar el espectáculo.

No me lo podía creer pero estaba a punto de correrme viendo a un macho medio en pelota exhibiéndose ante mi. ¿Que me estaba ocurriendo?

Con gran esfuerzo aparté la vista cuando estaba a punto de eyacular . Y me concentré en quitarmelo de la cabeza. Poco a poco mi excitación se fue apaciguando. Cuando salió del agua y me dijo de marcharnos respiré aliviado.

Pero poco duró la paz. Camino de los vestuarios me pasó la mano por los hombros y me acercó a su cuerpo. La humedad de su piel contra la mía hizo que como un resorte la verga se me empinara y me vi urgido a ocultarla bajo la toalla.

Ya en los vestuarios,nada más entrar, corrí a la ducha y tras cerrar la puerta, raudo me quité el bañador. Tenía el rabo tieso como nunca y en mi bálano amoratado todavia se podian ver la cuadrícula de la malla. Abrí el agua y me agarré la polla que ardía en mi mano. Comencé  a masturbarme compulsivamente. En mi mente como grabadas a fuego se proyectaban las imágenes del cuerpo casi desnudo de Juan y sobre todo aquella de su sonrosada carne asomando por el borde del Speedo. Cuando le oí resoplar en la ducha de al lado alcancé el clímax estallando en un orgasmo indescriptible. De mi polla salieron disparados abundantes trallazos de leche que se estrellaron con fuerza contra los azulejos de la ducha. Todo mi cuerpo convulsionó y me temblaron las piernas de tal manera que pensé que me iba caer al suelo. No pude reprimir un ahogado gemido.

  • ¿Pasa algo? - oí decir a Juan desde la ducha de al lado.
  • Nada el agua que está muy caliente - le mentí.

Seguí acariciándome la polla durante unos instantes y luego salí a toda prisa de la ducha. Corrí a vestirme y en un periquete  había acabado

  • Te espero afuera - le grité a Juan que seguía duchandose.

A lo largo de la semana fuimos todas los días tras el trabajo a la piscina. Y cada día se repetía la misma historia.

Juan evidentemente no se compró un nuevo bañador y yo disfruté todas las tardes de la visión de su cuerpo y especialmente de su sexo bien marcado en la prenda de baño. Me pasaba todo la tarde salido como un mono, en el agua intentando bajar el rabo tieso o magreandolo contra la tumbona. Como traca final me hacía una soberbia paja en la ducha en su honor. Bueno no solo en la ducha de la piscina porque era tal la calentura que a veces repetía la operación en mi casa en la noche o en los baños de la oficina si era menester, pero siempre con Juan en la cabeza. Hasta una vez me corrí frotándome con la hamaca. Reconozco que fue una guarrada pero no tuve más remedio que correr y lanzarme a la alberca para borrar la delatora mancha del bañador.

El viernes hubo un incidente en la planta de Cadiz y tuvimos que quedarnos en las oficinas hasta que el asunto quedó felizmente resuelto. Fue una tarde muy tensa pues en el incidente se lesionaron varios operarios. Cerca de las nueve de la noche nos informaron que todo se había resuelto sin ninguna desgracia personal reseñable.

  • Joder que descanso - dijo Juan cuando colgó el teléfono.
  • ¿Todo bien?
  • Si los muchachos solo tienen heridas leves y no habrá problema para reiniciar la producción mañana.
  • Me alegro - le sonreí solidario.
  • Bueno qué te parece si vamos al Club.
  • La piscina cierra a las nueve. Ya no llegamos - le informé.
  • Pues vamos a jugar al Squash que las pistas están abiertas hasta medianoche. Necesito desfogar, ha sido una tarde muy dura. - me dijo agarrandome el cuello.

Así que nos fuimos a las canchas.

Ese día Juan estaba electrico y me empujaba constantemente. Ya llevamos casi una hora y estábamos totalmente empapados en sudor y extenuados. Al intentar dar un remate tropezó de frente contra mi cuerpo con tal impulso que me tiró al suelo cayendo sobre mi. Me acaricie el dolorido cogote y Juan aun sobre mi cuerpo me dijo preocupado.

  • ¿Te has daño?
  • No ha sido más el ruido que las nueces - le tranquilicé.
  • No sabes como lo siento. Perdona. - Me dijo mientra me palmeaba la cara.

Joder aquellos putos ojos verdes. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sin poder evitarlo mi verga se puso brava bajo su cuerpo. Le mire compungido. Pero el no dijo nada. Es más noté como algo duro estaba creciendo es su entrepierna. Se levantó de un salto y tendiendome la mano me dijo.

  • Vamos por hoy ha sido suficiente. - dijo sin darse por enterado.

Más en su pantaloncillo se veía bien a las claras que estaba empalmado. Le miré al paquete y luego a los ojos, Juan me miró el mio y luego clavó esos ojos verdes en mi. No hubo palabras vasto con la mirada. Le dí la mano para ayudarme a levantar y fuimos a los vestuarios.

Como de costumbre nada más entrar me dispuse a ir a la ducha, pero me detuvo.

  • Siéntate en el banco. Quiero verte ese golpe de la cabeza - me ordenó

Se puso entre mis piernas y me inspeccionó el cogote. Tenía su sexo pegado a mi cuerpo y su olor subía hasta mis narices.

  • No es nada campeón. Solo un buen chinchón. - dijo tras examinarme concienzudamente..

Y se despatarró en el banco de enfrente.  Apoyó la cabeza en la pared, cerró los ojos y respiró aliviado.

Aproveché para mirarle la entrepierna. Para mi sorpresa vi como el extremo del capullo le asomaba por la pernera del pantalón. Con el encontronazo debía de haberse roto la braguilla y su rabo campaba a sus anchas buscando el aire fresco. Aunque no estaba tieso se podía calcular bien el calibre que aquello tendría en pie de guerra. Era la primera vez que le veía la polla, aunque solo fuese un trozo, más tal vez por ello me excitó extraordinariamente. Aquel pedazo de carne asomando me puso caliente como una perra. Y se me puso tiesa

Al alzar la cabeza vi sus ojos verdes clavados en mi. Luego se miró la entrepierna, tras ello volvió a mirarme, bajo la vista y la dirigió a mi polla que bravía me delataba bajo la ropa. Bajé los ojos avergonzado pero al hacerlo pasaron por su bulto y lo que vi me dejó traspuesto. Su cipote totalmente empalmado sobresalía como un garrote de entre la tela.

  • Yo… Esto… No se como…. - Intenté disculparme.
  • Cállate - me ordenó.

Se incorporó y se dirigió hacia mí mirándome con aquellos ojos que me traían loco. Era como un animal salvaje, un tigre rondando su presa. Me asusté.Por un momento pensé que iba a pegarme. Mas solo me cogió por una muñeca, me obligó a levantarme y me arrastró tras él.

Zarandeado como un pelele me condujo a la zona de duchas y tras abrir de un empujón una de ellas me lanzó a su interior. Trastabillé hasta chocar con la pared de fondo. Apoyado en el quicio me miraba con esa mirada suya, con esos ojos brujos, con esa intensidad penetrante, avasalladora. Yo temblaba como una gacela aguardando, temeroso del ataque pero ansioso porque me devorase de una vez.

De una zancada pegó su cuerpo contra mi cuerpo. Me miró, puso sus manos en mis mejillas y beso mis labios. Luego retiró la cabeza y clavando sus ojos en los míos me dijo.

  • Era lo que querías¿No?

Permanecí en silencio.

  • ¿Acaso no lo buscabas?¿No llevas tiempo deseandolo, ansiandolo, esperándolo?

¡Ay aquellos ojos! Me abalancé sobre él y le devolví el beso mientras lo estrechaba fuertemente contra mi cuerpo.

Desperté entonces la fiera. Literalmente me arrancó la camiseta para comenzar a morderme y a chuparme por doquier mientras yo entregado gemía de gozo. Su mano bajó por mi espalda y se introdujo en mi pantaloncillo para acariciar mis nalgas. Poco a poco fue despojandome de la prenda hasta que cayó a mis pies. Le separé y de una patada lancé el pantalón a rincón. Pletórico de deseo exhibí obsceno mi desnudez ante él.

Me sonrió.

Como una loba me arrojé sobre su cuerpo y le despojé de toda su ropa. Me separé y observé el objeto de mi deseo. Al fin ante mis ojos, sin tapujos, se levantaba desafiante aquella verga soñada, mil veces imaginada mientras me derramaba en soledad. Era grande, era hermosa, aun mas que lo pensado incluso más de lo deseado. Me acerqué y la cogí. El calor de su piel en mi mano, los latidos de su sangre inflamada, fue una experiencia inolvidable. Y la acaricié para luego descapullarla dulcemente.

Apenas podía abarcar aquel cipote imponente. Grande y duro se elevaba pegado a su vientre. Lo exploré con atención. La vara marfileña acaba en un apetitoso fresón sonrosado del que diamantina surgía una lágrima. Su verga era pálida como lo era su cuerpo cuando el sol no lo doraba. Perfecta, sin mácula, solo se vislumbraba una tenue vena azulada. Emergía de su pubis entre una negra mata suave como el terciopelo. Mi otra mano acariciadora se posó sobre su  escroto, en el dos bolas no muy grandes le daban forma, ello hacía que su tranca pareciese más gorda.

Y le masturbé tiernamente.

Mas al poco retiró mi mano y me estrechó contra su cuerpo. Y mientras rozabamos nuestras vergas con un beso apasionado invadió mi boca. Mi lengua buscó ansiosa la suya y nos sumergimos en un beso tórrido, apasionado. Mientras, sentía su polla en mi polla. Y nos frotamos como posesos. Pero quería tenerlo más cerca y con una mano me la metí entre las piernas. Empezó a culear perreando entre mis muslos que yo apretaba para sentir aquella carne caliente en mi sensible perineo.  Su destilado me mojaba y aquella esencia suya despertó mi sed.

Besando su cuerpo le fui apartando mientras me agachaba a sus pies. Arrodillado ante el príapo como ante deidad pagana lo besé. Luego mi humeda lengua le recorrió gustosa para lamer por último hasta el último rincón de sus testículos. Alcé entonces la cara como piadosa vestal y mientras le miraba a los ojos bajé aquel mástil con esfuerzo. Puse mis labios sobre la punta para absorber el agua que destilaba  y luego, sin apartar la vista, la fui engullendo.

¡Ay aquellos ojos verdes!

Cuando tuve su glande en la boca que delicia, que placer. La primera vez que uno se mete uno en la boca es como fruta exótica, dura y muelle, cálida y jugosa. Podía sentir su piel tersa y sedosa en mi lengua mientras mis labios acariciaban su tronco. Y chupé y lamí y estrujé aquel manjar divino con mi boca. Era el fruto prohibido de mi jardin del Eden. El gemía y sus ojos centelleantes me derretian.

¡!Ay qué verdes eran sus ojos!

Nunca olvidaré aquella eterna mamada. Me sacié. Como niño goloso me amorré con delirio a su polla mientras sus ojos me taladraban y sus gemidos me enardecían. No se el tiempo que estuve comiendo aquella verga sabrosa, segundos, minutos¿Tal vez horas? No lo se ni mi importa porque fue como estar en el paraíso y aunque solo fuera un segundo, la eternidad significo para mi.

Sentí como se colmaba, note como llegaba. Su carne caliente se hinchaba y latia violenta contra mi lengua extasiada.

  • No aguanto mas me voy a correr -  me dijo solicito.

E intentó apartarse de mi boca. Pero se lo impedí. Me aferré aquel rabo anhelado y sentí como estallaba. El primer trallazo golpeó el fondo de mi garganta. Luego con menos ímpetu una marea  de cálidas olas inundó mis entrañas. Del placer sus ojos se achinaron pero no dejaron de mirarme  a la cara.

Saboreé su esencia, su néctar, su leche derramada. Abundante y caliente como exquisito maná. Dulce como la miel y como el verde limón agria. Salada como la mar y untuosa como la nata. Que placer, que delicia fue el tragar su lechada. Sorbí del mamelón hasta no dejar nada, Y Luego me relamí después de sacarla.

Me izó con fuerza y me acercó a sus labios. Cuando intento besarme, pudorosamente aparte mi cara. Pero tozudo busco mi boca y su lengua probó la esencia que antes él derramara.

Luego me miró con los ojos más verdes que nunca me mirara.

¡Ay ojos verdes, ojos verdes!

Entonces por vez primera su mano me agarró la verga. La apretó con fuerza y creí morir de gozo. Aquellos dedos de pianista pulsaron magistralmente las teclas de mi piano porque empezó a arrancar de mi gemidos de placer desatado.

  • ¿Te gusta como te lo hago? Es mi primera vez. - me dijo en un sensual susurro.
  • Tambien la mia - le dije entre jadeos.

Me acariciaba el sexo con maestría. Apretaba mis testículos  para subir por mi rabo y descapullarme. Me masturbaba suavemente unos instantes para luego taparme el glande con el prepucio y frotarme. Cuando me pellizco el frenillo a punto estuve de correrme. A duras penas me contuve, quería disfrutar más de sus caricias.

Mientras me masturbaba me besaba y mordía por doquier: Yo me dejaba hacer transportado por el placer a la vez que mis manos acariciaban sus cabellos.

Como en un paso de baile me dio la vuelta y se pegó a mi espalda y en mi culo noté su polla de nuevo empalmada. Que gusto sentí cuando me la frotó por la raja. Me abrazaba frotandome el pecho, pellizcaba mis pezones , me frotaba el vientre y el pubis. Con la otra mano me hacía una paja como nunca nadie me había hecho. Sabía llevar el ritmo con sabiduría incrementando las sacudidas hasta llevarme al borde del orgasmo, para detenerse en el filo y con suavidad calmarme mientras acariciaba y apretaba mis testículos.

  • Que gusto Juan, Que gusto - le dije transpuesto

De repente deje de sentir una de sus manos. Noté como se agarraba la polla y la colocaba en mi entrada. De un puntazo intento taladrarme el ojete.

  • ¡No Juan, eso no! - Exclamé dolorido

Mas insistió y dio un nuevo empujón logrando clavarme un poco la punta. ¡ Que dolor tan desgarrador! Le aparté con una mano.

  • ¡No juan. No quiero que me des por el culo. Lo entiendes! -  le dije enfadado.
  • Esta bien, esta bien. Pero es que me tienes tan caliente. Déjame que te la meta aunque solo sea un poco.
  • No. Hazme lo que quieras pero no me encules. - dije tajante.
  • De acuerdo, de acuerdo. Tranquilizate.

Abrió el agua de la ducha y me volvió a aplastar contra su cuerpo. Colocó el rabo en mi raja y volvió a pajearme. El agua húmeda hizo renacer mi delirio al sentir como aquella verga se deslizaba con voluptuosa facilidad entre nuestros cuerpos y a punto estuve de volverme atrás. Pero en ese momento me agarró la polla y empezó a masturbarme con ahínco. Los dos comenzamos a gruñir como animales salvajes: Sentía su polla latir en mi espalda mientras la mia lo hacia en su mano. Estábamos en el camino sin retorno. Se me empezó a hinchar la verga y oí como el orgasmo se acercaba como un caballo al galope. Eran los latidos de mi corazón desbocado. También notaba el palpitar de su cuerpo en mi espalda y como aquel cipote se engrosaba.

Y con una sincronización inaudita los dos nos corrimos a la vez entre alaridos. Yo embadurne su mano, él mi espalda. Pero pronto el agua limpió la huella de nuestra enloquecida gesta.

Desfallecido entre sus brazos cerré los ojos y deje que el agua bañase mi cuerpo de aquel pervertido bautizo. Sentía vergüenza de mí mismo. Yo un hombre maduro, casado y padre de familia, mariconeando en la ducha de un lugar público, en los brazos de otro hombre, mi amigo, tras derramarme en su mano, a punto de ser penetrado y aun con el sabor de su polla en mi boca.

Me liberé de su abrazo y le encaré.

  • Esto no tenía que haber ocurrido. Ha sido una locura - le dije.

  • ¿Pero que dices Luis?  Tu lo querias - me dijo sorprendido.

  • ¡Que no somos de esos!. ¡Que yo no soy de esos!. -  le escupí rabioso.
  • ¿De esos? ¿ De esos que?- me dijo retador.
  • ¡Maricones!¡Joder!¡Que yo no soy un puto maricón!

Me di la vuelta y abrí la puerta dispuesto para irme. Pero me agarró por una muñeca y me volteó.

  • Pues portate con un hombre. - me dijo entristecido.

Y me miró. Me miró con esos ojos verdes que se clavaron con brillo de faca en el corazón. A punto estuve de abalanzarme de nuevo a sus brazos pero tozudo me solté y me marché dejándolo solo..

Camino mi casa meditaba con lo acontecido. Una olor floral endulzaba la cálida noche y le añoré avergonzandome por ello. En mi culo palpitaba la punzada de su puntazo y en la boca llevaba el sabor su esencia.

¡Malditos, malditos ojos verdes!

A la mañana siguiente, al alba, cogí mi coche y me dirigí al pueblo con mi familia, huyendo de… tal vez de mi mismo.

Mientras conducía el móvil no dejaba de sonar. Y cuando no lo hacía los pitidos de los mensajes sonaban insistentes. El sol estaba en todo lo alto cuando me detuve en un área de servicio. Sentado a la sombra de un árbol me decidí a mirar el teléfono. En el buzón decenas de llamadas perdidas de Juan y en el Whatsapp un mensaje

Tenemos que hablar…

Hoy a las 7:00 pm

Hotel Paraiso

Habitacion 212

Ven

Te lo ruego ven.

Tras el mensaje un selfie. Y aquellos ojos.

A punto estuve de arrojar el teléfono enloquecido por la rabia. Pero no me podía engañar a mi mismo. Cogí el coche y di la vuelta de regreso a la capital.

En los campos la mies dorada brillaba bajo el tórrido sol. Pero yo solo pensaba en aquellos ojos verdes.

Verdes como el trigo verde.