Verano en Ibiza 1
La historia de un verano que compartí con mi hermana y mi tía cuando estaba en la universidad y que nunca olvidaré.
1.
La historia que voy a contar sucedió hace más de 10 años, en el verano previo a mi último año de universidad. El tiempo ha hecho que algunas partes las recuerde de manera más o menos borrosa; que me queden apenas sensaciones de aquellos días. Sin embargo, en lo que se refiere a ciertos momentos de ese verano mi memoria se agudiza hasta límites que se me antojan increíbles, reproduciendo imágenes y sensaciones con tan grado de detalle que me parece como si las estuviera viviendo ahora. Quizás sea por la fuerte impresión que me dejaron. O por que a base de recordarlos recurrentemente he ido grabando esos detalles a fuego en mi cerebro.
Les cuento cómo empezó todo. En el verano del 96 yo había terminado mi cuarto año de biología con todas las asignaturas aprobadas. Esto me dejaba tres meses por delante para hacer lo que me cantara. Cero obligaciones. Además de esto, mis padres se habían ido a la casa de mi abuela en el pueblo y me dejaron libre en el departamento de la ciudad para que hiciese lo que quisiese. Al principio todo fue de maravilla ya que me dediqué a salir por las noches con mis amigos y alguna que otra amiga a la que estaba echando los tejos con éxito moderado. Sin embargo, pronto empecé a ponerme inquieto: tenía que hacer algo más con mi verano y mi energía: algo especial. Aunque no sabía bien qué.
La oportunidad surgió durante un fin de semana en que fui a visitar a mi familia en el pueblo. Durante un almuerzo salió el tema de que Claudia, la hermana menor de mi madre, tenía una casa preciosa en Ibiza y que varias veces la había ofrecido para que fuéramos a usarla. Mis padres dejaron caer el dato como si nada, pero yo me quedé con la idea en la cabeza. ¿Una casa en la playa de Ibiza? ¡Sonaba más que bien! Además, a pesar de conocerla muy poco, mi tía Claudia siempre me había parecido particularmente simpática cuando coincidía con ella en alguna fiesta familiar. Estaba decidido: le diría a mis padres si podía irme a pasar unos días a casa de la tía en la isla.
Ese domingo comenté la idea a mis padres, los cuales no tuvieron ningún problema al respecto. Mi gran sorpresa fue que mi hermana Ana dijo en ese momento que ella también había pensado lo mismo y que tenía ganas de ir para allá. Esto alegró especialmente a mis viejos, que lo vieron como una buena oportunidad de "fortalecer a la familia", por lo que sugirieron inmediatamente que porqué no llamábamos a la tía y le preguntábamos si podíamos ir los dos a visitarla. ¿Mi hermana Ana de vacaciones conmigo? La verdad es que nunca se me había ocurrido. Me hermana tiene 5 años más que yo y hasta ese momento no habíamos tenido mucha relación. Ella se había ido a estudiar a Madrid a los 18 años y luego se quedó allá trabajando en temas de diseño gráfico. Nuestros encuentros, aunque afectuosos, se reducían a algunos días de verano, las navidades y poco más. La verdad es que Ana era una desconocida cercana. Me llevaba bien con ella, pero no estaba seguro de que quisiera pasar unas vacaciones con ella. O quizás sí. Quizás era la oportunidad de conocer mejor a mi hermana.
Así que ambos dijimos que sí, llamamos a nuestra tía esa tarde y ésta se mostró encantada de que fuéramos a visitarla. Cinco días después estábamos tomando el barco en Valencia para viajar a Ibiza. Durante el trayecto mi hermana y yo estuvimos charlando de temas diversos y me llamó la atención los temas que teníamos en común (resulta que compartíamos gustos en discos y pelis), su sentido del humor y su visión relajada y a la vez segura de la vida. ¡Caramba con mi hermana!, no sólo me llevaba años de ventaja en experiencia, sino que se la veía como una mujer tranquila y con ideas claras sobre cómo pasar y disfrutar la vida. Nada que ver con las pavas que tenía que aguantar a menudo para conseguir "comerme algo". Me empezaba a gustar eso de pasar unos días con ella.
Cuando llegamos al puerto de Ibiza y bajamos del barco vimos que nuestra tía nos esperaba en el muelle. Lo primero que me llamó la atención de mi tía fue mi claro: estaba buenísima. Ni más ni menos. La hermana de mi madre era alta, pero no demasiado; flaca, de piel clara aunque claramente bronceada por el verano del mediterráneo, con pelo rubio rizado que llegaba hasta los hombros... pero, sobre todo tenía dos cosas que llamaban especialmente la atención: una cara preciosa iluminada por dos ojos claros y una sonrisa espectular, y un cuerpazo en el que se adivinaba un tremendo par de tetas, una cintura bien marcada y piernas largas y delgadas de bailarina (luego sabría que, efectivamente, había sido bailarina hasta recientemente). Además, la hijadeputa vestía un pareo de playa y un biquini amarillo que quitaban el hipo: elegante pero a la vez tremendamente sexy. ¡Vaya con mi tía! ¡No se parecía demasiado a la que recordaba de las navidades y bodas en la península!
Claudia estaba encantada de vernos. Nos besó efusivamente a Ana y a mí, nos hizo subir a su rutilante Mehari (¡dios! ¡un mehari! ¡todavía existían!), y nos condujo a su casa a través de una ruta por las montañas que iban bordeando un mar de un color y transparencia espectaculares. Cuando el coche paró frente a una bella casa de paredes blancas (¡como no!) y atravesamos con las maletas el portón para entrar a un salón-comedor con vistas al mar... entonces, sí, estuve totalmente seguro de que iban a ser unas vacaciones inolvidables. Lo que no sabía en ese momento es hasta que punto esto iba a ser cierto.
2.
Efectivamente, la casa de mi tía era un auténtico palacio. Tenía dos dormitorios, en cada uno de los cuales dormían mi tía y mi hermana. Mientras, yo iba a dormir en un enorme sofá en L que estaba ubicado en el salón de la casa y desde el cual, como he dicho, se podía ver el mar. La casa además tenía una gran terraza que miraba al Mediterráneo donde estaban las tumbonas y una ducha al aire libre para cuando apretaba el calor. Y, lo mejor de todo, es que la casa daba a un pequeño acantilado cubierto por pinos con escaleras de roca por las que se podía bajar directamente al mar. Nadie más usaba esas escaleras. Era nuestra cala privada. Alucinante!
Durantes los tres o cuatro primeros días nos fuimos conociendo los tres y, poco a poco se fue creando una especial buena honda grupal. Recuerdo compartir los turnos de cocina, pasar ratos leyendo cada uno en su tumbona o en el salón y turnándonos para poner música (mi tía me introdujo al tecno "tranqui" ibicenco), viendo alguna película alquilada por las noches... Pero lo que más recuerdo de esos primeros días fue el placer de sentirme partícipe de las conversaciones que tenían mi hermana y mi tía.
Ambas tenían una visión muy abierta y sensata de la vida. Además se reían de casi todo con tremenda facilidad; especialmente de los hombres. Y no lo hacían con la clásica honda feminista de pacotilla que tanto me cansaba ya entonces. Sus opiniones de los hombres me parecían muy atinadas, aunque a veces me daba un poco de vergüenza reconocerme en alguno de los tópicos que sacaban a la luz y de los cuales se reían. Ambas hablaban como si se conocieran de toda la vida. Los siete años que se llevaban (el tercer día supe que mi tía tenía 34 años) no parecían separarles para nada y se trataban como si fueran amigas de toda la vida. Lo que más me maravillaba de todo eso era la sensación de estar asistiendo a todo un universo femenino que hasta el momento me había sido vedado, bien porque no había tenido acceso a él o porque lo había rechazado por los prejuicios clásicos de mi grupo de amigos o por las experiencias que había tenido con las niñas pijas con las que trataba salir, con mayor o menor éxito, en esa época.
Los temas y los detalles de las conversaciones no los recuerdo. Lo que sí recuerdo son dos cosas: primero que me sentía totalmente feliz de que me incluyeran en sus conversaciones como si fuera "una más", y segundo que, según las iba viendo diariamente, cada vez me parecían más guapas. Y esto incluía a mi hermana, a la que recién estaba empezando a mirar con otros ojos. Con el calor del verano y los biquinis, mi hermana empezó a mostrar un cuerpazo. Si bien no era tan estilizada y elegante como mi tía, mostraba un cuerpo con muchas más curvas, pero sin que le sobrase un kilo de grasa. Su pelo era (es) de color marrón oscuro y en aquella época lo tenía bien largo. Su piel era naturalmente morena, por lo que con el sol adoptaba un precioso y brillante tono achocolatado. Mi hermana tenía un cuerpo rotundo, y además, no sé muy bien a través de qué tipo de señales, comencé a adivinarle una sensualidad que, la verdad, me empezaba a calentar. La veía moverse hacia las tumbonas con un libro, y me quedaba medio pasmado admirando como sus nalgas se agitaban alrededor del hilo dental de su tanga. He de reconocer que después de unos días empecé a pajearme pensando en mi hermana y mi tía. Era algo extraño, pero no podía (ni quería) evitarlo. Lo que no podía imaginarme es que esas pajas se quedarían cortas con lo que la realidad me tenía en espera.
3.
Así pasaron los días de la manera más agradable posible. La buena honda entre los tres seguía incrementándose, por lo que, cuando nuestra tía nos dijo que había decidido tomarse dos semanas libres en su tienda de ropa para poder pasar más tiempo con nosotros, tanto Ana como yo sonreímos encantados. Fue esa misma tarde cuando el veraneo empezó a tomar un nuevo tinte que hasta el momento no había adivinado (aunque quizás sí deseado).
Yo estaba leyendo un libro en la sombra de la terraza. Ana y Claudia estaban tomando el sol en las tumbonas, mirando al mar y a unos pinos que bajaban hasta éste. En ese momento mi tía le pidió a mi hermana que si le podía poner crema protectora. Mi hermana le dijo que sí, que con mucho gusto.
Se dirigió a mi tía, se puso la crema en la mano (y este es uno de esos momentos que recuerdo como si lo tuviera delante mío!) y empezó a untársela por la espalda. Yo observaba la escena entre distraído y complacido. Siempre es agradable ver como dos mujeres guapas se ponen crema mutuamente. De repente empecé a notar que algo estaba un poco fuera de lugar, como subido de tono. Veía como Ana se regodeaba más de lo normal extendiendo la crema sobre los hombros de mi tía. Casi como si le estuviera dando un masaje. Sus manos fueron bajando lentamente desde los hombros hacia la cintura y luego subieron de nuevo hacia aquéllos. ¿Eran fantasías mías o Ana le estaba haciendo algo más que ponerle crema? En un momento sus manos se posaron sobre las nalgas de mi tía y comenzaron a masajearlas suavemente. Primero con crema, pero luego parecía que se había olvidado de ésta.
Esto me estaba empezando a calentar en serio. Mi polla empezaba a responder, y rápido. Me erguí en mi tumbona y tuve que colocarme el bañador de nuevo porque "esto" empezaba a molestar. En ese momento observé la cara de mi tía y noté que tenía una expresión de éxtasis y placidez total en la parte que no tapaban sus gafas de sol. Ana seguía masajeándole las nalgas, luego sus manos bajaban por todas las piernas, acariciaban sus pies y luego volvían a subir directamente al culo. Como estaba de espaldas no podía ver la cara de mi hermana. Sólo veía su brutal cuerpo sentado al lado de mi tía. En un momento en que las manos de Ana retornaban desde los pies hacia la parte baja del biquini de aquélla, noté como ésta abría claramente las piernas, como invitándole a centrar sus caricias en el área central de éste. Ante esto, Ana dudó unos segundos, y luego empezó a meter sus dedos por el interior de las nalgas de mi tía casi, casi llegando hasta la zona de su coño y de su ano. Incluso pude entrever unos pelos rubios por un momento. Casi, casi. Sí, casi, casi, pero yo para entonces tenía un calentón que no sabía si seguir mirando o tirarme al agua de cabeza para bajarme el empalme que tenía.
En eso mi tía dijo algo que nunca olvidaré: "Hay qué rico, Ana, que manos tienes... ¿Porqué no me ponés crema en la parte delantera para que no me queme ahí tampoco?". Dicho esto, mi tía se dio la vuelta y, como tenía la parte superior del biquini suelta, se quedó con sus tetas totalmente al aire. En ese momento pude observar dos cosas: primera, que los pezones de mi tía eran pequeños y oscuros, y segunda, que éstos estaban totalmente duros. ¡Casi me corro ahí mismo! Pero opté por seguir quieto y mirando. Parecía como si yo no estuviera ahí. O, al menos, así se comportaban ellas. Al mirarse cara a cara, me pareció notar una mirada pícara por parte de mi tía hacia mi hermana, y, aunque no podía ver la cara de ésta bien, por su perfil la veía como si estuviera algo agitada y ruborizada. ¿Se estaría poniendo caliente mi hermana mientras tocaba el cuerpo de su tía?
Así que Ana se puso crema de nuevo y empezó a repartirla por los hombros, el costado y la barriga, pero sin atreverse a tocar los pechos de Claudia. Hasta que Claudia dijo con una voz que me sonó algo más grave de lo normal: "¿por qué no me pones cremas en las tetas, niña, que ellas también se queman con el sol?" Y ahí comenzó Ana a masajearle las tetas a mi tía. Primero suavemente y con cierta timidez, pero luego se ve que se fue olvidando de la excusa de la crema y empezó a tocárselas con cada vez mayor energía, rodeándolas con las manos, y luego cerrando los dedos para acariciarle directamente los pezones. Mi hermana le estaba sobando descaradamente las tetas a mi tía!! Y según lo hacía su agitación iba aumentando. Su boca se fue abriendo dejando sus preciosos dientes blancos al descubierto, y su cuerpo comenzó a agitarse, lo que hacía que sus pechos comenzaran a saltar dentro del biquini. Mientras, mi tía aparecía sonriente, con cara de placidez y entrega totales, y yo observaba como iba abriendo y cerrando sus piernas lentamente, como buscando un alivio, cierto tipo de satisfacción allá abajo.
Yo para entonces no sabía si echarme la mano a la entrepierna para aliviar la calentura que había ido acumulando. Se ve que algo hice, que moví mi cuerpo de alguna manera brusca, porque en ese momento mi tía se incorporó como de golpe, me miró, se sorprendió, luego se sonrío, y le dijo a mi hermana: "Anita, muchas gracias por la crema y el masaje. La verdad es que tienes unas manos que valen un tesoro". "¿Qué te parece si nos vamos para abajo a darnos un baño en el mar". Ana en ese momento como que salió de su concentración y respondió con voz nerviosa: "Claro tía. Vamos al agua".
En ese momento las dos se levantaron. Mi tía se puso la parte de arriba del biquini con total naturalidad mientras me miraba directamente a los ojos. Se dieron la vuelta y se fueron de mi vista hacia el agua.
Ni que decir tiene que tardé pocos segundos en ir corriendo al baño a soltar lo que ya sentía como medio litro de leche que había estado acumulando durante esa escenita.
(continuará)
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