Verano de aventuras. Nuestro primer viaje

En esta serie quiero contar mi primer viaje con mi pareja en la universidad, y que transformó mi mirada sobre la sexualidad hasta límites insospechados por m

1.

Era nuestro primer verano juntos. Conocí a Verónica en primero de la universidad y llevábamos juntos desde segundo, el curso que acabábamos de terminar.

Su padre nos ofreció su coche y un apartamento en la provincia de Cádiz. Yo no tenía carnet, así que fue ella la que condujo desde Madrid hasta Zahara de los Atunes, en Cádiz, en un viaje que se hubiera hecho interminable si no fuera por la emoción y los nervios de esa primera escapada larga. Durante el camino, yo intentaba tenerla animada con historias, bromas… Se la veía tan hermosa concentrada en la carretera. Verónica era morena y llevaba su abundante pelo negro rizado recogido en un moño, lo que me provocaba a besar su cuello a la mínima ocasión. Entonces cerraba brevemente sus achinados ojos y se mordía el labio inferior. Tenía una boca perfecta, de labios gruesos pero no demasiado.

Poco antes de llegar a Andalucía llegamos a una gasolinera que apenas nos desviaba de la carretera.

Mientras me dirigía a la tienda a comprar algo de beber, me giré y la pude ver manipulando el depósito. El vestido, de tirantes y por encima de las rodillas, por el calor del camino, se le había pegado a al cuerpo marcando sus pequeño pechos (lo que le permitía ir sin sujetador) y, sobre todo, aquello que volvía loco a todo hombre que la viera, un precioso culo respingón que resaltaba aún más por su delgadez.

Cuando yo volvía con un par de botellas de agua, me di cuenta de que un hombre maduro, algo grueso y con el pelo canoso, se encontraba junto a Verónica. Ella reía mientras el tipo, al que yo veía de espaldas, se apoyaba en el coche y sujetaba la manguera con una mano a la altura de su cadera.

—Ay, Fer, es que no sabía cómo se habría el depósito y menos mal que Juan me ha ayudado. Ya le he dicho que el coche es de mi padre y no le pregunté…

—No pasa nada, ricura, un placer ayudarte.

Ahora que estaba junto a él, me di cuenta en cómo se le iba la mirada a los pezones de mi novia, que se marcaban perfectamente en el vestido ocre de algodón.

—¿Y tú, muchacho? —continuó el tipo dirigiéndose a mí—, ¿cómo es que no conduces? ¿Va a tener la pobre que llevarte a todas partes? —Movió la cabeza con algo parecido al despreció y giró su mirada a Verónica—. Anda, bonita, deja el coche ahí junto a mi camión que tengo algunas toallitas y te limpias.

Con el jaleo para abrir el depósito, algo de gasolina había manchado las manos y brazos de mi novia.

Verónica le dedico una sonrisa de agradecimiento antes de volver al coche; para mi sorpresa, el tipo se sentó junto a ella en el coche, en mi sitio, para indicarle, nos dijo, cuál de los camiones era el suyo. Lo cierto es que había varios aparcados junto a un restaurante anexo, así que yo caminé con mis botellitas de agua siguiendo con la mirada el coche. Dejé de verlo cuando se metió entre dos grandes vehículos de gran tonelaje. Cuando giré, Verónica estaba subida en el primer escalón de la cabina mientras el tal Juan le sujetaba de la cintura para ayudarla a subir. Desde su posición, estoy seguro de que tenía una preciosa vista de sus braguitas. Y su mirada lasciva me confirmó que no me equivocaba. Cuando llegué hasta al cabina, Verónica me miró desde el puesto de conductor, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Tenías que ver cómo se ve todo desde aquí, es flipante!

Yo ya tenía ganas de continuar el viaje, así que no dije nada y me quedé pegado al coche. Juan, que se había quedado en el escalón de la cabina, decidió subir junto a mi novia.

—¿No quieres ver cómo es una cabina? Vas a alucinar con todo lo que tenemos aquí.

Cuando terminó de acomodarse junto a ella, les grité que me metía en el coche a esperarla, quería recoger un poco el lío de cedés, revistas y restos de comida que habíamos acumulado en el trayecto. Juan arrimó la puerta del camión pero sin cerrarla del todo.

Después de unos cinco minutos me decidí a salir del coche, no entendía qué hacían allí tanto tiempo, pero antes de gritarles o asomarme, pensé que no quería quedar como el típico novio controlador o pesado, así que decidí quedarme sentado en el escalón a ver si bajaba mi novia. Al acomodarme en el escalón, me giré y me fijé en que por la apertura de la puerta, además de escuchar su conversación, podía verlos por el espejo retrovisor frontal de la cabina.

Vero estaba asomada a la parte trasera de los asientos, mirando el espacio donde me imagino que Juan dormía o guardaba sus cosas. Sus rodillas se apoyaban en el asiento del conductor y tenía el torso entre los dos reposacabezas. El tipo tenía una estupenda visión de su culo algo alzado por el esfuerzo, y mientras le contaba cómo pasaba las noches ahí atrás no dejaba de acariciarse el paquete.

—¿Pero sabes lo peor de todo, bonita? Pues no es el calor ni el frío, sino lo solo que está uno por las noches… —Y le acarició con tanta suavidad el culo por encima del vestido que mi novia debió pensar que había sido un roce con el asiento.

Verónica se giro y se volvió a sentar en el asiento del conductor.

—Pobre, ¿pasas muchas noches fuera?

—Pues me temo que sí, ¿tú sabes por qué tengo yo las toallitas aquí tan a mano?

Ella negó con la cabeza. Uno de los tirantes se le había caído y no supe interpretar la mirada que le dedicaba a Juan.

—Pues porque esta —dijo mientras se agarraba la polla— necesita alivio…

—Jajaja, ¿en serio? ¿Aquí?

—Claro, bonita, esta es como una segunda casa. Tú… ¿me devolverías el favor con una cosita de nada que yo te pida?

—Eh…, claro, dime.

—Es que me pareces preciosa… ¿te importaría que me aliviara ahora, contigo delante, mientras hablamos?

Y entonces Vero dio un paso que yo no me podía esperar y que, sin saberlo, cambiaría nuestra relación para siempre…

—Bueno…

Como si temiera que se arrepintiera, Juan se la sacó (desde mi posición no podía verlo, pero escuche perfectamente la cremallera y vi cómo mi novia bajaba la mirada hasta su entrepierna).

—¿Qué te parece? —La voz de Juan era ahora más grave y algo entrecortada, y se notaba el movimiento suave pero rítmico en el asiento.

—Es… grande, y gorda.

—¿Más que la de ese niñato que te acompaña?

—Jajaja, ya ves…

¿Pero qué coño estaba haciendo mi novia?

—Bájate los tirantes, chochito, que quiero ver esas tetitas.

Mi novia, sin dejar de mirar su polla, dejó a la vista sus pequeños y morenos pezones, tan erectos como hacía un rato; o quizá más.

—Muy bien, mmmm, qué culo tienes, Verónica, ¿lo sabes, no? ¿Sabes una cosa que me pone de cascármela aquí? El olor a sexo, a polla que llena la cabina... ¿lo notas, chochito?

—Aha.

Ella apenas podía hablar, me imagino que por los nervios, porque esto se le había ido de las manos, y se mojaba los labios constantemente. Mientras hablaban, ella se acariciaba como al descuido los pezones.

—¿Sí? Te gusta este olor a ti también, ¿verdad? —Aceleró el ritmo y su voz era más entrecortada—. Mira, acércate un poco más, verás qué olor más profundo.

Era demasiado, y Vero se echó un poco para atrás, casi sin pensarlo. El vestido se le subió hasta dejar a la vista sus braguitas blancas. Hacia allí fue la mirada del camionero.

—Anda, bonita, ¿no quieres oler a macho?

Conocía esa mirada de Vero. Estaba excitada. Mucho. No se acercó, pero bajó su mano hasta más allá de donde llegaba mi visión. Juan la miraba hacer completamente excitado, la cara roja, una vena en la frente parecía que iba a estallar. Entonces mi novia se acercó la mano a la nariz y olisqueó los dedos con los que, imagino, tocó la polla del camionero.

—Ufff, ya casi estoy, bonita, anda, coloca una toallita encima, que si no lo pongo todo perdido…

Lo dijo de una forma tan seria que Vero ni lo dudó. Abrió el paquetito y le acercó un pañuelo abierto hasta su polla.

—Espera, ponte así mejor, que es que no veas la de leche que escupo…

Y se puso de rodillas, frente a mi novia. Cogió la mano de Vero que sostenía el pañuelo y se rodeó el capullo mientras él se seguía masturbando desde la base. Entonces pude ver que, efectivamente, su polla era más grande, pero sobre todo mucho más gruesa, que la mía.

Mi novia instintivamente apretó suavemente el capullo mientras con la otra mano se acariciaba uno de sus pezones. Y enseguida llegó la corrida. Tan abundante como había prometido. No solo desbordó el pañuelo mojando la mano de mi novia, sino que un par de disparos llegaron hasta su brazo y unas gotitas a su mejilla. Vero se quedo boquiabierta; por mi parte, nunca había visto tamaña corrida. Cuando pudo reaccionar, sacó otro pañuelo y se limpió la mano y el brazo.

—Muchas gracias, bonita…, qué gusto.

Vero le sonrió y se subió los tirantes.

—No ha sido nada, me bajo que Fer debe de estar flipando.

Y sin esperar respuesta, empezó a descender por la puerta del conductor, por lo que me dio tiempo a volver al coche y disimular doblando el plano de carretera…

—Bueno, qué tal ahí arriba.

—Pues es flipante, la verdad, no sabía la de cosas que se pueden hacer en una cabina de esas.

No perdió la sonrisa mientras se ponía el cinturón y arrancaba.

—Tienes unas gotitas pegadas en la mejilla —le dije.

Se miró rápidamente en el retrovisor.

—Debe ser del helado que comimos antes… ¿me las limpias, cari?

—Claro, amor.

Y me humedecí dos dedos y procedí a limpiar su preciosa carita.

Espero vuestros comentarios. Si os gusta, seguiré con esta aventura...

Saludos!