Verano de amor (fragmento)
Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Castigo en el bosque
Verano de amor (fragmento)
Título original: SUMMER OF LOVE
Autora: Lizbeth Dusseau, copyright (c) 1998,
Traducido por GGG. Octubre de 2000.
Por la mañana, fui empujada de la cama a la misma hora oscura. J.T. estaba particularmente enfadado y me mantuve alejada de él pensando que era precisamente alguna reflexión personal lo que le ponía en el asqueroso estado en el que le había visto antes. Parecía ocurrir siempre que estaba
luchando con un poema rebelde que no se ajustaba a sus designios para con él. En esta ocasión, sin embargo, parecía que era a un rebelde y malhumorado poeta-yo-él a lo que respondía, y su respuesta me dejó pasmada.
"Mencioné que te varearía en el bosque. Creo que haremos hoy el castigo."
"¿Castigo por qué?"
"Por tus quejosos, desagradables e insubordinados intentos de controlarme, Susana Foukhart."
La voz de J.T. sonaba como la de un viejo maestro de escuela y me estremecí como una joven colegiala.
Su mirada me derribó, me redujo a admiración sin aliento cuando un miedo excitado de escalofrío gélido hizo que mi estómago se llenará de nudos, mientras dardos de fuego sexual saltaban por mi garganta para apoderarse de mí.
El fuego no fue la única cosa que se apoderaría de mi garganta. Segundos más tarde de que hiciera su declaración, J.T. sacó un collar de cuero que colocó alrededor de mi cuello.
. . . "El tiempo es suficientemente cálido, vayamos al bosque y acabemos con esto."
Me levanté. Mordiéndome el labio, mantuve la mirada baja -como si ser sumisa fuera mi segunda naturaleza- quizá lo fuera. Antes de que dejáramos la cabaña, mi mentor me ató las manos a la espalda con una cuerda.
Caminamos bruscamente hacia los árboles a veinte pies detrás (unos siete metros) del porche, bajo la protección del denso bosque, siguiendo un camino polvoriento que cubrió mis pies y sus botas en cuestión de segundos. No había llovido en una semana y el suelo estaba inusualmente seco. Siguiendo a
trompicones las grandes zancadas de J.T., mis pies cogían piedras y palos aunque estaba demasiado asustada para hacerle saber cómo sufrían mis dedos y talones. Cuando me empujó fuera del camino, hacia la vegetación más espesa, disminuyó el ritmo, reconociendo que era difícil para mí andar a un paso tan enérgico. Afortunadamente nuestro viaje fuera de la senda fue breve.
Encontró enseguida un árbol apropiado para colgarme.
Mi único deseo era que hubiera sido atada contra el grueso tronco de un pino elevado -así mi vociferante coño podría apretarse contra la corteza y dejar que sus rasguños me abstrajeran. Cuando llegó el momento, J.T. me desató las manos de la espalda, me las volvió a atar delante y lanzó el otro extremo de la cuerda sobre la rama de un árbol, colgándome en el centro de un pequeño claro, donde no había nada que pudiera tocarme y mi cuerpo se balanceaba a su merced. Mientras moscas y escarabajos zumbaban a mi
alrededor y yo me movía bruscamente para espantarlos, J.T. me miró, asustándome con la apariencia severa de su rostro.
Al momento, se fue, desapareciendo en el bosque frente a mí como si se fuera a otro asunto. Por un instante fui presa del pánico, y me alivió enormemente verle emerger minutos más tarde de entre los árboles . . .
Sostenía un manojo de ramas, y mientras le miraba fascinada, le vi arrancar las ramitas con hojas que quedaban en los largos y finos tallos. Podían haber sido ocho o diez, pero era difícil contarlos. Tomando en su mano un cordón de zapatos de piel envolvió un extremo formando un mango mientras el extremo libre de estas varas atadas se convertía en una herramienta errática de terror.
. . .
"Voy a amordazarte para que no puedas suplicarme clemencia," me dijo. "Y te vendaré los ojos de modo que te concentres en tu interior. Tómalo todo, Susana, y deja que te inspire."
Cuando sacó un pañuelo de su bolsillo, miré con reverencia como se inclinaba para recoger un palo corto y grueso del suelo del bosque. Cubriéndolo con el pañuelo para evitar que sus bordes ásperos pudieran cortar, lo apretó contra mi cara como el bocado de un caballo, abriendo violentamente mi boca con el palo, de modo que mis dientes pudieran morder con facilidad la madera.
Me encajó la mordaza en la boca asegurándola con una correa de cuero, yo envuelta en lágrimas, sabiendo que mi último refugio, mis últimas posibilidades de liberación, me habían sido arrebatadas. Estaba totalmente en sus manos, al capricho de un hombre que me preguntaba si conocía. Por un momento, luché con la cuerda que sujetaba mis manos.
"Vamos, Susana," oí que susurraba en mi oído. "Vamos." Su voz era tan cariñosa, sus manos amantes tan exquisitamente tiernas, intenté relajarme, dejándome caer en los sentimientos amorosos que se generaban en mi interior.
Cuando un segundo pañuelo cegó mis ojos, todo mi pánico desapareció, mientras mi cuerpo y alma se dedicaron a sentirle a él. Descansé la espalda contra el confort de su pecho firme, mi cabeza cayendo contra su hombro. Me acarició tiernamente hasta que todo en mí se entregó y se acomodó.
"Eres una mujer preciosa," me susurró justo antes de darse la vuelta y luego se fue.
Sólo esperé unos segundos antes de que el manojo de varas se llevara mis pensamientos. Nada quedó en mi mente salvo la abrasadora y punzante sensación de angustia que las ramas azotadoras causaban en mi carne. La cruda ejecución del castigo por parte de J.T. cayó bruscamente contra la piel de mi culo, mientras azotaba mis partes una y otra vez, deteniéndose a intervalos irregulares para dejarme recuperar el aliento, y empezando luego de nuevo con otra ronda de agonía. La pena era dulce, y punzante, alternando entre la atrocidad y el éxtasis. Un segundo adoraba el mordisco y a
continuación lo odiaba tanto, estoy segura que si no hubiera estado amordazada, habría vomitado las peores acusaciones contra el hombre que me azotaba.
Cuanto más me dejaba ir, cayendo en la profundidad de mi cuerpo, menos me dolía realmente. Nadaba en su calor, el sentimiento de intensidad me llevaba a la locura de modo que luchaba, luego me liberaba y dejaba que la sensación se elevara. Cuando me retorcía al máximo, él podía suavizar el castigo, o podía azotarme como el demonio. Cuando lo suavizaba, yo suspiraba y recuperaba algo la compostura, encontrando mi cuerpo bajando y subiendo
salvajemente en un gozo casi orgásmico. Cuando lo endurecía, chillaba fútilmente en la mordaza y mordía el pedazo de madera en mi boca.
Entonces, cuando el hombre disminuía el ritmo, mi cuerpo se ponía a la altura de la sensación. Durante un tiempo largo no había nada salvo placer, barrida mi mente de un soplido, nada salvo cuerpo, nada salvo piel, nada salvo carne anhelante, y un coño viviente. Debo haber parecido una mujer danzante lasciva a los ojos que vieran mi angustiosa varea. Pero éste es sólo un pensamiento que me tomo la libertad de tener ahora, que años y millas me separan de aquel día.
Cuando se detuvo, el primer pensamiento en mi cabeza fue, "por favor, empieza de nuevo..."
Pero en el fondo estaba contenta de que se hubiera acabado.
Jack acarició mi cara mientras me retiraba la venda. Acunada entre sus brazos mientras se sentaba sobre un viejo tronco, le miré a los ojos. Al menos por unos pocos instantes parecía tan exhausto como yo. Su mirada me llenó de admiración, infundiéndome a la vez cariño y un implacable compromiso con sus planes. No estaba segura si amar o temer esa mirada.
Sentí su mano en mi coño, sus dedos escarbando su profundo camino entre mis muslos abiertos. Me dio placer a la puerta de mi vagina, y mi coño, a menudo con espasmos, estaba goteando, húmedo, con necesidad de más . . .