Verano con Paula (1: Noche de Consuelo)

Años después de conocer a una chica, y cuando había perdido toda esperanza de intimar con ella, un desengaño amoroso y el consuelo que le presté nos llevaron a una noche loca de sexo, que sin saberlo sería la primera experiencia de un extraño y caluroso verano.

Verano con Paula (I): Noche de Consuelo

Antes de conocer a mi novia por internet ya había conocido a otras chicas con las que había hecho más o menos amistad, con las que había intimado más o menos. Con una en particular, Paula, había trabado  mucha amistad, sobre todo por lo que me ayudó a superar mi entonces reciente ruptura, y ya se sabe que todo lo que se gana en amistad se pierde en intimidad. Sobre todo “esa” intimidad...

La chica en cuestión no es que sea muy guapa, pero sí resulta muy atractiva. Sobre todo tiene una gran sonrisa, muy contagiosa, y cualquier hombre seguro que piensa inmediatamente en esa boca tragándose su miembro, en esa melena rubia agitándose al ritmo de una buena mamada.

Es delgadita, pero muy fibrada, muy atlética, gracias a su tremenda afición al gimnasio. Y además es alta para ser una chica: 1'70, lo que le da un tipo realmente tentador. Sobre todo esas piernas y ese culito, que compensan con creces el poco (pero bien puesto) pecho que tiene.

Hacía unos meses Paula estaba viviendo un “romance” por internet con un chico de otra ciudad. La cosa había comenzado como suelen comenzar esas historias: un foro de encuentros, varios mensajes que captaron la atención del otro, el messenger, el teléfono... Cuando él iba a venir a la ciudad a vistarla “desapareció”, estuvo semanas sin escribir, sin llamar, sin responder al teléfono... finalmente reapareció para contarle a Paula que había sufrido un accidente y que había tenido que someterse a varias operacines. Tardaría tiempo en estar lo bastante recuperado como para ir a visitarla.

En los meses siguientes el tipo en cuestión siguió apareciendo y desapareciendo, según fuese su ánimo, para desesperación de la pobre Paula. Así como me había ayudado ella, yo traté de apoyarla en esos momentos tan confusos. Aunque en un principio la apoyé en su relación (yo mismo había tenido una relación a distancia), con el tiempo traté de convencerla de que era una estupidez seguir perdiendo el tiempo con un tio que en el fondo pasaba de ella y sólo la tenía como entretenimiento. Pero ella seguía “enamorada”. Alguna vez le dije que lo que necesitaba era un buen polvo para quitarse la tontería. Hasta que el pavo en cuestión volvió a ponerse en contacto con ella para decirle que lo iban a operar de nuevo, que había quedado mal de una pierna, y que en unos meses ya estaría en condiciones de ir a verla. Ella ya no tuvo más paciencia y decidió que debía terminar con aquello, pero cara a cara. Así que sacó un billete de avión para ir a verlo aprovechando que estaría en el hospital y que no podría darle esquinazo.

Eso sería un lunes, y casualmente el domingo la vi en la tienda donde trabaja de encargada. Inmediatamente le pregunté si tenía quien la llevase al aeropuerto. Me dijo que por la mañana la llevaría una amiga, pero que por la noche no había quedado con nadie para recogerla, así que me ofrecí para ello.

El lunes me lo pasé pensando en ella. En si habría podido ver al tipo ese, si le habría dado puerta definitivamente por capullo, o si por el contrario se habría arreglado de algún modo. Y sentí la punzada de los celos. Imaginé que se enrollaban, que se besaban, inclusoque llegaban a acostarse. Pero cuando hablé con ella al mediodía todos esos temores se desvanecieron. Me dijo que al chico le habían dado el alta, y cuando ella le llamó para decirle que estaba en la ciudad e iban a quedar, él colgó el teléfono y lo apagó. La pobre se quedó echa polvo. Como amigo le di todos los ánimos posibles. Como hombre no pude evitar pensar en que necesitaría consuelo.

A medida que se acercaba la noche más y más pensaba en ella. En el mal trago que habría pasado en su viaje relámpago. En lo hundida que podría estar. Y en el cariño que podría necesitar para superar el bache.

Había tenido un largo día de trabajo, y cuando llegué a casa me senté en el sofá a ver un poco la tele. Me quedé dormido y desperte pasadas las once. Casi de un salto me metí en la ducha, y para no perder tiempo me vestí aprisa y corriendo con lo primero que pillé. Me puse los vaqueros sin ponerme siquiera los calzoncillos, me calcé los mocasines mientras me ponía la camisa y bajé corriendo al garaje. Ella ya me había llamado desde el aeropuerto. Le dije que ya estaba de camino y que me esperase junto a la parada del autobús. Me lancé por la autopista a 160 ansioso por ver a Paula. Ansioso por abrazarla, tocarla, tal vez besarla, tal vez...

Adelanté la hilera de coches en doble fila mientras la buscaba entre otros pasajeros, y allí la vi, con su amplia sonrisa agradeciéndome ya que la hubiese ido a buscar. Llevaba una camiseta verde oscuro que realzaban sus pequeños pero bien puestos pechos, y unos pantalones blancos de algodón que remarcaban su culito y sus muslos, bien torneados y firmes. No pude evitar darle un buen repaso de arriba a abajo mientras se acercaba al coche y subía, y entonces recordé que no llevaba calzoncillos, y que debía contenerme un poco a menos que quisiese que se notase demasiado rápido cómo me ponía la colega.

Mientras conducía hacia la ciudad traté de distraerme escuchándola contarme su historia y las peripecias del día. Pero al mismo tiempo no podía estar mucho rato sin mirarle a las piernas, y a esa boca con la que ya había tenido tantas fantasías. ¿Sería esa la noche en la que se harían realidad? Traté de ser amigo y caballero y no aprovecharme muy rápido de ella. Nada de buscar el roce al cambiar de marcha, ni atacarla diciendo lo guapa que estaba y el buen aspecto que tenía a pesar de todo. Simplemente le pregunté “¿a casita?”.

–Sí, estoy muerta, me he pasado todo el día para arriba y para abajo y necesito descansar.

–Yo no digo nada, pero ya te he dicho más de dos veces lo que necesitas de verdad para relajarte.

Se rio, abriendo de nuevo su boca en una amplia sonrisa de esas que me ponen a tope.

–No, de verdad, necesito descansar y ya se me pasará. ¡Pero gracias! –añadió riendo aún.

–De nada, pero ya sabes...

A todo esto ya estábamos llegando a su casa, los dos vivimos cerca del aeropuerto, y a esa hora casi no había tráfico. Me paré delante de su casa y mientras ella cogía las dos bolsas que llevaba me la quedé mirando unos segundos y pensando en besarla. Tuve que contenerme en ese momento, así que me limité a acariciarle la melenita rubia y le di dos besos en las mejillas mientras ella me abrazaba y me agradecía todo lo que había hecho por ella.

–Si necesitas algo más ya sabes dónde estoy, ¿ok?

–Jajaja, vale, ya te diré si necesito algo más. Muchas gracias, bombón, ya hablamos.

Mientras cruzaba la calle me quedé mirando su hermoso culito mordiéndome los labios al pensar en qué no le haría. No quise pensar mucho más en ello, así que arranqué, di la vuelta y puse rumbo a casa. Estaba a dos calles del aparcamiento cuando saltó el móvil:

–¿Sí?

–Hola, guapo, a lo mejor sí necesito algo más de compañía.

Colgué y giré en redondo. Menos mal que no había tráfico. Aparqué delante de su casa y no salí corriendo por aquello de no parecer muy ansioso, pero no era el único: llamar al automático y abrirme la puerta fue uno, estaba ya esperándome.

–Gracias por venir tan rápido, bombón.

No se había ni cambiado aún: iba con la misma camisetita verde, y con los mismos pantalones que tanto realzaban su tipito. Sacó un par de Coca–Cola y las llevó al comedor.Yo me senté en un sofá mientras ella se recostaba en el otro. Me estaba calentando por momentos mientras la miraba ahí, tumbada de lado, imaginando cómo esculpiría las curvas de su cintura, sus caderas y sus muslos con mis manos, desnudándola con la mirada. Y más que desnudándola. Oí que decía algo de lo tonta que había sido, el tiempo que había perdido con ese bobo, lo que se había amargado por nada, las cosas que se había perdido, y reaccioné cuando le oí decir que a lo mejor yo tenía razón cuando le decía lo que le hacía falta. Ahí reaccionamos yo y mi cuerpo. Noté cómo sin querer me salía una sonrisa pícara cuando ella dirigió su mirada hacia mi entrepierna al tiempo que ella también sonreía. Dejó el vaso de Coca–Cola en la mesita y vino hacia mí. Sin perder tiempo se me sentó encima a horcajadas, acercando su cara a la mia y pasando los brazos por detrás de mi cuello. Por fuerza tenía que notar cómo se me había puesto la polla, y lo disfrutaba. Aguantaba la cadera un poco alta al tiempo que se movía un poco de lado a lado. Estaba disfrutando de notar mi miembro contra su entrepierna.

–Vaya si me he perdido cosas, y esta cosa en concreto es una lástima que me la haya perdido hasta ahora...

Comenzamos a besarnos como locos mientras ella seguía frotándose contra mi polla, haciendo unos movimientos circulares con su cadera que me estaban volviendo loco, subiendo y bajando... me la habría follado ya en ese momento. Comenzó a desabrocharme la camisa y acariciarme el pecho mientras yo bajaba mis manos por su espalda hasta su culito, tan firme y durito como siempre había imaginado. Mis manos pasaron de su culo a su cadera, seguí toda su silueta hasta los pechos y volví a acariciarle el pelo y la cara, la acerqué de nuevo y volvimos a besarnos como auténticos desesperados, con nuestras lenguas jugueteando furiosamente la una con la otra. No sé cuanto tiempo estariamos así, pero estaba empezando a dolerme la polla de lo dura que estaba, pero aprisionada en los vaqueros y bajo el peso de Paula.

Bajé de nuevo las manos hasta su culo, y metí una bajo los pantalones, acariciando por fin la firme piel de su trasero. Paula ya me había desabrochado todos los botones de la camisa, y me obligó a levantar los brazos para quitármela. Me los mantuvo en alto mientras me besaba el pecho y los pezones, haciendo que un escalofrío me recorriese todo el cuerpo. No pude evitar un profundo suspiro de gusto. Paula hacía tiempo que no estaba con un tio, pero o no había perdido práctica, o yo la inspiraba por alguna razón.

Dejé de pensar en lo que estaba haciéndome ella, besándome el cuello, acariciéndome el pecho, la espalda, y le dirigí mi atención. Besé su cuello y poco a poco fui bajando hacia su escote, la sujeté por la cintura y comencé a subirle la camiseta. Ella levantó los brazos y así la tuve unos segundos, disfrutando de la visión de sus pechos. Terminé de quitarle la camiseta, la tomé del pelo y tiré de su cabeza hacia atrás, mientras besaba y lamía su cuello, su barbilla, y volvía a su boca, esa boca que me había traido de cabeza tanto tiempo. Solté su pelo y bajé mis manos por su espalda hacia el cierre del sujetador, que apenas ofreció resistencia. A la vista quedaron sus pequeños pero firmes pechos. Dirigí mi boca hacia ellos y comencé a besarlos, primero muy suavemente, apenas rozando los labios sobre los pezones, pequeños y sonrosados. Poco a poco fui aumentando la presión sobre ellos, chupándolos, dándoles ligeros mordisquitos, notando cómo de cada vez se iban poniendo más duros. Al mismo tiempo la respiración de Paula se iba acelerando, y de vez en cuando me clavaba las uñas en la espalda al tiempo que arqueaba la suya. Mientras mis manos seguían recorriendo sus firmes nalgas y sus muslos, las subía de nuevo hasta sus pechos, los acariciaba e inmediatamente pellizcaba sus pezones, jugaba con ellos, y Paula recompensaba mis esfuerzos con largos y húmedos besos entre gemido y gemido de placer.

–Cabrón, me estás poniendo a 100, no me acuerdo de cuando fue la última vez que estuve tan húmeda.

–¿Y tú no notas cómo me has puesto?

–Ya lo noto, ya, será hora de dedicarle más atención – de nuevo afloró esa sonrisa pero más pícara que nunca.

Cuando se irguió llevé una mano a su entrepierna y noté cómo sus flujos habían llegado hasta el fino pantalón. Realmente estaba muy, muy caliente. Se puso un momento de pie, se llevó el pelo hacia atrás con ambas manos mientras resoplaba, y enseguida se arrodilló delante mio. Me acomodé a la espera de lo que venía. Por fin esa fantasía de ver mi polla en esa boca de ensueño sería realidad. Paula comenzó a frotarme la polla por encima de los vaqueros mientras ponía una cara de guarrilla que no le habría imaginado nunca. Desabrochó los pantalones y comenzó a bajarme la cremallera...

–Jajaja, qué cabrón, ya venías preparado, sin calzoncillos.

–Te prometo que no ha sido con esa idea, no me los he puesto para no perder tiempo y no tenerte mucho rato esperando.

–Sí, sí, seguro – seguía riendo mientras tiraba hacia abajo de los pantalones. Levanté un poco el culo y los pies para que me los quitase del todo, y allí estaba por fin, mi polla erecta como hacía tiempo que no la tenía, dispuesta a recibir un buen tratamiento.

–Bueno, Carmen tiene mucha suerte teniendo este juguete para ella.

Era el primer momento en toda la noche que me acordaba de mi novia, pero lejos de sentir el más mínimo remordimiento le respondí:

–Pues no te creas que juegue mucho. Le da un poco de asco chuparla, ya sabes, cuando se pone húmeda y eso...

–Pues no sabe lo que se pierde.

Antes de que pudiese darme cuenta de nada Paula ya tenía mi miembro en su boca. Comenzó chupándome la punta mientras me pajeaba suavemente. De vez en cuando se la sacaba para lamerla de abajo arriba, y de nuevo adentro, cada vez un poco más. Llegué a pensar si se la tragaría entera, pero me daba tan por satisfecho con esa gran mamada que no pedía nada más.

Aunque no quería perder detalle por el morbo que me daba ver mi polla entrando y saliendo de su boca no pude evitar cerrar los ojos para concentrarme sólo en el placer que me daban sus labios  alrededor de mi aparato, su lengua caliente y juguetona lamiéndome la punta del capullo, sus manos pajeándome y masajeándome los huevos... instintivamente levanté algo la cadera para metérsela más aún, y cuando volví a abrir los ojos creía que iba ya a correrme del gusto cuando vi que la tenía entera dentro de la boca. Se me escapó un largo suspiro mientras se la sacaba y se la volví a meter entera. La sensación de llegar hasta su garganta con su lengua lamiéndome todo el rabo mientras se la iba metiendo era algo que nunca habría podido imaginar.

–Menos mal... que... no la tengo... muy grande – es lo único que acerté a decir entre suspiros. La tengo justo en la media, unos 16 cm, pero desde luego Paula ya parecía muy satisfecha con ese aparato.

–Tiene el tamaño perfecto, cielo – dijo una de las veces que se la sacó de la boca.

–Uf, ahora creo que me toca a mí.

La cogí de nuevo del pelo y retiré su cabeza. Había estado demasiado cerca de correrme y no quería que aquello terminase tan pronto. Me puse de pie mientras la tomaba de los brazos y la hacía levantarse.

–¿Qué haces? – puso cara de extrañada, pensando que tal vez me arrepentía de todo aquello y que quería terminar. Pero en cuanto me arrodillé delante de ella volvió a reirse. Le bajé los pantalones hasta dejar el tanga a la vista, y comencé a pasarle la lengua por encima, para empezar a saborear los fluidos que ya se le habían escapado. Llevó sus dos manos hasta mi cabeza para arrimarme más aún a ella, como si temiese que me escapase. Le bajé muy lentamente el tanga, y mientras mi lengua comenzaba a hurgar en su raja no perdí ocasión de manosear de nuevo su culo y sus muslos, sus rodillas, y sus torneadas pantorrillas. No me importaba nada estar a los pies de semejante tia. Tiene un cuerpo muy trabajado, y desde luego es mérito suyo. Las horas de gimnasio se notan.

Mi lengua siguió abriéndose paso entre el inicipiente vello rubio hasta llegar a su clítoris, que ya estaba ligeramente endurecido. La respiración se le volvía a cortar con cada lametazo, mientras seguía el flujo de fluidos. Con una de mis manos la obligué a abrir algo más las piernas para así poder meter ya un dedo en su coño calentito y húmedo. Rápidamente le metí otro dedo, y mientras con una mano la masturbaba con la otra seguía acariciando su culito y tanteando su ano. Al mismo tiempo mi lengua no dejaba de jugar con su clítoris y lamer sus jugos. En aquel momento de calentura extrema el sabor fuerte algo amargo e incluso un poco salado sabía a gloria: sabía a hembra con ganas de tener a un hombre dentro, cosa que no tardó en pedirme.

Me hizo levantar para inmediatamente empujarme de nuevo hacia el sofá.

–Quiero tenerte dentro – me dijo mientras volvía a sentarse a horcajadas encima mio–. Tenías razón que lo que necesitaba era un buen polvo.

Estaba frotándose contra mi polla de cada vez más rápido, montándome, como si ya me estuviera follando.

–Espera, ¿no tendriamos que tomar precauciones?

–Ya las tomo yo las precauciones. Durante mucho tiempo, para nada. Pero me alegro de no haber dejado la píldora.

Ante la perspectiva de un buen polvo a pelo me puse más caliente todavía. Mi novia no podía tomar la píldora por unos medicamentos que tomaba entonces, y yo ya empezaba a estar frustrado con los preservativos. Más de dos veces no había podido terminar porque se me bajaba muy rápido, casi no notaba nada. La idea de tener mi carne metida directamente dentro de Paula, mojada en su jugo me puso a tope. Llevé mi polla a la entrada del coño de Paula, y con la punta rocé durante unos segundos su clítoris.

–Cabrón... métemela... ya...

Obedecí de inmediato y noté cómo mi polla iba entrando en la raja de Paula mientras ésta iba bajando sus caderas hasta quedar sentada del todo encima mio. Cuando llegó hasta el fondo soltó un profundo suspiro.

–¿Te duele?

–Para nada. Qué gozada...

Su coño estaba tan húmedo y mi polla tan dura que había entrado como si nada, notaba mis huevos contra su piel. Poco a poco comenzó a montarme, agarrándose de mi cuello, acariciándome el pecho, mientras yo seguía manoseando su culo y sobando sus tetas. De vez en cuando se dejaba caer del todo para tenerla toda dentro y moverse de un lado a otro, haciendo que mi miembro recorriese todo su interior. Estaba muy, pero que muy caliente. Cada vez que la sacaba se escapaban más chorros de flujo que corrían por mi rabo hasta mis huevos. Era tremendo, nunca había visto a una mujer tan y tan húmeda.

Nos besábamos como locos con las lenguas jugueteando furiosamente. Se escaparon también muchos mordiscos a los labios, y cada uno era una arremetida más fuerte. Paula estaba hecha una fierecilla. Parecía que no habría forma de saciarla, y empezaba a temer que fuese a secarse y que no lograría que se corriese. Yo podía correrme tranquilamente luego, pero quería que ella tuviese un orgasmo de los que hacen historia. Lo había pasado mal en los últimos meses y se merecía tener un buen desahogo. Así que la tomé de la cintura y me quité de encima.

–¿Qué coño haces? – me dijo mientras yo me ponía de pie–. Vaya momento para tener remordimientos, ¿no?

–Calla – es lo único que le dije mientras me ponía detrás suyo y la empujaba de cara hacia el sofá. Con dos toques en las piernas le indiqué que se pusiese sobre el sofá de rodillas. Lo entendió perfectamente, y ahí estaba, arrodillada delante mio, con la espalda arqueada, las piernas abiertas y ofreciéndome sus dos agujeros. Giró un poco la cabeza y me dijo:

–Hazme lo que quieras, pero fóllame hasta que no me tenga en pie – y se giró de nuevo de cara a la pared.

Con una mano volví a masturbarla, frotando su clítoris, metiéndole dos dedos todo lo que pude en su coño para dejarlos bien humedecidos, y luego los llevé al agujerito de su culo. Dio un pequeño respingo por la sorpresa, pero se acomodó bien y no protestó. De todos modos no pensaba encularla. Al menos no en ese momento. Eso sí, parecía que le gustaba cuando le metía un poco un dedo en su agujerito.

–¿Eres virgen de aquí?

–Casi, hace mucho tiempo que lo intentaron por ahí, y me hicieron daño. Pero te digo que hagas lo que quieras.

–Te haré lo que me has dicho: follarte hasta que no te tengas en pie.

La agarré de la cintura y le metí de nuevo la polla en su coño hasta el fondo. Se le escapó un largo gemido mientras se la metía, y otra vez noté cómo se le escapaba flujo y le regalimaba por las piernas. Así estuve un rato, follándola desde atrás, disfrutando de su caliente chochito, de manosear su culo, de agarrar sus tetas como si fuesen las riendas de una yegua joven a la que hay que domar.

Mojé otra vez varios dedos en sus fluidos y volví a su culito, metiendo un dedo muy despacio, con mucho cuidado. Los gemidos de placer me indicaron que estaba haciendo lo correcto. Cuando me agaché un poco y llevé la otra mano hasta su clítoris Paula me demostró que ya estaba en la gloria. Mientras metía y sacaba mi polla de su coño empecé a meterle el pulgar en el ano. Los gemidos ya  casi eran rugidos sordos, la gatita casi era una leona. Con la otra mano aceleré el ritmo del masaje sobre el clítoris. Cuanto más rápido se lo frotaba más rápido me la follaba, y más aumentaban sus gemidos. Ya casi eran gritos, y por si acaso (era cerca de la una de la madrugada) dejé de jugar con su culo y llevé una mano a su boca, por si tenía que tapársela. Fue una buena idea.

Comezó a chuparme el pulgar como si me comiese de nuevo la polla, notaba como su lengua lo estaba lamiendo entero como la había notado antes en mi rabo. Me calentó más aún que estuviese tan cachonda. Seguí frotando su clítoris y en unas cuantas embestidas más noté cómo se quedaba un momento quieta y apretaba su boca alrededor de mi dedo. Echó la cabeza hacia atrás y empujó su cadera contra la mia. Le embestí otras dos o tres veces...

–Ah... ah... aahh... aaahhh... AAAHHH!!!.... aahh aahh... Diosssss... qué polvo...

Noté cómo le temblaban las piernas mientras se le escapaba un pequeño chorro de flujo.

–Así me gusta, perrita, que te corras de gusto – le dije mientras tiraba hacia atrás de su pelo y le metía un par de veces más mi polla.

Se rió un poco, todo lo que podía mientras recuperaba el aliento. Me quité de detrás suyo, y cuando ella hizo ademán de levantarse vi que no podía sostenerse en pie.

–Tranquila, no hace falta que te levantes aún – ella sólo sonreía pero no le salía ninguna palabra. La agarré de la cintura, la hice sentarse y la tumbé sobre el sofá –. Ahora me toca a mí.

Me tumbé sobre ella, que ya había abierto bien las piernas para recibirme. Tenía que darme prisa para correrme antes de que se secase. Coloqué la punta de mi nabo en su raja y empujé. Volvió a gemir.

–Diosss, me encanta cómo me follas...

–Y a mí me encanta follarte.

A pesar del orgasmo que había tenido aún tenía fuerzas para levantar un poco el culo y dejar que le metiese entera la polla. Estuve follándola así dos o tres minutos cuando comencé a notar la leche abriéndose paso hacia la punta de la polla. Traté de retenerla un poco para alargar ese momento. Ella me estaba acariciando la espalda, me cogía del culo para atraerme hacia ella, y notó mi cambio de ritmo.

–Venga, cielo, dámelo todo, quiero sentir tu leche.

–Sí... ah.. sí... aaahhh... – sólo pude embestirla un par de veces más cuando noté un tremendo chorro de semen saliendo de mi polla hacia sus entrañas. Lógicamente no pude ver la corrida, porque además intenté meterme en ella todo lo que pude, pero seguro que fue larga, noté cinco o seis sacudidas en un orgasmo como hacía mucho que no tenía. La sensació de tener mi miembro bañado al mismo tiempo en los jugos de Paula y en mi propia corrida era alucinante. La saqué y metí un poco un par de veces más, hasta que empezó a ponerse flácida. No tenía fuerzas para levantarme y quitarme de encima de Paula, así que me giré un poco y simplemente me dejé caer hacia el suelo. Estaba empapado en sudor, notaba la cara roja y me temblaban las piernas. Paula se giró un poco para mirarme y empezó a reirse.

–Creo que yo no era la única que necesitaba un buen polvo.

–Tia, eres tremenda. Vaya corrida...

–Joder, ¿y tú cómo crees que me has dejado? ¡No puedo ni levantarme! Jajaja.

Se bajó del sofá, empujó la mesita de centro y se tumbó también en el suelo, a mi lado.

–Tendriamos que irnos a la cama. Las baldosas están frias.

–Tengo que irme a casa. ¿Y qué hora es? ¡Carmen me llamará en cualquier momento!

Dicho y hecho, comenzó a sonar el móvil. Mi novia me llama siempre cuando sale del trabajo del turno de noche. Apenas pude arrastrarme hacia la mesita para coger el móvil.

–Hola, cariño... sí... pues me había quedado dormido viendo la tele – hice un simulacro de bostezo. Paula se tuvo que tapar la boca para reprimirse una carcajada –. Sí, la he dejado en su casa... hace rato, el avión ha sido muy puntual... vale, ya quedaremos con ella para que nos lo cuente todo... un beso, hasta mañana.

–¡Qué pedazo de cabrón que eres! – dijo riendo –. Pobrecita, si lo supiese...

–Si un hombre en su casa no tiene todo lo que necesita es normal que lo busque en otros sitios, ¿no?

–Visto así... hey, venga, vámonos a la cama, que vamos a coger frio.

–Yo tendría que largarme a mi casa – me levanté como pude y comencé a recoger la ropa.

–Ni hablar. Tú ahora no estás para conducir. Te me vas a dormir.

–¡Pero si estoy casi aquí al lado!

–Y yo necesito compañía esta noche... – volvió a poner esa sonrisa picaruela.

–Jeje, cómo eres... bueno, te haré compañía esta noche. Pero porque somos amigos.

–Claro. Como lo que acabamos de hacer. Porque somos amigos. Venga, te daré una camiseta, no vayas a coger frío.

Nos levantamos y mientras ella iba al dormitorio yo entré un momento en el baño. Me refresqué un poco la cara y al mirarme al espejo no pude evitar sentirme algo avergonzado por lo que acababa de hacer: engañar a mi novia y aprovecharme de una amiga. Salí del baño y fui al dormitorio de Paula. Pensaba que me haría dormir en la habitación donde tiene el ordenador, así que me asomé a su habitación sólo para ver si me había encontrado alguna camiseta. Sin embargo, me la encontré sentada en la cama, con cara pensativa. No preocupada, pero sí algo ausente.

–¿Ocurre algo?

–¿Te acuerdas de lo que te conté de esta cama?

Pensé unos segundos:

–Sí – respondí después de hacer memoria –. Te la trajeron de la tienda de muebles al día siguiente de cortar definitivamente con Enzo y que se volviese a su casa.

–      –Sí, tio. ¿Sabes? – le cambió la cara y comenzó a sonreir –. No he llegado a echar ningún polvo en esta cama, nunca la he estrenado.

–Jajaja. Pero no sé si estaré a la altura, no soy un chaval de 18 años.

–      –Pues yo creo que sí estarás a la altura. Veamos... yo nunca he echado un polvo en esta cama, y quiero hacerlo. Seguro que tú también tienes ganas de hacer algo que no puedas hacer normalmente. Antes me has dicho un cosa...

Se puso un poco de lado, como para mostrarme su culito. ¿Me estaba ofreciendo de verdad la oportunidad de encularla? Sólo la mínima sospecha hizo que mi rabo, flácido y agotado por el polvo anterior, recobrase su vigor. Como todavía iba sin pantalones ni nada Paula se me quedó mirándolo y riendo.

–Parece que tu juguete sí se cree que tiene 18 años, y quiere más marcha.

–Pues ya estamos tardando.

Me acerqué a Paula, que seguía sentada en el borde de su cama, y le planté mi rabo delante. Lo cogió y volvió a hacerme una buena paja, a lamerlo y chuparme el capullo. Como me notaba algo cansado se la saqué de la boca y me tumbé en la cama junto a mi rubia amiga.

–Joder, tio, qué vago te has puesto de repente – se rio otra vez. Desde luego hacía tiempo que no la veía tan contenta. Los últimos meses había tenido demasiados disgustos y decepciones, solía estar seria y triste, y verla así hacía que el sentimiento de culpa por engañar a Carmen desapareciese por completo.

–¿Vago? Pues nada, no perdamos tiempo, vamos al tajo.

La tumbé en la cama y la puse boca abajo. ¿No me había ofrecido su culo? Pues iba a tener mi nabo en su precioso culito.

–Muy bien cielo, así me gusta, jajaja.

Me recosté junto a ella, acariciando su espalda, su culo, sus muslos. Le separé un poco las piernas para buscar su chochito, que comenzaba a estar húmedo de nuevo. Le metí dos dedos y comencé a masturbarla. Seguía dilatada por la penetración de hacía un rato, así que mis dedos entraron sin dificultad en su coñito. Me rei cuando mezclado con sus jugos noté que seguía ahí mi semen.

–¿De qué te ries, guapo?

–Nada, que ya te he llenado de leche un agujero, y por lo visto ahora te llenaré otro. ¿Querrás más luego?

–Jajajaja, eso depende de cómo te lo curres, jajaja.

Le di otra vez la vuelta para que quedase tumbada de espaldas y así poder mirarla. Seguí acariciando su clítoris despacito, recorriéndolo con un dedo como si fuese el mando de una consola.

–Ya te he dicho que una vez lo intenté con Carmen y no salió del todo bien. Se la metí bien, pero demasiado rápido, le comenzó a doler y tuve que sacársela. De eso hace un año y medio y no me ha dejado volver a probar. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

–Segura, bombón, gracias por preocuparte. A mí me ocurrió casi lo mismo, pero me muero de ganas por probarlo contigo. Seguro que me lo harás bien.

Le seguí metiendo mi dedo índice en su chocho mientras con el pulgar jugueteaba sobre su clítoris. Paula levantó las rodillas y así pude ver el agujero de su culito, todavía cerrado pero que no tardaría en abrirse para mi polla.

Los jugos de Paula iban saliendo de su coñito. Humedecí en ellos mi dedo corazón y comencé a jugar con su ano. Paula lanzó unos gemidos de satisfacción mientras mis dedos seguían tanteando sus agujeros. Usando como lubricante sus propios jugos fui metiéndolo poco a poco mi dedo. Los gemidos y suspiros de Paula me indicaban que estaba en el camino correcto. Entonces me acordé de esa técnica que mencionaba a veces una de las parejas de abogados de La Ley de Los Angeles: la mariposa de Venus. Nunca he sabido si eso existía antes de la serie o si fue un invento de los guionistas para que la gente se comiese la cabeza imaginando en qué consistía. En internet había encontrado una descripción de cómo podría ser, y con una sonrisa pícara en la cara me decidí a probarla en Paula.

Me puse de rodillas frente a ella, separándole más las piernas. Junté las manos, y le metí los dos dedos índice en el coño. Junté luego los dos pulgares para volver a acariciar, presionar y pellizcar su clítoris, y luego dirigí los dos dedos corazón hacia su ano, poniéndolos en la entrada y empujando un poco para ir metiéndolos. Paula se retorció ante las sensaciones que la invadieron.Se veía que estaba disfrutando, pero no tardé en darme cuenta de que sin más lubricación le dolería si le metía los dos dedos, así que despacito dejé de tocarla y le susurré que aguardase un momento.

–No tardes, cielo, estoy súpercaliente...

Fui corriendo a la cocina y abrí la nevera en busca de la tarrina de margarina. La escuela Brando, ya se sabe... volví al dormitorio y ahí seguía Paula, abierta de piernas y metiéndose un dedo en el coño.

–Bueno, veo que no podías esperar.

–¿Qué quieres? Me has puesto a tope. ¿Qué traes ahí?

–Nada, un poco de lubricante, para que todo vaya suave.

–Jajaja, vamos a dejarlo todo pringado.

–Tus juguitos, mi semen... un poco de margarina no se notará...

Y sin decir más metí un dedo en la tarrina y comencé a untar el ano de Paula. Tomé un poco más para untar bien los dedos y volví a la carga como antes: los pulgares sobre el clítoris, los dedos índice dentro de su chochito, y los dedos corazón abriéndose camino dentro del ahora bien lubricado culo de Paula.

–¡¡Aaahh, síiiii!! ¡¡Uhmmm, qué gusto...!!

Estuve así un par de minutos, lubricando bien a la rubita tan cachonda que tenía ahí abierta de piernas. Los dos dedos entraban y salían con una facilidad pasmosa, así que decidí progresar algo más. Dejé su chocho y le metí ya tres dedos en el culito. Paula gimió un poco pero inmediatamente noté cómo dilataba algo más su esfínter. Con poco esfuerzo le metí los tres dedos casi hasta los nudillos. Ese culito comenzaba a estar preparado...

Tomé otra vez a Paula de las caderas para ponerla boca abajo y le volví a meter los tres dedos lubricados con margarina en su culo mientras con la otra mano comencé a untarme la polla. Aunque desde la mamada de varios minutos atrás no había recibido ninguna atención seguía dura como una roca. No parecía que hacía apenas media hora había soltado una buena descarga de semen en ese rico y jugoso coñito. Con una mano hice que Paula se alzase y se pusiese de rodillas, con su culo frente a mí dispuesto a ser por fin penetrado.

Le metí otra vez tres dedos todo lo que pude, y cuando los saqué cogí mi polla y la puse en la entrada de su agujero, que hacía rato ya no estaba cerrado, sino que pedía más. Coloqué el capullo untado de margarina y empujé mientras sujetaba la polla. Noté algo de resistencia al principio al mismo tiempo que la respiración de Paula se aceleraba. Con otro empujón más ya le había metido media polla. Paula gimió y se giró un poco, alzando una mano hacia mí. Me detuve ahí y aguanté unos instantes. Notaba mi polla a punto de reventar en ese agujerito estrecho y me costaba contenerme y no endiñársela hasta el fondo, pero por la anterior experiencia con mi novia sabía que eso no sería una buena idea.

Paula seguía con una respiración entrecortada, pero poco a poco fue bajando su mano, como una señal de que estaba dispuesta para dejarme seguir un poco más. Pasé una mano hacia su entrepierna para acariciar de nuevo su clítoris y sus deliciosos labios, mientras la relajaba susurrándole al oido:

–Tranquila, cielo, no voy a hacerte daño.

–Ahh, estoy... bien...

–¿Quieres que pare? ¿Quieres que te la saque?

–No guapo... quiero... más...

–¿Estás segura?

Yo trataba de tranquilizarla, de relajarla, que no estuviese tensa. Era un polvo de una noche (y un muy buen polvo, por cierto), pero era una amiga y no podía romperle el culo y dejarla ahí tirada.

–Sí, bombón... con lo bien... que te portas conmigo... si no me follas tú... el culo... no lo hará nadie.

–Muy bien, rubia, pues agárrate que vienen curvas...

Extendió los brazos delante suyo y vi cómo se agarraba las sábanas. Levantó algo más el culo y lo acercó a mí, lo que fue la señal definitiva para que se la metise entera. Empujé, despacito pero sin pausa, con mi rabo abriéndose paso en esa carne prieta, prácticamente virgen. Mis manos agarraban esas nalgas firmes y suaves como el artista que moldea la arcilla para hacerla obra de arte. Sólo que ese culito ya era una obra de arte, un buen trabajo de la naturaleza perfeccionado por una mujer, una real hembra que disfrutaba de su cuerpo, y ahora también del mio.

La resistencia fue cediendo, podía ver casi toda mi polla metida entre esas nalgas, dentro de ese pequeño, apretado y caliente agujerito. Paula agachó la cabeza y hundió la cara en las sábanas. Me detuve sólo una vez más para susurrarle algo que leí en un foro de internet:

–Una vez leí a una chica decir que el sexo anal mal hecho es un dolor espantoso, pero bien hecho, es un placer de dioses. Tú eres mi diosa, y yo el pobre mortal que va a darte ese placer.

Y se la enterré hasta el fondo. El gemido de Paula quedó ahogado en la sabana que estaba mordiendo, pero ya no iba a detenerme. Mi polla, dura como no lo había estado nunca, había acabado de desvirgar ese precioso culo. Me regocijé unos segundos en las nuevas sensaciones que me proporcionaba ese ano prieto y ahora agujereado. Apreté más aún, sintiendo el culito de Paula golpeando en mi vientre, y comencé a sacársela. Primero, sólo la mitad, esperando alguna reacción, de placer o dolor. Paula masculló unas palabras:

–¿Por qué te paras ahora, cabrón? ¡Rómpeme el culo!

Y ella misma empujó sus caderas para notar de nuevo mi carne en el fondo de su entrada trasera. Despacito, pero ya con un ritmo regular, fui metiendo la polla hasta el fondo. Así estuvimos un par de minutos, yo metiendo y sacando la polla del culo de Paula, y ella moviendo al mismo tiempo las caderas arriba y abajo. De cada vez la notaba más relajada, más suelta. Sus movimientos se iban haciendo algo más rápidos, su culo ya se había acostumbrado a tener dentro mi trozo de carne, y la tia lo estaba disfrutando.

Decidí sacársela un poco para notar en la punta del capullo el estrechamiento de su esfínter, y fue algo increible. La saqué casi entera, se le cerró un poco el agujerito, y cuando se la volví a meter fue como si me succionase, casi se fue deslizando sola hacia el interior de Paula, sin resistencia, pero notando el calor y lo apretado de su ano. Se lo hice varias veces y estaba claro que mi rubia amiga lo estaba disfrutando como una loca. Entonces se apoyó sólo sobre una mano y con la otra comenzó a frotarse el chochito. ¡La muy guarra se estaba masturbando!

–¿Qué pasa, no te basta mi polla?

–No es eso... tonto... me has puesto... a cien...

Comencé a acariciar su muslo con una mano para enseguida llevarla a su entrepierna. No me había dado cuenta de cómo estaba chorreando, se le escapaban sus jugos piernas abajo. Ella siguió frotando su clítoris y mientras yo le metía un par de dedos en el chorreante coño. No tardó mucho en volver a jadear como si hubiese corrido una maratón. Mi polla seguía jugando en su culo, dentro, fuera, dentro, fuera, mientras Paula aceleraba el movimiento de su cadera. Al poco dejó escapar un largo gemido...

–¡¡Diosssss!! AAAAhhhh!!!... AAAAhhh!!!

Se dejó caer sobre la cama y tuve que sujetarla de la cintura para no salirme de dentro de ella. Aumenté el ritmo, y en pocas embestidas más noté otra vez la placentera sensación de la leche recorriendo esos últimos centrímetros dentro de mi polla hasta llegar a la punta, y reventar dentro de su culo.

–Ah... ah... ah... AAAhhhh!!!... síiii...así, cielo... joderrr... – no pude evitar pararme unos instantes para luego descargar todo el semen que me quedaba en cuatro o cinco espasmos que apenas pude controlar.

Tenía todos los músculos en tensión, y con cada una de esas sacudidas le volvía a meter la polla hasta el fondo del culo. Con su intenso orgasmo todavía reciente creo que Paula en ese momento ya no sentía nada, estaba apoyada sobre sus codos, jadeando y medio ida, con la cabeza agachada. Yo estaba también tan hecho polvo que no acertaba ni a sacarle la polla. Le había llenado el culo de leche que casi inmediatamente empezó a salírsele y a resbalar hacia su chochito y por sus piernas. Debimos estar así un minuto hasta que noté que se me estaba aflojando la polla. Se la saqué, dejando a la vista su agujero totalmente abierto y chorreante de mi leche, y en ese momento caimos los dos definitivamente rendidos. Paula se dejó caer para quedar tumbada boca abajo, y yo me tumbé a su lado. Le acaricié el pelo, ahora húmedo por el sudor, bajé por su espalda y le palmeé el culo. Me incorporé un poco para darle un ligero beso en la nuca:

–Gracias, cielo, ha sido increible.

–No, increible ha sido tener tu polla en mi culo. No te puedes imaginar lo que es eso. Tio, me he corrido como nunca.

Se giró un poco para sonreirme. Alzó algo la cara y entornó los ojos, volví a agacharme sobre ella y la besé. Primero un beso suave, ella comenzó a chupar mi labio inferior y en pocos segundos nuestras lenguas volvían a estar enzarzadas la una contra la otra.

–Cielo, ¿me haces un favor?

–Claro, dime...

–¿Puedes apagar la luz del comedor y de la cocina? No puedo ni levantarme.

Aunque me temblaban las piernas a mí no me habían metido nada por el culo, comprendía que Paula tuviese que quedarse tumbada, así que hice lo que me pidió, cogí mi móvil, que me sirve de despertador (al día siguiente, en unas pocas horas, volvería a sonar para devolverme al mundo real), y volví a la habitación. Iba a preguntarle si quería que durmiese en la habitación pequeña, pero cuando me asomé ya estaba durmiendo. Tenía el rostro vuelto hacia la puerta, con una carita de angel que borraba el recuerdo de la diablesa que había sido minutos antes. Le aparté el flequillo de la cara y le besé la frente. Me tumbé junto a ella, la besé en los labios y me dormí con un brazo sobre su cadera.

–¡¡¡RRRIIIIINNG!!! ¡¡¡RRRIIIIINNG!!! ¡¡¡RRRIIIIINNG!!!

El escandaloso timbre del despertador del móvil rompió el amanecer. Con un rápido movimiento fruto de la costumbre lo cogí para desactivarlo. Docenas de veces había hecho ese gesto en la cama de mi novia, pero ese amanecer que asomaba entre los visillos era distinto. Paula se despertó conmigo.

–Hummm... buenos días... – me dio un beso en los labios

–Buenos días, bombón. No te molestaré mucho, me visto en un momento y me largo a mi casa a por la ropa de trabajo.

–¿Así, sin más? – parecía enfadada.

–Chica, no, pero toca currar, y tú puedes dormir un rato más.

–Ni hablar, cielo, al menos te vas a tomar un café conmigo.

Comencé a replantearme mentalmente la primera hora y media del día, y pensé que sí me daría tiempo.

–OK, desayunaré contigo.

–¡Genial! –eso pareció despertar a Paula más que el estruendo del  despertador –. No te muevas de aquí. ¿Qué quieres?

–¿Eh? Pueees... un café con leche.

–¿Nada más?

–Bueno, si te empeñas, un par de biscotes con mantequilla. Pero puedo ayudarte, sólo faltaría que me hicieses de criada.

–Calla, te quedas ahí, que aún estarás cansado – su tremenda sonrisa quebró mi resistencia. ¿Cómo decirle que no a nada después de la noche que me había regalado a cambio de un poco de consuelo y cariño?

Fui un momento al baño mientras ella trasteaba en la cocina con la cafetera, las tazas y demás. Todavía tenía la polla húmeda de los jugos de Paula y de mi propia leche de las dos corridas que le había descargado. No pude evitar una sonrisa pícara mientras me lavaba un poco pensando en todo lo que habiamos hecho hacía unas pocas horas. Volví al dormitorioy justo entonces apareció Paula con una bandeja con una taza de café y un plato con un par de tostadas untadas en margarina.

–¿No íbamos a desayunar juntos?

–Me lo he pensado mejor y esperaré un poco. Yo no tengo prisa, hoy aún tengo vacaciones. Y después de lo de anoche no creo que esté para ir al gimnasio, jajaja.

–Como quieras – me senté en la cama, comencé a mordisquear una de las tostadas y tomé la taza de café. Estaba bueno, calentito pero sin quemar, me estaba espabilando. Paula se había acurrucado junto a mí, cuando de repente comenzó a acariciarme los muslos. A pesar de la marcha que había tenido la noche pasada mi polla comenzó a reaccionar de nuevo ante las caricias que me estaba proporcionando la rubia, aunque yo no creía que la cosa pasase de ahí. En un par de sorbos me terminé el café, dejé la taza en la bandeja, que Paula había colocado en una de las mesillas de noche, y cuando iba a coger una de las tostadas ella lo que me cogió fue la polla, empezando otra vez a meneármela.

Con su manita recorría todo mi miembro de arriba a abajo, recreándose algo más en el capullo, acariciándolo suavemente con las yemas de los dedos, como si estuviese modelando una delicada figurita de arcilla. Cada vez que me llegaba al glande no podía evitar el estremecimiento que me recorría toda la espalda. Después cambió algo de táctica y llevaba las caricias algo más abajo, acariciándome los huevos, trazando pequeños círculos con las puntas de sus delicados dedos. De vez en cuando los sopesaba, hasta que la erección fue tan grande y la piel se me tensó tanto que se me subieron. Fue entonces cuando Paula soltó la frase del día:

–Tú ya te has tomado tu leche, ahora me toca a mí.

Se acomodó junto a mi, acercó su boca a mi rabo y comenzó a tragárselo. Primero sólo el capullo, apretando los labios en el glande mientras seguía pajeándome. Con la lengua trazaba círculos justo en la punta para luego empezar a lamérmelo entero. Cada vez que abría los ojos sólo veía la melenita rubia de Paula subiendo y bajando, pero podía imaginar esa boca engullendo mi polla de cada vez un poco más. De todos modos casi todo el rato estaba con los ojos cerrados disfrutando de la experiencia.

Poco a poco la mamada se iba haciendo más profunda. La mano de Paula de cada vez se quedaba más tiempo cerca de los huevos mientras era su boca la que iba haciendo el trabajo. Yo notaba como su saliva iba cayendo por mi rabo dejándolo totalmente lubricado. Entonces noté cómo la punta de mi polla tocaba ya la garganta de Paula mientras ella masajeba mis huevos. La sensación fue tan placentera que sólo pensé en llevarla al límite: levanté de golpe un poco el culo para metérsela hasta del fondo de la boca a la putita que me estaba haciendo esa mamada de antología. Paula, lejos de sentir asco, aguantó unos segundos hasta que comenzó a sacársela poco a poco. Entonces giró un poco la cabeza para sonreirme, y casi me corro al ver esa cara de vicio y esa sonrisa que me traía loco desde hacía tiempo, pero esta vez con una boca babeante por tener mi polla dentro.

Sin decir nada Paula cambió de postura: se tumbó del otro lado de modo que ahora sí podía ver su boca tragándose mi rabo. La mamada siguió durante unos pocos minutos con el mismo ritmo tranquilo, pausado: la cabeza de Paula subía y bajaba, con sus labios y su lengua mojando mi polla desde la punta hasta la base. En un par de ocasiones alzó la mirada hacia mí mientras tenía todo mi rabo dentro al tiempo que sacaba la punta de la lengua para lamerme los huevos. Cuando hizo eso tres o cuatro veces comencé a notar cómo se preparaba la descarga de leche. Ella también debió notarlo porque empezó a aumentar el ritmo de la mamada: ya no era tan profunda pero sí igual de intensa, apretando sus labios contra mi miembro, hasta que sólo se metía el capullo mientras volvía a pajearme la polla toda mojada con su saliva.

Con lo que me había dicho justo antes de empezar me había hecho la ilusión de correrme dentro de esa boca, pero ahora que se acercaba el momento comencé a dudar de si realmente lo haría. Pero la duda duró muy poco. A medida que mi respiración se aceleraba ella aumentaba también el ritmo de la paja que me estaba haciendo. Noté entonces el calor del semen recorriendo sus últimos centímetros y justo en el momento de explotar todo mi cuerpo se puso tenso, levantando otra vez la cadera para meter más la polla en la boca de Paula.

No sé si ya sabía lo que era tener la boca llena de semen, pero no retrocedió ni un momento ante lo que era una grandísima corrida. Incluso después de las dos que le había metido la noche anterior estoy seguro de que le solté una buena descarga de semen.

Paula alzó su vista hacia mí y me dedicó su más viciosa mirada mientras seguía succionándome la polla. Algo de semen comenzó a escapársele por las comisuras de los labios, resbalando por mi miembro hasta los huevos, pero la guarrilla no dudó en relamerse para no dejar escapar casi nada.

Por fin se sacó el rabo de la boca mientras seguía meneándolo, aprovechando que aún no se me había bajado la erección.

–Tienes una leche deliciosa, cielo – la zorrita se lo había tragado todo, y encima comenzó a lamer lo que se le había escapado sobre mi pene. Yo creía morirme, estaba en la gloria.

–Tia, eres una bomba. Me has hecho disfrutar lo que no está escrito.

–Y lo que te queda. Ya has tenido alguna cosilla que normalmente no te dan – volvió a sonreir de esa manera que tanto me excitaba, sólo que a partir de entonces esa sonrisa me recordaría mi rabo corriéndose dentro de esa boca –. Cuando quieras me cuentas qué más cosas quieres hacer. Por ti, por todo lo que has hecho por mí, cualquier cosa, cielo. Ya lo sabes...

Me plantó un morreo de los que hacen época, y aunque el sabor del semen que todavía tenian sus labios y su lengua me resultó amargo y algo desagradable, mi mente rápidamente lo ignoró y comenzó a proyectar todas mis fantasías, que por fin parecía que podrían hacerse realidad. Pensé por un momento en Carmen, pero no con remordimiento, sino con reproche por no ser ella la que hiciese realidad mis deseos y tuviese que ser Paula.

–Claro que lo haremos. Y a ti te digo lo mismo: por una amiga como tú, cualquier cosa –. le devolví el beso mientras comenzaba a levantarme–. Tengo que ducharme, tia.

–Claro, ya sabes dónde está el baño.

Me pegué una buena ducha con agua fria, porque era la única forma de bajarme la calentura que me había provocado la rubita. Me sequé y con la toalla arrollada a la cintura salí hasta el comedor a buscar la ropa que había quedado en el suelo después del primer polvo de la noche anterior. Paula estaba en la cocina preparándose algo de desayuno. Se había puesto una camiseta larga que le llegaba algo por debajo del culo. Me terminé de vestir junto a ella.

–Gracias por todo, bombón. Ha sido increible.

–Tú tampoco has estado nada mal, guapo.

–Bueno, tengo que largarme o llegaré tarde al curro. Ya son casi las siete.

–Sip, yo al final sí iré al gimnasio. Aunque estoy muerta, ¡hemos hecho mucho ejercicio! Jajaja.

–Tienes un cuerpazo que seguir manteniendo en forma.

Me acompañó hasta la puerta, y allí volvimos a besarnos. Sujetó mi cintura y la atrajo hacia a ella apretándome contra su cuerpo. Yo la tomé de las nalgas y así estuvimos unos minutos, repasando de nuevo los cuerpos que tanto habiamos explorado en las últimas horas.

Sin decir nada más me dirigí hasta el portal de la finca, me giré, y allí seguía ella, con su radiante sonrisa en su radiante cara, enmarcada por su rubia melenita, coronando un cuerpo de vicio.

Todavía era finales de mayo, pero para nosotros ahí empezó un verano muy caliente.