Verano caliente en Lisboa (7)

Nuno vuelve a Madrid tras cumplir su misión en Lisboa. Pero convencer a su propio padre de que le permita volver a Portugal se revela misión imposible.

La puerta de la casa madrileña de mis padres se abrió de par en par para permitir el paso de mi maleta, cargada de recuerdos y regalos para ambos. Manteles de la tía Agata para mamá, la caja de puros cubanos que amablemente me regaló Joao para papá, a quien, al contrario que su hermano menor, seguía teniendo en gran estima a pesar de sus diferencias políticas (a lo que no debía ser ajeno el hecho cierto de que mi padre había pagado todos sus estudios tanto civiles como militares desde que contaba cinco años), alfajores de la abuela, libros clásicos portugueses inencontrables en España y que habían olvidado en sus estantes lisboetas al marcharse doce meses antes…hasta empecé a arrepentirme de haber enterrado las sortijas y el juego de pendientes de oro que me entregó Isabel, pero dado que mi madre no las había reclamado con anterioridad, no debía tenerlas en suficiente estima, o bien se había olvidado por completo de su existencia, razón por la que estimé más conveniente devolvérselos en el supuesto y aún remoto caso de regresar a Portugal triunfantes y por la puerta grande.

Cuéntanos, hijo – apremió mi madre, toda enjoyada y lacada de pies a cabeza y tan tiesa como una esfinge - ¿Cómo van las cosas por allí?

No le agobies al muchacho, mujer –objetó mi padre, encendiendo el primero de los puros de Joao, del que se limitó a comentar: "Pues no es tan malo el hijo de puta como pensaba" – Déjale que se cambie y descanse. Ya habrá tiempo luego para preguntas.

Es que eras tan escueto por teléfono, hijo – dijo mamá.

Sabes que por motivos de seguridad no era conveniente que nadie supiera de quien soy hijo, aunque yo entré por la frontera sin problema alguno, las cosas como son. Pero por teléfono, y menos en nuestra antigua casa, no era conveniente dar detalles, mamá, por si pudieran estar intervenidos. Además, tan solo han sido dos semanas, un tiempo de espera razonable, pienso yo.

¿Y como está nuestro hogar, Nuno?

¡Pues como va a estar!-bramó mi padre quitándose el puro de la boca- En manos de algún capitán rojo y su asquerosa familia. Algún día me las pagarán todas juntas. ¡Tener a mi hijo de huésped en su propia casa, que vergüenza!

En realidad la casa no tiene un propietario claro. Yo diría que ha sido expropiada por la fuerza de los hechos más que por una cuestión legal. A mí nadie me ha enseñado ningún papel que le confirme su derecho de propiedad sobre la finca. Esta revolución es muy caótica y se caracteriza por el descontrol burocrático y administrativo. Con deciros que se rumorea que la policía no se atreve a patrullar por las calles…yo desde luego he visto muy poca presencia policial y en cambio mucho militar por todas partes.

Lo que yo pensaba – terció mi padre sentado en su sillón de orejas favorito- el caos se ha adueñado de las calles. Ya veréis que pronto se decide la partida. Esto no puede continuar así ni un segundo más.

Respecto a la casa, no había ningún oficial instalado en ella, tan solo unas cuantas familias de retornados de las colonias, aparte de Celso, Isabel y Diogo, claro.

¿Y el hermano pequeño es tan rojo como el mayor, o es peor todavía? – rumió mi padre desde el sillón en tono caústico, y de pronto un escalofrío recorrió mi espina dorsal de arriba abajo.

Bueno…Diogo es …yo diría que es un joven de su tiempo.

Entonces ya me has contestado, hijo. Rojo perdido. – mi padre pareció perder interés por el tema y se concentró en la lectura del ABC.

Mi madre se había llevado las manos a la cara en una histriónica demostración de desesperanza, y aunque hacía gorgoritos con la garganta pretendiendo hacer ver que lloraba, yo sabía muy bien que ella nunca se perdonaría estropear el maquillaje por algo tan ordinario como una lágrima.

  • Nuestra casa profanada por unos extraños africanos, nuestra casa profanada por unos extraños…- no cesaba de repetir con el rostro desencajado.

  • En realidad son portugueses de ultramar, al menos es lo que siempre he escuchado que decíais vosotros cuando hablabais de ellos en tiempos de Caetano.

Mi madre cambió de registro y pasó directamente a interpretar un papel de malvada a lo Joan Crawford, con los ojos llorosos inyectados en sangre y las afiladas uñas raspando nerviosamente la superficie de la mesa de nogal del comedor.

Si un portugués va a Mozambique o a Angola es un portugués de ultramar y un patriota, pero si entra en mi casa, se instala en mi habitación y come de mi mesa sin permiso es un muerto de hambre y un …-se calló para no tener que acusarse al día siguiente ante su director espiritual español de semejante crimen.

Acaba la frase, Alicia: ¡un hijo de puta con todas las letras!, como dicen por aquí. Por una vez te doy la razón en algo. – masculló mi padre mientras paseaba la vista despreocupadamente por la página de necrológicas del periódico.

Bueno, me voy a cambiar y a echarme la siesta. Nos vemos a la hora de cenar.

Cena en horario continental, no española. A ver si te vas a levantar a las once- dijo mi padre en tono afectuosamente contrariado.

No te preocupes, papá. Tengo tiempo de sobra para dormir hasta que empiece el curso.

Ya veremos si empiezas curso alguno tú, o te meto en la oficina directamente

La cosa, aunque en plan de chanza, no dejaba de sonar irritante. A ver quien era el listo que sacaba el tema esa noche, y, sin embargo, me moría de ganas de planteárselo de una vez y calmar esta ansiedad que me devoraba desde hacía días.

Me descalcé y me tumbé en la cama aún vestido. La habitación era tan cómoda y espaciosa como cualquier adolescente de la época podría desear, y, de hecho, hasta hace un mes escaso, yo no quería oír hablar de regresar a Portugal ni a por gasolina, tan integrado me sentía ya en la realidad española y en el propio idioma español, que me fascinaba y no me producía ningún problema de pronunciación, como a otros compatriotas míos. Me levanté y escogí un libro al azar de la estantería. Resultó ser una versión en portugués de "El principito"con ilustraciones originales del autor, una edición exclusiva para gente de dinero, que me regalaron mis padres cuando cumplí 10 años. Releí los pasajes relativos al principito y su devoción por la rosa, y volví a emocionarme otra vez como cada vez que posaba la vista en ese libro mágico. Antes, sin embargo, no llegaba a comprender del todo la razón última por la que el rubio príncipe (tan rubio de hecho como yo mismo, lo que se atribuía en gran parte a la ascendencia irlandesa de mi madre) cuidaba con tanto esmero de la frágil rosa y velaba día y noche porque no se marchitara.

Ahora lo entiendo –pensé retirando la vista del libro- el joven príncipe sabe que mientras la rosa viva, él no estará solo en este mundo. Y ha descubierto el secreto más grande del amor: que para mantener esa llama para siempre hay que alimentarla día a día, sin desfallecer y con valentía.

Me concentré entonces en Diogo, pensé en lo que estaría haciendo ahora, en sus manos callosas de trabajar en la cementera, en su cuerpo sudoroso mientras hacíamos el amor, en la gallarda insolencia de sus 18 años, y sentí vértigo, por primera vez en mi vida sentí un nudo en el estómago y me dije a mí mismo: "Tengo que hablar con mi padre. No puedo esperar ni un segundo más o será tarde. Debo estar al lado de Diogo cuanto antes y cueste lo que cueste. Si he de perder mi herencia para ganar el cielo de su cuerpo estoy dispuesto al sacrificio. Además la abuela no me negará su parte de la herencia, y tengo dos manos para trabajar e inteligencia para estudiar mientras trabajo. Tengo todo un mundo de posibilidades por delante y no voy a perderlas por un instante de vacilación. Seré fuerte y no me dejaré avasallar por las razones inmorales de mi padre. El amor es más poderoso que las pesetas y los escudos juntos, más poderoso que los dólares y los rublos. Apostaré el todo por el todo por esta relación auténtica y estoy seguro de hacer lo correcto".

Tras afeitarme y ducharme, me vestí de nuevo y me encaminé como una bala hacia el despacho de mi padre, donde con suerte estaría aún despierto, pues con el sopor de la sobremesa solía echarse la siesta en su habitación, y, otras veces, las más, se quedaba sobado en el sillón del despacho en alguna postura indigna de su posición social o directamente vencido hacia delante como un saco de patatas.

Aquella tarde, sin embargo, la suerte estaba de mi parte y mi padre estaba despejado y entero haciendo un solitario con un mazo de cartas en la mano.

-¿Qué se te ofrece, hijo? ¿No ibas a echarte un rato?

  • No podía dormir…quería hablar contigo, papá.

  • Ya lo estás haciendo. Dime.

  • Es sobre mi futuro inmediato.

  • ¿Tu futuro inmediato? – un gesto de suspicacia deformó por un instante los rasgos astifinos de su rostro- creí que ibas a venir de vacaciones con nosotros a Marbella y después te ibas a matricular en Derecho en la Universidad. ¿no es eso lo que querías?

  • Sí y no

  • Explícate, Nuno, que no tenemos todo el día…-su cara empezaba a mostrar signos de impaciencia, mala señal en un temperamento colérico como el suyo.

  • Quiero decir que…sí que voy a ir con vosotros de vacaciones a Málaga, pero…he pensado que no quiero matricularme en Derecho….aquí - pero su padre no le dejó terminar la frase, se levantó de la mesa y a grandes zancadas se le acercó y con gestos teatrales le abrazó mientras decía:

-Ves, Nuno, ya sabía yo que cambiarías de idea en cuanto maduraras un poco. ¡Que bien te ha venido ese viaje a tus raíces para bajarte los humos!. Los Ferreira de Lima no hemos nacido para estudiar, sino para sacar el dinero a los que estudian. Mírame a mí, salido de la nada y a fuerza de coraje y buen hacer aquí me tienes…y nunca me hizo falta abrir un libro para eso.

  • Papá, por favor, creo que no me has escuchado bien. No me has dejado terminar. Me refiero a que no quiero realizar la carrera en España, sino en Portugal. En la Universidad de Lisboa.

Mi padre no daba crédito a lo que escuchaba. Tal como había previsto, su rostro mutó del rojo al verde y luego al granate encendido mientras paseaba frenéticamente por el despacho intentando asimilar la noticia.

¡En Lisboa, quieres estudiar en Lisboa!¡En esa Universidad marxista!

¡Deja de preocuparte por eso, sabes que yo nunca seré marxista!

Pero ¿tú te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿es que quieres vivir en un estado comunista? ¿no te ha bastado ver lo que han hecho con tu pobre padre, y el estado en que han dejado nuestra casa esos cuatreros?

He pensado en todo ello, y mi decisión es firme. No creo que Portugal vaya a ser nunca un estado comunista.

  • Ah ¿si? ¿y en que te basas para decir eso? ¿es que tienes una bola de cristal o algo así para adivinar el futuro? Porque, desde luego, el presente lo que me indica es que el gobierno portugués es comunista, la prensa es comunista, la televisión es comunista, y el ejército actual es comunista. Haz las cuentas pues.

Mis cuentas están hechas y cuadran, papá. Estoy de acuerdo contigo respecto al gobierno, la prensa, la televisión y hasta parte del ejército, que no todo, según me consta por el propio Joao, pero desde luego el pueblo en su mayoría no es comunista ni piensa en clave comunista. No te dejes engañar por minorías de fanáticos, cuyas filas están muy bien surtidas, no lo niego, pero que ni representan a la mayoría de los portugueses ni lo harán nunca, papá.

Pero bueno, hijo, ¿no te das cuentas de los desvelos que hemos pasado tu madre y yo para que disfrutaras de una buena educación? ¿Quién se va a hacer cargo de mis negocios el día de mañana mientras tú malvives como un pordiosero en ese lodazal en que han convertido nuestro país? Aún en el caso de que llevaras razón pasarán años antes de que el país se recupere de este desastre. Y a mí, de buen seguro, no me pillarán allí, y que no vengan a pedirme ayuda después de destriparme como a un oso de peluche y dejarme en la calle.

Nuno prestaba atención a cada palabra y cada sílaba que pronunciaba su padre. Y por fin había sacado una conclusión demoledora.

-Entonces, papa, lo que quieres decir es que…¡tú no tienes pensado regresar a Portugal en ningún caso, ni aunque se convirtiese en una democracia al estilo europeo!.

-¡Por supuesto que no! Amo a mi país como el que más, pero ya es tarde para volver atrás. No soy hombre que se lamente de sus decisiones ni que eche la vista atrás. Además, yo no me fui, ha sido esa panda de hijos de puta la que me ha echado, que no es lo mismo. Estoy muy a gusto en España, donde mis amigos y la gente en general me ha recibido con los brazos abiertos y no pienso regresar con los amigos de Moscú ni aunque mi santa madre, que no lo haría, me lo pidiera de rodillas.

  • De acuerdo, papá. Por mi parte, la decisión está tomada. Me considero un adulto responsable y quiero vivir y luchar por mi país. Te agradezco la educación que me has dado y tus desvelos, pero tengo que seguir mi propio camino. No puedo dirigir tus negocios, ni ahora ni nunca. Mis metas en la vida son otras.

La indignación de mi padre crecía por momentos, sin llegar a la violencia explícita.

¿Es eso lo que os enseñan ahora en el colegio? ¡¡¡MIS METAS!!! ¡Como si fueras un atleta olímpico! ¡Tus metas son y serán las que tu padre te dicte ¿entendido?! Y tú no eres un hombre todavía, no eres más que un niño con pelos en los huevos que hasta hace dos veranos asistía de monaguillo al cura del barrio. ¡Por favor!

El ruido apremiante de unos nudillos en la puerta del despacho nos sacó de pronto del empate virtual que habíamos alcanzado en esta primera batalla. Naturalmente, era mi madre, que había acudido alarmada ante el tono de voz exageradamente alto de mi padre y sobre todo por el inusual volumen de mi habitualmente tranquila forma de hablar.

¿Se puede saber que os pasa?¡Os van a oír los vecinos!

¡Por Dios, Alicia, que vivimos en un dúplex de 400 metros cuadrados! No hay vecino en todo el barrio que pueda escucharme gritar en mi despacho a menos que utilice el arsenal de espionaje electrónico de la CIA.

Bajad el tono de voz – mi madre estaba muy nerviosa, como cuando sus perros de lanas enferman por un empacho y hay que llamar de urgencia al veterinario- ¿Qué está pasando aquí?

¡Es tu hijo! ¡El muy imbécil quiere irse a estudiar a Portugal, con la que está cayendo!

Lo siento, mamá, pero ya he tomado la decisión y no me voy a echar atrás. Al volver allí he redescubierto mis raíces, me he dado cuenta de que quiero aportar algo a mi país, no mirar desde lejos los acontecimientos

Yo creí que a mi madre le daba un síncope. Pero esta vez tenía las ideas muy claras en mi cabeza y no me iba a dejar intimidar ni por las monsergas de mi padre ni por las dolorosas jaquecas de mi madre. Tampoco podrían convencerme una legión de tíos, primos, curas y hasta obispos de que mi futuro debía ser el que dictara y decidiera mi señor padre, aún a riesgo de equivocarme.

Pero eso es una locura, hijo mío. ¡Ay, Virgen de Fátima, protege a mi hijito, que no tengo otro!- y esta vez sí se echó a llorar desconsoladamente recostada en el pequeño diván de la estancia.

Me acerqué a consolarla, y la abracé tiernamente mientras mi malhumorado padre se servía, entre interjecciones de dudoso gusto y expresiones mal contenidas de disgusto, un lingotazo de whiskey en un llamativo vaso tintado de azul tamaño king size.

Toda mi vida dedicado a hacer crecer mis negocios para esto, para que mi hijo me diga que en lugar de querer heredar lo que con tanto esfuerzo he construido para legarle, prefiere irse a vivir como revolucionario a Portugal.

No voy a ser revolucionario, sino abogado, papá

Eso también lo puedes ser aquí, y sin tanto problemas…¿o es que hay alguna otra razón para que muestres ese súbito apasionamiento con tu país, al que hace bien poco decías que no tenías ninguna prisa en regresar?

Por primera vez mi rostro se congestionó en un gesto pétreo y no supe de inmediato que responder. Mi padre lo notó al instante y tomó ventaja de este hecho.

Porque si es así quiero que sepas que averiguaré todo lo que has hecho en tu estancia en Lisboa y no pararé hasta dar con esa zorra comunista que te ha engatusado de este modo y te ha lavado el cerebro

  • ¡No me ha lavado el cerebro!- grité sin pensarlo, arrepintiéndome al momento.

¡Ajá! Así que esa furcia existe…Tú mismo te has delatado. ¿De quien se trata, de una mujer mayor y experimentada, o de una golfa de tu edad a quien se habrán follado todos esos pelagatos que circulan hoy por Lisboa levantando el puño?

M madre se secó las lágrimas y se separó de mí, incorporándose débilmente y fingiendo una fragilidad innatural en ella.

-Si vas a utilizar esas expresiones soeces me retiro de vuestra vista. ¡Luego hablamos de esto, Nuno!- y el rostro de actriz trágica de mi madre mutó del dolor profundo a lo Irene Papas al gesto desafiante de una Bette Davis implacable.

La puerta se cerró tras de ella.

Mira lo que has conseguido, hacer llorar a tu pobre madre, que es una santa.

Lo siento. No era mi intención. En cualquier caso, mi decisión está tomada.

Yo también he tomado la mía. Si ese es tu deseo, y toda tu ambición en la vida es ser y vivir como un comunista en un país comunista no cuentes con mi dinero para ello. Te ganarás tus escudos con el sudor de tu frente, y no cuentes con tu abuela tampoco. Ya hablaré yo con ella muy seriamente. Siempre has sido su debilidad, algo lógico, pero cuando sepa que te has vuelto marxista el grifo se te va a cerrar muy pronto, por gilipollas.

No me asustas con esas amenazas. No te preocupes que ya encontraré la forma de sobrevivir por mi propio esfuerzo. No quiero tu dinero, gracias.

Recuerda que todavía eres mi hijo. Voy a investigar hasta el último paso que des en Portugal, y si es necesario pagar lo que sea para que esa puta viciosa te deje plantado no dudes que lo haré. Al final esa muerta de hambre va a vivir cien veces mejor que tú, por lo menos hasta el día en que vuelvas a Madrid y nos pidas perdón de rodillas a tu madre y a mí. Creo que es lo mínimo que puedes hacer para conseguir tu herencia.

Al contrario que tú, papá, yo no estoy obsesionado por el dinero, ni el propio ni el ajeno. Esta conversación ha llegado demasiado lejos. No hay ninguna mujer, se trata de una decisión personal y nada más. – balbuceé un poco al decir esto último.

Mi padre, listo como el hambre, apoyó el vaso en la mesa y se dirigió muy lentamente hacia mí con una expresión diabólica en su cara que nunca antes le había conocido, pero que siempre intuí que existía tras su fachada civilizada. Se puso frente a mí mirándome fijamente a los ojos con expresión incrédula y soltó como un latigazo:

Sí, si que la hay. Y yo averiguaré quien es y lo que pretende de ti. Y cuando eso ocurra piensa que tal vez un día tengas que presenciar como dos hombres bien dotados se la follan delante de ti, mientras otros dos te sujetan para impedir que intervengas. Piénsalo bien, hijo.

¡Eres repugnante, papá!. Ni siquiera mereces que te conteste. Me voy y esta vez será para siempre. Ya no hay sitio para mí en esta casa.

Cerré la puerta tras de mí de un portazo. Quería creer que se trataba de una burda amenaza para amedrentarme e impedir mi marcha, pero si era así desde luego había conseguido el efecto contrario. En realidad, esa misma noche cogí el expreso a Lisboa con los ahorros que me sobraron del reciente viaje de fin de curso a Italia.

En el tren me fui repitiendo mentalmente que por fin era libre de hacer con mi vida lo que quisiera…¡pero a que precio! Dejar a mi madre llorando en la cocina había sido lo más duro, y pensar que tal vez no volvería a verla en años, o tal vez nunca me rompía el corazón. Sólo me consolaba la perspectiva de volver a abrazar cuanto antes a Diogo…pero él ¿seguiría amándome ahora que era más pobre que las ratas? Si era un verdadero comunista, así había de ser. Si su amor era tan auténtico como él proclamaba, hasta se alegraría de mi decisión, tal como me había sugerido alguna vez. En cualquier caso, ahora éramos libres y responsables de nuestra propia felicidad, y ya no podíamos culpar a nadie de nuestras acciones.

El día clareaba ya cuando el tren hizo su entrada en la Estación de Santa Apolónia, llevándome en su interior con una maleta atestada de ropa y libros, y un montón de sueños por cumplir.

(Continuará)