Verano caliente en Lisboa (4)

Nuno va a visitar a su combativa abuela paterna a Estoril, mientras disfruta junto a Diogo de sus últimos días de vacaciones, asiste a un mítin político y planea una jugada perfecta para reorientar su futuro inmediato.

Las semanas que siguieron a aquella noche mágica de julio fueron las más felices de mi vida. Lo digo sin exagerar un ápice, y sin sentir esa especie de nostalgia obsesiva que llaman saudade y en la que mis compatriotas (y yo) nos complacemos en enfangarnos a la menor oportunidad, o eso nos gusta creer de nosotros mismos al menos.

Y no es que la situación política mejorara precisamente, pero cuando uno está enamorado, ve la vida de otro color más favorable, y cuando este amor es el primero de verdad, todo parece ensancharse hasta que las costuras amenazan estallar, y lo que antes nos preocupaba pasa a un segundo plano.

Mi misión en Lisboa fue cumplidamente realizada sin mayor esfuerzo. Localicé, por fortuna, los documentos que tanto preocupaban a mi padre en un cajón secreto de la mesa de despacho de nogal que yacía olvidada en el ático, conseguí despistar a los habitantes de aquel hotel de refugiados, sorteé la ropa puesta a secar en el antiguo solarium, que ahora hacía la veces de azotea vecinal, y divisé un rincón del jardín lo suficientemente alejado de la casa como para que nadie viniera a husmear allí. Solo había un problema y es que a Celso, el padre de Diogo, que hacía las veces de jardinero cuando viviamos aquí con mi padre, se le ocurriera plantar algo en aquel parterre y descubriera el pastel, pero un oportuno y fastidioso ataque de ciática le mantenía convenientemente apartado de sus antiguas labores profesionales. De hecho, según me confesó él mismo, apenas cuidaba del jardín desde que se instalaron las familias de los retornados en la casa.

¿Para que iba a hacerlo? – se lamentaba enfurruñado- si después va a llegar del colegio esa caterva de críos maleducados y peor hablados y me van a destrozar lo plantado con tanto esfuerzo. No vale la pena, señorito Nuno. Perdón, quiero decir Nuno. A veces no me acuerdo de en que país vivimos y de los hijos que tengo. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, el jardín!. Ay, hijo mío, si su padre viera como está el césped ahora, le daba un "paralís", seguro.

En eso estábamos de acuerdo. Siguiendo con el plan previsto, y aprovechando que Diogo estaba trabajando en la fábrica y que su madre estaba trajinando en casa, enterré el cofre con los documentos compremetedores y algunas sortijas de mi madre que había olvidado en su habitación y que Isabel me entregó al día siguiente a mi llegada envueltas en un paño como un tesoro secreto, aunque su valor efectivo era mucho menor de lo que parecía a simple vista, y por eso seguramente mi sabia madre decidió dejarlas atrás cuando nos trasladamos a España en aquellas supuestas vacaciones de verano que no debían levantar sospechas, ni siquiera entre el servicio, y mucho menos las de Diogo, ya por entonces opositando a comisario político.

No tenía la constancia de que algún día pudiera recuperar la casa, y por tanto, los documentos, pero estaba seguro de que en tanto la familia de Diogo viviera allí, siempre podría pedirle que me ayudara a desenterrarlos y guardar el secreto. El era hombre de una pieza, leal hasta la muerte, incluso con el hijo de un enemigo del pueblo.

En días sucesivos fui a visitar a mi abuela Maria de Jesús, la madre de mi padre, que languidecía sola en su propiedad de Estoril rodeada de gatos y soltando pestes de los comunistas en el gobierno, lo que demostraba con creces su buen estado de salud (era una quejica crónica, por eso vivió hasta los noventa y seis años). Según ella, pronto entrarían los soldados del "Ejército Rojo" en su "humilde casita" y la echarían a patadas dejándola en las calle con lo puesto y disparando a matar a sus gatos por puro placer insano.

Son malos, escucha lo que te digo, Nuninho, los comunistas son malos por naturaleza. Si no lo fueran no se harían comunistas. Va unido. Son una plaga, y en este país van a devorarlo todo. Yo ya soy vieja y me queda poco de vida, pero que pena me da por ti y por tu santo padre, con lo bueno que es mi hijo, y tener que vivir tan lejos de su Lisboa

Madrid no está tan lejos de Lisboa en realidad. Y allí la gente es muy agradable con nosotros.

Porque allí hay orden y disciplina. Por eso funciona.el país y por eso les va como les va, y en cambio a nosotros…ya ves- se puso muy tiesa y con un gesto admonitorio de la mano para expresar firmeza en lo que decía – Un Franco tenía que venir aquí. Otro Salazar, que Dios le tenga en su gloria. Ese si que era un buen hombre. Tan casto, tan puro, tan entregado a la fe y las buenas obras.

Depende de lo que llames buenas obras, abuela.

¿Qué quieres decir, insolente? – me miró con cierto reparo, clavándome sus pupilas como un águila al acecho. Pareciera que fuese a desheredarme de no gustarle la respuesta inmediata. Y de seguro no le iba a gustar.

No creo que amañar elecciones, censurar los medios de comunicación, encarcelar o hacer desaparecer a sus oponentes políticos puedan ser consideradas obras de caridad precisamente.

La vena del cuello que se le hinchaba cuando le daba un ataque de cólera parecía a punto de reventar. Haciendo acopio de sus limitadas fuerzas, se puso en pie y utilizando como arma arrojadiza su bastón de caoba se limitó a apuntarme con él mientras repetía como un mantra:

¡Tú también!¡Tú también!¡Tú también!

  • ¿También qué, abuela? – la situación era tan risible que no podía disimular mi regocijo interno. La risa tonta se me escapaba por entre la comisura de los labios.

Tú también eres un comunista de mierda. ¿pero que os enseñan en el colegio hoy en día? ¿y que amistades, Dios Santo, tendrás en España? No quiero saberlo, no quiero saberlo. No, si ya lo dice el refrán. "De España, ni buen viento, ni buen casamiento". Que razón llevan.

En realidad no soy comunista, abuela. Para tu alivio, te diré que ni una pizca.

Gracias a Dios. Pero lo que has dicho no me ha gustado nada. Hablas como el Mario Soares, ese muerto de hambre que desde que mandan éstos está todos los días en la prensa y que dice también que no es comunista, aunque repite las mismas tonterías que ellos.

Es socialista, no comunista. Y para que lo sepas está haciendo una gran labor por el país. Eso al menos dicen en España los que saben de política. Papá tiene confianza en que puede sacarnos del atolladero en que estamos metidos.

¿Tu padre confiando en un socialista? Como está el mundo, hijo mío. Aquí lo que hace falta es que Nuestra Señora de Fátima haga un milagro y se lleve por delante a todos estos ladrones asesinos.

Como tú digas, abuela. Ahora descansa un poco, que te has excitado demasiado sin necesidad.

Aquellos días de mediados de Julio, mientras el país ardía (literalmente en el caso de los ataques a sedes comunistas en el conservador norte) entre rumores de golpes y contragolpes y de paranoicas conspiraciones de todo tipo, y algunos se apresuraban en hacer las maletas para escapar de lo que parecía ya un previsible baño de sangre, Diogo y yo sacamos tiempo un domingo para ir a una popular playa cerca de Nafarros. Si un extraterrestre hubiera aterrizado allí aquella mañana en hora punta entre esos cientos de bañistas aparentemente despreocupados y le hubieran dicho que aquel país se encontraba al borde de una guerra civil, nos hubiera tomado por unos lunáticos alarmistas. Y algo de eso había en el juicio sesgado y sin matices que muchos, incluyéndome yo, hacíamos de la situación del país, que era grave, evidentemente, pero no irreparable, como se demostró posteriormente.

Tomar un helado, bañarnos en las frías aguas atlánticas, compartir un beso submarino en secreto, pasear por la orilla hablando de todo y de nada, eran actividades normales para cualquier pareja (y todo parecía indicar que en cierto modo nosotros dos también lo éramos) si no fuera porque aquellos días la política ocupaba el centro de todas las conversaciones y enmarañaba hasta los momentos más románticos.

La semana que viene el Partido me ha encargado que movilice a unos campesinos del Alentejo para "recuperar" unas tierras en poder de un latifundista – me contó muy orgulloso mientras lamía con deleite un helado de vainilla, tirado en la toalla de lado y guiñando un ojo por el fuerte sol de mediodía – Si quieres venir, hay sitio para uno más en el camión.

No, gracias. En fin, mientras no sea la finca de mi familia – suspiré resignado.- Está en Santa Clara de Louredo, en el Campo de Beja.

Tranquilo, no iremos por esa zona.

Había pensado ir el 19 a la manifestación que hay anunciada en la Fuente Luminosa. Espero que no te moleste. De todos modos para entonces estarás fuera. – le miré de soslayo oteando su previsible irritación.

Joder, Nuno, ¿para que quieres mezclarte con esa gentuza? Con un fascista en tu familia es suficiente ¿no crees?

Yo no lo veo así. No creo que Soares sea ningún fascista. Tengo entendido que estuvo en la cárcel varias veces en tiempos de Salazar.

Eso no significa nada ¿Quién no pasó por la cárcel en aquella época? El compañero Cunhal, por ejemplo

¿Te refieres a Alvaro Cunhal, el dirigente de tu partido?.

Sí, claro. Para nosotros todos somos compañeros, del primero al último. No hay clases en el Partido.

Solo piensas en términos de partido, el Partido por aquí, el Partido por allá…parece que no puedes hacer nada sin la aprobación del Partido.

Hay algo que seguro que hago sin la aprobación de mis compañeros. Está claro que ellos no aceptarían lo que hacemos tú y yo. Pero me da igual, ya lo ves.

Ya es un avance. Esperemos que vaya a más.

Tampoco les gusta nada Otelo, aunque en público se den palmaditas en el hombro. De hecho Otelo no es del Partido, pero yo le admiro como el que más.

Otelo es otro comunista, sea o no del Partido. Lo raro es que admirases a Freitas de Amaral, por poner un ejemplo.

Si sigues por ese camino, habrá tormenta. Mejor lo dejamos ahí. Vamos a bañarnos, el agua está muy rica hoy.

Aquel inolvidable 19 de Julio, en la Alameda, junto a la Fuente Luminosa, una ingente multitud de gente sencilla, de todas las tendencias (salvo comunistas, por supuesto), no sólo socialistas, sino también democristianos, gentes de orden que dicen, católicos y demócratas en general se reunió para protestar contra el gobierno promarxista de Vasco Goncalves. No cabía un alfiler en el recinto. Aquello era emocionante de ver, y demostraba a las claras la voluntad firme de la mayoría del pueblo portugués de resistir las pretensiones totalitarias del gobierno militar. Yo tenía claro en mi cabeza, y muchos así lo veían también, que después de 50 años de atroz dictadura fascista, que había envuelto a Portugal en una absurda guerra colonial, con una economía en bancarrota y con el terrible coste social del regreso a casa de los cientos de miles de colonos desperdigados por las antiguas colonias de ultramar, lo último que podíamos desear era una nueva dictadura de signo contrario que nos hundiera aún más en el pozo de la intolerancia y la arbitrariedad. El hecho de que Diogo y muchos portugueses como él no compartieran mi punto de vista me preocupaba enormemente, pero las cosas eran así, aunque en mi interior sabía que aún no era tarde para vencer en esta batalla contra el tiempo. Porque yo no me engañaba al respecto: era cuestión de tiempo, días, semanas, meses a lo sumo, hasta que el escenario político se aclarase y se terminara de decantar por la opción totalitaria (de derechas o de izquierdas, tanto daba) o la demócrata. El espectáculo maravilloso de aquella noche me infundió esperanzas y una confianza ciega en el liderazgo político de Mario Soares, como el único hombre capaz en esos momentos de hacer frente a la perfectamente engrasada maquinaria del gobierno Goncalves. Así lo veía yo y así se lo transmití a mi padre por medio de conocidos que iban y venían de Portugal a España, un fenómeno social muy típico de la época.

Al mismo tiempo que mis vacaciones llegaban a su fin, Diogo y yo aprovechábamos para hacer el amor en todo momento y lugar, llevados por la ardiente naturaleza propia de nuestros 18 años y por la evidencia de que si Portugal se transformaba en un estado comunista, como el sentido común inclinaba a hacer creer en esos momentos de euforia revolucionaria, no volveríamos a vernos nunca más. Por mucho que Diogo deseara fervientemente el triunfo de los suyos y la (supuesta) justicia social infinita que traería ese hecho, lo cierto es que secretamente él esperaba que los políticos consiguieran llegar a alguna solución de consenso que permitiera que gente como yo (y quien sabe si hasta un redomado fascista como mi padre) pudieramos compartir el mismo suelo que ellos.

Hicimos el amor tantas veces como nuestras fuerzas nos permitían. En una memorable ocasión le comí la polla detrás de unos arbustos en un parque público, a la hora del crepúsculo, se corrió en mi cara, y yo, por puro amor, sin saber si me gustaría el sabor, me tragué la lefa, tras lo cual nos morreamos, compartiendo el regusto de los restos de su leche caliente en mi boca. Otro día, nos colamos en un portal entreabierto en Alfama, ya de madrugada, nos pusimos cariñosos, y, en menos de cinco minutos, me folló el culo con su desparpajo habitual y se corrió dentro para evitar molestias a los vecinos. Aquello me pareció una situación morbosísima, aunque con el tiempo he sido consciente de nuestra falta de originalidad. Los parques y los portales, de poder hablar, contarían la cansina historia de las innumerables parejas que les visitaban de tapadillo en la noche profunda para desahogar sus libidinosas mentes.

No recuerdo donde, tal vez paseando juntos por el parque de Eduardo VII un sábado por la mañana, que se me ocurrió una posible solución al conflicto paterno-filial:

Escucha, Diogo, he tenido una idea, a ver que te parece

Soy todo oidos.

He pensado que tal vez podría matricularme en la Universidad aquí en Lisboa. Tal vez con el tiempo la situación política mejore y mis padres regresen

Tu padre debería regresar, pero esposado y directo al trullo. Lo sabes muy bien.

Eso es cuestión de opiniones. Dejemos a mi padre en paz. ¿Que te parece la idea? ¿La encuentras factible?

Diogo resopló envuelto en un mar de emociones encontradas. No sabía como expresar el cúmulo de impresiones que hervían en su interior.

La idea de estar juntos me encanta, Nuno, pero tu padre no te lo va a poner fácil. Además, piensa que si el Partido toma el poder, tendrás que adaptarte o marcharte del país, y eso me destrozaría el corazón, porque ni siquiera un comunista acérrimo como yo sé con seguridad si te seguiría al exilio o no.

¿Harías eso por mí?

Creo que tú no sabes aún lo que te quiero. No, no lo sabes.

Tras un momento de mágica empatía visual entre ambos, procedí a diseccionar mi plan. Le expliqué que convencería a mi padre de que alguien debía velar por sus por otra parte exiguas propiedades actuales en Portugal, actuar como un faro vigilante de sus intereses futuros en el país, como un heraldo que le anunciase la previsible victoria de los nuestros (fuesen éstos quienes fuesen) cualquier día, allanando el terreno antes de que él regresara triunfante dispuesto a recobrar lo perdido y cobrarse venganza.

Eso no va a suceder, Nuno. El pueblo no lo permitiría, ya lo vas a ver.

Bueno, eso es lo que le haremos creer entonces. De ilusión también se vive.

Tu padre no es ningún imbécil, por mucho que le desprecie. En seguida sospechará que hay algo más, y cuando eso ocurra querrá saber a toda costa de que se trata.

Siempre puedo decirle sin mentir que me he enamorado y no puedo separarme de mi gran amor.

Bueno, es una posibilidad. Una chica podría ser una buena excusa, pero dudo que él la de por válida. Si la situación aquí se deteriora te exigirá que vuelvas a España, con los suyos.

De pronto me dio un acceso de risa fácil, que ocultaba un velado nerviosismo.

¿Te imaginas lo que pasaría si descubriera lo nuestro? No quiero ni pensarlo. Mi padre es tan católico que no pasa un día sin ir a misa. Si a mi madre no la hubieran tenido que extirpar el ovario tras mi nacimiento, estoy seguro que seríamos ocho o nueve hermanos. Los anticonceptivos les parecen tan repugnantes como a ti un discurso de Marcelo Caetano.

Diogo me miró sonriendo complacido. Yo sabía que el depuesto primer ministro de la dictadura provocaba en él una fobia visceral.

Tienes que dejar de pensar en lo que haría tu padre. El ya no tiene posibilidad más que de reclamar tu vuelta, y, como mucho, desheredarte si te pones terco. Si estás dispuesto a pagar ese precio por nuestro amor, no hay nada más de lo que preocuparse. El tiempo de los tiranos ya ha pasado.

Viendo como se comportan los tuyos no estoy yo tan seguro.

Hay una diferencia neta. Los míos no esclavizan, desatan las cadenas del capital.

Como prefieras. Vamos a tomar algo, anda.

El cielo era azul y luminoso, como en un cuadro de Velázquez. Pero en mi interior intuía que la tormenta, familiar, social y política, estaba a punto de estallar. Las cosas iban a cambiar, quizá para siempre, y yo necesitaba saber cuando, como y porqué ocurriría. Nos alejamos del parque hablando de vaguedades y buscando una terraza al aire libre donde tomar unos vinos en paz y olvidarnos de la fragilidad de ese algo inerte que llamamos felicidad.

(Continuará)