Verano caliente en Lisboa (2)

Nuno y Diogo muestran sus diferencias políticas en presencia de la madre de éste último. Cuando Diogo le conduce a su nueva habitación, Nuno no puede creer donde va a dormir, pero lo que menos imagina aún es la desinhibición de su amigo en materia sexual.

Tenía una misión que llevar a cabo en Lisboa. Mi padre había sido muy claro al respecto:

  • Que parezcan unas vacaciones…nada que objetar si vas a la playa , a Estoril o Cascáis, por ejemplo, y conoces una chica guapa con la que pasar el rato.

  • Así tendrá que ser, porque salvo Diogo, suponiendo que siga allí, todos mis amigos están fuera de Lisboa. Va a ser un verano aburrido, papá. Con toda esa gente enloquecida por las calles, y el calor agobiante del río. Pero cumpliré lo que me pides si tú me prometes que me dejarás matricularme en la Universidad en septiembre. Así conseguiré dominar el español mucho más rápido.

  • Bueno, bueno, hijo, ya veremos. No entiendo para qué quieres estudiar Derecho teniendo un puesto de trabajo asegurado en la oficina de tu padre. Recuerda que eres hijo único y que un día habrás de heredar todo esto –y echó un vistazo global a la estancia madrileña en la que se encontraban- y también mis negocios, si Dios y España lo permiten.

El plan de mi padre era maquiavélico. Con la excusa de visitar a mi abuela paterna y vigilar nuestras posesiones en Lisboa, Estoril y la finca del Alentejo, mi padre quería que rescatara y pusiera a buen recaudo unos documentos comprometedores que podrían hacerle mucho daño de caer en manos de sus enemigos políticos, y que con las prisas de la huida había dejado olvidados en un rincón seguro de la casa.

Seguro que esa gentuza ha estado hurgando en mis papeles. Pero no habrán encontrado lo que buscaban. Quiero que cojas esos papeles y los entierres en un lugar seguro, a ser posible en el jardín de casa o en Estoril. Que no te vea nadie hacerlo, ni siquiera Celso ¿entendido? Hoy en día no hay que fiarse de nadie, y hasta el sirviente más fiel puede hacerse comunista de un día para otro.

Entendido, papá. Será como tú quieres.

Y no estaría mal que te dieras una vuelta por Lisboa y observaras el ambiente, a ver que conclusiones sacas. Tú eres un chico listo, Nuno. Quiero saber tu opinión sobre lo que está pasando allí. Dicen que el tal Soares tal vez podría hacer algo…pero no sé que pensar. Está todo tan confuso. Eso sí, en cuanto notes peligro, te vuelves a España. Y si te quedas atrapado, que tal como están las cosas por ahí no me extrañaría, te escondes en casa de la tía Agata. El desgraciado de tu primo es medio revolucionario y te puede echar una mano.

De acuerdo. Así lo haré. Aunque también me puede ayudar Joao, el hijo de Celso y Belinha. Ahora tiene un cargo importante en el MFA.

No me hables de ese desagradecido, por favor. Ni lo mientes… Toda una vida pagando los estudios a ese muerto de hambre para que luego se alíe con esos comunistas de mierda que me lo han quitado todo.

Bueno , todo, todo, no, papá. No veo que estemos viviendo debajo de un puente, precisamente.

Porque soy más listo que todos ellos juntos. Pero por falta de ganas no ha sido. Ten mucho cuidado con ellos. Son dogmáticos y rencorosos. No te fies de ninguno. Hazme caso y te irá bien.

Empezaba a pensar que mi padre, después de todo, llevaba razón en parte. Diogo parecía haberse transformado en un robot de opiniones dogmáticas y demoledoras, y su insolencia adolescente no parecía conocer límites.

Estarás cansado. Te acompaño a tu cuarto –dijo Belinha haciendo ademán de coger mi maleta.

Diogo la frenó en seco.

Espera, mamá. Creo que Nuno ya es mayorcito para llevar su propia maleta. ¿No ves lo fuerte que está? Se ve que te alimentan bien en España. Estarás a gusto allí rodeado de carcas, ¿no?

Si, Belinha. Tiene razón tu hijo. No hay ninguna razón por la que no pueda llevar yo mi maleta. Me has tenido muy mal acostumbrado estos años. Demasiados mimos, tal vez.

Olvídate de los mimos – comentó Diogo con un deje de desprecio- y sígueme. Te conduciré a tu nueva habitación.

Pero Diogo…- su madre se echó las manos a la cara en gesto de desolación.

Sí, mamá. Ya es hora de que Nuno conozca cual va a ser su posición en esta casa a partir de ahora.

Ah ¿sí? ¿Y cual va a ser? – pregunté expectante.

Mira, guapete, esta casa ya no es de tu familia. Ahora pertenece al pueblo portugués.

Que yo sepa yo también pertenezco al publo portugués. Me corresponde una parte de la casa ¿no crees? – observé con ironía y ya sin escandalizarme de nada.

En eso llevas razón. Aquí somos todos iguales. Y cuando digo iguales, eso incluye también al hijo de un enemigo del pueblo como tú. Al fin y al cabo, tú no tienes la culpa de los pecados de tu padre.

¿Fue un pecado también que te pagara los estudios en un colegio privado religioso? – observé mientras subíamos la escalera principal rumbo al parecer a las habitaciones de invitados.

Diogo no contestó. En lugar de eso, saludó a una mujer que fregaba la escalera con un pañuelo en la cabeza. Para mí era una total desconocida.

  • Buenas noches, Clara.

  • Buenas noches, hijo. ¿Un nuevo inquilino?

  • No exactamente. Es un huésped, un antiguo amigo que se va a quedar por un tiempo limitado. ¿Verdad, Nuno?

  • Así es, al parecer. Buenas noches, señora.

  • Buenas noches, joven. Diogo

  • Dime

  • Perdona que me inmiscuya, pero ¿donde va a dormir el huésped? Ya no queda una habitación libre en toda la casa.

  • No te preocupes, Clara. Dormirá en mi habitación. Hay espacio de sobra.

Clara se echó a reir.

-Por supuesto que sí. Había olvidado que duermes solito en esa cama tan grande.

Yo estaba alucinado. No pude por menos que intervenir.

¿te refieres a la cama de

Diogo me interrumpió.

Eso es, la cama de matrimonio del potentado y su mujer. Sorteamos las habitaciones entre todos los inquilinos y me tocó en suerte la de ese fascista. Que le vamos a hacer.

Seguimos caminando por el pasillo. No se veía un alma, dada la hora tan avanzada, pero se escuchaban ruidos de toses, gente hablando en voz baja, y había juguetes de niños por todas partes, y un olor extraño, desconocido en esa casa, a humanidad en estado puro.

No pude por menos de preguntarle:

Por lo que veo habéis convertido mi casa en un hostal. ¿En eso consiste vuestra idea de justicia social?

Escucha, Nuno. No vamos a discutir ahora. Nunca lo hemos hecho y no vamos a empezar ahora. Solo te diré que aquí viven ahora cuatro familias de retornados, aparte de la mía, sin ningún problema. La casa era muy grande para una sola familia de privilegiados.

¿Te refieres a familias de colonos africanos?

Sí, así es. Los Machado vienen de Mozambique, Los Horta de Guinea-Bissau, y los Guimaraes y los Rocha proceden del norte de Angola. La cosa está muy mal por allí, y creen que no tienen futuro en esas tierras tras la independencia.

Bueno, no es que esté de acuerdo con todo esto, pero si al menos ha servido para paliar un poco el infortunio de esa pobre gente

Por una vez has dejado de hablar como tu padre – Diogo sonrió timidamente, pero su rostro se iluminó completamente. Parecía otra persona radicalmente distinta – Y hablando de tu padre, recuerda que por tu propio bien no debes decir a nadie de quien eres hijo. Lo digo por tu propia seguridad.

Sí, ya veo. Así lo haré. ¿Y quien se supone que soy a partir de ahora?

Baja la voz,- susurró Diogo pasando frente a la puerta de mi antigua habitación-

La señora Machado es muy cotilla, y se pasa las noches en vela llorando por su hijo, que murió en una emboscada en el norte de Mozambique. Pobrecilla, lástima que el muchacho luchara en el bando equivocado. Así han ido tantos jóvenes a una muerte segura. Menos mal que ahora la Revolución ha puesto fin a esa sangría injusta.

No me has respondido a la pregunta

Da igual quien seas. Nuno, un amigo de las Azores ¿Qué te parece?

Si lo dices porque los azoreños no se muestran muy partidarios de vuestra revolución, me parece muy bien. Yo también soy azoreño entonces.

Esa gente está intoxicada por los Estados Unidos. Ellos quieren quedarse esas islas ¿es que no lo ves? Ya entrarán en razón, no te preocupes.

Entramos en la habitación, que se mantenía aparentemente igual que un año atrás. En el tocador de mi madre, en vez de sus potingues y cremas para el rostro, loción de afeitar y colonia barata. Por todas partes, libros de marxismo y filosofía política. Y en el cabecero de la cama, donde antes había un crucifijo y un cuadro de la Virgen de Fátima, Diogo había colgado un cartel reivindicativo revolucionario.

25 de Abril siempre –leí en el cartel- en fin, si de verdad pudiera ser así… ¿Por qué todo tiene que torcerse con el tiempo, hasta las cosas más nobles y verdaderas como esta Revolución de idealistas? – pensé para mis adentros.

Deshice la maleta sin ganas mientras Diogo canturreaba una canción revolucionaria de moda. Una pregunta inquietante me vino a la mente de pronto. Se la formulé con la misma tranquilidad de siempre, intentando no levantar sospechas.

Oye, Diogo, ¿Qué ha pasado con el despacho de mi padre?

Ah, te refieres a ese asqueroso lugar donde hacía sus turbios negocios

No empecemos, por favor.

Lo siento, pero necesitábamos espacio para los hijos de los Guimaraes. Son muchos y no cabían todos en la habitación de al lado.

¿Y que ha pasado con los muebles que había allí?

De momento están en el desván. Pero muy pronto pasará a recogerlos un amigo mío chatarrero y se los llevarán para repartirlos entre gente necesitada.

Eso es una buena idea, y muy revolucionaria – observé irónicamente. Eso quería decir que había llegado justo a tiempo y debía darme prisa.

Bajé a cenar un poco de pollo con patatas que me había preparado Belinha.

-No debes hacer caso de las tonterías que dice Diogo – me advirtió ésta bajando la voz en la cocina- Está muy raro últimamente.

-Sí, ya lo he notado.

  • Es todo cosa de la edad.

  • Bueno, yo también tengo 18 años y conservo la cabeza en mi sitio, Isabel.

  • Sí, tiene razón, pero es que Diogo es un chico muy sensible, mucho más de lo que aparenta. El idolatra a su hermano, para él Joao es un héroe, aunque no es más que un militar como tantos otros.

Su madre había dado en la clave. Antes, cuando vivíamos juntos, éramos inseparables. El formaba parte de mi pandilla, aunque su nivel social no tenía nada que ver con el nuestro. Pero entonces eso no parecía importar. Mi padre estaba orgulloso de esa amistad, al menos hasta cierto punto. Había límites que no estaba dispuesto a aceptar, como era invitarle a las fiestas de alta sociedad que se celebraban a veces en casa, incluyendo mi cumpleaños. Por eso luego lo celebrábamos más informalmente en la calle o en el Parque Eduardo VII. Ahora, sin embargo, todo un mundo de diferencias irreconciliables parecía conspirar para enfrentarnos. A pesar de todo, seguía queriéndole como siempre.

  • No te preocupes, Belinha. Conseguiré que cambie de idea respecto a mí. Volveremos a ser tan amigos como antes, te lo prometo.

  • Dios te oiga, hijo. Diogo es un buen chico, se le pasará, esto es una moda.

Cuando subí al fin, me crucé con un desconocido de mediana edad que se dirigía al baño de la primera planta. Nos saludamos cortésmente. Supongo que tendría que acostumbrarme a esa absurda situación. Un extraño en mi propia casa.

Entreabrí la puerta. Todo estaba a oscuras. Una figura resultaba reconocible al fondo. Era Diogo, en camiseta y calzoncillos, que se disponía a meterse en la cama. Se escuchaba débilmente a lo lejos, en alguna habitación, el sonido de un transistor, que no sintonizaba precisamente Radio Renascenca, como en otros tiempos, sino proclamas mucho más acordes al espíritu de los tiempos. Procedí a desnudarme, y opté por quedarme en calzones sin camiseta, dado el asfixiante calor de aquella noche de julio.

Diogo se quedó mirando sin disimulo mientas me cambiaba, o eso me pareció, porque no podía distinguirle bien. Estaba fumando un cigarrillo, y el humo de las volutas me llegaba claramente desde su lado de la cama.

  • Veo que te has hecho un hombre desde que estás en España.

  • Tú también, eso no depende del país. Son cosas de la edad.

Me metí en la cama sin taparme. Diogo se echó a reir de repente.

  • ¿Y esto también es cosa de la edad? –y se palpó un bulto enorme que se adivinaba en sus gayumbos.

Aquel bulto empezó a crecer y amenazaba reventar el blanco envoltorio que le recubría. Por alguna razón que desconozco, a mí me empezaba a pasar lo mismo.

Parecía que el tiempo se había detenido en aquella habitación, o tal vez fuera la excitación morbosa de pensar que en aquella misma cama mis padres habían hecho el amor muchas veces, y seguramente me habían concebido allí mismo.

(Continuará)