Verano al natural (5)

Finalmente el destino une a los dos hermanos.

Mi última semana allí fue un verdadero infierno, aún la recuerdo como la peor semana de mi vida. No porque Isabel volviera a reprocharme mi actitud, que no lo hizo, ni porque dejara de hablarme, que tampoco lo hizo. Simplemente porque retrocedimos a la relación que teníamos antes de aquel viaje, la relación de una hermana con su hermano menor, conversando de temas irrelevantes y sin confianza alguna.

No, su actitud hacía mi no fue lo peor, lo peor fue sentirme como yo me sentía conmigo mismo. Un miserable que no había sabido apreciar lo que tenía y lo había perdido de forma irremediable.

Así las cosas, no tardé en asumir que lo mejor sería retirarse y volver a casa. Cuando se lo comenté a Isabel no mostró reacción alguna, simplemente dijo que me llevaría al autobús. Eso fue todo.

Por lo que respecta a Patricia, no la volví a ver. No tenía ánimo, ni valor para ello, ni tan siquiera deseo por ella.

Mi última noche, cenamos los dos juntos sin apenas hablarnos. Cuando terminamos salí al porche y me senté en la escalera, como aquellas noches que tanto me hicieran disfrutar. Estuve largo rato sin hacer nada, y casi diría que sin pensar en nada, con la mente en blanco.

Pasado un rato apareció Isabel, se sentó a mi lado y por fin habló.

No puedo dejar que te vayas así – dijo – tengo que darte una explicación.

¿Por qué dices eso? – contesté – en todo caso debiera ser yo quien te diera una explicación.

No – replicó – tú no tienes nada que explicar, lo tuyo es tan claro como previsible. Eres un chico joven, sin experiencia y una mujer madura con la que has estado jugueteando desnuda el día anterior te ha llevado a la cama.

Agaché la cabeza, nada podía decir.

Además – continuó – no sería yo la más indicada para reprocharte nada. Fui yo quien encendió en ti el deseo, y quien propició con mis provocaciones a uno y otro que pasara lo que pasara.

Entonces no entiendo nada – repliqué – No entiendo tu enfado conmigo, pensé que eran celos.

No, nada de eso, no eran celos. Bueno, en parte también – admitió – Pero no como tu te imaginas.

Hizo una pausa. Se pensó si seguir hablando o callar definitivamente. Finalmente lanzó un suspiro y prosiguió.

Bueno – Habló, al fin – Es algo difícil de explicar, pero espero que lo entiendas. No sé si recuerdas un día en que me preguntaste por mi relación con los chicos y si no me aburría aquí tan sola. Sí, me aburría, además llevaba mucho tiempo sin una relación con un chico.

No sé como ocurrió, es algo en lo que nunca antes había pensado, pero un buen día Patricia y yo estábamos en su casa tomando el sol, las dos desnudas, no era la primera vez, pero aquel día mientras me echaba crema en la espalda noté que su tacto era distinto y al poco estábamos besándonos y acariciándonos.

Desde entonces hicimos el amor una y mil veces y puedo asegurarte que para mí ha sido mejor amante que muchos hombres. Muy pocas veces he gozado como con ella.

No quiero confundirte, no soy lesbiana, ni ella tampoco. Bueno, supongo que a esa conclusión ya habrás llegado tu solito. Para mí ha sido la primera y única vez con una mujer, pero ella ya había tenido varias experiencias con otras mujeres antes. No me arrepiento, de hecho ha sido una experiencia maravillosa.

Por eso, al verte llegar aquella tarde, y conociendo a Patricia, supe lo que había pasado sólo con verte. Me sentí doblemente traicionada y apartada por los dos. Ahora lo veo de otra forma, realmente tu no sabías que yo estaba con ella y ella, por supuesto, tampoco sabia de nuestros juegos, aunque no puedo dejar de pensar que el día antes, cuando tu saliste a correr, mientras hacía el amor con ella, ella estaba pensando en meterte en su cama.

Espero que ahora me entiendas.

No podía creerlo, ni en mis más turbadoras fantasías había imaginado algo así. Isabel y Patricia no eran simplemente buenas amigas, eran amantes. Era increíble y sin embargo todo empezaba a tener sentido. Efectivamente ahora podía entenderlo y alcanzar a comprender todo el daño que le había hecho sentir a mi hermana. Mientras duró su confesión no levantó la vista del suelo, no puedo imaginar cuanto le costó contarme todo eso, pero ahora se sentía aliviada y liberada de su pesada carga. Nuevamente volvía a sonreír.

No esperó comentario alguno por mi parte. Yo tampoco habría acertado qué decir, era mejor callar.

Bueno, eso es todo – Concluyó – Simplemente quería que lo supieras.

Se levantó me dio un beso en la mejilla y se metió en la casa.

Me quedé un rato meditando sobre lo que mi hermana me acababa de confesar. Comprendí que ninguno de los dos tenía derecho a juzgar al otro, ni mucho menos de que arrepentirse, aunque nos hubiéramos hecho daño.

Entré en la casa. Las luces estaban apagadas, pero la luz de la luna iluminaba la estancia con suficiente claridad. La puerta de su habitación, al contrario de las últimas noches, estaba abierta de par en par. Estaba tumbada, tapada con la sábana y mirándome fijamente. Entonces se destapó, mostrándome su bello cuerpo desnudo, oculto para mí desde aquel día, y clavó su mirada en mis ojos.

Me acerqué, entré en su habitación, me quité la ropa quedando desnudo como ella y me metí en su cama.

Por vez primera nos besamos en los labios, sin frenesí, con una pasión contenida y calmada, moviendo casi imperceptiblemente nuestras lenguas por nuestras bocas y abrazándonos casi sin tocarnos. No podría precisar el tiempo que estuvimos así pero pareció eterno, no teníamos prisa. Lo mejor era dejarse llevar y seguir su ritmo.

Estábamos tumbados de lado frente a frente, abrazados muy pegados. Poco a poco Isabel iba bajando la mano hasta alcanzar a rozarme el culo para volver a subir la mano a la cintura. Cada vez bajaba más su mano y la posaba más tiempo en mi trasero. Yo la imitaba y acariciaba una y otra vez sus nalgas. Tan pegados como estábamos ella debía sentir mi polla presionándole el vientre.

Tras unas largas caricias se incorporó, me hizo tumbarme boca arriba y se sentó encima de mí, justo sobre mi estomago de tal forma que la punta de la polla le rozaba el culo a cada movimiento que hacía. Tomó mis manos, abrazadas a su cintura y las deslizó hasta llegar a la altura de su pecho. Comencé a acariciarle las tetas con la palma de ambas manos, luego deslizando mis dedos por sus pezones hasta excitarlos. En ese momento se inclinó acercando sus maravillosas tetas a mi cara ofreciéndomelas para besarlas, las recorrí con mi lengua y succione sus pezones con todas mis fuerzas.

Entonces se volvió a incorporar, levantó su vientre y se fue deslizando hacia abajo mientras con una mano me cogía la polla y se la metía en el coño. Aquello era el paraíso, por primera vez hacía el amor con mi hermana y ni en sueños habría podido imaginar algo tan placentero.

Isabel movía sus caderas sobre mi cuerpo con suavidad, sin entrar y salir, tan sólo un leve movimiento que nos hacía gozar el máximo. Si abría los ojos la veía sonriendo, mostrando todo el placer que nos estábamos dando en su rostro, y veía el bamboleo de esas tetas que me volvían loco al ritmo de sus caderas que mis manos aferraban.

Fue diferente a todo. Para mi sorpresa, tardé bastante en correrme. Cuando lo hice, al notarlo ella, se paró y contrajo la pelvis alrededor de mi polla como si no quisiera dejar escapar ni una sola gota de mi semen. Ella no se corrió, la conocía bien y sabía cuando había alcanzado el orgasmo. Sin sacar la polla de su cuerpo se inclinó y me besó una y otra vez en los labios, permaneciendo unidos hasta que se me quedó flácida del todo y se salió de su coño.

En ese momento se acostó a mi lado, tomo mi mano y se la llevó al chocho. Ahora era su turno. Los dos sabíamos que yo conocía los secretos para volverla loca con mi tacto. Noté su coño inundado por la mezcla de nuestros jugos, le metía el dedo en la vagina y jugaba con su clítoris tal y como había aprendido en los días anteriores, no tardando en comprobar, ahora sí, como su cuerpo se arqueaba en tensión apresándome la mano entre sus piernas. Ella también había tenido su orgasmo.

Cuando recuperó la respiración nos abrazamos con fuerza. Acariciaba su pelo, mientras sentía su aliento en mi cuello. Al poco, mi polla, volvió a animarse, y tan pronto como Isabel lo notó se separó de mí, se recostó de espaldas y abrió las piernas. Me coloqué encima de ella y volví a penetrarla. Mi primera embestida fue salvaje, lo que no le gustó, porque me agarró del culo y comenzó a dictarme el ritmo que debía seguir. Ya estaba cansado y no hacía mucho que me acababa de correr, por lo que tardé bastante en volver a hacerlo, lo que mi hermana agradeció, porque ella lo hizo dos veces entre tremendos jadeos que, de no haber vivido tan aislados, habrían despertado a toda la vecindad.

Cuando terminé, ambos caímos exhaustos, tumbados ahora uno al lado del otro cogidos de la mano. Nos habíamos convertido en dos amantes perfectos, con una compenetración absoluta y, lo más sorprendente de todo, sin abrir ninguno de los dos la boca para decir palabra ni una sola vez. Finalmente, rendido, caí en un profundo sueño.

No acababa de amanecer cuando, más dormido que despierto, noté que me estaban acariciando la polla que, al igual que yo comenzaba a desperezarse. Era Isabel, que apoyada sobre su codo, me miraba mientras me acariciaba. Al verme despierto se deslizó hacia la parte de debajo de la cama y comenzó a besarme los testículos y pasear la lengua por el pene hasta que, completamente listo se lo metió en la boca.

No tenía con quien comparar, pero mi sensación era que mi hermana era una experta comiendo pollas. Rodeaba con sus labios mi polla y se la metía y se la sacaba de la boca una y otra vez, paseando la lengua por la punta. Cuando noté que me iba a correr puse la mano en su pelo, quería avisarla, y entonces lo que hizo fue meterla en su boca, tan profundo como pudo, haciéndome estallar en su garganta. No dejó que una sola gota se saliera de su boca.

Cuando terminé volvió a ponerse mi altura y me dio un beso en la mejilla. Yo llevé la mano a su coño pero la apartó entrelazándola con la suya con firmeza.

Es tarde – Habló por fin – No tenemos tiempo, tenemos que prepararnos o perderás el autobús.

No quiero coger ese autobús. – Respondí.

Lo sé – replicó – ni yo quiero que lo cojas, pero sabes que es lo mejor.

¿Por qué? – protesté – ¿Por qué es lo mejor? ¿Es qué te arrepientes de lo que ha pasado? Porque yo no.

No, no eso – Contestó – Claro que no me arrepiento, lo que ha pasado ha sido maravilloso y, en cierto modo, creo que tenía que ocurrir así. Pero no sería prudente deslizarnos por esta senda, antes o después nos haríamos daño. Es mejor dejarlo así, será nuestro secreto y un precioso recuerdo.

¿Quieres decir que no volverá a ocurrir? – Pregunté con tristeza.

No lo sé – Respondió – Quién sabe si volverá a ocurrir o no. Puede que sí, pero no podemos pensar en continuar así. Nunca podremos ser una pareja normal, somos hermanos. Es mejor parar ahora.

Supongo que tienes razón – Asumí con resignación – Pero eso no es lo que yo deseo ahora mismo.

Ni yo – concluyo – pero los dos sabemos en el fondo que es lo mejor.

Se levantó dejándome abatido y pensativo en la cama. Esa misma noche había echado dos polvos con una mujer maravillosa que, además me regalaba mi primera mamada, y todo iba a terminar nada más iniciarse. Nada se podía hacer, así que me dirigí al baño.

Isabel estaba secándose, dejándome admirar, suponía que por última vez, su cuerpo desnudo. Como de costumbre, mi polla no tardó en reaccionar, provocando su sonrisa. Se volvió a recoger sus cosas de la ducha y se agachó. La visión de su culo redondo en pompa provocó que me acercara pegándome a ella. Al sentirme volvió la cara.

Ni se te ocurra – Protestó – Me acabo de duchar y no tenemos tiempo.

Sí que tenemos, y puedes ducharte conmigo – Repliqué mientras le agarraba las tetas.

No tienes remedio – Contestó resignada.

Empezaba a mojarse. Ella sentía la misma excitación que yo, así que sin cambiar de postura me abrí camino en su coño metiéndosela desde atrás. Los dos jadeábamos y al poco me corrí clavándosela hasta el fondo.

Nos metimos en la ducha y, de pie y bajo el agua, hice que ella también terminará masturbándola por última vez.

Finalmente cogí ese autobús como estaba previsto. Al cabo de unos meses anunció su regreso a casa, que esperaba con excitación. Según se acercaba el momento mi nerviosismo aumentaba. Cómo sería su actitud hacía mi, la de dos hermanos que se quieren o la de dos furtivos amantes.

Me llevé una gran decepción, no por su actitud, sino por lo que nos anunció. Estábamos en casa de nuestros padres y no podía comportarse de otra forma que como una hermana mayor, pero según llegó nos comunicó que regresaba a Australia, nada menos que en dos días. Además los dos días siguientes eran Sábado y Domingo, con toda la familia en casa.

Llegó el Domingo y no habíamos tenido oportunidad ni tan siquiera de quedarnos solos para hablar. Me levanté pronto como de costumbre, al igual que ella. Al verme dijo que, aprovechando que ese día era de apertura de tiendas, quería hacer unas últimas compras y me invitó a acompañarla. Acepté de inmediato, por lo menos podríamos hablar tranquilamente. Cogimos el coche de nuestro padre y salimos.

Por el camino me contó que se iba porque no le apetecía quedarse aquí y que la oportunidad que le había surgido era magnifica. Los dos confesamos que nos echaríamos de menos. Luego me dijo que finalmente se había reconciliado con su amiga Patricia, aunque no habían vuelto a acostarse. Creo que mentía, pero supongo que no querría hacerme daño.

Con la conversación no me fije que el camino que llevábamos era el contrario al de nuestro supuesto destino. Sólo lo advertí cuando entramos en el aparcamiento de un hotel de las afueras.

¿Qué hacemos aquí? – Pregunté sorprendido.

No digas nada – Contestó llevándose el dedo a los labios en gesto de silencio.

Pidió una habitación, y llave en mano nos dirigimos a la misma. Nada más cerrar la puerta comenzó a quitarme la ropa a toda prisa mientras hacía lo propio con la suya.

Estuvimos dos horas, no había tiempo para más. Tiempo en el que follamos como dos salvajes haciendo todo lo imaginable. Volvió a comerme la polla, yo le comí el coño por vez primera y la penetré en tantas posturas como pude imaginar. Ahora si nos habíamos despedido de verdad.

A la tarde marchó, no me dejo que la acompañara al Aeropuerto, no quería dar un espectáculo ni ponerse en evidencia.

No ha vuelto desde entonces, y la echo de menos, tanto como ella a mí, aunque ella tiene ahora una especie de novio, dice que no es una relación demasiado formal pero yo creo que sí. Nos escribimos mucho y de vez en cuando nos mandamos fotos desnudos por e-mail. Las mías las hago con el disparador automático pero a ella, normalmente, se la has hace su novio, dice que le excita pensar que me las va a mandar mientras el pobre chico se las hace sin suponer cual va a ser su destino.

No sé que pasará cuando vuelva. Si volveremos a hacerlo o realmente aquella mañana en el hotel fue la última vez. Pero lo que sé es que mi estancia con ella cambió mi vida para siempre y que será difícil encontrar alguien que la supere, aunque seguiré buscando.