Verano al natural (3)

Los dos hermanos se inician en el placer de la masturbación mutua.

A la mañana siguiente me despertó el ruido de mi hermana preparando algo en la cocina. Me levanté y la encontré de frente batiendo huevos en un bol, en principio esto no habría tenido nada de particular, pero sí tenía algo de particular que llevara un delantal sin nada debajo. "Madre mía", pensé, "ya empezamos". Cómo no iba a estar todo el día pensando en ella y matándome a pajas, era imposible resistirse, las tetas se le salían por los lados de los tirantes, que apenas cubrían sus pezones.

Buenos días – me saludó como si tal cosa – Estoy haciendo tortilla de patata. He pensado que podríamos ir otra vez donde estuvimos ayer, nos llevamos la comida y las toallas y podemos pasar el día tomando el sol. ¿Te parece?

Vale, me apetece un montón – Y vaya que si me apetecía, un día entero viéndola en pelotas, cómo no me iba a apetecer.

Se dio la vuelta para empezar a hacer la tortilla y vi que tampoco llevaba bragas. No sé por qué, pero pensaba que si las llevaría, era increíble, mi hermana dándome una de esas visiones con las que sueña todo mortal. Una mujer cocinando desnuda, sólo con un delantal. No me cansaba de ver su culo morenito, tan redondo, tan firme.

¿Ya estás mirándome el culo? – Dijo sin volverse. Parecía leerme el pensamiento.

¿Y que quieres haga? – respondí – Si me lo enseñas no me voy a tapar los ojos.

También tienes razón. Es que me gusta cocinar desnuda, bueno me gusta estar desnuda siempre. De hecho, creo que voy a pasar más tiempo desnuda, así a lo mejor empiezas a acostumbrarte y dejas de tener tus problemas.

¿A ver ahora cómo estás? – dijo volviéndose y fijando su vista en mis boxers.

Bueno, más o menos – No se podía decir que tuviera una tremenda erección, pero desde luego mis boxers dejaban ver una protuberancia al frente. – Hay cosas que no le pueden dejar a uno indiferente.

En fin, supongo que irás acostumbrándote.

Al igual que el día anterior, nos dirigimos al lago, pero esta vez directamente, sin dar rodeos por el parque. Al llegar vimos que en el sitio donde habíamos estado, había una pareja tomando el sol, él con bañador y ella con su bikini. Parecían de unos cincuenta años y con pinta de alemanes o algo así. Isabel me señaló otro sitio, a algo menos de cien metros. "Demasiado cerca", pensé, "Desde aquí nos van a poder ver perfectamente, me temo que hoy no hay baño en pelotas".

Extendimos las toallas, y nos sentamos en ellas a contemplar el paisaje y reponernos un poco del paseo. Efectivamente, podíamos ver claramente a la pareja, por lo que ellos también podrían vernos a nosotros, lástima. Como a los cinco minutos de estar sentados, Isabel se levantó y dijo.

Voy a pegarme un chapuzón, estoy muerta de calor.

¿Estás loca? – pregunte. Parecía mentira, todavía no conocía a mi hermana. – Te van a ver.

Ya, ya sé que me van a ver. ¿Qué quieres que le haga? No me voy a aguantar sin bañarme porque me vayan a ver. Si me ven que me vean, a lo mejor así se llevan un alegrón.

Y así fue, porque en un principio, la pareja no parecía haber reparado en nuestra presencia, pero cuando Isabel comenzó a meterse desnuda en el agua, los dos, que estaban tumbados, se incorporaron sentándose en las toallas mirándola descaradamente. No es que pudieran verla con todo detalle por la distancia, pero resultaba evidente que estaba desnuda y eso les debía llamar la atención.

Sorprendentemente yo estaba tranquilo, quizás Isabel tuviera razón y me iría acostumbrando poco a poco a verla desnuda. Eso me dio confianza, y pensé que al fin y al cabo estaban muy lejos y no los conocía de nada, así que me quité la ropa y fui al agua con mi hermana.

El tío era absolutamente descarado. Miraba fijamente hacía donde estábamos, le debía dar el sol de cara, porque se ponía la mano en la frente como una visera, pero no dejaba de mirarnos. Se lo comenté a Isabel.

Ya me he dado cuenta – dijo – Oye, si así es feliz, déjale. A lo mejor no ha visto una tía desnuda aparte de su mujer en mucho tiempo. Pues ella no te quita ojo – añadió – le deben gustar los jovencitos. Déjales que disfruten.

Salimos del agua y estuvimos un rato de pie en la orilla secándonos al sol continuando nuestro show. "Verás" decía mi hermana, y meneaba la cabeza de un lado a otro como si quisiera secarse la menea bamboleando sus enormes tetas.

Hasta entonces había permanecido muy tranquilo, pero aquello no podía dejar indiferente ni a aquel tío ni a mí. La cosa empezó a venirse arriba, por lo que me tumbé boca abajo en la toalla, mientras Isabel me miraba de soslayo, dándose perfecta cuenta de mi estado.

Fue hacía su mochila y cogió el bote de crema de protección solar. Se sentó en mi toalla y me dijo.

Estás muy blanquito, como no te pongas algo te vas a quemar. ¿Te pongo un poco de bronceador?

Vale

Y empezó a aplicarme crema muy despacito y con mucha suavidad por la espalda, bajo hasta la rabadilla dándome un suave masaje a la vez que me aplicaba la crema y siguió hasta el culo. Lo masajeó a conciencia, primero acariciándolo con un par de dedos, luego suavemente con la palma de la mano para finalizar masajeándolo fuertemente con ambas manos.

Aquello era demasiado, mi hermana sobándome el culo yendo mucho más allá de lo que se supone que es echar crema a alguien. Mi polla a punto de estallar y yo tratando de pensar en cualquier otra cosa, pero era imposible. En esos pensamientos estaba, mientras ella acababa con mis piernas y acercaba su boca mi oído susurrándome.

Date la vuelta.

No hace falta – contesté, no quería dar un nuevo espectáculo – más tarde si acaso.

No seas tonto y date la vuelta, sé perfectamente como estás, no trates de disimular que es inútil.

Lo hice, dejando mi polla en grado máximo de excitación a la vista de mi hermana. Cerré mis ojos, no me atrevía a mirarle a la cara, pero ella no abrió la boca. Comenzó a untarme el pecho muy despacito y con mucha delicadeza, tras un rato que me pareció eterno, posó sus manos en mis muslos y los masajeó con la misma delicadeza, al hacerlo rozaba mis testículos con sus dedos en un movimiento que parecía involuntario, hasta que con una mano los rodeó y ya sentí que aquello no era inconsciente, sabía lo que hacía.

Mi polla parecía haber cobrado vida, intentaba levantarse a punto de reventar. Noté una mano que la asía con gran suavidad, dos dedos comenzaron a recorrerla por su base subiendo alguna vez hasta la misma punta. Aquel movimiento continuó hasta que se hizo patente que no me quedaba mucho para llegar al final, entonces la agarró con la palma de su mano meneándola salvajemente hasta que estallé. Siempre he eyaculado en gran cantidad, incluso pajeándome todos los días, así que inundé su mano y mi tripa con mi propio semen.

Abrí los ojos y me encontré con la más dulce sonrisa que jamás haya visto. No dijo nada, limpió mi estomago con su mano y se levantó a enjuagarse al lago.

No era posible, mi hermana, no contenta con provocarme de forma constante apareciendo desnuda ante mí, acababa de hacerme una paja. La primera vez que una mano distinta a la mía tocaba esa polla y, desde luego, era mil veces mejor que nada que hubiese experimentando con anterioridad. ¿Dónde nos llevaría esto?, Yo ansiaba tocarla, hacerle lo mismo que ella a mí, pero qué hacer, acaso ella estaría esperando que le correspondiera, o era simplemente una especie de lecciones, un aprendizaje que ella me regalaba sin nada a cambio.

Entonces reparé en la pareja de la otra orilla. Se habían puesto de pie y entraban en el agua a darse un chapuzón, nada de particular si no fuera porque estaban tan desnudos como nosotros. Iban cogidos de la mano y tan pronto como el agua les cubrió algo más de la cintura comenzaron a besarse en los labios, mientras él acariciaba su espalda bajando las manos hasta el culo de la mujer.

Estábamos a cierta distancia, por lo que no podía apreciar con detalle como eran, pero si hacerme cierta idea de su aspecto y lo que hacían. Él era un tipo bastante y alto y de complexión fuerte, ella en cambio era la típica bajita regordeta con unas tetas aún más grandes que las de mi hermana, pero en las que, desde luego, la fuerza de la gravedad se había dejado sentir. Aún así tenía cierto encanto.

Al rato, él inclinó la cabeza y comenzó a mamarle las tetas haciendo que ella se dejara llevar inclinando su cabeza hacía atrás, y de repente, con un rápido ademán la cogió en brazos, rodeando ella con sus piernas la cintura de su amante y comenzó un movimiento rítmico que no dejaba mucho lugar a la duda sobre qué estaban haciendo.

Se la estaba follando en medio del lago, a plena luz del día con una pareja de desconocidos a escasos cien metros de distancia observándoles. "No hay duda de que nos han visto, eso les ha calentado y han decidido imitarnos", pensé.

Vaya, parece que se han motivado viéndonos – dijo Isabel. Levanté la vista y observé que seguía de pie en la orilla, mirándoles sin disimulo. Se había llevado una mano a la entrepierna moviendo ligeramente sus dedos, los mismos que escasos instantes antes habían provocado que me corriera.

Eso parece – contesté.

¡No me lo puedo creer! – exclamó – Están echando un polvo delante de nosotros. No había visto nada así en mi vida.

Permanecimos en silencio un buen rato mirándoles hasta que en un momento dado, él se paró alzando la cabeza al cielo mientras ella le abrazaba con todas sus fuerzas. Estuvieron así unos instantes hasta que la depositó en el suelo y, otra vez de la mano, regresaron a la orilla saliendo del agua, sin volver la vista hacia nosotros en momento alguno, hasta ponerse fuera de nuestro alcance.

Entonces Isabel se giró, retiró la mano de su entrepierna, se acercó y se sentó a mi lado.

Es lo más tierno y a la vez lo más excitante que he visto en mi vida. – y añadió – Hacía tiempo que no me sentía así, me he puesto como una moto.

Que suerte tenéis que a vosotras no se os nota.

¿Y quién te ha dicho que no se nos nota? – protestó – No es tan evidente como vosotros, pero también se nos nota.

¿En qué? – pregunté.

La piel se nos sonrosa, aunque en mi caso, con lo morena que soy, eso pasa desapercibido. El pecho se nos pone duro, y los pezones tiesos. Fíjate – me dijo, dirigiendo sus ojos a sus pezones que, en efecto, estaban duros y puntiagudos - Luego los labios vaginales y el clítoris se nos hincha, ¿lo ves? –añadió abriéndose de piernas, enseñándome su coño abierto- y estoy que me derrito, aunque eso no se ve a simple vista, estoy más mojada que si me hubiese hecho pis encima.

No contesté, pero la cara de no entender nada que debí poner fue suficiente respuesta.

Anda, dame la mano – dijo.

Cogió mi mano y se la llevó al pecho con sumo cuidado, dejándome acariciar su seno. Luego tomo mi pulgar y mi índice y con ellos, formando una pinza, pellizcó su pezón.

¿Ves? – comentó – como una piedra.

Asentí, retiró mi mano de su pecho, y volviendo a abrir las piernas la puso entre ambas. Por primera vez experimenté esa agradable sensación. Era un calor que quemaba a la vez que reconfortaba y notaba su humedad por toda la palma de mi mano. Tomó mi dedo anular y recorrió su clítoris una y otra vez.

Así – añadió lanzando un suspiro – A las chicas nos gusta que nos acariciéis ahí, así es como nos masturbamos, ¿sabes?. Pero tienes que hacerlo con mucha delicadeza y suavidad. Y mira – retiró el dedo y lo dirigió a la entrada de su vagina – Esto es la vagina – añadió – aquí puedes meter el dedito, pero sólo cuando este muy mojada, y con mucho cuidado. Eso sólo debes hacerlo cuando notes que ya estoy muy excitada.

Entonces, se tumbó lentamente, cerró los ojos, volvió a tomar mi mano y la posó nuevamente en su coño. Tomé ese gesto y sus palabras como lo que eran, una clara invitación a que ahora fuera yo quien la hiciese gozar.

Comencé a acariciar muy suavemente su clítoris, primero con un dedo y luego con dos, incrementando el ritmo a medida que aumentaba el ritmo de sus jadeos. Con su mano tomó la que me quedaba libre. Yo seguía acariciándola, ahora con la palma de la mano mientras llevaba mi dedo a la entrada de su vagina, su ritmo era cada vez más fuerte, entonces le metí un dedito sin dejar de frotar el clítoris con la palma de la mano. Ella apretó la mano que me quedaba libre con todas su fuerzas, se arqueó y lanzó un sollozo. Había tenido un orgasmo.

Abrió los ojos, me miró con su tierna sonrisa y me hizo recostarme a su lado con nuestras manos entrelazadas.