Venus de fuego (06 - Final)
A Venus le fue bien, Johnny aprendió la lección de no dejarse untar demasiado. Todo tiene que ir medido.
Así fue. El dolor se inició cuando ella me estaba extendiendo el bálsamo por los testículos. Fue como el pinchazo de una gran aguja que se extendió por todo el pene y luego pasó a instalarse en los testículos. Me dolía el bajo vientre y no era un dolor para reírse. Ella terminó su tarea y sacando de su maletita de viaje un pañal especial me lo puso con gran esfuerzo. Allí quedó Johnny transformado en un bebé grande, con un pañal sobre su culito y la sensación de que Venus me había gastado una mala pasada. Para calmar el dolor la pedí una copa doble y que me encendiera un cigarrillo. Se sentó a mi lado y me acarició la cabeza.
¡Pobre Johnny!. Como venganza sugería que podía contarme las experiencias más duras de su vida. Se sonrió y no tuvo empacho alguno en comenzar a narrarme su vida de puta de carretera. Yo la escuchaba con los dientes apretados por el dolor. Pero pronto el bálsamo comenzó a hacer efecto. La escuché interesado hasta que sin transición me quedé dormido. Soñé que caminaba con la polla enhiesta por las calles y que todas las mujeres me hacían pasar a sus dormitorios donde me encadenaban hasta conseguir la satisfacción debida. Me explicaba que los dioses me habían castigado por buscar el placer carnal por encima del espiritual. Yo no podía creer que los dioses fueran tan injustos. Pero continué mi largo periplo, caminando por las calles, desnudo, con el miembro erecto apuntando como una pistola. Los caballeros se reían, me daban palmaditas en la espalda y me preguntaban si tendría bastante con aquel castigo o tendrían que llevarme de ciudada en ciudad, de país en país y de continente en continente hasta que la picha se me cayera a pedazos. Noté cólera en sus voces y rabia y deseo de venganza.
Las damas se acercaban, se sonreían, me cogían de la polla y tiraban de mí hasta sus casas. Notaba el dolor en todo el cuerpo y pedía a gritos, suplicaba que me dejaran descansar un momento, solo un momento. Ellas no se inmutaban. Me tendían en sus lechos. Se desnudaban con gestos obscenos. Bailaban la danza del vientre para mi y ponían sus coños frente a mis ojos, aplastaban bien mi nariz para que pudiera oler aquel coctel de marisco. Me agradaba el olor y me sentía culpable por ello. Me enseñaban sus cuerpos con lubricidad, sacaban sus lenguas como si me fueran a hacer la gran mamada y yo me sentía culpable de abandonar mi petición de clemencia a los dioses para disfrutar de aquellos espléndidos cuerpos y notar el deseo en mi vientre. Era consciente de que mientras los deseara no sería perdonado pero no podía dejar de desearlos, no quería.
Me despertó el aroma de un guiso. Venus estaba en la cocina. Me acerqué con mi pañal en ristre. Ella me dijo que no era buena cocinera. Necesitaba que yo echara una mano. Lo hice encantado. Almorzamos con apetito voraz. Un plato de spaguetti a la boloñesa y unos gigantescos chuletones. Todo ello regado con un exquisito vino tinto. Fue una comida muy agradable y en la sobremesa nos contamos algunos de nuestros mutuos secretos. Tal vez me decida a contárselos en otro momento.
Fue un día largo. Venus no podía dejar de pensar en el placer que había sentido a lo largo de la noche. Deseaba que al menos intentara montarla otra vez, pero yo me excusé. Mis bajos estaban en ruinas y no quería que aquel dolor, aquellas punzadas, volvieran de nuevo. No obstante no pude librarme de trabajar su cuerpo con mi boca y con mis manos. Besé y acaricié sus pechos y pezones hasta llevarla al orgasmo. Introduje mis dedos por delante y por detrás hasta conseguir que ella se sintiera feliz. Quiso darse más potingues pero no la dejé. Tan solo un poco de crema en el clítoris para que mi índice no la hiciera daño. Al llegar la noche caímos totalmente agotados, pero yo no pude librarme de aquella maldita pesadilla. Todas las mujeres del mundo, gordas, flacas, jóvenes, viejas me arrastraban por la polla a sus cuartos y de allí no me dejaban salir hasta satisfacerlas.
Estuvimos en la casa de la sierra otros dos días. Acepté volver a practicar sexo con Venus con la condición de dejar los potingues a un lado. Esta vez con calma y de forma natural disfrutamos lo justo y charlamos por los codos. Una vez pasado el efecto de los afrodisiacos y de los orgamos encontré a Venus menos deliciosa. Su cuerpo continuaba siendo espléndido pero su labia me crispaba. Dejó de hablar de sexo y comenzó a hacerlo de dinero. Tenía grandes planes para el futuro. Iba a ser millonaria y yo podría acompañarla en un crucero por el mundo. No quise hacer la pregunta pero me salió de dentro. Quise saber si después de lo que había disfrutado podía plantearse el sexo como un negocio. Me dijo que nunca olvidaría aquellos días pero que el sexo como todo, tiene sus ciclos. Cuando uno de aquellos viejos verdes la montara el sexo no sería otra cosa que el clic de la caja registradora. Anotaría un ingreso y si estaba de humor pensaría un poco en mi mientras el otro intentaba besarla. No, no, amigo, esto requiere un plus a convenir.
Me sentí un poco asqueado. Pero al fin y al cabo no creo que el placer que yo busco en la mujer sea más elevado que el que ella busca en el dinero. ¿O sí?. Puede que tal vez a mi me guste más la comunicación con la mujer, el placer compartido, las historias que nos contamos mutuamente. Puede que lo mio sea un poco mejor que lo de Venus. Tan solo un poco. Si yo amara de verdad sería monógamo. Encontraría la mujer de mi vida y con ella lo compartiría todo. ¿O tal vez eso es también un engaño?. ¿Existe el verdadero amor o solo es la pasión del momento que se extingue con el tiempo?.
Volví a ver a Venus de fuego en más ocasiones. Una vez pasado el aprendizaje con ella quedábamos a veces para tomarnos un cafelito y charlar. Experiencias como la que nosotros habíamos vivido unen aunque no se quiera. En alguna ocasión accedi a volver a repetir aquella orgía de fuego, placer y dolor. Yo también había quedado un poco tocado. Claro que hablé con Lily de lo sucedido. Ella me explicó que los hombres sensibles como yo no podían permitirse el lujo de embadurnarse de potingues hasta el cuello. Lo justo, solo lo justo, Johnny, me dijo ella riéndose. Y me enseñó a encontrar el punto justo en unas cuantas orgías con ella. Fueron especiales, muy especiales. Sin dolor, con calma, con mucha conversación y mucho cariño. En ellas Lily me contó cosas muy íntimas que solo se las contaría a su diario, del que entonces no sabía de su existencia.
Venus disfrutó mucho conmigo en aquellas orgías que acordamos repetir una vez al año, el día del aniversario. Tengo muchas más cosas que contar de ella, pero tal vez deba hacerlo en otra ocasión. Lo que sí les adelanto, y me alegro por ella, porque de alguna manera se lo merecía, es que logró atrapar a un millonario. Un viejecito decrépito se quedó prendado de sus carnes en una playa de la Costa Azul, donde había ido a pasar las vacaciones. Lo engatusó con su cuerpo y con los potingues de Lily que se había llevado sin su permiso. Consiguió que no se muriera la primera noche y al día siguiente él la llevó a la vicaría, sin pensárselo dos veces. El viejecito le duró unos cuantos años, no imagino cómo. Tal vez le engatusara con los potingues pero no permitiera que los usara mas que una vez al año. Solo por esperar ese momento el viejecito puso todo a su nombre, desheredando a un pariente lejano, y cuando murió Venus se convirtió en la madurita de moda.
Salía en las revistas, estaba en todos los saraos y cuando su dinero no fue bastante para impedir que saltara el escándalo de su anterior vida de prostituta, se retiró por el foro con gran dignidad. Ahora, según me dice en su última postal, se siente un poco cansada de la vida. Ha perdido su lozanía y así la vida no la compensa, a pesar de su dinero. Tiene una hermosa mansión en algún lugar oculto que no voy a desvelar para que la prensa rosa la deje en paz. Me acaba de invitar al aniversario. Una costumbre que no hemos perdido nunca, ni siquiera en sus años de casada ejemplar. Iré, no tengo dudas. Yo también estoy jubilado aunque no tan viejo como ella. Me dedico a mis negocios y llevo una vida tranquila, dedicado a la cultura y alguna mujer hermosa pasa de vez en cuando por mi lecho. Luego de mi aventura con la escritora dejé de pensar en la posibilidad de casarme. Lo hubiera hecho con ella -me ayuda a escribir estas memorias- pero sus hijos fueron un obstáculo demasiado serio para que nuestra relación saliera adelante. Somos grandes amigos y hacemos el amor cuando nos apetece, leemos juntos, vamos al cine o a la ópera y disfrutamos de la vida. En cuanto a Marta no la he vuelto a ver. Fue la gran tragedia de mi vida, pero eso es mejor que lo lean en mi diario.
¡Venus, Venus de fuego!.El sexo, la pasión y unos potingues de Lily unieron nuestras vidas. Fue agradable y tú fuiste una buena mujer a pesar de tu desmedida afición por el dinero. Otros tienen otras pasiones más mezquinas.
FIN