Venus de fuego (05)

A Johnny nunca se le olvidará que una vez deseó tener el miembro erguido como un asta de por vida. Los potingues de Lily pueden hacer milagros, ¡pero qué milagros!.

VENUS DE FUEGO V

No sé el tiempo que tardamos en calmarnos. Venus debería sentirse aplastada bajo el peso de mi cuerpo, pero no se quejaba. Me agarraba cada vez con más fuerza y gemía suavemente. Acercó su boca a mi oreja, la mordisqueó ligeramente y como si le costase un esfuerzo terrible, como si aquel susurro saliera de sus entrañas y no de su boca, me dijo: Te quiero, Johnny. Apenas fue un silbido en mi oreja, pero comprendí que había logrado más de aquella mujer que todas las pollas anónimas que habían aposentado su deseo por unos segundos en aquel vientre. Unas lágrimas furtivas salieron de mis ojos, como con prisa y se deslizaron por las mejillas hasta mi boca. Noté el sabor salado en mi lengua cuando las recogí. Acerqué mis labios a su oreja y con voz clara, sin titubeos, dije: Te quiero Manoli, eres hermosa y eres buena. ¡Ojalá encuentres un día el hombre que te mereces!.

Y entonces ella se echó a llorar a lágrima viva. Sollozaba como un volcán a punto de explotar. Lloraba sin inhibiciones, sin miedo a nadie y a nada. Lloraba por su vida, por su muerte, por el amor y por el odio, por mi y por ella, por todo aquello que nunca conseguiríamos. Intenté calmarla y al no lograrle tapé su boca con mis labios en un largo e intenso beso, ardiente, puro fuego. Así permanecimos con el alba entrando por las rendijas de la persiana.

Cuando nos calmamos decidimos ir juntos a la ducha. No podíamos separarnos, al menos no ahora. Allí, bajo el agua caliente, reímos y lloramos como dos niños. Nos besamos y abrazamos. Pegamos nuestros vientres y dejamos que el agua escurriera por nuestras espaldas. Nos secamos juntos, como pudimos y regresamos a la habitación también juntos, como dos siameses pegados por el vientre. Ambos necesitábamos algo reconfortante. Nos servimos un trago tan juntos que los vasos chocaban a cada movimiento. Echamos un largo trago y otro fuego nos recorrió por dentro. Regresamos a la cama hundida. Nos reímos. Busqué sobre la mesita un cigarrillo y lo prendí. Aquel humo me supo a fuego. Ella me pidió que encendiera uno para ella. No fumaba pero le apetecía.

Fumamos en silencio, mirándonos a los ojos y mirando nuestros cuerpos. Mi pene aún conservaba algo de la brutal estimulación sufrida. Ella lo acarició con delicadeza y entonces revivió poco a poco. Terminamos los cigarrillos y la copa. Nos besamos y ella bajó con su boca por mi pecho hasta la pelambrera de mi pubis. Con la punta de su lengua fue cicatrizando cada herida de aquel trozo de carne de triste aspecto. Lo cogió con la mano y estiró la piel hacia abajo. El glande quedó al aire, color púrpura. Lo acarició con la punta de su lengua y yo comencé a sentir otra vez aquel dolor y aquel placer. Me tumbé hacia atrás y dejé que ella me reviviera.

Fue una experiencia digna de un dios del Olimpo. Venus tenía una especial maestría para saber el ritmo y la intensidad necesarias para hacer revivir al muerto. Lo introdujo en su boca y lo absorbió hasta su garganta. Luego suavemente fue bajando y subiendo con él en la boca. No se le escapaba. La boca bajaba hasta los testículos y todo el miembro quedaba en su garganta, clavado muy hondo. Comencé a gemir y a retorcerme. Ella no paraba, aumentando su ritmo. Al cabo de unos minutos noté el terrible dolor del pene en su plenitud. Estaba otra vez vivo y los restos de la pócima de Lily parecían revivir con él. Dejé que que Venus continuara hasta que ya no pude más.

Me retiré levantándome como si tuviera muelles en las piernas y la monté. Mi polla penetró otra vez en su vagina con increíble facilidad. Estaba lubricada, estaba otra vez en forma. Ella me hizo un gesto. Me estaba pidiendo que cogiera otra vez su necesaire y se lo alargara. Negué con la cabeza. Dije: No. Y repetí: No. Ella se echó a reir. No es para ti. Comprendo que no quieras pasarte el resto del día con la bolsa de hielo en los huevos. Quiero que me lo hagas por detrás y necesito una crema, sino me desgarrarías. No estoy acostumbrada y tal como tienes esa polla podría romper un ladrillo.

Le pasé lo que me pedía y ella hurgó un rato. Sacó otro tarrito y me dijo que le untara el ano sin miedo. Cogí con el índice de mi mano derecha un buen pedazo de crema, casi sólida, y busqué su agujero. Ella se había puesto boca abajo, las rodillas flexionadas. Tenía un culo hermoso, prieto, agradable a la vista y al tacto. Con las palmas de las manos lo abrí todo lo que pude y metí mi índice. Primero extendí la crema por fuera y luego, siguiendo sus instrucciones, cogí más y metí el dedo a fondo. Ella se encabritó un poco. Me haces daño. Vete con más cuidado. Continué untándola como para tomar el sol, suavemente. Sentía placer en que mi dedo entrara y saliera, en bajar por el canalillo sobre el agujero. Cuando hube terminado ella me pidió que nos pusiéramos de costado. La penetré por delante y me pidió que la acariciara suavemente con el dedo por detrás. Lo hice y noté que el agujero se abría más y más. Parecía estar excitándose al mismo ritmo que su clítoris que aún notaba hinchado. Con ritmo la penetraba por delante y mi dedo seguía el mismo ritmo por detrás. Era agradable y así podría haber pasado horas. Pero ella me pidió que pasara a la parte trasera.

Como la cama estaba en el suelo resultaba un tanto complicado. Ambos de mutuo acuerdo nos levantamos. Venus se apoyó en un extremo del sofá y yo me situé detrás de ella. La polla estaba otra vez reventando, aún se estiraba una micra más cada segundo. Me acerqué a ella. Coloqué el pene entre sus piernas y me incliné. Mi pecho en su espalda. Acaricié sus pechos con gran placer. Se los estrujaba cada vez con más deseo pero no parecía hacerle daño. Creo que sus potingues estaban aún más vivos que los mios. Con los dedos jugueteé con sus pezones y ella comenzó a gemir con ganas. Mientras mi mano izquierda seguía en su pecho, la derecha bajó a su sexo y jugueteó con él, con su pelo, con sus labios, con su clítoris. Comenzó a mover el culo con ganas y a gemir. Introduje el dedo en su sexo y fui penetrándola con él poco a poco. Gimió y me pidió que la penetrara por detrás. Me ayudé con la mano izquierda que dejó la suavidad de su pecho.

La punta rozó su ano y poco a poco fue penetrando en el agujero. Le costaba hacerlo porque aún no había adquirido plena elasticidad. Yo seguia con mi dedo y al mismo tiempo con las caderas iniciaba el ritmo de la penetración. Me retiraba un poco y luego introducía la punta en el agujero. Poco a poco su sexo se fue inundando de jugo, sus gemidos se hicieron más constantes y atrevidos. En el juego del mete saca el ano se iba ampliando más y más. Llegó un momento en que pude introducir entero mi pene. Ella gritó y yo también. Allí nos quedamos un tiempo. Me incliné sobre su espalda y la besé. El dedo seguía entrando y saliendo suavemente de su sexo. Sentía tanto placer como si aquel dedo se hubiera transformado en un segundo pene. Ella me indicó con rápidos movimientos de su culo que quería más marcha. Fui entrando y saliendo con mucha calma, el ano parecía haberse agrandado tanto como su sexo. Era muy agradable. Me encantaba la penetración anal. Más novedosa y llena de alicientes. Venus movía su culo a mi ritmo. El dedo continuaba entrando y saliendo hasta que no pude atenderle más y quedó allí, agarrado entre unos labios ansiosos. Ahora estaba muy ocupado intentando seguir el ritmo que me imponía el culo de ella. Parecía estar a punto de llegar otra vez al orgasmo. Yo también necesitaba hacerlo pronto o el dolor se haría imposible otra vez.

Saqué el dedo, puse mis manos en sus pechos y con furia comencé a penetrarla. El ano se había hecho tan grande que no tenía miedo de desgarrarla. Ella había dejado de gemir y sollozaba de placer. Bajé las manos de los pechos a las caderas y apoyándome con fuerza comencé una galopada hacia el orgasmo. Lo noté venir de lejos, menos doloroso, más suave pero igualmente delicioso. El sofá se movía hacia delante y nosotros con él. Sentí que llegaba y aceleré más el ritmo. Llegué y grité de placer. Ella me dijo que continuará. Mientras el pene iba descargando su mercancía no dejaba de jugar al mete-saca. Un poco de viscosidad seminal se deslizó de su ano bajando por el muslo derecho. Venus ayudó con un movimiento ya desesperado y explotó en una agitación de culo, de pechos que se bamboleaban en el aire y de grititos cada vez más acelerados. Chillaba como una ratita y no podía parar el movimiento espasmódico de su culo. Tardamos algunos segundos en controlar los espasmos de nuestros cuerpos. Luego me incliné sobre ella y dejé que mi pecho reposara sobre su espalda y mi cabeza entre su pelo.

Esta vez cada uno se duchó por separado y ella me alargó una especie de suavizante para mis partes. Salí de la ducha bastante entero. Acudí al sofá donde ella se había echado y me hice un hueco cerca de su culo. Me advirtió que Lily la había aconsejado no abusar de los potingues conmigo, creía que era muy sensible. Se disculpó por no creerla. Lily no tenía confianza en que yo me controlara, me dijo Venus. Me dio un bálsamo especial. Ahora te lo extenderé por todo el bajo vientre y luego te pondré un pañal. Sí no te rías, ya verás como dentro de un rato comienza a dolerte con ganas.

Continuará.