Venus de fuego (04)

Dicen que la risa va por barrios pero hay risas y risas.

VENUS DE FUEGO IV

Yo acabé antes de reírme que ella, se me contrajeron los músculos de la cara por el dolor que sentía bajo el hielo. Venus continuó riéndose un buen rato. Las carcajadas se fueron atenuando hasta casi desaparecer. Entonces se acercó, tumbándose en la cama a mi lado. Puso su mano derecha sobre la bolsa de hielo y notó que los cubitos casi se habían desecho. Tuvo la amabilidad de acercarse a la cocina y volver a llenar la bolsa con el preciado tesoro. Al colocar el remedio sobre mis males los acarició como al descuido y yo gemí sin inhibiciones. Me preguntó si me dolía. Respondí que mucho, muuucho.

-¿Qué puedo hacer por ti?.

Entonces, así como estaba, con la bandera a pleno asta, cubierta por la escarcha, se me ocurrió preguntárle cómo había alcanzado aquel título honorífico.

-¿Cuál?. Ja,ja. A mí no me nombrarán nunca marquesa. ¿Te refieres a Venus de fuego?.

Con el astil de la bandera saludando el alba, resultaba de lo más ridículo interrogar a una mujer sobre las razones por las que había adquirido el llamativo apodo de Venus y de fuego, nada menos. Ella captó lo divertido de la situación, me besó y mirándome todo el rato ( a las mujeres no les gusta nada mirar a las paredes cuando te cuentan una historia, lo que suele ser habitual en los hombres) inició su historia con la misma tranquilidad que si se la contara a su marido. Nada como el sexo para dar confianza.

"Verás, Johnny, no soy tan tonta como algunos creen. He oido comentarios que me hacen pensar que muchos me consideran fria, una máquina registradora, que solo se calienta al tacto del dinero. No voy a negar que me gusta el dinero y mucho. Eso no es un delito. En la vida la mayoría de las cosas que necesitas para sobrevivir, la comida, la casa, no se obtienen de otra forma. Y los grandes placeres de la vida no están precisamente al alcance de los pobres. ¿Qué tiene de extraño que me guste el dinero?. Dicen que la salud y el amor no se consiguen con plata. Los pobres suelen estar más enfermos que los ricos y en cuanto al amor, muchos me han confesado su amor cuando tenían la polla caliente, pero en cuanto se les ha desinflado, el amor ha volado como un pajarito. El amor dura lo que dura la pasión y ésta no aguanta mucho.

"Lo demás es costumbre o interés. En cuanto a que soy fria, pudiera ser que tantos años de mete-saca me hayan hecho una profesional desinteresada en los trabajitos que me hacen en el sótano. Puedo asegurarte cariño que me gusta el mete-saca, aunque necesito que me guste el hombre y que el momento sea el que yo elija. Los potingues de Lily me vuelven loca y si es con un macho cariñoso como tú no puedo resistirme.Habitualmente veo esto como un negocio, disimulo y engordo mi cuenta del banco. No siempre fue así...

Me contó que procedía de una ciudad de provincias, hipócrita y puritana, como todas. Ella era una chica de formas rotundas y ya de muy jovencita notaba el fuego que prendía en los machos. Por desgracia la consideraban tonta, un tanto lerda. No todos reciben un cerebro que les sirva para algo más que para llenar el hueco de la cabeza. Ella se sentía muy frustrada porque no aceptaban su compañía si no era para meterla mano y las mujeres la consideraban una idiota calienta-braguetas. En el instituto -donde repitió el primer curso tres años- los chicos la seguían a todas horas diciendo guarradas, obscenidades e intentando tocarla el culo o las tetas al menor descuido. No era agradable ser considerada un objeto y además tonto. Pronto decubriría que el juego podía llegar a ser divertido y placentero, si aprovechaba su chance.

Escogió al guaperas y en lugar discreto le permitió un concienzudo magreo. Cuando el niño guapo estuvo caliente intentó meter la picha en el agujero elegido por la naturaleza para apgar las calenturas, pero ella no era tan tonta como parecía. Sabía que de una tontería así muy bien podría nacer un niño y eso eran ya palabras mayores. Ante la grosera insistencia del adonis utilizó su mano, como bombera en ciernes, y apagó el fuego que consumía al guayabito, que dejó de hacer promesas de amor eterno en cuanto vació sus huevos.

No pudo callar aquella aventura- los hombres son así, boca grande y picha pequeña. Y le faltó tiempo para anunciar el nacimiento de una guarra de primera. Con esto logró que los otros llevaran a la práctica sus fantasías guarras mientras que él tenía que perseguir a la moza mucho tiempo para alcanzar sus objetivos. Por mamón, lengua suelta y picha-floja.Me dijo Venus entre risas.

Aproveché lo expansivo del momento para preguntar su verdadero nombre. Manoli, Manoli Rodriguez Perez. Contestó sin rubor al tiempo que me sonsacaba el nombre bautismal, que no les voy a decir por mucho que insistan. Entre ser tonta vox populi -esto lo digo yo que Venus no sabe latín- o ser guarrona y puta no va mucho a efectos teóricos, pero sí prácticos. Con lo de tonta no ganaba nada y en cambio con lo de puta sacaba un placer que nunca pensó nos pudiera dar la puta vida. Además de algún regalito de vez en cuando.

Pasó a mayores con cuidado y descubrió que las pichas del contorno llegaban más lejos de boca que con el cigarro en el agujero. Para alcanzar un orgasmo tenía que estar muy caliente, tanto como para entrar en ignición en la cuenta atrás de los diez segundos. La mayoría eran eyaculadores precoces, ejaculatio precox, calentorros sin control o futuros impotentes porque si a los quince no se te levanta a los cincuenta ya puedes buscarte una grua.

Todos se aprovechaban de ella y ella de todos. Solo que a Venus la llamaban puta y ellos eran los listillos de turno. La discriminación de la mujer tiene mucha historia, pero muy poca lógica. Tuvo que hacérselo con un profesor para descubrir que la penetración puede durar más de dos segundos y ser extremadamente satisfactoria (¡ofgg!, eso lo dijo ella). El profesor, un marido caliente y adúltero por principio, se arriesgó a que lo enchironaran amparándose en que donde entran cien entra uno más y a ver quién es el guapo que pilla mi picha en caso de tener que encontra una para tapar deslices. Se lo hacían en su coche o en casa, cuando la familia estaba de visita a los abuelitos. El siempre encontraba una buena disculpa para quedarse en casita con Manoli, futura Venus, dándole al mete-saca. Podía llegar a correrse hasta tres y cuatro veces en una noche. Los ojos de Venus estaban arrobados al contar esto y fijos en mi polla enhiesta con mirada golosa. A punto estuvo de darme una mamada pero miró su relojito de pulsera y se contuvo, ya habría tiempo.

El profesor la forzó tanto a hacerlo en periodos arriesgados que Manoli quedó embarazada. El muy cabrón ni usaba preservativos, ni me dejaba utilizar las pilules de su mujer. Se dará cuenta, me decía el muy cabrón. Vine a Madrid para abortar y para pagarme la intervención tuve que prostituirme. Me cogió un chulo por banda y me explotó con el cuento de mi virgo. Me entregaba a viejos verdes, decrépitos asquerosos, que tragaban con todo con tal de tener a una jovencita. Me enseñó algunos trucos para engañar a aquellos pardillos. Incluso alguno repitió dos veces y no dijo nada sobre mi virginidad. ¡So guarros!. Me veían tan joven que no podían imaginarse que en mi chochito ya hubieran entrado más pollas que reclutas por la puerta del cuartel. Entonces iba a cumplir los dieciocho años y ya tenía más mundo que Don Juan Tenorio.

Me hice mala y puta. Aprendí todos los trucos de la profesión y en cuanto pude dejé al chulo. Lily me encontró en un puticlub de carretera. Sí, no te asombres. Por aquel tiempo empezaba su negocio y buscaba lo mejorcito para los viciosillos con pasta larga. En aquel club de carretera me embestían una media de cuatro o cinco pollas de camionero por día. No disfrutaba apenas y terminaba molida. Lily no tuvo que esforzarse mucho. Buen sueldo, buenos clientes y un largo periodo de aprendizaje, que para mí serían como unas vacaciones, las primeras en mi vida. Dije sí y Lily arregló las cosas con el dueño del puticlub.

Me acosté con ella. Ya sabes que le gusta casi todo. No quedó satisfecha, porque a mí lo que me van son las pollas y si pueden ser grandes mejor. Durante casi un año me enseñó modales, a vestir, a comer como una dama, a no emplear un lenguaje basto, a no moverme como una puta. Fue agradable. Me llevó a los sitios más chic y al extranjero. Viendo cómo se las ponía a los hombres me permitió acostarme con algunos escogidos. Después del periodo de abstinencia y de media docena de bollos con Lily, no fueron más, yo estaba incandescente. No es extraño que a uno se le ocurriera llamarme Venus de fuego. Luego se lo dijo a Lily y con ese remoquete me quedé.

Miró su relojito de oro y sin más preámbulos se sentó sobre el objeto de mis preocupaciones. Se lo embutió con mucho cuidado y así, sentadita ella y muy cómoda, comenzó a bajar y subir, sin prisas. Esta vez no le urgía. Pero a mí si. Pasado el tiempo de la prudencia mi deseo de poseerla era ya insufrible. La descabalgué y como pude la monté. El ritmo del coito era sincopado. De vez en cuando tenía que detenerme para calmar el dolor. Iba a trancas y barrancas, dando bruscas sacudidas acuciado por el deseo y pausando el mete-saca porque aquel maldito trozo de carne tumefacto no explotaba ni a la de tres.

Venus llegó otra vez, ahora con menos aspavientos, con un placer calmoso y unos gemidos de gata ronroneante. Yo seguía y seguía, disfrutando hasta el paroxismo de aquel cuerpo sólido, rotundo, de piel suave y blanca como la leche (aún no había cogido sus vacaciones playeras anuales) pero rabioso ya por explotar. El orgasmo tiene un claro sentido, culminar cuando el coito ya está resuelto. Si continuas subiendo el placer como el ritmo en el bolero de Ravel, te puedes encontrar con que eso del coito infinito puede resultar más doloroso que placentero. Me dolía el pene, me dolían los huevos, me dolía el bajo vientre. Todo mi cuerpo era dolor mezclado con un placer inmenso, terrible. Me aferré a ella y me dejé llevar por una aceleración tal que todo mi cuerpo temblaba como una vara verde. Sudaba a chorros. La cama chirriaba a punto de venirse abajo.

Venus se había agarrado a mi como una lapa y subía y bajaba conmigo. Chillaba y pedía más. Me mordió el hombro, me clavó las uñas en el culo, y nuestros bajos vientres parecían estar pegados levitando sobre el lecho. No pude sufrirlo más, la penetraba con tal fuerza que hasta sentí miedo de que se rompiera. Y entonces exploté, noté que el miembro tumefacto se estiraba hasta el infinito y por su centro millones de espermatozoides se lanzaron al galope buscando atravesar los primeros el agujerito. Fue terrible el viaje hasta llegar a la puerta. El dolor me hizo chillar a grito pelado y en cuanto la primera andanada de espermatozoides pisó la cueva, rezumante de humedad y de jugos de todas las especies, de Venus el placer me abrió en dos. Grité, un largo gemido de placer salió de mi boca y se quedó flotando en el aire. Se unió Venus que llevaba llegando un largo rato y juntos nos pusimos a chillar como dos energúmenos. Nuestros cuerpos, empapados en sudor, se abatieron sobre el lecho que se vino al suelo con un estrépito increible.

Allí quedamos, uno sobre el otro, respirando como si nos fuera en ello la vida y de vez en cuando chillando para sacar fuera lo que nos quemaba dentro. El miembro no dejaba de dar sacudidas dentro de la vagina, espasmódicamente iba arrojando andanadas contra las cálidas paredes de carne. No creo que tuviera tantos espermatozoides que echar, pero el trozo de carne seguía moviéndose buscando llegar al final de aquel tunel. Me dolía tanto movimiento y deseé que se calmara pero no era posible, tenía vida propia, como la cola de una lagartija recién cortada. El placer no se calmaba. Me estreché con tanta fuerza contra el cuerpo de Venus que ésta gritó y no de placer precisamente. Allí permanecimos, dos cuerpos desnudos sobre una cama rota, enredados en un estrecho abrazo, como dos serpientes.

Las piernas de Venus haciendo una llave sobre mi espalda. Mis manos en su culo y mi boca respirando como podía al lado de la oreja izquierda de aquella espléndida mujer. ¡Ahhh!. ¡Ahhh!. Nuestros gemidos no se encontraban, como en una fuga sin fin. Y entonces me dije que el sexo era el mayor placer que pudo inventar la vida para aferrarnos por los huevos y no soltarnos.