Venus de fuego (01)

Venus de fuego era una máquina de sexo. Concretamente una máquina registradora.

CIEN MUJERES EN LA VIDA DE UN GIGOLÓ

I

VENUS DE FUEGO I

Hay mujeres cuyo sexo tiene tal parecido con una caja registradora que hasta suena la típica musiquilla cuando metes bola. Y hay hombres que han metido su pajarito en la caja fuerte, sin musiquilla, y ahí lo dejan muerto de risa hasta que alguien acierta con la combinación. De todo hay en la viña del señor. Venus de fuego era una de esas mujeres de espléndido escaparate que han descubierto la fórmula exacta para transformar su sexo en una máquina registradora, capaz de marcar cada polvo con un clinc y su cuenta corriente con un cero detrás de otro. Algo así como subo un orgasmo y pongo varios ceros a la cifra siguiente.

Iba a decir curiosamente, pero debo cambiar la expresión por precisamente por eso era una mujer de bandera. Una mujer con menos cuerpo que ella no habría podido hacerlo. Rubia, alta, cuerpo diez, pechos que llamarían la atención de un eunuco, caderas tan rotundas que una de sus sacudidas podría electrificarte y encenderte como una bombilla de mil watios. Piernas largas y formadas en uno de esos moldes perfectos que la naturaleza esconde en lugar secreto para distribuir un cuerpo por millón, al menos. Rostro de rasgos suaves, boca grande, labios gruesos y lascivos, ojos fríos, calculadores. En resumen, yo particularmente la describiría como una máquina de sexo. Tan solo con verla te empalmabas. En cambio ella apenas disfrutaba.

Poseía toda la técnica de una hetaira nacida para el sexo, pero era fría, muy fría, un témpano a su lado se encogería de frío. Tenías la sensación de estar metiendo la polla en un frigorífico con piernas y tetas. Claro que eso lo supe después. Lily no quiso estar presente en mi primera lección. Eso me puso sobreaviso, pero no me esperaba precisamente un robot sexual.

Que yo sepa ninguna otra madame obligaba a los nuevos a recibir lecciones de sus pupilas. Claro que Lily era la madame más extraña y seductora de la historia de la prostitución. Puede parecerles raro que sus pupilas aceptaran dar lecciones al nuevo semental, pero creo que les parecerá menos raro si les digo que Lily pagaba espléndidamente, tenía exquisito cuidado con respetar los días de descanso y las vacaciones cuando uno se encontraba un poco bajo de forma. Te cuidaba como una mamá cálida y amorosa y no permitía que los matones se acercaran a menos de cinco leguas. Con una madame así uno aceptaba dar lecciones gratis y aún se sentía agradecido.

Lily me dijo que mi primera lección la recibiría de Venus de fuego. Ella no estaría presente (siempre lo estaba porque le encantaban los menage a trois) porque tenía una cita muy, muy importante. Todos sabíamos que ella retrasaría cualquier cita por un buen menage a trois. Yo me toqué la oreja quedándome pensativo y pensando si el fuego de Venus produciría quemaduras sádicas o algo por el estilo. Nos adjudicó la casa número tres, un chalecito en la sierra. Tal vez pensando que en caso de necesidad podría correr al bosque cercano y prenderle fuego para calentarla. Desde luego es un poco exagerado lo que estoy diciendo porque Venus sabía calentar, cuando le apetecía hacerlo, naturalmente.

Llegamos por separado, no quiso acompañarme y tuvimos que utilizar dos de las limusinas que Lily pone a disposición de los buenos clientes. Hubo que utilizar dos chóferes que la requebraron a la llegada, mientras nos presentábamos, a pesar de que ambos la conocían sobradamente. Venus arrebata el aliento de los machos en piropos un poco antes de arrebatarles la cartera. A ella le encantan estas cosas, como por ejemplo que los hombres vayan con la lengua fuera tras su culo redondito y prietito. Tuvo el detalle de darles tan magra propina que me sentí avergonzado y les solté un billete grande a cada uno. La avaricia es una de las características de Venus de fuego, es rácana como nunca imaginé que se pudiera ser.

Le gusta que abran las puertas delante de ella, que la dejen pasar, que la sirvan una copita, que admiran su belleza sin par mientras se despoja del vestido como una diosa a la puerta del Olimpo. Todo eso hice alt tiempo que intentaba encontrar una frase para romper el hielo.

Antes de encontrar la dichosa frasecita ella ya estaba en el dormitorio. Se había bebido la copa, servida generosamente por un servidor, de un solo trago. Se tragó los cubitos de hielo sin inmutarse. En paños menores me pedía que hiciera un streptease para calentarla.

-A las mujeres también nos gustan los cuerpos de los hombres, no vayas a creer. Un buen estiptise nos ayuda a ponernos cachondas, ja,ja.

Su risa era destemplada, lo mismo que su voz, que poco tenía de dulzura, aparte de su timbre, muy femenino, eso sí. No se molestó en poner música, tuve que desnudarme con los contoneos y al ritmo que ella indicaba. Debo confesar que su gusto musical era detestable. Ante mi queja de ser incapaz de moverme sin música, puso en el equipo una de sus cintas favortias. La melodía era chabacana y la letra mejor dejarla.

Ya desnudo hice un rápido movimiento de caderas y tapé mi polla con las manos. Al destaparla estaba erecta y se movía al compás de la cargante musiquita, como si se hubiera contagiado de su ritmo chabacano.

-Creo Johnny que me va a gustar tu polla. Tiene el tamaño ideal, ni muy grande, ni muy chica. Sabes cariño. Me molestan las pollas grandes, son un incordio. No es que mi coño sea pequeño, pero...

Se despojó de las braguitas con el remilgo de una colegiala y me enseñó el triángulo venusino. Con dos dedos se separó los labios y pude ver que la entrada era muy holgada, eso sí.

-Ves. Aquí podría coger la mayor polla del mundo. Pero los hombres sois todos unos brutos, no sabéis hacerlo con delicadeza. Las pollas pequeñasn tampoco me gustan, hay que ayudarlas a entrar y luego se salen en lo mejor. Nunca sabes qué hacer para que el pajarito esté a gusto... ja,ja... Un incordio, como te digo.

La educación sentimental de Lily a lo más que había llegado era a hacer de ella una pija sin clase. No me sorprendió. Ni siquiera una maestra como Lily podría conseguir hacer de ella algo más que eso: una pija con cuerpo de Venus.

Lo estaba admirando sin tapujos. Ella se acababa de desprender del sujetador, que colocó con excesiva delicadeza sobre un sillón, por lo que pude apreciar se trataba de una prenda de primera, muy cara y llamativa. Era roja haciendo conjunto con sus braguitas y con su apodo llameante. Tenía que hacer honor a él en todo lo que se pusiera encima o se quitara, en sus gestos, en sus palabras. Tenía que ser puro fuego continuamenta. Y eso es imposible a no ser que seas bombero y vayas metido en un traje incombustible. Su vestido también era rojo y desde luego su cuerpo podría serlo si se la calentaba lo suficiente. Eso estaba claro. Todo podía ser muy bien rojo fuego, todo, menos su alma mezquina.

Continuará.