Venus a la Deriva [Lucrecia] (42).

Juguetes Sensuales.

Capítulo 42.

Juguetes Sensuales.

Mi departamento parecía un templo griego: todo blanco, mucho espacio y sin muebles. Sin embargo estaba feliz, era mío. Esa inyección de alegría me sirvió para salir a buscar trabajo con una sonrisa en los labios. Asistí a un par de entrevistas que me dejaron una buena corazonada, espero que me llamen. Mientras tomaba un café en un bar (que es uno de los pequeños lujos que me permito) me acordé de Selene, la chica de la tienda de ropa… la misma que me vendió los juguetes sexuales. No había vuelto a verla desde que me echaron de mi casa. Decidí hacerle una visita, no solo porque quería verla, sino también para pedirle un gran favor.

Selene me recibió con un fuerte abrazo, me encantó sentir la tibieza de las tetas de la rubia contra las mías, por unos segundos me quedé perdida en sus grandes ojos celestes, era como mirar un océano lleno de lujuria. Estuve tentada a besarla, no por un sentimiento romántico, sino por pura calentura. Me contuve porque, a pesar del momento tan erótico que habíamos compartido, aún no tenía tanta confianza con ella.

―Me alegra mucho verte, Lucrecia ―me dijo, con una simpática sonrisa―. Ya te extrañaba.

―A mí también me alegra ―dije, mientras nos dirigíamos a la parte de atrás del mostrador―. ¿Tuviste algún problema con mi tarjeta de crédito?

―¿Eh? No, ninguno. ¿Por qué?

―Ah, bien, me alegra saberlo. Al parecer mi mamá decidió saldar todas mis deudas, para quitarse un problema de encima.

―¿Pasó algo?

―No quiero cargarte con mis problemas, pero vine a pedirte un favor y para que entiendas por qué te lo pido, tengo que hacerte un pequeño resumen de lo que pasó en estas últimas semanas.

Le conté que mi madre me echó de casa, que estuve viviendo en la casa de Lara, mi novia, y que incluso tuve que pedir asilo en un convento. Además le mencioné mi nuevo departamento, haciendo énfasis en el detalle de que está completamente vacío… y en una situación muy parecida está mi cuenta bancaria…

―...por eso vine a preguntar si puedo trabajar acá, aunque sea unos días. Necesito dinero, lo que sea. No me importa que paguen poco.

―Ay, Lucre… ―Selene se arrojó sobre mí y me dio un abrazo aún más fuerte que el anterior. Siempre tuve el absurdo prejuicio de que las rubias son frías y distantes; sin embargo Selene me demostró que ella sí se preocupa por los demás―. Pobrecita. Me jode mucho que tu mamá te haya echado de tu casa por salir con mujeres. Y también me duele decirte que ―me soltó y me miró a los ojo―. No podés trabajar acá.

―¿No? ―dije, con el corazón encogido.

―Lo siento mucho, pero no. Con suerte me contrataron a mí. Mi jefa jamás admitiría a una segunda empleada. No lo ve necesario… aunque, siendo sincera, me vendría bien tener a alguien con quien charlar. Paso muchas horas solas, el negocio no marcha muy bien. Hay mucha competencia.

Otra cosa que siempre pensé de las rubias (especialmente de las que son muy bonitas) es que siempre están bien acompañadas, con muchos amigos y amigas. Selene era todo lo contrario. Ella estaba sola, quizás ni siquiera tenga amigas de confianza para hablar de sus problemas personales. A pesar de que sonríe mucho, parece estar siempre triste.

―Ya veo… ―dije.

―No te pongas mal. Sé que serías una excelente vendedora… pero vos estás para más… mucho más.

―Ese es el problema.

―¿Qué? ¿Por qué lo decís?

―En cada entrevista que tuve me dijeron lo mismo: Señorita Zimmer, usted está para más. Con sus capacidades y estudio no podemos tomarla. Busco cualquier trabajo sencillo, así sea de limpieza en una oficina, no me importa. El problema es que estoy sobrecalificada para esos trabajos.

―¿Pero qué tiene que ver? Si todavía no tenés el título universitario.

―No, pero ellos sospechan que algún día lo tendré y empezaré a exigir un aumento. Además… al saber sobre administración de empresas… creo que muchos tienen miedo de que empiece a exponer las cosas que hacen mal.

―Entiendo. Es como si un psicólogo tiene amigos… sus amigos siempre van a estar sospechando que los psicoanaliza.

―Algo así.

En ese momento entró alguien a la tienda. Se trataba de una mujer de cabello castaño que debía tener entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Parecía algo desorientada. Nos miró con miedo, como si fuera un gatito ante un perro grande. Agachó la cabeza y empezó a mirar precios en las etiquetas que colgaban de la ropa.

―¡Ay… volvió! ―la exclamación de Selina fue tan tenue que apenas pude oírla―. Esa es Olivia ―me dijo, susurrando―. Sinceramente creí que no iba a volver.

―¿Y por qué estás tan contenta? ¿Compra muchas cosas?

―No es eso. Una vez charlamos sobre esos juguetitos que tengo en el depósito, y me dio la impresión de que estaba interesada en comprar alguno. Desde ese día empezó a venir ocasionalmente y siempre hace lo mismo: da vueltas, me mira, mira las etiquetas, no compra nada y se va. Es obvio que quiere preguntarme sobre los juguetes sexuales, pero no se anima.

―Ay, pobrecita. No la culpo. Para mucha gente no debe ser fácil admitir que quieren comprar juguetes sexuales.

―Lo que más pena me da es que ella vive sola… por lo que sé, no tiene pareja. Es decir: se debe morir de ganas de tener alguna emoción en la vida, aunque sea con un dildo.

―Sí, entiendo. ¿Y por qué no la ayudamos un poco a decidirse?

―¿Y cómo vas a hacer? ¿Le vas a preguntar si quiere comprar un pene de plástico?

―No, a vos te conoce, pero a mí no me vio nunca. Si le digo eso, se va a asustar y va a salir corriendo. Lo que podés hacer, si te animás, es traer una caja con algunos juguetitos, los ponés arriba del mostrador e intentá vendérmelos a mí. O sea, no los voy a comprar, porque no tengo dinero…

―Ya entendí ―Selene se puso de pie, una radiante sonrisa se dibujó en su cara―. Podría funcionar. Ya vengo.

No tardó más de un minuto. Regresó con una caja de buen tamaño llena de dildos, vibradores, plugs anales y demás. Sacó algunas cosas y las puso sobre el mostrador de vidrio. Algunos dildos quedaron parados sobre sus bases, como torres fálicas. Luego se sentó en su taburete, agarró un vibrador y empezó a hablarme como si intentara vendérmelo.

―Lo bueno de este modelo ―dijo, como si lleváramos largo rato hablando del tema―, es que se puede recargar con cualquier conexión USB. Es decir, para recargar la batería podés usar el cargador de tu celular.

Estas palabras llegaron a oídos de la señora, que en ese momento nos daba la espalda. Giró y se llevó una gran sorpresa al ver el mostrador repleto de juguetes sexuales, pero nosotras la ignoramos. Seguimos hablando como si Olivia no estuviera allí.

―¿Y este que parece tan real? ―Pregunté, señalando un dildo que imitaba muy bien la piel y todos los detalles de un pene―. ¿Me lo recomendarías?

―Sí, totalmente ―dijo Selene―. Tiene una imitación de piel que es muy buena, hasta se puede pellizcar ―pellizcó la goma que recubría el dildo y pude ver cómo ésta se estiraba―. Eso hace que se sienta más suave… no es como meterse un dildo de plástico común.

―Me interesa mucho… aunque me intimida un poco el tamaño, es un poquito ancho.

―Esa es la mejor parte ―aseguró Selene―. Tampoco es que sea un dildo monstruoso, tiene unos cinco centímetros de ancho. Una vez que te acostumbrás a ese diámetro, ya no vas a querer usar juguetes más chicos.

De reojo pude ver cómo Olivia se acercaba hacia nosotros. Avanzaba como un gatito curioso y asustadizo al que un desconocido le ofrecía comida.

―Parece muy interesante ―dije.

―Y si llevás tres juguetes, te hago precio ―continuó Selene con su estrategia de venta―. ¿Te interesa ver alguno más?

Me interesaban varios de esos juguetes, especialmente el último que me mostró. Realmente quería probarlo, sin embargo ese fue el momento en que Olivia llegó al mostrador.

―Hola ―dijo, con timidez.

―Hola Olivia ―saludó Selene―. ¿Cómo estás? Te presento a Lucrecia, una amiga mía… y también cliente.

―Hola, Lucrecia ―me saludó con una sonrisa forzada―. Veo que el negocio de estos juguetitos va bastante bien.

―Es lo que más se vende ―aseguró Selene―. Lucrecia ya compró varios.

―Quizás demasiados ―dije, soltando una risita―. Tengo una caja llena de estos cosos… pero hay tantos, y algunos son tan novedosos, que me dan ganas de probarlos todos.

A Olivia pareció sorprenderle mi respuesta, pero creo que eso la ayudó a romper una delgada capa de hielo, aún quedaba mucho por romper, sin embargo ya habíamos hecho un pequeño avance.

―Confieso que alguna vez sentí curiosidad ―dijo, bajando mucho la voz.

―¿Y por qué no compraste alguno? ―Pregunté.

―Porque me da vergüenza.

―¿Tenés miedo de que tu pareja no lo entienda? ―Dije.

―No, no… no tengo pareja… yo… vivo sola.

―¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ¿Quién te va a decir algo si tenés un dildo? ―Sacudí el pene plástico frente a sus ojos―. Es tu vida privada, podés hacer lo que se te cante. Y si vivís sola, mejor aún. Es re lindo tener esta compañía durante alguna noche de calentura… porque, seamos sinceras, todas tenemos noches así. Desde la más santa, a la más puta.

Olivia se rió y sus mejillas se pusieron muy rojas. Ese rubor la hizo parecer más joven y bonita. Era una mujer que no brillaba demasiado por su atractivo físico, pero a mí me daba la impresión que debajo de esa ropa tan holgada se escondía un cuerpo sexy.

―Le dije a Olivia que cuando ella estuviera interesada podría mostrarle todos los juguetitos que quisiera ver ―Selene habló con calidez.

―¿Y qué decís? ―Le pregunté a la mujer, como si fuéramos viejas amigas―. ¿Te interesa alguno?

―Ay… no sé… me da miedo hablar de esto.

―¿Lo decís por nosotras? ―dije―. ¿Qué miedo podés tener? No te voy a juzgar… si ya te dije que a mí estos juguetitos me encantan. Tengo un montón y los probé todos.

―Me da miedo que alguien pueda entrar… ―dijo, mirando la puerta.

―Ah, si es por eso no te hagas drama ―aseguró Selene―. Cierro con llave el loca, total a esta hora nunca entra nadie. Vamos al depósito y ahí podemos charlar tranquilas. ¿Qué te parece?

Olivia miró hacia todos lados, como un animalito asustadizo.

―Em… está bien. Vamos.

Ayudé a Selene a guardar todos los juguetes en la caja, ella le puso llave a la puerta de entrada y nos dirigimos hacia el depósito. Ese lugar más que un depósito parecía un probador, incluso tenía dos bancos largos para sentarse. Me imaginé que Selene había acondicionado así el lugar para llevar a cabo la venta de juguetes sexuales de forma más cómoda.

―¿Tenés algo en mente? ―Preguntó la rubia.

―Em… no, la verdad que no ―Olivia parecía muy nerviosa―. Ni siquiera sé para qué sirven muchos de estos juguetes. Es decir, algunos son bastante obvios, pero otros no sé ni cómo se usan.

―Dejate llevar por tu curiosidad ―le dije―. Preguntá lo que quieras saber sobre cualquiera de estos juguetes, nosotras sí que sabemos para qué sirven… especialmente Selene, ella no vende nada sin antes probarlo. ¿No es cierto?

―Así es ―dijo la rubia―. Preguntá sin miedo. Te puedo responder desde mi experiencia personal.

―Bueno, me llama mucho la atención el primero que le mostraste a Lucrecia… ese que se puede cargar. Tiene una forma rara.

El juguete al que se refería Olivia era un dildo de plástico violeta transparente, dentro se podía ver una especie de mecanismo. Tenía forma de pene, pero cerca de la mitad sobresalía un apéndice, que era como un pene mucho más pequeño.

―Este es genial ―dijo Selene―. Porque vibra. Es muy fácil de usar. La parte más larga va dentro de la vagina, como ya te habrás imaginado, y el apéndice se coloca sobre el clítoris. Todo empieza a vibrar… y tocás el cielo con las manos.

Olivia se rió a carcajadas, parecía mucho más joven cuando sonreía.

―Pero… ¿de verdad funciona tan bien? ―Quiso saber.

―Claro que sí ―Selene me miró con picardía―. ¿Querés que lo probemos en Lucrecia para que veas qué tal es?

―Ay, no quisiera poner a la chica en esa situación.

―No te preocupes ―le dije―. Yo lo pruebo encantada.

―¿Delante mío? Ni siquiera me conocés.

―No soy vergonzosa ―aseguré. La verdad es que me estaba picando el bichito del exhibicionismo―. Si a vos no te incomoda, no tengo problemas…

―Em… si estás tan segura…

―Sí, lo estoy ―dije, poniéndome de pie. Desprendí mi pantalón y me lo saqué de un tirón, junto con mi ropa interior. Quedé desnuda de la cintura para abajo. Olivia me miró con los ojos desencajados. Quizás imaginó que yo no me animaría a hacerlo. La pobrecita no me conoce―. Cuando quieras, Selene.

Me acosté boca arriba en uno de los bancos, por suerte estaban acolchados, así que fue bastante cómodo. Separé ligeramente las piernas y la rubia se me acercó con el vibrador en una mano y un pote de lubricante en la otra.

―Es importante mantener siempre una buena lubricación ―dijo, y acto seguido cubrió el dildo con gel lubricante. Pero eso no fue todo, también pasó una abundante cantidad de gel sobre mi vagina… y me metió los dedos. Olivia observaba toda la situación sin entender nada. Estaba tan quieta como una estatua―. ¿Estás lista, Lucrecia?

―Sí, dale cuando quieras.

El corazón me palpitaba a toda velocidad. No sabría explicar por qué esta secuencia me estaba resultando tan excitante, quizás se debía a que una mujer desconocida me estaba mirando… o tal vez porque al hacer esto podía lograr que Olivia se animara a comprar algún dildo.

Selene ubicó el consolador en la entrada de mi concha y fue empujando lentamente hacia adentro. Lo sacó y lo metió tres o cuatro veces, hasta que mi vagina se dilató lo suficiente. Luego lo volvió a empujar hacia adentro hasta que el apéndice quedó sobre mi clítoris.

―Ahora viene lo más interesante ―anunció.

Escuché que accionaba un interruptor y casi al instante ese juguete de plástico se convirtió en una maravilla.

―¡Uf… dios… es buenísimo! ―Exclamé―. No me imaginaba que fuera así.

―¿Vibra mucho? ―Preguntó Olivia.

―No es solo eso… es que la parte que está adentro… uf… se mueve para todos lados, como si fuera una víbora. Se siente de maravilla… y a eso sí,  hay que sumarle la vibración… contra el clítoris ―mi espalda se arqueó―. Mamita querida, qué bueno está.

―Y eso que no es la velocidad más alta ―dijo Selene.

El movimiento del dildo se aceleró notablemente.

―¡Ay, dios! Me encanta ―lo dije honestamente―. No sé si esta es la experiencia que estás buscando, Olivia; pero definitivamente tenés que probarlo alguna vez. Es fantástico.

―Este es uno de mis juguetes favoritos ―aseguró Selene―. Y como expliqué antes, la batería se puede cargar con USB, lo que hace más fácil usarlo.

―Ustedes dos están locas ―dijo Olivia. Por un momento me asusté, creí que ella lo decía con miedo y asco, pero al verla sonreír me tranquilicé―. Si querían convencerme de comprar ese juguetito, lo consiguieron. Definitivamente quiero uno. Me da vergüenza admitirlo, pero… esto de no tener pareja, con los años, termina haciendo mella en una.

―No tiene por qué darte vergüenza ―aseguré―. La autosatisfacción es parte importante de la vida sexual de una persona. Ojala algún día tengas a alguien con quien compartir estos juguetes, pero… mientras tanto, los podés disfrutar vos sola.

―Además ―añadió Selene―. Cuando estés en tu casa, usándolo, si estás sola… no va a haber nadie para juzgarte. Disfrutalo tranquila. Si te llevás este vibrador, te regalo un par de plugs.

―¿Qué es eso de los plugs? ―Preguntó Olivia.

Selene agarró dos pequeños conitos, con bases curvas que se ajustaban a la anatomía. Supe de inmediato qué iba a hacer. Levanté las piernas y permití que la rubia me pusiera un poco de lubricante en el culo. Acto seguido, empujó el plug hacia adentro. Fue muy placentero, aunque mi cola ya está acostumbrada a cosas más grandes.

―¡Apa! ―Exclamó Olivia―. No sé si estoy lista para eso…

―No importa ―dijo Selene―. Te los llevás igual, nadie te obliga a usarlos… y son gratis.

―Em… bueno, si son gratis… pero desde ya te digo que es lo mismo que tirarlos a la basura, porque no los voy a usar.

―No te preocupes. Si los usás o no, no hace falta que me lo digas. Eso es asunto privado. Peeero… en caso de que los uses, y te guste la sensación, te informo que tengo muchos otros juguetes que son ideales para la cola.

―¿Y ustedes también usan de esos?

―Yo sí ―afirmé―. A mí me encanta usarlos.

―A mí también ―dijo Selene―. No te olvides que yo pruebo todo lo que vendo. Te doy estos plugs porque son para principiantes; sin embargo, si te gusta, vas a querer algo más… interesante.

―Ustedes hacen que todo el temita de los juguetes sexuales suene tan… natural.

―¿Y por qué no habría de serlo? ―Preguntó Selene―. Al fin y al cabo la sexualidad es parte de la vida… y si no se puede recurrir a otra persona, esta es la mejor opción.

―También se pueden compartir con alguien más ―aseguré―. Yo lo he hecho. Hace que el sexo sea más versátil.

―Bueno, lo tendré en cuenta. Muchas gracias, a las dos. Me llevo el vibrador… y los plugs de regalo.

―Y Olivia, si algún día querés algún otro juguetito, no sientas vergüenza al pedírmelo. Yo no juzgo a nadie… y sé de primera mano lo divertidos que pueden ser. A mí me encantaría que todas mis clientas se lleven varios juguetitos. Si fuera por mí, se los regalaría todos, pero… necesito la plata.

―Por la plata no te preocupes. Me lo puedo permitir. Y si algún día quiero algo más, ya sé a quién pedírselo. Pero antes de venir, me gustaría avisarte, para estar segura de que no hay muchos clientes en el local. ¿Podrías pasarme tu número de teléfono?

―Claro, por supuesto. También podés escribirme si tenés alguna duda con el uso de alguno de los juguetes.

―Me vendría bien, porque la verdad yo soy muy nueva en todo esto.

―Te doy un consejito ―dijo la rubia―. Si querés descubrir más sobre juguetes sexuales, te recomiendo que mires videos en internet. Hay miles de chicas que se graban mientras usan algún juguete en particular. Así más o menos vas a saber lo que hay en el mercado.

―Me da un poco de cosa eso de mirar chicas en videos porno… pero… si me sirve para descubrir un poco más sobre este mundito, lo voy a hacer.

Cerraron el trato en cuestión de minutos. Mientras yo volvía a vestirme, Selene aceptó el dinero y le entregó a Olivia un vibrador idéntico al que habíamos usado para la demostración, pero sin usar. Completamente nuevo, en su empaque original. Guardó en la bolsa un pote de gel lubricante y añadió los plugs. Me di cuenta que en lugar de dos, le dio tres. Y que cada uno era un poco más grande que el anterior. Al parecer quería que Olivia experimentara con ellos.

―Eso salió bien ―dijo la rubia, cuando Olivia se marchó―. Me alegra mucho que se haya llevado el vibrador. No tanto por el dinero, sino porque ella se animó a vencer su miedo… y estoy segura de que la va a pasar genial. Gracias por tu ayuda, Lucrecia.

―La pasé muy bien. Si Olivia vuelve, por favor avisame. Te juro que vengo corriendo. Me encantaría saber más sobre ella.

―Claro, por supuesto. Además me ayudaste mucho con la venta, me vendría bien tener una modelo tan dispuesta como vos. Toma, acá tenés ―dijo, entregándome unos billetes.

―¿Qué es esto?

―Tu parte de la venta.

―No, la que vende estos productos sos vos, Selene.

―Aceptalo, Lucre. Sé que necesitás la plata y además te estoy un precio justo. Yo me quedo con el valor del producto y la mitad de la ganancia. La otra mitad de la ganancia, es tuya.

―Pero… pero…

―Pero nada. De alguna forma tenés que empezar a ganar algo de dinero. No seas tan orgullosa.

―Está bien. Muchas gracias.

Lo acepté por dos motivos: realmente necesitaba el dinero… y era la primera vez en mi vida que generaba una gancia de dinero. Algo así como mi primer salario, aunque en realidad es solo la ganancia de una sola venta. A pesar de eso, se sintió bien. Sentí un calorcito en mi interior, una luz de esperanza que me decía: “Vamos, Lucrecia. Vos podés”.

Me despedí de Selene dándole un fuerte abrazo y le prometí que la ayudaría en futuras ventas, si ella quería.

Mi vida no será la mejor del mundo, pero últimamente estoy haciendo muy buenas amigas. Creo que lo único que necesitaba era empezar a salir un poco… a vivir la vida. Necesitaba escapar de la burbuja en la que me tenían encerrada mis padres.


Lo bueno de tener un lugar propio, aunque esté vacío, es que siempre podés encontrar un momento de intimidad con tu pareja. Lara vino a visitarme una vez más. Nos pusimos a tomar unos mates y me puso al tanto de los últimos chismes de la universidad. A ninguna de las dos nos importaba que alguna chica del curso B hubiera cortado con su novio, o que un pibe del curso C hubiera sido sorprendido haciendo trampa en un examen. Sin embargo, si estos eran los temas que más se hablaban en los pasillos, para nosotras suponía un alivio.

Al parecer “A Lucrecia la echaron de la casa por lesbiana” o “¿Ya viste el video porno de Lucrecia”, ya eran temas viejos. Por suerte nadie mencionó mi altercado con la profesora Jimenez, eso me indicaba que ella no había contado nada sobre lo sucedido.

A pesar de que la charla nos brindó un poco de tranquilidad, noté que Lara estaba decaída, como si algo la preocupara. Incluso me dio la impresión de que evitaba hacer contacto visual conmigo.

―¿Pasa algo? ―le pregunté con gran preocupación.

―No, nada. Estoy bien.

―¿Segura? Te noto un poco rara.

―Nunca fui del todo normal ―se esforzó para sonreír más.

―No me refiero a eso Lara, te noto triste. Si te pasa algo podés contarme, para eso soy tu pareja.

―Uf… está bien. Tenemos que hablar, Lucrecia ―dijo luego de titubear unos segundos― de algo muy importante. Hay algo que no me deja tranquila ―mi corazón dio un salto.

―Está bien… si es tan importante.

Fuimos hasta lo que ya había designado como mi cuarto, donde sólo estaba el colchón con sábanas en el piso y uno de mis bolsos con ropa. Nos sentamos en la improvisada cama y la tomé de la mano.

―Te escucho ―no sabía cómo controlar mis nervios por lo que apreté más su mano.

―¿Te acordás que prometimos estar juntas solo nosotras dos? Que ya no incluiríamos a otras personas en nuestra relación ―asentí con la cabeza―. Y después surgió el tema de Samantha y me permitiste hacer una excepción ―volví a asentir―. Justamente de eso quería hablar. Siento que nuestra relación no es del todo sincera.

―Si pensás que pasa algo con Anabella quiero que sepas que a veces me puedo confundir un poco pero siempre me acuerdo de vos… siempre.

―¿Anabella? No Lucrecia, esto no tiene nada que ver con la monjita ―sonrió espontáneamente―. Que boluda que sos, Lucre. Siempre hablás de más ―la quedé mirando como un cachorro que mira a su dueño―. Bueno, tengo que admitir que me pusiste las cosas más fáciles, no quería mencionar a Anabella, ya sé que a vos algo te pasa con ella y no me lo podés ocultar, sos demasiado transparente. Pero yo quiero hablarte de Samantha.

―¿De Samantha? ―me sentía una estúpida por hablar de más―. ¿Qué pasó con ella?

―Bueno… pasaron muchas cosas, como te imaginarás.

―¿Qué pasó, Lara? Contame de una vez, tantas vueltas me ponen nerviosa.

―¿Te acordás de aquella noche en la que estuvimos las tres juntas? ―Era una pregunta que no necesitaba respuesta pero de todas formas asentí con la cabeza―. ¿Vos te enojaste porque yo estaba con ella o porque te dejamos sola?

―Porque me dejaron sola ―fruncí el ceño―. Pero eso ya pasó Lara, ya lo hablamos. Hasta te dije que podías acostarte con Samantha. No sé a qué viene todo esto. En lo que a mí respecta, ese asunto ya se terminó.

―No, Lucrecia. Justamente eso es lo que intento decir. No se terminó. ―La miré intrigada, temerosa de lo que podía escuchar porque ya me estaba haciendo una idea―. Después de eso pasaron cosas que vos no sabés.

―Sé que te volviste a acostar con ella. ¿Qué pudo haber pasado que no me haya imaginado ya? ¿Hicieron un trío con otra persona?

―No, eso no. Quedamos en que no lo haríamos y cumplí con mi promesa. Vos me dijiste que estaba todo bien si veía a Samantha, pero me parecería una falta de respeto incluir a otra persona más. Te voy a decir la verdad Lucrecia, yo a vos te adoro, siempre vas a ser la primera mujer que amé y lo hice con locura… pero con Samantha me pasa algo muy raro, no sé cómo explicarlo, es algo… diferente. No es que haya dejado de quererte, todo lo contrario… pero durante estos últimos días estuve charlando mucho con Samantha, por internet, por mensajes de texto. Hubo algunas ocasiones en las que nos quedamos muchas horas hablando por teléfono, siempre con finalidades amistosas… al menos hasta que nos encontramos la otra noche. ―Yo la miraba con los ojos abiertos, creo que había dejado de respirar―. Y ahí se fue todo a la mierda. Dejamos salir toda la tensión sexual que veníamos acumulando. Estuvimos garchando toda la noche… y no solo eso. Cuando terminó el sexo, nos pasamos horas hablando, de mil temas diferentes. Me di cuenta de que tenemos muchas cosas en común, especialmente en la forma de ser.

―¿Te enamoraste de ella? ―dije sintiendo mi garganta seca.

―No sé si llamarlo amor, lo que sí sé es que algo me pasa con ella… y es muy fuerte. Te lo cuento porque no quiero que nuestra relación sea una mentira, no quiero que volvamos a pelearnos. ―Me tomó de las manos y se acercó más a mí―. No podría soportar volver a tenerte lejos, sos la persona que más quiero en el mundo. Aunque no seas mi novia, siempre voy a querer tenerte cerca.

Un silencio sepulcral se apoderó del departamento, hasta parecía que el típico bullicio de la ciudad se hubiera apagado, no sabía cómo reaccionar ante esta nueva noticia que me llegaba como baldazo de agua fría.

―Yo también tengo algo para decirte. ―Mi voz sonó tan fuerte que tuve que bajar el volumen―. A mí me está pasando algo parecido con alguien.

―¿Con Anabella?

―Sí, ¿para qué te voy a mentir? La monjita me vuelve loca, si supieras todos los momentos intensos que tuve con ella… y vos te sentís mal porque te pusiste a hablar con Samantha ―sonreí apenada―. Vos sos una chica muy buena Lara, acá la que está haciendo mal las cosas soy yo.

―¿Te acostaste con la monjita? ―Su sorpresa fue tal que sentí la presión de sus uñas contra mis manos.

―No, eso sí que no… pero hubo momentos de mucha tensión sexual. Estuve a punto de hacerlo con ella pero recordé que estás vos… que sos mi novia y que te amo mucho. No podía hacerte semejante cosa después de que acordamos no estar con otras personas. Además te fallé. Hace poco me acosté con otra persona… es difícil de explicar. Es una chica que trabaja en una tienda de ropa… en la tienda que yo siempre compraba mi ropa. Empezamos a hablar y…

―Está bien, no hace falta que me cuentes todos los detalles. Nosotras intentamos mantener la monogamia, pero evidentemente no podemos. Seamos sinceras. Quizás no estemos hechas para estar con una sola persona.

―O quizás no somos la indicada para la otra. Quiero aclarar que lo que pasó con Selene, la chica de la tienda de ropa, fue solo sexo. No siento una atracción romántica hacia ella. Sin embargo… con la monja es diferente. Si hiciera algo con Anabella, estando de novia con vos, ahí sí lo sentiría como infidelidad. Mientras más pasa el tiempo, más claro me queda que me pasan cosas con ella.

―A mí me pasa algo parecido con Sami. La verdad es que en cierta forma me alegra que te haya pasado eso con Anabella, porque sé que me entendés y sabés que a veces la tentación puede ser muy grande.

―Ya lo creo que sí ―otra vez se llamó a silencio; luego de unos segundos abrí la boca― ¿qué vamos a hacer?

―No lo sé, pero no podemos seguir de esta forma, vamos a terminar peleándonos y no quiero eso.

―Yo tampoco, quiero que estemos bien aunque…

―¿Aunque qué?

―Aunque sólo seamos amigas ―temí haber dicho algo malo.

―Tal vez esa sea la mejor solución.

―¿Te parece?

―Analizá un poquito las cosas, Lucrecia. Ya intentamos llevar nuestra relación de dos formas diferentes. La primera fue de forma abierta, para que pudiéramos acostarnos con quien quisiéramos… no funcionó. La segunda fue de forma cerrada, sólo nosotras dos… y no funcionó porque está la tentación de estar con otras personas. Ese es el factor común, las dos queremos acostarnos con otras personas… bueno, no solo acostarnos… yo no hago esto con Samantha sólo por el sexo y creo que con Anabella a vos te pasa igual.

―Así es. Si te soy sincera, creo que vos haría una hermosa pareja con Sami.

―Y si yo te soy sincera te digo que dejes de joder con la monja. No me mires con esa cara, es lo que pienso. Te estás metiendo en un terreno muy peligroso, Lucrecia.

―Sí lo sé. Tenés toda la razón ―agaché la cabeza― pero me cuesta horrores… cuando la veo me derrito, es algo que nunca sentí con nadie, yo a vos te adoro pero esto es diferente, esa monjita tiene una personalidad que me mata.

―Te entiendo, me pasa igual con Samantha, ¿Sabías que le gusta cantar? ―Negué con la cabeza― y lo hace de maravilla, cuando la escuché cantando tuve ganas de comérmela a besos… y seamos sinceras Lucrecia, vos no podés cantar  ni el “Feliz Cumpleaños” ―nos reímos las dos porque era totalmente cierto, el canto no era una de mis virtudes.

―Entonces… ¿esto es una despedida?

―No lo llamaría así, digamos que es el fin de un contrato… te digo la verdad, eso de tener novia es una responsabilidad muy grande y nosotras somos jóvenes, tenemos que vivir un poco más nuestras vidas antes de decidir compartirlas con alguien.

―No lo había pensado de esa forma, pero tenés razón.

―Así que voto porque ya no seamos novias… pero que nos sigamos queriendo. Que sigamos siendo amigas muy especiales.

―Me parece una buena idea, me duele un poquito, no te lo voy a negar… pero creo que es lo mejor para las dos.

―Y si algún día no tenés con quien divertirte, sabés que podés hacerlo conmigo ―se me acercó más aún y me guiñó un ojo.

―¿Eso quiere decir que puedo seguir acostándome con vos?

―Siempre que las dos queramos y podamos.

―Pero si vos te vas con Samantha…

―No entendiste nada Lucrecia. Te lo voy a decir de forma más clara: No pretendo ponerme de novia con Samantha, solo me la quiero coger sin culpa. Si algún día veo que la cosa da para más, bueno lo pensaré. Pero por ahora mi intención es otra. No voy a cortar un noviazgo para empezar otro al día siguiente.

―Entiendo… por eso de que sos joven.

―Así es. Tenemos veintiún años… vos ya casi tenés veintidós, pero seguís siendo joven. Una vez me dijeron que en la vida uno tiene que divertirse y coger mucho.

―¿Quién te dijo eso?

―Mi mamá.

―¿Tu mamá? Qué raro. Pensé que ella no quiere que cojas con nadie.

―En realidad me lo dijo una noche que tomó de más. Capaz que ni se acuerda. Fue una especie de “acto fallido”. Mi mamá no es como vos pensás… tiene sus historias. No le gustan los homosexuales, es cierto, pero yo sé que no está totalmente en contra del sexo. Hablando con ella aprendí mucho, aunque me duele no poder decirle que los hombres no me gustan.

―Mirala vos a tu mamá… y yo que la tenía como una santa. Aunque es rara, eso no lo puedo negar.

―Es que vos no conocés nada del pasado de mi mamá, eso es algo que solamente mi papá y yo sabemos.

―¡Ay, lo decís como si hubiera hecho algo muy malo! ¿Era prostituta?

―No, Lucrecia ―comenzó a reírse―. Por suerte vamos a seguir siendo amigas, no sé qué haría sin tus comentarios desubicados. No era prostituta... era bastante promiscua. Dejó toda esa vida para estar con mi papá, pero…

―¿Pero qué? ―una vez más su cara de preocupación.

―Bueno, creo que si tengo que hablar esto con alguien, ese alguien sos vos. Vos sabés todo de mi vida. A mí me da la impresión de que mi mamá no dejó del todo esa vida… hace un tiempo vengo notando pequeñas cositas raras, llamadas a horarios extraños, salidas en momentos inoportunos… perfumes que no son ni de ella ni de mi papá.

―A la mierda… no la tenía en esas a… tu mamá.

―¿Te olvidaste del nombre de mi mamá?

―¿Eh? No, cómo me voy a olvidar… si es mi suegra.

―Ex suegra. Sí te lo olvidaste ―sonrió con picardía.

―Bueno… es que nunca nadie le dice por su nombre… vos siempre le decís mamá y tu papá le dije “amor” o “cariño”, yo le digo señora o “la mamá de Lara” ―volvió a reírse―. Y no es que me haya olvidado. A veces la cabeza me juega una mala pasada, y se me mezclan las letras. Empiezo a dudar si es Carmela o Candela. Antes incluso dudaba con nombres como Camila o Candelaria… hasta llegué a pensar que se llamaba Carmen. Entonces, para no equivocarme, prefiero no decir su nombre.

―Sos un desastre, Lucre. ¿Por qué no me dijiste que tenías esa confusión?

―Pensé que te ibas a enojar.

―No me enojo, sólo me causa gracia. Se llama Candela. Ni sé para qué te lo digo si en una semana no te lo vas a acordar.

―Posiblemente así sea… de lo que no me voy a olvidar es de lo que me dijiste de ella… ¿Vos cómo te lo estás tomando?

―Bien… que se yo. Se me hacía súper raro al principio pero después de lo que pasó con tus viejos me di cuenta que no es algo tan raro, hasta Tatiana me contó que sus padres suelen tener problemas similares, y los padres de Samantha están divorciados desde hace muchos años.

―Es cierto, son cosas que pasan en la pareja, mirá nosotras dos, no llevamos ni un año de novias que ya tuvimos muchos problemas al respecto.

―Lo bueno es que lo hablamos y las dos lo entendimos. Espero que las cosas se mantengan así.

―Yo también espero que así sea. ¿Te puedo pedir un favor?

―El que quieras.

―¿Me ayudás a darle vida al colchón? Porque está tan virgen el pobre que me da pena. Además sería nuestra despedida formal.

―Ya te dije que no es despedida… es punto y seguido. Obvio que quiero, ahora que ya saqué todo lo que tenía para decir, me siento re bien. Gracias Lucre, sos la mejor.

Se lanzó sobre mí y su boca impactó contra la mía, desde ese momento todo transcurrió prácticamente en silencio.

Le quité la blusa, jugué con sus bellas tetas, las lamí y chupé con entusiasmo sus pezones. No estaba excitada en el momento en que iniciamos el acto sexual pero bastaron algunos besos y toqueteos en mi zona íntima, por arriba del pantalón, para ponerme a tono con el clima. Unos minutos más tarde, mientras ella me estaba chupando la vagina y ya ambas estábamos completamente desnudas, recordé la caja de juguetes sexuales.

―Lara pará… ―gemí de placer y arqueé mi espalda― esperá un poquito, me acordé de algo.

Se detuvo y me miró intrigada, le hice una seña para que espere y caminé pocos pasos hasta el ropero, allí en el piso del mismo estaba la caja de cartón que contenía todas esas maravillas de la tecnología sexual. Abrí la caja y comencé a arrojar algunos juguetes a la cama, incluso le alcancé a Lara un pote de lubricante.

―¿Me vas a meter todo esto? ―me preguntó haciendo una carita de putita sexy que me derritió.

―Obvio… y vos me vas a hacer lo mismo a mí.

Regresé a la cama con ella y lo primero que hice fue abrirle las piernas, tomé un dildo común y corriente, pero de buen tamaño y comencé a introducírselo lentamente por el agujerito de la vagina mientras le chupaba el clítoris, ella gemía y me pedía más, yo lamía y obedecía. Sabía que esta podía ser la última vez que estuviéramos juntas en mucho tiempo y era nuestra última vez como novias, por eso quería que sea especial, que tuviera algo que ambas pudiéramos recordar. En cuanto vi un strap―on, algo que para mí no dejaba de ser un dildo con arnés, supe que ese sería el juguetito ideal para la ocasión. Le hice una seña para que aguardara un momento y mientras yo me colocaba este extraño artilugio sexual, ella continuó masturbándose con el consolador, demoré un poco mi tarea porque me encantaba ver con cuánta pasión se lo introducía mientras jadeaba y sacudía todo su cuerpo. Cuando miré hacia mi entrepierna luego de haberme calzado el arnés, me sorprendí con lo que vi, parecía que me hubiera crecido un pene de repente ya que este dildo en particular no tenía tanta apariencia artificial, de hecho se habían esmerado mucho para que se parezca a un pene real de tamaño considerable y ahora era mi pene.

Divertida y excitada me acerqué a mi futura ex novia, ella comprendió inmediatamente, se quitó el consolador arrojándolo en algún sitio aleatorio del cuarto y abrió los brazos y las piernas para recibirme. Me recliné sobre ella y procuré apuntar lo mejor posible intentando recordar la última experiencia que tuve con uno de estos juguetitos, sabía que al principio podía ser un poquito complicado pero luego todo marcharía con mayor naturalidad. Dejé que la parte del glande artificial la penetrara y me pegué más a ella, mientras más me le acercaba más profundo la penetraba, intentaba hacerlo despacio porque yo no tenía forma de sentir cómo estaría de dilatada su vagina y no quería lastimarla. Ella presionó mis nalgas hacia abajo, indicándome que podía metérselo con tranquilidad, así lo hice, al mismo tiempo en que me comía su boca. Allí unidas por un pene plástico nos sentíamos amantes de verdad, nos abrazamos con pasión y no dejamos de besarnos, esto era justamente lo que yo deseaba sentir, el calor, la cercanía de su cuerpo, el saber que la estaba envolviendo con todo mi amor y mi deseo, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella.

Mientras me movía podía sentir la presión del arnés contra mi clítoris y eso me calentaba más, tomé las piernas de Lara y las levanté, marqué un ritmo constante con mis movimientos permitiendo que el pene entrara completo y saliera aproximadamente hasta la mitad, sabía que su vagina ya se había acostumbrado por lo que podía clavarla con más fuerza, por un momento comprendí lo que sentirían los hombres en esta situación y hasta me dio un poco de envidia que este pene no fuera realmente parte de mí, pero lo más excitante del momento podía vivirlo siendo mujer, era el poder ver la sensual expresión en el rostro de Lara, los gemidos estallando en su garganta, sus suaves y delicadas manos acariciándome constantemente y la forma en la que se prendía a mis tetas y me las succionaba con tal fuerza que sabía que me quedarían algunos moretones como marcas de guerra.

Lara tuvo que avisarme cuando ya había acabado porque yo no pude distinguir las convulsiones de su orgasmo del resto de sus gemidos y sacudidas.

―Ahora me toca a mí ―me pidió con la expresión de un niño en una juguetería.

No hace falta aclarar que acepté encantada y que me quité el arnés lo más rápido que pude para enseñarle a mi amorosa pareja mi vagina completamente empapada y deseosa se cariño. Sin pensarlo dos veces ella se lanzó entre mis piernas y me dio unas lamidas que me hicieron estremecer.  Su lengua recorrió mi intimidad a discreción y con total libertad, un nuevo espasmo me llevó a presionar mis pechos y emitir un gemido, fue porque Lara lamió mi colita.

―De verdad te gusta mucho esto ―me dijo sin apartarse mucho.

―Me encanta, no sé por qué, pero me calienta mucho.

―Date vuelta.

Obedecí y me tendí boca abajo en el colchón y aguardé hasta que sentí algo frío entre mis nalgas acompañado de los dedos de Lara, miré hacia atrás tensando mi cuello y supe que ella me estaba untando la cola con lubricante, volví la cabeza hacia abajo y la apoyé sobre mis manos que estaban con los dedos entrelazados y procuré relajarme. La primera penetración vino por parte de uno de los finos dedos de esa hermosa muchachita que sabía cómo tratarme con delicadeza sin dejar que la calentura del momento se disipara. Gemí más que nada para indicarle lo mucho que me había gustado lo que hizo, ella lo repitió una y otra vez, introduciendo su dedo y sacándolo para que mi colita se acostumbrara. Mantuve mi respiración a un ritmo suave y constante, había leído que la relajación era fundamental a la hora de practicar sexo anal. Separé levemente las piernas y Lara comprendió qué era lo que quería, con su otra mano acarició mi almejita y luego bajó su cabeza hasta que llegó a lamerla con la puntita de la lengua, este sutil cosquilleo contrastaba un poco con el ardor que me producían los dedos en la cola pero la suma de ambas sensaciones me llenaba de gusto.

Ella se alejó de mí pero volvió en menos de un segundo, en cuanto sentí algo rígido contra mi colita supuse que había traído con ella uno de los tantos juguetitos sexuales que yo poseía. Me penetró con este objeto y supe que se trataba de ese pequeño dildo con forma de gusano formado con esferas. Con un nuevo gemido le indiqué lo agradable que era sentir esas esferas abriendo mi ano y cómo este volvía a cerrarse luego de que una esfera entraba.

―¿Te gusta hermosa? ―me preguntó acercándose a mi oído.

―Me encanta.

―¿No te duele?

―Para nada, vos dale tranquila ―le respondí siempre manteniendo los ojos cerrados.

Con un ritmo ascendente fue metiendo y sacando ese pequeño juguetito, me agradó que mi colita se adaptara tan rápido a él pero también debía admitir que no era lo más grande que me había metido por detrás, aún recordaba el otro juego de esferas, las cuales eran considerablemente más grandes que éstas.

―Si esta va a ser nuestra despedida, lo vamos a hacer a lo grande ―me dijo.

Acto seguido se colocó el mismo arnés que yo había usado minutos antes.

―¿Qué pensás hacer Larita?

―¿Qué pasa, tenés miedo?

―No es eso… es que… ―se acercó a mí por detrás, intentaba doblar mi cuello para mirarla y me espanté un poco al ver que estaba tan decidida― ay, esto me va a doler ―dije aferrándome a las sábanas con uñas y dientes.

―Y ya no hay vuelta atrás ―apoyó la punta del dildo contra mi culito ya lubricado.

―Es que no sé si estoy lista para tanto…

―Muy tarde mi vida… a vos te gusta por atrás… entonces la vas a tener por atrás.

―Pero Lara, yo…. ―grité de placer en cuanto sentí ese pene plástico penetrándome, abriéndome, avanzando por mi culito prácticamente virgen como si fuera lo más sencillo del mundo.

Contuve el aire rogando que los vecinos no hubieran escuchado mi grito, pero si no oyeron ese habrán oído el que lo siguió cuando solté el aire o el que vino después mientras el dildo escarbaba cada vez más profundo en mi ano. Sentí la calidez del pecho de Lara contra mi espalda y eso me brindó una tranquilidad inmensa. Cuando ella comenzó a moverse lo hizo con sumo cuidado, sabiendo que podía lastimarme pero yo nunca me quejé, el dolor era mínimo o tal vez sea porque el placer era máximo. No sabía cuánto del dildo había ingresado pero sí sabía que no era todo y que Lara se esmeraba en mantenerlo en movimiento. No cabían dudas, definitivamente me gustaba esto y me agradaba de que sea Lara con quien lo probaba por primera vez.

―¿Te gusta mi amor? ―sabía que ya no éramos oficialmente novias pero ella tenía la confianza suficiente conmigo como para llamarme de esa forma.

―Sí mi vida, me encanta.

―Ponete en cuatro ―cambió su tono de voz drásticamente, no se parecía en nada a la Lara afectuosa que me estaba hablando hacía instantes, ésta era la Lara que tanto me gustaba ver cuando hacíamos el amor.

―Mejor seguimos así, se siente rico.

―Ni hablar, ponete en cuatro.

―¿Qué me vas a hacer?

―Te voy a hacer feliz.

Ella apenas se apartó para permitirme cambiar de posición, en cuanto estuve apoyada con mis rodillas y mis manos, recibí una dura estocada en mi colita, ese rugoso dildo se clavó en mí como un cuchillo caliente lo hace en la mantequilla. El placer llegó como olas que partían desde mi colita hasta esparcirse por todo mi cuerpo y estas olas se repetían y magnificaban cada vez que Lara retrocedía y volvía a clavarme, no podía creer que ya estuviera viviendo esto en carne propia, luego de estar meses masturbándome con esta fantasía en mente.

Pensé… y pensé sólo porque tenía ganas de pensar en cosas sucias: ¿Por qué no iba a masturbarme justamente ahora? Ya sin dudarlo llevé una de mis manos hasta mi entrepierna, los dedos se me empaparon al instante. Comencé a frotar mi clítoris mientras Lara me tomaba por la cintura y me daba una y otra vez, provocando que yo gimiera entrecortadamente al recibir cada sacudida.  Acaricié mis labios vaginales y al mismo tiempo le pedía a esa hermosa muchachita que me diera más. Entre jadeos y suspiros no hacía otra cosa que repetir la palabra “más” y ella comprendió que podía ser más ruda conmigo. Comenzó a penetrarme con tanta fuerza que fui realmente consciente de mi dilatación anal y eso me calentó mucho. Introduje dos dedos en mi vagina, Lara se aferró a mis tetas y mantuvo el bombeo cortito pero constante e increíblemente rápido, tomando en cuenta que ella parecía una frágil e indefensa muchachita, pero yo que la conocía muy bien era consciente de su fortaleza, tanto física como mental.

El primer orgasmo me tumbó, perdí la estabilidad y gritando exageradamente por el placer quedé con la cara contra el colchón pero Lara no se detuvo en ningún momento, continuó bombeando y yo podía sentir ese pene plástico saliendo casi por completo y hundiéndose una y otra vez en mi cuevita posterior. Podía escuchar también sus gemidos, ella no era ajena al goce sexual del momento, yo sabía que si una se colocaba bien ese arnés el mismo roce del clítoris contra el cuero podía provocar un placer inmenso. Noté que se inclinaba hacia un lado, como pretendiendo agarrar algo, a continuación me alcanzó un objeto y lo tomé con la misma mano con la que había estado masturbándome. Se trataba de otro dildo, éste era el que contaba con vibrador. Supe qué hacer con él ni bien lo vi. Lo llevé hasta mi almejita y lo encendí, me penetré de una sola vez y sentí ese apéndice vibrador que sobresalía del consolador estrellándose contra mi clítoris. Nunca me había sentido tan llena, dos de mis orificios sexuales estaban siendo invadidos, pero yo no sentía el frío del plástico, al contrario, sentía la pasión, la ternura y el amor que irradiaba este mágico momento junto a una de las personas que más quería en el mundo. Con todos esos pensamientos inundando mi cabeza llegué a un segundo orgasmo y en cuanto lo hice Lara quitó el strap on de mi culito y me hizo girar cayendo sobre mí. Rodamos por el colchón comiéndonos a besos mientras ella se desprendía el arnés. Cuando lo hizo se sentó sobre mi boca ofreciéndome una vez más su suculenta y jugosa vagina. Decir que se la chupé no corresponde con lo que realmente sucedió. Se la devoré. Hundí mi lengua en su agujerito, succione su clítoris y luego hice lo mismo con sus labios vaginales, me bebí todo jugo sexual que manó de esa tierna almejita y con el consolador aún en mi vagina disfruté de uno de los orgasmos más largos e intensos de mi vida.


El silencio reinó en el departamento durante un par de minutos, Lara y yo nos quedamos mirando el techo, tomadas de la mano mientras intentábamos recuperar el aliento.

―¿Te vas a quedar a dormir? ―le pregunté apretando su mano.

―Sí. Puede que sea la última noche que pasemos juntas y me gustaría verte una vez más a mi lado cuando me despierte. ―No tuve ni que decirle que yo pensaba exactamente lo mismo― ¿Estás preparada para el domingo? ―Sabía a qué se refería pero de todas formas simulé no entender.

―¿Por qué debería estarlo?

―Porque es un día muy especial para vos.

―Es solamente el aniversario del día en el que nací.

―¿Te parece poco? ―Se volteó para mirarme a la cara―. Vas a cumplir veintidós años, Lucrecia.

―No es una edad tan especial.

―Todo cumpleaños es especial, no importa el número.

―De todas formas no tengo nada planeado.

―Entonces dejalo en mis manos. Algo vamos a hacer, eso te lo aseguro.

―¿Qué tenés en mente?

―Es una sorpresa. Ahora vamos a dormir, que estoy liquidada. Aunque no lo creas, no es fácil seguirte el ritmo en la cama.

Me dio un corto besito en la boca. Nos abrazamos y a los pocos minutos nos quedamos profundamente dormidas.