Venus a la Deriva [Lucrecia] (40).

Novia Posesiva.

Capítulo 40.

Novia Posesiva.

Como estábamos en zona céntrica, y aquí abundaban los edificios, no me sorprendió para nada que Alejandro viviera en un departamento. Subimos por el ascensor sin decir palabra y entramos a un departamento prolijamente amueblado y pulcro, me agradó esa sensación de lugar de estudio que inspiraba todo el ambiente. Todo era de madera marrón oscura, parecían ser muebles diseñados específicamente para este departamento y supuse que, de estar alquilándolo, los muebles estarían incluidos en el contrato.

Me pregunté cómo un pibe tan joven, siendo periodista freelancer, podía permitirse alquilar un sitio como este, en plena zona céntrica. Quizás lo había heredado. Pero el solo hecho de pagar las expensas debería requerir una buena cantidad de dinero.

¡Ay, carajo! ¡Las expensas! ¡Las putas expensas!

No había pensado en eso.

¿Cómo mierda voy a hacer para pagar las expensas y los impuestos de mi nuevo departamento?

Soy una boluda, debí elegir un departamento más chico… y ubicado en una zona más económica.

―Lucrecia, ¿estás bien? ―Me preguntó Alejandro.

―¿Eh? Sí, sí… ―dije, volviendo al presente―. Es que me acordé de algo que me va a traer algunos… em… problemitas. Pero no te preocupes, no tiene nada que ver con vos. Muy lindo el departamento ―dije, con una sonrisa un poco forzada.

Él me observó durante unos segundos y decidió no seguir presionando con ese asunto.

Nos sentamos frente a una mesa de lustrosa madera, seguramente se volvía loco cuidándola, ya que no se veía ni una mancha, ni siquiera las típicas que deja un vaso mojado al ser apoyado en ese tipo de superficies. Me hizo señas para que aguardara unos instantes y desapareció de mi vista, escuché que hablaba y una mujer le respondía en voz baja. Al poco rato Alejandro volvió, pero enfiló directamente hacia la cocina, supuse que iría por algo fresco para tomar. Miré hacia el pasillo, por el cual él había desaparecido previamente y vi una cabeza femenina asomándose. Un par de grandes ojos negros me miraron fijamente como si hubieran salido de una película de terror, un escalofrío me cruzó el cuerpo porque noté inmediata hostilidad en esa mirada. El anfitrión regresó cargando una jarra con jugo, dos vasos y un par de posavasos. Sonreí al verlos porque eso corroboraba mis sospechas.

―Si querés contarme qué problemas tenés podés hacerlo, sino podemos hablar de cualquier cosa ―me dijo mientras llenaba los dos vasos con jugo color verde claro, supuse que sería sabor limonada.

―No me gusta cargar a la gente con mis problemas.

―No es una carga, estoy acostumbrado a que me los cuenten. Aunque no lo creas a veces la gente se abre más con un periodista que con un psicólogo, por eso es que hay tantas locuras publicadas en los diarios y en la televisión. Además, ¿quién sabe? En una de esas me das material para una nueva nota.

―No lo creo ―dije riéndome―. Nadie, en su sano juicio, se pondría a leer ni dos minutos de mi vida.

―Suele pasar que la gente que tiene vidas interesantes no son conscientes de lo que están viviendo.

―Puede ser, pero creeme que mi vida no es interesante. Mis problemas deben ser los típicos que tiene cualquier mujer de mi edad… y mi condición.

―¿Qué condición es esa?

―Sos buen periodista, hacés las preguntas justas.

―Tampoco era tan difícil, vos me diste el pie.

―Digamos que debido a mi “condición” tuve diferencias con mis padres, especialmente con mi madre, y ahora busco vivir sola y valerme por mí misma, independizarme. Por eso mismo necesito un trabajo... pero es muy difícil encontrar uno, a pesar de que soy estudiante… mejor dicho, era estudiante de Administración de Empresas.

―¿Por qué “eras”?

―También tuve diferencias con ciertas personas que administran la universidad.

―¿Eso se debe a tu “condición”?

―¿Por qué tengo la sensación de estar siendo entrevistada? ―Tomé un largo sorbo de jugo, no era de limonada, no sabía qué era, pero estaba segura de algo, era asqueroso. Intenté disimular lo mejor posible y me esforcé por no escupirle a Alejandro toda la cara.

―Porque sabés que soy periodista, no te estoy entrevistando, al menos no por ahora.

―Espero que así sea.

―Pero no puedo negar que eso de tu “condición” me causa curiosidad.

―Bueno, te lo digo. De todas formas ya se lo conté a mucha gente y lo peor ya pasó, ya no tengo por qué ocultarlo. Soy lesbiana ―me quedé en silencio esperando alguna reacción pero él permaneció estático frente a mí.

―¿Solamente eso?

―¿Te parece poco?

―No, pero cuando hablabas de “condición” y de “diferencias” pensé que estarías embarazada o algo parecido ―no pude evitar reírme.

―Con mi “condición” veo muy, pero muy difícil, quedar embarazada. Es una de las ventajas que tiene esto de fijarse en personas del mismo sexo.

―Tengo conocidos que son homosexuales, de hecho en el diario en el cual trabajo hay algunas parejas del mismo sexo. Por supuesto, hay quienes se escandalizan por eso; pero a mí nunca me molestó. Entiendo que, mientras no lastimen a nadie, una persona puede vivir su vida como le dé la gana.

―Me alegra que pienses así, de lo contrario hubiéramos terminado muy mal. Ya estoy cansada de ver homofóbicos, te juro que si conozco uno más, le pongo una trompada en la cara a la primera… no es algo que no haya hecho antes. ―Sonreí al recordar el golpe que le di a mi ex profesora pero luego me puse mal porque sabía que había obrado imprudentemente.

―Se ve que tuviste algún problema con los homofóbicos.

―Sí, y no sólo con mis padres. ¿Podés creer que no voy a poder seguir cursando en la universidad porque no me quieren dar una beca? Aparentemente hay gente en la administración a la que le molesta que yo sea lesbiana.

―No me cuesta creerlo, pero sí me sorprende un poco, hoy en día está muy mal visto expulsar a alguien por ser homosexual, ya sea de la universidad o del trabajo.

―Sí lo sé, pero tampoco puedo hacer nada para cambiarlo. Después de la forma en la que me fui, no creo que vuelvan a aceptarme en esa universidad. Lo peor de todo es que me peleé con una profesora que también es lesbiana, yo pensé que ella me iba a ayudar, pero hizo todo lo contrario, usó mi sexualidad en mi contra.

―Eso sí me cuesta un poco más creerlo, si lo usara en tu contra ¿no tendría ella los mismos problemas que vos?

―No, al parecer la mujer es hija de un tipo bastante influyente en la universidad y nadie la puede tocar. Creo que su papá es un antiguo decano o algo parecido.

―Ya veo, el clásico “acomodo”. Todo esto me parece de lo más interesante. ¿Te molesta si investigo un poco para hacer una nota? Vendría bien un reportaje sobre la homosexualidad.

―No es mala idea ―dije acariciándome el mentón―. La verdad es que me encantaría exponerlos, porque me quedé muy enojada. No lo veo como una venganza, sólo me parece lo correcto. Tengo otras amigas que concurren a la universidad y también son lesbianas, no me gustaría que a ellas les pase algo parecido en el futuro.

―Si te parece bien podría ir tomando algunas notas.

―Por mí está bien ―ya me imaginaba todo ese escándalo publicado en los diarios y la idea me agradaba cada vez más.

―Voy a buscar la laptop, de paso voy al baño, tanto jugo da ganas de orinar.

Alejandro se puso de pie y se perdió dentro de una habitación. Me quedé sentada en mi lugar mientras rememoraba todo lo ocurrido en la universidad y me sobresalté al ver aparecer una figura femenina a mi izquierda.

La chica de cabello negro pasó caminando a mi lado con paso seguro y desafiante, lo primero que noté fueron sus redondeadas piernas y el pecho me dio un vuelco al ver que llevaba puesta una remera muy corta y una tanga diminuta, sus glúteos rebotaban sin perder la forma esférica y debajo de ellas se podía ver que su vulva quedaba apretada y bien marcada entre sus piernas.

No la conocía de ningún lado, sólo sabía que era la novia de Alejandro, pero tengo que admitir que me excitó un poco verla así, con tan poca ropa.

Fue hasta la cocina y regresó con un vaso de agua, cuando la vi de frente no pude apartar la vista de ese pequeño triangulito de tela blanca que apenas cubría su sexo y dejaba a la vista un perfecto y lampiño pubis. Se me revolvió la líbido al darme cuenta que, de no estar depilada, le estaría viendo buena parte de su vello púbico. ¡Carajo! ¿Por qué me resulta tan sexy el pubis femenino?

Me maldije por tener pensamientos lujuriosos con esta chica. Tengo novia y ya me porté mal, durante los jueguitos con Anabella. Sentí que estaba traicionando a Lara una vez más, al imaginar desnuda a esta preciosa chica que me miraba fijamente con sus grandes ojos oscuros.

―Hola ―me dijo con tono poco cordial.

―Ho… hola ―la saludé sin dejar de recorrerla con la mirada ¿por qué estaba vestida de esa forma?

―¿Vos quién sos?

―Ah… pensé que tu novio te había explicado…

―No es mi novio, es mi prometido ―hizo mucho énfasis en esa última palabra.

Ahí fue cuando entendí lo que estaba ocurriendo: la chica estaba marcando territorio, como los gatos. Quería dejarme bien en claro quién era, y al aparecer semidesnuda me mostraba toda su hermosura. Una forma indirecta de decirme: “Soy preciosa, tengo un culo monumental. No podés competir conmigo”.

Aunque el tiro le salió por la culata. No tengo ni el más mínimo interés sexual en Alejandro; sin embargo ella… uf… qué lindo es verla. Por lo bajita y el pelo negro y lacio, me recuerda un poco a Lara… ah, sí… y por el tremendo culo que tiene. Sin embargo, de cara no se parece en nada a mi Lara. De por sí, esta chica es mucho más pálida y sus ojos son más grandes. También tiene una boca pequeña. Me recuerda a Merlina, de la película de Los Locos Adams… mejor dicho, me recuerda a una versión adulta de la actriz que interpretó ese personaje. ¿Cómo es que se llama? No me acuerdo, soy un desastre con los nombres.

―Perdón… tu prometido ―volví a centrar mi vista en su entrepierna, pude notar el botoncito que era su clítoris bien marcado en la tela y recordé de golpe todas las veces que había disfrutado comiéndome una concha―. Él me ayudó una vez… un tipo quiso abusar de mí. Salí corriendo, me crucé con Alejandro y un amigo de él, en plena calle, los dos me ayudaron a librarme del degenerado, hasta que llegó la policía.

―Ah sí, me contó sobre eso. De todas formas no entiendo qué hacés acá.

―Este… hoy me crucé con Alejandro, otra vez en la calle. Él me invitó.

―¿Él te invito? ¿Para qué? ―me miraba con el ceño fruncido, supe que la chica era tan hermosa como celosa y posesiva.

―Para charlar, nada más.

―Mirá flaca, si vos pensás que él es tu salvador o alguna de esas ideas boludas, estás muy equivocada porque él…

―La que está equivocada sos vos ―le dije poniéndome de pie, ya me  había cansado su actitud de gallito de pelea, yo también podía ser frontal cuando la situación lo requería―. En primer lugar: no vine con ninguna mala intención, sólo a charlar, como te dije. Segundo: a mí no me gustan los hombres. ―Di dos pasos hacia ella y me quedé parada a pocos centímetros de su cara, demostrándole que yo soy más alta, por más de media cabeza―. Soy lesbiana, lo creas o no… y si aparecés vestida de esta manera ―señalé su apretada tanga―, lo puedo tomar como una provocación. ―Le sonreí con picardía, no sabía de dónde había sacado fuerzas para decirle todo eso, pero ya estaba cansada de que la gente me pisotee―. Si mi provocás mucho puede que terminemos en la cama. ―Ella abrió sus ojos y levantó las cejas al máximo, su quijada parecía estar a punto de desprenderse. No lo dije en serio, solo fue un pequeño revés, para demostrarle que no le tengo miedo.

―¿Qué? ¿De verdad sos lesbiana? ―dijo anonadada, toda su hostilidad se difuminó.

―¿Querés que te lo demuestre? ―mi corazón latía deprisa, realmente estaba disfrutando con esto, prácticamente podía sentirlo como una terapia psicológica, enfrentándome de alguna forma a todos los problemas de mi vida―. Porque puedo hacerlo acá mismo.

Para agravar la situación tomé el elástico de su tanga y tiré levemente hacia abajo, no quería desnudarla pero la tanga era tan pequeña que con ese leve tirón ya dejé expuesta su rajita y pude ver unos tiernos labios perfectamente divididos a la mitad; estuve a punto de echarme para atrás, porque pensaba que había ido muy lejos con mi bromita.

―No, pará flaca ―dijo apartándose y acomodando su ropa―. No es ninguna provocación.

―Yo no lo veo de esa forma, ¿cómo se yo que tu novio no te dijo que soy lesbiana? ―Miré hacia el pasillo, aún no había señales de Alejandro―. Se me hace sospechoso que salgas de tu pieza en tanga cuando te visita una desconocida, por ahí a vos te calientan las mujeres.

―No me dijo nada, de verdad. ―Sabía que no era así, porque acababa de contarle a Alejandro sobre mi sexualidad; pero igual la situación me divertía―. Te juro que no te estaba provocando… de ninguna manera. ―Se la veía asustada, de pronto la gata celosa se había convertido en un tímido conejito y yo me sentía un lobo feroz. Quise divertirme un poco más con ella, aunque en realidad no hablara en serio.

―Si querés podemos ir ahora mismo a tu pieza… que tu novio mire, no me molesta. Incluso puede ser una experiencia muy interesante.

Me reí por dentro, ni loca me acostaría con ella y permitiría que Alejandro nos mirase, no conozco a ninguno y sé que mis probabilidades de arruinar todo completamente son altas. Pero la tenía arrinconada, sólo le quedaba una alternativa: retroceder.

―¿Qué? No, ni loca hago eso. Entendiste cualquier cosa flaca, no soy lesbiana ni me gustan las mujeres… yo no quería que te metas con mi novio, nada más.

―Con tu novio no me voy a meter… pero de vos no puedo prometer nada ―volví a sonreír.

―Que puta que sos ―decidí que ya era momento de ponerle fin a todo este jueguito.

―Y vos sos bastante crédula. ¿De verdad creés que te estoy hablando en serio? ―Me miró confundida.

―Entonces… ¿no sos lesbiana?

―Sí soy, pero eso no quiere decir que me voy a tirar arriba tuyo, ni te conozco ―volví a sentarme―. Pero sí me molesta que vengas con esa actitud. Entiendo que puedas ser un poquito celosa, pero aparecer en tanga… me parece mucho. Desde ya te digo que no haría nada con vos, no porque no seas linda, que sí lo sos ―esto le sacó una sonrisa al instante―. Pero tenés novio… y yo tengo novia. Además, si sos heterosexual, lo respeto, siempre y cuando vos respetame a mí.

Escuchamos la puerta del baño abriéndose, la chica se movió rápido y se sentó en el mismo sitio que antes ocupaba su novio, supuse que quería ocultar su atuendo (o la falta de uno) bajo la mesa. Alejandro apareció con una pequeña laptop en mano y en cuanto la dejó sobre la mesa su prometida le dijo:

―Amor, ¿por qué no vas a comprar algo para comer?

―¿Ahora?

―Sí, antes de que se haga tarde, yo me quedo hablando con tu amiga un rato, para que no se aburra ―dejó en claro que es una bruja sexy y manipuladora―. De paso la invitamos a cenar con nosotros.

―Por mi está bien, no tengo apuro ―le dije sintiéndome un poquito incómoda por la situación.

―Bueno, ¿qué quieren comer?

―Cualquier cosa que se cocine rápido ―dijo ella sin borrar esa forzada sonrisa de su rostro.

―Ok, vuelvo en un rato. Vos preparate porque mientras tanto voy a ir pensando algunas preguntas.

―Está bien ―le dije sonriendo amistosamente.

Pasó caminando por detrás de mí, escuché un ruido de llaves y la puerta abriéndose. Había quedado sola con aquella mujer semidesnuda a la que no conocía, y ya habíamos empezado con mal paso nuestra relación.

―¿Cómo te llamás? ―me preguntó borrando su sonrisa en un parpadeo.

―Lucrecia ¿vos tenés nombre?

―Me llamo Lorena. ¿Siempre sos tan mal educada?

―¿Mal educada, yo? Si la que apareció con el culo al aire fuiste vos. Hay gente que considera una cuestión de cortesía ponerse pantalones. ¿Siempre pensás que cada chica que trae tu novio te lo va a robar? ¿Tan poca confianza le tenés?

―Lo que piense de mi novio es cosa mía... y no me gusta que me hables de esa forma, esta es mi casa y vos sos una invitada.

―Pero no me invitaste vos… y si te molesto me voy ahora mismo ―lo dije poniéndome de pie de un salto―. Si hubiera sabido que Alejandro tenía una novia tan pesada no venía, seguramente ni a tus amigas las dejás entrar. ―La expresión de su cara cambió drásticamente, pasó de ser una fiera celosa a un roedor asustadizo, tal como había ocurrido antes.

―No tengo muchas amigas ―dijo con la voz entrecortada.

―Por algo serás… si a todas las tratás de esta forma, te van a durar poco. ―Esto la puso aún más triste, tanto que me dio pena. Suspiré e intenté medir mi efervescente temperamento―. Disculpá flaca, ni siquiera te conozco, pero creeme que nunca se me había presentado una desconocida en estas condiciones… con tan poca ropa… no sé, me pongo tarada cuando veo una chica linda medio desnuda… también me hiciste enojar con tus acusaciones.

―Yo no sabía que te gustaban las mujeres.

―Está bien, la culpa es mía, por venir. No tuve en cuenta que es un poquito extraño visitar el departamento de un hombre que apenas conozco, especialmente si vive con su pareja. Te repito, la forma en que te traté no fue en serio, me hiciste enojar y suelo reaccionar mal cuando me enojo. Una vez le pegué a una profesora ―confesé, sintiéndome apenada por mi comportamiento.

―¿Qué, de verdad? ―Noté cierta simpatía en su rostro―. Bueno, me imagino que algo te habrá hecho para que le pegues.

―Sí, creeme que sí… y vos estuviste a punto de probar más de lo mismo.

―¿Me hubieras pegado a mí?

―Si seguías molestándome, quizás sí… ―vi que se puso de pie, por un segundo pensé que venía a golpearme, pero sonrió.

―Mejor me voy a poner algo de ropa, antes de que vuelva el Ale, seguime. ―Enfiló hacia el pasillo y luego de dos pasos miró hacia atrás y sonrió―. De verdad no creo que quieras pegarme, al menos no te conviene.

―Soy más alta que vos ―le dije orgullosa mientras la seguía.

―Puede ser, pero ¿cómo le explicarías a Alejandro que me pegaste en mi propia casa mientras él no estaba?

Me detuve en seco, Lorena tenía razón, por más que quisiera golpearla (cosa que en realidad no quería), tendría que tener una muy buena excusa y sería mi palabra contra la suya, por lo dominante que era esta chica ya podía imaginar a quién le creería mi nuevo amigo, si es que ya podía llamarlo de esa forma.

―La verdad es que estoy muy incómoda, siento que molesto... y creeme que no me gusta molestar. Mejor me voy.

―No te vayas ―se volteó para mirarme de frente.

―¿Por qué no? Es obvio que no querés verme cerca de tu “prometido”.

―Es que si te vas, él va a saber que fue por mi culpa.

―Algo me dice que no es la primera vez que pasa esto ―me miró con sus ojitos vidriosos como si fuera una niña en penitencia―. ¿Quién fue la última que tuvo que pasar por esto?

―Una amiga ―volvió a caminar hacia su cuarto, decidí seguirla para saber más sobre el asunto.

―¿Tuya o de él?

―Mía.

―¿Te peleaste con una amiga porque te pusiste celosa?

―Es algo que no puedo evitar ―mantuvo su cabeza gacha―. No sé por qué, me desespera pensar que podría estar con otra mujer.

―¿Y por qué debería hacerlo? ¿Acaso no es feliz con vos?

―Él me dice que sí… y yo le creo, pero tengo un pequeño problemita para socializar.

―Se llama ser celosa y posesiva, conozco mucha gente así, pero lo tuyo es un caso extremo.

―Es inseguridad. Sé que necesito cambiarlo. ―Volvió a mirarme, ya estábamos de pie en el centro de un dormitorio con cama matrimonial―. Prometeme que no te vas a ir, te pido perdón, sinceramente. Sé que me comporté como una estúpida.

No sabía por qué pero esta chica me daba mucha lástima, de pronto tenía ganas de abrazarla y decirle que no se preocupara.

―Yo también actué de una forma muy infantil ―le dije―. Si hubiera reaccionado como corresponde, no hubiéramos discutido.

―No soy tan mala como parezco, sólo tiendo a reaccionar mal. Alejandro es la única persona que me tolera, por eso me dolería en el alma perderlo. ―Asentí con la cabeza indicándole que comprendía su situación―. Alejandro es el tipo más bueno que conocí en mi vida y me pidió que confiara en él. Le prometí que lo haría y que ya no reaccionaría de mala manera, si sabe que estuvimos discutiendo se va a enojar conmigo.

―Está bien, te prometo que no le voy a contar.

―Gracias. Sos una chica rara.

―Ser lesbiana no es tan raro hoy en día.

―No lo digo por eso, tenés una forma diferente de reaccionar, nunca me habían hecho frente de esa forma.

―No creo ser la primera persona que se enoja con vos.

―No lo sos, pero siempre busco tener la razón. Esta vez vos saliste con un argumento totalmente diferente y no supe cómo reaccionar.

―Para que aprendas a no meterte con una lesbiana. Sabemos defendernos.

―¿De verdad pensás que soy linda?

―Sos la “prometida” de Alejandro, ni siquiera debería contestar esa pregunta ―dije cruzando los brazos.

―Pero yo quiero que me respondas. ―Se alejó un par de pasos y se paró como una modelo de ropa interior―. Si yo no estuviera comprometida, ¿Te parecería linda? ―Me estaba poniendo incómoda, no podía dejar de mirar su cuerpito, que en parte me recordaba al de Lara y me hacía sentir más culpable.

―Sos una chica linda.

―Esa no es la respuesta que busco.

―No sé qué querés escuchar.

―Si te acostarías conmigo ―el corazón se me paralizó.

―¿Me estás insinuando algo? ―Tragué saliva―. Porque podemos terminar mal… y no hablo de discutir.

―¿Por qué, qué pensás hacerme? ―Puso la boca como si fuera el pico de un pato y jugó con el elástico de su tanga bajándola un poco.

―Ya te lo dije hace un rato… no empecemos otra vez con lo mismo. No deberías estar haciendo estas cosas, tenés novio… y yo tengo novia… ¿no era que no te gustaban las mujeres?

―Y no me gustan… sólo quiero saber si yo te parezco linda a vos.

―¿Y para qué lo querés saber?

―No sé… curiosidad.

―No es curiosidad… hacés esto para alimentar tu propio ego. Sos una chica muy linda, ya te lo dije. No tenés por qué hacer tanto teatro, si me acostaría con vos… hipotéticamente, pero no lo voy a hacer y ya sabés por qué. ―Sonrió y dio un par de saltitos hasta un mueble, abrió uno de los cajones y sacó un pantalón, cuando se lo puso pude respirar tranquila. En ese momento me dio la impresión de que Lorena se parece bastante a Abigail, mi hermanita. Porque tiene reacciones sumamente difíciles de predecir―. ¿Le vas a contar de esto a tu terapeuta?

―¿Cómo sabés…? ―me miró espantada.

―No lo sé, solamente me lo imaginé. Sé muy bien que no hay que estar loco para ir a un psicólogo, de hecho, cada persona en el mundo es apta para consultar a uno, por el motivo que sea. Pero vos… vos sí que lo necesitás. No te pongas mal, no te estoy atacando… de hecho me cae bien la gente como vos.

―¿Me estás diciendo loca? ―frunció el ceño.

―No, no… solamente dije que… o sea… me hacés acordar mucho a mi hermanita, ella también va a un terapeuta. ―Abigail admitía estar un poco loca, pero al parecer a esta chica le molestaba mucho esa palabra―. Solamente digo que tenés una personalidad especial.

―Que necesita de un psicólogo…

―Bueno… y si Lorena, vos debés saber muy bien que tus reacciones no son normales… pero eso no quiere decir que estés loca.

―Te comento que voy a un psicólogo porque yo quiero, no porque alguien me obligue a hacerlo. No estoy loca.

―Perfecto ―a los locos hay que darles siempre la razón―. Perdón si me pasé con lo que dije. ―Si fuera como mi hermana comenzaría a sonreír en cualquier instante, pero Lorena seguía con el ceño fruncido mirándome de forma amenazante.

―¿Y si la loca fueras vos? ¿Te gustaría que te lo dijeran?

―Supongo que sí… hey, de hecho yo sé que estoy loca. ―Sonreí para aliviar un poco la tensión―. Si me conocieras mejor te darías cuenta de que es así, pero yo intento disfrutar de mi locura.

―Vamos al comedor, ya va a venir Ale.

Caminó con pasos decididos y firmes, la poca simpatía que había visto mientras se hacía la estrella porno se había difuminado, ahora sólo quedaba una chica que se asemejaba mucho a una bomba defectuosa que podría estallar ante la menor provocación, de pronto se me ocurrió algo que podría arreglar un poco la situación.

―Me caés bien ―no mentí del todo―. Vos y yo podríamos ser amigas ―giró lentamente la cara hacia mí abriendo muy grande los ojos.

―¿Lo decís en serio?

―Sí, ¿por qué no? Si fuéramos amigas seguramente dentro de mucho tiempo nos reiríamos al acordarnos del día en que nos conocimos ―milagrosamente esto la hizo sonreír.

―Totalmente, hablaríamos de la vez que quisiste acostarte conmigo, pero yo no accedí.

―¿No me accediste? No te olvides que el motivo es porque ambas tenemos pareja… sino la cosa pudo haber sido muy diferente.

―¿Te creés capaz de conquistar a una mujer a la que no le gustan las mujeres?

―¿Por qué no? Me he acostado con chicas sin saber si eran lesbianas o no.

―Qué asco. No sé cómo pueden hacerlo entre dos mujeres. Perdón, flaca, pero es la verdad. Me da mucho asco.

―¿Entonces por qué querías saber si me acostaría con vos? ¿Por qué te hiciste la gatita en celo?

―Para que sepas que yo tengo algo que vos querés y que nunca vas a tener ―no sabía si había ganado una amiga o un némesis.

―Sos una persona muy dominante ―admití―, pero te quiero dejar en claro que yo tengo una personalidad muy fuerte ―¿la tengo?― y conmigo no te va a ser nada fácil… “amiga”.

―Ya veremos… ―se sentó en una silla manteniendo una sonrisa desafiante en el rostro.

―Y no me acostaría con vos, ni aunque fueras la última mujer del mundo.

―Es tarde para eso, ya dijiste que sí lo harías ―la maldita era astuta, por algo me había obligado a confesar.

―Solamente lo dije para que dejaras de molestar.

―¿Te hubiera molestado si me quitaba toda la ropa?

Ahí comprendí todo, esto no era un juego de provocación sexual, el sexo tenía poco que ver con la situación. Este era un juego de poder.

―No sé ―respondí―. Porque ni siquiera te gustan las mujeres, no me hubiera calentado al verte desnuda ―dije mientras admiraba mis uñas, las cuales estaban bastante desprolijas.

―Eso no importa, a vos sí te gustan las mujeres… algo hubieras sentido al verme desnuda.

―No, creo que no. Porque si no le gusto a la otra persona… no es lo mismo ―intentaba mantenerme serena.

―Si alguien ve desnuda a una persona que le gusta, se va a excitar, aunque sepa que nunca va a poder tener a esa persona ―ella no lo sabía pero había dicho exactamente lo que yo quería escuchar.

―Podría poner a prueba tu teoría ―continué mirando mis manos como si le estuviera dando poca importancia al asunto.

―¿Querés que me saque la ropa y probamos? ―me desafió.

―No pensaba en eso, pensaba en que podría desnudarme cuando viniera Alejandro y que él te diga si se calienta o no… a los hombres se les nota más eso. Él sabe que soy lesbiana y que no lo haría con él… pero quien sabe, se podría calentar igual ―verla otra vez con el ceño fruncido me hizo saber que este asalto lo había ganado yo.

―No metas a Alejandro en esto. ―En ese instante la puerta del departamento se abrió y el nombrado se hizo presente―. Hola mi amor ―saludó Lorena, cambiando drásticamente su expresión, ahora parecía la chica más simpática del mundo.

―Hola, hermosa ―él se acercó y sin soltar las bolsas de compras le dio un corto beso en la boca― ¿Y qué tal te cayó Lucrecia? ―Preguntó como si yo no estuviera ahí.

―Muy bien, es una chica muy simpática e inteligente, creo que podríamos ser buenas amigas… claro, si ella quiere.

―Por supuesto ―le dije utilizando mi mejor cara de niña buena; no sabía si estaba hablando en serio o era parte de su jueguito.

―Me alegra que se lleven bien ―dijo Alejandro quien aparentemente no sospechaba nada de lo que había ocurrido―. Amor, ¿podés preparar la comida mientras yo preparo algunas cositas con Lucrecia?

―¿Qué cositas?

―Una nota ―intervine―. Alejandro quiere escribir sobre los problemas que tuve en la universidad.

―Sí, es que le pasó algo muy injusto y quiero que me lo cuente mejor, me pareció que era buen material para un reportaje.

Tuvimos que explicarle claramente en qué consistiría todo el asunto para que pudiera estar tranquila, al fin y al cabo ella ya sabía muy bien cuál era mi preferencia en cuanto al sexo y entrar un poco más en detalles no me suponía ningún problema. Lorena accedió a preparar la cena y con Alejandro comenzamos la entrevista.

Me sentía sumamente rara ya que ésta era una experiencia totalmente nueva para mí, pero a la vez lo encontraba muy entretenido. También me servía para hablar de mis problemas, dejarlos salir y que alguien los escuchara dándome la razón en casi todos los casos, el único punto que me reprochó fue cuando le conté sobre el altercado violento que tuve con la profesora. Me dijo que esto podría traer serios inconvenientes si toda la historia salía a la luz, pero le dije que asumiría las consecuencias, con tal de ver que se hacía justicia y que todo el mundo se enterara de cuánto podían discriminar a alguien en una universidad.

―Lucrecia ¿vos nunca pensaste que tus problemas para conseguir trabajo pueden deberse a que alguien en la universidad está dando malas referencias tuyas? ―La pregunta me tomó por sorpresa.

―No, claro que no. Nunca lo pensé así. ¿Qué tiene que ver la universidad con mi futuro trabajo?

―Es que, cuando vi tu

Currículum Vitae

decís ser alumna de esa universidad. Lo primero que va a hacer la persona que quiera contratarte es contactarse con alguien de dicha universidad, aunque lo haga como mero formalismo para tener alguna otra referencia tuya.

―Te juro que nunca había pensado tal cosa ―comencé a evaluar todas las entrevistas laborales que tuve, en muchas me habían dado grandes expectativas, hasta podía notar el entusiasmo del entrevistador por contratarme pero luego no volvían a llamarme―. ¿Y cómo puedo averiguar si eso está ocurriendo de verdad?

―Sencillo, podríamos hacer una simple prueba, podríamos llamar a la universidad y preguntar por vos.

―Les pedirían referencias que demuestren que son empleadores. En la universidad no le darían información de un estudiante a la primera persona que llamen.

―Por eso no hay problema, Lorena puede decir que te postulaste para trabajar en la concesionaria de autos de su padre, ella también trabaja ahí.

―¿Y no debería estar trabajando ahora?

―Digamos que ser la hija del dueño tiene sus ventajas ―dijo Lorena apareciendo con platos llenos de comida―. Tengo un horario bastante flexible. ―¿Así que su padre es dueño de una concesionaria de autos? Eso podría explicar por qué viven en un departamento tan lujoso―. ¿Es cierto todo eso que dice Ale? ¿De verdad puede haber alguien poniéndote trabas?

―Es que de otra forma no me explico por qué ella no consigue trabajo, me mostró su

Currículum

y es realmente muy bueno para una estudiante.

Señaló una de las tantas hojas de papel que había sobre la mesa, Lorena dejó los platos y la tomó. Leyó durante unos instantes y asintió con la cabeza repetidas veces.

―Realmente es muy bueno. Le diría a mi papá que te contrate, pero ya estamos completos. No hay lugar para nadie más en toda la concesionaria. Aunque si alguien se va, vas a ser la primera en enterarte.

―Muchísimas gracias ―eso me daba ciertas esperanzas.

―Y me importa un carajo lo que digan de vos en la universidad ―allí fue cuando tuve la primera señal de que esta chica se estaba tomando en serio lo de la amistad.

―En el

Currículum

está el número de teléfono de la universidad ―le dije.

―Entonces voy a llamarlos ahora.

―¿Ahora?

―Sí, supongo que querés saber lo que dicen cuanto antes.

―Es cierto. Te lo agradezco mucho.

A riesgo de que la comida se enfríe, Lorena tomó su teléfono celular y llamó a la universidad.

Pasó los primeros tres minutos explicando quién era, por qué llamaba y sobre quién quería preguntar. Sé que habló con al menos dos personas hasta que llegó la tercera, que era a quien correspondían esas llamadas. La prometida de Alejandro fue bastante formal a la hora de hablar, se notaba que la chica tenía experiencia en la materia y sus preguntas fueron certeras, el hombre del otro lado del auricular respondía enérgicamente, yo apenas podía escuchar un murmullo pero con eso me bastaba para notar el tono de voz que estaba empleando. Cuando la llamada terminó Lorena se sentó en una silla y me miró apenada.

―Lo siento mucho Lucrecia, no me imaginé que tuvieras este tipo de problemas. No sé qué habrás hecho en la universidad, pero hiciste enojar mucho a alguien.

―Se me ocurren varios motivos para que alguien esté enojado conmigo.

―Este hombre no sólo me dejó bien en claro tus preferencias sexuales sino que además me dijo que llevás una vida de libertinaje sexual, palabras textuales. Que te acostás con toda mujer que se te cruce por el camino. Y que te la pasás visitando discotecas muy costosas, para emborracharte y tener aventuras sexuales con quien sea. En fin, me dio a entender que tu vida es un completo desastre.

―No es tan así… o sea, no creo que mi vida tenga tanto libertinaje como esa persona dice… no le hago mal a nadie.

―Está bien, lo que hagas con tu vida sexual es asunto tuyo, me jode mucho que la usen en tu contra.

―¿Cómo se llama el hombre con el que hablaste?

―Luciano Sandoval. ¿Lo conocés?

―No, nunca había escuchado ese nombre. ¿Por qué sabe tanto de mi vida sexual?

―No sé, pero no sólo lo sabe, sino que también te detesta. Se le nota en la voz.

―No te preocupes, Lucrecia ―me dijo Alejandro―. Si alguien está en tu contra, vamos a averiguar quién es y por qué te hace esto. Mientras más me contás sobre este asunto más me convenzo de que sos una buena chica, un tanto inmadura… pero buena chica.

―Gracias por lo de la inmadurez… me hace sentir joven ―sonreí con cierta tristeza, no podía creer que alguien estuviera boicoteando de esa forma mi futuro laboral.

Decidimos dejar el asunto allí por el momento, supuse que ellos no querían que yo me pusiera triste.

Comimos lo que había preparado Lorena y supe que la chica era pésima cocinera, pero a pesar de eso puse la mejor cara y aseguré que todo estaba exquisito, noté cierta mirada confidente por parte de Alejandro, al parecer él ya estaba acostumbrado al terrorismo culinario de su prometida y agradecía que yo no dijera nada al respecto.

También supe que ese asqueroso brebaje que había probado unas horas antes era un jugo de frutas preparado por ella, me compadecía de este pobre muchacho que debía padecer estas torturas a diario. Me quedé con ellos durante un par de horas luego de almorzar y cuando me despedí supe que había hecho dos buenos amigos, aunque la muchachita todavía no me inspiraba demasiada confianza.

Alejandro me aseguró que pronto seguiríamos con la entrevista y que buscaríamos la mejor forma de exponer a quienes discriminaban a las personas por sus preferencias sexuales. No pude esconder mi entusiasmo, de verdad necesitaba ver al menos un poquito de justicia en todo esto.